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Michael Peña como Javier Carrillo. |
Con el incendio de la casa a sus
espaldas, y el pasto consumiéndose y soltando un penetrante olor en el aire,
Judy se acercó hasta Sidney, quién estaba en shock total, viendo las llamas
consumir su vida y sus recuerdos.
-¿Qué te pasó ahí dentro? ¡Ya murieron
muchas personas! ¿Por qué te quiere el asesino?
Ni siquiera el comandante Emmerson la
detuvo. Salió del jardín para hablar por radio, y llamar apoyo y bomberos.
Kirby tenía la cara manchada de hollín y surcada de lágrimas, y no dejaba de
abrazar a Javier, quien estaba arrodillado, sollozando.
-Llegué a Woodsboro en cuanto me enteré
de lo de Dewey y Gale. No estaba dispuesta a dejarme ver. Cuando estuve a punto
de ir contigo a ayudar en lo que pudiese, ese maldito me acosó. No me dejaba
salir de casa. Me alimentaba con lo que había en casa, que no era mucho. Mi
padre no abastece la despensa, ya que no vivía aquí. No podía dormir. Estaba
atrapada. Lo lamento-, dijo Sidney, sin detenerse y sin tomar aire. Parecía
devastada y confundida.
Judy se había equivocado al reprocharle
algo a Sidney, quien parecía en verdad aterrorizada.
-No Sid, lamento mucho todo esto
también. No es culpa de nadie. Vamos a encontrar a ese maldito, cueste lo que
cueste.
El comandante Emmerson se acercó
corriendo, aún con el radio en la mano.
-Ya viene el apoyo. Apagarán el incendio
antes de que se propague. Les sugiero se escondan, todos juntos. Nadie salga
hasta que hallemos una forma de detener a este psicópata…
-Nos encontrará de todas maneras-, dijo
Sidney, con voz apagada. –Nos matará, hagamos lo que hagamos, vayamos a donde
vayamos…
Emmerson sacó de uno de los bolsillos de
su cinturón unas llaves, con una forma extraña de triángulo isósceles. Se las
entregó a Judy en la mano. Ella las tomó, extrañada.
-¿Qué abren?
-El búnker de la ciudad. Es un lugar
viejo, pero servirá. Está justo detrás de la alcaldía, en aquel edificio que
tiene el anuncio de “Alto Voltaje”. Vayan y quédense ahí. Pasaré mas tarde a
dejarles algo de comer. Informaré a las familias de los chicos que están bien…
Judy asintió y tomó a Sidney de la mano
para llevarla junto a los muchachos.
-¿Qué pasa?-, dijo Kirby, mirando a las
dos mujeres acercándose. El calor se hacía más intenso. Javier no se movía,
pero ya no lloraba. Estaba mirando al vacío.
-Tenemos que escondernos. El comandante
me ha dado las llaves de un buen lugar para estar a salvo… Javier, escúchame,
tienes que levantarte.
El muchacho no se movía. Sidney se
acercó y lo miró, cara a cara.
-Vi a tu amigo salvarte la vida. Él
quería ayudarme, y casi no le creo. Lamento que esto esté pasando. No dejaré
que les ocurra nada, lo prometo.
Ella estiró su mano hasta la de Javier,
quién cerró sus dedos alrededor de su mano. Se sintió más tranquilo, y se fue
levantando poco a poco. Kirby no dejaba de estar a su lado, como si en
cualquier momento se pudiera caer. Pero no pasó nada hasta haber llegado al
auto de Judy, quién los hizo subir a todos lo más rápido que pudo. Segundos
después, el auto salía por la calle inclinada hacia el centro de Woodsboro,
mientras los coches de la policía y el enorme camión de bomberos salían pitando
hacía el lado contrario.
Después de haber dejado el auto en el
estacionamiento del centro comercial, que quedaba muy cerca del edificio del
ayuntamiento, los cuatro bajaron caminando rápidamente por entre los
callejones. Judy iba al frente, asegurándose de que nadie los veía acercarse a
los jardines traseros del ayuntamiento. Después iba Sidney, nerviosa. Y detrás
iban Javier y Kirby, quienes no se habían soltado durante todo el trayecto.
