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martes, 13 de marzo de 2012

Cuento Corto: El Aleteo Nocturno


Luciano había empezado a leer el libro justo cuando la luz se fue en el pueblo, y la gente empezaba a huir, desesperada, a refugiarse en sus hogares. Pero, ¿qué era lo que causaba toda esa conmoción? Todas las respuestas estaban en el libro, y ni siquiera Luciano sabía con certeza de qué se trataba.

Cuenta la leyenda acerca de una criatura inmemorial, nacida con la misma Madre Tierra y el Padre Cielo. Se dice que vaga en las noches, buscando su comida y su bebida preferida: la sangre. Puede verse venir a lo lejos, aleteando incesantemente sobre todo y sobre todos, mirando hacía abajo, buscando las venas palpitantes de sus víctimas.

Si tenías la mala suerte de encontrártelo en tu camino, primero lo verías volar sobre tu cabeza, como si se alejara de ti. Luego, un rasguño en tu nuca indica que te ha marcado con sus garras para siempre, y que te ha condenado a una vida de dolor eterno. Si decide alimentarse de tu sangre, volará hacía enfrene, mostrándote su verdadera identidad.

Es una criatura repulsiva, con cuerpo de rata, unas patas largas, acabadas en garras, y cuatro enormes alas con membranas. Su cabeza es muy parecida a la humana, solo que más pequeña, con una mueca de burla y que infunde terror a quien mira sus enormes ojos amarillos. Cuando ya ha saboreado la sangre de tu nuca, es momento de hacer lo que debe hacer. Toma a su presa de los cabellos, y de un tirón sobrenatural, lo jala hacía la oscuridad de la noche, de donde jamás regresará.

Luciano había llegado a esa parte, y sólo había conseguido avanzar en su lectura por la luz de la vela que había encendido. No le gustaba vivir solo, pero así se concentraba un poco mejor en su trabajo. Llegó a una página donde se mostraba el grabado del animal, que era tal y como lo describía el libro, y en la siguiente página, había una lista de reglas y precauciones para salvarse del animal.

Fue cuando escuchó sonar su teléfono móvil. Miró el número de donde provenía la llamada, y se dio cuenta de que era Victoria, la vecina de una calle más allá, y a quién siempre le había tenido un cariño demasiado afectuoso desde hacía años.

-¿Señora Victoria? ¿Dígame, que sucede?

-Hola, Luciano, buenas noches. Hoy me dio la impresión de que anocheció un poco más temprano de lo habitual. En fin, necesito que me hagas un gran favor, si no es que interrumpo algo…

-Para nada, doña Victoria, ¿qué sucede?

-Pues mira. Olvidé dentro de la casa mis llaves, y quise regresar por unos papeles para mi hermana, pero recordé que había dejado mi llavero sobre la mesa. Creo que te encargué un juego de llaves extra por si las dudas. ¿Podrías venir a casa a abrirme? Te lo agradecería bastante.

Luciano recordó que doña Victoria era demasiado despistada. Siempre dejaba cosas a medias, u olvidadas. Por eso, había confiado en él para entregarle un juego de llaves de la casa, por si algún día se necesitaban. Luciano miró el reloj. Eran apenas las 08:45, y ya se veía tan oscuro como si fuera medianoche. Pensó que tal vez fuese por la baja de tensión en la energía eléctrica, pues las lámparas en la calle también lucían apagadas.

-No se preocupe, doña Victoria, yo voy con las llaves ahorita. Solamente déjeme ir por una chamarra, y no tardaré.

-¡Oh, muchas gracias muchacho! Soy tan despistada a veces, pero también es culpa mía por andar con prisas. Ven con cuidado, las calles son más terribles de lo que piensas cuando no hay luz. Gracias…

Y colgó. Luciano se asomó por la ventana de su casa, que daba al jardín y luego a la calle. En efecto, la noche se veía más pesada, y no había luz en ninguna casa. Cosa extraña también, la gente no parecía ni siquiera asomarse ni un poco para poder hablar con algún vecino sobre el evento. Miró hacía el otro lado de la calle, donde comenzaba el parque, y casi soltó un grito de asombro. En el suelo de asfalto, manteniéndose sobre sus seis extremidades membranosas, y alejado del jardín, estaba la criatura que había visto en el libro unos minutos antes.

