Music

miércoles, 9 de septiembre de 2015

5CREAM SIN REGLAS: Muerte en Woodsboro (GRAN FINAL)

Wes, esto es para ti...


Justo antes de apretar el gatillo de la pistola, Emmerson se detuvo al escuchar la puerta de la bodega abrirse. Sin embargo, nadie se apareció detrás de ellos.
-¿Quién anda ahí?-, dijo el comandante, alarmado por la presencia de un intruso.
-Eso no se dice, podrías morir-, dijo Kirby con sorna.
-¡Las reglas no aplican aquí, estúpida!-, le espetó Kincaid, escupiendo al gritar.
-Pues qué gracioso que lo menciones, porque ustedes son dos asesinos. La fórmula de siempre: la mente maestra y la mente hábil, ayudándose para asesinar a sus víctimas. Ya no es original…
Como haciendo oídos sordos al comentario de Kirby, Kincaid caminó hacia ellos, rodeándolos. Escuchaba con atención por si se escuchaban pasos cercanos, detrás de las cajas. Pero no había nada.
De repente, se escucharon cómo varios cristales caían al suelo, y pasos corriendo para esconderse.
-¡Vino de allá!-, dijo Emmerson, señalando con la cabeza hacía le fondo de la bodega. Kincaid salió corriendo, con el cuchillo en alto, listo para atacar…
Pero detrás de las cajas no había nada más que una pared desnuda y una caja roja de metal con el cristal roto, donde antes descansaba un hacha usada en casos de incendio.
-¿Pero qué…?
Kincaid lo entendió demasiado tarde. Al dar la vuelta, se dio cuenta que Sidney ya estaba detrás de Emmerson, blandiendo en alto el hacha.
Todo pasó muy rápido. Con un grito, Sidney bajó el hacha, justo cuando Emmerson se daba la vuelta para disparar. El arma soltó un disparo, pero nadie salió herido. La pistola cayó al suelo, junto con las manos del comandante alrededor de ella. La sangre brotaba hacía el suelo y salpicando las cajas, mientras el comandante Emmerson se arrodillaba, gritando de terror y dolor, mientras veía sus muñones.
Sidney lucía un golpe enorme en la cabeza, pero nada de gravedad. Levantó de nuevo el hacha, sintiendo el peso del arma entre sus manos. Emmerson sonrió, burlándose de la mujer.
-Vamos, ¿te atreverías? Lo dudo…
-No lo dude tanto, comandante.
De nuevo, el hacha bajó, y se fue a estrellar contra el cráneo de Virgil Emmerson, partiendo su rostro desde la frente y hasta la barbilla, en un ángulo diagonal. El sonido fue como el de haber partido una sandía, salpicando sangre y fluidos. Cuando la sacó, uno de los ojos del comandante, el izquierdo, salió completo de la cuenca, rodando para perderse entre las cajas. El cuerpo cayó hacia atrás, con las rodillas aún dobladas y rodeado de sangre.
Sidney sostenía aún el hacha cuando miró cara a cara a Kincaid.
-Tú.
-Sidney Prescott. Tanto tiempo sin vernos…
-No mucho. Me encerraste en mi casa durante algunos días. ¿Ya se te olvidó?
Kincaid sonrió, acercándose poco a poco por detrás de Judy, quién seguía sin moverse.
-Eres una mujer formidable, Sid. Has sobrevivido a esta misma mierda cuatro veces, y no podemos dejar que te conviertas en la Jamie Lee Curtis de Woodsboro. Planeamos todo esto por una razón: tienes que morir. De lo contrario, regresaré una y otra vez. Este pueblo no ha conocido la tranquilidad en casi veinte años…
Sidney no se movió, aunque el hacha rechinó un poco sobre el suelo, mientras le temblaba la mano.
-Sobreviví porque mis amigos me ayudaron. Me has dejado sola. Mataste a todos los que conocía y me querían. Quemaste mi casa y pusiste en peligro a gente inocente. Billy, su asquerosa madre, mi medio hermano, Jill… Todos querían deshacerse de mí. Si tienes las pelotas, ven y acaba conmigo.
Sidney aferraba tan fuerte el hacha, que los dedos se le pusieron blancos. Kincaid levantó el cuchillo, sonriendo.
-Cómo quieras, preciosa…
Kincaid salió corriendo para alcanzar a Sidney, quién levantaba el hacha una vez más. De repente, Judy se dio la vuelta y se abalanzó contra el ex policía, derribándolo boca arriba, inmovilizando el brazo donde tenía el cuchillo. Kincaid trataba de forcejear, pero Judy se había puesto pesada.
-Judy Hicks… La policía ha muerto hoy en Woodsboro. ¿Por qué no tu también…?
De repente, la hoja del hacha cayó muy cerca de la cabeza de Kincaid, pero sin hacerle daño.
-¡No lo muevas, lo voy a decapitar!-, gritó Sidney a Judy, levantando de nuevo el arma. Como ambos forcejeaban, Judy no podía quedarse mucho tiempo quieta y menos hacer que el asesino lo hiciera también. La mujer policía sintió que su fuerza decaía, y Kincaid aprovechó ese momento de debilidad para levantar el cuchillo. Judy reaccionó y se protegió con el antebrazo. El asesino le cortó la piel y el músculo, haciéndola gritar y tirándola hacia atrás. Judy se golpeó la cabeza con unas cajas, mientras chillaba de dolor, desorientada.
Kincaid fue más rápido que Sidney. Con el cuchillo le alcanzó a cortar la pantorrilla, haciendo que Sidney soltara el hacha muy lejos de ella. Se arrodilló para hacer que la herida sangrara lo menos posible. Kincaid se levantó por completo, y se acercó a ella, indefensa. Al asesino le sangraba la boca.
-Lo que soñó gente antes que yo se va a cumplir. Esta noche, Sidney, vas a morir por fin…
Levantando el cuchillo, Kincaid soltó un último grito de furia. Sin embargo, algo en la pierna lo obligó a rendirse y dejar el cuchillo caer. El hacha se le había clavado en la pantorrilla, llegando a rebanarle parte el hueso. Javier se había podido levantar para dar el hachazo, y sacando el arma filosa, le atestó otro golpe, cortándole el pie al asesino.
Kincaid gritaba como poseso, tratando de recuperar el equilibrio, pero se dejó caer hacía atrás, recostado y retorciéndose.
Sintió un pie ajeno en su pecho y el cañón de la pistola en su cuenca ocular. Kirby le apuntaba desde arriba, y presionaba su pecho para que no se moviera.
-Ojo por ojo, hijo de puta…
Presionando el gatillo, Kirby le voló la cabeza a Kincaid, explotando su ojo.

