Wes, esto es para ti... |
Justo antes de apretar el gatillo de la
pistola, Emmerson se detuvo al escuchar la puerta de la bodega abrirse. Sin
embargo, nadie se apareció detrás de ellos.
-¿Quién anda ahí?-, dijo el comandante,
alarmado por la presencia de un intruso.
-Eso no se dice, podrías morir-, dijo
Kirby con sorna.
-¡Las reglas no aplican aquí,
estúpida!-, le espetó Kincaid, escupiendo al gritar.
-Pues qué gracioso que lo menciones,
porque ustedes son dos asesinos. La fórmula de siempre: la mente maestra y la
mente hábil, ayudándose para asesinar a sus víctimas. Ya no es original…
Como haciendo oídos sordos al comentario
de Kirby, Kincaid caminó hacia ellos, rodeándolos. Escuchaba con atención por
si se escuchaban pasos cercanos, detrás de las cajas. Pero no había nada.
De repente, se escucharon cómo varios
cristales caían al suelo, y pasos corriendo para esconderse.
-¡Vino de allá!-, dijo Emmerson,
señalando con la cabeza hacía le fondo de la bodega. Kincaid salió corriendo,
con el cuchillo en alto, listo para atacar…
Pero detrás de las cajas no había nada
más que una pared desnuda y una caja roja de metal con el cristal roto, donde
antes descansaba un hacha usada en casos de incendio.
-¿Pero qué…?
Kincaid lo entendió demasiado tarde. Al
dar la vuelta, se dio cuenta que Sidney ya estaba detrás de Emmerson,
blandiendo en alto el hacha.
Todo pasó muy rápido. Con un grito,
Sidney bajó el hacha, justo cuando Emmerson se daba la vuelta para disparar. El
arma soltó un disparo, pero nadie salió herido. La pistola cayó al suelo, junto
con las manos del comandante alrededor de ella. La sangre brotaba hacía el
suelo y salpicando las cajas, mientras el comandante Emmerson se arrodillaba,
gritando de terror y dolor, mientras veía sus muñones.
Sidney lucía un golpe enorme en la
cabeza, pero nada de gravedad. Levantó de nuevo el hacha, sintiendo el peso del
arma entre sus manos. Emmerson sonrió, burlándose de la mujer.
-Vamos, ¿te atreverías? Lo dudo…
-No lo dude tanto, comandante.
De nuevo, el hacha bajó, y se fue a
estrellar contra el cráneo de Virgil Emmerson, partiendo su rostro desde la
frente y hasta la barbilla, en un ángulo diagonal. El sonido fue como el de
haber partido una sandía, salpicando sangre y fluidos. Cuando la sacó, uno de
los ojos del comandante, el izquierdo, salió completo de la cuenca, rodando
para perderse entre las cajas. El cuerpo cayó hacia atrás, con las rodillas aún
dobladas y rodeado de sangre.
Sidney sostenía aún el hacha cuando miró
cara a cara a Kincaid.
-Tú.
-Sidney Prescott. Tanto tiempo sin
vernos…
-No mucho. Me encerraste en mi casa
durante algunos días. ¿Ya se te olvidó?
Kincaid sonrió, acercándose poco a poco
por detrás de Judy, quién seguía sin moverse.
-Eres una mujer formidable, Sid. Has
sobrevivido a esta misma mierda cuatro veces, y no podemos dejar que te
conviertas en la Jamie Lee Curtis de Woodsboro. Planeamos todo esto por una
razón: tienes que morir. De lo contrario, regresaré una y otra vez. Este pueblo
no ha conocido la tranquilidad en casi veinte años…
Sidney no se movió, aunque el hacha
rechinó un poco sobre el suelo, mientras le temblaba la mano.
-Sobreviví porque mis amigos me
ayudaron. Me has dejado sola. Mataste a todos los que conocía y me querían.
Quemaste mi casa y pusiste en peligro a gente inocente. Billy, su asquerosa
madre, mi medio hermano, Jill… Todos querían deshacerse de mí. Si tienes las
pelotas, ven y acaba conmigo.
Sidney aferraba tan fuerte el hacha, que
los dedos se le pusieron blancos. Kincaid levantó el cuchillo, sonriendo.
-Cómo quieras, preciosa…
Kincaid salió corriendo para alcanzar a Sidney,
quién levantaba el hacha una vez más. De repente, Judy se dio la vuelta y se
abalanzó contra el ex policía, derribándolo boca arriba, inmovilizando el brazo
donde tenía el cuchillo. Kincaid trataba de forcejear, pero Judy se había
puesto pesada.
-Judy Hicks… La policía ha muerto hoy en
Woodsboro. ¿Por qué no tu también…?
De repente, la hoja del hacha cayó muy
cerca de la cabeza de Kincaid, pero sin hacerle daño.
