Alguien llamaba a la puerta. Sonia se había ido con el bebé, y Juan Diego no sabía a dónde exactamente. Se había quedado solo, con la vergüenza de aquello. De haberse confiado, y que ella los hubiese visto así… Sólo necesitaba sentir algo, algo nuevo, después de que su esposa se aliviara, y estaba desesperado.
Atendió
al llamado de la puerta. Cuando abrió, se encontró a su vecina. Vanessa traía
un plato entre sus manos, y aunque se veía algo contenta, parecía también muy
contrariada.
-No
sé lo que pasó, y tampoco sé lo que ella te haya dicho, pero deseo que tú estés
bien. ¿Puedo pasar?
Ella
esperó a que Juan Diego pudiese apartarse de la puerta para entrar a la casa. Se
sentó en la sala, y sobre la mesita de noche, puso el plato. Olía bien, aunque
por el papel aluminio que lo cubría, ella no pudo ver nada.
-¿Aprovechaste
que ella no está para venir tú a consolarme?
-No,
no lo estoy haciendo por eso. Sé que cuando estábamos juntos nada fue como
querías, y pues entendí todo eso. No quiero que te sientas culpable. Ahora
importa que estés bien, y que no cometas una estupidez.
Juan
Diego se sentó en el sillón que siempre ocupaba. Las luces del árbol no
brillaban aquella noche, y a lo lejos, se escuchaban los primeros fuegos
artificiales del nuevo año. La madrugada era muy fría, y con aquella soledad,
se sentía aún más.
-¿Qué
preparaste? Huele bien…
-Oh
no, yo no lo hice. Fue parte de la cena de Año Nuevo de mi mamá. Es bacalao, y
sabe muy rico. Sólo pruébalo, anda. Necesitas sentirte con ánimos, y más si
alguien te hace compañía…
Juan
Diego tomó el plato y le quitó la cubierta de papel aluminio. Si cubierto ya
olía delicioso, ahora, con el vapor caliente, era algo suculento. Incluso a él
se le hizo agua la boca. Ella solamente seguía sentada frente a él, mirándole,
con aire de preocupación y ternura.
-No
lo vamos a desperdiciar, ¿verdad?
Él
negó con la cabeza, y con el tenedor que había dentro, empezó a comer. Era
delicioso, algo salado, pero lo normal. Aquel platillo debía saber así.
Después
de cinco o seis bocados, Juan Diego empezó a sentirse extraño, como satisfecho.
Un momento después, hasta la respiración empezó a fallarle, y tuvo que soltar
el tenedor, que rebotó en la alfombra. Nada andaba bien, y Vanessa no hacía
nada más que observar, algo aterrada. El muchacho luchaba por respirar, y sentía
ardor en el estómago y la boca. Unos minutos después, se desplomó, fulminado
por el veneno que detuvo su corazón y su respiración.
La
puerta de la casa se abrió, y Juan entró para ver cómo había terminado aquello.
Vanessa se levantó del sillón, y miró el cuerpo en el suelo.
-No
pensé que hiciera efecto tan rápido. Yo no quería, en serio…
-Ya
está hecho, tonta. No puedes deshacer nada de esto. Sólo espero que lo demás
funcione. Así que habremos de esperar, sólo esperar…
-¿A
qué?
Vanessa
no sabía nada. Juan casi no le contaba nada nunca. Era hermético hasta el
último momento, como cuando la noche de Año Nuevo, le pidió comida de su madre
para envenenarla. Juan Diego caería redondo, tal vez preso del dolor, o sólo
del hambre.
-Vamos
a esperar a que ella regrese. Sonia va a volver, y ver su cuerpo aquí, pudriéndose,
la hará rectificar. La consolaré, y se quedará conmigo. Y todo gracias a ti,
preciosa…
Juan
le acarició la mejilla a Vanessa antes de salir de la casa. Mientras tanto,
ella se quedó un poco más, mirando todo aquello.
Por primera vez en
aquel nuevo año, sintió algo aterrador. Un año más con miedo…
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