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miércoles, 21 de marzo de 2018

#UnAñoMás: El Ciclo (Día de la Primavera) FINAL



Omar regresaba a su casa. Vivía solo, y no se preocupaba por si su familia estuviese al pendiente de sus idas y venidas. Su familia ya no estaba. Con los viajes que efectuaba, alguna vez ellos tendrían que desaparecer.
Saltar a través de las dimensiones había sido algo maravilloso las primeras veces. Poder observar las copias exactas del mundo en el que vivíamos era una aventura nueva cada día, pero conforme pasaba el tiempo, sus expectativas se iban complicando. Cada universo que visitaba era un paso atrás, un tramo cada vez más lejano para regresar a casa. De repente, su familia dejó de existir, y él se encontró solo en mundos que, sin duda se parecían al suyo en algunos instantes, pero que nunca serían del cual había partido. La curiosidad de Omar lo atrapó en un viaje sin salida, condenado a viajar a un nuevo mundo cada vez.
Y toda la culpa de ello la tenía un brujo, o al menos, un hombre que sabía cómo viajar. Cuando entró en su casa, lo vio ahí, sentado en el sofá.
-Quiero volver-, dijo furioso el muchacho, azotando la puerta tras de sí.
El hombre, vestido todo de negro y con las manos entrelazadas sobre su regazo, negó despacio con la cabeza.
-No. Tuviste tu oportunidad de regresar cuando sabías el camino. Ahora todo se convirtió en un proceso sin fin, un círculo eterno de visitar mundos en donde nunca perteneciste. Te dije que la curiosidad te iba a estancar en esto, y no me hiciste caso. Es tu deber pasar cada día en un nuevo mundo, viendo las maravillas que cada uno tiene que ofrecerte. ¿Qué viste en este?
Omar no dijo nada por un rato, hasta que el enojo se le pasó, y pudo hablar.
-Una mujer cayó desde el castillo de Chapultepec. Vio un fantasma o algo así…
-No, no es eso. En este mundo, las almas de los que fallecieron de forma violenta se manifiestan en forma de sombras. Tal vez ella no lo sabía, pero casi todos conviven con esas sombras a menudo. Lo saben, lo enseñan en las escuelas. Dime que más has visto, tengo la curiosidad.
Omar no pudo más que sentarse en otro sillón, lo más apartado posible de aquel hombre.
-He visto cosas horribles. Hombres que se convierten en asesinos sin que ellos lo sepan. Uno mató a una chica mientras la grababa, y su “yo” del pasado lo veía todo.
-Döppelganger, si. Continúa.
-Había monstruos que se escondían con forma humana y que mataban sin piedad a sus víctimas, disfrazados de muchachos comunes y corrientes. Espectros que se aparecían en los parques para cazar niños y adultos en las noches. Hombres muy fuertes que podían destruir un edificio a golpes. Pero también había cosas hermosas…
El mago se acomodó en el sillón, al ver que la mirada del muchacho cambiaba.
-¿Eras muy bellas?
-Sí. Un hombre que podía ver el futuro trataba de salvar a sus hijos adoptivos. Una madre que le arrebató con valentía a su hijo de las manos de una bruja. Amores que se reencontraban más allá de la muerte y los sueños. Un detective muy hábil que le hacía frente a un monstruo y a la muerte misma. Un abuelo y su nieto jugando y siendo felices. Y un sueño aterrador de extraterrestres que se disolvía con el nacimiento de un bebé. No todo era malo.
El mago se levantó. Caminó hacia la ventana, y sonrió.
-No todo es malo. En todos los mundos hay maldad, pero también hay cosas buenas que envidiarles. Todos eso sueños, esos deseos. He visto cosas más allá de lo que viste tú: aquel monstruo que devoraba gente disfrazado de un chico inocente salvó a su mundo sacrificándose. El bebé que nació de un sueño apocalíptico ahora es un hombre de bien. Y el muchacho que vio su futuro homicida se convirtió en un gran cineasta.
El hombre se acercó al muchacho, quién aún estaba sentado, y lo miraba con ojos curiosos.
