Homicidio Mexicano
Luis Zaldívar
Para los que no
creen que en México podemos hacer la diferencia, aquí escribiendo yo mi relato,
te demuestro que sí, amigo lector. Gracias a ti…
¿Quién es Javier Carrillo?
Médico egresado de una de las
universidades más prestigiosas de Jalisco, un hombre al que la vida le ha
costado demasiado, a raíz de la pérdida de su padre, se convirtió en uno de los
investigadores privados con más fama a nivel nacional, si no es que el único.
Por sus manos y su mentalidad
han pasado casos de verdad alucinantes, dónde los misterios contrastan siempre
con la realidad en México. Más allá de los cárteles del narcotráfico y demás
asociaciones, Javier ha combatido con otra realidad aún en crecimiento: Los
casos misteriosos, donde el crimen se combate “a la antigua”.
Más allá de los casos
resueltos, donde suena mucho el caso del asesino del Museo de Antropología en
el Distrito Federal, Javier Carrillo se enfrentó últimamente a uno de los más
despiadados y maravillosos asesinatos jamás perpetrados. Esta es la historia de
mi colega, amigo y visionario, que descubrió un crimen sin igual, y entró en la
historia del país cómo uno de los mejores detectives…
Javier Carrillo había recibido
una invitación junto con el correo de la mañana, entre algunos recibos e
invitaciones para tramitar tarjetas de crédito. Después de recogerlas del suelo
de la oficina, dónde siempre iban a dar después de que las metían en la rendija
de la puerta, se acercó de nuevo a su escritorio. Había demasiados papeles
revueltos, y unas cuantas fotografías de algunos casos pasados.
-¿Quién era?-, dijo Luis, su
ayudante, sentado en el otro escritorio, leyendo un libro de esoterismo. El
muchacho había estudiado filosofía, pero a Javier le hacía falta alguien que lo
acompañara a estudiar los casos, a tomar fotografías y notas de las pistas
tomadas.
-Nadie, el correo. No había
visto que había una invitación, no sé si sea tuya, la verdad, ¿te invitaron y
no me avisaste?-, dijo Javier, sonriendo de manera divertida, agitando el sobre
de la fiesta.
Luis lo miró de reojo, por
encima del libro, bajando sus piernas del escritorio. Luis no había sido
invitado a fiestas desde hacía años que se había mudado a la Ciudad de México, y ahora
que trabajaba a lado de su mejor amigo, era menor la posibilidad.
-Lo dudo amigo. Todas mis
amigas están ocupadas, y no creo, tal vez sea para ti, eres demasiado
solicitado desde ese día del Museo, con el asesino azteca, pero de todas
maneras, deberías de revisarla.
Javier asintió, mirando de
nuevo el sobre. Hasta Luis dejó el libro sobre el escritorio, y se acercó a la
silla de su compañero. El sobre fue abierto, y dentro, sacó una carta adornada
con ribetes, de color blanco, rojo y verde.
-“Se le invita cordialmente a
la fiesta patria de la familia Gomezcaña, que se celebrará en…“ Es una fiesta
del 15 de septiembre, eso se oye genial…-, exclamó Luis desde atrás de su
amigo.
-Ya lo sé, estoy leyendo,
muchas gracias metiche. Es de Azahena…
-¿De quién?
-De Azahena, una amiga desde
hace años. Me sorprende que me haya invitado, desde que empecé con todo este
trabajo me desatendí de ella, y no supe nada en varios años.
Javier se quedó pensando,
mientras leía la fecha de la fiesta, el 15 de septiembre a las 10 p.m. Cuando
iba a volver a meter el sobre, pensando todavía en su amiga y la invitación
después de tantos años, Luis lo detuvo con un toque en el hombro.
-¿Ya te diste cuenta que
metiste la invitación sin leerla toda? Te faltó un pedazo…
Javier la sacó de nuevo, y
desdobló lo que le faltaba. Cuando lo leyó, se quedó sorprendido.
-¿Disfraz indispensable? Bueno,
no lo sé…
-Ay Javier, por favor, ya sé
que quieres ir a la fiesta, es tu amiga, tienes que verla, si es que de verdad
te invitó. Además, ¿qué difícil puede ser encontrar un buen disfraz de fiesta
mexicana? Puedes ir de Pancho Villa, ¿no?
Javier lo volvió a mirar con
esa mirada divertida pero muy severa.
-No seas tarado. Pancho Villa
no medía casi 2 metros ,
y no estaba tan gordo cómo yo. La verdad, creo que sería el único disfraz que
tengo, al menos que vaya de norteño, con las botas que tengo y el sombrero.