Judy corrió para abrir la puerta del
búnker, que lucía un viejo anuncio de “Alta Tensión” en la parte de arriba de
la puerta. Sacó de su cinturón las llaves de forma triangular, y las introdujo
en las dos cerraduras. Notó que cada una era algo diferente a la otra, así que
intentando no equivocarse, las introdujo una por una para abrir la puerta. Esta
se abrió con un chirrido tan fuerte, que hizo que un pájaro en un árbol cercano
saliera volando despavorido. Con la puerta a medio abrir, hizo que Sidney y
Kirby entraran, para después, ayudada por Javier, cerrar de nuevo la puerta.
El interior del bunker era muy
espacioso, casi como la estancia de una casa grande. La pared del fondo estaba
llena de repisas con comida en polvo y suministros de supervivencia, como un
botiquín de primeros auxilios, linternas, fósforos y hasta una pistola de
bengalas. En las otras paredes había un par de literas. Judy tuvo que encender
una de las linternas de petróleo para ver por donde andaban, ya que el flash de
su celular no era suficiente y la energía eléctrica del bunker no funcionaba.
Javier se sentó en la cama del lado izquierdo, y se quitó la chamarra,
quejándose y haciendo cara de dolor.
-¿Te pasa algo, Javier?-, dijo Kirby,
preocupada, arrodillándose a su lado.
-Me duele la espalda, no sé…
La chica se apresuró a revisarlo. Toda
su espalda estaba surcada por una herida no tan profunda, pero que ya había
empapado su playera blanca, dibujando una diagonal sangrienta.
-Debió ser con algún metal de la
explosión. Te curaré.
Mientras Kirby sacaba cosas del botiquín
para ayudar a su amigo, Sidney se sentaba en la cama del otro lado del bunker.
Parecía mucho más tranquila, aunque sus ojeras la delataban. Parecía demasiado
cansada y hambrienta. Judy buscó con la luz de la lámpara algo de comer. Sólo
había unas latas de atún con abre fácil, las destapó y dejó la lámpara junto a
Kirby para que usara la luz. Caminó hasta Sidney, y le ofreció una de las latas
de atún.
Sidney le vio, y tomó la lata. Empezó a
comer con los dedos, despreocupada, pero lentamente.
-Gracias-, dijo entre bocados.
-Ese desgraciado te mantuvo asustada.
Debes comer más. Hay cosas ahí, pero no creo que sean tan deliciosas. Habrá que
espera a que venga el comandante Emmerson…
Sidney se detuvo al escuchar la mención
de un miembro de la policía. Se acordó de Dewey, y lágrimas silenciosas empezaron
a surcar su rostro sucio.
-¿Qué pasó con Dewey y Gale? Cuando me
enteré vine inmediatamente. Me quería morir… Fueron mis amigos durante muchos
años. Sobrevivimos juntos. Y esto…
Judy tomó fuerzas para hablar. Se le
hizo un nudo en la garganta, pero no quería flaquear.
-Lo que sabemos o intuimos es que el
alguacil mató a su esposa. Si no fue así, la escena fue muy bien montada. Al
menos sabemos que el verdadero asesino llegó después a matarlo a él, cuando
Gale ya estaba muerta. Al parecer, Gale había recibido llamadas anteriores a su
muerte de un tal Reese Connor…
-¿Reese Connor? No es posible…
-¿Por qué lo dices?
Sidney se apresuró a comer su último
bocado antes de hablar.
-Me llamó un Reese Connor para avisarme
de la muerte de mis amigos. Dijo que era un reportero que se había enterado de
los homicidios, por eso vine…
-No puede ser… El asesino dijo no saber
dónde estabas. Dijo que si no te entregábamos…
De repente, Judy recordó un detalle más.
-También dijo que estabas aquí, en el
pueblo. Que teníamos que buscarte y entregarte a él para salvarnos.
Sidney miró con aprehensión a Judy, y
casi deja caer la lata al suelo.
