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jueves, 21 de febrero de 2013

Preludio: La Muerte y El Sacrificio (Parte I)


Terminamos de preguntarnos siempre, de manera constante, ¿por qué tenemos que morir? ¿No podemos tener otra nueva oportunidad de darle a la vida un largo camino? El conocimiento no es suficiente cuando sólo alcanzamos a vivir alrededor de 80 años, o en mi caso, cómo lo es para otras personas arriesgadas, un tiempo menor.
La raza humana se extingue a través de los años y los tiempos, con cada acto de maldad siempre precede la muerte, terrible y expectante, llevándose a los débiles y justos. Mi trabajo consiste en la justicia para aquellos que la han perdido, para los pueblos y las naciones que siguen bajo el yugo innegable de imperios poderosos y caciques sin corazón.
Porque yo soy la muerte en cuerpo y alma. Pero se necesita matar para encontrar las respuestas. ¿O hay que morir para poder aprender? Cuando llegue mi momento, aprenderé a aceptar lo que está por venir, y tomarlo como algo que se supone siempre ha pasado. ¿Y qué es la muerte, sino la culminación de una vida desdichada y llena de dolor, que desemboca en el reconocimiento y el recuerdo?
Pónganse a pensar cuantos de mis héroes favoritos de la historia aquí en México han pasado para poder ser reconocidos. Las vidas de Miguel Hidalgo y José María Morelos no fueron apagadas en vano, y aunque sus captores e inquisidores no lo sabían, a través de la muerte se genera el recuerdo de una vida que ha pasado a ser heroica por los hechos que la rodean. Así pretendo que sea la muerte de muchos que pienso la merecen. Si han de morir, que queden en el recuerdo, que nunca pasen al olvido que la muerte desdichada y cobarde puede traer. Ya pasó con Judas, y aun así la gente lo recuerda, igual que a Hitler.
Pero qué horrible corazón tengo, tal vez se estarán pensando. No soy malo, soy demasiado realista, tengo mis propios planes, y en muchos de ellos, al menos una persona los ha frustrado, y ya han tenido sus respectivas venganzas. Sólo hay una persona en este país que aún no entiende el grandioso regalo que le he traído al pueblo. Una libertad más allá de sus cuerpos y de sus corazones, algo que jamás se ha visto.
Y desde ahora, admito que la gente que no quiera respetar esos preceptos, que no vea en mi trabajo una inspiración científica más allá de sus estúpidas creencias inverosímiles y faltas de sentido, tendrá que desaparecer del plan. Todo lo que conlleva convertirse en héroes, hasta el momento de la muerte, debe ser, a mi parecer, una buena oportunidad, si no es que la mejor, pero si alguien se niega a creer en la verdad, morirá, de la forma más cobarde que se conoce.

Juro que te encontraré, Javier Carrillo…


(Primera carta firmada por Viktor Kunnel el día 11 de Diciembre, un día antes del evento conocido como El Genocidio de Guadalupe)


miércoles, 20 de febrero de 2013

El Último Sacrificio: Susto Universitario (FIN DE LA PRIMERA PARTE)


Susto Universitario.
En el escondite de siempre, un lugar abandonado hace años después del terremoto del 85, se reunían las personas más ruines y malvadas de la ciudad, siempre escondidos de la vista de los demás seres humanos. Asesinos, contrabandistas, sicarios, traficantes, todos ellos se reunían en el mismo lugar siempre, para trabajar “en algo”, como siempre decían en el mundo real.
Un muchacho iba apresurado con una taza de café, corriendo entre los presentes, que cargaban cosas y llevaban y traían otras más. Parecía preocupado, mientras el aroma del café le llegaba penetrante al rostro. Miró a un lado y luego al otro de aquel enorme lugar, y ahí lo encontró, rodeado de unos cuantos personajes.
Daniel estaba dando órdenes acerca de algo que no se escuchaba demasiado por el escándalo. Los muchachos y la chica que estaban alrededor de él asentían, y algunos se retiraron a cumplir sus órdenes. El muchacho del café se acercó caminando rápidamente, y se puso cerca de Daniel para que lo notara.
-Aquí estás… Al menos está caliente, espero que lo hayas hecho cómo te dije-, dijo Daniel observando al muchacho, quién con mano temblorosa le colocó la taza entre sus delgadas manos. Daniel miró el líquido oscuro dentro del recipiente, se acercó un poco a olerlo, y sorbió un poco. Los demás lo miraban, atentos.
Un gesto de disgusto en la mirada de Daniel le indicó al muchacho que había hecho algo mal en el café. Daniel lo miró de nuevo, esta vez con furia, y le arrojó el café hirviendo en el rostro. Un grito desgarrador inundó el ambiente, y todos los que estaban cerca se pararon de repente. Daniel se acercó con la taza aún en la mano, y empezó a golpear al muchacho con ella. El pobre no hizo más que hacerse un ovillo en el suelo, tratando de esquivar cada golpe.
La taza chocaba contra la cabeza del muchacho más fuerte con cada palabra enfatizada por el enojo. Los que estaban alrededor se hicieron más hacía atrás, sin dejar de mirar ese arrebato de furia. La sangre salpicó el suelo en un santiamén, y hasta que no estuvo decidido, Daniel arremetió más fuerte con la taza, gritando “¡HIJO DE PUTA!” antes de que la taza se hiciera pedazos en el cráneo fracturado de aquel desdichado.
-Basta…
La voz potente de Viktor se escuchó en el recinto y todos volvieron a lo que estaban haciendo antes, ya que infundía más miedo él con su sola presencia. Daniel dejó caer el asa rota de la taza a lado del cuerpo ya sin vida del muchacho del café, y se limpió la cara de las pocas gotas de sangre que le habían salpicado.
-Les prohibí que mataran a los miembros de este equipo, todos son indispensables para el plan que tenemos en mente, ¿y tú los matas con cada berrinche que haces?
Daniel no dijo una sola palabra, pero no dejaba de mirar a Viktor a los ojos. De todas las personas que estaban ahí, era el único capaz de plantarle cara, por su agilidad y su falta coherente de miedo. Viktor también lo sabía, pero evitaba meterse con él, sólo lo regañaba, porque pensaba que hacía lo correcto.
-Si hubieras encontrado gente competente para lo que debe hacer bien, no estaríamos así. ¿Hablaste con César?
Daniel empezó a limpiarse la mano ensangrentada con un trapo, y Viktor se acercó más, con las manos por detrás de la espalda, dando pasos lentos y mirándose de vez en cuando la punta de los zapatos.
-Hablamos, sí. Me dijo cómo fue que lo sacaste de la cárcel, y al parecer, las bombas plásticas compactas sirvieron muy bien. Me confesó su error hace diez años, y lo bien que desempeñaste tu parte en aquel incidente. Ahora él sabe que no estamos detrás de aquel cuchillo, y que perdimos el rastro de su paradero. Lo mandé a una misión…
Daniel tiró el pañuelo sucio al suelo, poniendo un rostro crispado, que siempre componía cuando algo no le parecía. Las uñas de los dedos le calaron un poco, cuando se las clavó en los muslos para disimular su enojo.
-¿Y por qué yo no voy?-, dijo el muchacho, sintiéndose desplazado y ofendido.
Viktor lo miró, con su sonrisa sarcástica a través de la barba.
-Porque necesita aprender y regresar a hacer lo que se le pida, por eso. Tú ya hiciste bastante por ahora, y lo has hecho bien. Me dijo que te encontraste con Luis Zaldivar la noche pasada en el reclusorio…
Daniel sonrió, y volvió a tranquilizarse poco a poco. Recordaba el rostro de Luis, lleno de miedo por su presencia en aquel lugar.
-No tienes una idea de cómo estaba, Viktor. Sus ojos tenían miedo, y él se moría de ganas de salir de ahí. Al parecer no olvidó mi promesa, de que cuando lo volviera a ver, lo mataría. Pretendo cumplírsela, si tú me lo permites, claro…
Viktor asintió, y le tocó el hombro a Daniel en señal de amistad.
-Por ahora, necesito que te quedes aquí, y que busques la mejor manera de entrenar a la gente que sacaste de la cárcel anoche. Muy buena idea de tu parte, reemplazar a los miembros que matas con esos desdichados…
Daniel miró por encima de algunas cajas más allá del hombro de Viktor. Había una treintena de hombres y unas cuantas mujeres, intimidantes y un poco salvajes. Al parecer, todos querían salir de ahí, y Daniel les ofreció algo mejor. Todos estaban de acuerdo, pero al parecer estaban impacientes por empezar pronto con las cosas que debían de hacer.
-Haré lo posible, Viktor. Mientras tanto, vigila a César. Si se equivoca, yo mismo lo mataré, y no te pediré permiso.
Daniel se alejó, dando grandes zancadas en cada paso, y Viktor miró de nuevo el cadáver del muchacho. Alguien se encargaría de él.

