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lunes, 29 de abril de 2013

Preludio: La Muerte y El Sacrificio (PARTE II)


Javier Carrillo representa una amenaza creíble a mis costumbres y a mis preceptos de acuerdo a la ciencia marginal. Sé que viene en camino, pero ni siquiera trayendo a diez hombres podría hacer algo para frenar todo esto.
Mi padre siempre exigía lo mejor de mí, aunque yo estaba inclinado siempre por una alternativa a los conocimientos habituales. Eso hizo que el pobre hombre se replanteara una nueva visión de mi futuro. “No vales nada haciendo lo que pretendes”, me decía. Yo nunca creí en sus palabras, y mucho menos cuando me fui de casa.
Decidí por comenzar mi nueva vida en base al deseo sexual por cualquier persona, mientras esta persona me gustara. El pensamiento y la razón se incrementaban cada vez que escuchaba sus historias, y todos los sentidos acarreaban nuevas experiencias para mi cuerpo. Lo único que la gente desea es el placer, ni siquiera piensan en el sentimiento del amor cuando es debido hacerlo.
Para ello, el amor y todos los demás sentimientos “buenos”, deben venir de algo más grande. El placer es un sentimiento personal, algo que llega a través de otras personas, pero que solo podemos compartir con nosotros mismos. Sueno egoísta.
¿Qué es aquello que mueve a las masas y a las personas a sentir lo mejor y lo peor? El miedo mismo, el sentimiento de encontrarse en una situación sin remedio que amerite un dolor o un profundo castigo. Aún si no se llegara a la muerte, el miedo constituye toda la fuerza que mueve al universo, a las mentes humanas dentro de su propio mundo creado y simplificado para sus propósitos.
Conocí al padre de Javier Carrillo cuando entré a la Secta. Ya era uno de los importantes miembros, y mantenía a su familia lejos de todo el movimiento. Sé que el señor Carrillo pudo haber sido metódico, siempre planeando sus estrategias como todo un comandante. Eso me tenía en peligro, si de verdad quería demostrar las cosas que sentía y pensaba acerca de los hombres y del mundo.
Con la muerte del señor Carrillo, la secta se disolvió en un instante, y me quedé a cargo de ciertos miembros que habían sucumbido ante el encanto de mi nueva forma de pensar. Maté a ese hombre porque era necesario instaurar un pensamiento más radical de cambio en la sociedad, y no me iba a quedar esperando hasta que decidieran hacer algo. Todos los que desertaron fueron muriendo, y aún sé que faltan más, escondidos entre las sombras de un poder que no pueden ostentar.
Juro por mi existencia, o por lo que pueda quedar de ella, que en cuanto esté vivo, haré de la ciencia y del hombre una combinación perfecta, un alma indisoluble, no como nos lo ha enseñado la religión.
Y también juro destruir el recuerdo de los Carrillo, deshaciéndome de su hijo, de este nuevo hombre que me recuerda tanto al otro que maté hace años. No podemos permanecer los dos en el mismo mundo, y uno de nosotros, al final, tendrá que partir para siempre.

No tengo perdón. No tengo vida. Pero tengo la esperanza de cambiar al mundo, desde su pensamiento.

Viktor Kunnel. 11 de Diciembre.

(Segunda y última parte de la carta firmada por Viktor Kunnel el día 11 de Diciembre, archivada junto a sus pertenencias y documentos personales)


viernes, 26 de abril de 2013

El Último Sacrificio Parte II: "Uno de vosotros me traicionará..."


-Diablos…
-¿Qué pasó?-, preguntó Azahena. Seguía agarrada de la mano de Javier, pero él se la soltó intempestivamente para contestar al mensaje del celular.
El hombre puso su rostro más alarmado y pálido.
-¿Qué sucede…?
La respuesta de Azahena fue contestada con el volumen de la televisión en el restaurante, la cual acaparó las miradas de todos los presentes. Un accidente en el teatro del Palacio de Bellas Artes había dejado más de 10 muertos y contables daños a la estructura en lo que parecía un ataque terrorista, algo que no había pasado en México antes.
-Tenemos que irnos. De verdad lo siento. Toma tus cosas y vámonos…
Azahena se levantó, cuando escuchó la orden de Javier en viva voz. Al parecer, Molina ya les había avisado a todos, solo que el celular de ella estaba apagado, al fondo de su bolsa.
-¿Pero cómo vamos a llegar hasta allá? No vine en auto, y tu tampoco…
-No, pero tengo algo más rápido.

La moto de Javier surcaba Insurgentes como si no hubiera un mañana. Azahena iba detrás, con el vuelo del vestido agarrado entre sus manos, y el casco puesto. A él no parecía importarle mucho los semáforos, lo importante era llegar a tiempo, a tiempo para así, tal vez, salvar una vida más.

