Este es un nuevo proyecto, y espero les guste. Algunos ya lo leyeron por partes, y otros hasta ahora se enterarán. No creí poder inspirar miedo, aunque eso quería. Pero ahora sólo puedo decirles, que sí se inquietarán, y algunas partes les parecerán molestas, pero así es esto. Para mí, es una nueva forma de escribir, y es algo con lo que empiezo a innovar mis relatos, de ahora en adelante. Es mi regreso triunfal al blog, y a todos ustedes, que ya no sabían si esperar o abandonarme, gracias, y no volveré a defraudarlos. Los dejo con IRBU...
IRBU
LUIS
ZALDIVAR
Para Zaldívar, madre y hermano, mi
consuelo, y mi futuro.
Para los Carrillo, hermano y hermana, él
que lo ha aguantado todo, de principio a fin; ella, que me ha enseñado a ser
fuerte.
Para Pantoja, la mejor confidente de
secretos en este mundo.
Para Gil Marcial, todo concuerda en
nuestras vidas.
Para Edith, amiga, graciosa, extremadamente
inteligente.
Para Chávez, por compartir tan anhelado
sueño.
Para Aros, por ser mi primer fan oficial.
Para Gomezcaña, temple de acero, ruda y
crítica.
Para Cruz y Ruiz, una odontóloga y otro
maestro, que sin quererlo, me enseñaron a amar y respetar.
Para Graillet, mi tocayo, mi mentor,
filósofo y lo demás que quiera ser.
Para Enka, que le pone sabor a los remakes
de mis no nacidas historias.
Para Cienfuegos, ya sé que así te
apellidas, y cuya mentalidad inspira un poco esto.
Y para todos los demás que no mencioné…
Gracias.
IR-BU, dialecto
sumerio, también conocido como ER-BU: (IR o ER: Lamentaciones, sufrimientos;
BU: Luz, energía). Se dice de la entidad no etérea, capaz de provocar grandes
tragedias y de traer la maldad al mundo. La llamada Energía de las
Lamentaciones, el terror del ser humano desde que se tuvo conciencia propia.
Siempre acompañada de un episodio breve de buenaventura y escenas cotidianas,
antes del golpe de maldad pura.
IRBU, en su
naturaleza más allá de toda conciencia humana, y como todo ser vivo de otra
dimensión, su esencia se divide en ciertas partes o niveles. Sin uno, no
existen los demás, y sin todos los demás, no hay ser. IRBU se manifiesta de
manera distinta en otros mundos, donde la capacidad de existir es más o menos
compleja a la suya.
Y en nuestro mundo,
IRBU comienza así…
Único Capítulo
Fuente de muerte y
vida.
Buscamos convivir dentro de nosotros mismos, nunca más con la
gente ajena. Tal vez eso es lo que nos haya hecho ser vulnerables, y a la vez
orgullosos. Siempre digo lo que pienso, eso es obvio, pero cuando lo escribo,
siempre veo que es solo para mí. Creo que aprendí a ser egoísta, pero también
sé hasta donde no serlo, por que no me quiero quedar sola. ¿Es una facultad de
los humanos siempre hacerse daño? Tal vez, pero si no aprendemos uno del otro,
jamás nos entenderemos, y entonces sí, el orgullo va a ganar…
Vivian seguía
escribiendo en su diario, como cada noche lo hacía desde hace ya varios años.
Le encantaba gastar hojas para platicar consigo misma, y era una actividad
sumamente emocionante. La fecha de su hoja empezaba el día 23 de Agosto, el
año, 2012. Tenía su lap top, sí, pero le encantaba hacerlo a la manera antigua,
a pluma y papel, dónde sus sentimientos podrían expresarse mejor. Miró el reloj
en la cómoda, y aunque ya daban la 1:45 a.m., no le importó quedarse un poco
más.
Siento que las cosas que he dicho son más para bien que para
causarle daño a las personas, aunque ellas nunca entenderán el perfecto valor
de una sonrisa, o de una carta escrita al amor de tu vida. Todo se ha vuelto
demasiado estúpido para comentarlo, y tan mecánico para entenderlo de una
manera más interior. En la escuela, todas se tratan por zorras y perras, pero
nunca se han dado cuenta del extenso valor que todas tenemos, sólo por el
simple hecho de ser mujeres. Y los muchachos nos ven cómo objetos de su deseo
sexual, cómo unas perdidas que daríamos el cuerpo un momento, y al otro, nos
avientan, nos olvidan, y nos denigran. ¡También podemos sentir, mal nacidos!
Todo su diario
estaba pulcramente escrito en una caligrafía perfecta, en una letra cursiva
hermosa que no daba pie a la imaginación más insensata. Vivian utilizaba una
hermosa pluma con tinta púrpura, que resaltaba en las hojas amarillentas de la
libreta nueva que había conseguido. Las hojas eran de papel reciclado, con ese
olor tan característico a humedad. Tomó de nuevo la pluma, después de
masajearse un poco los dedos, y volvió a escribir.
Tuve ayer una extraña visión. No sé si llamarla así, pero me
cuesta trabajo tener que explicarlo mejor. No fue un sueño, más bien, fue cómo
si me pusiera a imaginar cosas, extraviada en mi propia cabeza, en la clase de
la señorita Tweed. Era cómo un ojo, en el techo, una mancha de humedad que se
extendía, abarcando un gran espacio. Pero con esa forma, con ese ojo mirándome
cada vez que parpadeaba. No se movía, pero parecía que buscaba algo, tanto
afuera cómo adentro. Lo sentía dentro de mi pecho, dentro de mi cabeza, incluso
buscando a través de mis intestinos, por todas partes sentía su presencia.
Obviamente me asusté, pero cuando entorné mejor los ojos, ya no había nada, ni
un rastro de aquél agujero de muerte…
Ella temblaba con
aquel recuerdo cada vez que volvía a visualizarlo. Era un horror cómo nunca
nadie lo imaginó, y si era fruto de su imaginación, era una traición de su
cerebro, de su mentalidad tan abierta. Miró el dorso de su mano, y ahí estaba
otra vez, aquella mancha dibujándose poco a poco, buscando con aquella pupila,
con ese iris color óxido, dentro de su alma. No quiso soltar la pluma púrpura,
pero el terror que la invadía era indescriptible, una sucesión de emociones difíciles,
de mundos que pasaban a través de sus ojos.
Esa Cosa ha traspasado mundos, y me ha llevado a través de su
mirada por las diferentes formas de expresarse. De todas maneras, sigue
causándome miedo, es una energía que sobrepasa a todo lo que conocemos. Según
ella, o él, la verdad no sé que es, ha viajado a través de mundos, de
dimensiones que están más allá de todo lo que vemos diario. Es una especie de
ser vivo, que se alimenta, crece, se reproduce, y también muere, pero primero
tiene que cumplir una misión en cada mundo que visita. En nuestro mundo, la
misión comienza ahora…
La muchacha no
podía creer lo que estaba pasando. La mano que empezaba a tomar un color óxido,
y que manaba con un olor demasiado asqueroso, cómo el de un animal putrefacto.