Viktor tenía una bodega solitaria, pequeña, para sus propios planes. En ella, había una hermosa cama, con dosel y cortinas. Parecía una preciosa recámara, con tocador y otros muebles, pero enmarcada en un espacio de pesadilla, sin pintura, con algo de humedad. En la cama estaba Flor, sentada, mirándolo. No la retenía amarrada ni esposada, pero ella sabía cuándo estar tranquila.
-¿Qué desea?-, dijo Flor, mirándolo con todo el odio. Estaba despeinada, algo sucia, y en sus ojos pasaban las marcas del desvelo total. Viktor no la miró, pero tampoco se abalanzó sobre ella para hacerle daño.
-Tengo la intención, señorita Chávez, de buscar a Javier Carrillo a toda costa. Ese hombre me ha puesto en ridículo antes, y quiero pagarle con la misma moneda. Estará enterada de que en el nuevo equipo de investigación de su jefe el comandante Molina hay un espía, ¿verdad?
Flor abrió más los ojos, y sacudió la cabeza, esperando que todo eso fuera una mentira.
-No es cierto. No puede ser…
-Pues no debería ser tan ingenua, muchachita. Esa persona fue enviada para matar a una persona en particular, pero también ha estado mandando información, y eso es de ayuda. Seguiré los pasos de Javier Carrillo lentamente, y ni siquiera él se va a dar cuenta. Y cuando mi informante cumpla con su trabajo de asesinar, bueno, será doblemente recompensado…
Flor no se mostró nerviosa, al contrario, ya que estando más tranquila, ponía más atención.
-¿Y por qué me dice todo esto, señor Kunnel? Estoy atrapada aquí, no puedo hacer nada al respecto. ¿Qué gana con eso?
Viktor ahora sí la miró, se acercó a la cama, y se sentó casi a lado de Flor, quién se alejó un poco de su presencia.
-El motivo de que usted esté aquí se debe a eso, a la incertidumbre. Quiero mantenerla aislada, al menos no de mis propias noticias. El miedo es un buen catalizador para el cerebro, para el potencial escondido de nuestra mente. Será un vehículo del miedo, de la impotencia, pero no será la única. Hoy es 02 de Noviembre, tenemos un mes y 10 días para divertirnos… Cuando llegue el momento, sabrá lo que hice con usted…
Viktor se levantó, y caminó de nuevo a la puerta, cerrándola después. Flor miró el lugar donde él se había sentado, y encontró una calaverita de azúcar, con su propio nombre en un papelito de color rosa…

Isabel estaba frente a la bolsa negra, con el cadáver de Bryan, después de que los forenses la cerraron. Sólo había entrado Javier con ella, pero ella no parecía ponerle atención. Él la miraba, apoyado en una de las paredes de la morgue. Había sido una experiencia aterradora ver aquel cuerpo casi calcinado, pero al menos con la mitad reconocible.
-Lo siento mucho, Isabel. Sé que es duro, pero hay que continuar con el plan. Hay que garantizar que la gente va a estar bien, y sé que eso lo hubiera querido Bryan. Mañana empezaremos a poner en práctica lo que sabemos, y no sé qué más tenga en mente el comandante Molina, pero…
Isabel lo miró, con ojos llorosos y un poco resignados.
-¿Tiene idea de lo que se siente perder a alguien, señor Carrillo? ¿O sólo sabe hacer su trabajo bien?
Javier tomó un banco que estaba cerca, lo acercó a Isabel, y se sentó cerca de ella.
-Mi padre falleció antes de entrar al SEMEFO. Fue una experiencia terrible, ya que somos 8 hermanos, y mi padre se casó de nuevo. Toda la familia estuvo triste durante mucho tiempo, pero decidí venir a la ciudad, a trabajar en lo que quería. La muerte de mi padre puede que me haya inspirado a trabajar en servicio de resolver las muertes de las personas, pero el hecho de estar lejos de mi familia me quema demasiado. En ese sentido no sólo perdí a mi viejo, sino a mis hermanos, a mis sobrinos y a todos los demás.
“Luego encontré a Luis, y a pesar de que ahora estamos distanciados, siempre ha sido cómo uno hermano. Creo que por eso me he enojado con él, porque siempre lo he defendido y salvado de muchas, y él sólo sabe investigar e indagar. Hace cómo 4 años, investigamos a un asesino que se disfrazaba del maldito fantasma de María Félix para asustar y matar. Cuando descubrimos su identidad, tomó a Luis por el cuello, e intentó rebanárselo. Tuve que dispararle al asesino en la cabeza antes de que matara al muchacho…
“Creo que fue la primera vez que maté a alguien en defensa propia, aunque mi vida no estaba en peligro. Luis es una persona complicada, pero no soportaría tampoco la idea de perderlo, aunque yo no lo demuestre. Es un muchacho muy bueno, y ha ayudado en mucho, y creo que me equivoqué en enojarme con él…”
Isabel estaba atenta a cada palabra que Javier decía. Nunca había imaginado que una persona tan seria cómo Javier podría explayarse así de sus sentimientos.
-¿Y por qué no le dice? El señor Zaldivar es un poco extraño, lo admito, pero no creo que lo haya hecho con mala fe. Yo no estoy tan enterada de todo lo que implicaba mandar información al IECM acerca de su trabajo, pero todo puede ayudar, no lo dude…
Javier asintió y se puso la mano alrededor de las sienes. Sonrió un poco, tratando de conciliar la jaqueca.
-Creo que tienes razón, Isabel. Aun así, y cambiando el tema, quiero que sepas que entiendo tu pérdida. Voy a salir con los demás, si necesitas algo, no estaré lejos.
Javier se levantó y se encaminó a la salida. Isabel lo nombró:
-Señor Carrillo…
-¿Qué pasa?-, dijo Javier, deteniéndose a medio camino.
-Gracias, de verdad.
Javier sonrió y se alejó de nuevo caminando pesadamente.