-Pero…
-No, me entendiste mal. Eso dijo pero no
te vamos a entregar. No nos vamos a dejar llevar por lo que diga un asesino. Ya
ha matado bastante para que se salga con la suya.
Sidney no pudo más que asentir, y seguir
comiendo.
La noche llegó, y decidieron que alguien
hiciera guardia. Judy se quedó primero, sentada de espaldas a la puerta del
bunker; ya se irían turnando. En una de las camas se habían acostado Javier y
Kirby, muy cerca uno del otro. Él la abrazaba, y ella sentía su pecho subir y
bajar contra su espalda.
-¿Por qué me curaste?-, dijo Javier. Aún
sentía escozor en la piel de la espalda, donde Kirby le había limpiado y puesto
vendas limpias.
-La herida podía infectarse…
-No, me refiero a por qué lo hiciste.
¿Qué te llevó a hacerlo?
Hablaban como en un susurro, como si
alguien más pudiera escuchar y perturbar su momento.
-Ya has sufrido bastante, esta noche y
toda la vida. No convives mucho con la gente, al menos que sea para surtirles
gasolina o reparar sus autos, ¿verdad?
Javier asintió.
-Esta era la primera vez que convivía
con alguien por algo que no fuera trabajo. Y ahora están muriendo. ¿Qué le
hicimos a ese sujeto?
Kirby se dio la vuelta y miró a los ojos
al muchacho. Pudo ver en ellos una calidez que la gente no veía, porque estaban
más asustados por su presencia. Se acercó y lo besó cálidamente. Él le
correspondió, sintiendo sus labios húmedos.
-No pienses en eso. Creo que no te
agradecí el que me hayas salvado en casa de Sidney.
Javier sonrió y abrazó a Kirby, sin
lastimarla. Ella se quedó ahí, quieta, descansando contra su pecho.
-No pienses en ello-, dijo Javier en un
susurro, antes de quedarse dormido.
Por la mañana, antes de que dieran las
7:30, la puerta del bunker resonó. Sidney, quien se había quedado haciendo
guardia antes de dormirse, despertó sobresaltada. Judy también se despertó de
inmediato, apuntando la pistola contra la puerta.
-¿Quién es?-, exclamó Judy.
-Emmerson-, dijo una voz apagada del
otro lado.
Judy guardó su pistola y se encaminó a
abrir la puerta, la cual hizo un chirrido muy feo. El comandante entró al
bunker, con una bolsa repleta de comida y otra de ropa. Kirby y Javier se
levantaron algo amodorrados.
-Les traje comida. Y también les traje
un plan…
Emmerson dejó la bolsa de la ropa en el
suelo. Kirby la tomó y sacó su contenido. No era ropa común, sino disfraces,
todos del mismo diseño: una túnica negra, guantes y una máscara de color
blanco, alargada en un rictus de dolor eterno.
-¿Ghostface?
-Así es, señorita Reed. Creemos
conveniente que se disfracen de Ghostface para enfrentar al asesino…
-¿Cómo cree que va a ayudar eso?-,
replicó Javier.
Judy miró los trajes, y le vino a la
cabeza algo.
-Camuflaje. Podremos hacer que el
asesino se confunda. Y delatarlo será más fácil.
-Y también porque hay un evento de suma
importancia esta noche, que será un atractivo especial para él.
Fue Javier quién ahora le dio la razón.
-Claro… Pusieron anuncios de eso en la
gasolinera la semana pasada. Un concurso de disfraces en el centro comercial en
Halloween.
-Lo haremos salir. Al ser ustedes
cuatro, cuando veamos cinco Ghostfaces en escena será más fácil atrapar al
correcto. Nadie quiere disfrazarse de él este año, y no dejaremos entrar a la
gente que tenga el disfraz, por seguridad. En cuanto tengamos a los cinco en el
mismo lugar, ustedes se quitan la máscara…
-Y el culpable queda enmascarado, listo
para ser atrapado. Suena brillante-, dijo Sidney, revolviendo la bolsa de la
comida para repartir entre los presentes los sándwiches y jugos.