El sonido del disparo resonó como eco en la bodega. Hubo después un silencio sepulcral. Sidney estaba aún sentada en el suelo, sangrando de la pantorrilla. Kirby sostenía de nuevo a Javier, quién estaba más débil. Judy se agarraba el brazo con la mano ensangrentada. Todos miraban hacía el cuerpo de Kincaid.
-Voy por ayuda. Los demás policías ni siquiera están enterados. Estaban haciendo ronda en las inmediaciones del pueblo por  Halloween. Quédense aquí, enseguida vuelvo…
Judy se levantó como pudo, mientras Sidney le estiraba el brazo a Kirby, pidiéndole la pistola.
-Dámela. Podría regresar-, dijo, señalando con la mirada a Kincaid. Kirby, sin pensarlo dos veces, le dio el arma, que le pesaba demasiado.
Sidney se levantó con cuidado, y apuntando con la pistola, le disparó a Judy en la espalda.
Cayó como en cámara lenta, sangrando de un costado. Judy se quedó inmóvil, boca abajo. Kirby se quedó pasmada, pero al instante, sintió el cachazo de la pistola en su rostro, haciéndola caer hacía los brazos de Javier, aturdida pero sin perder la conciencia.
-¿Pero qué…?-, exclamó el muchacho.
Sidney miró a la joven pareja con la pistola apuntándoles a ambos por turnos.
-No me iba a pasar la vida como una maldita víctima. El recuerdo de todos esos años viviendo como una marginada. ¡Traté de salvar la vida de personas que vivieron lo mismo que yo, maldita sea!  Gané dinero pero no era suficiente. Quería librarme de ese estigma. Me llamaron Ángel de la Muerte: quién me rodeaba moría. Tú me entiendes, Javier: solo en este mundo, sin nadie quién te comprenda, temiendo que tu condición sea lo que aleje al mundo…
-¿Qué has hecho, Sidney?-, dijo Kirby, llorando, al borde del desmayo.
-Tomé todo mi dinero, y me hice pasar por Reese Connor. Mi recuerdo convenció a Dewey de acabar con la vida de su esposa. El dinero le sacaría de cualquier problema. Ya no los necesitaba más, y ellos vivían en la inmundicia y el desamor. No podía tampoco tomar dinero de Woodsboro a través de Emmerson, o todos se enterarían, incluyendo Judy. Después de estar vigilando que todo estuviera en orden, decidí salir a divertirme un poco: maté a Helen en el baño de la escuela, en el mismo donde me atacaron. Tuve que salir rápido antes de que Javier me descubriera. Montar la escena en mi casa fue mejor de lo que esperaba…
“Pero me remordió la conciencia. No debí matar a esa pobre muchacha. Convencer a los muchachos de matar gente inocente hoy fue una locura, pero al final de cuentas necesaria. Le mostré al pueblo que son vulnerables, y que todos deben sufrir por algo así alguna vez. Que somos carne y sangre, gritos y dolor. Primero mi madre, luego mis amigos, y ahora todo el pueblo. Woodsboro sólo verá una muerte más…”
Javier abrazó con más fuerza a Kirby, sin dejar de ver a Sidney y a la pistola. Después, ella soltó el arma lo más lejos que pudo. Levantó del suelo el cuchillo de Kincaid y se dirigió a los muchachos con rostro miserable, pero lleno de esperanza.
-Desde 1996, me convertí en el verdadero Ghostface. Todos morían por mi causa. Esta vez maté a una sola persona, y comprendí mi error. Soy la única persona que puede acabar con Sidney Prescott para siempre, acabar con este horror.
Y salió corriendo.
Kirby se levantó a trompicones y, al querer alcanzarla, sintió que alguien la agarraba del tobillo. Judy no estaba del todo muerta, sino muy pálida y adolorida.
-Déjala… Todo acabó, Kirby…
La muchacha no hizo nada por salir corriendo. Javier la alcanzó, la levantó como pudo y la abrazó. Kirby, en muchos años, pudo llorar tan fuerte como sus pulmones le dejaban.

Sidney caminó triunfante y cojeando hasta el centro comercial. La gente ya salía de las tiendas, muchos llorando y otros tratando de ayudar a los heridos. Nadie la notó porque ya no llevaba la capa negra. Al menos la gente más grande, la gente con niños, la vio, y reconoció el rostro de la sobreviviente de la masacre de Woodsboro de cuando ellos eran jóvenes. Sidney caminó hasta las escaleras eléctricas, subiendo los peldaños como si no se movieran solas.
En el segundo piso, la gente que la conocía le abrió el paso, hasta que llegó al balcón cerca de la fuente allá abajo. Subiéndose a una de las bancas, miró a la gente abajo.
-¡Ya no más muertes, Woodsboro! ¡SON LIBRES!
Después, Sidney se clavó ella misma el cuchillo en el pecho, justo en el corazón, para horror de la gente que gritó y empezó a correr. Nadie pudo ayudarla, ni siquiera cuando su cuerpo cayó hacía el vacío, estrellándose de espaldas contra el fondo de la fuente, cuya agua se tiñó rápido de rojo.
Todos miraban, horrorizados, el rostro de Sidney Prescott flotando sin vida ni remordimiento a través del agua roja.

