Ahí
estaba Josafat, en la fiesta de la empresa para la que trabajaba. Era una noche
fría, y el tequila que tenía entre sus dedos le reconfortaba con cada traguito
que le daba. Ya se había comido un pambazo, un plato enorme de pozole y algunas
tostadas. Ahora solo se limitaba a disfrutar la fiesta desde su asiento en la
mesa más apartada, viendo a sus compañeros bailando y riendo.
Josafat
tenía unos ojos verdes bastante expresivos, con lentes discretos que guardaban
una mirada que podía analizarlo todo. Cada movimiento, cada sonrisa, hasta las
palabras dichas en un susurro. Desde la otra mesa, una pareja de casados
hablaba acerca de su hijo a otros compañeros, al cual habían dejado con su
abuelo para que pasara la noche. Y en una mesa un poco más cercana, una chica
de cabello castaño, largo y lacio, de piel clara y ojos muy bellos, le guiñaba.
Estaba seguro de conocerla, de saber su nombre… lo había olvidado con ese
guiño.
La
chica se levantó, con sus piernas bien torneadas, y sacudiendo su cabello, se
retiró, tal vez a estirar un poco las piernas afuera. Josafat solo la siguió
con la mirada, mientras se llevaba de nuevo el caballito de tequila a la boca.
Fue cuando alguien le tocó la espalda e hizo que se atragantara con un sorbo de
tequila de más, que le abrasó la boca y la garganta.
-Vamos
compañero, ¿por qué no le hablas?
El
muchacho detrás de Josafat era también un compañero suyo. Jhonatan era alto,
muy grande y de carácter más animado. Se sentó junto a su amigo, mientras
Josafat trataba de hablar después del trago de tequila.
-Porque…
no me conoce y… tal vez ni le guste…
Jhonatan
soltó una carcajada.
-No
puedes saberlo si te quedas aquí sentado. Además, no es preciso que te guste.
Con que hablen ya es más que suficiente. Sabes bien como se llama…
Josafat
estaba incómodo. Recordaba a la chica, su cabello, sus piernas, aquel vestido
color verde esmeralda… y el guiño de uno de sus hermosos ojos. Pero nada de su
nombre: era como si aquel gesto de coquetería le hubiese borrado la memoria.
-No
recuerdo como se llama, sinceramente. Es muy bella y todo, pero…
Jhonatan
soltó la carcajada, aunque no se escuchaba con aquella música tan fuerte.
-Está
bien, aún así, síguela. Platica con ella, puede que te enteres de algo bueno.
-Pero
yo…
-No.
Nada, no hay excusas. Es noche de héroes: sé un héroe y enfrenta tus
inseguridades. Por favor, ¿qué cosa podría pasar? Si te rechaza, al menos lo
intentaste, y créeme que no diré nada malo o gracioso. Te admiraré siempre…
Jhonatan
le pasó el brazo a su amigo por encima del hombro y se levantó para ir a tomar
otra bebida. Josafat se quedó un rato más pensando en aquello, y en su corazón
sentía que la chica y su sonrisa le llamaban sin hablar, sin escuchar voz
alguna.
Sin
darse cuenta, se levantó de la silla y caminó directo afuera. Atravesó el patio
adornado de banderas y tiras de papel tricolor, con sombreros colgando de las
paredes y algunos cactus. Cruzó entre las mesas y salió por el portón. Afuera
había un camino de tierra que iba en paralelo con la fachada de aquel lugar.
Los árboles se veían al otro lado como vigilantes mudos en la noche, mientras
los animales caminaban entre las ramas haciendo ruidos extraños. Los grillos cantaban
entre las hojas, y la luna se asomaba tras las nubes grises que quedaban por
ahí.
-Oye…
La
voz de una mujer le llegó como si fuese el viento, el susurro entre las ramas
que agita las sombras y las convierte en parte de un silencio más oscuro y
grande que la noche misma. Estaba en alguna parte, esperándolo, vigilando, tal
vez jugando con él.
-¿Dónde
estás? Aquí está muy oscuro-, exclamó Josafat, mientras apartaba las ramas de
su camino y pisaba con cuidado entre piedras flojas, hojas secas y raíces.
Pronto,
se vio envuelto en la oscuridad, entre los árboles y arbustos, con aquel olor a
maleza vieja y humedad, mientras el frío se le metía entre las manos y lo hacía
tiritar.
Frente
a él se escuchaban menudos pasos, como si alguien se acercara lentamente desde
la espesura del bosque. Con el rayo de la luna entre las hojas, Josafat vio la
silueta de la muchacha. Estaba recargada en un tronco viejo, mirando hacia el
cielo, tal vez, hacia las estrellas. El muchacho la contempló durante unos
minutos, mientras ella sonreía, sin despegar aquellos grandes ojos del cielo.
Su cabello caía por encima del pecho, cubriéndola como una sedosa cortina
negra.
-Estaba
esperándote…-, dijo ella, sin mirar a otra parte más que al cielo. Entre sus
dedos tenía unas ramas, con hojas que soltaban un olor fragante cada vez que
ella las agitaba.
-Bueno,
yo… No sé qué decirte. No me acuerdo de tu nombre. ¿Cuál era?
Ella
bajó la mirada, y sus ojos se encontraron. Los de él, tan deliciosos como la
miel, y los de ella, negros, más profundos que la noche en el bosque.
-¿No
sabes mi nombre? Podría decírtelo, si quieres. Pero sería muy fácil. Mejor ven,
y dejaré que lo adivines…
Josafat
no lo pensó. Caminó despacio entre los árboles, cuidando de no tropezar, aunque
era casi imposible. Al fin, se encontraba casi frente a ella. Su cuerpo no daba
calor, su piel se veía fría, y sus ojos tan hermosos, tan profundos… Y ese
perfume, un olor dulce contrastando entre la maleza.
Y
entonces, ella le besó. No fue un beso largo, no fue ni siquiera un beso. Los
labios de la muchacha rozaron los suyos, y él temblaba, con los ojos muy
abiertos. El roce de los labios más suaves que jamás hubiese sentido, y ese
sabor. Cerró los ojos, y se dejó llevar.
Pero
el frío del bosque era inclemente, y un atronador sonido le hizo abrir los ojos
una vez más. No había nadie en aquel claro del bosque, y una bandada de pájaros
salió volando, asustados tal vez por el sonido del estallido. Por encima de los
árboles, se podía ver el origen de aquel sonido: varios fuegos artificiales
levantándose por encima de la casa donde se hacía la fiesta. Verdes, amarillos
y rojos, todos ellos estallando como delicadas flores que se deshacen con el
viento otoñal.
Josafat miró
extrañado, mientras la música le llegaba desde lejos. Era el mariachi, una
canción alegre, las trompetas y los violines. Regresó sobre sus pasos, mientras
que en la punta de su lengua, recorriendo su boca, el sabor dulce del beso de
aquella chica le recordaba su nombre…
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