-El concurso se hace en el vestíbulo del
centro comercial. Es un lugar amplio y vamos a poder colocar agentes de paisano
alrededor. Yo veré lo que pasa desde arriba.
-¿A qué hora es el evento?-, dijo Kirby.
-A las 8 en punto. ¿Cómo vamos a entrar,
comandante?-, preguntó Judy.
-Disponemos de la puerta trasera de una
de las tiendas cercanas al vestíbulo. En cuanto lo veamos entrar y deambular
por el lugar, ya disfrazado, ustedes podrán salir. Ya les detallaré mejor el
plan. Ahora descansen, y prepárense. Pasaré por ustedes a las 7 en punto.
Cuando el comandante salió del bunker,
todos se quedaron en silencio. El plan sonaba bien, aunque el miedo reinaba
alrededor de ellos.
-No se atrevería a matar a alguien en
ese evento, frente a todos, ¿o sí?-, preguntó Javier, asustado y más indefenso
que nunca, sosteniendo la máscara de Ghostface entre sus manos.
-Hará cualquier cosa para llamar la
atención, incluso si sabe que la policía está por ahí. No le importará ser
atrapado si al menos mata a una persona. Quiere un final épico, algo que se
recuerde para siempre. Su era terminó…-, aclaró Kirby, con un hilo de voz al
final.
-Tal vez Sidney no quiera estar ahí. Es
algo que la ha perseguido durante casi veinte años…
Sidney se puso seria, como si no hubiese
escuchado lo que Judy dijera de ella.
-El fantasma de Woodsboro ha matado a
mis amigos y a mi familia. Si he de enfrentar una vez más este horror, lo haré,
pero esta vez para siempre…
Todos se miraron, algo extrañados, como
si fueran desconocidos. Kirby se abrazó a Javier, como si no pudieran hacer
nada para evitar el final. Y Sidney veía a Judy como lo que era: una vieja
amiga, alguien de quién se hubiese olvidado, y llegara a su vida, por última
vez.
A las 7 de la noche el comandante volvió
a tocar la puerta del bunker, y todos salieron, con los disfraces en la bolsa.
Subieron al auto personal del comandante, para no llamar la atención, y se
dirigieron al centro comercial, tomando un recorrido más largo. Ya había niños
en la calle, acompañados de sus padres, pidiendo dulces en las casas, y más
personas dirigiéndose hacia el centro comercial.
-Este es el plan-, decía el comandante
Emmerson, mientras les abría la puerta de la tienda por donde saldrían en
cuanto les dieran la orden. –El operativo inicia a las 8, junto con el evento.
Por lo que sé, antes de que fuera por ustedes nadie se ha presentado de
Ghostface, así que no he impedido la entrada de la gente hasta ahora. En cuanto
lo veamos a él entre la gente, les avisaré. Saldrán uno a uno, y Javier será el
último…
-¿Por qué?-, dijo Javier, quién ya
llevaba su disfraz puesto.
-Porque eres más grande que ellas. No
queremos llamar la atención de una vez. Saldrán a mi señal, no todos juntos. En
cuanto estén los cinco Ghostfaces en el vestíbulo, les daré la orden de
desenmascararse. Así atraparemos al verdadero asesino. ¿Listos?
Los cuatro asintieron. Judy y Kirby se
habían recogido el cabello, y Sidney apenas se lo podía acomodar en la capucha.
Se pusieron las máscaras.
-Muy bien. Esperen aquí en la bodega. La
dependienta de esta tienda está informada de todo y ha dejado que una de
nuestras agentes actúe de empleada, para que no deje entrar a nadie más al
local. Si todo sale bien, nos veremos allá afuera, con ese maldito tras las
rejas.
El comandante salió de la bodega de la
tienda de ropa por la puerta hacía el local. Los cuatro esperaron ahí, sentados
en cajas de ropa nueva.
El concurso de disfraces estaba
comenzando, mientras una banda local tocaba música rock. La gente estaba muy
animada, hablando entre sí y cantando. Los niños se distraían un poco en una
zona especial con juegos, mientras mostraban sus disfraces y se asustaban
jugando. Sin llamar mucho la atención, el comandante Emmerson se puso una
máscara de lobo y se mezcló con la gente que subía las escaleras eléctricas.