Los primeros rayos del sol reconfortaron a la gente que aún estaba alrededor del centro comercial recibiendo los primeros auxilios y tratando de acompañar a sus familiares al hospital de la ciudad. En total habían muerto 33 personas, incluyendo a los cinco asesinos anónimos, Emmerson, Kincaid y Sidney; entre ellos dos niños.
Judy estaba sentada en una de las ambulancias, donde le estaban suturando la herida del costado. Afortunadamente la bala había pasado rozando. Miró hacía afuera, pero no pudo ver más que gente llorando y desesperada por salir de ahí. De repente, sintió que alguien se acercaba por un costado. Era Javier, con el hombro ya vendado, y Kirby, un tanto somnolienta pero bien, con moretones y un rasguño en la cara.
-¿Salvamos el día, agente?-, dijo Kirby, sonriendo cálidamente.
-De maravilla muchachos. Lamento haberlos puesto en este peligro. Debí haberlos sacado del pueblo o algo así, yo…
Javier carraspeó antes de hablar.
-Acerca de eso… Vamos a que Kirby se despida de sus papás. Nos vamos de Woodsboro.
Judy se quiso levantar pero no podía por el dolor.
-¿Por qué? Aquí tienen su casa…
Kirby negó lentamente.
-No hay nada que nos ate aquí, Judy. No voy a convertirme en otro Ángel de la Muerte como Sidney dijo. Vamos a estar bien, en serio…
A Judy se le humedecieron los ojos, y los acercó a ambos, abrazándolos y besándoles la mejilla.
-Me alegro por ustedes, en serio… ¿Van a venir a verme? No tuve tiempo de cocinarles nada, y eso es horrible. ¿Podrán?
Javier sonrió.
-Nos vamos pero no para siempre. eso te lo prometemos.
Judy los vio alejarse, tomados de la mano, hasta llegar a la motocicleta que uno de los policías le había llevado.
Kirby miró a Javier mientras tomaban los cascos, listos para partir.
-Sé que tienes miedo, pero no nos va a pasar nada. Voy a estar ahí para protegerte siempre. No te he dado las gracias por haberme salvado más allá de lo que cualquier persona haría. Pensé que estaba solo…
La chica le dio un pequeño beso en los labios y lo tomó de las manos.
-Fuiste muy valiente. Ahora vámonos, antes de que vengan los reporteros. No deben vernos…
Los dos se rieron y, acomodándose los cascos, subieron a la moto, para escapar lo más rápido posible.
Judy los vio alejarse, y aunque sabía que no podía verlos, se despidió de ellos agitando la mano que no tenía herida.

Con el recuerdo de Ghostface aún fresco en la memoria, Woodsboro vio levantarse un día más…

lunes, 7 de septiembre de 2015

5CREAM SIN REGLAS: Halloween.

Michael Peña como Javier Carrillo.



Con el incendio de la casa a sus espaldas, y el pasto consumiéndose y soltando un penetrante olor en el aire, Judy se acercó hasta Sidney, quién estaba en shock total, viendo las llamas consumir su vida y sus recuerdos.
-¿Qué te pasó ahí dentro? ¡Ya murieron muchas personas! ¿Por qué te quiere el asesino?
Ni siquiera el comandante Emmerson la detuvo. Salió del jardín para hablar por radio, y llamar apoyo y bomberos. Kirby tenía la cara manchada de hollín y surcada de lágrimas, y no dejaba de abrazar a Javier, quien estaba arrodillado, sollozando.
-Llegué a Woodsboro en cuanto me enteré de lo de Dewey y Gale. No estaba dispuesta a dejarme ver. Cuando estuve a punto de ir contigo a ayudar en lo que pudiese, ese maldito me acosó. No me dejaba salir de casa. Me alimentaba con lo que había en casa, que no era mucho. Mi padre no abastece la despensa, ya que no vivía aquí. No podía dormir. Estaba atrapada. Lo lamento-, dijo Sidney, sin detenerse y sin tomar aire. Parecía devastada y confundida.
Judy se había equivocado al reprocharle algo a Sidney, quien parecía en verdad aterrorizada.
-No Sid, lamento mucho todo esto también. No es culpa de nadie. Vamos a encontrar a ese maldito, cueste lo que cueste.
El comandante Emmerson se acercó corriendo, aún con el radio en la mano.
-Ya viene el apoyo. Apagarán el incendio antes de que se propague. Les sugiero se escondan, todos juntos. Nadie salga hasta que hallemos una forma de detener a este psicópata…
-Nos encontrará de todas maneras-, dijo Sidney, con voz apagada. –Nos matará, hagamos lo que hagamos, vayamos a donde vayamos…
Emmerson sacó de uno de los bolsillos de su cinturón unas llaves, con una forma extraña de triángulo isósceles. Se las entregó a Judy en la mano. Ella las tomó, extrañada.
-¿Qué abren?
-El búnker de la ciudad. Es un lugar viejo, pero servirá. Está justo detrás de la alcaldía, en aquel edificio que tiene el anuncio de “Alto Voltaje”. Vayan y quédense ahí. Pasaré mas tarde a dejarles algo de comer. Informaré a las familias de los chicos que están bien…
Judy asintió y tomó a Sidney de la mano para llevarla junto a los muchachos.
-¿Qué pasa?-, dijo Kirby, mirando a las dos mujeres acercándose. El calor se hacía más intenso. Javier no se movía, pero ya no lloraba. Estaba mirando al vacío.
-Tenemos que escondernos. El comandante me ha dado las llaves de un buen lugar para estar a salvo… Javier, escúchame, tienes que levantarte.
El muchacho no se movía. Sidney se acercó y lo miró, cara a cara.
-Vi a tu amigo salvarte la vida. Él quería ayudarme, y casi no le creo. Lamento que esto esté pasando. No dejaré que les ocurra nada, lo prometo.
Ella estiró su mano hasta la de Javier, quién cerró sus dedos alrededor de su mano. Se sintió más tranquilo, y se fue levantando poco a poco. Kirby no dejaba de estar a su lado, como si en cualquier momento se pudiera caer. Pero no pasó nada hasta haber llegado al auto de Judy, quién los hizo subir a todos lo más rápido que pudo. Segundos después, el auto salía por la calle inclinada hacia el centro de Woodsboro, mientras los coches de la policía y el enorme camión de bomberos salían pitando hacía el lado contrario.