Miró como su mano, a través de sus recuerdos y pensamientos, marcaba la pauta
de las letras púrpura que se iban dibujando en la hoja amarillenta. Le dolía la
mano, y sentía otra vez esa extraña sensación de cómo se le iba metiendo en la
piel, buscando y buscando sin cesar, mirando arriba y abajo, y sentía cómo la
piel se le desprendía del músculo.
La mano seguía
escribiendo:
Más allá de los planetas de este Sistema Solar, donde sólo
uno de ellos tiene vida, hay más por descubrir. Manadas de Galopantes Estelares
cruzando las nubes de gas en Orión, viejas y hermosas Manta Rayas de Luz
cruzando cinturones de asteroides. Y unos ojos nublados cómo los míos, grises
cómo el mercurio líquido, observando la minúscula partícula de cada uno de
ellos. Los de mi raza se han acostumbrado, han visitado el mundo de los humanos
una y otra vez, buscando las cosas que necesitan, difundiendo la palabra del
miedo, de la muerte y del odio, de lo que alimenta al universo. He venido a
despertar sus más grandes miedos, y luego, me iré, por que ya he empezado a
reproducirme…
Vivian no podía
soltar la pluma, y con cada línea escrita, más le dolía. Sentía como sí se la
fueran a arrancar, cómo si estuviera siendo derretida en ácido, un dolor muy
fuerte. Eran la 1:45 a.m., y si trataba de gritar, tal vez la escucharían. Pero
no tenía voz, y de su garganta manaba un líquido espeso, cómo el semen, blanco,
de un sabor demasiado amargo, parecido al del vómito. Sentía que se ahogaba en
su propio vómito fecundo, cómo si de adentro ya manara también el pene causante
de esa horrible eyaculación, que ahora se tornaba en un líquido más negro que
cualquier sustancia, más que el petróleo.
Y mañana, cuando esto termine, cuando no despiertes, y
encuentren tu cadáver, ya me habré llevado tu piel, tu mano con la que ayudaste
a traerme a este mundo, mi querida Vivian. Eres la luz que me ha sacado del
pozo, eres el destello de luz entre tanta oscuridad… Me encanta, me
persigue me seduce tu eres
thu erressss, y llloo sabbvesss……………….
ER
ER
ER
ER
ER
ER IR
IR
IR
IR BU BU BU BU BU BU...
AHORA ME PERTENECES...
-… lo entiendes,
¿verdad?-, dijo Marcus Maccino, el jefe de la mafia en aquella calle. No había
pasado ni media hora desde que habían encontrado a Ben, el muchacho tonto que
les debía dinero, a él y a su banda.
Detrás de ellos,
una radio sintonizaba una estación de música de los años 40. Un par de
muchachas, con faldas de crinolina, pasaron corriendo, sin siquiera pararse a
mirar. Los mafiosos, vestidos a lo dandy, con bonitos trajes de color malva y
azul, perfectamente planchados, con sombreros de ala ancha, muy bien ataviados.
El único que no traía sombrero era Marcus.
Ben los miraba,
asustado, mientras se encaramaba más a la pared enladrillada del callejón donde
lo habían encontrado. Ben era un muchacho menudo, sin nada más aparente que su
cobardía. Le había pedido un favor a Marcus, y ahora tenía que pagárselo, y
aunque ya le había dado una parte del dinero acordado, no iba a ser suficiente.
-No sabía… No me
acordaba que ya era el día para pagarte, lo siento Marcus, pero es qué…
-¿Más tiempo,
pequeño Ben? Lo siento mucho, pero ya te hemos dado demasiadas oportunidades,
no veo por qué darte más tiempo, ya no. ¿Tienes con qué pagarme?-, dijo Marcus,
sacando una navaja de su bolsillo. Se veía que era antigua, o que le habían
dado demasiado uso rudo, y Ben no quería averiguar con quienes había sido.
-No tengo mucho,
sólo lo suficiente. Sé que te debo 500 todavía, y traigo 300, si los aceptas
ahora, puedo… puedo apresurarme y conseguir lo demás antes de hoy. Por favor.
Las súplicas de Ben
hacían que los otros muchachos se rieran, y ya estaban acostumbrados a ver
rogar a la gente, justo antes de empezar a golpear. Pero Marcus no se rió, sólo
lo miraba, fijamente, cómo cuando se mira a una presa antes de disparar.
-Son tiempos
difíciles, Ben. Tú y yo lo sabemos, los dos necesitamos comer, sobrevivir
después de esa jodida guerra mundial, y de la maldita depresión que nos
arrastró. Te voy a proponer algo, querido amigo…-, dijo Marcus, componiendo una
sonrisa cautivadora. Ben se peinó un poco el cabello, mientras el mafioso le
pasaba un brazo por encima de los hombros. Los muchachos de Marcus se quedaron
estupefactos, pero al final de cuentas, no dijeron nada. El jefe tendría sus
razones.
-¿De qué se
trata?-, dijo Ben, con un nudo en la garganta, del tamaño de su puño.
-No te alteres,
buen amigo. Dame los 300 que dices traer, los aceptaré con gusto. Te espero
esta tarde, en el muelle Plymouth, ya sabes, donde venden los mariscos, a las 4
p.m., sin falta, y ahí estaré esperándote para recibirte los otros 200, y tu
deuda será saldada para siempre, ¿está claro?, dijo el mafioso, de nuevo
componiendo esa terrible pero convincente sonrisa.
-Muy bien, Marcus.
A las 4 p.m., sin falta, tal vez llegue antes que tú…
-¡Perfecto, buen
Ben! Te veremos allá, y ya sabes, lo que pasaría si no los trajeras, o si no te
presentaras…
Ben asintió,
nervioso, y con una mano sudorosa, sacó el dinero prometido del bolsillo, y se
lo entregó a Marcus, quién se lo dio a Cheff, el que más estaba cerca de él,
cuando la ocasión lo ameritaba. Ben, desanimado, vio al grupo de gángsteres
alejarse del callejón, bromeando y diciendo estupideces antes de subir al auto.
Ben estaba perdido,
pero no del todo. Al menos tenía amigos, en la oficina de correos, en los
restaurantes que frecuentaba, y las muy quisquillosas amigas de su hermana
Lisbeth. Pudo conseguirlos a tiempo, ya que sólo le quedaba media hora para
llegar al puerto Plymouth.
Tomó el tranvía
hacía la zona costera, y bajó apresuradamente hacía el puerto. Los vendedores
de mariscos estaban demasiado ocupados en sus trabajos diarios como para
ponerle atención a un muchacho apresurado. Ben miró su reloj, y se dio cuenta
que faltaban 15 minutos para la hora acordada. Se sentó en una de las rocas,
sin importarle que sus zapatos se ensuciaran de arena, y empezó a silbar,
esperando, ya menos nervioso.
