Cuento 16: Mul Mantra
(Snatam Kaur, 2006). https://www.youtube.com/watch?v=1KNy_Xif0Wg
El día de la Masacre.
Con
una voz áspera y algo extraña, el chico de la farmacia entonaba verso a verso
una canción hermosa y mística:
-Ek ong kaar, sat naam, karataa purakh,
nirbho, nirvair
Akaal moorat, ajoonee, saibhang, gur prasaad: Jap!
Aad such, jugaad such, Hai bhee such, Naanak hosee bhee such.
Después
de varias estrofas cantadas, en un tono que recordaba más a una canción de
cuna, se quedó callado, y Christopher le miraba atento, en la oscuridad de la
bodega. Nadie dijo nada por un largo rato, quince o veinte minutos que duraron
una eternidad.
-Puedes
dormir aquí. Ya no necesito este lugar. A partir de hoy, desde esta madrugada,
todo va a cambiar. Tienes que dormir. Mañana salvaremos al mundo, o eso creo…
Chris
se recostó en el suelo, cerca de unas cajas de regalos y estatuillas de adorno,
y tomó una cobija que estaba ahí, arrumbada contra la pared y bajo una de las
estanterías viejas. Hacía frío, pero no le importaba. Algo en su cabeza le
decía que durmiera, que cerrara sus ojos para soñar.
-Gracias-,
dijo el muchacho, cerrando los ojos, y acomodándose para dormir a gusto.
El
chico de la farmacia se dio la vuelta antes de bajar de nuevo por las escaleras
de la bodega.
-No
agradezcas. Acabaremos con el enemigo que he buscado durante años. Y después de
eso, ambos tendremos nuestra recompensa.
Ambos
sonrieron (Chris con los ojos cerrados), y sin decir palabra, se despidieron.
A
las siete de la mañana de ese mismo día, ya estaba reunida una comitiva. David
acompañaba a Miguel, que ahora no se separaba de su querida Selene. También
estaba Fernando, con cara de asustado, e incluso Andrea y Lola se habían sumado
al grupo, bastante alejadas y temerosas, aunque con afán de colaborar. David
los había reunido durante la noche, buscando en sus domicilios, ayudado por un
poder más grande que el de todos los vendedores de la tienda. Formaban un
extraño grupo en el estacionamiento, frente a la puerta de empleados de la
tienda, que aparentaba estar solitaria. Desde dentro se escuchaban voces, casi
todas de hombres. Hasta que alguien abrió la puerta, nadie pudo ver lo que
estaba pasando.
Ahí
estaba la señorita J.H., rodeada de un verdadero pelotón de hombres y unas
cuantas mujeres que caminaban de un lado para otro, agarrando cosas que nadie
podía distinguir bien. La señorita estaba platicando con una de las mujeres,
rolliza y de cabello corto, que iba vestida aún más elegante que todos los ahí
presentes.
-Ah,
vaya, llegan temprano. Muy bien. Pasen, les explicaré aquí lo que está pasando.
Todo
el grupo de vendedores entró al andén, aunque por el ajetreo casi no cabían,
replegándose a las paredes. Lola pudo ver que uno de los hombres de ahí dentro
portaba una pistola. En realidad, casi todos las estaban usando.
-¿Por
qué van armados?-, dijo la mujer, aferrándose más fuerte del brazo de Andrea.
-Van
a matarlo, ¿no es así?-, preguntó David, lleno de curiosidad.
La
señorita J.H. asintió solemnemente.
-Prefiero
que ella lo explique bien.
La
mujer rolliza se llamaba Paz, y era la jefa de todos los elementos de seguridad
de la tienda. Miró a los vendedores con ojos severos, pero tranquila, segura de
sí misma, con una voz grave y demasiado apasionada.
-Lo
que me ha contado la señorita es de pensarse. Observamos más de cerca los
videos donde pudiese haber algo sospechoso, y durante toda la noche, casi no
encontramos nada. A excepción claro está de los más recientes. Un doble
homicidio. Julián mató a una de las vendedoras, y luego algo hizo que él mismo
desapareciera. Y digo “algo”, porque la cámara registró pura estática en el
momento justo. Luego lo de ayer, el incendio con la chica de la Dulcería. Todo
un espectáculo. Hasta ese momento, junto con lo que el señor David ha aportado,
creo que a ese monstruo se le está acabando la fuerza para ocultar lo que pasa.
