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martes, 9 de agosto de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 16.

Cuento 16: Mul Mantra (Snatam Kaur, 2006). https://www.youtube.com/watch?v=1KNy_Xif0Wg



El día de la Masacre.

Con una voz áspera y algo extraña, el chico de la farmacia entonaba verso a verso una canción hermosa y mística:
-Ek ong kaar, sat naam, karataa purakh, nirbho, nirvair
Akaal moorat, ajoonee, saibhang, gur prasaad: Jap!
Aad such, jugaad such, Hai bhee such, Naanak hosee bhee such.

Después de varias estrofas cantadas, en un tono que recordaba más a una canción de cuna, se quedó callado, y Christopher le miraba atento, en la oscuridad de la bodega. Nadie dijo nada por un largo rato, quince o veinte minutos que duraron una eternidad.
-Puedes dormir aquí. Ya no necesito este lugar. A partir de hoy, desde esta madrugada, todo va a cambiar. Tienes que dormir. Mañana salvaremos al mundo, o eso creo…
Chris se recostó en el suelo, cerca de unas cajas de regalos y estatuillas de adorno, y tomó una cobija que estaba ahí, arrumbada contra la pared y bajo una de las estanterías viejas. Hacía frío, pero no le importaba. Algo en su cabeza le decía que durmiera, que cerrara sus ojos para soñar.
-Gracias-, dijo el muchacho, cerrando los ojos, y acomodándose para dormir a gusto.
El chico de la farmacia se dio la vuelta antes de bajar de nuevo por las escaleras de la bodega.
-No agradezcas. Acabaremos con el enemigo que he buscado durante años. Y después de eso, ambos tendremos nuestra recompensa.
Ambos sonrieron (Chris con los ojos cerrados), y sin decir palabra, se despidieron.

A las siete de la mañana de ese mismo día, ya estaba reunida una comitiva. David acompañaba a Miguel, que ahora no se separaba de su querida Selene. También estaba Fernando, con cara de asustado, e incluso Andrea y Lola se habían sumado al grupo, bastante alejadas y temerosas, aunque con afán de colaborar. David los había reunido durante la noche, buscando en sus domicilios, ayudado por un poder más grande que el de todos los vendedores de la tienda. Formaban un extraño grupo en el estacionamiento, frente a la puerta de empleados de la tienda, que aparentaba estar solitaria. Desde dentro se escuchaban voces, casi todas de hombres. Hasta que alguien abrió la puerta, nadie pudo ver lo que estaba pasando.
Ahí estaba la señorita J.H., rodeada de un verdadero pelotón de hombres y unas cuantas mujeres que caminaban de un lado para otro, agarrando cosas que nadie podía distinguir bien. La señorita estaba platicando con una de las mujeres, rolliza y de cabello corto, que iba vestida aún más elegante que todos los ahí presentes.
-Ah, vaya, llegan temprano. Muy bien. Pasen, les explicaré aquí lo que está pasando.
Todo el grupo de vendedores entró al andén, aunque por el ajetreo casi no cabían, replegándose a las paredes. Lola pudo ver que uno de los hombres de ahí dentro portaba una pistola. En realidad, casi todos las estaban usando.
-¿Por qué van armados?-, dijo la mujer, aferrándose más fuerte del brazo de Andrea.
-Van a matarlo, ¿no es así?-, preguntó David, lleno de curiosidad.
La señorita J.H. asintió solemnemente.
-Prefiero que ella lo explique bien.
La mujer rolliza se llamaba Paz, y era la jefa de todos los elementos de seguridad de la tienda. Miró a los vendedores con ojos severos, pero tranquila, segura de sí misma, con una voz grave y demasiado apasionada.
-Lo que me ha contado la señorita es de pensarse. Observamos más de cerca los videos donde pudiese haber algo sospechoso, y durante toda la noche, casi no encontramos nada. A excepción claro está de los más recientes. Un doble homicidio. Julián mató a una de las vendedoras, y luego algo hizo que él mismo desapareciera. Y digo “algo”, porque la cámara registró pura estática en el momento justo. Luego lo de ayer, el incendio con la chica de la Dulcería. Todo un espectáculo. Hasta ese momento, junto con lo que el señor David ha aportado, creo que a ese monstruo se le está acabando la fuerza para ocultar lo que pasa.