Aquella noche del 02 de Noviembre, en un aula vacía de la facultad de Filosofía y Letras, dos profesores preparaban sus papeles para un simposio acerca de los inconvenientes sociales y políticos en el ataque al reclusorio la noche pasada. Luis Graillet escribía algunas notas en la laptop y Alberto Ruiz le dictaba ciertas ideas:
-“Y es así cómo el estado de derecho adquiere su forma más débil ante los medios de comunicación. La sociedad necesita información confiable para generar sus propios juicios y…” ¿Ya vio que hora es profesor Graillet? Creo que deberíamos acabar por hoy…
Luis Graillet dejó de escribir, y lo miró a través de los lentes. Su ceño era divertido, y a Alberto le causó risa.
-Muy bien, señor Ruiz, pero no me diga eso, me siento cada vez más viejo. De todas maneras, creo por dónde va tu idea, y terminaré de escribirla en casa, eso se me hace justo. ¿Vienes también?
Luis ya estaba de pie, y Alberto apenas empezaba a recoger algunos documentos impresos.
-Ni idea, tengo que dejar todo cómo estaba. De todas maneras, quedarnos en la facultad después del horario permitido ya es mucho. Nos veremos mañana, ¿está bien?
-Perfecto, gracias por tu apoyo Alberto, espero ya la fecha del simposio. La gente no puede creer tantas cosas que implican un ataque directo a un lugar como ese. ¿Tienes idea de quién pudo haber sido?
Alberto miró hacía los papeles que estaba acomodando, mientras Luis se ponía en el hombro la mochila con la computadora ya dentro.
-No creo que hayan sido narcotraficantes. Ya viste las noticias, nadie tiene un arma de ese tipo para abrir las paredes. En fin, hasta mañana…
-No te vayas tan tarde, profesor Ruiz. Y cuídate…
Luis se alejó, componiendo una sonrisa antes de cerrar la puerta. Alberto escuchó sus pasos alejándose por el pasillo hacía la salida.
-No quisiera saber quiénes fueron, y por eso me siento con miedo…-, dijo Alberto para sí mismo. Fue cuando escuchó el rechinido de la puerta, que se abrió un poco, dejando entrar un poco de aire.
Alberto dejó el fajo de papeles sobre el escritorio, y miró hacia la puerta. No había nada ni nadie quién la hubiera abierto por error.
-¿Hola? Perturban mi conciencia, muchachos…
Nadie contestó. Alberto soltó una risita floja y se puso de pie, un poc nervioso, parea caminar hacía la puerta.
De repente, sin aviso, alguien le saltó por delante, sacándole un susto de muerte, que casi lo hizo tropezar con una de las butacas. Era una muchacha, de cabello largo y ojos rasgados, muy bonita. Se estaba carcajeando al ver la cara pálida de Alberto, que no hizo otra cosa más que verla con ojos de furia.
-¡Sorpresa, chaparrito! No quise asustarte, pero fue una buena idea…
Lo abrazó, y él se sintió más tranquilo. Acarició su pelo largo y le dio un beso en la mejilla.
-Eres una tonta. Pensé que eras… Bueno, da igual. Déjame recoger mis cosas, y nos vamos.
La chica se llamaba Ángeles, pero le gustaba que le dijeran Angie, aunque no le importaba demasiado. Se sentó en una butaca a mirar a Alberto, mientras recogía sus papeles y demás cosas.
-No me vayas a dejar fuera del simposio, quiero venir a verte. El consultorio se pone aburrido, y a veces ni siquiera tengo citas. Necesito hablar de algo más que no sean dientes…
Alberto soltó una carcajada, arrugando la nariz a través de las gafas.
-Tu carrera es interesante, Angie. Nunca lo dudes. Pero de todas maneras, un poco de filosofía política y social no te va a hacer daño. Listo, vámonos…
Cuando se levantaron, las luces del aula se apagaron. Alberto frunció el ceño, y Angie se acercó rápidamente a él, para agarrarse de su brazo.
-¿Es otro de tu sustitos? Ahora sí lo estás haciendo de poca, la verdad. ¿Cómo le hiciste para apagar las luces?
-Yo no hice nada, Alberto. Ya vámonos, ¿quieres? A lo mejor los de intendencia ni siquiera saben qué estabas aquí, ¿quién te manda quedarte tan tarde?
Alberto la tomó de la mano, agarrando las cosas con la otra, y salieron del salón ahora vacío.
Las luces del pasillo también estaban apagadas, y las ventanas que daban a los jardines sólo reflejaban sombras tan opacas de los árboles con la luz de la luna.
-Esto no está bien. Sal de aquí, y ve por alguien, por favor…
-Pero Alberto…
Angie se quedó callada, cuando Alberto le soltó la mano, para hacerle una seña con el dedo en la boca. Ambos estaban quietos, tratando de escuchar. No había nada ni nadie, pero había un susurro en el aire, y pasos apagados, justo detrás de ellos…
Un golpe por detrás, y Alberto y Angie cayeron al suelo, sólo que ella, más liviana, salió rodando algunos metros más allá. Sentía que se había doblado el tobillo, y apenas pudo ponerse de pie. Vio que Alberto estaba en el suelo, mirándola, y sobre su costado, una enorme pierna, de una persona también muy alta y gruesa. En la oscuridad no alcanzó a verle la cara, pero se asustó demasiado cómo para poder hacer algo.
-¡CORRE! ¡VETE…!
Alberto pudo gritar con todas sus fuerzas, antes de que aquel enorme personaje lo girara, y le golpeara el pecho.
-Te encontré, Alberto. Le debes una a Viktor aún, espero estés orgulloso de ayudarle en su plan…
Alberto tosió, y miró a su atacante. Lo reconoció por la voz.
-No, César… No te vas a salir con la tuya…
César sacó de su cinturón un cuchillo demasiado grande y afilado, y sonrió antes de bajar la navaja en un último golpe.