-Ahí está, amigo. Te verías
presentable. ¡Que te diviertas!-, dijo Luis, caminando hacía la cocina de la
oficina, para prepararse su café de siempre, con el que empezaba la mañana.
-Ah no, eso si que no canijo.
Me vas a acompañar, y vas a comprarte tu disfraz, y me vale lo que digas,
tienes que venir y conocerla. De nada sirve que me hayas ayudado varias veces
antes, y que tampoco te conozcan, ¿está bien?
Luis se quedó ahí, de pie,
entre la puerta de la cocina, asintiendo.
-Está bien jefecito. Mañana
vamos a comprar los disfraces, si quieres. De todas maneras, falta una semana,
y la dirección no es muy lejos del Distrito Federal. Está bien.
Pero Luis no quería ir, y puso
cara de enojado al hacerse el café. Javier sólo alcanzó a soltar unas
carcajadas.
Javier y yo nos fuimos a
comprar los disfraces al otro día. Él obviamente escogió el que le recomendé, y
yo me conseguí uno de emperador azteca, con todo y el penacho de plumas.
Cuando pasó la semana, y sin
ningún otro caso que atender, nos preparamos para la fiesta. El 15 de
septiembre siempre era un caos en la ciudad, ya que siempre había gente
dispuesta a hacerte perder el tiempo. Desfiles por aquí, fiestas por allá,
gente que salía apresurada a las tiendas a comprar algo para sus celebraciones,
borrachos de mediodía. La ciudad era un caos, pero al menos no teníamos que
salir demasiado de ella.
Cuando llegamos a la dirección
requerida, nos encontramos con poca afluencia. La casa era grande, no lo
podíamos negar, con dos pisos, un hermoso jardín adornado con motivos patrios,
plantas, flores, y algunos coches aparcados ya en el estacionamiento.
Lo que íbamos a encontrar allá
adentro sería excepcional…
Javier y Luis bajaron casi al
mismo tiempo del auto. Daban ya las 9:45, y la oscuridad los envolvía, a pesar
de que la casa de la anfitriona lucía demasiado adornada y alumbrada. Javier
vestía con demasiado porte el disfraz de revolucionario, con un bigote falso,
un sombrero muy amplio, y unas botas militares bien lustradas, luciendo su gran
altura.
Luis, en cambio, tuvo problemas
para bajar, ya que el penacho de plumas de pavo real y águila se le atoraba en
donde fuera, la capa de tela blanca arrastraba demasiado en la banqueta, y el
frío se le colaba, por que sólo llevaba huaraches y un extraño taparrabos de
manta.
-Te ves estupendo pequeño
amigo, te dije que al menos vinieras de Miguel Hidalgo, no sé. Te ves demasiado
ridículo…
-Cállate Javier. No por que mi
idea del disfraz de Villa te haya quedado a la perfección te burles del mío.
Represento a lo más mexicano que existe, a los mexicas…
-Aha, ya veo… De todas maneras,
los mexicas eran grandotes, fuertes, muy rudos, daban miedo. Y tú pareces pollo
pelado con frío, acéptalo, no te queda…
Javier se rió a carcajadas,
casi doblándose del dolor, y ni siquiera sintió cuando Luis le soltó un golpe
con la palma de la mano en la cabeza, el cual le dolió mucho.
-Eres un tonto. Está bien, ya
no digas nada de mi disfraz. ¿Es la casa de tu amiga? Es enorme, no se compara
en nada a mi departamento, rayos…
-Sí, esta es la casa de
Azahena. La obtuvo con mucho esfuerzo, también por que tiene 4 niños, y a todos
les tenía que dar un hogar. De todas maneras, vinimos a una fiesta, así que
deja de indagar en todo, ¿te parece? Al menos hasta que acabe la fiesta, ya
luego podrás hacer lo que sea.
-Perfecto Javier, no era mi
intención preguntar, vaya… De todas maneras, me toca manejar, no quiero tomar
ni una sola cerveza, ya sabes cómo me pone eso.
Caminaron dejando atrás el
auto, hasta llegar a la reja de la casa. Dentro, se escuchaban risas, música
regional, y el choque de unos cuantos vasos. Esperaron un poco después de que
Javier tocó al timbre.
Una mujer, sencilla, de mediana
altura, y piel morena, salió a recibir a los invitados. Iba ataviada con un
disfraz de Josefa Ortiz, con el vestido largo, los guantes hasta los codos, un
abanico colgando de la muñeca derecha, y con un peinado alto, con un tocado de
tiara muy bonito.