A las 4:10,
llegaron los mafiosos, en el auto de Marcus, aunque todos sabían que él no manejaba,
pero era muy celoso de lo que pudiera pasarle a su precioso automóvil. Se
estacionaron del otro lado de una caseta de recibo de mercancía, ocultando la
mitad del auto detrás.
Ben se levantó,
alisándose el pantalón arrugado, y tratando de no verse muy nervioso. Sólo
bajaron Marcus y dos de sus amigos. Faltaba Cheff, su mano derecha, y eso sí
era sumamente raro.
-¡Pequeño Ben!
Sabía qué vendrías, lo sabía. Digo, tendrías que haber venido, ¿verdad? Si no,
hubiera sido terrible. De todas maneras, te tengo una sorpresa, y quiero que la
tomes como el seguro de que me vas a pagar…
Marcus se acercó,
caminando, con un aire de complicidad fraterna, cómo si fuese el hermano de
Ben, y hace mucho que no lo veía. Se dieron la mano, Ben algo nervioso por
extenderla, y esperó a que el mafioso le dijera algo, pero no fue así.
Permaneció de pie, mirándolo, con las manos en la espalda. Ben también se quedó
ahí, de pie, sin decir ni hacer nada, a excepción de mirar de repente a Marcus,
su nariz aguileña, sus pómulos, esos ojos con el iris completamente gris…
-¿Quién eres?-,
dijo Ben, haciendo cara de asustado. Esos ojos grises, la misma mirada
penetrante, pero tranquilizadora, una mirada que hipnotizaba, que hacía que
todo cambiara…
-¿Disculpa?-, dijo
Marcus, componiendo una mueca de burla.
-¿Quién eres tú?-,
dijo Ben, asustado. Le volvían a sudar las manos, y ahora sentía que algo le
atravesaba la columna vertebral, un intenso escalofrío que le levantó los
vellos de la nuca.
-No digas tonterías
Ben, ¿estás ebrio? Bueno, en todo caso, ya es hora… ¡Cheff, trae la sorpresa de
nuestro amigo Ben! Ya verás, te va a encantar.
Después de la orden
de Marcus, se escuchó la puerta del coche, y Cheff llegó acompañado de una
muchacha, que caminaba despacio, tratando de no tropezar con alguna piedra, o
de que sus tacones no se metieran demasiado en la arena.
Ben la reconoció al
instante, y otra vez, se llenó su cabeza de miedo, de desesperación. Era su
hermana Lisbeth.
-¿Qué hiciste
Benjamín?-, dijo Lisbeth, dolida, mientras Cheff le apretaba fuerte las
muñecas, para que no escapara.
-Lis, escúchame,
todo va a estar bien…
Pero una bofetada
le calló la boca. Marcus se había lanzado sobre él, para que no dijera nada.
Era sólo para asegurarse de su silencio.
-¡No abras la boca,
pequeño Ben! Mira, trajimos a la preciosa Lisbeth para asegurarnos de que
pagues lo convenido, eso es todo. Si pagas, los dejamos en paz a los dos, y
confiamos en que tendremos a un par de amigos para siempre. Pero si no, algo
podría pasarle a esta preciosura…-. Marcus se acercó a Lisbeth, quién no pudo
apartar el rostro, cuando los dedos del mafioso le acariciaron una mejilla con
el dorso.
Ben empezó a sentir
coraje, un enojo cómo nunca antes. Tenía clara una cosa, algo que siempre había
sabido, pero que jamás se había atrevido a cuestionar. Ya sé quién eres…
La mano de Marcus,
la que había usado para acariciar a Lisbeth, salió disparada a la arena,
cercenada de un golpe. Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, y el mafioso, con
ojos de miedo y rabia, se miraba el muñón que tenía en la muñeca, sangrando y
palideciendo. Cheff soltó a Lisbeth, quién cayó de bruces en la arena. Los
otros dos muchachos sacaron sus pistolas, unas Magnum muy bien cuidadas y
lustradas. Ni siquiera Cheff, que se veía tan rudo, pudo contener una expresión
de terror en sus ojos.
Ya no era Ben. La
furia lo había transformado en una entidad que sólo parecía sacada de las
pesadillas de algún loco o de un ebrio sin oficio ni beneficio. De su vientre,
abierto cómo una boca circular con dientes puntiagudos, salían unos tentáculos
ambarinos, con apariencia brillante, con miles de pelos en la superficie. Los
tentáculos se estiraban, cambiaban de sitio rápidamente, se hacían más
delgados, pero siempre que se movían, siseaban, como un grupo de serpientes
furiosas, hambrientas de carne. Lisbeth levantó el rostro, mirando en lo que se
había convertido su hermano.
-¿Ben…?
-No pasa nada
Lissy, no pasa nada. Tengo qué hacer algo, tengo que darles su merecido. Ya sé
quién es Marcus. Es mi reflejo en este mundo…
Ben siguió
caminando, hacía donde estaban los tres mafiosos. La gente de los puestos de
mariscos parecía no darse cuenta de nada, ni de la sangre sobre la arena, ni de
aquella criatura que se iba a cenar a los muchachos.
Los tentáculos,
siseando más y más fuerte, se encajaron uno en cada uno de los estómagos de los
mafiosos. Cheff pudo aguantar más el dolor y el golpe, y con ambas manos, trató
de quitarse el tentáculo de adentro, a pesar de que tenía una fuerza tremenda.
Sus manos comenzaron a derretirse, a deshacerse, y a quedar sólo en huesos sin
ninguna movilidad. Los tres muchachos se quejaban, hacían ruidos extraños, cómo
si algo se les hubiera atorado en la garganta, y entonces, estallaron, en
cientos de pedazos de carne, huesos, sangre y vísceras que volaron en todas
direcciones, incluso en el agua de la playa, que empezaba ya a levantarse, como
la marea.
Lisbeth se levantó,
sin importarle que sus zapatillas se le salieron de los pies, ni siquiera que
estaba empapada de la sangre que manaba de la mano de Marcus, quién empezó a
gritar como poseso, por el dolor, y por las extrañas protuberancias de color
ámbar que le nacían del muñón.
-Ben, no… ¿Qué es
esto…?-, dijo Lisbeth, llorosa, tratando de contener la respiración, y de no
lanzarse corriendo, gritando como loca.
-Ve a casa,
arréglate, y prepárate, hermana. Esta noche, vamos a ir a cenar, vamos, vete
antes de que comience la tormenta.