Angie no quiso mirar hacia atrás, y aunque las lágrimas le escurrían por las mejillas, seguía corriendo, cojeando con su tobillo torcido, hacía la salida. Pero antes de llegar a la puerta, una figura la detuvo, haciéndola tropezar. Era un enorme pájaro, cómo un pavo o guajolote, pero la mitad del cuerpo para arriba, en vez de cabeza de ave, era un torso de mujer, con una máscara de sufrimiento y terror.
Angie gritó, justo cuándo aquella figura macabra se lanzó hacía ella…



FIN DE LA PRIMERA PARTE


lunes, 11 de febrero de 2013

El Último Sacrificio: Presentando al Equipo.


Isabel estaba esperando a que sacaran los cadáveres del edificio, y aún guardaba la esperanza de que Bryan siguiera con vida. Salvador estaba cerca de ella. Se sentía intranquilo estando con los demás, siempre discutiendo, siempre tensos:
-Todo va a estar bien, señorita. No se preocupe.
Isabel sólo asintió.

Azahena se sentó en el borde del asiento del coche. Javier estaba de pie frente a ella, con sus dos enormes manos alrededor de las de ella. Estaba más tranquila, y su piel ya no lucía tan pálida cómo cuando salió de la prisión. Javier la observaba un momento a ella, y en otro desviaba su mirada a Luis, quien estaba enfrascado en una conversación un tanto escandalosa. Azahena también lo notó:
-¿De quién crees que se trate?
-¿De qué hablas?-, le preguntó Javier.
-Luis mencionó a una mujer, creo que el señor Molina lo sabe…
Javier se encogió de hombros, y con toda su enorme altura, se puso de cuclillas, para estar a la altura de su rostro.
-¿Qué querían ellos contigo? ¿Por qué te buscaron?
Azahena suspiró, cerrando los ojos. No quería recordar nada de aquello, pero le contó la historia. El cómo había conocido a Viktor para buscar un buen plan para aquella fiesta en septiembre, el miedo que tenía acerca de ese trato, y de cómo aquel hombre pensaba que su plan estaría consumido a través del sacrificio de ella y de Javier.
-Nosotras estábamos en el momento menos indicado. Creo que el hombre delgado vino por su amigo, pero no esperó encontrarme… Él dijo que también venía a visitarme… ¡Sabía que estaba aquí!-, dijo Azahena, preocupada. Se llevó ambas manos al rostro, desesperada.
-No tenías idea, Azahena. Pero ellos tal vez sepan mucho más de cada uno de nosotros de lo que podríamos admitir. Lo más importante, y lo mejor, es que ya estás a salvo. Sirvió de algo que le hubiera pedido a Flor que te dejaran salir…
Así que eso era lo que Javier le había pedido a Flor la noche del incidente en su casa, y Azahena no lo había sabido después de todo. Javier no se sentía mal por su actuar aquel día, y estaba dispuesto a que ella cambiara. Ambos se dedicaron una sonrisa.

Hiram escuchaba atento a Luis, a pesar de que el muchacho era un manojo de rabia. Se la había pasado dándole patadas al auto, caminando cómo desesperado, y sólo hasta que pudo tranquilizarse un poco, empezó a hablar:
-¿Cómo diablos pudo contratarla? ¿En qué estaba pensando?
-Tranquilo, señor Zaldivar. Tuve que buscar a la mejor gente entre su ramo, aquellas que se hicieran cargo de cualquier emergencia en caso de necesitarlas. Espero me entienda, que todo esto es por su bien…
-¡Pero a ella no…!-, exclamó Luis. Tal parecía que quería arrancarse los cabellos.
-Eso es irrelevante. Usted también tuvo que mentir y esconder cosas para protegerse a usted y al señor Carrillo hasta que llegara el momento, ¿no es así? Pues ahora llegó el momento, y va a tener que limitarse a seguir mis instrucciones.
Luis lo miró con odio, resoplando por la impotencia de no poder hacer nada más.
-¿Y que se supone que haremos?-, preguntó el muchacho, un poco más tranquilo. Sentía cómo le corría el sudor por el rostro.

