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sábado, 16 de septiembre de 2017

#UnAñoMás: Sueño de Libertad [PARTE II] (Día de la Independencia de México)



Cada vez más cerca. Los fuegos artificiales subían y se disolvían en el cielo nocturno, y todo brillaba. Un tono verde enfermizo, el amarillo brillante como el sol, y un rojo profundo como la sangre.
Josafat caminó despacio, saliendo del bosque, cruzando el camino que llevaba directamente a la pequeña finca. Todo estaba en su lugar, cada adorno y las mesas. Pero estaban vacías. Las sillas estaban acomodadas perfectamente en su sitio, y la comida descansaba sobre los manteles de colores festivos que aún cubrían las mesas.
No se había dado cuenta del detalle más escalofriante, hasta que uno de los fuegos artificiales iluminó el cielo y todo a su alrededor. Josafat no estaba solo: alrededor, contra la pared de la finca, estaban todos los invitados, de pie, dándole la espalda al centro, como expiando sus pecados con los rostros y las manos pegados a la piedra de la pared. El muchacho estaba anonadado: todos estaban ahí, pero nadie lo miraba. Las luces seguían iluminando aquel lugar, y las siluetas de las personas en la pared se reflejaban de manera inquietante.
-Siéntate-, dijo una voz como susurro, quieta, apacible, como si viniera de dentro suyo y a la vez del cielo colmado de estrellas de colores. Josafat no tuvo que escuchar dos veces: se sentó en una de las sillas de madera, una que tenía una serpiente grabada en el respaldo.
Frente a él apareció su amigo Jhonatan, caminando despacio, viniendo de las sombras de la finca que lucía apagada y muerta. Con su mano derecha sostenía una copa hermosa llena de líquido rojo tan espeso como sangre, y en el dedo índice de la mano izquierda se posaba un pequeño colibrí, con plumas azules que brillaban aún en la oscuridad como con luz propia. El ave no se movía. A veces movía las alas, pero cada cierto tiempo bajaba para chupar un poco de aquel néctar rojo.
Jhonatan se sentó en una silla frente a su amigo, con el respaldo de un inmenso jaguar negro, abriendo las fauces y mostrando los dientes ensangrentados.
-Mira el colibrí que brilla en la oscuridad, y que ni la Luna ha podido apagar, y hasta las estrellas se arrodillan con su calma sin igual. Bebe del néctar y nunca se cansa. No necesita volar…
La voz de su amigo estaba afectada, como si le doliese hablar. Josafat escuchaba, y la sed empezó a resecar su garganta. El frío congelaba sus piernas y sus manos, pero no le importaba. Quería beber de aquello que el colibrí estaba tomando.
-¿Vas a darme de beber?-, dijo Josafat, tosiendo un poco al final por la sensación de sequedad en su garganta.
Jhonatan sonrió y luego se quedó muy serio.
-El alimento del colibrí de la mano izquierda no es para mortales. Lo que cambia se hace más fuerte. Lo que se estanca, se convierte en piedra por siempre. El eclipse, mira al eclipse, y dime si los sentimientos humanos no se han vuelto ya pelotitas de pluma…
Los fuegos artificiales iluminaron de rojo el patio, y de las sombras volvió a salir la chica, envuelta en un vestido negro, cubriéndole todo el cuerpo, excepto las manos y la cabeza. De su cuello colgaba una serpiente, y de la cintura se ceñía un cinturón de manos humanas, cortadas, que aún temblaban y doblaban los dedos. El muchacho se puso tenso, y la silla le parecía aún más dura que antes.
-Recuerda mi nombre, Josafat. La serpiente te lo ordena, y las manos claman sostener tu corazón. Bienaventurada soy, y llego cuando menos me lo piden. Ven a mí y roba los huesos, y hazte de ellos una nueva piel con cada sol que se eleva en el horizonte.
Fue cuando Josafat empezó a sacudir la cabeza. Era obvio que estaba soñando, y que aquello eran alucinaciones. La comida, el tequila, algo debió de haber pasado. Seguía acostado en el bosque, tal vez inconsciente, no lo sabía.
-¿Qué quieren de mí? ¿No ven que tengo mucha sed? Denme néctar, o regrésenme de vuelta a la realidad…
Jhonatan negó. Josafat sentía que algo le corría entre las piernas. Era un perro, negro, sin pelo, y con las orejas puntiagudas siempre arriba, ladrando y corriendo sin detenerse.
-Hasta aquí llega el camino, al pueblo de los olvidados, donde el Páramo aún llora sangre y de sus fuentes brota el polvo y la soledad. El beso de la madre te ha traído aquí. No puedes irte, porque en realidad no has visto como llegaste…
La muchacha sonrió, con su cabello negro y aquella piel suave y tersa, perfecta. Josafat le estiró la mano, pero ella no le hacía caso. No podía salvarlo. Con su delicada mano, la chica tomó la copa de néctar de la mano de Jhonatan, y el colibrí voló hacia el cielo, fundiéndose en una de las estrellas multicolores, llenando el aire y la pared de un color azul intenso, profundo.
-Bebe, mi dulce amor, y cuando despiertes, yo seré alguien más y tú no te reconocerás. Dulce sabor, que recorra tu garganta seca y tu corazón marchito, y seamos por hoy solamente alguien diferente. Cierra los ojos, mi ollin miquiztli…
Josafat obedeció a su dulce amada, a aquella mujer a quién ahora podía ver en su mente, y cuyo nombre resonaba como una dulce campana en su corazón. La muchacha levantó la copa y vació el néctar en la boca de Josafat, quien bebía como si su vida dependiese de ello. Y el néctar le ardía, quemaba su piel y su interior, derretía sus intestinos, y flameaba su corazón. Cuando la carne se desprendió de su pecho, y los huesos se abrieron, el corazón en fuego salió. Y de ahí mismo, el colibrí chupaba, como si de una fruta se tratara.