Lisbeth asintió,
sin decir nada, y caminó alejándose del muelle, tratando de ordenar sus
pensamientos. Él va a regresar, Ben es
fuerte. Sea lo que sea que tenga, o que le haya pasado, Ben regresará, no seas
tonta, no voltees…
Pero miró atrás,
justo cuando Ben, con esas cosas colgando, levantaba a Marcus, clavándole dos
en los ojos, y otro en la boca, succionando poco a poco su interior. Lisbeth no
quiso volver a mirar a su hermano, y cuando dio vuelta, las gotas
…de la regadera
enjuagaron su largo y sedoso cabello. Sakura sabía que un buen baño era la
clave para verse bonita, y más por que su marido, Yoshi, la esperaba afuera,
para ir a cenar. Ella le tenía una sorpresa excelente, una que ni siquiera él
podría imaginar, y mientras tocaba su vientre envuelto en espuma jabonosa,
sonrió, y se alegró de ello.
Yoshi es un gran hombre, pensó ella, y apuesto a que lo será más cuando reciba la noticia. ¡Oh, Sakura! Te
has encontrado a un hombre perfecto, con quién puedes formar una perfecta
familia, justo cómo siempre lo deseaste.
Mientras sus
pensamientos viajaban más rápido que la luz, ella soltó una risa divertida. El
agua de la regadera, tibia cómo le gustaba, le caía perfectamente entre las
curvas de su cuerpo desnudo, mientras el jabón le bajaba hasta los pies. Sintió
su cabello húmedo y largo recorrerle la espalda, como una cascada de un negro
lacio y brillante.
Cuándo terminó de
bañarse, salió con cuidado al suelo del baño, pisando el tapete amarillo para
no resbalar. Desnuda, cubriéndose los pechos con un brazo, se miró de perfil en
el espejo, empañado por el agua tibia. No se veía demasiado, casi
imperceptible. Y aún así, se sintió feliz, componiendo una sonrisa perfecta.
Cuando salió del
baño, envuelta en la toalla, Yoshi ya estaba ahí, en la cama, mirándola como
siempre, con ojos de amor, de respeto, de cariño hacía la que había decidido
ser su esposa para siempre. La miró, de arriba abajo, con todo su esplendor,
con su cabello mojado y suelto, y le dedicó una sonrisa. Ella se sonrojó, y se
acercó a él, para tenderle las manos.
-Yoshi, tengo qué
decirte algo. Es algo importante, pero no sé cómo lo tomes. No sé si…
Yoshi besó las
manos de su esposa. Sakura lo miró, con una dulzura, cómo nunca antes.
-No seas tonta,
Sakura, lo que tengas que decirme, hazlo, sabré entender. Vamos, hazlo.
Ella dudó un
momento, pero, sintiéndose más segura, se tocó el vientre con la mano izquierda,
y sonrió, con una carcajada nerviosa, y los ojos llenos de lágrimas.
-Vamos a ser papás
Yoshi, estoy embarazada...
Su esposo no podía
decir nada, sólo expresar una sonrisa, pero Sakura lo entendía. Era el momento
más feliz de sus tres años de casados, una emoción que jamás nadie podría
comparar.
Después de 6 meses de absoluta
felicidad y algarabía, Yoshi y Sakura disfrutaban demasiado del embarazo,
viendo crecer el vientre de ella como una hermosa flor, que se abriría en
cualquier momento, y en cualquier circunstancia. Ella se había limitado a su
chequeo constante, con ultrasonidos semanales para ver si el feto estaba bien,
y si nada podía causarle daño. Aunque el ginecólogo había insistido a la pareja
conocer al bebé más a fondo y saber qué sexo tenía, ambos se negaron,
especialmente Sakura. Y lo hicieron de manera educada, ya que para ellos,
tendría que ser una excelente sorpresa lo del bebé.
Un día, regresando a casa del
médico, Sakura se sentía un poco cansada, se sentó en el colchón, mientras
Yoshi, hacendoso como siempre, le ofrecía un vaso de agua. Ella se veía un poco
pálida, pero sólo era la sensación de cansancio que le causaba cualquier viaje.
Sentía moverse al bebé mientras ella tomaba el agua, que con ese toque frío dentro
de su vientre, la hizo estremecerse. Sakura se acostó un poco, y Yoshi la miró
ahí, con su vientre fuera de la blusa, y con esa sonrisa que caracterizaba a la
mujer que daría la vida a su primer hijo.
-¿Ya te sientes mejor, preciosa?-,
dijo Yoshi, seguro de haber cumplido bien. Sus pies descalzos jugueteaban con
el suelo, y aunque era costumbre de Japón quitarse los zapatos antes de entrar
a la casa, a él no le importaba lo tradicional, sólo lo hacía por sentirse
cómodo, sin algo que le apretase tanto los pies.
-Mucho mejor, cariño. ¿Lo viste
nadar? Es una hermosura, está demasiado pequeño, no sé... A veces me da miedo
tenerlo dentro, y que algo le vaya a pasar.
-No digas eso Sakura. Ya verás que
ese bebé estará más que bien, además tu eres una mujer fuerte, y podrás llegar
a buen fin. ¿Qué crees que sea?
Sakura se quedó pensando, pasando
ambas manos por su vientre. Sentía el cuerpo en miniatura de otro ser humano,
una persona tan parecida a las demás, con las mismas oportunidades que
cualquiera. Su cabeza, entre las pequeñas extremidades. Los dedos con
membranas, jugueteando a despegarse entre sí. La columna vertebral, entre la
delgada piel, carente de color alguno. Ella lo sentía así, lo imaginaba de
todas las formas posibles.
-Sea lo que sea Yoshi, estaremos ahí
para cuidarlo, para quererlo y para procurar su felicidad. Pero, si en verdad
quieres saber mi opinión, bueno, será una hermosa niña...
Ambos se rieron.
Una semana después, Yoshi llamó de
la oficina con buenas noticias. Esa noche iría a cenar un empresario, amigo de
la familia de él. Su nombre era Irashima Bukei, un importante hombre de
negocios que quería hacer una oferta con la compañía donde Yoshi trabajaba.
Sakura estaba nerviosa, y creyó que ella sola no podría terminar una cena en
tan poco tiempo. Yoshi le indicó que hiciera lo que pudiera, qué el saldría
temprano para ayudarle.
Y así, Sakura empezó a cocinar el
pescado, arroz y demás vegetales que consiguió en las tiendas cercanas. Yoshi
siempre tenía algo qué presumir de su esposa, y era que Sakura cocinaba
excelente. Tenía un sazón muy particular, y casi nunca le fallaban las
cantidades necesarias para que cualquier platillo saliera exquisito. Después de
1 hora sin dejar de preparar algunos alimentos, ya no podía más, pero al menos
ya había llegado Yoshi. Mientras él terminaba de algunos platillos
(preguntándole siempre los pasos a su mujer), ella se recostaba un poco en el
sofá de la sala, mirando alternadamente sus pies y a su bebé, que nadaba dentro
de su capullo, seguro y sin nada que lo turbara.