-Es un equipo especial, algo que jamás habíamos hecho, o al menos no a ese nivel. Se trata de detener a uno de los más peligrosos terroristas y genocidas de los últimos años, y que lamentablemente ha escogido nuestro país cómo sede para otro de sus crímenes, y que desde hace 10 años ha puesto en inicio un plan para lograr su cometido. Nos referimos a Viktor Kunnel, alias “El Sicario”…
Los miembros del IECM escuchaban atentos, y la prensa interna tomaba fotos y notas. La junta se había hecho apenas 12 horas después del incidente en el Reclusorio Mixto, y algunos de los miembros del nuevo equipo del comandante Hiram Molina, que estaba en medio de la mesa.
A su izquierda, estaban sentados Javier, Luis y Salvador, en ese orden. Javier y Salvador estaban vestidos con sus batas de médicos del SEMEFO, y Luis sólo ostentaba un extraño saco con los codos parchados, uno de sus favoritos. Javier se acomodó los lentes, y miró de reojo a Luis, pero sin dedicarle muchas palabras.
A la derecha de Hiram estaban sentadas Azahena e Isabel, quién se veía demasiado ansiosa. Bryan seguía desaparecido, y ella tenía que estar ahí, pasara lo que pasara. Azahena, recién bañada y vestida con un denim color negro y una blusa azul marino, se veía más feliz, aunque igual de preocupada. Todas esas miradas acosándola parecían un montón de abejas que la picarían a la primera palabra o movimiento absurdo.
A su lado, había dos sillas vacías, y dos vasos de agua, compartiendo una sola jarra. Javier le había dicho la verdad: Serían siete los miembros del equipo especial, incluyéndola a ella.
-Los convoqué a esta junta, para presentarles a los miembros de este equipo. Quise llamar a la prensa interna del IECM y a los miembros de los demás departamentos, así evitaremos la prensa externa que pueda causar algún tipo de pánico entre la población. Tenemos, a mi extremo izquierdo, al doctor y médico forense recién graduado de Estados Unidos, el señor Salvador Ángeles. Colaborará con nosotros en la identificación de cuerpos, ciencia forense y salvaguardando vidas, en caso de ser necesario…
Con un movimiento cortés de la mano de Hiram, Salvador se ajustó bien la bata con ambas manos, se levantó, y se inclinó levemente, agradeciendo los aplausos de los presentes, y recibiendo algunos flashes en el rostro.
-Después está el señor Luis Zaldivar. Investigador en Filosofía Mexicana, autor de una tesis acerca de filosofía náhuatl, ha colaborado en las investigaciones de muchos casos para la agencia, poniendo en secreto su trabajo, incluso dentro de su vida personal…
Otra vez aplausos y flashes. Luis se sentía avergonzado, y la cara se le ponía roja, porque sabía que nada de eso merecía un perdón justo.
-Javier Carrillo, médico forense del SEMEFO, jefe de toda una división dentro de ese apartado, y aclamado investigador privado. Comenzó su carrera en este ramo cuando acontecieron los fatales sucesos en el Museo de Antropología hace 10 años, y así cómo ha resuelto los mejores casos en todo este tiempo, confiamos en que pueda hacer de este el mejor trabajo que jamás haya concebido.
Ahora la ovación de los presentes fue de pie, más escándalo y más fotografías. Javier había pensado siempre que en el ramo oficial de la investigación les tenía cierto rencor a los investigadores privados, pero a él incluso lo admiraban. No hizo más que sonreír cortésmente, y volvió a sentarse dónde debía.
Javier miró hacía su derecha, esperando el turno de los demás miembros.
-A mi derecha se encuentra la agente Isabel Aros, experta en artes de combate cuerpo a cuerpo y el uso de armas a corta distancia. Nos complace tenerla aquí, y esperamos que Bryan, su compañero, aparezca pronto.
Más aplausos y flashes. Isabel se sentía agradecida por las muestras de cariño, pero también estaba asustada. Cada vez que le mencionaban a Bryan sentía un estremecimiento, y le dolía el pecho.
-Todos sabemos que hay que internarnos en el más oscuro de los agujeros antes de salir a la luz, y que siempre las mayores afrentas pueden perdonarse, en favor de un bien común. La señora Azahena Gomezcaña sabe de lo que hablo, ya que fue condenada a casi 40 años en prisión por homicidio, pero ella sabe más que nosotros de lo que estamos enfrentando. Conoce de buena fuente a Kunnel, y eso puede servirnos de ayuda. Si todo termina cómo lo hemos planeado, la señora Gomezcaña cumplirá con toda su condena, ya que ha sido ella la víctima de las circunstancias…
Un poco menos de aplausos, pero sí muchas fotos. Azahena se sintió apenada, pero miró a Javier rápidamente. Ella no entendía el propósito de su presencia en aquel equipo especial, pero ahora sabía que sería la carnada, la forma más segura de llegar hasta Viktor.
Hiram tomó un largo trago de su vaso de agua, mientras los presentes seguían tomando notas en sus tabletas. Nadie parecía estar seguro de lo que vendría a continuación.
-Aún faltan dos miembros del equipo. Necesitamos un personal completo pero compacto, para poder movernos con sigilo entre las filas enemigas, y espero eso no se escuche muy militar…
El público alzó algunas risas. Hasta Javier se sonrió.
-Tenemos la presencia de una experta en comunicaciones y en transporte de personal y de material. Ha trabajado en distintas misiones, tanto en el país como internacionales, al servicio de gobiernos exclusivos y del ejército mexicano. Ha demostrado ser una mujer suficiente y con las características que necesitamos para desplazarnos por la ciudad. Les presento a Kerly Juca Delgado, experta en telecomunicaciones.
Por la puerta de la derecha, hasta el fondo, entró una muchacha, de piel fina, rasgos afilados, el cabello ondulado, acomodado encima del hombro izquierdo, con una mirada penetrante, pero componiendo una sonrisa cómo ninguna otra. Miró a Hiram, y se dirigió a él para saludarlo. Todos los presentes se quedaron boquiabiertos, excepto las mujeres, que también eran muchas, y parecían medir todos los movimientos. Kerly se sentó con parsimonia exagerada en la silla a lado de Azahena, y se dirigió al público, después de su bienvenida con aplausos.
-Gracias, miembros del IECM, comandante Molina, gracias a todos. Espero estar al tanto de las actividades de este equipo, a algunos ya los conozco a través de las noticias, y con los demás me iré acoplando. Vamos a hacer lo mejor posible por detener a ese hombre…
Otra vez aplausos, y más fotografías. Mientras los miembros del IECM seguían tomando notas, Hiram se preparó para presentar al último miembro.
-Por último, quiero presentarles a uno de nuestros miembros en investigación. Es una mujer que ha adquirido una buena educación, además de varias maestrías y doctorados en estudios religiosos en el país, con una tesis completa de la religión Náhuatl dentro de la UNAM, y se ha destacado en el medio cultural de países como Estados Unidos, Alemania, Francia y Japón, entre otros. Miembros del IECM, les presento a Vianney Gil…
Luis se acomodó en su asiento, nervioso, y Hiram lo notó. Javier miró hacía su compañero, y luego a la muchacha que había entrado. Ella era la mujer por la que Luis se había enojado, y con justa razón, porque no sabían en qué peligros podían entrometerse, y ella se veía demasiado inocente. Hiram parecía mover sus hilos a diestra y siniestra para conseguir un resultado óptimo.
Vianney parecía de la edad de Luis, e incluso más chica. Era menuda en estatura, pero su complexión hacía que se viera importante. Tenía el extenso cabello color negro, con unas mechas rojizas, atado en una cola de caballo, y con aquel traje sastre parecía irradiar su propia inteligencia. También saludó a Hiram, y miró por encima de Javier hacía Luis. Con sus labios el compuso algo parecido a “¿Qué haces aquí?”, pero Luis no respondió, y la miró con miedo.
-Gracias por la bienvenida. Trataré de ayudar en esta causa, que preocupa a todos-, dijo Vianney, algo abstraída, sintiéndose más apenada que nunca, y con la preocupación de ver a una persona de su pasado ahí.
El equipo ya estaba listo.

-Agradezco su presencia, sus preguntas serán contestadas por medios más seguros, y esperamos que nos acompañen y apoyen hasta el final. A partir de este momento, comienza la operación y entrenamiento de la División Alterna de Investigación. Muchas gracias…
El escándalo y las fotos aumentaron conforme los miembros del equipo se retiraban. Cuando todos estuvieron fuera del alcance de los miembros del IECM, Luis se acercó a Vianney.
-Siento no poderte decir todo. Sigo molesto con la idea de que Molina te haya contratado para esto. ¿Sabes en lo que te estás metiendo?
Vianney lo miró, cómo analizándolo. Hacía años que no lo veía, y aunque ya no estaba tan subido de peso cómo antes, parecía mucho más desesperado por dejar de envejecer.
-Traté de buscar más información, pero no me da miedo. Admito que estás aquí, eso me deja más tranquila. Sólo espero no terminar cómo la otra ocasión, ¿entendido?
Luis asintió, desganado, componiendo cierta sonrisa de enfado.

