Cómo
no tenía a dónde ir, Sonia dio vueltas por la tarde en un taxi, aquel día en el
que había abandonado a Juan Diego, y junto al bebé, decidió quedarse al final
en la casa de su vecino, sin que nadie viera que ella estaba ahí.
Isidro
vivía con su madre en la esquina de la calle, cerca de la avenida que
delimitaba aquel pueblo. Alguna vez, Sonia y él habían tenido algo que ver, y
muy a pesar del destino, aún se hablaban bien. Aquella vez, sin embargo, necesitaba
de su ayuda, y tanto Isidro como su madre no se negaron a dársela. La dejaron
quedarse, y cuidaban bien al bebé, que ni con extraños parecía portarse mal.
-Gracias
por todo lo que has hecho, conmigo y con el bebé. No sé cómo pagarte todo esto.
Nos dejas dormir aquí, y la comida…
Isidro
negó con la cabeza. Tenía cargando al pequeño Arturo en sus brazos, mientras el
bebé se entretenía mordiendo un pequeño juguete de goma especial para eso.
Había sido su regalo de Reyes, un pequeño detalle que Isidro le había dado,
junto con un enorme paquete de pañales, cortesía de doña Mercedes, quién estaba
encantada con el bebé.
-No
tienes que agradecer nada. No tenían a donde ir, ¿cómo los iba a dejar en la
calle o que se durmieran en cualquier hotel? No: esta es tú casa y el bebé y tú
son bienvenidos.
Un
momento de silencio incómodo antes de que él volviese a tomar la palabra.
-¿Qué
vas a hacer con Juan Diego? ¿Vas a regresar?
La
que negó con la cabeza esta vez fue Sonia.
-No:
puede quedarse con aquel… Ya sabes de quién hablo. No pienso regresar, ni dejar
que se salga con la suya, Isidro. Mi niño no va a vivir en un lugar así, no por
ahora. Que entienda Arturo primero por qué lo hice, y luego podrá verlo.
Mientras, prefiero cuidar yo sola de mi hijo. Puedo trabajar aquí en tu casa, o
en alguna otra parte, pero a Arturo no le va a faltar nada y...
Aunque
traía al bebé entre brazos, Isidro le dio un beso a Sandra, sujetando bien a
Arturo, quién ni siquiera se inmutó. Ella sintió los labios de él contra los
suyos. En secreto, lo buscaba, pero no se animaba a decirlo. Ni siquiera
hablando sola, Sonia podría admitir que sentía algo por aquel muchacho. Pero
ahora, solos ahí, junto a su bebé, podía sentirse más segura, y amada de alguna
manera.
-Gracias
por eso-, dijo Isidro. Ella se empezó a reír, sonrojada.
-La
que debería dar gracias soy yo. ¿Por qué agradeces?
-Por
estar aquí.
Ahora
fue Sonia quién abrazó a Isidro, aplastando por poco a Arturito entre ambos. Así
se quedaron los dos un buen rato, mientras la tarde se convertía en noche.
Afuera
hacía frío, no tanto como hace días. La calle estaba solitaria, pues los niños
ya estaban dentro, jugando con sus juguetes o disfrutando de sus celulares
nuevos. La casa de Juan Diego lucía apagada, abandonada. Y en la pared de
afuera, sólo podía verse la silueta de un hombre. Juan tomó de nuevo el aerosol
de la pintura, y dejó una nueva letra plasmada en la pared. YO MATÉ A JUAN
DIEGO. VANESSA. Sonrió, y mientras guardaba el aerosol en su mochila, entre su
ropa limpia y el diario dónde escribía cada cosa, cada crimen, sonrió. La culpa
no sería suya. Dejaría aquel pueblo, para moverse, para olvidar que alguna vez
había matado, a la luz de una serie de navidad en un árbol hermoso y frondoso.
No
lo sabía, pero tal vez se mudaría a un nuevo lugar. A la playa, a Veracruz, a
dónde fuera. No vio que arriba suyo parpadeaba, muy a lo lejos, una luz
ambarina entre las nubes de invierno.