Después de haber dejado el auto en el estacionamiento del centro comercial, que quedaba muy cerca del edificio del ayuntamiento, los cuatro bajaron caminando rápidamente por entre los callejones. Judy iba al frente, asegurándose de que nadie los veía acercarse a los jardines traseros del ayuntamiento. Después iba Sidney, nerviosa. Y detrás iban Javier y Kirby, quienes no se habían soltado durante todo el trayecto.
Judy corrió para abrir la puerta del búnker, que lucía un viejo anuncio de “Alta Tensión” en la parte de arriba de la puerta. Sacó de su cinturón las llaves de forma triangular, y las introdujo en las dos cerraduras. Notó que cada una era algo diferente a la otra, así que intentando no equivocarse, las introdujo una por una para abrir la puerta. Esta se abrió con un chirrido tan fuerte, que hizo que un pájaro en un árbol cercano saliera volando despavorido. Con la puerta a medio abrir, hizo que Sidney y Kirby entraran, para después, ayudada por Javier, cerrar de nuevo la puerta.
El interior del bunker era muy espacioso, casi como la estancia de una casa grande. La pared del fondo estaba llena de repisas con comida en polvo y suministros de supervivencia, como un botiquín de primeros auxilios, linternas, fósforos y hasta una pistola de bengalas. En las otras paredes había un par de literas. Judy tuvo que encender una de las linternas de petróleo para ver por donde andaban, ya que el flash de su celular no era suficiente y la energía eléctrica del bunker no funcionaba. Javier se sentó en la cama del lado izquierdo, y se quitó la chamarra, quejándose y haciendo cara de dolor.
-¿Te pasa algo, Javier?-, dijo Kirby, preocupada, arrodillándose a su lado.
-Me duele la espalda, no sé…
La chica se apresuró a revisarlo. Toda su espalda estaba surcada por una herida no tan profunda, pero que ya había empapado su playera blanca, dibujando una diagonal sangrienta.
-Debió ser con algún metal de la explosión. Te curaré.
Mientras Kirby sacaba cosas del botiquín para ayudar a su amigo, Sidney se sentaba en la cama del otro lado del bunker. Parecía mucho más tranquila, aunque sus ojeras la delataban. Parecía demasiado cansada y hambrienta. Judy buscó con la luz de la lámpara algo de comer. Sólo había unas latas de atún con abre fácil, las destapó y dejó la lámpara junto a Kirby para que usara la luz. Caminó hasta Sidney, y le ofreció una de las latas de atún.
Sidney le vio, y tomó la lata. Empezó a comer con los dedos, despreocupada, pero lentamente.
-Gracias-, dijo entre bocados.
-Ese desgraciado te mantuvo asustada. Debes comer más. Hay cosas ahí, pero no creo que sean tan deliciosas. Habrá que espera a que venga el comandante Emmerson…
Sidney se detuvo al escuchar la mención de un miembro de la policía. Se acordó de Dewey, y lágrimas silenciosas empezaron a surcar su rostro sucio.
-¿Qué pasó con Dewey y Gale? Cuando me enteré vine inmediatamente. Me quería morir… Fueron mis amigos durante muchos años. Sobrevivimos juntos. Y esto…
Judy tomó fuerzas para hablar. Se le hizo un nudo en la garganta, pero no quería flaquear.
-Lo que sabemos o intuimos es que el alguacil mató a su esposa. Si no fue así, la escena fue muy bien montada. Al menos sabemos que el verdadero asesino llegó después a matarlo a él, cuando Gale ya estaba muerta. Al parecer, Gale había recibido llamadas anteriores a su muerte de un tal Reese Connor…
-¿Reese Connor? No es posible…
-¿Por qué lo dices?
Sidney se apresuró a comer su último bocado antes de hablar.
-Me llamó un Reese Connor para avisarme de la muerte de mis amigos. Dijo que era un reportero que se había enterado de los homicidios, por eso vine…
-No puede ser… El asesino dijo no saber dónde estabas. Dijo que si no te entregábamos…
De repente, Judy recordó un detalle más.
-También dijo que estabas aquí, en el pueblo. Que teníamos que buscarte y entregarte a él para salvarnos.
Sidney miró con aprehensión a Judy, y casi deja caer la lata al suelo.
-Pero…
-No, me entendiste mal. Eso dijo pero no te vamos a entregar. No nos vamos a dejar llevar por lo que diga un asesino. Ya ha matado bastante para que se salga con la suya.
Sidney no pudo más que asentir, y seguir comiendo.