Cuando entraron a la avenida, todo era un caos. Las alcantarillas aún rezumaban el humo de las explosiones, y algunos autos estaban volcados. Del flamante amarillo de Luis no quedaban más que metales retorcidos al rojo vivo. Javier aparcó la motocicleta cerca de la plaza del Palacio, el cual aún ardía, con el trabajo incansable de los bomberos por apagar las llamas. Los reporteros y demás miembros de la prensa se alejaban prudentemente.
-¿Dónde…?-, dijo Javier cuando encontró, entre la multitud de gente de los servicios de seguridad y de obras, a Molina. El hombre sólo se limitó a señalarle. Azahena se acercó con el vestido ya en el suelo y el casco y la bolsa en la misma mano. Estaba conmocionada, y no dejaba de mirar hacía la cúpula ardiente del palacio.
Javier se acercó al lugar que Molina le había indicado. Al pie de una de las estatuas aladas de la plaza, sentado, con un abrigo cubriéndole la espalda, estaba Luis, mirando hacía el suelo. Sus manos y sus pies parecían de tela, sin fuerzas. Estaba mojado y lleno de lodo, y con poca sangre en la frente, tal vez nada grave.
-¿Qué pasó? ¿Dónde está Vianney?
Javier estaba enterado de que la chica haría una presentación en ese mismo lugar, aunque declinó la invitación por la cena con Azahena. Luis ni siquiera contestó inmediatamente. Sus dedos le temblaban, algo que no veía en él desde que comenzó a trabajar de investigador.
-Viktor se la llevó. Viktor y ese… Ese jinete.
-¿Cuál jinete?
-Un charro negro…
Azahena ya estaba ahí con ellos, y escuchaba atenta lo que decía Luis. Había estado documentándose acerca de las leyendas más famosas de México, y una de ellas era el charro negro. Un infame espíritu quién, en su caballo negro, cruzaba las calles y los pueblos en busca de una persona quién aceptara su saco de monedas de oro. Después de darles el saco, el charro negro cargaba con el alma del incauto, dejando a un lado de su cuerpo las monedas mal habidas.
-Otra leyenda. ¿Por qué hace esas entradas tan extravagantes?-, dijo Azahena.
-No lo sé, no se propone llamar la atención, sino desatar miedo, algún miedo a lo desconocido me imagino. ¿Te dijo algo más Luis?
-Sí, algo sobre la “perla blanca”…
Hiram Molina se acercó, para mostrarle unos papeles a Javier.
-La perla blanca, una extraña y casi desconocida leyenda prehispánica. Se cree que Moctezuma I tenía una fascinación por cuatro lugares de Tenochtitlán, a los cuales los había llamado sus perlas, aunque este término es más bien discutido. La leyenda cuenta que Moctezuma tenía la costumbre de ser conducido por su séquito a lo largo de estos cuatro lugares: Los canales de Xochimilco, repletos de flores. Luego por una especie de canal donde se efectuaban sacrificios. Sus aposentos, cerca del Templo Mayor y al final un lugar al norte, donde adoraban a una especie de diosa de la fertilidad. Las llamaban…
-Las cuatro perlas-, dijo Javier, mientras leía el informe que le había dado Molina. Azahena ayudó a Luis a levantarse, aunque él fue el que hizo su mayor esfuerzo por no quedarse ahí.
-¿Y eso qué significa?-, preguntó la muchacha.
-Es el camino que describe el códice en el mapa que encontramos. Este documento habla de las cuatro perlas de Moctezuma, sus lugares predilectos. Los canales de Xochimilco eran la Perla Azul, en honor a Huitzilopochtli. El lugar de los sacrificios en el lago al sur era lo que ahora ocupa Ciudad Universitaria, la Perla Roja de Xipe Totec. Y ahora el Palacio de Bellas Artes, donde antes se asentaban los aposentos del huey tlatoani, es la Perla Blanca de Quetzalcóatl. Falta la Perla Negra de Tezcatlipoca… ¿Viktor ya conocía este mapa?-, exclamó Javier.
-Eso me temo, señor Carrillo. Confío plenamente en la palabra y la veracidad del señor Zaldívar de todo cuanto dijo Kunnel esta noche. Tengo la ligera sospecha de que un miembro del IECM pasó información confidencial hacía Kunnel, ya que el mapa y algunos documentos adjuntos estaban archivados en nuestro sistema desde hace 10 años, después del incidente en el museo.
Todos se quedaron en silencio ante la declaración, e incluso Luis reaccionó un poco de su letargo. ¿Un infiltrado en el grupo?
-No puede ser-, dijo Javier.
-No tenemos bastantes pruebas. Pero les pido por favor, que cualquier acto sospechoso o cualquier otra conducta, me sean reportadas de inmediato, sea cual sea el caso. Hemos estado inmiscuidos demasiado tiempo en las pistas y los datos, y no en atrapar a Kunnel. Si creemos que Kunnel sabe dónde está la Perla Negra, tenemos pocos días para acceder a ese lugar antes que él. Así que les pido el mayor esfuerzo, a todos…
Molina estaba a punto de ir a supervisar los trabajos de los bomberos y de los policías que ya estaba recabando información con los testigos, cuando Luis preguntó:
-¿Y los demás? Isabel, Kerly, Salvador…
-No lo sé, ya deberían estar aquí-, exclamó Molina, antes de volver a sus actividades.
-No te preocupes, chaparro. Salvador está con Yoselin. De Kerly e Isabel no sé nada-, dijo Javier.
Un par de paramédicos llegaron por órdenes de Molina para llevar a Luis a una de las ambulancias, aunque él mismo se resistía.
-Tenemos que recuperar a Vianney, Javier. Por favor, ayúdame con eso…
Javier asintió, con la mirada perdida, mientras se llevaban a su amigo a la ambulancia. Azahena se acercó a él, y lo abrazó, estrujando sus brazos contra su enorme espalda.
-No te preocupes, todo va a salir bien. Vamos a tener que colaborar más para buscar a ese maldito. Luis ha de sentirse demasiado mal, pero comprende, ni siquiera tú solo puedes ayudarlo y ayudar a toda la ciudad…
Javier asintió, mientras veía las llamas en el Palacio levantarse cada vez menos, por acción de los chorros de agua de los bomberos. La gente, curiosa, a pesar de ser casi medianoche, seguía agolpándose alrededor del lugar.
-Tienes razón, creo que yo solo no puedo con esto. No soportaría que te pase algo, no…
Azahena se levantó un poco para besarle la mejilla.
-No me va a pasar nada, mientras estemos juntos. Vamos a estar bien, Isabel, Luis, todos…
Los dos se quedaron de pie, abrazados de frente, sin que nada les importara.