-Si quieres regresar al lugar al que perteneces, tienes que hacer algo por mí antes. Así como hay cosas buenas y malas, en el lugar del que vengo pasaron cosas malas, cosas que me afectaron, y que era necesario arreglar. Mis poderes no pueden solucionar nada, pero por eso te encontré, y te di la oportunidad de ver las cosas más maravillosas. Sirenas y extraterrestres o seres sin sexualidad no son lo único maravilloso. Aún más, la vida es importante también…
El hombre alargó su mano blanca y huesuda hacía Omar, que no se movía.
-¿Qué tengo que hacer?
-Acompáñame. Te llevaré al final de tu viaje. No tendrás que ver un mundo nuevo nunca más, sólo el tuyo, al cual perteneces. Ayúdame y volverás a tu hogar, con tu familia. Lo prometo.
Omar dudó un momento, y aunque estaba en ello por culpa de su curiosidad, tal vez ese mismo espíritu de aventura lo salvaría esta vez. Asintió y le dio la mano al hombre, y aunque apenas estaba a punto de levantarse de su asiento, sintió como una fuerza extraña lo jalaba hacía arriba. Ambos estaban viajando a través del espacio y quizá también del tiempo. Omar se sentía mareado, y el hombre parecía estar a kilómetros de distancia, aunque su mano le apretaba fuertemente.
Al cabo de unos minutos de volar en el vacío, llegaron a un sitio desolado. Era un paraje natural, durante una noche algo calurosa. Estaban rodeados de plantas secas y cerca se erguía un árbol, que mostraba su frondosidad. A lo lejos se podía ver una casa, con dos ventanas iluminadas.
-Aquí es dónde yo vivía antes de dedicarme a la magia. Un lugar en donde se me permite observar pero jamás actuar. Es un castigo por desafiar las leyes naturales y tratar de cambiar el destino de alguien a quien yo amaba.
Omar trató de entender lo que escuchaba. Aquel hombre había sido alguna vez como él, un muchacho lleno de curiosidad que había perdido a alguien. Por intentar recuperar a esa persona con la magia, algo ocurrió, y se quedó como él, atrapado en un bucle interminable.
-¿Cómo puedo ayudarte entonces? Tú mismo no pudiste cambiar nada, ni siquiera con el poder que posees. ¿Qué te hace pensar que yo cambiaré algo?
El hombre miró con seriedad al muchacho.
-Viniste conmigo, eso es algo que nunca había pasado. Sólo yo podía venir aquí, como un castigo hacia mi insolencia. Ver una y otra vez lo que pasó y arrepentirme para nunca ser perdonado. Contigo aquí cambiaremos el curso de lo que sucedió. Tú no deberías existir en este mundo, y acabas de cambiar para siempre las cosas con tu presencia. Vamos…
El hombre empezó a caminar directo hacia la casa, rodeando algunas plantas secas en su paso. Omar tuvo que brincar sobre un hormiguero escondido entre dos enredaderas. Un paso más, y hubiese metido el pie en donde no.
-La persona a la que vamos a ver…
El hombre suspiró, sin que el muchacho lo notase siquiera.
-Era una muchacha hermosa. Amable, tierna, muy lista. En el pueblo todos la querían, y muchos muchachos como yo la pretendían, aunque yo nunca me acerqué a ella. Fue en esta noche cuando todo sucedió: ella tenía en su recámara un adorno, algo que pretendía llevar al día siguiente en una ceremonia que en este mundo es muy común cada año. Sin embargo, su suerte cambió cuando aquel adorno se incendió con una vela que cayó por accidente. La luz que vez en la ventana es de esa vela, ya que la energía eléctrica en su casa se ha ido. Fue algo terrible…
La cara del hombre se ensombreció, a pesar de que la noche era oscura y profunda. Omar tenía calor, pero aún así seguía caminando, escuchando las palabras de aquel hombre consumido por el dolor.
-Puedo apagar la vela si así lo desea…
-No servirá de nada. La vela y aquel adorno son elementos importantes. Si uno falta, el otro terminará el trabajo que ambos no pudieron cumplir en el destino de aquella joven. Ambos tienen que ser destruidos. La magia lo puede todo, excepto cambiar el destino de alguien, y eso lo aprendí de la peor manera posible. Mis poderes no pueden salvarla, pero tu curiosidad lo hará. Y como recompensa te devolveré a tu mundo, sano y salvo: una promesa que la magia cumplirá. Ve a su recámara, trae esos dos objetos y te ayudaré a destruirlos. No podré regresar aquí, pero al menos sabré que ella está bien, y es feliz.