La noche llegó, y decidieron que alguien hiciera guardia. Judy se quedó primero, sentada de espaldas a la puerta del bunker; ya se irían turnando. En una de las camas se habían acostado Javier y Kirby, muy cerca uno del otro. Él la abrazaba, y ella sentía su pecho subir y bajar contra su espalda.
-¿Por qué me curaste?-, dijo Javier. Aún sentía escozor en la piel de la espalda, donde Kirby le había limpiado y puesto vendas limpias.
-La herida podía infectarse…
-No, me refiero a por qué lo hiciste. ¿Qué te llevó a hacerlo?
Hablaban como en un susurro, como si alguien más pudiera escuchar y perturbar su momento.
-Ya has sufrido bastante, esta noche y toda la vida. No convives mucho con la gente, al menos que sea para surtirles gasolina o reparar sus autos, ¿verdad?
Javier asintió.
-Esta era la primera vez que convivía con alguien por algo que no fuera trabajo. Y ahora están muriendo. ¿Qué le hicimos a ese sujeto?
Kirby se dio la vuelta y miró a los ojos al muchacho. Pudo ver en ellos una calidez que la gente no veía, porque estaban más asustados por su presencia. Se acercó y lo besó cálidamente. Él le correspondió, sintiendo sus labios húmedos.
-No pienses en eso. Creo que no te agradecí el que me hayas salvado en casa de Sidney.
Javier sonrió y abrazó a Kirby, sin lastimarla. Ella se quedó ahí, quieta, descansando contra su pecho.
-No pienses en ello-, dijo Javier en un susurro, antes de quedarse dormido.

Por la mañana, antes de que dieran las 7:30, la puerta del bunker resonó. Sidney, quien se había quedado haciendo guardia antes de dormirse, despertó sobresaltada. Judy también se despertó de inmediato, apuntando la pistola contra la puerta.
-¿Quién es?-, exclamó Judy.
-Emmerson-, dijo una voz apagada del otro lado.
Judy guardó su pistola y se encaminó a abrir la puerta, la cual hizo un chirrido muy feo. El comandante entró al bunker, con una bolsa repleta de comida y otra de ropa. Kirby y Javier se levantaron algo amodorrados.
-Les traje comida. Y también les traje un plan…
Emmerson dejó la bolsa de la ropa en el suelo. Kirby la tomó y sacó su contenido. No era ropa común, sino disfraces, todos del mismo diseño: una túnica negra, guantes y una máscara de color blanco, alargada en un rictus de dolor eterno.
-¿Ghostface?
-Así es, señorita Reed. Creemos conveniente que se disfracen de Ghostface para enfrentar al asesino…
-¿Cómo cree que va a ayudar eso?-, replicó Javier.
Judy miró los trajes, y le vino a la cabeza algo.
-Camuflaje. Podremos hacer que el asesino se confunda. Y delatarlo será más fácil.
-Y también porque hay un evento de suma importancia esta noche, que será un atractivo especial para él.
Fue Javier quién ahora le dio la razón.
-Claro… Pusieron anuncios de eso en la gasolinera la semana pasada. Un concurso de disfraces en el centro comercial en Halloween.
-Lo haremos salir. Al ser ustedes cuatro, cuando veamos cinco Ghostfaces en escena será más fácil atrapar al correcto. Nadie quiere disfrazarse de él este año, y no dejaremos entrar a la gente que tenga el disfraz, por seguridad. En cuanto tengamos a los cinco en el mismo lugar, ustedes se quitan la máscara…
-Y el culpable queda enmascarado, listo para ser atrapado. Suena brillante-, dijo Sidney, revolviendo la bolsa de la comida para repartir entre los presentes los sándwiches y jugos.
-El concurso se hace en el vestíbulo del centro comercial. Es un lugar amplio y vamos a poder colocar agentes de paisano alrededor. Yo veré lo que pasa desde arriba.
-¿A qué hora es el evento?-, dijo Kirby.
-A las 8 en punto. ¿Cómo vamos a entrar, comandante?-, preguntó Judy.
-Disponemos de la puerta trasera de una de las tiendas cercanas al vestíbulo. En cuanto lo veamos entrar y deambular por el lugar, ya disfrazado, ustedes podrán salir. Ya les detallaré mejor el plan. Ahora descansen, y prepárense. Pasaré por ustedes a las 7 en punto.
Cuando el comandante salió del bunker, todos se quedaron en silencio. El plan sonaba bien, aunque el miedo reinaba alrededor de ellos.
-No se atrevería a matar a alguien en ese evento, frente a todos, ¿o sí?-, preguntó Javier, asustado y más indefenso que nunca, sosteniendo la máscara de Ghostface entre sus manos.
-Hará cualquier cosa para llamar la atención, incluso si sabe que la policía está por ahí. No le importará ser atrapado si al menos mata a una persona. Quiere un final épico, algo que se recuerde para siempre. Su era terminó…-, aclaró Kirby, con un hilo de voz al final.
-Tal vez Sidney no quiera estar ahí. Es algo que la ha perseguido durante casi veinte años…
Sidney se puso seria, como si no hubiese escuchado lo que Judy dijera de ella.
-El fantasma de Woodsboro ha matado a mis amigos y a mi familia. Si he de enfrentar una vez más este horror, lo haré, pero esta vez para siempre…
Todos se miraron, algo extrañados, como si fueran desconocidos. Kirby se abrazó a Javier, como si no pudieran hacer nada para evitar el final. Y Sidney veía a Judy como lo que era: una vieja amiga, alguien de quién se hubiese olvidado, y llegara a su vida, por última vez.