-Buenas noches… ¿Javier? ¡Javier
Carrillo, sí viniste!-, dijo la mujer, poniendo cara de sorpresa, con una
mirada que detonaba felicidad.
-No podía perderme la fiesta de
mi mejor amiga, y espero no te moleste haber traído visitas…
Cuando Azahena abrió la puerta,
ambos se abrazaron, cómo si hacía siglos que no se vieran. Los dos sonrieron,
mirándose frente a frente, y soltaron una carcajada de nervios.
-Ay Javier, hace años que no
sabía nada de ti, adelante, pasen por favor, están en su casa. ¿Y quién es tu
invitado?-, dijo Azahena, haciendo pasar a sus invitados a través del umbral.
-Es Luis Zaldívar, es quién me
ha apoyado en algunos casos atrás. No podía dejarlo amarrado hoy cuidando la
casa, así que me lo traje.
-Eres un torpe. Mucho gusto
señora Azahena, disculpe al discreto de mi colega Javier, ya no sabe qué decir,
y eso que no ha tomado ni una sola copa. ¿Pasamos?
Después de estar viendo un poco
el jardín, las plantas y los adornos, Azahena los invitó a pasar. Era una casa
preciosa, tanto por fuera como por dentro, ya que la sala era enorme, y
parecían caber demasiadas personas. La música mexicana sonaba un poco alto,
pero lo suficiente para que se escucharan las conversaciones.
Lo que notó Javier es que no
había mucha gente ahí. Sabía que Azahena tenía cuatro hijos, pero sólo pudo distinguir
el rostro de 2 de ellos, ya que los más pequeños se habían ido de vacaciones
con la abuela. Había más gente, otras 7 personas más, pero ninguno que él
conociera.
-Mira Javier, te presento a
Pablo, es mi hijo mayor. Cumplió 25 este año, y él es Carlos, tiene 23.
Fernando y Samael no están, se los llevó mi mamá de vacaciones, y pues espero
que regresen completos.
Los dos muchachos, altos y bien
parecidos, saludaron primero a Javier, y luego a Luis. Iban los dos vestidos de
indígenas, con los trajes típicos de manta, bordados, y con unos machetes
falsos.
-Mamá siempre nos habló de
usted, señor Carrillo. Supimos lo del incidente en el museo hace meses, y nos
interesaba que viniera, más a mi hermano Pablo, es un completo obsesivo de
usted…
-No manches, Carlos, no es
cierto, admiro al señor, pero no me obsesiona, no digas tonterías. De todas
maneras, siempre he dicho que es genial que usted se atreva a resolver
misterios así, no sólo homicidios y esas cosas. Está genial que haya venido a
la fiesta…
-¿Y tus hermanos? Faltan dos,
¿no?-, dijo Luis, inquisitivamente al muchacho. Javier no lo reprimió, pero le
lanzó una mirada algo extraña.
-Sí señor Luis, son dos, pero
no están, Fernando cumplió 15, deberían verlo, es un gran atleta, y Samael
acaba de cumplir 11, es un muchachito muy inteligente. Pero bueno, ellos se
pierden de la fiesta, ¿verdad?--, dijo Carlos, aferrando bien su vaso de
cerveza, y riéndose junto con su hermano.
Después de haber charlado un
poco con los hijos de Azahena, ella fue presentándolos a los invitados, uno por
uno. Estaba el señor Aristóteles Grana, un prestigioso contador público, junto
a su esposa, la señora Irma Familiar de Grana, excelente pintora de ocasión.
Después, conocieron a Mario Rodríguez, un afamado ciclista del equipo olímpico
que había tenido la suerte de conocer a Azahena hace algunos años. Martina
Baleares, bailarina consumada de casi 40 años, experta en el tema del ballet
clásico. Un par de hermanos, Roberto y Juan Flores, gemelos, amigos de Azahena
en el trabajo, y por último Liliana Suárez, la dueña del restaurante “La Fonda Internacional ”,
y quién se había propuesto para traer la comida que iban a degustar esa noche.
Y con todos ellos, estaba el encargado de la limpieza en casa, un señor canoso
de unos 50 años llamado Pedro que servía las botanas, las copas, y también se
divertía platicando con ciertos invitados.
-Muy bien, escúchenme todos.