Iba vestido con ropa raída y rota a propósito para parecer más civil. Llegando
al segundo piso, se quedó vigilando desde el balcón, sentado en una banca, con
el radio en la mano y la pistola escondida en el bolsillo de los jeans.
-Muy bien, pónganse sus audífonos que
les di, para que escuchen mis instrucciones.
Los cuatro tomaron sus audífonos, unas
delgadas diademas que se pudieron en la oreja bajo la máscara, para escuchar
instrucciones y comunicarse.
El concurso ya había iniciado. El
presentador, un hombre muy alegre vestido de Drácula hacía subir a la gente con
disfraces más extravagantes, para que todos dieran su punto de vista con
aplausos y rechiflas. Emmerson miraba por encima de todos, quitándose de
repente la máscara o usando un par de binoculares pequeños. Aún no había
señales de ningún Ghostface entre la multitud. Después de un minuto o dos
buscando, vio lo que quería: alguien con el disfraz del asesino salía de uno de
los pasillos laterales que daban hacía los baños.
-Ya lo tengo. Va hacía la gente, pero no
parece hacer nada más. Está bailando o algo así. Muy bien, primero usted,
agente Hicks. Salga bailando o algo así, no debemos llamar tanto la atención.
Judy se levantó, soltando un suspiro y
sintiendo su pistola en el cinturón del uniforme. Salió por la puerta de la
bodega hacía la tienda, donde la agente, una chica más joven que ella, le abría
la puerta de salida, para irse mezclando con la gente de Woodsboro. Iba
bailando, pero estaba demasiado nerviosa.
-No lo veo, comandante-, dijo Judy,
hablando por su audífono.
-No es prudente. Solamente mézclese
entre la multitud lentamente. Yo le diré si se detiene. Él está entre la gente,
pero aún no hace nada. No sé qué espera.
Efectivamente, el verdadero Ghostface
iba entre la gente, y nadie parecía ponerle demasiada atención.
-Muy bien, ahora usted, Sidney.
Sidney salió de la tienda, aunque menos
animada que Judy. Caminó hacía otra parte de la multitud, pasando justo al lado
de los niños, quienes seguían jugando y riendo como si nada.
-Muy bien. Kirby, es tu turno.
La chica salió de la bodega, sin antes
mandarle un beso a Javier. Era algo extraño, y hasta el muchacho soltó una
carcajada.
Kirby salió más animada que Judy y
Sidney, bailando y cantando la melodía que la banda interpretaba. Alcanzó a ver
a Judy a lo lejos, pero no vio a nadie más con el disfraz.
-¿Qué pasa si lo veo, comandante?-, dijo
Kirby, animada, pero preocupada.
-No debe verlos, a ninguno. Si los ve,
podría escapar si es lo bastante listo para darse cuenta de nuestros planes.
Señor Carrillo, su turno.
Javier salió pesadamente. El traje le
daba calor, y hacía que se tropezara, pero no debía perder la compostura. Se
movió más allá del escenario, colándose entre la gente que estaba al inicio de
la fila del concurso, pero sin meterse.
-Muy bien, todos caminen un poco más
hacia el centro de la gente. Él va hacía allá. Yo les diré en cuanto se quiten
las máscaras…
El asesino caminaba directamente hasta
el centro, mientras los cuatro lo iban rodeando poco a poco. El asesino ni
siquiera se había dado cuenta.
De repente, el comandante notó algo
extraño. Había visto a mucha gente vistiendo ropa negra, pero al instante,
cinco de esas personas, que no habían cambiado su posición desde el inicio del
concurso, llevaban capuchas. Eran muchachos, jóvenes de la preparatoria. Cuando
los cinco tuvieron la capucha puesta, sacaron de entre su ropa máscaras
blancas. Al instante, había diez Ghostfaces entre el público.
-Algo ha cambiado…
Judy se alteró, sin dejar de caminar y
de saludar a la gente.
-¿Qué sucede?
-Hay más Ghostfaces. Metieron los
disfraces de contrabando, no entiendo… esperen… ¡Van para allá, van hacía el
centro!