A las 7 de la noche el comandante volvió a tocar la puerta del bunker, y todos salieron, con los disfraces en la bolsa. Subieron al auto personal del comandante, para no llamar la atención, y se dirigieron al centro comercial, tomando un recorrido más largo. Ya había niños en la calle, acompañados de sus padres, pidiendo dulces en las casas, y más personas dirigiéndose hacia el centro comercial.
-Este es el plan-, decía el comandante Emmerson, mientras les abría la puerta de la tienda por donde saldrían en cuanto les dieran la orden. –El operativo inicia a las 8, junto con el evento. Por lo que sé, antes de que fuera por ustedes nadie se ha presentado de Ghostface, así que no he impedido la entrada de la gente hasta ahora. En cuanto lo veamos a él entre la gente, les avisaré. Saldrán uno a uno, y Javier será el último…
-¿Por qué?-, dijo Javier, quién ya llevaba su disfraz puesto.
-Porque eres más grande que ellas. No queremos llamar la atención de una vez. Saldrán a mi señal, no todos juntos. En cuanto estén los cinco Ghostfaces en el vestíbulo, les daré la orden de desenmascararse. Así atraparemos al verdadero asesino. ¿Listos?
Los cuatro asintieron. Judy y Kirby se habían recogido el cabello, y Sidney apenas se lo podía acomodar en la capucha. Se pusieron las máscaras.
-Muy bien. Esperen aquí en la bodega. La dependienta de esta tienda está informada de todo y ha dejado que una de nuestras agentes actúe de empleada, para que no deje entrar a nadie más al local. Si todo sale bien, nos veremos allá afuera, con ese maldito tras las rejas.
El comandante salió de la bodega de la tienda de ropa por la puerta hacía el local. Los cuatro esperaron ahí, sentados en cajas de ropa nueva.

El concurso de disfraces estaba comenzando, mientras una banda local tocaba música rock. La gente estaba muy animada, hablando entre sí y cantando. Los niños se distraían un poco en una zona especial con juegos, mientras mostraban sus disfraces y se asustaban jugando. Sin llamar mucho la atención, el comandante Emmerson se puso una máscara de lobo y se mezcló con la gente que subía las escaleras eléctricas. Iba vestido con ropa raída y rota a propósito para parecer más civil. Llegando al segundo piso, se quedó vigilando desde el balcón, sentado en una banca, con el radio en la mano y la pistola escondida en el bolsillo de los jeans.
-Muy bien, pónganse sus audífonos que les di, para que escuchen mis instrucciones.
Los cuatro tomaron sus audífonos, unas delgadas diademas que se pudieron en la oreja bajo la máscara, para escuchar instrucciones y comunicarse.
El concurso ya había iniciado. El presentador, un hombre muy alegre vestido de Drácula hacía subir a la gente con disfraces más extravagantes, para que todos dieran su punto de vista con aplausos y rechiflas. Emmerson miraba por encima de todos, quitándose de repente la máscara o usando un par de binoculares pequeños. Aún no había señales de ningún Ghostface entre la multitud. Después de un minuto o dos buscando, vio lo que quería: alguien con el disfraz del asesino salía de uno de los pasillos laterales que daban hacía los baños.
-Ya lo tengo. Va hacía la gente, pero no parece hacer nada más. Está bailando o algo así. Muy bien, primero usted, agente Hicks. Salga bailando o algo así, no debemos llamar tanto la atención.
Judy se levantó, soltando un suspiro y sintiendo su pistola en el cinturón del uniforme. Salió por la puerta de la bodega hacía la tienda, donde la agente, una chica más joven que ella, le abría la puerta de salida, para irse mezclando con la gente de Woodsboro. Iba bailando, pero estaba demasiado nerviosa.
-No lo veo, comandante-, dijo Judy, hablando por su audífono.
-No es prudente. Solamente mézclese entre la multitud lentamente. Yo le diré si se detiene. Él está entre la gente, pero aún no hace nada. No sé qué espera.
Efectivamente, el verdadero Ghostface iba entre la gente, y nadie parecía ponerle demasiada atención.
-Muy bien, ahora usted, Sidney.
Sidney salió de la tienda, aunque menos animada que Judy. Caminó hacía otra parte de la multitud, pasando justo al lado de los niños, quienes seguían jugando y riendo como si nada.
-Muy bien. Kirby, es tu turno.
La chica salió de la bodega, sin antes mandarle un beso a Javier. Era algo extraño, y hasta el muchacho soltó una carcajada.
Kirby salió más animada que Judy y Sidney, bailando y cantando la melodía que la banda interpretaba. Alcanzó a ver a Judy a lo lejos, pero no vio a nadie más con el disfraz.
-¿Qué pasa si lo veo, comandante?-, dijo Kirby, animada, pero preocupada.
-No debe verlos, a ninguno. Si los ve, podría escapar si es lo bastante listo para darse cuenta de nuestros planes. Señor Carrillo, su turno.
Javier salió pesadamente. El traje le daba calor, y hacía que se tropezara, pero no debía perder la compostura. Se movió más allá del escenario, colándose entre la gente que estaba al inicio de la fila del concurso, pero sin meterse.
-Muy bien, todos caminen un poco más hacia el centro de la gente. Él va hacía allá. Yo les diré en cuanto se quiten las máscaras…
El asesino caminaba directamente hasta el centro, mientras los cuatro lo iban rodeando poco a poco. El asesino ni siquiera se había dado cuenta.
De repente, el comandante notó algo extraño. Había visto a mucha gente vistiendo ropa negra, pero al instante, cinco de esas personas, que no habían cambiado su posición desde el inicio del concurso, llevaban capuchas. Eran muchachos, jóvenes de la preparatoria. Cuando los cinco tuvieron la capucha puesta, sacaron de entre su ropa máscaras blancas. Al instante, había diez Ghostfaces entre el público.
-Algo ha cambiado…
Judy se alteró, sin dejar de caminar y de saludar a la gente.
-¿Qué sucede?
-Hay más Ghostfaces. Metieron los disfraces de contrabando, no entiendo… esperen… ¡Van para allá, van hacía el centro!
Los muchachos disfrazados caminaban hacía donde ya estaban Judy, Sidney y Kirby, ya que Javier apenas iba muy atrás.
Todo pasó en un instante. El asesino tomó a una chica por detrás, y sin piedad, le clavó un enorme cuchillo serrado en la espalda. La muchacha gritó, y fue cuando la gente se dio cuenta. Los otros cinco muchachos habían sido menos discretos: sacaron una pistola, y empezaron a disparar a diestra y siniestra a la gente.