Llegaron hasta la casa, dónde la luz de la vela aún titilaba intensamente, como una estrella más en aquel oscuro cielo de primavera.
-Déjeme dentro de la recámara, ayúdeme a subir…
-No puedo. La magia no funcionará para ayudarte. Usa tu propia magia, la que tienes en tu interior. Toma…
El hombre estiró la mano, y con un corte invisible, hizo que su palma sangrara. La cálida sangre roja escurrió en la palma del muchacho, quién primero se aterró, pero al contacto con la sangre su cara era de asco.
-¿Está loco o qué?
-Una promesa de sangre. Haces esto, y te ayudaré a volver. No hay nada más sagrado…
Omar asintió, y cerró el puño, guardando para sí la sangre que aún manchaba su mano. La casa era enorme, y estaba rodeada por una reja que al muchacho no le fue difícil de sortear. Con sus amigos ya trepaba árboles desde muy pequeño, así que una cerca así de pequeña era relativamente fácil. Aunque la casa fuese muy grande, solamente estaba levantada en una sola planta, por lo que sería fácil entrar por la ventana.
Se acercó tanto como pudo, y aunque la luz de la vela apenas iluminaba su rostro, podía ver por dentro. Aquella era una imagen muy bella y tranquila: una recámara cualquiera, con una cama solitaria en un rincón, y más allá, la vela sobre una mesita, sobre la cual también descansaba el adorno del que hablaba aquel hombre. Era una especie de abanico, algo hermoso que alguien con mucha habilidad haría con sus propias manos. Estaba hecho con papel o palmas secas, y era algo que Omar nunca había visto en su mundo. Tenía que entrar por él sigilosamente.
Empujó la ventana, y esta, para su sorpresa, se abrió despacio, chirriando un poco. El aire cálido de afuera se coló hacia la recámara. Ahí dentro era más fresco. Y no hacía calor. Puso sus pies descalzos en el interior de la recámara, y sintió el frio suelo en su piel.
Omar sentía curiosidad: cómo era la muchacha, qué la hacía tan especial para que todos los que la vieran cayeran a sus pies. Se acercó a la cama, y la miró: era bellísima. Su piel blanca y trémula a la luz de la vela, su cabello negro, suelto, y aquellos ojos que, imaginó, eran como dos gemas preciosas cuando estaba despierta.
Quería tocarla, poder despertarla para ver su mirada, y mientras más se acercaba, en su corazón nació un vacío, un espacio que se fue haciendo más y más grande. Algo le faltaba, y era ella: una muchacha hermosa y su belleza que, a pesar de la oscuridad, resplandecía desde el interior.
Sin querer, su pie tropezó con el borde de una alfombra que se encontraba bajo la cama, y sus manos toparon con la mesa, la cual se tambaleó, dejando caer la vela sobre aquel hermoso abanico de palma. La llama no tardó en encenderse, y el fuego empezó a quemar también la alfombra. Poco a poco, el fuego empezó a crecer, y a iluminar el lugar.
La muchacha se removió entre las sábanas, pero no se despertó. Omar no sabía que hacer: el calor se volvía insoportable, y el fuego se interponía entre él y la cama de la muchacha.
-¡Despierta, despierta…!-, gritó el muchacho, tratando de despertar a la muchacha, quién sólo se revolvió aún más en la cama, sin darse cuenta que, en pocos segundos, las llamas devorarían sus sábanas, consumiéndola también a ella.
No lo pensó más: armándose de valor, Omar saltó entre las llamas, aunque los pies descalzos no soportaran el calor intenso del fuego. Fue su grito de dolor el que hizo que la muchacha, por fin, se despertara, y también gritara.
El fuego creció, y empezó a consumir también las sábanas. El muchacho alcanzó a subirse a la cama antes de quemarse más, y agarró a la muchacha de ambos brazos.
-¿Quién eres? ¿Qué está pasando?-, gritó la muchacha, histérica y aterrada. El fuego le quemaba un poco la cara. Omar la jaló, y ella tuvo que levantarse encima de la cama para alejarse lo más que pudiese del fuego. Instintivamente, ella se abrazó a su salvador.
-No te preocupes, te voy a sacar de aquí.