Caminaba despacio, como si buscara algo en el terreno por donde pasaba. Miraba hacía todos lados con esa espantosa cabeza humana pegada al cuerpo de una rata con alas. La criatura soltó un brinco sobre sus patas traseras, y remontó el vuelo. Se escuchaba el batir de las alas en el viento, y un escalofrío intenso recorrió la piel de Luciano, haciéndole erizar los vellos de la nuca. Miró de nuevo el reloj. Se dio cuenta que era muy temprano para que hubiese anochecido de esa manera.

-Muy bien, tengo que salir de aquí, tomar las cosas que necesito para enfrentarlo, e ir a advertirle a doña Victoria…

Luciano se apresuró a conseguir lo que necesitaba. Tomó su chamarra del respaldo de la silla del comedor, el libro de la criatura, un libro de obras de Shakespeare, una linterna del cajón de la alacena, y un enorme pedazo de lona color verde. Caminó con cuidado hacía la puerta de la casa, guardando con cuidado las llaves de doña Victoria en el bolsillo, y salió a la calle.

Caminando lentamente a media calle, sin ver a nadie fuera de sus casas, hizo un corte a la lona con una pequeña navaja que guardaba en el llavero, y se la puso encima, como si fuese un extraño fantasma verdoso. Caminaba un poco más lento, por si podía escuchar algo. A lo lejos se oía el correr de alguien, y de repente, un grito de muerte, una mujer que daba sus últimos alaridos de angustia en esta Tierra.

Luciano ni siquiera se atrevió a dar marcha atrás, y tampoco se dio cuenta que los vecinos lo espiaban a través de las ventanas, alarmados, buscando a la criatura alada. Otro grito desesperado surgió de la penumbra unas calles a lo lejos, pero ahora el mensaje era más entendible:

“!Se comió a todos en la iglesia! ¡Viene por nosotros, ya viene por nosotros…!”. Y luego, nada. El aleteo de aquella criatura se hacía cada vez más cercano. Y pronto, Luciano se dio cuenta que aquel monstruo estaba encima de él, rondándolo. Miró a través de la rendija cortada en la lona, y se no vio nada, a excepción de una sombra que dibujaba círculos en el asfalto.

Recordó entonces la primera regla del libro: Por ningún motivo la criatura se acerca al verde de la pradera, ni se posa en los árboles frondosos de la primavera, y odia las cuevas donde se ha descubierto esmeralda. Aquella criatura evitaba posar sus garras encima de la lona verde que Luciano usaba como escudo, y solo daba vueltas encima de él, como si fuera un grotesco buitre al acecho del cadáver.

Luciano miró por la rendija de nuevo, sin dejar de aferrarse de los libros que tenía entre los brazos. Pero entonces, aquel ser alado se mostró volando frente a frente. Tenía aquellos ojos amarillos, más grandes que su propia nariz humana, y ese rostro espectral, con la sonrisa abierta, maniática y hambrienta. Sus dientes afilados y demasiado abundantes escurrían baba y sangre.

Pronto, Luciano se dio cuenta que la criatura no se daría por vencido hasta que no se quitara él la lona. Entonces, recordó que traía la linterna, de aquellas enormes de halógeno que alumbraban hasta diez metros más allá. La tomó con fuerza con su mano izquierda, la sacó por la ranura de la lona, y la encendió. La criatura soltó un tremendo chillido, como el que hace una rata al momento de asesinarla, y aleteó desesperada para alejarse, pero chocó contra la ventana de una casa, causando pánico en sus residentes, y cayó a la banqueta de la calle, estrepitosamente, pero aún retorciéndose.

Luciano se acordó de lo que el libro decía: La luz es mortal enemiga de la criatura que vaga en la noche, y a pesar de la luz que emana en nuestro mundo, la oscuridad que el monstruo trae es inmensa y profunda como ninguna. Corrió hacia la esquina de la calle, miró hacia la avenida, donde había unos extraños charcos de líquido oscuro que no se atrevió a examinar, si siguió corriendo. Pronto, escuchó de nuevo aquellos incesantes aleteos, y pensó que la criatura, a pesar de estar desorientada, lo seguía sin parar. El muchacho vio la calle donde vivía doña Victoria, y son soltar nada de lo que traía encima, subió la empinada cuesta hasta la mitad de la calle.

Doña Victoria tenía una casa color verde, por que era su color favorito. Estaba separada por el jardín cubierto por una lámina de asbesto blanca, y tenía un portón de hierro forjado como entrada. No tenía coche, así que nada podía estorbar la entrada. Luciano echó a correr, y cuando llegó al portón, chocó contra él de costado.