Viktor Kunnel llegó en el mismo caballo, junto con el charro negro y su presa, al lugar oculto. Solamente estaba César, esperándolos. Un par de hombres se llevaron a Vianney, quién seguía paralizada, hacía el tercer cuarto. Ahí dentro había paredes blancas, con una televisión en cada una, donde se transmitían noticias y demás programas. Algo para volverse loco.
-¿Dónde está Daniel?-, dijo Viktor.
-No ha llegado, y espero que no tarde mucho. Hemos visto las noticias, fue notable lo que hiciste, Viktor-, dijo César, con las esperanzas puestas en algunas palabras de aliento. Pero Kunnel parecía algo distraído y exaltado.
-No queda mucho tiempo, señor Colín. La información que tenemos nos ha sido de ayuda, pero no sé hasta cuándo. Ese tal Carrillo podría darse cuenta pronto y sabotearnos. Necesitamos ser más rápidos, y adelantarnos a los hechos. Quiero que comiencen con los preparativos, tú y Daniel. Mientras, seguiré consiguiendo gente para nuestra causa. Vamos a ver arder a esta ciudad, porque es necesario el fuego de su purificación…
César asintió.
-Como gustes, Viktor. Voy en busca de algunos de los nuestros, y de Daniel, para comenzar con los preparativos. ¿Y qué hay del charro y de los disfraces?
El charro ya estaba quitándose el disfraz, y caminaba hacía Viktor, quién compuso una sonrisa hacía su mano derecha. Había usado los disfraces para esconder su identidad, pero con él no había problema.
-No te preocupes. Mi contacto aún tiene mucho que hacer dentro del IECM como para desperdiciarlo…

Pasó más de una semana antes de que Javier Carrillo tuviera mucha información lista de ciertas cosas que quedaban sin resolver. Había, sobre el escritorio en la IECM, algunos artículos que llamaban fuertemente la atención:

ENCUENTRAN RESTOS DEL MISMO EXPLOSIVO QUE DESTRUYÓ LAS PAREDES DEL RECLUSIORIO EN EL TEATRO DE BELLAS ARTES: IECM SE HACE CARGO DE LA INVESTIGACIÓN

CASOS DE DESAPARICIÓN DE NIÑOS DE LA CALLE ALERTA A LOS CIUDADANOS SOBRE POSIBLES BANDAS DE NARCOS EN EL D.F.

TRABAJOS MASIVOS DE RESTAURACIÓN DE EDIFICIOS PÚBLICOS E HISTÓRICOS EN LA CIUDAD

LISTAS DE MUERTOS EN RECLUSORIO NO COINCIDEN CON LAS OFICIALES, AFIRMAN LAS AUTORIDADES

Había muchos más recortes de periódicos, pero en ninguno se explicaban más cosas, ni siquiera había pasado algo tan curioso como para ser tomado en cuenta. Y las pistas sobre Kunnel se hacían escasas, ya que ninguna persona en el bajo mundo podía o quería responder. Y las pocas que daban ciertas señas del paradero del terrorista alemán, siempre amanecían muertas.
Luis tampoco había descansado en los últimos 10 días, y diciembre se le hacía un mes demasiado lejano para él. Mientras todos los miembros del equipo realizaban redadas en diversos lugares de la ciudad, con Isabel al mando y Kerly transmitiendo los mensajes, o Javier y Salvador inmiscuidos en las pistas recabadas, él solo se dedicaba a entrenar en solitario, aunque no lograra demasiados avances.
Pero hoy se encontraba con Javier, ya que Salvador había salido de urgencia al Estado de México a atender algunos asuntos familiares. Los dos revisaban algunos de los artículos, tratando de encontrar algo inusual o que los relacionara. De repente, Luis también revisaba el libro de ciencia marginal, esperando poder encontrar respuestas de lo que intentaba Viktor con todo eso.
-Todo sigue igual. Los ricos se hacen ricos, y los pobres se mueren más rápidos. Los periódicos no anuncian casi nada, ni asesinatos, ni robos, ni nada. Es como si hubieran vaciado la maldita ciudad de toda esa escoria…
Luis escuchaba atento a Javier, mientras leía una y otra vez un reportaje acerca de las aportaciones culturales de los indígenas huicholes en un evento del Museo de Arte Moderno.
-Viktor desapareció de la escena en los medios, Javier. No podemos buscar en internet porque la mayoría de las cosas que dicen ahí son una sarta de mentiras. Tenemos un montón de pistas acerca del posible lugar de la Perla Negra, y ninguno coincide suficiente, al menos Teotihuacán, pero fue abandonada incluso por los aztecas.
Javier dejó de anotar pistas en su celular, y se levantó, dejando el aparato sobre la mesa.
-¿Quieres un café? Necesito despertar un poco…
-No gracias. Seguiré buscando en lo que regresas.
Javier salió de la oficina, y Luis siguió leyendo, una y otra vez, las mismas noticias en la última semana y tres días.

Azahena estaba en su departamento, esperando a que su taza de café se calentara en el horno. El celular empezó a sonar, y pensó que podría ser otro aviso de emergencia del IECM. Tomó el aparato de la mesa, y leyó el mensaje:

TE VEO EN LA NOCHE PRECIOSA. QUIERO LLEVARTE A UN LUGAR PARA PEDIR POR NOSOTROS…

Azahena sonrió al ver que el destinatario era Javier, y que la invitaba a un lugar que todos en la ciudad conocían, un lugar hermoso donde los dos podrían estar en paz durante algunas horas.
-Eres un amor. Está bien…
Azahena se dedicó a mandarle un mensaje, antes de que el horno terminara su trabajo, confirmándole la hora en la que se verían allá.