-¡No lo muevas, lo voy a decapitar!-,
gritó Sidney a Judy, levantando de nuevo el arma. Como ambos forcejeaban, Judy
no podía quedarse mucho tiempo quieta y menos hacer que el asesino lo hiciera
también. La mujer policía sintió que su fuerza decaía, y Kincaid aprovechó ese
momento de debilidad para levantar el cuchillo. Judy reaccionó y se protegió
con el antebrazo. El asesino le cortó la piel y el músculo, haciéndola gritar y
tirándola hacia atrás. Judy se golpeó la cabeza con unas cajas, mientras
chillaba de dolor, desorientada.
Kincaid fue más rápido que Sidney. Con
el cuchillo le alcanzó a cortar la pantorrilla, haciendo que Sidney soltara el
hacha muy lejos de ella. Se arrodilló para hacer que la herida sangrara lo
menos posible. Kincaid se levantó por completo, y se acercó a ella, indefensa.
Al asesino le sangraba la boca.
-Lo que soñó gente antes que yo se va a
cumplir. Esta noche, Sidney, vas a morir por fin…
Levantando el cuchillo, Kincaid soltó un
último grito de furia. Sin embargo, algo en la pierna lo obligó a rendirse y
dejar el cuchillo caer. El hacha se le había clavado en la pantorrilla,
llegando a rebanarle parte el hueso. Javier se había podido levantar para dar
el hachazo, y sacando el arma filosa, le atestó otro golpe, cortándole el pie
al asesino.
Kincaid gritaba como poseso, tratando de
recuperar el equilibrio, pero se dejó caer hacía atrás, recostado y
retorciéndose.
Sintió un pie ajeno en su pecho y el
cañón de la pistola en su cuenca ocular. Kirby le apuntaba desde arriba, y
presionaba su pecho para que no se moviera.
-Ojo por ojo, hijo de puta…
Presionando el gatillo, Kirby le voló la
cabeza a Kincaid, explotando su ojo.
El sonido del disparo resonó como eco en
la bodega. Hubo después un silencio sepulcral. Sidney estaba aún sentada en el
suelo, sangrando de la pantorrilla. Kirby sostenía de nuevo a Javier, quién
estaba más débil. Judy se agarraba el brazo con la mano ensangrentada. Todos
miraban hacía el cuerpo de Kincaid.
-Voy por ayuda. Los demás policías ni
siquiera están enterados. Estaban haciendo ronda en las inmediaciones del
pueblo por Halloween. Quédense aquí, enseguida
vuelvo…
Judy se levantó como pudo, mientras
Sidney le estiraba el brazo a Kirby, pidiéndole la pistola.
-Dámela. Podría regresar-, dijo,
señalando con la mirada a Kincaid. Kirby, sin pensarlo dos veces, le dio el
arma, que le pesaba demasiado.
Sidney se levantó con cuidado, y
apuntando con la pistola, le disparó a Judy en la espalda.
Cayó como en cámara lenta, sangrando de
un costado. Judy se quedó inmóvil, boca abajo. Kirby se quedó pasmada, pero al
instante, sintió el cachazo de la pistola en su rostro, haciéndola caer hacía
los brazos de Javier, aturdida pero sin perder la conciencia.
-¿Pero qué…?-, exclamó el muchacho.
Sidney miró a la joven pareja con la
pistola apuntándoles a ambos por turnos.
-No me iba a pasar la vida como una
maldita víctima. El recuerdo de todos esos años viviendo como una marginada.
¡Traté de salvar la vida de personas que vivieron lo mismo que yo, maldita
sea! Gané dinero pero no era suficiente.
Quería librarme de ese estigma. Me llamaron Ángel de la Muerte: quién me rodeaba
moría. Tú me entiendes, Javier: solo en este mundo, sin nadie quién te
comprenda, temiendo que tu condición sea lo que aleje al mundo…
-¿Qué has hecho, Sidney?-, dijo Kirby,
llorando, al borde del desmayo.
-Tomé todo mi dinero, y me hice pasar
por Reese Connor. Mi recuerdo convenció a Dewey de acabar con la vida de su
esposa. El dinero le sacaría de cualquier problema. Ya no los necesitaba más, y
ellos vivían en la inmundicia y el desamor. No podía tampoco tomar dinero de
Woodsboro a través de Emmerson, o todos se enterarían, incluyendo Judy. Después
de estar vigilando que todo estuviera en orden, decidí salir a divertirme un
poco: maté a Helen en el baño de la escuela, en el mismo donde me atacaron.
Tuve que salir rápido antes de que Javier me descubriera. Montar la escena en
mi casa fue mejor de lo que esperaba…
“Pero me remordió la conciencia. No debí
matar a esa pobre muchacha. Convencer a los muchachos de matar gente inocente
hoy fue una locura, pero al final de cuentas necesaria. Le mostré al pueblo que
son vulnerables, y que todos deben sufrir por algo así alguna vez. Que somos
carne y sangre, gritos y dolor. Primero mi madre, luego mis amigos, y ahora
todo el pueblo. Woodsboro sólo verá una muerte más…”
Javier abrazó con más fuerza a Kirby,
sin dejar de ver a Sidney y a la pistola. Después, ella soltó el arma lo más
lejos que pudo. Levantó del suelo el cuchillo de Kincaid y se dirigió a los
muchachos con rostro miserable, pero lleno de esperanza.