-¿Y
eso va a ayudar a detenerlo?-, preguntó Fernando, con voz trémula.
-Creo
que ya ha vivido bastantes años en un cuerpo humano como para adaptarse a él
sin querer. Está sintiendo dolor y fatiga. Tal vez los sentimientos de su
cuerpo lo están traicionando. Tenemos que deshacernos de él, señorita-, dijo
David, casi en una súplica.
-Quiero
mantenerlo en secreto. Por eso los mandé llamar tan temprano. Retrasaremos lo
más posible la apertura de la tienda. Será algo interno. Si en realidad nadie
está buscando a ese muchacho desde hace cuarenta años, no importará mucho otro
cuerpo por aquí. Además de estas armas, tenemos otra: la señorita Selene podría
ayudar.
Miguel
casi se interpuso entre la señorita J.H. y su novia.
-No.
Ella no quiere…
Selene
se acercó a Miguel, y lo abrazó.
-No
es necesario que me defiendas ahora, amor. Tengo que hacerlo. Hace meses que
trabajo aquí, y desde que entré, ese muchacho ha estado al pendiente de mí. Si
esto que tengo es por él, que regrese a él. Pero le va a costar la vida.
Los
hombres de seguridad estaban ya listos. Todos llevaban una pistola, todas
bastante discretas. Incluso Paz llevaba una, enfundada en su pantalón.
-Cuando
usted ordene, señora-, dijo la mujer, mirando a J.H. a los ojos. La otra mujer
sólo asintió.
-Primero
que entren los vendedores. Vayan a un lugar seguro, y estén alertas. Serán
nuestros testigos, por si alguna vez todo esto se destapa fuera de las puertas
de esta tienda. Nosotros iremos en busca del monstruo. Le pido, señorita
Selene, que nos lleve con él. Será de gran ayuda si necesitamos acabar rápido.
Todos
asintieron ante las órdenes de la Distrital. De repente, del pasillo, bajó
corriendo Raymundo, el gerente.
-Ya
está listo. No sospecha. Lo acabo de ver caminando por ahí, aunque sólo me ha
saludado. Se ve…
-¿Cómo?-,
preguntó David.
-Como
enfermo.
Nadie
dijo nada. Al unísono, todos empezaron a subir las escaleras, con los
vendedores por arriba, y la comitiva de gente armada después. En las paredes se
dibujaban las huellas negras de manos, pero también los perfiles blancos de
rostros adoloridos, encerrados en las paredes. Andrea se abrazó más fuerte de
Lola, antes de que esta se arrepintiera.
-Pronto
van a desaparecer.
Los
escalones empezaron a moverse, como en un terremoto. Algunos gritos y caídas,
pero nada más. Aquella fuerza estaba empeñada en acabar con todos.
-¿Es
obra de ese muchacho, David?-, preguntó J.H., aferrándose bien a la pared.
-Tal
vez. Esto es más agresivo. Puede ser aquella cosa que él tanto busca. Si
matamos al chico, puede que matemos también a ese monstruo. Sigamos…
Las
escaleras dejaron de moverse, y todos llegaron al pasillo que daba directamente
hacía la tienda. Los vendedores, formando grupos, se aventuraron. David
acompañaba a Miguel y Selene, mientras Fernando, Andrea y Lola iban detrás.
-Vamos
hacía la Farmacia. Ustedes tres escóndanse donde puedan, pero no se alejen
demasiado-, dijo David, caminando con cuidado, víctima de un miedo sin nombre
que le atenazaba las piernas.
Los
hombres y mujeres armados entraron detrás de los vendedores, desplegándose lo
mejor que podían para abarcar más espacio y cerrar filas. La señorita J.H., Paz
y Raymundo iban casi pegados, dirigiendo la comitiva.