Javier regresó con un vaso de café humeante de la maquina en el pasillo. Luis lo miró pero no dijo nada, ya que ahora se había enfrascado en el tomo de la ciencia marginal.
-Provecho…-, dijo el muchacho.
Javier asintió, sonriéndole a su amigo, y volvió a tomar el celular. Había llegado un mensaje.
-Por cierto, te llegó un mensaje. No lo quise leer porque es algo privado, tú sabes…
-Ya lo vi chaparro, gracias.
Era de Azahena. Eso lo hizo sonreír más, con aquella cara de tonto que siempre ponía cuando algo bueno le pasaba. Luis quería reírse, pero pensó que sería inapropiado.
Cuando leyó el mensaje, Javier se quedó estupefacto, e incluso frunció el ceño.
-¿Sucede algo? ¿Azahena está bien?
Javier asintió, pero no daba mucho crédito a lo que leía.
-Mira lo que puso: “Claro amor, leí tu mensaje, nos vemos a las 9 en…”
Luis escuchó atentamente el mensaje de Azahena, junto con el lugar que mencionaba.
-¿Y por qué te preocupa eso? No creo que sea un lugar romántico, lo admito, pero ella necesita estar un poco en paz consigo misma…
-No es por eso Luis. Yo no le mandé nada…
Luis soltó el libro, y se puso más pálido que de costumbre.
-¿Crees que hayan podido clonar tu número? Nadie conoce los números más que… Más que nosotros mismos. El espía del IECM…
Javier dejó el café sobre la mesa, y Luis le siguió a través de la puerta. Eran casi las 8 y media de la noche, y debían de llegar rápido. Azahena podría estar en peligro.

Isabel estaba dedicando algunos minutos a la investigación previa de Viktor Kunnel alrededor del mundo. Sicarios, terroristas, fascistas, disidentes de gobiernos de derecha e izquierda… Todos habían pasado por sus filas, incluso las personalidades más inocentes y las mentes más brillantes que conociera la humanidad.
-¿Qué se esconde tras todo esto? Ni siquiera veo un mexicano previo en sus filas y…
Isabel leyó muy bien un fragmento que se le estaba pasando de largo:

“Las investigaciones previas muestran cierta conducta de Kunnel a no prescindir de ningún servicio de inteligencia, incluso de los servicios de comunicación y mensajería…”

Y luego otro:

“La información que Kunnel intercepta viene de las filas más importantes de la Interpol, el FBI, y recientemente de la IECM cómo…”

Isabel estaba segura de haber leído las siglas del IECM en un informe interno de la misma agencia. ¿Quién era capaz de hacer un informe del filtro de información de la IECM para Kunnel siendo de la misma agencia? ¿Quién tenía el poder de hacer algo así?
Miró la firma del informe al final de todas las hojas.
-Maldita sea…
Alguien se le acercó por detrás, aunque Isabel fue más rápida para reaccionar. Se levantó y enfrentó a su nuevo enemigo, el espía de la IECM que le servía bien a Kunnel.
-¿Siempre fuiste tú? Todo este tiempo vigilando y ahora…
Pero ni siquiera las palabras fueron suficientes para Isabel. Aquella persona le golpeó la cabeza con un pedazo de metal que había sacado hacía unas horas de la bodega de materiales. Isabel cayó inconsciente, con la cabeza roja por el golpe, dando un buen golpe sobre el suelo.
La persona misteriosa, el espía, se acercó a la computadora portátil de Isabel, y se la llevó. Tenía prisa, una cita que no podía dejar pasar…

Azahena llegó caminando tranquilamente desde Calzada de Guadalupe hacía la plaza, la cual ya estaba ocupada por miles de feligreses, los cuales seguían llegando, y aún tenían tiempo para ocupar su lugar antes de dos días. La noche, a pesar de ser otoñal, estaba fresca, sin mucho calor pero tampoco mucho frío. La mujer miró el edificio con forma ovalada de la Basílica, y se sintió más aliviada. Nunca había creído en Dios de una manera formal, pero hasta en los momentos más difíciles, nunca había estado lo más lejana de él, y rezaba.
Siempre rezaba.
Decidió esperarlo cerca del campanario, mientras una familia, que venía de alguno de los estados de la república, se disponía a cenar con lo que podían conseguir, un poco de café y un anafre para poder calentarlo.
-¿No gusta un café señorita?-, dijo una de las mujeres, de edad avanzada y rostro amigable.
-Claro. Muchas gracias, digo, si no es inconveniente… Mientras espero a mi novio-, dijo Azahena.
La mujer le sonrió, alargándole una taza repleta de un café que olía delicioso, y despedía humo en el espacio a su alrededor.
-Para nada, tenemos mucho. Y pues así puede esperar a su novio hasta que llegue. Es un hombre afortunado, usted es una muy bonita mujer.
-Gracias…
Azahena le dio un sorbo al café, y sus sentidos se agudizaron.
No vio la sombra que caminaba detrás de ellos…

Javier y Luis bajaron de la motocicleta, la cual estacionó Javier a una cuadra de la Basílica de Guadalupe. Había mucha gente en la calle, viajantes de otros estados listos para el día 12 de diciembre.
-No debemos despertar sospechas si es que nos están vigilando, por eso hay que caminar entre la gente. Maldita sea, espero esté bien…
Javier hablaba de Azahena, pero en la mente de Luis pasaban mil y un cosas, entre ellas…
-¿Crees que aquí sea la Perla Negra? En el cerro del Tepeyac se hacían rituales a la tierra, por eso los conquistadores usaron el lugar como símbolo de la religión católica, junto con las apariciones de la virgen…
Javier iba a su lado, y negó con la cabeza lentamente. Se iban metiendo entre la gente, perdiéndose de las miradas ajenas.
-No lo sé. La llamaron aquí, si no llegamos a tiempo aquí la secuestrarán, como ha pasado con Flor, Vianney y la chica Ángeles. Tenemos que impedir que vuelva a pasar, y puede ser la oportunidad de salvar a muchos más de ese maldito. Toma…
Entre los pliegues de su chamarra, Javier sacó una pistola y se la dio a Luis, quién la tomó rápido para esconderla.
-¿Dónde las conseguiste?
-Molina me las dio desde hace mucho. Por eso te traje una y tengo otra yo. Vamos…
La gente estaba a punto de entrar a la plaza Mariana, y Javier y Luis estaban escondidos entre todos los feligreses. El paso a través de las escaleras principales, que dividían la calle de la plaza, hacía un poco más dura la caminata. Javier y Luis intentaron no separarse demasiado, por si alcanzaban a ver algo. Tal vez a Daniel o a César. Cualquiera de los dos esperando la llegada de los salvadores.
La vieja basílica se levantaba con su cúpula y sus dos campanarios, los cuales se veían de lado por acción del peso, el cual hundía el suelo cada vez más. Y detrás de aquel edificio, el cerro del Tepeyac, con una serie de escaleras para acceder hasta la cima, donde había una pequeña capilla, la primera donde residió el ayate de Juan Diego.
-¿Dónde está? Hay mucha gente por aquí y no veo muy bien.
Ya eran más de las nueve, y Javier, con su altura, buscaba a Azahena, mientras las campanadas del hermoso reloj de la Basílica, puesto a la mitad de la plaza, no lo perturbaran.
-No lo sé, vamos al campanario…
Caminaron, en dirección al lugar indicado, una enorme torre con campanas y muchos relojes de distintas épocas, incluido un enorme reloj de sol, que ahora no servía para nada…

