Todo
empezó la primera noche de las posadas. Las fiestas decembrinas daban inicio
este día, con una de las celebraciones tradicionales más bellas del mes. Una
posada era una especie de convivencia entre vecinos, en la cual se comía, se
bebía agua de diferentes frutas o ponche, y se hacían diversos rituales, entre
ellos, visitar varias casas cantando las letanías, que representaban el paso de
José y María en busca de posada en Belén. La gente llevaba su libro de cantos,
y una vela en las manos, cantando juntos hasta llegar a la casa donde los
recibirían. Ahí, se comían y luego se rompía la piñata, la cual contenía frutas
y dulces. Sin duda, serían nueve noches extraordinarias, llenas de color y de
celebración, antes de la Navidad.
La
última posada, la del 24 de Diciembre, le tocaba a Elena Sánchez. Pero de eso
no hablaremos ahora. Elena parecía estar más ocupada en los preparativos de su
propia posada que en poner más atención a las de los demás. Y no porque se
sintiera importante, sino porque quería que todo saliera a la perfección.
La
noche del 16 de Diciembre, una noche fría y con un leve viento que hacía que la
gente se tapara hasta el rostro, la primera posada se celebraría en la casa de
la familia Infante. La conformaban el padre, Roberto, la madre, Isabel, y la
pequeña Karla, una niña risueña e inquieta, que siempre se la pasaba haciendo
travesuras. Sus papás estaban ocupados como para ponerle un poco más de
atención a la niña, por lo que esta salió a la calle, una cerrada en Santa Fe
que tenía fama por ser una de las calles más seguras de la colonia.
Karla
no vio a nadie más en la calle, porque seguramente, todos los vecinos se
estarían preparando para salir a la posada. Eso ponía más feliz a la niña,
porque sabía que iba a convivir con sus pequeños vecinos, y todos tendrían
turno en una de las piñatas que sus papás habían comprado. Dejó atrás el calor
de su casa y el olor a tinga de pollo, y caminó por la calle, hasta llegar a un
espacio vacío dónde sólo se encontraba un jardín, con un enorme árbol de hojas
secas en medio y mucho pasto alrededor. Pegada a la pared del jardín, ya estaba
una mesa con refrescos y desechables, y las luces que habían puesto en las
paredes de las casas iluminaban todo el jardín, haciéndolo ver como otro cuarto
más de una casa cualquiera.
La
niña decidió esperar a todos ahí, sentada en el pasto o en una de las sillas de
la mesa, las cuales aún estaban plegadas recargadas en la pared. No se
atrevería a hacerlo sola, porque podría caérsele y ocurrirle un accidente. Como
traía pantalón, se sentó en el pasto, sin importarle si estaba húmedo o muy
frío. En sus manos tenía una hermosa muñeca, de pelo rizado y vestido rosa, a
la cual empezó a peinar y a acicalar, como si fuera un bebé verdadero. Karla
sonreía a su pequeña hija, y le cantaba una canción de navidad que había
escuchado en la televisión.
Y
aunque la muñeca no podía escucharle, y le miraba con sus inexpresivos ojos de
plástico, la persona detrás del árbol sí podía escuchar su canción, y se movía
lentamente hacía la pequeña. Karla no le vio, ni siquiera cuando su sombra
empezó a dibujarse encima de ella. Lo último que vio la niña fue cómo la muñeca
caía al pasto, y sintió el tirón que le daba alguien por detrás, sin dejarle
gritar, con una enorme mano enguantada sobre la boca…
Pasaron
quince minutos…
-Roberto,
se nos va a hacer tarde y los vecinos ya deben estar allá. ¿Podrías llevarte
las papas? Yo me llevo la tinga. Pero rápido, que está caliente y me voy a
quemar las manos…
Roberto
miró a Isabel, quién estaba en la puerta, esperándolo con la enorme cacerola de
la tinga en ambas manos. Le sonrió, mientras tomaba entre sus enormes manos el
otro refractario con las papas con longaniza.
-¿Dónde
se metió la niña?-, preguntó preocupado Roberto, alcanzando a su esposa en la
puerta.
-Ha
de estar ya en el jardín, jugando con los vecinos. No pudo haber ido más lejos,
el portón está cerrado. ¡Apúrate!
Los
dos caminaban en fila india directo hacía el jardín de la calle, primero ella,
y detrás su marido, ambos cargando la comida. Aún faltaba traer más cosas, y
por eso tendrían que dejar la comida y hacer más vueltas para no olvidar nada. Cuando
iba llegando al jardín, Isabel escuchó algo. Era como una canción, una guitarra
rasgando, con una tonada alegre, aunque se escuchaba como lejana.
(CANCIÓN: https://www.youtube.com/watch?v=zYrapItmPZI)
-¿Quién
habrá puesto esa música? Es horrible-, dijo Isabel, soltando una carcajada. El
jardín ya estaba frente a ellos, y la música se escuchaba más fuerte. En el
jardín estaban la mesa y las sillas en su lugar, y los desechables aún sin
usar. Y colgando del árbol, con una cuerda alrededor de su cuello, se
encontraba Karla, con el rostro inexpresivo y una mueca de dolor en su boca
azul, de dónde le salía la lengua…
Después
del fuerte sonido de la cacerola cayendo al suelo de la banqueta, los vecinos
escucharon el grito desgarrador de una mujer en la calle.
La
posada había nacido muerta.