Nadie
vio que alguien, escondido en las escaleras de la bodega de cartón, los
observaba atentamente. Tenía que actuar…
Cuando
el grupo llegó a la Farmacia, estaba completamente vacía. David se armó de
valor y corrió detrás de las estanterías, hasta dar con la puerta de la
rebotica. La abrió con cuidado, desvelando al mundo y a los incrédulos miembros
del equipo un pozo, un agujero vacío y negro, desde donde se escuchaban
lamentos y aleteos, como insectos.
-¿Qué
diablos es eso?-, preguntó la señorita J.H.
-Es
donde esconde todo. Los cuerpos, sus monstruos. Tal vez esté ahí…
David
se asomó, pero no pudo ver más allá de su propia nariz. Entonces, una voz
burlona casi lo hace caer.
-Entra,
David. Ahí abajo hay una sorpresa para ti.
El
chico de la farmacia había aparecido de repente justo detrás del hombre, quién
cerró la puerta y se colocó frente a frente de su enemigo, mostrando una mirada
asesina, llena de rabia y cólera.
-Tú
la mataste-, dijo David, rechinando los dientes.
Los
miembros de seguridad levantaron las pistolas y apuntaron directamente al muchacho,
quién ni siquiera se inmutó. Se le veía más pálido y ojeroso, con los ojos
rojos y el cabello bastante descuidado.
-No
David: la mataste tú. Le heriste el corazón y yo la salvé de su miseria. Veinte
años pasaron para que entendieras. Ahora traes a otro equipo, esta vez para
matarme a mí. Entiende: ahí dentro, en alguna parte de esta tienda, se esconde
algo más aterrador, algo que podría acabar con todos ellos sin miramientos,
como antes ya ha pasado. Te quedaste solo. Sin el amor de María, sin tus amigos,
sin mi poder. ¿Por qué te afanas en hacerme desaparecer? Cuando el que ya
estaba muerto desde hace bastante tiempo es otro…
David
no dijo nada. Apretó los puños, enfurecido.
-Además
la maté para algo más grande, una sorpresa que te he reservado durante tantos
años. Eres el salvador de este mundo, amigo mío, pero si no te tomas tu papel
en serio, todos ellos van a morir. Inclúyete en la lista si quieres, porque de
todos modos nadie va a salir con vida de aquí.
-Dígame,
muchacho, ¿por qué hacer todo esto? ¿Sacrificar vidas de inocentes para nada?-,
se adelantó la señorita J.H., tratando de guardar la compostura ante la
aparición de aquel muchacho.
-El
mal se enfrenta con más mal, señorita. El miedo solo puede enfrentarse haciendo
al miedo su amigo más íntimo. Si esa cosa estaba empeñada en acabar con los
humanos, yo también haría lo mismo. Solamente que tuve que nutrir a este lugar
con su sangre, mientras el Mal la desperdiciaba por el suelo. Abre la puerta
David. Asómate al pozo, y dime lo que ves…
El
chico de la farmacia sonrió, mientras David abría la puerta poco a poco, movido
por la curiosidad. Pero del pozo ya no salió nada, ni lamentos ni aleteos. De
repente, todo el mundo estaba rodeado. Las tres chicas de la farmacia, la que
vestía toda de blanco, la de piel morena y tacones altos y la rubia, caminaban
entre sus presas, soltando siseos como animales hambrientos. Dos muchachas más
se paseaban por ahí: Susana e Ivette, destrozadas y con las pieles hechas
jirones, pero más que vivas. El espíritu de Roberto, el monitorista, también
salió del pozo, mirando desde arriba todo lo que pasaba, sin decir nada. Y
justo al lado de David, una aparición más: una chica de cabello negro, vestida
de blanco, con los ojos llorosos y la piel pálida.
-No…
Tú…
David
sólo podía balbucear, al ver de nuevo a su amada María ahí, de pie junto a él,
con una mirada que sólo mostraba compasión y amor, pero también miedo.
-Escúchalo
David. Por favor, deténganse y escuchen…
-Pero
él te mató…
-Yo
así lo quise, amor. Permanecí muchos años encerrada aquí, esperando que
regresaras. Siempre lo hacías, pero tu obsesión por todo esto pudo más que tu
amor por mi recuerdo. Y sin embargo no escuchaste las advertencias. Aún hay
tiempo.