-¿Y eso va a ayudar a detenerlo?-, preguntó Fernando, con voz trémula.
-Creo que ya ha vivido bastantes años en un cuerpo humano como para adaptarse a él sin querer. Está sintiendo dolor y fatiga. Tal vez los sentimientos de su cuerpo lo están traicionando. Tenemos que deshacernos de él, señorita-, dijo David, casi en una súplica.
-Quiero mantenerlo en secreto. Por eso los mandé llamar tan temprano. Retrasaremos lo más posible la apertura de la tienda. Será algo interno. Si en realidad nadie está buscando a ese muchacho desde hace cuarenta años, no importará mucho otro cuerpo por aquí. Además de estas armas, tenemos otra: la señorita Selene podría ayudar.
Miguel casi se interpuso entre la señorita J.H. y su novia.
-No. Ella no quiere…
Selene se acercó a Miguel, y lo abrazó.
-No es necesario que me defiendas ahora, amor. Tengo que hacerlo. Hace meses que trabajo aquí, y desde que entré, ese muchacho ha estado al pendiente de mí. Si esto que tengo es por él, que regrese a él. Pero le va a costar la vida.
Los hombres de seguridad estaban ya listos. Todos llevaban una pistola, todas bastante discretas. Incluso Paz llevaba una, enfundada en su pantalón.
-Cuando usted ordene, señora-, dijo la mujer, mirando a J.H. a los ojos. La otra mujer sólo asintió.
-Primero que entren los vendedores. Vayan a un lugar seguro, y estén alertas. Serán nuestros testigos, por si alguna vez todo esto se destapa fuera de las puertas de esta tienda. Nosotros iremos en busca del monstruo. Le pido, señorita Selene, que nos lleve con él. Será de gran ayuda si necesitamos acabar rápido.
Todos asintieron ante las órdenes de la Distrital. De repente, del pasillo, bajó corriendo Raymundo, el gerente.
-Ya está listo. No sospecha. Lo acabo de ver caminando por ahí, aunque sólo me ha saludado. Se ve…
-¿Cómo?-, preguntó David.
-Como enfermo.
Nadie dijo nada. Al unísono, todos empezaron a subir las escaleras, con los vendedores por arriba, y la comitiva de gente armada después. En las paredes se dibujaban las huellas negras de manos, pero también los perfiles blancos de rostros adoloridos, encerrados en las paredes. Andrea se abrazó más fuerte de Lola, antes de que esta se arrepintiera.
-Pronto van a desaparecer.
Los escalones empezaron a moverse, como en un terremoto. Algunos gritos y caídas, pero nada más. Aquella fuerza estaba empeñada en acabar con todos.
-¿Es obra de ese muchacho, David?-, preguntó J.H., aferrándose bien a la pared.
-Tal vez. Esto es más agresivo. Puede ser aquella cosa que él tanto busca. Si matamos al chico, puede que matemos también a ese monstruo. Sigamos…
Las escaleras dejaron de moverse, y todos llegaron al pasillo que daba directamente hacía la tienda. Los vendedores, formando grupos, se aventuraron. David acompañaba a Miguel y Selene, mientras Fernando, Andrea y Lola iban detrás.
-Vamos hacía la Farmacia. Ustedes tres escóndanse donde puedan, pero no se alejen demasiado-, dijo David, caminando con cuidado, víctima de un miedo sin nombre que le atenazaba las piernas.
Los hombres y mujeres armados entraron detrás de los vendedores, desplegándose lo mejor que podían para abarcar más espacio y cerrar filas. La señorita J.H., Paz y Raymundo iban casi pegados, dirigiendo la comitiva.
