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miércoles, 17 de febrero de 2016

Cuento 1: Pablo y su primer amor (II)



Animado por la idea de hablar con Rosita, Pablo se acercó un dia a ella, viendo que estaba sola, comiendo su almuerzo. Ella le miró con aquellos ojos grises tan hermosos y le sonrió, aún con pan en la boca. La madre de la niña le había enseñado a ser amable con todos, porque así la gente la admiraría más.

-Este... Hola-, dijo tímidamente el niño, tratando de no equivocarse o de no reírse. No quería que ella creyera que era un tonto o algo así.

Rosita terminó su bocado y le sonrió aún más.

-Hola. ¿No vas a ir a jugar con tus amigos? Siempre los veo con la pelota o jugando a los vaqueros. ¿Qué haces aquí?

No había querido sonar grosera, aunque Pablo no podría enojarse nunca con Rosita. Más bien, ella parecía curiosa al tener a un niño frente a ella, un niño que, por lo general, hacía lo que los demás: ignorar a todas las niñas mientras jugaban con sus amigos.

-Quería saludarte, si... Y quería preguntarte algo también.

Los colores se le subieron al rostro, y Rosita lo notó. Pablo estaba tan colorado como el jitomate de su sándwich, que soltó una risita muy divertida.

-¿Y qué es?

Trastabillando un poco, Pablo tragó saliva, y se enfrentó a su propia pena.

-¿Puedo darte un beso? En la mejilla nada más.

Rosita sonrió y luego soltó la carcajada, una risa tan sana y dulce que hizo que el niño también se riera, como un perfecto tonto según él. Rosita se levantó y caminó hacia los árboles que estaban cerca de ellos.

-Dejaré que me lo des, si te lo ganas. ¿Está bien?

Pablo asintió, moviendo sus manos en sus costados.

-¿Qué hay que hacer?-, preguntó, algo extrañado.

Rosita dejó su lonchera recargada en el tronco del árbol y empezó a escalarlo con agilidad. No subió tan alto para no caerse o que le ganara el vértigo. Desde arriba, miró a Pablo y le guiñó un ojo, apartandose el cabello de la mejilla.

-Será como en el cuento de la princesa de la torre. Tendrás que salvarme, y si llegas hasta acá, podrás darme el beso que quieres. ¿Está bien?

El niño asintió, aunque en sus ojos se reflejaba el miedo. Tomando valor y secándose el sudor de las manos en su pantalón, tomó la primera rama que encontró, para encontrarse con su princesa.

1 comentarios:

Javier Carrillo dijo...

Hermosa historia llena de ternura...

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