La noche dio paso al día, y ahí estaba él, tal como lo prometió la muchacha, renacido…

viernes, 15 de septiembre de 2017

#UnAñoMás: Sueño de Libertad [PARTE I] (Día de la Independencia de México)



Ahí estaba Josafat, en la fiesta de la empresa para la que trabajaba. Era una noche fría, y el tequila que tenía entre sus dedos le reconfortaba con cada traguito que le daba. Ya se había comido un pambazo, un plato enorme de pozole y algunas tostadas. Ahora solo se limitaba a disfrutar la fiesta desde su asiento en la mesa más apartada, viendo a sus compañeros bailando y riendo.
Josafat tenía unos ojos verdes bastante expresivos, con lentes discretos que guardaban una mirada que podía analizarlo todo. Cada movimiento, cada sonrisa, hasta las palabras dichas en un susurro. Desde la otra mesa, una pareja de casados hablaba acerca de su hijo a otros compañeros, al cual habían dejado con su abuelo para que pasara la noche. Y en una mesa un poco más cercana, una chica de cabello castaño, largo y lacio, de piel clara y ojos muy bellos, le guiñaba. Estaba seguro de conocerla, de saber su nombre… lo había olvidado con ese guiño.
La chica se levantó, con sus piernas bien torneadas, y sacudiendo su cabello, se retiró, tal vez a estirar un poco las piernas afuera. Josafat solo la siguió con la mirada, mientras se llevaba de nuevo el caballito de tequila a la boca. Fue cuando alguien le tocó la espalda e hizo que se atragantara con un sorbo de tequila de más, que le abrasó la boca y la garganta.
-Vamos compañero, ¿por qué no le hablas?
El muchacho detrás de Josafat era también un compañero suyo. Jhonatan era alto, muy grande y de carácter más animado. Se sentó junto a su amigo, mientras Josafat trataba de hablar después del trago de tequila.
-Porque… no me conoce y… tal vez ni le guste…
Jhonatan soltó una carcajada.
-No puedes saberlo si te quedas aquí sentado. Además, no es preciso que te guste. Con que hablen ya es más que suficiente. Sabes bien como se llama…
Josafat estaba incómodo. Recordaba a la chica, su cabello, sus piernas, aquel vestido color verde esmeralda… y el guiño de uno de sus hermosos ojos. Pero nada de su nombre: era como si aquel gesto de coquetería le hubiese borrado la memoria.
-No recuerdo como se llama, sinceramente. Es muy bella y todo, pero…
Jhonatan soltó la carcajada, aunque no se escuchaba con aquella música tan fuerte.
-Está bien, aún así, síguela. Platica con ella, puede que te enteres de algo bueno.
-Pero yo…
-No. Nada, no hay excusas. Es noche de héroes: sé un héroe y enfrenta tus inseguridades. Por favor, ¿qué cosa podría pasar? Si te rechaza, al menos lo intentaste, y créeme que no diré nada malo o gracioso. Te admiraré siempre…
Jhonatan le pasó el brazo a su amigo por encima del hombro y se levantó para ir a tomar otra bebida. Josafat se quedó un rato más pensando en aquello, y en su corazón sentía que la chica y su sonrisa le llamaban sin hablar, sin escuchar voz alguna.
Sin darse cuenta, se levantó de la silla y caminó directo afuera. Atravesó el patio adornado de banderas y tiras de papel tricolor, con sombreros colgando de las paredes y algunos cactus. Cruzó entre las mesas y salió por el portón. Afuera había un camino de tierra que iba en paralelo con la fachada de aquel lugar. Los árboles se veían al otro lado como vigilantes mudos en la noche, mientras los animales caminaban entre las ramas haciendo ruidos extraños. Los grillos cantaban entre las hojas, y la luna se asomaba tras las nubes grises que quedaban por ahí.