Los muchachos disfrazados caminaban
hacía donde ya estaban Judy, Sidney y Kirby, ya que Javier apenas iba muy
atrás.
Todo pasó en un instante. El asesino
tomó a una chica por detrás, y sin piedad, le clavó un enorme cuchillo serrado
en la espalda. La muchacha gritó, y fue cuando la gente se dio cuenta. Los
otros cinco muchachos habían sido menos discretos: sacaron una pistola, y
empezaron a disparar a diestra y siniestra a la gente.
El caos reinó en el centro comercial al
instante. Todos corrían y gritaban, empujando y tropezándose. La gente caía
muerta o herida, y los asesinos pronto se dispersaron entre el caos de gente
que buscaba las salidas o un lugar para esconderse, sin dejar de disparar. Un
niño cayó muerto frente a todos los demás, quienes empezaron a llorar y a
correr, buscando a sus padres.
-¡Comandante, los refuerzos!-, gritó
Judy por su radio.
Emmerson se quitó la máscara, se levantó
y cambió la frecuencia de su radio.
-¡A todos los elementos dentro del
centro comercial, busquen a los muchachos, son cinco disfrazados de Ghostface,
y uno más con un cuchillo…!
Del otro lado, solo había estática. De
repente, alguien en el segundo piso gritó. Era una mujer que salía aterrorizada
de uno de los baños. Gritaba la misma palabra: cadáveres.
Emmerson echó a correr al baño, quitando
a la multitud que sólo buscaba bajar las escaleras, y encontró a sus hombres
muertos en el baño, degollados.
-¡Hicks, saque a los muchachos de aquí!
¡Regresen al bunker, yo los iré a buscar!
El comandante guardó el radio, sacó su
pistola y salió corriendo hacia la parte de atrás, para encontrar unas
escaleras menos ocupadas.
Entre el caos, Judy empezó a buscar a
sus amigos. La gente seguía corriendo, y los disparos iban derribando a más
gente, algunos heridos, otros muertos.
-¡Kirby!-, gritaba por el audífono.
-¡Estoy cerca del escenario! No veo a
Javier…
Judy se dio la vuelta hacia atrás,
quitándose la máscara y la capucha, para ver mejor. Encontró a Kirby cerca del
escenario ya vacío, con los instrumentos de la banda regados por el suelo.
Tampoco llevaba la máscara.
-Javier, ¿dónde estás?
Nadie le contestaba. Se escuchó la voz
de Sidney.
-¡Cerraron las puertas! ¡VAN A MATAR A
LA…!
Demasiado tarde. Los jóvenes empezaron a
disparar hacía la gente, haciendo que la multitud regresara hacía el centro
comercial. Los que pudieron alejarse rápido encontraron refugio en las tiendas,
que empezaban a cerrar. Los menos afortunados siguieron corriendo, subiendo al
segundo piso, o buscando tiendas al fondo. Muchos tropezaban con los cadáveres,
y otros morían por los disparos.
Cuando ya no hubo gente corriendo cerca,
los cinco asesinos se quedaron un momento ahí, de pie. Uno de ellos tomó rápido
la iniciativa, y le disparó a uno de sus compañeros, agujerando la máscara, de
donde empezó a brotar la sangre.
Los demás corrieron, pero no por mucho.
Se estaban disparando entre ellos. El asesino les había dado la orden al final,
aunque parecía que ninguno sabía que el otro lo hacía por mandato mayor. Al final,
uno de ellos se arrastraba por el suelo, con la pierna herida. De entre las
sombras, el verdadero Ghostface se acercó y le apuñaló en la espalda hasta
matarlo. Luego pateó la pistola.
Judy y Kirby vieron todo eso, y
aterradas, empezaron a correr hacía el fondo del recinto, entre tiendas que
estaban cerradas y donde la gente miraba aterrorizada hacía afuera.
-¡Por aquí!-, dijo Kirby, jalando a Judy
hacía las escaleras mecánicas del otro lado, cerca de una fuente que brotaba
sonoramente.