A las 8 p.m., sonó el timbre de la
entrada, anunciando a la tan esperada visita. Yoshi fue a abrir, mientras
Sakura, vestida muy elegante, con falda larga y un vistoso cuello de tortuga,
esperaba de pie, con las manos en el vientre. Cuándo la puerta se abrió, los
dos se quedaron un poco anonadados, pero no dijeron nada, a excepción de los
saludos de cortesía, y las reverencias necesarias.
Sakura siempre imaginó a los hombres
importantes de una manera en particular, muy altos, apuestos, de modales muy
duros, pero siempre amables, de acuerdo a su categoría. Pero Irashima
Bukei era algo diferente. Era más bajito, incluso que ella, y parecía un
adolescente, a excepción por el traje que vestía, y su apariencia de haber
envejecido muchísimo en tan poco tiempo. Sus arrugas marcaban mucho su rostro,
y parecían más bien extrañas y leves cicatrices de garras. Sus ojos eran de un
color amarillento, fijos, siempre abiertos, y casi nunca parpadeaba. su extraña
sonrisa lo hacía ver más tenebroso, cómo si siempre tuviera algo qué planear.
-Señor Bukei, adelante por favor, le
presento a mi esposa, Sakura-, dijo Yoshi, mientras esperaba a que el señor
Bukei se quitara los zapatos en la entrada. Se acercó con un paso leve, y le
dedicó una reverencia muy formal a Sakura. Eso era raro, ya que, ella siendo la
anfitriona, tendría que haberlo hecho mejor que él.
-El gusto de conocerle es mío, señor
Bukei-, dijo ella, sin inmutarse de aquella mirada, y de esa sonrisa.
-No se preocupe, linda niña.
¡Estupendo Yoshi, estupendo! Tu mujer se ve hermosa encinta, deberías
apreciarlo. Y déjame que te lo diga, y espero no sonar tan pretencioso, pero
qué rico huele. ¡Puedo oler la cena tan cerca...!
Ambos rieron con ese comentario,
mientras Yoshi hacía pasar al señor Bukei al comedor. Sakura se quedó ahí,
tratando de ponerse seria un momento. Había algo en el tal Irashima Bukei
que la tenía confundida, que la hacía sentir algo temerosa. Pero no le importó
demasiado, y decidió empezar a servir la cena.
Después de una hora de amena comida y
charla con sake caliente, Yoshi se levantó para recoger la mesa, y lavar los
trastes. A Sakura eso la llenó de temor, de un temor mal infundado hacía el
señor Bukei. Habían pasado hablando un buen rato cómo para temer algo de ese
noble hombre, excepto de su apariencia.
-Me ha dicho Yoshi que prefieres que
tu hermoso bebé sea niña, ¿no es así Sakura?-, dijo el hombre, relamiéndose un
poco con la comida, y tocándose los dedos de una mano de manera ansiosa, cómo
si no estuviera lo suficientemente satisfecho.
Tal vez fuma, pero no quiere hacerlo
por ti, tonta, se dijo Sakura. No hay nada qué temer.
-Así es señor Bukei, no tengo
demasiado gusto de saber qué es, eso es lo que menos importa, mientras crezca
bien y sano, cómo debe ser...
-Precisamente niña, precisamente eso
era lo que decía yo. Mi esposa siempre se preocupó por el sexo de nuestros
hijos, y al final eso la consumió... De todas formas, no quiero perturbarla con
mis historias, no viene al caso viendo lo feliz que está usted. Pero ahora,
necesito hacerle una pregunta más...
Sakura asintió, con una sonrisa algo
forzada, pero sincera. El señor Bukei se acercó, la miró fijamente, y abriendo
un poco más su boca, dijo:
-Watashi
ni anata no akanbō
o ataeru yō
ni shitaidesu ka? Watashi wa totemo kūfuku no motte iru, shitte iru...
-¿Disculpe?-, dijo Sakura, algo
nerviosa, temiendo no haber entendido bien. Pero el señor Bukei había hablado
en un japonés perfecto. Algo pasaba.
-Watashi
wa hijō
ni kūfuku
de, utsukushī
shōjo
o motte imasu. Watashi ni anata no akanbō o atae, watashitachiha, sore o
tabetai...-, dijo de
nuevo Irashima Bukei, con esa sonrisa de oreja a oreja, con esos ojos
amarillos, y con su voz de niño, de un niño que gritaba desde un pozo.
-Discúlpeme señor Bukei, no le
entiendo muy bien, ha de ser el cansancio, pero...
-Oh, por favor, señorita. No me diga
que no entendió nada. Es que ahora usted me escucha con mi verdadera voz, con
mi verdadero dialecto. No entiende el japonés, pero sí me entiende a mí. Si le
digo quién soy, no me creerá, pero ahora quiero algo más...
El señor Bukei se subió a la mesa,
cómo si de un gato ágil se tratara, pero no apoyado en sus rodillas, sino en
manos y pies, con una pose forzada e inclinada hacía la muchacha. Ella se
aterró, se agarró de la silla cómo si esta fuera a salir despedida. El señor
Bukei se había transformado, con esos enormes ojos de gato, sólo con un pequeño
punto negro que la miraba, desesperado. Su boca, abierta hasta las orejas, con
esos dientes puntiagudos, que sacaban baba a chorros. Y sus ganas de más...
-¿Qué quiere de mi, señor Bukei?
-Tengo mucha hambre... Watashi wa anata no akachan o taberu yō ni naru!
¡VOY A COMERME A TU BEBÉ! Eso sí lo
entendí...
Pero no había reaccionado a tiempo.
El señor Bukei, el gato que devoraba niños no nacidos, se lanzó sobre ella, la
tiró de espaldas, y aunque ella trataba de quitárselo con las manos, y las
patadas desesperadas, su fuerza no cedía. Sus garras arañaban su ropa, y cuando
el cuello de tortuga cedió, Irashima Bukei le arrancó un pedazo de cuello
con una mordida certera. Ella ya no gritaba, sentía dolor, pero sus ojos se
perdieron en la penumbra, en la sensación de vaciarse por dentro.
-Yo-Yoshi...-, dijo Sakura, entre
borbotones de sangre que manaba de su boca.
-No te escucha, niña mía. Ahora está
perdido en el tiempo. ¿Sabes?, me han ayudado a manejar el tiempo, el espacio,
para llegar a ti. Tengo mucha hambre...
El gato Bukei se bajó hasta el
vientre, que temblaba con una fuerza increíble. Sacó la lengua, filosa, de
plata pura, y con un movimiento extraño de ese largo apéndice, cortó el
vientre, cómo cuando se corta una manzana. El líquido y la sangre salieron,
cómo si de una fuente se tratara, una fuente de vida, que manaba con la muerte.
A Irashima Bukei se le abrieron
los ojos. Con sus largos dedos, sacó al feto del vientre, mientras a Sakura se
le iba la vida, de sus ojos, y de su cuerpo. Los temblores cesaron, y el feto
se retorcía, dando sus últimas señales de vida. Era rosado, como una especie de
mono sin pelo, con las venas demasiado transparentes, los huesos frágiles, y
los dedos aún pegados. Miró el enorme gato el sexo, y no había nada más que un
agujero sin forma.