Quisiera por favor, que brindemos, ya que está a punto de ser medianoche, y hay
que festejar el día de la independencia cómo se debe…
Ya habían pasado muchos minutos
de plática y de diversión entre todos, e incluso Luis se había tomado algunas
cervezas. Todos se pusieron de pie alrededor de la mesa, dónde sólo quedaban
los platos vacíos, y algunos vasos medio llenos. Javier se dio cuenta que
incluso el señor Pedro se acercaba a la mesa, junto con Azahena, para disfrutar
del brindis. Todos levantaron sus vasos, y justo cuando dieron las 12, se
apagaron las luces…
-¡No es justo!-, dijo alguien a
través de la oscuridad, que de seguro tendría que ser Pablo. Unos vasos cayeron
al suelo, y se escucharon exclamaciones.
-¿Azahena, están bien?-, dijo
Javier, tratando de tantear el espacio a través de la oscuridad, pero sólo hizo
que se le cayera el penacho a Luis.
-Sí, aquí estoy, no sé dónde
pero…
Entonces, cómo si fuera posible
algo peor que eso, se escuchó un disparo, un quejido, y alguien que se
desplomaba. Liliana y la señora Irma gritaron, y cómo estaban casi juntas, se
abrazaron. El señor Aristóteles se tropezó con una de las sillas, y fue a tirar
unos cuantos platos sucios al suelo.
-¡Tranquilos todos! Voy a
revisar la caja de la luz-, dijo Carlos, tratando de mantener el orden en la
casa. Se escucharon sus pasos alejarse hacía el patio.
-¿Se escuchó un disparo? ¿Qué
diablos pasó?-, susurró Luis, acercándose a Javier, para que nadie lo
escuchara.
-No lo sé, pero mantén los ojos
muy abiertos, no quiero que pase nada más…
Después de dos minutos que
parecieron eternos, la luz regresó. Todos parecían aturdidos, completamente. Y
entonces, sin darse cuenta, encontraron el cuerpo del señor Pedro en el suelo,
con un disparo en el corazón, sobre un enorme charco de sangre. Azahena gritó,
y se fue a refugiar a los brazos de Javier. Luis se quedó pasmado, con Pablo y
Carlos a un lado, mirándose. Aristóteles abrazaba a su esposa, Mario trató de
agarrar fuerte a Liliana para que no se desmayara de la impresión, los hermanos
gemelos trataban de tranquilizar a la señora bailarina, aunque sin mucho éxito.
Alguien había cometido un asesinato.
-¿Quién lo hizo?-, dijo Luis,
mirando el cuerpo del señor Pedro sobre el suelo, y el charco de sangre que se
hacía cada vez más grande. Todos miraron a Azahena, cómo buscando una
explicación del por qué alguien había cometido un homicidio en su propia casa.
-No pudieron resistirse,
¿verdad? ¡Les dije que ninguna bromita! Pablo, Carlos, explíquense por favor.
-No hicimos nada mamá.
-No mataría a alguien, lo
sabes, no es broma, el señor Pedro nunca se prestaba para eso, no es cierto…-,
dijo Carlos, nervioso.
-No fueron ellos Azahena. Todos
son sospechosos, pero hasta saber quién fue, ellos ni siquiera lo hicieron.
Alguien de aquí tenía suficientes motivos para hacerlo, de lo contrario, jamás
lo hubiera hecho. Tenemos que hablar, con todos-, dijo Javier, cuando todas las
miradas se posaban en él. Menos Luis, quien ya estaba más cerca del cadáver,
examinando lo que veía, y asintiendo con la cabeza.
-Entendido, jefecito…
Después del disparo fatal que
terminó con la vida de don Pedro, decidimos ponernos a preguntar, cómo siempre
lo hacíamos. Estos casos eran clásicos, incluso muchos libros se daban a la
tarea de inventar historias para entretener al público. No era de sorprenderse
que Javier hubiera querido que leyéramos todo ese material para basarnos en el
trabajo real.
Preparamos una habitación para
los interrogatorios, así mientras una persona entraba para hacerle preguntas,
las otras esperaban en la sala. Así, empezamos a armar el caso del Asesino de la Independencia ,
nombre que se me ocurrió de repente. Para ser sinceros, después del nombre,
Javier era el que quería cometer homicidio…
1.- Azahena Gomezcaña Sánchez:
LA ANFITRIONA.
“El señor Pedro era cómo de la
familia, nunca lo traté mal, nunca hubo problemas con él. Tenía todo lo que
necesitaba aquí, un lugar dónde vivir, comida, horas de diversión. No tendría
yo motivos para matarlo, lo juro…”
2.- Pablo Gomezcaña: EL HIJO
MAYOR.