Cerca del primer peldaño de la escalera
que bajaba, encontraron sangre, una máscara de lobo aplastada y rota, y un
radio de policía.
-El comandante…-, susurró Judy, mientras
Kirby la jalaba de nuevo, esta vez hacía uno de los pasillos laterales, que
daban directamente hacía las escaleras de servicio y al estacionamiento.
Abrieron la puerta empujándola,
quitándole el seguro. Cerraron tras de sí, pero se quedaron cerca para ver que
nadie entraba. Se escuchaban pasos al otro lado, pero de repente se empezaron a
alejar. Las dos empezaron a respirar más tranquilas, pero no se iban a detener.
Bajaron las escaleras y llegaron hasta un pasillo, justo al lado de una puerta
que daba al estacionamiento. Caminaron hasta ella, pero se dieron cuenta de su
error. Estaban en la bodega de una tienda de electrónica.
La voz de Javier les llegó por el
audífono, pero se escuchaba cortada.
-¡Javier, soy Kirby!
-Javier, estamos en una bodega de
electrónica, bajando las escaleras de servicio, en la parte trasera del centro
comercial. Si sabes dónde está ven…
Sin embargo, alguien más había escuchado
la voz de Judy en el audífono, alguien con un radio robado del suelo…
Judy y Kirby esperaron a la mitad de la
bodega, esperando no encontrarse con alguien y menos con el asesino. Estaban lo
más cerca posible la una a la otra, como protegiéndose de algo invisible.
De repente, se escuchó la puerta de la
bodega abrirse, y unos pasos acercándose por detrás de las cajas. Las mujeres
se quedaron esperando. De repente, salió Javier, caminando lentamente y ya sin
la máscara, pero con rostro pálido y asustado.
-Oh Dios, Javier…
Pero Judy fue más rápida que Kirby, y la
detuvo justo antes de que la muchacha saliera corriendo en pos del muchacho.
Alguien caminaba detrás de él. Ghostafe lo escoltaba, como amenazándolo con
algo entre las manos, que ni Kirby ni Judy alcanzaron a ver. De repente, con
rapidez, el cuchillo del asesino subió y se le clavó a Javier en el hombro
izquierdo. El muchacho gritó y cayó de bruces al suelo, arrastrándose y
sangrando. Kirby se acercó corriendo para ayudarlo, pero se quedó con él ahí,
en el suelo. El asesino les apuntaba con una pistola.
-Imposible. El asesino no tenía pistola.
Yo vi cuando la pateó…-, dijo Kirby, entre llanto y enojo, sin dejar de abrazar
a Javier, quién yacía con ella en el suelo, sangrando.
El asesino bajó la pistola y con la mano
izquierda se quitó la máscara.
-No…-, dijo Judy, conteniendo el
aliento.
El comandante Emmerson los miraba a los
tres, sin sonreír, serio y concentrado. Dejó caer la máscara y se bajó la capucha.
Sudaba y jadeaba.
-Se acabó muchachos. Ustedes saben que
esto ha llegado a su fin. Si no me traen a Sidney, los voy a matar a todos. Ya
han muerto muchas personas.
-Pero usted, no pudo…-, dijo Javier,
jadeando por el dolor.
-Si es así, les explicaré, tengo tiempo.
Convencí yo mismo a Dewey para matar a su esposa. Le conté nuestros planes y
accedió, con una millonaria suma de dinero en su cuenta. A su muerte, el dinero
regresaría a su propietario, así que no tuve más que amenazar a su esposa por
teléfono y esperar a que ese imbécil hiciera lo suyo. Lo tuve que matar
después. Después del homicidio de Simon, pude salir alegando que investigaría
el paradero de la madre del muchacho. Pero me dirigí a la casa de Malcolm para
asesinarlo. Fue fácil. Entré a su casa sin hacerme notar, escondiéndome en el
sótano. Hay recursos en todo esto, muchachos. Hay alguien con mucho dinero
ayudando…
-Eso quiere decir que no lo hizo todo
solo. Era de suponer. Siempre se ayudan. ¿Quién mató a los demás?-, preguntó
Kirby, interesada pero cauta.