Azahena seguía inmersa en su café, y no se había dado cuenta de lo que la acechaba por detrás. Empezó a pasearse en su lugar, sin percatarse tampoco que Javier y Luis caminaban en dirección al campanario. La familia que estaba ahí platicaba, sin ponerle demasiada atención. Azahena miró de nuevo hacia atrás, mirando las otras capillas que estaban lejos y en las penumbras. Miró un cuerpo enorme y pensó que era Javier, haciéndole bromas. Caminó hasta topar con una de las capillas, aún con la taza de café entre las manos, y sonriendo.
-¿Pero qué haces aquí? Eres un travieso…
Pero no era Javier. La sombra comenzó a dibujarse más amenazante conforme ella avanzaba. Tenía el cuerpo enorme, pero solo de ancho. Iba encorvado, y detrás le salía una cola como la de los coyotes. La cabeza era alargada, como la de los perros, solo que con dientes que no se despegaban demasiado unos de los otros, y unos ojos negros, brillantes.
Azahena tiró la taza, y echó a correr, lejos de la gente que, sin percatarse, seguían en sus asuntos, en sus cantos y sus rezos.
-¡Auxilio…!-, fue lo primero que se le ocurrió gritar, aunque la bestia corrió más rápido, la derribó por la espalda, y la agarró de las piernas. Azahena quería zafarse y correr, pero sus brazos no podían agarrarse de nada.
-Levántala, ahora…
La voz de Viktor Kunnel retumbó en la soledad de aquel pedazo de la plaza, vacía, entre las sombras. Azahena hizo un último esfuerzo por correr, pero era imposible. La bestia ahora la tenía de pie, pero muy bien aferrada.
-Déjame ir maldito…
-No pienso hacer eso Azahena. Desde que te fuiste, no ha sido lo mismo. Entiéndelo, eres lo suficientemente importante para mí, y no pienso desperdiciar esta oportunidad…
-¡Yo tampoco Kunnel! ¡Déjala ir!
La voz de Javier retumbó en la plaza, aunque nadie más se dio cuenta. Luis había sacado también la pistola, y miraba todos los movimientos de Viktor.
-Señor Carrillo, es el héroe de la noche, me imagino. ¿Ya vio usted lo que he traído? Al nahual, la criatura mítica azteca que pasaba de hombre a animal, aquel ser que se comunicaba con la naturaleza y con los dioses. Y ahora, ha venido a cumplir con su cometido…
-Suéltala, Kunnel, no tienes opción-, dijo Luis, tratando de hacerse el valiente.
-¡Señor Zaldívar! ¿No le fue suficiente lo que pasó en la Perla Blanca para venir aquí…? ¿Viene a buscar a su preciosa amiga?
Javier no se inmutó después de las palabras hirientes de Viktor, aunque Luis estaba lleno de coraje.
-Javier, ayúdame por favor, este… ¡Maldita sea, me lastimas!-, dijo Azahena, mientras el monstruo le agarraba el brazo más y más fuerte.
-Tú bien sabes que no puedo dejarla ir, Javier. Este lugar necesita un cambio, al igual que la gente de este país. Van a cambiar las cosas, ya lo sabes. Siempre que se anuncian menos cosas malas, es porque algo peor va a venir…
Luis recordó todos los anuncios en el periódico, con menos noticias malas, y con una absoluta y aparente calma en el sistema.
-¿Qué es lo que vas a hacer?-, dijo Javier.
-Todo está pasando ahora mismo. La gente en sus altos puestos ha empezado a mover sus influencias. Muchas partes del ejército se mueven entre las sombras ahora. De verdad, fue fácil comprar a todo un país para moverse. ¿Y cuál es el móvil de todas las acciones?
Viktor se dirigía al monstruo con aquella pregunta. Con una mano libre, aquella criatura se arrancó la cabeza, literalmente, dejando ver a la persona bajo el disfraz.
-El miedo, Viktor. A la gente la mueve el miedo-, dijo Kerly, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Javier bajó la guardia, pero Luis seguía apuntando, aunque las piernas le temblaban.
-No puede ser…-, susurró Javier.
-Era simple, Javier, como Viktor siempre parecía llegar justo antes que nosotros, ¿no lo crees? Compartí la información con Viktor, además de hacer los documentos para el IECM, para no despertar las sospechas. Siempre tuve pistas del paradero de Viktor, pero nunca las compartí. Y hasta hoy, esa perra de Isabel se dio cuenta, y la dejé inconsciente. No podía perderme todo este espectáculo-, dijo Kerly, con una mirada enloquecida por la euforia de ser descubierta.
-Eres una maldita, ¿lo sabes? Una estúpida…-, dijo Azahena, pero Kerly apretó más su brazo y se quedó callada.
-Esta mujer apostó al mejor bando, Javier. Se vistió de Llorona para llevarse a Flor, que estaba muerta de miedo por supuesto. Luego fue a la universidad vestida de bruja junto con César. Y hace diez días hizo una maravillosa ejecución en el caballo negro. Y todo por causar miedo, el miedo que la gente tiene y que la mueve…
Luis no dijo nada. No podía simplemente decir nada. Javier volvió a levantar la pistola.
-¿Cuál es tu plan?
Viktor se paseó frente a ellos, con las manos juntas al frente y una sonrisa enorme.
-Voy a cometer el último sacrificio de un pueblo que necesita ser liberado de la opresión de estos feligreses y fanáticos. He reclutado a todos los pobres y a los marginados de esta ciudad para sitiarla, para hacer de este hermoso centro un lugar de miedo y de comprensión, incluyente y nuevo. Un lugar totalmente nuevo y hermoso. Ahora todos van a entender lo que es el miedo y lo que hace con las sociedades. Este es el momento para hacer lo que vino a hacer…
Javier sintió el cañón de una pistola en su cabeza, y aunque no podía ver quién lo hacía, lo sabía perfectamente.
-¿Luis?
El muchacho le apuntaba directamente a su amigo en la cabeza, temblando un poco. Las palabras le salían atropelladas:
-De verdad lo lamento… Necesito recuperar a Vianney, y Kunnel era la única solución. En el Palacio me dijo que hiciera lo que estuviera a mi alcance para llevarle a Azahena. Mandé el mensaje de tu celular, nadie te clonó nada, y lo borré antes de que llegaras… Lo lamento mucho.
Javier bajó su arma. No había nada que hacer. Sentía coraje dentro de él, un coraje inmenso, por la traición de su amigo. La única persona a la que le había entregado su confianza y amistad, ahora lo ponía en medio de un juego que ni siquiera él podía ganar.
-Te odio-, dijo Javier, mirando de reojo a Luis. El muchacho no dijo nada, aunque estaba poniéndose serio.
-Va a tener que dejarnos solo, señor Carrillo. Regrese al cuartel, avise a ese estúpido de Molina lo que debe saber, y regrese. Así tal vez le regresaré a Azahena, después de que mi plan sea completado-, dijo Viktor, sin inmutarse.
Luis le apuntaba a su amigo, mientras Javier se alejaba hacía la entrada de la plaza. Javier lo miró, con ojos de enfado, pero a la vez con tristeza y confusión. Diez años juntos, combatiendo crímenes y enemigos de todas las tallas, y ahora, el enemigo se encontraba en su propia vida. Se dio la media vuelta, y siguió caminando.
-Ahora, mi querida Azahena, ¿estás lista para ver esto…?
Azahena estaba llorando, mirando a Luis y a Viktor, a los dos alternamente. Cerró los ojos, no quería ver lo que pasaría.