Nadie vio que alguien, escondido en las escaleras de la bodega de cartón, los observaba atentamente. Tenía que actuar…

Cuando el grupo llegó a la Farmacia, estaba completamente vacía. David se armó de valor y corrió detrás de las estanterías, hasta dar con la puerta de la rebotica. La abrió con cuidado, desvelando al mundo y a los incrédulos miembros del equipo un pozo, un agujero vacío y negro, desde donde se escuchaban lamentos y aleteos, como insectos.
-¿Qué diablos es eso?-, preguntó la señorita J.H.
-Es donde esconde todo. Los cuerpos, sus monstruos. Tal vez esté ahí…
David se asomó, pero no pudo ver más allá de su propia nariz. Entonces, una voz burlona casi lo hace caer.
-Entra, David. Ahí abajo hay una sorpresa para ti.
El chico de la farmacia había aparecido de repente justo detrás del hombre, quién cerró la puerta y se colocó frente a frente de su enemigo, mostrando una mirada asesina, llena de rabia y cólera.
-Tú la mataste-, dijo David, rechinando los dientes.
Los miembros de seguridad levantaron las pistolas y apuntaron directamente al muchacho, quién ni siquiera se inmutó. Se le veía más pálido y ojeroso, con los ojos rojos y el cabello bastante descuidado.
-No David: la mataste tú. Le heriste el corazón y yo la salvé de su miseria. Veinte años pasaron para que entendieras. Ahora traes a otro equipo, esta vez para matarme a mí. Entiende: ahí dentro, en alguna parte de esta tienda, se esconde algo más aterrador, algo que podría acabar con todos ellos sin miramientos, como antes ya ha pasado. Te quedaste solo. Sin el amor de María, sin tus amigos, sin mi poder. ¿Por qué te afanas en hacerme desaparecer? Cuando el que ya estaba muerto desde hace bastante tiempo es otro…
David no dijo nada. Apretó los puños, enfurecido.
-Además la maté para algo más grande, una sorpresa que te he reservado durante tantos años. Eres el salvador de este mundo, amigo mío, pero si no te tomas tu papel en serio, todos ellos van a morir. Inclúyete en la lista si quieres, porque de todos modos nadie va a salir con vida de aquí.
-Dígame, muchacho, ¿por qué hacer todo esto? ¿Sacrificar vidas de inocentes para nada?-, se adelantó la señorita J.H., tratando de guardar la compostura ante la aparición de aquel muchacho.
-El mal se enfrenta con más mal, señorita. El miedo solo puede enfrentarse haciendo al miedo su amigo más íntimo. Si esa cosa estaba empeñada en acabar con los humanos, yo también haría lo mismo. Solamente que tuve que nutrir a este lugar con su sangre, mientras el Mal la desperdiciaba por el suelo. Abre la puerta David. Asómate al pozo, y dime lo que ves…
El chico de la farmacia sonrió, mientras David abría la puerta poco a poco, movido por la curiosidad. Pero del pozo ya no salió nada, ni lamentos ni aleteos. De repente, todo el mundo estaba rodeado. Las tres chicas de la farmacia, la que vestía toda de blanco, la de piel morena y tacones altos y la rubia, caminaban entre sus presas, soltando siseos como animales hambrientos. Dos muchachas más se paseaban por ahí: Susana e Ivette, destrozadas y con las pieles hechas jirones, pero más que vivas. El espíritu de Roberto, el monitorista, también salió del pozo, mirando desde arriba todo lo que pasaba, sin decir nada. Y justo al lado de David, una aparición más: una chica de cabello negro, vestida de blanco, con los ojos llorosos y la piel pálida.
-No… Tú…
David sólo podía balbucear, al ver de nuevo a su amada María ahí, de pie junto a él, con una mirada que sólo mostraba compasión y amor, pero también miedo.
-Escúchalo David. Por favor, deténganse y escuchen…
-Pero él te mató…
-Yo así lo quise, amor. Permanecí muchos años encerrada aquí, esperando que regresaras. Siempre lo hacías, pero tu obsesión por todo esto pudo más que tu amor por mi recuerdo. Y sin embargo no escuchaste las advertencias. Aún hay tiempo.
