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jueves, 26 de abril de 2012

La Marca del Toro: El Gran Espectáculo.



Dedicada a todos mis amigos antitaurinos
De México y de otros países;
 Ya no más derrame de sangre animal,
Y vivan los toros, no los toreros…

El día amanece claro y limpio. Las calles de la ciudad están vacías, e incluso los autos están parados en las aceras. ¿El motivo? Es el Día de Rifa, el evento celebrado por el Estado para deleite de los televidentes.

El Estado organiza cada año una Caza de Sangre, la búsqueda a nivel nacional de aquellos hombres y mujeres que se asocian con la matanza y la crueldad animal, con los vendedores y con los consumidores de carne No Ritual, es decir, la carne animal que se comercializa fuera de las reglas de alimentación, donde el Estado provee de carne ritual a la gente que así quiera consumirla, la cual no rebasa ni siquiera el 10% de la población.

Después de la Caza de Sangre, y cuando cierto número de perseguidos son apresados, normalmente entre 1000 y 5000 personas, dependiendo del número final, puede darse paso al Día de Rifa, celebrado cada primero de mes. Este inicio de año, la Caza de Sangre aportó a 1500 perseguidos, más de la mitad comerciantes y traficantes de carne, y los demás, asesinos de animales, por diversión, y por falta de escrúpulos. El Estado mostrará la lista, y de los 1500 iniciales, serán escogidos 50 al mes, la Cuota que se necesita para dar comienzo a la celebración.

La gente de la ciudad está sentada en sus sillones, frente a los ordenadores e incluso escuchando el radio para enterarse de los detalles del Día de Rifa. Los que pueden ver las transmisiones en vivo observan a detalle el proceso. Una enorme tómbola que gira sobre sí misma, revolviendo miles de pelotas de colores, acumuladas de hace meses, y las nuevas, cada una conteniendo la información digital en un chip de cada perseguido. Después de un tiempo concreto de 30 segundos, la tómbola se detiene, y deja escapar una de las esferas. Una de las edecanes, hermosas mujeres vestidas de todos los colores, toman la esfera, y caminando sensualmente hacía una máquina, la introducen en un orificio, donde se traduce la información del chip.

En segundos sale la imagen y los cargos del perseguido en una enorme pantalla, y la gente presente en el estadio aplaude, grita, se emociona al ver la cara del asesino al cual van a castigar.

Después de al menos tres horas de programa especial, la lista de los 50 “toreros” es dada como oficial, para consulta y previa utilización en las apuestas. Se les llama “toreros”, por la forma en la que han de recibir el castigo, más que por respeto. Desde ese momento, los “toreros” pierden el respeto, y tienen que ser tratados como una escoria más.

Las apuestas para el gran evento son sencillas. No se basa en el mismo “torero” y sus aptitudes en la competencia, sino en el tiempo que le conlleva al perseguido terminar con lo pactado. Muchas de las apuestas no llegan más allá de los 5 minutos, pero otras, y son las pocas, apuestan por un tiempo de incluso 1 o 2 horas. En todo el tiempo que la tradición lleva arraigada en la sociedad, solo en tres ocasiones ha sucedido que el “torero” haya durado ese tiempo. No suelen hacerlo tan largo…

El evento final, que se celebra a mediados de cada mes, quince días después del Día Mensual de Rifa, se llama “La Marca del Toro”. Acuñado hace más de 400 años, era la tradición con más fuerza en el país, y todos seguían mes con mes la evolución de su proceso. Es como la Navidad, es algo con fuerza y con años de experiencia. La gente ahora lo ve normal, ni siquiera se ha dignado en pensar en las consecuencias, sino que la vida misma gira en torno a eso, a ver el espectáculo más grande de sus vidas.

“La Marca del Toro” es televisado siempre, las 24 horas del día, solo que, para efectos prácticos, se presentan los resúmenes de las 10 víctimas diarias durante los cinco días que dura todo. Es simple: Los diez “toreros” del día entran por turnos, dependiendo de la gravedad de los cargos que se le imputan. Al entrar a la arena (y de ahí viene el nombre de “toreros”, palabra despectiva y de poco respeto), son soltados de dos a tres toros negros, uno limpio, y otro o los otros dos con armamento especial, es decir, cuernos de metal que recubren los cuernos naturales, lanzas sujetas a sus costados con una especie de silla de montar, o incluso con pezuñas artificiales con picos por doquier. El objetivo del toro es embestir al “torero” en turno, que muchas veces no tiene demasiadas posibilidades de defenderse.

Previo al evento, los mejores diseñadores y “fashionistas” del país, visten a los “toreros” del día con los llamados “trajes de luces”, pero en la carta oficial del Decreto Reglamentario de la Marca del Toro, son llamados Trajes de Carne. Son símbolos de la vergüenza y el repudio al asesinato de animales, y muestran al “torero” como inferior, aunque los trajes en sí parezcan un lujo. El objetivo de los diseñadores es presentar, en todo momento, el odio de la gente hacía los “toreros”, pero con ese toque glorioso de la muerte que viene a sacrificar sus vidas a cambio de todas las que arrebataron.
El primer día de La Marca del Toro se conoce como Día de la Cabeza. En orden descendente, son Día de la Cabeza, de las Extremidades, del Torso, del Abdomen, y el último día, el Día de la Sangre, el día de clausura, y donde las torturas son incluso más elaboradas. Pero veamos como es una de las sesiones en el primer día:

El Día de la Cabeza comienza con el himno del Estado, una nota alegre, llena de fanfarrias, con trompetas que animan a los espectadores a gritar al final. El Presidente del Estado, el Honorable Javier Carrillo, está sentado en el lugar de honor, con su familia y amigos del gabinete. El organizador de la Marca del Toro, un tal Luis, anuncia a todos, invitados especiales, y a cada “torero” que entrará en la arena. Todos llevan sus mejores galas, vestidos largos, tocados estupendos, peinados extravagantes, y un gran despliegue de color. Está prohibido en el Estado usar pieles de animales, más no así las plumas, que son extraídas después de la muerte del animal. Todo es sintético en la mayoría, o hecho de fibras vegetales.