Javier bajó las escaleras de la plaza, sin mirar hacia atrás. Decidió correr hacía la motocicleta, subir y avisarle a las autoridades. ¿Hasta dónde había llegado por fin la mano de Viktor Kunnel en su plan de conquistar a la ciencia? ¿Quiénes más se destaparían para dar el golpe final aquella noche? ¿Qué planes tenía para con la gente de la ciudad?
Subió a la moto, y pensó en su amigo, el traidor que le había apuntado con un arma en la cabeza. Ya tendría tiempo de enseñarle lo que Luis había cometido, todas esas heridas que le surcaban el corazón y la mente. Arrancó y se alejó unos metros por Calzada de Guadalupe.
Fue cuando aquella enorme explosión invadió el lugar, venida desde la plaza. El impacto fue tan grande que la moto empezó a balancearse peligrosamente, e hizo que se derrapara. Javier no pudo impedir el golpe en el poste de luz, el cual lo dejó inconsciente sobre la calle, con la pesada moto encima.
Sólo se escuchaban los gritos de la gente, los gritos y ninguna patrulla o ambulancia.
La Ciudad de México había sido tomada, y Javier despertaría hasta el otro día para ver todos los horrores…



FIN DE LA SEGUNDA PARTE


martes, 23 de abril de 2013

El Último Sacrificio Parte II: Amigos del Pasado.

LAMENTO HABER TARDADO MUCHO EN PUBLICAR UN NUEVO CAPÍTULO, PERO AQUÍ LO TIENEN, QUE LO DISFRUTEN.