Javier y Azahena estaba junto a Salvador, quien les había servido un café para cada quien. Miraban a Luis platicando con Vianney, y a Hiram tratando ciertos asuntos con Kerly, quien parecía demasiado divertida. Salvador se quitó un momento el borde de la taza humeante de la boca.
-Maldita sea la hora en la que dijimos que sí, doctor Carrillo. Al parecer, las personas con las que tratamos están más enteradas de todos nosotros, y entre nosotros ni siquiera nos conocemos. ¿Cómo pretenden que avancemos?
Javier miró a su compañero, y Azahena no dijo ni una palabra. Se limitaba a escuchar, tratando de aprender más de la gente con la que iba a pasar algunos días.
-Vamos a tener que hacernos a la idea que no estamos solos ahora, y que todo lo que hagamos va a repercutir en el grupo, sea bueno o malo. Es por el bien de las personas…

Hiram interrumpió un momento, ya que su celular vibró con la llegada de un mensaje de texto. Todos se quedaron en silencio, cuando el comandante volvió a cerrar su bolsillo con el dispositivo dentro. Isabel fue la primera en acercarse, pálida y con las manos temblorosas. Hiram la miró con aire ausente y serio.
-Lo lamento, Isabel. Encontraron el cuerpo de Bryan. Tenemos que irnos…


sábado, 9 de febrero de 2013

Primer Aniversario del Blog

Mi vida transcurre entre dos universos. Uno, el de mi vida real, aburrido y doloroso. Y el que siempre quise vivir, y ahora estoy cumpliendo, cómo un sueño hecho realidad...

Ha pasado un año desde que iniciamos con este viaje juntos, tu yo yo, querido lector. Nunca pensé que esto iba a durar, y que todos ustedes iban a continuar hasta el final.

Han pasado todo tipo de historias en este año, proyectos planeados, otros frustrados, algunos más experimentales y otros clásicos, pero con el mismo sentido de creatividad que me caracteriza.

Les agradezco a todos ustedes el hecho de haberme leído, de haber comentado como podían y de haber incluso criticado, que para eso sirve este trabajo. La crítica nos hace aprender, más la negativa, por que la positiva se resume en un elogio, que nos hace sentir autoestima. La crítica negativa te enseña a no cometer los mismos errores siempre, y a enmendar todo lo malo en nuestros escritos.

Creo en que pueda todo esto resultar favorable, y me permitan, ustedes y el despiadado tiempo, poder seguir con ustedes muchos años más.

Los quiero mucho, y espero que este camino personal siga intacto con los mejores acompañantes de viaje: Mi familia, mis amigos y (aunque no sé si siga siendo) el amor de mi vida.

¡Mil Gracias!

Atte:

Luis Zaldivar.


viernes, 8 de febrero de 2013

El Último Sacrificio: Ollin Miquiztli


Daniel miró a Azahena a los ojos, y ella vio en ellos terror y miedo, lo que la hicieron retroceder. Bryan sólo podía ver de lejos sombras y confusión, mientras abajo, el calor de las llamas ascendía un poco más. Isabel empezó a toser por el humo, pero no se movió.

-Déjenla en paz. Vine por ella y me la llevaré. ¿No te conozco?

Isabel señaló con la punta de la pistola al hombre grande que acompañaba a Daniel. Había salido en el periódico por haber causado la muerte de tres personas en el Museo de Antropología hacía 10 años, pero ella dudaba bien si se trataba del mismo hombre, ya que ahora estaba rapado, pero se veía igual de amenazador que en aquellos tiempos.

César sonrió, pero no dejó de observar toda la escena frente a él.

-Bueno, eso me han dicho muchas personas. Por lo normal, no duran mucho vivas…

César y Daniel se miraron, riéndose a carcajadas. Daniel movía los dedos de manera compulsiva, y se escuchaba un leve sonido metálico, cómo si aferrara entre sus dedos algo peligroso.

-No me importa quiénes sean, o a lo que vengan. Me llevaré a Azahena, y eso no lo van a impedir. ¡Bryan! ¡Bryan!

El muchacho escuchó su nombre a través del alboroto, que ya era menos, y se movió, brincando para que lo vieran: -¡Isa! ¡Tienen que salir de aquí!

Daniel puso atención a los gritos del hombre del otro lado del agujero, pero no hizo nada. Avanzó levemente, mientras Isabel y Azahena se hacían hacía atrás, algunas veces tropezando con los restos de pared y metal que se atravesaban en el suelo.

-No queríamos llegar hasta este punto, querida amiga, pero ahora que lo pienso bien, creo que sería mejor…

Cuando Daniel ya había caminado casi dos metros, y a Isabel no le quedaba más que temblar con la pistola entre las manos, el muchacho, tomando agilidad y vuelo, saltó de regreso, corriendo hasta el borde del agujero, para llegar de un enorme salto hasta el otro lado. Bryan tuvo que hacerse hacia atrás, cayendo sobre su costado, mientras miraba cómo Daniel se ponía de pie frente a él.

-¡Excelente salto!-, gritó César desde el otro lado. Daniel hizo una pequeña reverencia.

-Encárgate de ellas. Tengo otro asunto en mente-, exclamó Daniel sin gritar, ya que su voz era demasiado fuerte como para escucharse bien sin la necesidad de elevarla.

César volteó y se tronó los dedos, mirando a las mujeres, que seguían paralizadas cerca del recodo en aquel pasillo.

-Nos va a matar, tenemos que salir, por favor…-, dijo Azahena, gritando y jalando a Isabel de la manga para que se apresuraran.

-No puedo, falta Bryan… ¡Bryan…!

El muchacho volvió a escuchar la voz de Isabel, y levantándose, se fue alejando un poco de Daniel.

-Váyanse. Iré después de ustedes. Isabel…

La muchacha, que estaba a punto de desaparecer en el pasillo, se detuvo un momento, bajando el arma.

-¿Bryan?

-Te quiero mucho, preciosa…

Isabel abrió los ojos, y aunque quiso dar un paso más de regreso, Azahena la agarró para que no se animara a hacerlo. Y César ya venía hacía ellas, con pasos grandes y pesados, pero sin ninguna prisa.

Daniel miró a Bryan a los ojos, y dejó de mover los dedos, mostrando unas extrañas uñas, de aspecto metálico, que parecían resplandecer con el brillo del fuego. Bryan sacó de su bolsillo en el saco una pistola, que parecía exceder incluso el tamaño de una de sus manos.