-Oye…
La voz de una mujer le llegó como si fuese el viento, el susurro entre las ramas que agita las sombras y las convierte en parte de un silencio más oscuro y grande que la noche misma. Estaba en alguna parte, esperándolo, vigilando, tal vez jugando con él.
-¿Dónde estás? Aquí está muy oscuro-, exclamó Josafat, mientras apartaba las ramas de su camino y pisaba con cuidado entre piedras flojas, hojas secas y raíces.
Pronto, se vio envuelto en la oscuridad, entre los árboles y arbustos, con aquel olor a maleza vieja y humedad, mientras el frío se le metía entre las manos y lo hacía tiritar.
Frente a él se escuchaban menudos pasos, como si alguien se acercara lentamente desde la espesura del bosque. Con el rayo de la luna entre las hojas, Josafat vio la silueta de la muchacha. Estaba recargada en un tronco viejo, mirando hacia el cielo, tal vez, hacia las estrellas. El muchacho la contempló durante unos minutos, mientras ella sonreía, sin despegar aquellos grandes ojos del cielo. Su cabello caía por encima del pecho, cubriéndola como una sedosa cortina negra.
-Estaba esperándote…-, dijo ella, sin mirar a otra parte más que al cielo. Entre sus dedos tenía unas ramas, con hojas que soltaban un olor fragante cada vez que ella las agitaba.
-Bueno, yo… No sé qué decirte. No me acuerdo de tu nombre. ¿Cuál era?
Ella bajó la mirada, y sus ojos se encontraron. Los de él, tan deliciosos como la miel, y los de ella, negros, más profundos que la noche en el bosque.
-¿No sabes mi nombre? Podría decírtelo, si quieres. Pero sería muy fácil. Mejor ven, y dejaré que lo adivines…
Josafat no lo pensó. Caminó despacio entre los árboles, cuidando de no tropezar, aunque era casi imposible. Al fin, se encontraba casi frente a ella. Su cuerpo no daba calor, su piel se veía fría, y sus ojos tan hermosos, tan profundos… Y ese perfume, un olor dulce contrastando entre la maleza.
Y entonces, ella le besó. No fue un beso largo, no fue ni siquiera un beso. Los labios de la muchacha rozaron los suyos, y él temblaba, con los ojos muy abiertos. El roce de los labios más suaves que jamás hubiese sentido, y ese sabor. Cerró los ojos, y se dejó llevar.
Pero el frío del bosque era inclemente, y un atronador sonido le hizo abrir los ojos una vez más. No había nadie en aquel claro del bosque, y una bandada de pájaros salió volando, asustados tal vez por el sonido del estallido. Por encima de los árboles, se podía ver el origen de aquel sonido: varios fuegos artificiales levantándose por encima de la casa donde se hacía la fiesta. Verdes, amarillos y rojos, todos ellos estallando como delicadas flores que se deshacen con el viento otoñal.
Josafat miró extrañado, mientras la música le llegaba desde lejos. Era el mariachi, una canción alegre, las trompetas y los violines. Regresó sobre sus pasos, mientras que en la punta de su lengua, recorriendo su boca, el sabor dulce del beso de aquella chica le recordaba su nombre…
 
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