-Eres precioso... Muy precioso. Tan
deliciosa comida he venido a saborear dentro de este planeta, tan rico he de
probar la carne y la sangre, que me he acostumbrado, y otros millones de años
habitaré aquí, hasta que la muerte se los lleve a todos… ¡A TODOS!
Y sin más, le metió la lengua de
plata por la boca, mientras que su enorme boca, repleta de dientes, se encajaba
con la cabeza del feto, fusionándose. Y así, con el feto colgando de su boca,
arrastrando el cordón umbilical sangrante, y reptando, Irashima Bukei se
alejó de ahí, dando saltos intrépidos, hacía la ventana, de vuelta a la
calle...
...dónde corría una pequeña niña,
perdida y sola, a mitad de la noche. Trataba de no jadear tanto, aunque sabía
que sus atacantes la seguían. Miró hacía arriba, hacía el muro que parpadeaba.
Sólo marcaba la fecha: HOY EN SEATTLE SON LAS 20:45 HRS. DEL DÍA 10 DE AGOSTO
DEL 2020. Nadie iba a ayudarla.
Se encontraba en un callejón sin
salida, ya que a sus costados, había un bosque repleto de árboles altos, que
proyectaban tremenda oscuridad sobre la superficie de la tierra. El mundo no
había cambiado demasiado, a excepción de un horror sin nombre que deambulaba
las calles por la noche. La niña lo sabía, por que había vivido casi toda su
vida con esas historias.
Hace al menos 5 años, alguien había
soltado una extraña enfermedad en las calles de muchas ciudades de Estados
Unidos. Era una extraña enfermedad que atacaba primero al sistema nervioso, y
con el paso de los meses se volvía agresiva para todo el cuerpo. De día, la
gente podía salir "tranquila", sin importarle lo que pasaba. Pero era
en la noche, cuando las cosas se volvían nefastas. Los infectados salían y
trataban de entrar a las casas, por las ventanas, y atacaban a la gente sana.
Era una masacre, ya que no sólo se limitaban a matar a sus víctimas y robarles
sus provisiones, sino que incluso las contagiaban, con una simple mordida, y ya
estaba hecho, uno más en la lista.
El gobierno estadounidense logró
erradicar la infección de las fronteras con México y Canadá, y cerrar todos los
puertos navales y aeropuertos para evitar la diseminación. Era un país infecto,
sin turismo, sin visitantes cómo usualmente ocurría. Poco a poco, la gente fue
olvidando a la nación poderosa.
Las casas, sin embargo, siguieron
sin protección hasta un año atrás del 2020. Se construyeron unas extrañas
estructuras, compuestas de titanio y acero, capaces de levantarse de ranuras
del suelo cada noche y cubrir la mayoría de los edificios en sus entradas
principales. Los infectados salían después de que la alarma terminara, guiados
por el sonido. Y aunque, poco a poco, la población infectada moría de hambre, y
por el canibalismo, aún quedaban pequeños grupos, centenares de personas por
ciudad, que se organizaban, aunque sin éxito. El sol era su mortal enemigo, y
su apariencia no serviría jamás para reintegrarse a la sociedad. Estaban
condenados.
Pero el grupo que perseguía a la
niña indefensa, atrapada en la pared que mostraba hologramas de comerciales,
anunciando marcas famosas, era reducido, de cinco, tres hombres y dos mujeres.
Ya no vestían ropas, iban desnudos, sin pudor, sin frío ni calor. Los
hologramas y las lámparas de aquel lugar servían para alumbrar perfectamente
sus apariencias terroríficas. En sus múltiples salidas nocturnas, la niña los
había visto, escondida entre cobijas sucias de una bodega abandonada, mirando
hacía la ventana.
Sus cuerpos eran cómo los de niños,
niños desnutridos, delgados, con la piel cubriéndoles sólo los huesos. Su piel
era de un tono gris, algo verduzco, con ámpulas secas que les producía comezón.
Sus cabezas habían crecido, pero sólo para albergar cerebros demasiado
encogidos por la meningitis. Tenían capacidad para hablar y razonar, pero no
podían hacerlo tan bien cómo los demás. Su rostro era distinto. Tenían ojos
alargados, como almendras grandes, negros cómo la noche, su nariz se limitaba a
unas ranuras, y la boca, pequeña, llena de filosos dientecillos que salían por
las comisuras, babeantes.
-Y-yo no q-quería
mo-molestarlos...-, dijo la niña, temblando, con su mochila entre las manos,
tratando de no correr, de no perderse entre el bosque. Al final de cuentas,
había más de ellos ahí dentro. Estaba perdida.
-No, no niña, no lo hiciste. Te
queremos viva, queremos comerte, probar tu carne, ya no queremos tenerte cómo
nosotros, no... Entiéndenos, no podemos seguir así, si ustedes nunca nos
alimentan, y su carne es deliciosa, la de todos ustedes.
El monstruo macho se había acercado,
hablando entre gorjeos, cómo un enfermo de alguna afección pulmonar. Sus largos
brazos, más largos que sus piernas, le ofrecieron una mano de cuatro dedos, que
antes había sido de cinco, pero dos se habían fusionado. La niña sacudió la
cabeza. Tenía miedo, temblaba, pero aún seguía siendo valiente. A sus padres
los habían devorado hacía ya 1 año, y ella tenía que vivir, por que había
alguien que dependía de ella, de sus cuidados, y de lo que la gente del
albergue le daba.
-No, por favor, n-no...
El monstruo se llevó un dedo a la
boca, cómo pidiéndole silencio, chistándola. Los otros se reían, con tremendas
risas roncas, que más bien semejaban a sierras sin mucho combustible.
-Tenemos que hacerlo, y es tu
maldita culpa por no haber entrado a casa a tiempo, con papá y mamá. Ven,
prometemos que será rápido...
Pero la niña, tan tierna e inocente,
era demasiado inteligente, ya que pasar un año completo viviendo en la calle,
aprendiendo a sobrevivir, no la habían hecho tan tonta después de todo. Ella
recordaba, cada noche, el cuento que su madre, con tanto amor y cariño, le
contaba. Caperucita Roja era su heroína, y ella era una nueva Caperucita, en un
mundo lleno de lobos hambrientos.
-Esperen. Yo sé dónde pueden comer.
He estado yendo mucho ahí, tengo un amigo que necesita la comida, y puedo
darles todo lo que tengo.
-No nos engañas, muchachita del
demonio, a nosotros nadie nos engaña. Los humanos nos dejaron en la miseria una
vez, y no lo harán de nuevo, no señor. ¡Ven o te devoraremos lentamente
chiquilla estúpida!-, gritó una de las mujeres, enojada. El hombre que parecía
ser el líder se dio la vuelta, y le gruñó, con un sonido áspero y muy agudo,
como el grito de una anciana.
