Regresaba
de comprar un libro (irónicamente, “Orlando” de Virginia Woolf), cuando, al
caminar por la explanada del suntuoso y hermoso Palacio de Bellas Artes, me
encontré con bastante gente que estaba reunida en el lugar. Todos tomaban
fotos, algunos gritaban y otros más se abrazaban. No recordé el por qué hasta
que tuve la noción de una noticia que había leído en la mañana: el 17 de Mayo
era el día contra la homofobia. Y la gente que estaba ahí reunida no eran más
que miembros muy jóvenes de la comunidad LGBT.
A
propósito de la homofobia y la defensa de los derechos de la comunidad gay en
México hay mucho de donde tocar tema. En primera, muchos afirman que estos
derechos y estas leyes anti violencia deberían ser reducidas un poco, ya que
muchos de los miembros de dicha comunidad son aceptados en varios escaños de la
sociedad, desde trabajos bien remunerados, hasta los escalafones políticos. Los
derechos de las personas como tal, sean de la preferencia que sean, no deberían
ser vulnerados, mucho menos “reducidos”, aunque estos derechos ya incluyan al
sujeto en cuestión dentro de la sociedad.
Otros
más radicales indican que estos derechos les están otorgando a los miembros de
la comunidad LGBT un poder demasiado grande. ¿Será que son los mismos que
dicen, a espaldas de todos, que todo eso es “aberración y pecado”? Moralistas
que, en cuanto se cierra la puerta, hacen lo peor que puede existir en este
mundo, pero intentan cambiar las cosas.
¿Qué
hay entonces con la discriminación cómo tal? Y no me refiero a la que se da
desde la sociedad hacía la comunidad gay, sino dentro de la misma. No es un
secreto, y no tenemos que cerrar los ojos fingiendo que no pasa: si no tienes
un cuerpo bien delineado y rostro perfecto, no eres gay. Eres, para la mayoría
de ellos, un maricón más. La inclusión entre la misma sociedad LGBT se divide
en varios grupos, desde los musculosos de siempre, hasta los gorditos, los
osos, los delgados, los transexuales… Sin ahondar en ello, ¿no se está haciendo
una exclusión? Parece que entre la misma sociedad, ellos mismos se dividen en “razas”,
y no porque eso marque más la diversidad. Todo lo contrario: entre ellos se
buscan para no ser discriminados por los demás, los “perfectos”.
Bien
me lo decía un amigo gay hace mucho: “los heterosexuales esperan siempre a que
nos demos la vuelta: es cuando nos queman, nos torturan, nos arrojan de
edificios…” Tal vez ha estado pasando todo lo contrario desde hace muchos años.
La comunidad en general ha adoptado algo que ha existido desde hace cientos de
años, y lo ha convertido en cotidiano. Nadie se escandaliza porque dos hombres
vayan agarrados de las manos o porque dos mujeres se demuestren su amor con un
beso. Lamentablemente, sólo estoy hablando de ciertos sectores de la sociedad.
Ni el sector religioso ni el ultraconservador permitirían tales cosas, si
estuviese permitido prohibirlas como ellos desean. Aún vemos gente de cultos
religiosos enarbolando pancartas donde exclaman que ser gay es un pecado que se
castiga en el infierno. Varios políticos de derecha afirman que las bodas
civiles entre personas del mismo sexo están de más. Sobre este último punto,
aún es un debate para mí: no sé si está bien o mal que dos personas del mismo
sexo contraigan matrimonio. Es complicado, pero eso es tema de otro costal.
¿Por
qué entonces la comunidad LGBT se reunió hoy en Bellas Artes? Simple: los días
considerados para ellos son importantes, y deben celebrarse bien y con
creatividad. Muchachos y chicas con pancartas que rezaban “Besos y abrazos
gratis en contra de la homofobia”. Incluso un chico, de aspecto delgado y un
tanto nerd, con una bandera rosa,
gris y blanco, sostenía una pancarta en la que se leía: “Asexuales en contra de
la discriminación cis-transgenero”. Había de todo, debo aclarar. Banderas y
paraguas arcoíris. Pelucas de colores llamativos, besos y abrazos entre parejas
y desconocidos. Abrazos fraternales y otros más románticos. Y todo esto bajo el
amparo de la lluvia.