-¡Santo Dios! Luciano, que bueno que llegaste, vamos, abre la puerta, para poder salir de aquí pronto, o para buscar primero mis llaves…

La voz de doña Victoria lo tranquilizó, pero Luciano estaba nervioso, escuchaba más atentamente el aleteo de aquella cosa, que estaba más cerca de él, y justo cuando logró meter la llave y abrir el portón, dio media vuelta, y volvió a fulminar a la bestia oscura con la luz de la linterna. De repente, el muchacho escuchó pasos que venían corriendo cuesta abajo. Era una pareja, un hombre alto, fornido y calvo, y una mujer, delgada y menuda, que venían agarrados de la mano, corriendo desesperadamente.

-¡No cierres la puerta! ¡Déjennos pasar!-, gritó la muchacha con una voz potente a pesar de ser tan aguda.

-¿Pero qué sucede Luciano? ¡Santo Dios! ¿Qué es eso?-, exclamó doña Victoria, asomándose por encima del hombro del muchacho. La criatura estaba de nuevo poniéndose de pie, después de haber sido atontada con la luz. Los muchachos se dieron prisa y lograron meterse antes de que Luciano cerrara la puerta, y por poco, aquella cosa clavaba las garras en la nuca del hombre calvo.

-¿Pero qué está pasando? ¿Y quienes son ellos?-, dijo doña Victoria, agarrando su rebozo de color amarillo clarito, para poder pasarlo por encima de su hombro derecho. La pareja de casados jadeaba, sentados en el suelo del jardín. Luciano también jadeaba, pero él se recargó en la pared de la casa.

-Se comió a toda la gente de la iglesia, la que se había refugiado ahí cuando cayó la oscuridad. Pensamos que ahí no podría entrar, por que tal vez le hacía daño los crucifijos. Pero ni siquiera el agua bendita lo mataba… Cuando veníamos corriendo, agarró al padre, que gritaba lo que había pasado, y luego empezamos a escuchar menos gritos en el lugar…

Luciano escuchaba atentamente las palabras del hombre, mientras la muchacha había empezado a llorar desconsolada. Doña Victoria estaba demasiado impresionada, y mientras se llevaba una mano a la boca, y se persignaba, con la otra abrazaba a la muchacha, que estaba desconsolada. En otra de las casas, alguien había puesto música vieja, mientras que escucharon que la criatura aleteaba por encima de la lámina de asbesto, tratando de entrar.

-Esa cosa no le teme a Dios ni a sus imágenes, ni al agua bendita. Al parecer es mucho más vieja que todo el cristianismo como para preocuparse o alarmarse. También le teme al color verde, y a la luz muy brillante, por eso encendí mi linterna antes de que llegaran ustedes, para poder confundirla-, dijo Luciano.

-¿Y cómo sabes tanto de eso, muchacho?-, dijo doña Victoria, que aún seguía sorprendida con lo que había visto.

-Traigo el libro para que podamos derrotar a esa cosa. Por lo que sé, solo sale un día cada 200 años, así que podremos librarnos de muchos más periodos como este si la asesinamos.

-¿Y cómo dice el libro que hay que derrotarlo?-, dijo el hombre calvo, que ya respiraba un poco más tranquilo. Las garras del animal sonaban incesantes sobre la lámina, pero nadie quería mirar hacía arriba.

-Bueno, se supone que si es tan antigua, lo único que la puede matar es que se dé cuenta de que ha vivido miles de años. No se da cuenta de ello por qué sólo vive por instinto, solo come y acecha cada 200 años, y de lo demás, ni de su edad, se percata. El que escribió el libro dice que basta con leer letras antiguas, rodear entre muchos a la criatura, y leer diversos textos, aunque sean del mismo autor, para acabar con la bestia.

Todos se miraron, preocupados, pero decidieron que si era lo necesario, tendrían que hacerlo, para evitar la muerte de más gente. La persona que había puesto la música, había cambiado ahora a una canción muy hermosa: Era La Llorona, de Chavela Vargas. Luciano tomó el grueso tomo de Shakespeare, y empezó a arrancar hojas, para dárselas a cada quien.

-Muy bien, tomen. Tendremos que esperar a que esa cosa rasguñe a alguien, y luego la vea a los ojos. Cuando eso pase, los demás la rodearán, y empezaremos todos a leer. Traje un libro de Shakespeare, y hay muchas obras distintas. Señora Victoria, tome estas hojas de Romeo y Julieta. Y aquí hay hojas de Hamlet y de Otelo para ustedes dos. Creo que escogeré Macbeth, es mi favorito…
Todos soltaron una risita con aquel comentario. Todos se pusieron en fila hacía la puerta, listos para salir a la calle de nuevo. Luciano, que iba al frente de la fila, suspiró, incapaz de sentirse un poquito más tranquilo.