Paz
no tenía nada de tiempo. Todo debía ser rápido.
-Muy
bien. Le pido, señorita Selene, que nos ayude por favor.
La
chica se soltó de Miguel, y se encaminó hacia donde estaban David y María,
quienes se apartaron, más por el rostro asustado de David que por otra cosa. El
chico de la farmacia ni se movió. La chica movió sus manos hacía delante, y su
cuerpo escupió fuego, lenguas largas y casi invisibles de calor que dieron
contra el muchacho.
Sin
embargo, algo desviaba al fuego. Una pared invisible cubría al chico de la
farmacia, y hacía que todo alrededor estallara en llamas. Chris se interponía
entre su hermano y Selene, demostrando su nuevo y aterrador poder.
-No
dejaré que te hagan daño-, decía el muchacho, totalmente asustado, con las
manos temblorosas, sosteniendo su pared mental entre el fuego y su amigo.
-¡Disparen!-,
gritó Paz, al momento de que todos los miembros de seguridad usaban sus
pistolas para atacar. Los espíritus de las muchachas eran atravesados, y las
chicas que ayudaban en la farmacia se deshicieron, transformándose en insectos
que semejaban enormes escarabajos, que se cernieron sobre dos de los
vigilantes, devorándolos en seguida.
La
señorita J.H. y Raymundo se escondieron tras unos anaqueles, mientras Paz y su
segundo, un vigilante de lentes llamado Luis, disparaban tratando de abrir paso
en la pared invisible. Cansada, Selene dejó de expulsar fuego de su cuerpo,
cayendo sentada en el suelo chamuscado. Con sus habilidades, Christopher trató
de esquivar las balas, y les quitaba de las manos las pistolas a los vigilantes
que tenía más cerca, arrojándolos a los espíritus o a los escarabajos
carnívoros.
-Chris,
ya basta-, dijo el chico de la farmacia, haciendo que su amigo se detuviese.
Fue cuando, venida de no se sabe dónde, una bala le atravesó el costado al
chico, perforando su pulmón. Nadie se dio cuenta que Chris estaba herido,
cuando la sangre empapó la bata sucia del muchacho.
El
chico de la farmacia alcanzó a abrazar a su amigo, sosteniéndolo con ambos
brazos para no dejar que su cuerpo golpeara el suelo. El muchacho jadeaba,
mientras el poco oxígeno que aspiraba se iba por el agujero de la bala.
-No,
por favor, no…
Chris
trataba de sonreír, pero su amigo sólo soltaba lágrimas, de dolor e impotencia.
No podía hacer nada por él.
-¡Alto
al fuego, ya basta!-, gritó Paz, mientras sus compañeros bajaban las pistolas.
Incluso los escarabajos se mantenían volando, en paz, sin hacer nada.
Cuando
todo se calmó, Andrea, Lola y Fernando llegaron corriendo hasta la Farmacia,
viendo todo lo que estaba pasando. Los espíritus de sus compañeros muertos los
rodearon, y sólo el muchacho se atrevió a hablar.
-Ya
no disparen. Si el muchacho dice la verdad, estamos en peligro, y algo sólo nos
quiere ver muertos. ¿Quién es el verdadero enemigo?
Sin
que nadie lo esperara, Luis, el vigilante, levantó su arma, directamente hacía
la cabeza de Fernando, y disparó, matándolo al instante. Todos soltaron un
grito. El hombre tenía cara de loco.
-Ustedes,
mocosos idiotas. Ustedes los vendedores son el enemigo. Por años nos hemos
sujetado a su estatus, y hay que matarlos. ¿Se unen a mí, compañeros?
Como
si de un ballet se tratara, los vigilantes que quedaban, absortos de sus
pensamientos y acciones, levantaron las pistolas, y empezaron a disparar.
Andrea y Lola corrieron, escondiéndose tras una vitrina. Miguel jaló a Selene
para correr, pero ella alcanzó a uno de los vigilantes con sus llamas,
reduciéndolo a cenizas casi al instante. Otras pistolas apuntaron directamente
hacía Raymundo y la señorita J.H., quienes no hicieron nada que mirar asustados
a sus ejecutores.