No
obtuve palabra de ninguno directamente. Escuchaba sus palabras, sus pláticas,
sus gritos y también, por qué no, sus llantos. Una chica sonrió al ver que
tomaba una foto, preguntó para qué, y le dije que quería escribir de ello en mi
blog. Me agradeció bastante, y yo también le agradecí en silencio, porque era
lo más cercano a una entrevista que había tenido.
¿Qué
hay entonces de aquellos que, al amparo de la oscuridad, aún siguen demostrando
que son de la comunidad? Me refiero a la gente que no ha “salido del closet”,
como siempre se ha dicho. Hombres casados que buscan la compañía de jóvenes
para ir a moteles. Todos los hombres de traje y corbata que frecuentan los
cines Nacional y Savoy en busca de una aventura rápida, anónima, y algo
peligrosa. O de esos que, con cautela y sin pudor, buscan una “mano amiga”
entre las muchas que se suben al metro de la ciudad, especialmente en el último
vagón, famoso por sus prácticas entre hombres que, sin ser homosexuales (o sin
aceptarlo, me imagino), buscan saciar el placer entre iguales. ¿Qué hay de
todos esos hombres y mujeres entonces? Tienen miedo: un miedo primitivo, algo
que les inculcaron. Que lo que ellos son es malo, y que deben buscar saciar sus
placeres a escondidas. No aceptarse como uno es, al final, es una trampa. Una
que uno mismo forja, y a la cual uno mismo va a caer.
Camino
a casa me di cuenta de lo que quería escribir: no deseo apoyar a la comunidad
LGBT en todo. Son buenas personas, muchos trabajadores y otros tanto más
talentosos. Varios de buen corazón, y obviamente, otros con el alma muy negra.
Por eso no me preocupa ayudarlos mucho: hasta que no acaben con la
discriminación que existe en la comunidad, hasta que esas divisiones no estén
unidas en otra vez, no se entenderá lo que en verdad la comunidad ha buscado
siempre. Inclusión, no discriminación, respeto. Ahora es común escuchar de
chicos que se suicidan porque sus compañeros se burlaban de ellos por ser
homosexuales. ¿Qué hay con los que murieron por querer verse mejor? ¿Qué hay de
aquel quién pretendía conseguir pareja y terminaron diciéndole “gordo”? Si
muchos no han muerto, ahora tienen el corazón partido en dos: son personas
molestas con el mundo, frías, y con mucha razón. El no querer volver a sufrir
las ha hecho así, no impedidas para amar, sino solamente distantes, para no
tener que pasar por esos horribles detalles nunca más.
Para
su servidor, no hay más horror que ver a una persona triste por las causas que
mencioné antes. Y no importa la preferencia sexual: en ambos lados ha pasado
siempre. Algo es seguro, y es que la discriminación nunca va a acabar, si
seguimos creyendo que cierto estándar es el indicado, y todo lo demás que no se
parezca debe ser desechado. No hay que temer a las diferencias, sino todo lo
contrario: si hay que temer, hay que hacerlo a la igualdad, en ciertos casos. Como
en este, puede ser peligrosa, clasista, aberrantemente destructora. Si nos
vemos todos iguales a pesar de las diferencias tan notorias, otra cosa sería.
Esta,
sin embargo, es sólo mi opinión, Juzga tú, querido lector, LGBT o no,
transgénero o bisexual, oso, activo o pasivo. Ya no importa: el que decide como
ser y vivir, eres tú, y eso deberíamos aprenderlo todos.
Luis Zaldivar, 17 de Mayo de 2016 a
las 10:59 p.m.