-A quien rasguñe, si acabamos con aquella cosa, creo que sanará. Vamos…

La criatura escuchó que el portón se abría de nuevo. Voló sobre la lámina, y encontró a cuatro personas dispersas en la calle. Todos mirando hacía abajo, pero vulnerables ante el poder de la oscuridad.

Nadie quería levantar la vista, pero en algún momento, alguno de ellos tendría que ser arañado. Luciano sintió las garras clavarse en su piel, y soltó un alarido, pero nadie más se movió. Después, la criatura aleteó casi ingrávida, dando la vuelta alrededor del muchacho, hasta que se posó directamente enfrente de él. La criatura le dedicó una sonrisa malévola, y posó sus enormes ojos ambarinos sobre los suyos.

-¡Ahora!-, gritó Luciano. Los demás rodearon a la criatura, que no dejaba de aletear, pero ahora estaba rodeada. Mirando a todos los presentes en el círculo, la criatura escuchaba desesperada lo que sus presas estaban haciendo. Aunque a Luciano le dolía horriblemente el cuello, no dejaba de leer de forma fuerte las líneas de Macbeth, mientras que la señora Victoria incluso hasta gesticulaba como los actores de las obras en los ensayos. La pareja de casados, agarrada de las manos, también leían sus hojas, tan fuerte como podían.

Entre el clamor de las lecturas de Shakespeare, y la linterna que encendió Luciano apuntando a la criatura, ésta empezó a retorcerse mientras volaba, y a soltar alaridos en vez de chillidos. Luciano fue más rápido, agarró a la criatura de una de las patas, teniendo cuidado con las afiladas garras, y se lanzó hacía el primer brote de pasto que encontró en la jardinera de uno de los vecinos. Jaló a la cosa voladora, y la azotó con fuerza sobre el pasto. El sonido de su carne al cocinarse con el olor a pasto y sangre hizo que todos pusieran una cara de asco, pero ni así dejaron de leer. Rodearon a la criatura, leyendo cada vez más fuerte, y tirando las hojas que terminaban encima de la criatura, que no soportaba la agonía.

Luciano se armó de valor, tomó la lámpara, y la metió en la boca dentada de la criatura. Su pequeña cabeza humana repugnante se iluminó como calabaza de Halloween, y aunque daba patadas y aleteos furiosos, casi parecía que dejaba de luchar. Todos seguían leyendo, y mirando lo que pasaba.

-Quémate en el infierno, asquerosa bestia…-, dijo Luciano, soltando de repente el libro sobre el suelo, mientras, con un último grito de agonía, la criatura alada se desvanecía en la muerte. Su piel empezó a arder con una flama intensa color azul, y las hojas del libro de Shakespeare servían de combustible.

-Miren eso, ya salieron las estrellas… Creo que lo logramos-, dijo doña Victoria, mirando hacía el cielo. La pareja de esposos se fundió en un abrazo, y todos soltaron sus hojas a la fogata que se había formado sobre el cuerpo de aquel ser. El humo olía a podrido, y Luciano, dejando la linterna quemarse también, echó lo que quedaba del libro para que terminara de consumirse.

Nadie se dio cuenta del tono ambarino de los ojos del muchacho…

miércoles, 7 de marzo de 2012

La Mujer: Una Humilde Opinión...

El propósito del ser humano es vivir, a su manera, a la manera de otro, o según lo que le dicten, pero en sí, terminamos siempre viviendo una vida. El ser humano está presente, de eso no cabe duda... Pero, ¿a quién le debemos la vida, y la corporeidad misma? Pese a que todas las malas ideas nos indicaron siempre que le debemos la vida a un ser superior, en sí no se trata de nada inmortal e incorpóreo.

Nuestra vida, y nuestra existencia misma como tal, se las debemos a las mujeres. Ellas son las que deciden cuándo y cómo concebir la vida misma. En sí, todo acto de dar vida viene de las hembras de cualquier especie, no solo de la humana. Las mujeres, amigos míos, son la razón del existir. El hombre hace el papel de "aquel que da la semilla", pero la mujer tendrá que cargar con la responsabilidad de la gestación en un periodo determinado. Si esto aún no mina su creencia, las mujeres tendrán que hacerse cargo de los hijos que tengan, de procurarles el cariño y el amor necesarios para hacerlos personas de bien, y muchas veces de aguantar ciertas prácticas de los hombres...