Con las fuerzas suficientes, e incluso pensaba que aún más, Omar cargó a la muchacha, como quién carga a su mujer después de recién casados, y con más arrojo que antes, brincó por encima del fuego. Aunque las llamas le quemaban las plantas de los pies y más arriba, el miedo y su propio valor no le impidieron seguir corriendo. La ventana estaba abierta, y con todas sus fuerzas, soltó a la muchacha, quién salió despedida hacia afuera, cayendo en el césped que crecía verde bajo su ventana. Omar tropezó, y el fuego se acercaba cada vez más a él, pero se levantó, cojeando un poco, y salió por la ventana lo más rápido que pudo. La muchacha ya no estaba ahí: había corrido, rodeando la casa, mientras gritos de hombres y mujeres salían por todas partes.
El muchacho salió corriendo lo más rápido que pudo, e incluso cuando volvió a saltar la reja, su pie quemado, el izquierdo, le dolía bastante. El hombre, al pendiente de todo lo que pasaba, había visto el humo saliendo de la ventana de la muchacha, y estaba alerta. Al ver al muchacho acercarse, cojeando y respirando como un animal herido, lo jaló hasta quedar bajo las hojas del árbol solitario. Sacó de entre sus ropas un frasco con un ungüento color café, que olía amargo y dulce a la vez. Se lo untó en el pie quemado, y aunque primero ardía, Omar sintió como se le refrescaba la piel.
-¿Dónde está? ¿Dónde está ella?-, preguntó el hombre, tratando de guardar la calma.
Omar tardó un momento en responderle. El hombre pudo ver su rostro a la luz de la Luna: estaba cansado, y su rostro estaba lleno de hollín del incendio.
-Ella… corrió. Está a salvo, no le pasó nada…
El hombre miraba a Omar con ojos bañados por las lágrimas, y asintió, nervioso aún.
-Impediste lo que parecía inevitable. Hiciste lo mejor, y salvaste la vida de aquella mujer. Cuando murió, no hice más que estudiar lo que ahora sé, me enajené con una fuerza tan poderosa que, al final, terminó conmigo, encerrándome en un universo aparte para siempre. Sólo quiero verla feliz, vivir más, y podré morir tranquilo algún día con aquel sentimiento de culpa ya desvanecido.
Omar ya estaba más tranquilo, escuchando a aquel hombre. Después de un rato, se animó a hablar.
-Ella es hermosa. Es una muchacha preciosa. Tenía miedo, y aunque sus ojos eran como las piedras más bellas de este mundo o de cualquiera, vi en ella el miedo a la muerte. Ahora sé por qué estudiaste tanto para salvarla. De dónde vengo no le tememos a la muerte, y aprendemos a vivir con ella. Pero ella no merecía eso, creo que por eso la salvé…
Ambos se quedaron mudos, y el hombre solamente asentía.
-Vamos a casa. Prometí llevarte sano y salvo, y casi pierdes un pie. Aún así, tu corazón valiente late más que nunca. Y el de ella también. Un último viaje te hará bien…
Aunque aún le escocía la quemadura, Omar sintió de nuevo el inevitable tirón a través de la oscuridad. Iba a casa, por fin…
Llegaron, y aún era de día. Se encontraban entre flores, hermosas flores de color naranja que olían muy bien. Estaban a la orilla de un inmenso lago, uno tan grande que la mayoría pensaría que era la orilla misma del mar. A lo lejos, el hombre y el muchacho contemplaron la ciudad que se levantaba en medio del lago: enormes edificios que tocaban la punta de las nubes, y en el centro de todo aquel ajetreo se podía ver un enorme templo, una pirámide desde dónde la música de una caracola ceremonial anunciaba la llegada de un nuevo día.
-Tienes suerte de estar vivo, y de vivir en este mundo. Un mundo que no fue conquistado. Ve a casa, y procura vivir como tú quieras-, dijo el hombre, apoyando su mano en el hombro de Omar, quién ahora era el que lloraba por volver al hogar. Sintió las hierbas entre los dedos de los pies, y la brisa de aquel lago salado.