La función da inicio cuando el presentador y organizador da la señal. Previo a la señal, los diseñadores visten al primer “torero” con su Traje de Carne, un exquisito conjunto, que consta de una chaqueta bordada con lentejuelas de colores vistosos, un extraño pantalón ajustado con adornos al final, y para rematar, enormes sombreros de cartón, adornados con plumas y demás vistosas formas, que más que una ventaja, son siempre un estorbo. A los “toreros” se les suelta descalzos, no tienen permitido usar algún tipo de calzado o protector de pies. Además, solo cuentan con una capa de color rojo, para que recuerden la sangre derramada injustamente. La pueden usar para cubrirse del sol, o para distraer a los toros, cosa que no sirve, ya que el movimiento brusco los atrae más rápido.
Otra fanfarria anuncia la entrada de los toros, ya armados elegantemente, dando vueltas por la arena para que el público los admire y vitoree. No siempre los toros repiten entre un “torero” y otro, a veces cambian para hacer descansar a los animales, y que puedan comer. Llevan nombres tan distintos, algunos jocosos, como “Mielecita” o “Superman”, y otros, con el sentimiento más serio, son llamados por sus cuidadores con nombres propios, desde los “Juanes” e incluso los “Michaels”. No hay reglas para los toros, y son animales consentidos, bien cuidados, y agradables al tacto humano, excepto en la arena, donde se presentan sedientos de sangre.

Otra llamada más efímera le da paso a la entrada del “torero”, cuando suena una chicharra vieja. Las puertas se abren, y sale el perseguido, seguido de los abucheos, escupitajos y groserías bien merecidas de los asistentes. Esta vez, para el primer torero del mes y del año, se han escogido tres toros, dos simples y uno armado, incluso con un casco que tiene un tercer cuerno, como el de los unicornios, más largo entre los otros dos. El Presidente se pone de pie, y dicta la sentencia, aclarando los crímenes del acusado, y después de un sencillo “Y que se divierta, torero…”, se cierra la puerta, y los toros empiezan a hacer lo suyo.

Las apuestas indican que este “torero”, llamado Eric, pero apodado “La Muerte Blanca”, un hombre de tez clara y rostro demacrado pero con mirada mortal, durará al menos media hora, cuando mucho, antes de morir. Ya han pasado cinco minutos, y la gente sigue gritando, clamando muerte al “torero”. Mientras, una de las diversas cantantes del Estado, una mujer alta y de vestuario extravagante, corea canciones con energía y algunas coreografías, que son mostradas en las pantallas gigantes que cuelgan en el centro de la arena. Todos cantan y bailan, pero no dejan de observar y de gritar.

El “torero” corre, choca contra las tarimas de madera que protegen los asientos más cercanos, e incluso se le cae el sombrero con plumas de pavo real, y se tropieza. Ese es su error. Trata de levantarse, pero no puede más que gatear, mientras el traje se le ensucia de polvo y arena. El toro armado embiste, y con el cuerno más largo, atraviesa la cabeza del infeliz “torero”, saliendo por su ojo izquierdo. El toro no se detiene, y llega hasta la pared más cercana al podio del Presidente, que aplaude un poco, levanta su copa magistralmente, y grita emocionado. El toro ha dejado embarrado al “torero”, y sus otros dos cuernos le han atravesado lo que restaba de la cabeza. Los cuidadores hacen que el toro se retire para dejar el cuerpo a la deriva, y si no es necesario dejarlo otra ronda, se lo llevan para que descanse. El cuerpo quedará ahí, sin que nadie lo atienda, y solo el sombrero será conservado, como trofeo del equipo que logró acometer la embestida.

Después de que los 10 condenados son sacrificados, los cuerpos ni siquiera son retirados. El Estado cuenta con una jauría de hienas, traídas de los laboratorios genéticos de regeneración de especies extintas. Las hienas devoran los cadáveres, y aunque no terminen, los restos serán dejados para recordar al siguiente día lo que ha pasado. La gente se siente al final del día, agradecida con las leyes por un castigo tan ejemplar a los que maltratan animales, y piensan que es la mejor decisión que jamás hayan tomado.

Y así, cada mes, cada año, durante 400 años, ha sido así la tradición de la Marca del Toro, como recordatorio de las proezas de los “amigos naturales”, los animales, en contra de la escoria asesina. El hombre tiene cabida, pero no todos merecen seguir viviendo. Y las leyendas cuentan que hace años era distinto, que el hombre mataba al toro. Pero ahora, ya es tiempo de cobrárselas todas…

Hermoso, cuando el "torero"
se convierte en víctima...

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