La mujer, o la hembra, sea el caso, aprendió a aceptar la responsabilidad de cargar en su vientre la vida que concibió junto al hombre, o el macho. Suena extraño decir que la mujer, indiferente al mote del "sexo débil", ha sabido sacar adelante todo lo que es y por lo que ha luchado, y no es trabajo fácil. La mujer tiene ciclos naturales que en el hombre, con su connotada debilidad, le achacarían los peores dolores. Pero ellas se los aguantan, saben vivir con ello, manejan la situación de los dolores menstruales a la perfección. Nosotros los hombres nos quejamos más fácilmente de cosas que luego resultan incluso insignificantes.

La mujer es la máquina perfecta del sentimiento y la razón objetiva. Sabe de qué va la cosa la mayoría de las veces, tienen una intuición perfecta, saben a ciencia cierta lo que queremos, lo que sentimos, y nada podemos esconderles, por que detectan fácilmente las mentiras, y obviamente, saben guardar mejor los secretos. No se sorprendan, Hijos de Adán, si la mujer les esconde la irremediable existencia de un dolor muy insoportable, o incluso si les ocultan un amorío pasajero. Tal vez la mujer sea experta en mentir, pero en ello es buenísima, y siempre se le perdona y se le respeta por ello.

Para una mujer, su cuerpo es el templo más sagrado, y la casa mejor cuidada. Nadie más puede decidir sobre su apariencia, y lo que use siempre se ve bien, para nosotros, e incluso para las demás mujeres, muchas veces cómplices de horas y horas de esmero en la perfección corporal. Hacen cosas saludables, comen bien, se maquillan, se arreglan, visten ropa muy casual, y siempre se ven hermosas, incluso aunque no vayan elegantes, aunque se vistan para hacer la limpieza, así se ven espectaculares.

La vida de una mujer no se limita a tener hijos y ser feliz con el amor de su vida. También trabaja, se esmera, y se esfuerza para salir adelante. Muchos de los títulos profesionales son de ascendencia masculina, pero también en femenino se oyen mucho mejor: Doctora, Abogada, Arquitecta, Escritora, Obrera, Bombera, Psicóloga... Cada profesión y cada oficio que una mujer realiza la hace sentir grandiosa, importante, completa, y soñadora de lo que siempre quiso ser. Nadie la limita cuando se encuentra en su elemento, y lo hacen con amor y mucha dedicación. Las mujeres han sabido rebasar a los hombres en muchas más tareas, y eso es indudable.

Pero también las mujeres sufren. Sufren del machismo de los hombres, que las humillan, las sobajan, les recriminan el haber nacido mujeres. Se les ha discriminado, ignorado, quemado en hogueras por pensar de manera distinta a los "hombres de fe", se les condenó a vivir sumisas bajo los golpes de un marido controlador y poco cariñoso, a vivir a la sombra de grandes ejecutivos de corbata, e incluso se les acusó de ofrecer una miserable manzana de la cual no debían comer. Y a partir de ahí, todo sería dolor, incluso cuando tuviera hijos.

Pero, ¿saben por qué la mujer siente dolor al parir? Por que están hechas de carne, y no de plástico como muchos piensan. Por qué el dolor que sienten, las horas de angustia, y las tristezas, son el hábito de la mujer que sufre para aprender a vivir y salir adelante. Las mujeres son profesionistas, son madres, son geniales, por que el hombre ya ha perdido poder en ellas, y ellas son las que ahora son independientes.

Y si como hombre crees que por serlo las mujeres te persiguen solo por sexo, creo que te equivocas. ¿Quién puede entender en el sexo a una mujer mejor que un hombre? Claro, otra mujer. Una mujer lesbiana debería considerarse la joya del sexo, sabe a ciencia cierta lo que una mujer quiere, por que es lo que ella quiere. Tu, hombre, solo sabes embarazar, y muchas veces, arruinar una vida que viene en camino, acobardándote y abandonándolos a ambos. Una mujer sola, con su hijo, es más fuerte aún que un hombre solo. Lo sé por que vengo de una, y todas las mujeres que conozco, primas, tías, abuelas, madres, compañeras, amigas, conocidas... Todas ellas son el centro de un mundo que gira para que sean felices. Las queremos, mujeres hermosas, feliz día...

PS: Sí aún no les queda claro, machistas, recuerden esto: Ningún dolor de cabeza de ustedes se compara con el dolor de pasar una sandía por el agujero del tamaño de un limón. Si no respetas a una mujer, ni siquiera estás respetando a la que seguramente te dio la vida...


 
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