El caos reinó en el centro comercial al instante. Todos corrían y gritaban, empujando y tropezándose. La gente caía muerta o herida, y los asesinos pronto se dispersaron entre el caos de gente que buscaba las salidas o un lugar para esconderse, sin dejar de disparar. Un niño cayó muerto frente a todos los demás, quienes empezaron a llorar y a correr, buscando a sus padres.
-¡Comandante, los refuerzos!-, gritó Judy por su radio.
Emmerson se quitó la máscara, se levantó y cambió la frecuencia de su radio.
-¡A todos los elementos dentro del centro comercial, busquen a los muchachos, son cinco disfrazados de Ghostface, y uno más con un cuchillo…!
Del otro lado, solo había estática. De repente, alguien en el segundo piso gritó. Era una mujer que salía aterrorizada de uno de los baños. Gritaba la misma palabra: cadáveres.
Emmerson echó a correr al baño, quitando a la multitud que sólo buscaba bajar las escaleras, y encontró a sus hombres muertos en el baño, degollados.
-¡Hicks, saque a los muchachos de aquí! ¡Regresen al bunker, yo los iré a buscar!
El comandante guardó el radio, sacó su pistola y salió corriendo hacia la parte de atrás, para encontrar unas escaleras menos ocupadas.

Entre el caos, Judy empezó a buscar a sus amigos. La gente seguía corriendo, y los disparos iban derribando a más gente, algunos heridos, otros muertos.
-¡Kirby!-, gritaba por el audífono.
-¡Estoy cerca del escenario! No veo a Javier…
Judy se dio la vuelta hacia atrás, quitándose la máscara y la capucha, para ver mejor. Encontró a Kirby cerca del escenario ya vacío, con los instrumentos de la banda regados por el suelo. Tampoco llevaba la máscara.
-Javier, ¿dónde estás?
Nadie le contestaba. Se escuchó la voz de Sidney.
-¡Cerraron las puertas! ¡VAN A MATAR A LA…!
Demasiado tarde. Los jóvenes empezaron a disparar hacía la gente, haciendo que la multitud regresara hacía el centro comercial. Los que pudieron alejarse rápido encontraron refugio en las tiendas, que empezaban a cerrar. Los menos afortunados siguieron corriendo, subiendo al segundo piso, o buscando tiendas al fondo. Muchos tropezaban con los cadáveres, y otros morían por los disparos.
Cuando ya no hubo gente corriendo cerca, los cinco asesinos se quedaron un momento ahí, de pie. Uno de ellos tomó rápido la iniciativa, y le disparó a uno de sus compañeros, agujerando la máscara, de donde empezó a brotar la sangre.
Los demás corrieron, pero no por mucho. Se estaban disparando entre ellos. El asesino les había dado la orden al final, aunque parecía que ninguno sabía que el otro lo hacía por mandato mayor. Al final, uno de ellos se arrastraba por el suelo, con la pierna herida. De entre las sombras, el verdadero Ghostface se acercó y le apuñaló en la espalda hasta matarlo. Luego pateó la pistola.
Judy y Kirby vieron todo eso, y aterradas, empezaron a correr hacía el fondo del recinto, entre tiendas que estaban cerradas y donde la gente miraba aterrorizada hacía afuera.
-¡Por aquí!-, dijo Kirby, jalando a Judy hacía las escaleras mecánicas del otro lado, cerca de una fuente que brotaba sonoramente.
Cerca del primer peldaño de la escalera que bajaba, encontraron sangre, una máscara de lobo aplastada y rota, y un radio de policía.
-El comandante…-, susurró Judy, mientras Kirby la jalaba de nuevo, esta vez hacía uno de los pasillos laterales, que daban directamente hacía las escaleras de servicio y al estacionamiento.
Abrieron la puerta empujándola, quitándole el seguro. Cerraron tras de sí, pero se quedaron cerca para ver que nadie entraba. Se escuchaban pasos al otro lado, pero de repente se empezaron a alejar. Las dos empezaron a respirar más tranquilas, pero no se iban a detener. Bajaron las escaleras y llegaron hasta un pasillo, justo al lado de una puerta que daba al estacionamiento. Caminaron hasta ella, pero se dieron cuenta de su error. Estaban en la bodega de una tienda de electrónica.
La voz de Javier les llegó por el audífono, pero se escuchaba cortada.
-¡Javier, soy Kirby!
-Javier, estamos en una bodega de electrónica, bajando las escaleras de servicio, en la parte trasera del centro comercial. Si sabes dónde está ven…
Sin embargo, alguien más había escuchado la voz de Judy en el audífono, alguien con un radio robado del suelo…

