Una mujer de finas ropas, siempre vestida de blanco, se pasea por la plaza, al amparo de sus damas de honor, que hermosas y resplandecientes, se muestran atrevidas en competir con la belleza de su señora. La mujer, cándida, muestra su hermoso rostro, iluminado por la luz de un sol alejado, escondido tras las faldas de una madre cariñosa con sus hijos. La mujer y sus damas, envueltas en una danza de personajes y animales, va caminando, silenciosa, hermosa, escultural...
La Gran Dama, como todos la conocen, nació de la madre, de la tierra perfecta que acaricia con su amplio manto al Espacio. Fue un choque de amor, un momento tierno, un abrazo entre dos titanes que siendo hermanas, danzaron un día, y la muerte de la madre titánide, sirvió para que la hija bella naciera. Tardó mucho tiempo en desarrollar la belleza que ahora inspira mis palabras, el colorido de sus facciones, endurecidas por la edad y por lo degradante de la vida viajando por la noche. Y no es que venda su cuerpo, sino que lo ofrece al que la sepa entender mejor, y a quien su amor solo le sea recíproco.
Y las damas de honor se van disipando, conforme el sol aparece tras la primera oportunidad. Y la Dama se queda cerca, danzando entre el hermano que resplandece su rostro, y la madre que le dio la vida. Y en muchas ocasiones, esa misma Dama, tan hermosa y tan sincera, hace alebrestar incluso las mismas olas de un mar en calma, ilumina los caminos de los extraviados, e inspira al más tierno adulador de sus blancos pechos. Muchas veces albina, y otras pelirroja, tan caprichosa que oscurece a su hermano, y se interpone a sus designios. Te alabo, reina de la noche, mi tierna Belleza Azul...
Dedicada a una de las mujeres más importantes de mi vida, te quiero mucho mamá...
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