Amigos del Pasado.
Hace tiempo que Daniel no recordaba las circunstancias que lo habían llevado a pararse en México desde hacía un poco más de 10 años. El vivía demasiado tranquilo en Boston, buscando un pretexto con el cual vivir siempre el día a día, a pesar de que su vida era un maldito basurero. Se miraba en los reflejos de los aparadores de ropa, con aquel cuerpo joven, delgado, no tan atlético, y la piel blanca, algo cetrina. Y esas horribles manos, de dedos alargados, y uñas mordidas por los nervios…
Siempre regresaba a la pocilga que él llamaba su “casa”, y la cual compartía con un montón de mocosos de su edad, vestidos con harapos. Olía siempre a marihuana, y nunca a café. El café siempre había sido su delirio y obsesión, pero ahí no había de eso, y el trabajo en la dulcería del cine no daba para demasiado café. Se sentó en el diván viejo, lejos del humo de la hierba quemándose, y miró hacía el techo, buscando en el bolsillo ese nuevo esmalte de uñas, de un color negro apergaminado.
-¿No tienes nada mejor que hacer?-, le dijo uno de los muchachos, aguantando la enorme bocanada de humo del cigarrillo casero de una manera casi sobrehumana.
-El que no tiene nada que hacer eres tú, Damon. Solamente ahí, aspirando esa cosa que te hace sentirte más especial, según tú. Prefiero verme bien…
Damon se levantó y tiró de un manotazo el frasco de esmalte de uñas, manchando el suelo de linóleo de un negro muy viejo.
-Eso es lo que le pasa a los idiotas como tu cuando quieren estar en lo más alto, ¿comprendes, basurita? Ahora, cállate y déjame hacer mis cosas en paz…
Las palabras de Damon y las risas de todos los demás envueltos en nubes de marihuana quemada, hicieron que Daniel reaccionara mal. Se levantó del diván, y del bolsillo de su pantalón, sacó una lima para uñas. Todo pasó tan rápido que nadie pudo haber reaccionado, entre risas y burlas. Daniel empuñó la lima y la clavó en el cuello de Damon, quién compuso una mueca de dolor y sorpresa, algo que no se esperaba. Daniel perforó las arterias con la lima, lo suficiente como para hacerlo con ambas manos.
La sangre se mezcló con el barniz para uñas en el suelo, y la ropa de Daniel estaba salpicada de ella. Se veían las manchas de sangre sobre la tela, y algunas gotas escurriendo por su mejilla, mientras Damon se retorcía por momentos en su agonía final. Todos los muchachos dejaron caer sus cigarrillos, e incluso una botella de ron se rompió sobre el suelo.
Olía a sangre, barniz y ron barato.
-Lárguense de aquí, escóndanse…
Nadie se movió. Solo miraban a Daniel, y luego al cuerpo de Damon, ya sin vida.
-¡Qué se vayan o los mato!
Todos salieron corriendo, algunos con un paso más acelerado. Daniel se quedó solo en esa estancia sucia, con olor a hierba y a muerte. Dejó la lima para las uñas en el cuello de Damon, ya no la necesitaría. Tenía que hacer algo, algo pronto.
Se limpió las manos en el fregadero de la pequeña cocina, mientras sus ojos empezaban a ponerse rojos, aguantando las ganas de llorar. Miró la estancia, y encendió la música en la pequeña grabadora, a todo volumen. Para ser un aparato viejo y pequeño tenía muy buena definición. También encendió la televisión, sin buscar un canal en particular, y también a todo volumen.
Daniel comenzó a buscar entre el montón de cosas algo que le sirviera.
-Uno de estos idiotas debió dejar uno al menos… Aquí estas…
Entre sus manos, deslumbraba un encendedor de plástico amarillo, con algo de líquido aún. Hizo la prueba, con aquel chasquido de metal, y una pequeña flamita salió a deslumbrar.
Tomó unos pedazos de tela, y los empapó con el ron sobre el suelo. Después, les encendió fuego, una llamarada leve y tenue al principio, pero que luego se convirtió en una gigantesca llamarada.
Daniel salió a tiempo por la puerta del callejón, esperando que su plan funcionara, y que tarde, muy tarde, lo descubrieran.

Daniel caminó sin rumbo fijo por las calles de Boston, viendo a la gente reír. Afortunadamente esa gente no vio la mancha de sangre bajo su chaqueta, si no, la felicidad se hubiera esfumado. Ya escuchaba a lo lejos las sirenas de los bomberos, aunque por la altura de los edificios del centro no podía distinguir el humo de su crimen.
Faltaba media hora para las 11 de la noche, y el cielo oscuro no le ofrecía ningún escondite asegurado. Siguió caminando, sin rumbo, sin esperanza de poder enmendar las cosas. Las lágrimas nunca salieron.
Y recordó que había un lugar al que podía asistir sin causar tanto escándalo. Se llamaba “El Callejón Bisexual”. Era un nombre tonto, pero funcionaba para describir aquel lugar. Era un simple callejón, con la entrada de un bar, en donde se podían dar encuentros, sexuales o no, de diversa gente, tanto heterosexual, como homosexual o bisexual, según fuera el caso. El hecho era que todos podían estar ahí sin hacer nada más que tomar o fumar, y eso podía ser algo divertido.
Daniel encontró el Callejón Bisexual quince minutos después de las 11, cuando sus pies ya no aguantaban aquel paso apresurado que llevaba. Fuera, las guirnaldas con focos alumbraban a los presentes: Un par de lesbianas platicando, con una cerveza en la mano; un chico y una chica en un encuentro pasional, cual pulpos peleando, y un solitario, mirando al fondo del callejón, cerca de la puerta del bar, esperando tal vez una conquista.
-¿Qué tal muchachito? ¿Buscas algo más que acción…?
Daniel se quedó de piedra, a medio camino de abrir la puerta del bar. Miró a aquel hombre de mirada lasciva.
-Lo siento. No creo que sea tu tipo.
Daniel entró al establecimiento, lleno de mesas, con una barra al fondo. Parecía oscuro, pero era el efecto de las lámparas rojas. Nadie se percató de la presencia del muchacho, ni siquiera cuando se sentó en una mesa apartada de todos. Miró sus manos, que temblaban de los nervios.
-¿Te sirvo algo?-, dijo una bonita muchacha de senos grandes, con una libreta y una pluma. Daniel la miró.
-Sólo agua. Tengo sed.
La chica frunció el ceño, y se alejó, caminando pesadamente. Volvió a los diez minutos con el vaso de agua, y sin más cortesía, Daniel empezó a beber.
La puerta del bar se abrió otra vez. Era un hombre, no tan alto, muy joven, con cabello corto, barba de candado, y unos lentes oscuros. Con la mano libre se los quitó, y los puso en uno de los bolsillos de su gabardina negra. Miró el espacio donde ahora se encontraba, con total indiferencia, y se encaminó a la mesa donde estaba Daniel. Como si no le prestara atención, el chico se limitó a tomar su vaso de agua, y a mirar al techo, nervioso. Si era un agente de la policía, tendría que afrontar las consecuencias de sus idioteces.
-Este lugar parece perfecto… ¿Puedo sentarme, no es así?-, dijo el recién llegado. Daniel detectó un acento extranjero en la voz de aquel sujeto, y no pensó que fuera de la policía, cuyos miembros tenían un extraño tono de voz a la irlandesa.
-Para nada…
El hombre se sentó, y le pidió a la misma chica un whisky, del mejor que tuviera. Después, colocó su maletín sobre la mesa, estirando un poco los dedos de la mano izquierda.
-No pensé que un chico de tu edad rondara estos lugares. Te ves muy joven…
Daniel miró al hombre más de cerca. Esa noche no era para tener sexo con un desconocido, y menos en ese ánimo.
-No soy tan joven como tú crees. Me llamo Daniel, Daniel Greene…
Los dos intercambiaron saludos de mano.
-Viktor Kunnel. Vine a cumplir un pequeño encargo de unos amigos aquí en Boston. No conozco casi a nadie, y pues la ciudad es enorme…
-¿No eres de por aquí, verdad? Me refiero al país, eres extranjero.
La chica trajo el whiskey.
-Sí, Alemania. Pasé trabajando algunos años por mi cuenta, haciendo encargos para investigaciones privadas y algunas más personales. Es mi primera vez en los Estados Unidos.
Daniel lo miró, pensando qué era lo que buscaba aquel hombre en Boston. Por su forma de hablar, tan calmada y calculadora, se imaginaba que podría ser algo más grande que una simple junta de negocios.
-¿Y qué clase de investigaciones?
Viktor sonrió, todavía con el borde del vaso de whisky en los labios.
-Se llama ciencia marginal. Casi nadie la conoce, y esperemos que nadie más se interese en ello, sinceramente. Es una especie de estudio en donde la ciencia convencional no entra, sólo admite reglas que no estaban contempladas. La criptozoología, la invisibilidad, los viajes en el tiempo, combustión espontánea, levitación, poderes mentales…
-Espera, ¿no todas esas cosas son consideradas como irreales?
Viktor soltó una carcajada, leve y sincera.
-Sí, todas son irreales, por eso no pueden demostrarse a través de la ciencia verdadera. Hay cosas tan pequeñas en el mundo que no se puede decir con exactitud si existen y es ahí donde entramos nosotros…
Otro sorbo de whisky, y Daniel ya pensaba que eso era algo extremo de escuchar. Se miró las manos por debajo de la mesa, y sintió que aquella podría ser la oportunidad de oro…
-Quisiera ver todo lo que haces para tu trabajo en la ciencia marginal. Digo, si no te molesta.
Viktor dejó el vaso vacío sobre la mesa, y lo miró, de nuevo, como si hubiesen sido amigos toda la vida.
-Está bien. Solamente quiero advertirte una cosa. Las cosas que hacemos no son muy bien comprendidas por muchos, y menos las que yo hago. Es la primera vez que pienso hacer una cosa similar, y no me llena de agrado, pero es necesario. Y si me permites confesarte algo, será la primera vez que puedas presenciar algo nuevo, algo que cambiará para siempre tu comprensión de la vida…
A Daniel le brillaban los ojos. Sentía que las cosas no podían ir mejor.
-Está bien. ¿Podría pasar la noche en tu casa o donde te alojes? No tengo a donde ir. No es una proposición indecorosa, aclaro…
-¡Para nada compañero! No te preocupes, creo que será mejor que vengas conmigo.