Paz no tenía nada de tiempo. Todo debía ser rápido.
-Muy bien. Le pido, señorita Selene, que nos ayude por favor.
La chica se soltó de Miguel, y se encaminó hacia donde estaban David y María, quienes se apartaron, más por el rostro asustado de David que por otra cosa. El chico de la farmacia ni se movió. La chica movió sus manos hacía delante, y su cuerpo escupió fuego, lenguas largas y casi invisibles de calor que dieron contra el muchacho.
Sin embargo, algo desviaba al fuego. Una pared invisible cubría al chico de la farmacia, y hacía que todo alrededor estallara en llamas. Chris se interponía entre su hermano y Selene, demostrando su nuevo y aterrador poder.
-No dejaré que te hagan daño-, decía el muchacho, totalmente asustado, con las manos temblorosas, sosteniendo su pared mental entre el fuego y su amigo.
-¡Disparen!-, gritó Paz, al momento de que todos los miembros de seguridad usaban sus pistolas para atacar. Los espíritus de las muchachas eran atravesados, y las chicas que ayudaban en la farmacia se deshicieron, transformándose en insectos que semejaban enormes escarabajos, que se cernieron sobre dos de los vigilantes, devorándolos en seguida.
La señorita J.H. y Raymundo se escondieron tras unos anaqueles, mientras Paz y su segundo, un vigilante de lentes llamado Luis, disparaban tratando de abrir paso en la pared invisible. Cansada, Selene dejó de expulsar fuego de su cuerpo, cayendo sentada en el suelo chamuscado. Con sus habilidades, Christopher trató de esquivar las balas, y les quitaba de las manos las pistolas a los vigilantes que tenía más cerca, arrojándolos a los espíritus o a los escarabajos carnívoros.
-Chris, ya basta-, dijo el chico de la farmacia, haciendo que su amigo se detuviese. Fue cuando, venida de no se sabe dónde, una bala le atravesó el costado al chico, perforando su pulmón. Nadie se dio cuenta que Chris estaba herido, cuando la sangre empapó la bata sucia del muchacho.
El chico de la farmacia alcanzó a abrazar a su amigo, sosteniéndolo con ambos brazos para no dejar que su cuerpo golpeara el suelo. El muchacho jadeaba, mientras el poco oxígeno que aspiraba se iba por el agujero de la bala.
-No, por favor, no…
Chris trataba de sonreír, pero su amigo sólo soltaba lágrimas, de dolor e impotencia. No podía hacer nada por él.
-¡Alto al fuego, ya basta!-, gritó Paz, mientras sus compañeros bajaban las pistolas. Incluso los escarabajos se mantenían volando, en paz, sin hacer nada.
Cuando todo se calmó, Andrea, Lola y Fernando llegaron corriendo hasta la Farmacia, viendo todo lo que estaba pasando. Los espíritus de sus compañeros muertos los rodearon, y sólo el muchacho se atrevió a hablar.
-Ya no disparen. Si el muchacho dice la verdad, estamos en peligro, y algo sólo nos quiere ver muertos. ¿Quién es el verdadero enemigo?
Sin que nadie lo esperara, Luis, el vigilante, levantó su arma, directamente hacía la cabeza de Fernando, y disparó, matándolo al instante. Todos soltaron un grito. El hombre tenía cara de loco.
-Ustedes, mocosos idiotas. Ustedes los vendedores son el enemigo. Por años nos hemos sujetado a su estatus, y hay que matarlos. ¿Se unen a mí, compañeros?
Como si de un ballet se tratara, los vigilantes que quedaban, absortos de sus pensamientos y acciones, levantaron las pistolas, y empezaron a disparar. Andrea y Lola corrieron, escondiéndose tras una vitrina. Miguel jaló a Selene para correr, pero ella alcanzó a uno de los vigilantes con sus llamas, reduciéndolo a cenizas casi al instante. Otras pistolas apuntaron directamente hacía Raymundo y la señorita J.H., quienes no hicieron nada que mirar asustados a sus ejecutores.