“El señor Pedro vivía aquí
desde hace mucho, no había problemas, al menos que nosotros nos portáramos mal,
nos acusaba con mi mamá, pero hasta ahí. Creo que el único rencor que le guardo
haya sido que se quedara con una de las recámaras que me gustaba más. Nunca le
vi haciendo nada sospechoso…”
3.- Carlos Gomezcaña: EL
SEGUNDO HIJO.
“Nunca me llevé bien con el
señor. Siempre que llegaba tarde le decía a mi madre, o cada vez que hacía
alguna fiesta. ¿Pero de eso a matarlo? No, nunca lo hubiera pensado en serio.
Los amigos de mi mamá lo conocían mejor que nosotros, ya que venían más a la
casa, y él siempre los atendía como reyes. Alguien de allá afuera tuvo la
culpa, lo sé…”
4.- Aristóteles Grana: EL
CONTADOR.
“¿Piensa que fui yo?
Sinceramente, señor Carrillo, admito que es bueno para las pistas, pero no sé
hasta qué punto sospechando de alguien. Mi esposa y yo vinimos siempre a la
casa de Azahena, y el señor era un pan de Dios, si se le puede llamar así.
Aunque nunca soporté que viera de más a mi esposa, pero sabía controlarme…”
5.- Irma Familiar de Grana: LA ESPOSA.
“Creo… creo que fue algo
terrible… No puedo dejar de pensar en eso, señor Carrillo, y usted lo sabe. Don
Pedro era un buen samaritano, siempre estaba al pendiente de esta casa, de
Azahena y de sus hijos. Tenía un poco de rencor a mi marido, y no sé por qué
razón. Ya no quiero decir nada, de verdad…”
6.- Mario Rodríguez: EL
ATLETA.
“Nunca trabé conversación con
el señor. Creo que era algo amargo cuando nos recibía en casa, en especial a
mí. Todos dicen que es un alma del señor, pero un día me derramó la bebida,
según él ‘sin querer’. Miré su cara ese día, con una sonrisa malvada. Creo que
le caía mal, o algo le hice, pero no lo recuerdo, y obviamente no lo hice. Yo
no disparé.”
7.- Martina Baleares: LA BAILARINA.
“Todos son culpables, ¿por qué
habría de molestarme en hablar con usted? Sería incapaz de matar a sangre fría
a un hombre tan honorable cómo él. Bueno, tan honorable cómo muchos dicen, no
lo era. Tenía un secretito, que sólo yo pude descubrirle. Pero no es el caso,
nunca ha sido tan relevante eso, al menos que a Azahena le enoje que yo lo
cuente. Ella no quiere darse cuenta de lo que él hacía, pero no soy nadie para
decirle que lo divulgue…”
8.- Roberto Flores: EL GEMELO
NÚMERO 1.
“A mi hermano y a mi nunca nos
trató mal. Don Pedro era una excelente persona, un ejemplo a seguir. Una vez
Azahena nos dejó a solas con él en el jardín, y nos pusimos a platicar. A mi
hermano le encantaba ese señor, lo admito, es un gran ser humano, pero jamás,
NUNCA, nos hizo nada malo. Habíamos acordado incluso un día salir a Garibaldi,
sólo para celebrar, y nunca se cumplirá. Lo siento por ese gran hombre…”
9.- Juan Flores: EL GEMELO NÚMERO
2.
“Don
Pedro era bueno, sí, pero eso no le quitaba lo cobarde y a veces lo pusilánime.
Un día se asomó a la calle, cuando estacioné mi auto. Salí con una ex novia que
siempre traía cuando Roberto no quería venir. Y el mugroso viejo se le quedó
viendo, sólo por que Marcia tenía un escote del tamaño de una sandía. Sí me molesté,
pero pensé que era normal de una persona tan solitaria como él. Si tenía malas
intenciones, de verdad se merecía que le pasara eso…”
10.-
Liliana Suárez: LA COCINERA.
“No soy cocinera, estudié de chef, en una escuela
particular muy famosa en el país. He ido a hacer exposiciones de comida
mexicana a eventos internacionales, en Japón, Francia, Italia, Estados Unidos,
Egipto. Conozco a mucha gente, pero ninguna persona era cómo Don Pedro, siempre
feliz, siempre tan atento, ayudándome en la cocina, con todas esas atenciones…
Creo que, si yo lo hubiera matado, me hubiera arrepentido…”
0 comentarios:
Publicar un comentario