-Incluso en la oscuridad, los hombres más valientes temen. Lo siento demasiado Bryan, pero no creo que vuelvas a ver a esa hermosa mujer nunca más…

Daniel se abalanzó, usando cómo armas aquellas uñas metálicas y Bryan soltó un disparo, que obviamente no dio en el punto indicado. Un rasguño de metal desgarró el pecho de Bryan, manchando su ropa de sangre, que brotaba demasiado pegada a la piel. El agente tuvo que soltar la pistola para poder pelear, y se dio cuenta que era imposible.

Daniel se movía con una destreza y agilidad, que incluso el aire se rasgaba y se escuchaba con cada golpe de las garras en el vacío. Bryan ignoraba el dolor de las heridas en el pecho, y trataba de propinarle un golpe, pero era demasiado rápido. En un momento, Daniel se atrevió a bajar la guardia y Bryan le tomó una de las manos, pero con la otra, Daniel le encajó las uñas en el vientre, justo en el centro del estómago. El dolor dio paso a una corriente de sangre inevitable, que inundó poco a poco el suelo a sus pies.

-Eres un… maldito…- La voz de Bryan se escuchaba adolorida, desesperada, y sus ojos mostraban miedo y odio.

-Yo no tuve la culpa, querido amigo. Si de verdad quieres encontrar a un culpable, busca al que planeó todo esto…

Las garras ensangrentadas salieron con otro estallido de dolor, y cuando Bryan soltó la otra mano, Daniel usó ambas y arrojó al agente hacía el agujero, empujándolo hacía el fuego. Lo vio caer y desaparecer entre las llamas, y sólo sonreía. Se sacudió la mano ensangrentada, y aunque la mayoría del líquido salpicó una pared cercana, no toda se cayó y la que quedó Daniel la lamió.

-Hora de terminar el trabajo…

 

El celular del comandante Hiram Molina vibró bajo su saco. El hombre, que estaba a punto de retirarse de la oficina de Javier Carrillo se detuvo, para contestar. Era el número de la agente Aros.

-¿Qué sucede?-, preguntó con voz severa.

Nadie dijo nada. Luis se había alejado de Javier para tomar un poco de agua, y Salvador estaba cerca del escritorio del médico, y no se había separado de él por más que quisiera. Javier ponía atención a la plática, pero no alcanzó a escuchar nada. Hiram compuso una cara de preocupación, con los ojos desmesuradamente abiertos, y las narinas le resoplaban rápidamente.

-¡Salgan de ahí, cuanto antes! Voy para allá…

Y colgó. Hasta Luis derramó la mitad de su vaso cuando el comandante Molina vociferó aquella orden. Era obvio que algo iba mal.

-¿Sucede algo, comandante?-, preguntó Javier.

-Tenemos que irnos. Los cuatro cabemos en mi auto. Vamos, dense prisa…

Nadie necesitaba explicaciones, y menos de un funcionario de tal categoría. Primero salió Salvador, tratando de entender en lo que se había metido. Javier se quedó en la puerta, esperando a que Luis tomara su chamarra y se encaminara con ellos.

-El hecho de que vengas ahora no significa que te perdoné. Confié en ti, y me traicionaste. Espero estés contento-, dijo Javier, mientras Luis se ponía la chamarra debajo del marco de la puerta. Luis lo miró, desde debajo, cómo quien mira desafiante a su atacante.

-Aún seguimos vivos, no molestes…

Después de que Luis salió, Javier azotó la puerta al cerrarla. Su rostro estaba enojado, pero dentro no quería pensar en otra cosa.

 

Mientras el auto de Molina y sus acompañantes se dirigían al norte a gran velocidad, Isabel y Azahena seguían corriendo, tropezando con algunos escombros o chocando con mujeres que estaba histéricas. Las alarmas de incendio no dejaban de sonar por todo el complejo, y una ligera capa de humo cubría casi todo el suelo hasta el pecho. Azahena se sentía con el pecho ardiendo por el calor y el humo, mientras Isabel iba un  poco adelantada, y había tenido que disponer de una linterna para ir viendo por donde corrían.

-Hay que apresurarnos, no tardará en encontrarnos, por favor…

Azahena estaba desesperada, y su respiración empeoraba con más esfuerzo que hacía. Isabel se detuvo un momento, para ir pareja a ella, pero detrás, entre las sombras y el humo, venía César.

-¡No pueden esconderse, y están perdidas! Mejor salgan, y enfrenten su destino…

Detrás de él, llegó corriendo Daniel ni siquiera parecía de lo más cansado, y tocó el hombro de su enorme amigo.

-No, eso es descortés. Pronto serán nuestras, pero ya sabes a quién vinimos a buscar. Además, sabes perfectamente que el jefe te está buscando. Está molesto contigo…

César se detuvo un momento para mirar a Daniel con aquellos ojos furiosos. Cerró los puños, pero Daniel sólo supo cruzar los brazos, y mirarlo sin miedo, demasiado divertido.

-El señor no me ayudó cuando me metieron en este maldito infierno hace 10 años. Espero sea para algo bueno, no quiero perderme de mi libertad si tengo que ir a la boca del lobo a morir…

Daniel negó con la cabeza, y puso las manos detrás de su espalda. Podía escucharse de nuevo el chasquido de sus uñas, unas contra otras. Ese sonido ponía a César nervioso.

-El señor sabe recompensar muy bien. Tan solo si entendieras por lo que estamos aquí, no te quejarías, maldita sea. Ahora vamos por ellas, antes de que sepan por donde salir…

Mientras los dos asesinos seguían el camino del pasillo, Azahena e Isabel seguían con paso apresurado, y aunque ya no había mucho humo, el cansancio se notaba.

-¿A quién le llamaste?-, dijo Azahena, recordando que Isabel había hecho una llamada en su celular, pidiendo auxilio.

-Es mi jefe inmediato, nos sacará de aquí, no te preocupes. ¿Para dónde es?

Azahena señaló un camino hacia la izquierda, bajando unas escaleras. Después de brincar los escalones de tres en tres para apresurarse, llegaron hasta un pasillo exterior, dónde la gente se había agolpado para salir por la única puerta al patio principal. Eran muchas las presas que querían salir, pero entre golpes, gritos y desmayos, nadie podía pasar. Isabel y Azahena intentaban quitar a la gente para poder pasar, pero era inútil. Isabel se quedó como de piedra cuando vio bajar a César y Daniel por las escaleras, pero cuando se desviaron para el otro lado, comprendió que no las habían visto aún.

-Tenemos que salir, son ellos…

Daniel alcanzó a escuchar aquellas palabras desesperadas entre los gritos de las presas ansiosas por salir. La voz de Azahena era inconfundible, una dulce melodía para sus oídos. Se dio media vuelta, y ahí las vio, agazapadas, cómo gatos atrapados en la pared de un oscuro callejón.