Judy y Kirby esperaron a la mitad de la bodega, esperando no encontrarse con alguien y menos con el asesino. Estaban lo más cerca posible la una a la otra, como protegiéndose de algo invisible.
De repente, se escuchó la puerta de la bodega abrirse, y unos pasos acercándose por detrás de las cajas. Las mujeres se quedaron esperando. De repente, salió Javier, caminando lentamente y ya sin la máscara, pero con rostro pálido y asustado.
-Oh Dios, Javier…
Pero Judy fue más rápida que Kirby, y la detuvo justo antes de que la muchacha saliera corriendo en pos del muchacho. Alguien caminaba detrás de él. Ghostafe lo escoltaba, como amenazándolo con algo entre las manos, que ni Kirby ni Judy alcanzaron a ver. De repente, con rapidez, el cuchillo del asesino subió y se le clavó a Javier en el hombro izquierdo. El muchacho gritó y cayó de bruces al suelo, arrastrándose y sangrando. Kirby se acercó corriendo para ayudarlo, pero se quedó con él ahí, en el suelo. El asesino les apuntaba con una pistola.
-Imposible. El asesino no tenía pistola. Yo vi cuando la pateó…-, dijo Kirby, entre llanto y enojo, sin dejar de abrazar a Javier, quién yacía con ella en el suelo, sangrando.
El asesino bajó la pistola y con la mano izquierda se quitó la máscara.
-No…-, dijo Judy, conteniendo el aliento.
El comandante Emmerson los miraba a los tres, sin sonreír, serio y concentrado. Dejó caer la máscara y se bajó la capucha. Sudaba y jadeaba.
-Se acabó muchachos. Ustedes saben que esto ha llegado a su fin. Si no me traen a Sidney, los voy a matar a todos. Ya han muerto muchas personas.
-Pero usted, no pudo…-, dijo Javier, jadeando por el dolor.
-Si es así, les explicaré, tengo tiempo. Convencí yo mismo a Dewey para matar a su esposa. Le conté nuestros planes y accedió, con una millonaria suma de dinero en su cuenta. A su muerte, el dinero regresaría a su propietario, así que no tuve más que amenazar a su esposa por teléfono y esperar a que ese imbécil hiciera lo suyo. Lo tuve que matar después. Después del homicidio de Simon, pude salir alegando que investigaría el paradero de la madre del muchacho. Pero me dirigí a la casa de Malcolm para asesinarlo. Fue fácil. Entré a su casa sin hacerme notar, escondiéndome en el sótano. Hay recursos en todo esto, muchachos. Hay alguien con mucho dinero ayudando…
-Eso quiere decir que no lo hizo todo solo. Era de suponer. Siempre se ayudan. ¿Quién mató a los demás?-, preguntó Kirby, interesada pero cauta.
-Qué muchacha tan intrépida-, dijo una voz que provenía de la entrada de la bodega. Alguien más, vestido de Ghostface, entraba hacía la bodega, con el aparato de cambio de voz en su mano. Tenía el cuchillo manchado de sangre en la mano derecha.
-¿Quién es usted?-, preguntó Judy. Pero antes de que el asesino contestara, Kirby se adelantó.
-Recuerda, Judy. Las reglas nos dicen que para este épico final, el pasado se hace presente, y el asesino resurge como un fantasma paranormal, alguien con poder para matarnos a todos. Ese aparato es viejo. Diría que su voz la cambiaba a través de un celular nuevo, pero esto es arcaico. ¿2001 supongo…?
El asesino soltó el aparato de cambio de voz, arrojándolo al suelo. Empezó a reírse. Javier no conocía la voz, pero las dos mujeres sí.
Quitándose la máscara, el hombre que estaba detrás de ella era guapo, delgado y de ojos claros, pero con un rostro desencajado, de locura.
-Yo lo he visto antes, en los expedientes de Sidney-, dijo Judy.
-¿Quién es usted?-, dijo Javier, tosiendo.
-Mark Kincaid, detective de Los Angeles. Más bien, ex detective…-, dijo el hombre, haciendo hincapié en “ex”.
-Usted ayudó en el caso de los homicidios en los Estudios Sunrise. ¿Usted y Sidney…?-, dijo Kirby.
-Sí: fue una relación poco duradera y destructiva, diría yo. Después de eso, la policía consideró que mi trabajo en el caso había sido endeble, y me destituyeron. Caí en la desgracia. Seguí con atención la vida de Sidney, porque nunca la pude olvidar.
Todos guardaban silencio, mientras Kincaid explicaba su versión de los hechos. Emmerson les apuntaba sin quitarles la vista de encima.
-Si no podía ser un buen novio como Derek, me convertiría en el Billy Loomis de nuestra relación. Alguien con recursos nos contacto, alguien que se hacía llamar Reese Connor. Después de la masacre en 2011, me reuní con el comandante Emmerson, quién también estaba en el plan. El comandante me abriría las puertas de Woodsboro una vez muerto el alguacil. Pude mandar un mensaje por radio, sólo para ver como reaccionaban. Los tenía en la mira a todos, a cada uno de ustedes, pero sólo era para meter miedo. No eran mi propósito inicial.
“Mi propósito siempre ha sido Sidney. La hicieron venir sus amigos muertos, y sólo fue cuestión de habilidad para mantenerla asustada. Si no era yo, era Emmerson asustándola. Tuve que matar a la mayoría de ustedes para que creyeran que el comandante seguía ayudándolos. Pero afortunadamente contaba con una excelente llave maestra, que entraba a todas partes, incluyendo las casas. Tuve que deshacerme de los policías que hoy harían escolta: el comandante los mandó directamente hacía mí, pensando que cumplían una misión en el baño del segundo piso. El plan iba tan bien, y Emmerson actuó de maravilla su papel, que los acorralamos pronto…
“Sólo hay un problemita: ¿dónde está la jodida Sidney Prescott?”
Nadie contestó cuando Kincaid exclamó.
-Parece que quieren morir antes que decir dónde está su amiga. No te preocupes, Kincaid. Esos radios están conectados. Si Javier escuchó dónde se escondían, ella también. Sólo hay que matarlos, y ella vendrá de todas maneras-, dijo Emmerson, impaciente, con una mueca en el rostro.
Kincaid asintió, empuñando más fuerte el cuchillo.
-Tienes razón, Emmerson. Nos recompensarán bien. Dispara a la cabeza. Yo mato al grandote…
Judy levantó las manos y miró directamente al comandante Emmerson a los ojos, mientras este le apuntaba. Kirby abrazó a Javier, sin importar que la sangre le manchara la cara. Javier la aferraba lo mejor que podía.
Emmerson, entonces, jaló el gatillo…
 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.