-¿Pero
qué diablos hacen…?-, alcanzó a peguntar Paz, antes de que una de las balas de
Luis la alcanzara en la cabeza.
-Vamos
a someter a todos, muchachos. Después, controlaremos la tienda…
El
chico de la farmacia seguía sosteniendo a su amigo, aún vivo, mientras miraba de
reojo a David, quién estaba boca abajo, escondido junto a María tras uno de los
estantes de la farmacia.
-Él
está aquí, David. Levántate y enfréntalo.
Chris
tosió sangre, y su amigo le miró, como quién mira a un ser querido que sólo
está por dormir.
-Cántame
aquella canción de nuevo… Por favor.
El
chico de la farmacia, llorando, empezó a cantar de nuevo la canción, esta vez,
casi como en un susurro, mientras uno de sus dedos penetraba la piel herida de
su amigo.
-Ek ong kaar, sat naam, karataa purakh,
nirbho, nirvair
Akaal moorat, ajoonee, saibhang, gur prasaad. Jap!
Aad such, jugaad such, Hai bhee such, Naanak hosee bhee such…
Chris
cerró los ojos, sonriendo al fin, y se durmió con el calor de aquellas
estrofas.
El
chico de la farmacia suspiró, y otra vez en su larga vida, lloró amargamente la
pérdida de su hermano.
David
lo vio todo, desde donde estaba. El dolor de aquel muchacho era sincero, viendo
las lágrimas caer sobre la piel de aquel otro chico, que yacía muerto en sus
brazos. Miró a María, quién también lo miraba a él, con aquella mirada piadosa.
La chica asintió, perdida en veinte años de dolor, y el hombre se levantó, con
el rostro lleno de hollín, empuñando un cuchillo enorme. Con el filo de su
arma, apuntó a Luis, mientras el vigilante sonreía, con la mirada perdida en el
vacío de la pared.
-Hace
veinte años me quitaron a mi amada María. Y yo no le hice caso a él. ¿Qué más
quieres de nosotros? Nadie va a morir otra vez aquí. Deja que ellos se vayan.
Al que quieres es a mí. Sea lo que sea que te escondes en ese cuerpo, déjalo
ya…
El
vigilante se movía como si estuviese atado a hilos, y detrás de él salió algo.
Era una persona, una sombra que iba tomando forma, y se reía con una voz
metálica. Todos los vigilantes empezaron a desmayarse, libres del influjo de
aquella cosa que los dominaba. Solo el cuerpo de Luis empezó a desmoronarse,
como el de un helado que se derrite bajo el sol. La sombra creció y creció, y
al tomar forma, todos pudieron verla, incluso entre las luces que parpadeaban.
Era un enorme hombre, con cola y orejas.
-Querido
hermano-, dijo el Mapache, dirigiéndose al chico de la farmacia. –Vine para
liberar a este mundo del verdadero mal.
El
chico de la farmacia sólo podía mirar a su hermano, renacido de aquel tanque
donde conservaba su cuerpo. Algo andaba mal.
-¿Por
qué tú? Después de tantos años has sido tú…
Mapache
sonrió, con los dientes afilados, levantando la cola en señal de amenaza. Sus
dedos eran enormes garras.
-Lo
entendí antes que tú, y lo vi desde hace muchos años. Lo que aquí habita no es
el mal. Nosotros no estamos enfrentando al verdadero enemigo. Durante cuarenta
años te he mostrado la verdad y jamás la has visto. ¿Quién ha molestado a los
vendedores de esta tienda tanto tiempo? ¿En quién no debemos fiarnos nunca? ¿Quiénes
sólo esperan a que las puertas de la tienda se abran para empezar a hacer daño?
Nadie
dijo nada. Sólo el chico de la farmacia que, escuchaba atento, ahora sonreía.
Con un ademán de su mano izquierda, abrió las rejas de la tienda, haciendo que
estas cayeran hacía el fondo, destruyendo vitrinas y estrellando pantallas a su
paso.
Todos
los que aún estaban vivos o despiertos observaron la entrada.
Ahí fuera, esperando
y mirando, estaba el verdadero enemigo…
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