-Desde 1996, me convertí en el verdadero
Ghostface. Todos morían por mi causa. Esta vez maté a una sola persona, y
comprendí mi error. Soy la única persona que puede acabar con Sidney Prescott
para siempre, acabar con este horror.
Y salió corriendo.
Kirby se levantó a trompicones y, al
querer alcanzarla, sintió que alguien la agarraba del tobillo. Judy no estaba
del todo muerta, sino muy pálida y adolorida.
-Déjala… Todo acabó, Kirby…
La muchacha no hizo nada por salir
corriendo. Javier la alcanzó, la levantó como pudo y la abrazó. Kirby, en
muchos años, pudo llorar tan fuerte como sus pulmones le dejaban.
Sidney caminó triunfante y cojeando hasta
el centro comercial. La gente ya salía de las tiendas, muchos llorando y otros
tratando de ayudar a los heridos. Nadie la notó porque ya no llevaba la capa
negra. Al menos la gente más grande, la gente con niños, la vio, y reconoció el
rostro de la sobreviviente de la masacre de Woodsboro de cuando ellos eran
jóvenes. Sidney caminó hasta las escaleras eléctricas, subiendo los peldaños
como si no se movieran solas.
En el segundo piso, la gente que la
conocía le abrió el paso, hasta que llegó al balcón cerca de la fuente allá
abajo. Subiéndose a una de las bancas, miró a la gente abajo.
-¡Ya no más muertes, Woodsboro! ¡SON
LIBRES!
Después, Sidney se clavó ella misma el
cuchillo en el pecho, justo en el corazón, para horror de la gente que gritó y
empezó a correr. Nadie pudo ayudarla, ni siquiera cuando su cuerpo cayó hacía
el vacío, estrellándose de espaldas contra el fondo de la fuente, cuya agua se
tiñó rápido de rojo.
Todos miraban, horrorizados, el rostro
de Sidney Prescott flotando sin vida ni remordimiento a través del agua roja.
Los primeros rayos del sol reconfortaron
a la gente que aún estaba alrededor del centro comercial recibiendo los
primeros auxilios y tratando de acompañar a sus familiares al hospital de la
ciudad. En total habían muerto 33 personas, incluyendo a los cinco asesinos
anónimos, Emmerson, Kincaid y Sidney; entre ellos dos niños.
Judy estaba sentada en una de las
ambulancias, donde le estaban suturando la herida del costado. Afortunadamente
la bala había pasado rozando. Miró hacía afuera, pero no pudo ver más que gente
llorando y desesperada por salir de ahí. De repente, sintió que alguien se
acercaba por un costado. Era Javier, con el hombro ya vendado, y Kirby, un
tanto somnolienta pero bien, con moretones y un rasguño en la cara.
-¿Salvamos el día, agente?-, dijo Kirby,
sonriendo cálidamente.
-De maravilla muchachos. Lamento
haberlos puesto en este peligro. Debí haberlos sacado del pueblo o algo así,
yo…
Javier carraspeó antes de hablar.
-Acerca de eso… Vamos a que Kirby se
despida de sus papás. Nos vamos de Woodsboro.
Judy se quiso levantar pero no podía por
el dolor.
-¿Por qué? Aquí tienen su casa…
Kirby negó lentamente.
-No hay nada que nos ate aquí, Judy. No
voy a convertirme en otro Ángel de la Muerte como Sidney dijo. Vamos a estar
bien, en serio…
A Judy se le humedecieron los ojos, y
los acercó a ambos, abrazándolos y besándoles la mejilla.
-Me alegro por ustedes, en serio… ¿Van a
venir a verme? No tuve tiempo de cocinarles nada, y eso es horrible. ¿Podrán?
Javier sonrió.
-Nos vamos pero no para siempre. eso te
lo prometemos.
Judy los vio alejarse, tomados de la
mano, hasta llegar a la motocicleta que uno de los policías le había llevado.
Kirby miró a Javier mientras tomaban los
cascos, listos para partir.
-Sé que tienes miedo, pero no nos va a
pasar nada. Voy a estar ahí para protegerte siempre. No te he dado las gracias
por haberme salvado más allá de lo que cualquier persona haría. Pensé que
estaba solo…
La chica le dio un pequeño beso en los
labios y lo tomó de las manos.
-Fuiste muy valiente. Ahora vámonos,
antes de que vengan los reporteros. No deben vernos…
Los dos se rieron y, acomodándose los
cascos, subieron a la moto, para escapar lo más rápido posible.
Judy los vio alejarse, y aunque sabía
que no podía verlos, se despidió de ellos agitando la mano que no tenía herida.
Con el recuerdo de Ghostface aún fresco en la memoria, Woodsboro vio levantarse un día más…
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