-¿Pero qué diablos hacen…?-, alcanzó a peguntar Paz, antes de que una de las balas de Luis la alcanzara en la cabeza.
-Vamos a someter a todos, muchachos. Después, controlaremos la tienda…
El chico de la farmacia seguía sosteniendo a su amigo, aún vivo, mientras miraba de reojo a David, quién estaba boca abajo, escondido junto a María tras uno de los estantes de la farmacia.
-Él está aquí, David. Levántate y enfréntalo.
Chris tosió sangre, y su amigo le miró, como quién mira a un ser querido que sólo está por dormir.
-Cántame aquella canción de nuevo… Por favor.
El chico de la farmacia, llorando, empezó a cantar de nuevo la canción, esta vez, casi como en un susurro, mientras uno de sus dedos penetraba la piel herida de su amigo.
-Ek ong kaar, sat naam, karataa purakh, nirbho, nirvair
Akaal moorat, ajoonee, saibhang, gur prasaad. Jap!
Aad such, jugaad such, Hai bhee such, Naanak hosee bhee such…
Chris cerró los ojos, sonriendo al fin, y se durmió con el calor de aquellas estrofas.
El chico de la farmacia suspiró, y otra vez en su larga vida, lloró amargamente la pérdida de su hermano.
David lo vio todo, desde donde estaba. El dolor de aquel muchacho era sincero, viendo las lágrimas caer sobre la piel de aquel otro chico, que yacía muerto en sus brazos. Miró a María, quién también lo miraba a él, con aquella mirada piadosa. La chica asintió, perdida en veinte años de dolor, y el hombre se levantó, con el rostro lleno de hollín, empuñando un cuchillo enorme. Con el filo de su arma, apuntó a Luis, mientras el vigilante sonreía, con la mirada perdida en el vacío de la pared.
-Hace veinte años me quitaron a mi amada María. Y yo no le hice caso a él. ¿Qué más quieres de nosotros? Nadie va a morir otra vez aquí. Deja que ellos se vayan. Al que quieres es a mí. Sea lo que sea que te escondes en ese cuerpo, déjalo ya…
El vigilante se movía como si estuviese atado a hilos, y detrás de él salió algo. Era una persona, una sombra que iba tomando forma, y se reía con una voz metálica. Todos los vigilantes empezaron a desmayarse, libres del influjo de aquella cosa que los dominaba. Solo el cuerpo de Luis empezó a desmoronarse, como el de un helado que se derrite bajo el sol. La sombra creció y creció, y al tomar forma, todos pudieron verla, incluso entre las luces que parpadeaban. Era un enorme hombre, con cola y orejas.
-Querido hermano-, dijo el Mapache, dirigiéndose al chico de la farmacia. –Vine para liberar a este mundo del verdadero mal.
El chico de la farmacia sólo podía mirar a su hermano, renacido de aquel tanque donde conservaba su cuerpo. Algo andaba mal.
-¿Por qué tú? Después de tantos años has sido tú…
Mapache sonrió, con los dientes afilados, levantando la cola en señal de amenaza. Sus dedos eran enormes garras.
-Lo entendí antes que tú, y lo vi desde hace muchos años. Lo que aquí habita no es el mal. Nosotros no estamos enfrentando al verdadero enemigo. Durante cuarenta años te he mostrado la verdad y jamás la has visto. ¿Quién ha molestado a los vendedores de esta tienda tanto tiempo? ¿En quién no debemos fiarnos nunca? ¿Quiénes sólo esperan a que las puertas de la tienda se abran para empezar a hacer daño?
Nadie dijo nada. Sólo el chico de la farmacia que, escuchaba atento, ahora sonreía. Con un ademán de su mano izquierda, abrió las rejas de la tienda, haciendo que estas cayeran hacía el fondo, destruyendo vitrinas y estrellando pantallas a su paso.
Todos los que aún estaban vivos o despiertos observaron la entrada.
Ahí fuera, esperando y mirando, estaba el verdadero enemigo…

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