-Qué
muchacha tan intrépida-, dijo una voz que provenía de la entrada de la
bodega. Alguien más, vestido de Ghostface, entraba hacía la bodega, con el
aparato de cambio de voz en su mano. Tenía el cuchillo manchado de sangre en la
mano derecha.
-¿Quién es usted?-, preguntó Judy. Pero
antes de que el asesino contestara, Kirby se adelantó.
-Recuerda, Judy. Las reglas nos dicen
que para este épico final, el pasado se hace presente, y el asesino resurge
como un fantasma paranormal, alguien con poder para matarnos a todos. Ese
aparato es viejo. Diría que su voz la cambiaba a través de un celular nuevo,
pero esto es arcaico. ¿2001 supongo…?
El asesino soltó el aparato de cambio de
voz, arrojándolo al suelo. Empezó a reírse. Javier no conocía la voz, pero las
dos mujeres sí.
Quitándose la máscara, el hombre que
estaba detrás de ella era guapo, delgado y de ojos claros, pero con un rostro
desencajado, de locura.
-Yo lo he visto antes, en los
expedientes de Sidney-, dijo Judy.
-¿Quién es usted?-, dijo Javier,
tosiendo.
-Mark Kincaid, detective de Los Angeles.
Más bien, ex detective…-, dijo el hombre, haciendo hincapié en “ex”.
-Usted ayudó en el caso de los
homicidios en los Estudios Sunrise. ¿Usted y Sidney…?-, dijo Kirby.
-Sí: fue una relación poco duradera y destructiva,
diría yo. Después de eso, la policía consideró que mi trabajo en el caso había
sido endeble, y me destituyeron. Caí en la desgracia. Seguí con atención la
vida de Sidney, porque nunca la pude olvidar.
Todos guardaban silencio, mientras
Kincaid explicaba su versión de los hechos. Emmerson les apuntaba sin quitarles
la vista de encima.
-Si no podía ser un buen novio como
Derek, me convertiría en el Billy Loomis de nuestra relación. Alguien con
recursos nos contacto, alguien que se hacía llamar Reese Connor. Después de la
masacre en 2011, me reuní con el comandante Emmerson, quién también estaba en
el plan. El comandante me abriría las puertas de Woodsboro una vez muerto el
alguacil. Pude mandar un mensaje por radio, sólo para ver como reaccionaban.
Los tenía en la mira a todos, a cada uno de ustedes, pero sólo era para meter
miedo. No eran mi propósito inicial.
“Mi propósito siempre ha sido Sidney. La
hicieron venir sus amigos muertos, y sólo fue cuestión de habilidad para
mantenerla asustada. Si no era yo, era Emmerson asustándola. Tuve que matar a
la mayoría de ustedes para que creyeran que el comandante seguía ayudándolos.
Pero afortunadamente contaba con una excelente llave maestra, que entraba a
todas partes, incluyendo las casas. Tuve que deshacerme de los policías que hoy
harían escolta: el comandante los mandó directamente hacía mí, pensando que
cumplían una misión en el baño del segundo piso. El plan iba tan bien, y
Emmerson actuó de maravilla su papel, que los acorralamos pronto…
“Sólo hay un problemita: ¿dónde está la
jodida Sidney Prescott?”
Nadie contestó cuando Kincaid exclamó.
-Parece que quieren morir antes que
decir dónde está su amiga. No te preocupes, Kincaid. Esos radios están
conectados. Si Javier escuchó dónde se escondían, ella también. Sólo hay que
matarlos, y ella vendrá de todas maneras-, dijo Emmerson, impaciente, con una
mueca en el rostro.
Kincaid asintió, empuñando más fuerte el
cuchillo.
-Tienes razón, Emmerson. Nos
recompensarán bien. Dispara a la cabeza. Yo mato al grandote…
Judy levantó las manos y miró
directamente al comandante Emmerson a los ojos, mientras este le apuntaba.
Kirby abrazó a Javier, sin importar que la sangre le manchara la cara. Javier
la aferraba lo mejor que podía.
Emmerson, entonces, jaló el gatillo…