-César, aquí están nuestras presas…

El enorme amigo de Daniel volteó, y mirando a lo lejos del pasillo, encontró los dos rostros muertos de miedo de Isabel y Azahena. La agente, preparada para cualquier cosa, levantó de nuevo su arma, esta vez sin temblar, y apuntando directamente al pecho de Daniel, que ya había empezado a caminar hacía ellas. Estaban perdidas…

Entonces, un estruendo se escuchó hacía la derecha de Isabel, y Azahena miró por encima de ella. Lo que vieron fue imposible, pero a pesar de todo, ahí estaba…

 

Un minuto antes, el auto de Hiram llegó derrapando, dando vueltas y movimientos inesperados entre las camionetas de las policías y los reporteros. Un helicóptero ya había llegado al lugar, alumbrando más allá de la puerta que tenían más cerca. Javier reconoció el edificio cuándo la enorme linterna de la aeronave iluminó el borde entre el techo y la pared.

-Azahena… ¡Por qué ella!

-Tranquilo señor Carrillo, tenemos que entrar por ella y por la agente que tengo dentro. No creo que nos dejen pasar…

-¡Ahí, mire!-, gritó Salvador, señalando por encima del hombro de Hiram. Era una de las puertas de visita, que daba al patio de ejercicios del reclusorio femenil. Había algunos agentes con las puertas entreabiertas, tratando de controlar la situación.

-¡TODOS, AGÁRRENSE FUERTE!

Hiram presionó fuerte el acelerador, dando una vuelta hacía la izquierda, enfilando el auto hacía la puerta, mientras las llantas rebotaban entre las piedras y la tierra suelta. Entre el barullo de sonidos, el motor, las sirenas lejanas y las aspas del helicóptero, Luis escuchaba más bien una música que significaba el fin inminente.

-¿Qué pretende hacer, comandante?-, preguntó Javier, tratando de buscar un borde en el asiento en el cual aferrarse. Hiram no parecía contestar, y se concentraba en poder acelerar más, antes de que cerraran por completo el portón. Cuando los guardias se dieron cuenta de que el auto venía hacía ellos, intentaron cerrar, pero fue inútil. El auto aceleró un poco más antes de chocar contra la puerta medio abierta, y los vigilantes se lanzaron hacía los lados.

El estruendo fue poderoso, el impacto muy doloroso, e incluso la sacudida violenta hizo que la cabeza de Luis chocara contra el vidrio. Javier estaba agarrado del capó del auto y Salvador había puesto sus manos enfrente, recargando su peso en el asiento de Hiram. El patio del reclusorio de mujeres era un caos, con personas corriendo en todas partes, y otras, viendo la oportunidad de la puerta destrozada, se abalanzaron hacía la salida. Afuera ya había más policías para impedirles el paso.

-¿Y ahora a dónde?-, exclamó Hiram, mirando por la ventanilla. Había un caos por todas partes, y el ruido era cada vez mayor.

-¡Ahí, derecho!-, señaló Javier hacía el tumulto de personas que querían salir por la reja al patio. El auto volvió a acelerar, sin detenerse hasta que rompió parte de la reja, separando a las dos mujeres y a Daniel, que se detuvo abruptamente cuando el auto le cortó el paso. Azahena miró aterrada el auto, y la puerta de atrás, dónde estaba Salvador, se abrió.

-¡Entren!-, gritó Hiram, mientras Isabel le daba paso a Azahena de entrar. Del otro lado, Daniel miraba atónito el auto, y cuando se cerró la puerta, con Isabel ya dentro, se asomó por la ventana de adelante. Era Javier, pero no parecía prestarle atención. Y detrás de él, Luis Zaldivar le regresaba una mirada aterrada.

-¡Te dije que la próxima vez que te viera, iba a matarte!-, le dijo Daniel, señalándolo con el dedo, mientras el otro muchacho parecía alejarse. El auto dio reversa, una vuelta intrépida de nuevo a la salida, y aceleró. Las presas que estaban en la entrada tuvieron que hacerse a un lado cuando el auto volvió a tomar velocidad para salir.

-¿Por qué los dejaste salir?-, gritó César, acercándose a su compañero. Daniel lo miró con reproche…

-Pronto los vamos a ver. Tenemos que salir de aquí…

 

El auto de Hiram salió a toda velocidad del edificio, justo antes de que todas las unidades de policía avanzaran para no dejar salir a nadie. La puerta de Isabel se abrió y salieron las dos chicas. Javier se apresuró a saltar por su puerta, y sin querer dar vuelta, se subió en la cajuela delantera, de un ágil salto, y corrió para abrazar a Azahena, que empezaba a sollozar desesperada.

Luis y Salvador salieron por la otra puerta, mientras Isabel y Hiram discutían algo en voz alta. A pesar de todo el ruido, Luis alcanzo a escuchar las palabras “Bryan” y “hacer”.

Otra explosión se dejó escuchar, esta vez un poco más cercana. Algunas unidades más ligeras de policía se abalanzaron hacía dónde había surgido la columna de humo, pero Javier sabía que sería demasiado tarde. Había visto a Daniel actuar una sola vez, y sabía que nadie podría atraparlo tampoco esta vez.

-Esto es sólo el comienzo, señor Carrillo. Por eso lo necesitamos con vida, por eso armamos el equipo perfecto para atraparlos. No se van a detener hasta conseguir lo que desean.

La voz de Hiram, más allá de tranquilizar los ánimos de los presentes, no hacían más que turbar más sus pensamientos.

-Gracias por venir por mí. No sé qué… ¡Querían matarme!-, gritó Azahena, y se puso a llorar.

-Salvador. Dale al señor Molina lo que quiere…

Salvador se acercó, desdobló la hoja que traía en el bolsillo del pantalón, y se la mostró a Hiram.

-Estas letras estaban grabadas en la carne de los doce cadáveres que nos mandaron revisar. Dicen algo, pero me imagino que falta una.

Hiram miró con más atención el papel:

O-LL-I-N-M-I-Q-U-I-Z-T-L

-Tomaron las dos L como una sola letra, y todas coinciden en que aparecieron en este orden, igual que como aparecieron los cadáveres. Ollin Miquiztl, y parece faltar una letra…

Luis se acercó y le arrebató el papel, sin importarle un comino lo que Salvador estaba explicando. El sudor le corría por la frente y las mejillas. Estaba asustado.

-¿Ollin Miquiztli? La letra que falta es una I. ¿Usted sabía lo que decía aquí?

Hiram lo miró desconcertado.

-¿Cómo lo sabe, señor Zaldivar?

-¡Es un idiota! ¿LA CONTRATÓ PARA FORMAR EL EQUIPO?

Javier no sabía lo que su amigo decía, pero pronto se daría cuenta. ¿Quién es ella?
 

 
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