-¡Cállate! La niña tiene comida. Se
ve que la tiene, no está desnutrida, y eso que la encontramos vagando. Muy
bien, que nos lleve con ella, que nos dé la comida, y luego la devoramos, así
de sencillo. Por cierto, linda muchachita, ¿a quién le llevas la comida?
La niña dudó un momento, pero se dio
cuenta que no importaba. A él no le gustaban las visitas,
excepto las de ella, que le concedía la comida que tanto necesitaba. Y con él los llevaré, ¡sí
señor!, dijo la
pequeña.
-Se llama Jordy. Así le gusta que le
digan. Él tiene la comida, la que nos sobra, pero es mucha, y luego, bueno, ya
dijiste, nos comerás, ¿no?
El jefe de los monstruos agitó sus
enormes brazos, y empezó a reírse, como anciana.
-Eso es lo que quería, sí. Ahora,
llévanos con Jordy, con su comida, y luego te lo agradeceremos, cuando nos hayas
servido de postre...
Caminaron más allá del muro, que
proyectaba ahora un comercial de los nuevos refugios para ciudades como Nueva
York, dónde la infección era masiva aún. Caminaron todos detrás de ella, cómo
esperando a que la niña hiciera algo estúpido para salvarse. Pero ella seguía
caminando, con la mochila en el brazo izquierdo, caminando más tranquila,
segura de lo que haría. Jordy la ayudaría, nunca la había defraudado. Estaría
segura hasta llegar con él.
Después de caminar unas siete
cuadras, llegaron a otra de las bodegas abandonadas que acostumbraba. Estaba
solitario, y abandonado, pero ella sabía que Jordy estaba ahí. Cuando entrara
con esas criaturas, ya nada podría asustarla. Si iba a morir, moriría a lado de
su amigo.
Entraron por la enorme puerta,
oxidada, entre los escombros de papel, metales y vidrios rotos. Había unas
cuantas velas, por ahí y por allá, que alumbraban con trémula atmósfera el
abandonado sitio. Los monstruos caminaron, algo pegados, pero sin temer. Habían
visto lugares más tenebrosos, y habían pasado peores situaciones.
-¡Jordy! He traído amigos, alguien
qué quiere comer...
Nadie contestó. De repente, una
corriente de aire se coló entre las paredes y las columnas de aquel lugar, sin
apagar las velas. Era helado, cómo los fríos vientos del invierno, pero era
verano.
-¿Eres tu, Danna? Acércate más, que
no puedo verte, ni a tus amigos. ¿Son de los infectados? ¿Por fin los
convenciste?
El jefe de los monstruos no entendía
nada. Sus dientes castañeaban, a la espera de la comida, pero no pudo ser capaz
de lo que Jordy decía. Era una voz de hombre, potente, que venía del otro lado,
dónde algunas velas más alumbraban algo, cómo un enorme bulto o una sábana. El
jefe de los monstruos pensó que tal vez el tal Jordy estaba herido, y sería más
fácil atacarlo.
-Sí, son cinco, cómo tú pediste
uno... Bueno, ¿los quieres ver o no?-, gritó Danna, con una voz dulce y feliz.
-Tengo ganas de conocerlos, de saber
cómo son. Vamos amigos, acérquense...
Los cinco infectados caminaron,
ansiosos, afilando sus dientes uno contra otro, babeando, con los estómagos
gruñendo. Cuando estuvieron al borde de aquel círculo de velas que rodeaba el
bulto, éste empezó a girar. Era enorme, cómo 5 o 10 hombres juntos, con muchas
extremidades, con un par de ojos tan grandes cómo los de un enorme pez. Tenía
la boca abierta, con manchas de color púrpura escurriendo, cómo si fueran
dientes líquidos. Y dentro de aquella cueva putrefacta, yacían cuerpos, de
gente normal, sin infección. Los monstruos, aterrados, trataron de escapar,
pero eras extremidades, cientos de manos de alquitrán, los atraparon, aunque
quisieron correr, los alcanzaron.
Jordy empezó a masticar, y los
infectados a gritar cómo posesos. La sangre de los monstruos salpicaba a Danna
en la cara, pero ella, sentada en el suelo, sólo podía sonreír. Jordy estaba
buscando un alimento perfecto, un saco de huesos y de carne infectada con esa
enfermedad misteriosa, ese ingrediente que necesitaba desde hacía ya miles de
años. Y Danna estaba contenta, de alimentar al verdadero monstruo, al lobo de
Caperucita...
-¿Ya tenías hambre Jordy?...
-Te traje un sándwich, querido. No
te preocupes si ensucias la alfombra, yo limpiaré cuando termines. ¿Ya viste mi
nuevo color de uñas? ¡Es alucinante!-, dijo Daniel, regocijándose de su buen
trabajo con el esmalte. Robert le sonreía, con la boca llena de bocado, de
aquel suculento y sabroso sándwich de mortadela y queso manchego.
-¿Te gusta?-, dijo Daniel, seguro de
que había sido un éxito.
-Sí, gracias-, dijo Robert después
del primer bocado. -Te quedó riquísimo. Fue una gran idea haber venido a tu
casa el día de hoy, la verdad necesitaba relajarme un poco, fue un semestre
demasiado pesado, y obviamente el arte es algo complicado...
Daniel estaba de acuerdo con ello, y
asintió cuando mordió su sándwich, que tenía más lechuga de lo normal.
Ambos estudiaban arte en la
facultad, una profesión digna de unas mentes que se movían tan rápido cómo el
viento, y que cambiaban tan de repente cómo los rostros al caminar por una
calle. Habían coincidido en el 4o semestre, y habían entablado cierta amistad,
una relación entre amigos que había surgido a través de los gustos artísticos.
Tanto Daniel cómo Robert estaban fascinados por las formas oníricas, las
texturas distintas unas de otras, un collage de ideas que siempre desembocaban
en el mismo proyecto, a pesar de haber sido propuestas por mentes casi
distintas.
Pero no todo en la vida de estos
inseparables amigos era el arte. A Robert le gustaban las películas, de todo
tipo, un cinéfilo sin remedio, pero dotado de una gran memoria, tanto para
recordar a un actor, cómo los más ínfimos detalles de una película en
particular. Gustaba criticar, de manera dura a veces, sólo con las películas
que no eran tan famosas o tan buenas. A las demás, especialmente a su colección
de terror, les tenía un profundo y extraño respeto. Si alguien se atrevía a
criticarlas, Robert se enfurecía en serio...
En cambio, Daniel era algo más
extravagante en ese sentido. De entre sus variadas ideas, que iban desde la
pintura abstracta hasta la escritura, estaba su más grande obsesión, producto
de una vanidad sin límites: Más de 100 pequeñas botellas de barniz de uñas,
ordenadas por color, conformaban una de las pasiones más recatadas de Daniel.