-Gracias. También tú cuídate. Puedes venir a este mundo cuando quieras. Y te enseñaré algo muy hermoso cuando…
Omar se iba alejando del hombre, cuando, inesperadamente, algo salió del agua. No era algo que el hombre esperaba, pero sí algo que ya había visto antes en aquellos lugares. Era una especie de arácnido enorme, del tamaño de dos hombres, el cual saltó desde el fondo del lago, hincando sus enormes patas en el lodo, y chirriando por una boca babeante. Múltiples ojos se enfocaron en Omar, quién no tuvo oportunidad de quitarse a tiempo, justo cuando las enormes patas delanteras de aquella cosa se clavaban en su cuerpo, atravesando su pecho y su vientre, en un estallido de dolor y sangre que lo mató al instante.
El hombre se quedó quieto, de pie en la orilla de aquel lago, con la sangre del muchacho en el rostro, y los ojos desenfocados, justo para ver como la criatura regresaba al agua, jalando a su presa hacia el fondo del lago. Si tan sólo lo hubiese salvado…
Una promesa de magia que se rompe, puede cambiar todo lo que se ha hecho antes…
Omar ya estaba muerto, pero recordó que, si no hubiese sido por él, su amada estaría muerta también. El destino no podía cambiarse, ahora estaba seguro. Se concentró, y en su mente la volvió a ver. Aquel hermoso rostro, su piel blanca, su cabello castaño, y los ojos más hermosos de cualquier mundo…
Llévame hasta ella, llévame hasta ella por favor. No dejes que muera…
Su mente lo llevó hasta el lugar que él pedía. Reconoció el lugar: la plaza del pueblo, en un día caluroso de domingo. El domingo de Ramos después de aquella primavera dónde Leonora moriría.
La buscó incesantemente, pero la gente se agolpaba en la plaza, tratando de entrar a la iglesia.
-¡Leonora, Leonora!-, gritaba, impaciente. Empujaba a la gente, y trataba de caminar entre la multitud.
Inesperadamente, fue cuando la vio, caminando directamente por el camino que llevaba al quiosco del pueblo. Llevaba un hermoso vestido blanco, un rebozo rosa, y entre sus manos, aquel adorno de palma. No: no era el mismo que se había quemado. Este era más bonito, más verde. Algo nuevo.

Mientras andaba por el camino hacía el quiosco, sintió que alguien rozaba la mano con la que agarraba el rebozo. Volteó a su izquierda y se dio cuenta que era un monje, alguien vestido de negro, con la capucha echada sobre la cabeza. Tal vez era alguno de los monjes que ayudaban al sacerdote del pueblo en los días de la Cuaresma.
-Ay, lo siento…-, dijo Leonora con voz trémula, tratando de disculparse.
El monje se detuvo, e hizo que ella también lo hiciera. Aquel extraño sujetó a la chica del brazo, haciendo que soltara su ramo de palma, y clavó un cuchillo entre los pechos de Leonora, que ni siquiera alcanzó a soltar un grito. El dolor le aprisionaba el pecho, y la sangre le corría por la herida, manchando su inmaculado vestido. El hombre que la atacaba no tenía rostro, escondido en la penumbra de la capucha, mientras su sonrisa se delineaba entre las sombras.
Sacó el arma del pecho de la chica, y soltándola, la muchacha cayó de espaldas, empujando a varias personas, que se apartaron primero confundidas, y luego gritando. Algunas de las mujeres gritaron aterrorizadas, corriendo y tropezándose con los puestos de la comida. Leonora yacía en el suelo, con una enorme mancha de sangre empapando su pecho, las manos caídas a los costados, y entre las piernas, la palma que llevaba en la mano. Nadie vio como el monje se alejaba entre los árboles, buscando cómo escabullirse entre la multitud para llegar a salvo a su guarida.

El hombre pudo verlo todo. Aquel monje le había arrebatado la vida a Leonora, y reaccionó demasiado tarde. Con el poder que aún le quedaba, hizo que el misterioso encapuchado se tropezara, pero aún así se levantó, y se escondió entre la muchedumbre, y luego, entre los árboles.
La gente estaba gritando, cuando por fin descubrieron el horror: la mujer a la que había amado yacía en el suelo, cubierta de sangre, con su hermosa palma de Domingo de Ramos en el pecho herido.
Fue en aquel instante de desazón que, aunque la sintiera fluir en sus venas hasta el día de su muerte, aquel hombre pudo darse cuenta que la magia lo había abandonado para siempre…



“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.”
Agatha Christie.


Luis Zaldivar, 02 de Enero de 2017 - 16 de Marzo de 2018.
Los dioses quieran nos podamos ver un año más.
 
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