Cada día, o al menos cada semana, lucía un color distinto, muchas veces de
acuerdo a sus estados de ánimo. Y esa noche en específico era una muy especial.
-Mmmm... Tengo algo que mostrarte
Bobby, sé que te va a gustar aunque no lo entiendas. Lo conseguí hoy, fue
gratis...
Daniel se levantó, dejando el plato
encima de la alfombra, y caminó hacía el tocador donde ponía con esmero su
colección. De adentro de una cajita negra aterciopelada, sacó una pequeña
botella, cuadrada, con las esquinas redondeadas y la tapa negra, que ocupaba
casi la mitad del espacio. En la superficie de cristal, se leían unas letras
blancas, en contraste con un líquido de color amarillento, una especie de
dorado con capas oscuras inconfundibles:
LE VERNIS
NAIL COLOUR
531 PÉRIDOT
CHANEL
Daniel se la puso entre las manos a
Robert, cuidando de que no cayera al suelo. Era pequeña, pero pesaba, o al
menos esa era la sensación. Robert abrió la boca con asombro, por que ya sabía
que esa marca era demasiado especial. La palpó, la examinó por todas partes, y
quedó maravillado:
-¿Pero cómo...?
-No es tan impresionante querido.
Ahorré demasiado para conseguirlo, por que normalmente está en 36 dólares, pero
yo pude obtenerlo en 25. Créeme, hace mucho que no robo, y este tenía que ser
legalmente especial. Es tan popular, que sacan ediciones especiales cuando la
gente lo pide. ¿Ves?, es un color dorado demasiado exquisito, necesitas cuatro
capas para llegar al nivel de opacidad perfecta. Son casi 20 minutos los que
necesitas para todas las capas, aunque por la brocha y el acabado algo
transparente no me gusta demasiado, pero si haces el esfuerzo es perfecto. Me
recuerda tanto a...
-Da Vinci, te lo iba a decir. Es
como el sfumato, no sé, tiene un color
demasiado intenso. Es bellísimo.
Daniel sonrió, satisfecho de su obra
y de su mayor logro en cuanto a su hobby.
-Lo sé, lo sé. Es algo maravilloso.
Tal vez mañana me lo ponga, pero por lo de mientras, estará guardado, y listo
para cuando sea una ocasión muy importante. Además, tenemos algo más que
hacer...
Después de algunas preparaciones, el
cuarto de Daniel estaba listo, y en el centro, un libro que había conseguido
hacía ya una semana, en una feria de libros demasiado opulenta. Tenía cierto
aire místico, y es que el vendedor le había dicho que era un libro muy
especial, usado durante años desde el Siglo XIX para invocar ciertas energías
que ayudaban en momentos desesperados.
El muchacho lo había hojeado en sus
tiempos libres, y parecía demasiado fascinante la forma en la que la gente
creía en ciertas cosas. Muchos remedios mágicos para situaciones sin remedio, y
problemas imposibles. Y, al menos que no hubiera funcionado, no se hubiera
escrito ese libro. Robert y él habían escogido uno especial: REMEDIO ETÉRICO
PARA INVOCAR A LA ENERGÍA
DE LAS LAMENTACIONES.
-¿Energía de las lamentaciones?
Suena algo terrorífico, ¿no lo crees?-, dijo Robert, dudoso.
-Dice que es esencial para aquellos
problemas sin alguna razón. Robert, estoy harto de los ataques psicóticos, no
tienes idea de cuanto. No he logrado superar muchas de mis cosas, no he tenido
tiempo de hacerlo, y muchas veces la medicina no ayuda. Si este libro y todo lo
que dice este apartado tiene razón, no es muy complejo de hacer, y lo quiero
hacer. Me ayudará, lo sé, necesito tener fe...
Y eso era lo que necesitaba,
solamente la fuerza de su voz, y la energía de su fe.
"Tomados de las manos, en un
círculo perfecto, comience a recitar las palabras más elementales de la palabra
de Aquél que se encuentra Más Allá de nuestros Delirios. En ningún momento
cierre los ojos, a pesar de las visiones que se acompañen con la invocación.
Son muestra del misterio, del delirio de otros que ha sido removido de sus
cuerpos para siempre:
Principium mortis et vitae,
Utero et phallus quod oriuntur ad
vitam et mundi,
Da ad me et fratres
Posse permanere vigilantes faciem.
Nos paenitet delicta
Et dare carnem
Cibum tibi cibum
Habitavit in nobis corpus et animum.
Conceder al menos una gran cantidad
de tiempo para recitar estas palabras, al menos 100 veces sin interrupciones, y
sin importar lo que se vea, nunca cerrar los ojos, que son las ventanas del
alma..."
La invocación se repetía, 10 veces,
30 veces, 50 veces. Era cansado, sufrían, y veían cosas que ni siquiera el otro
se atrevía a interrumpir. Cadáveres flotantes, monstruos imposibles, rostros de
personas aquejadas por males indecibles e invisibles, tiempos y espacios más
allá de lo esperado.
Pero ambos muchachos coincidieron en
una visión. Era la de un ser vivo, hecho de una materia que jamás se había
visto en este universo ni en ningún otro similar. Era alargado, con un enorme
velo negro, que ondeaba hacía atrás cómo si fuera una cola, cómo si aquella
criatura galopara a través del tiempo, y subiendo montañas de materia,
esquivando especies cada vez que viajaba. Tenía debajo de ese abdomen largo una
especie de pies, cómo brazos que se estiran para caminar en el vacío, con
infinidad de dedos, y en cada dedo más brazos y más dedos. Su cabeza era de
cocodrilo, abierta de par en par, con los ojos desorbitados. Y de dentro, el
rostro andrógino de un ser humano, uno de ojos apacibles, de una mirada que
parecía de locura, una locura de miles de millones de eras.
-¿Quién eres?-, dijo Daniel, mirando
a la criatura, mientras los dientes del cocodrilo, sus enormes fauces, se
abrían cada vez más, y a ese rostro invadido por la locura le salían brazos,
unos enormes brazos humanos, que daban calor, y abrazaban.
Tú sabes quién soy, y estoy ahora
aquí, tengo cuerpo, y vida, y tu me lo has dado, y muchos más a través de las
eras, del tiempo, en este precioso lugar... ¡Dame vida, y te concederé
eternidad!
-Tómala-, dijo Robert, seguro, por
que ahora sí, podía cerrar los ojos...
Y sus cuerpos estallaron en infinita
materia oscura, llenando el espacio de sus cuerpos y del edificio de un líquido
que, con la exposición perfecta a la luz, y con el tiempo de secado perfecto,
obtenía un color dorado de opacidad óptima. Y desde aquel momento, en aquel
sitio, IRBU nació, comió y se reprodujo de formas que nunca podremos entender.
Y viajó entre el cielo y la tierra, para continuar con la misión.
FIN
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