Daniel despertó al otro día, en un sofá ajeno al suyo, con un techo completamente desconocido. Viktor estaba en la cocina, preparando unos waffles.
-¿Dónde…?
-No te preocupes, amigo. Es mi departamento aquí en Boston. Anoche te vi demasiado agotado como para que te dieras cuenta. Ven a desayunar algo, y luego nos iremos…
Daniel se levantó como pudo, y se sentó a la mesa, para empezar a comer. No se dio cuenta que la playera, llena de sangre, se veía con todo su esplendor. Se miró, y cuando se dio cuenta, trató de escapar.
-No te vayas Daniel. No sé qué fue lo que hiciste, no me interesa saberlo. Ahora sé que eres una persona muy parecida a mí. La ciencia que yo manejo nunca se ha hecho así, simplemente. Hay algo más que se debe sacrificar en pos del conocimiento. Come, ya verás de lo que hablo…
Daniel regresó a su silla, y Viktor asintió, con una mirada de orgullo y tranquilidad.

Al filo de las 4 de la tarde, Daniel y Viktor se acercaron a la avenida principal en Boston. Había más gente de lo normal en los callejones y calles aledañas, y Daniel se acordó de pronto.
-¡Cómo pude ser tan idiota…!
-¿Qué pasa?-, preguntó Viktor, cuya mirada no se despegaba del camino que tenía delante.
-Hoy es el Maratón…
Y era cierto, era la fecha primaveral en la que se efectuaba el maratón, a mediados de abril. Por eso había mucha gente, pero aún Daniel no entendía de lo que se trataba.
-Es perfecto para nuestro experimento. Ahora dime, amigo, ¿qué es lo que más marca a las personas en una sociedad como la nuestra?
-La muerte, ¿quizá?
Los dos habían pasado cerca de un montón de gente que se dirigía a las gradas colocadas en las acercas de la avenida. Ya se escuchaban los gritos de algunas personas que empezaban a cruzar la línea de meta, después de haber recorrido kilómetros corriendo. Viktor y Daniel llegaron al pie de una escalera de incendios al costado de uno de los edificios.
-Tenemos que subir…
Daniel se adelantó primero, aunque Viktor le indicó que no subiera hasta la cima de la escalera. Él subía más lento, por llevar el maletín.
Se quedaron en uno de los descansos de la escalera, frente a una ventana cerrada, con las cortinas puestas. Desde ahí se veía mejor la carrera, y la gente celebrando tras unas banderas, en las gradas del otro lado.
-La muerte es un punto sin importancia para los hombres y mujeres, porque todos saben que van a llegar ahí, de alguna u otra forma. La muerte ni siquiera es un obstáculo… Mira el punto de allá…-, señaló Viktor, haciendo que Daniel se acercara al barandal de la escalera. Mientras el muchacho buscaba, Viktor sacó algo del maletín.
-¿Qué hay allá? Solo veo las gradas y la gente…
-Contratamos a dos chicos del M.I.T., creo que son hermanos, para que colocaran el aparato que nos hará medir la reacción de las personas. ¿Ya sabes lo que marca a la gente en nuestra sociedad?
Daniel no escuchó, pero siguió mirando. En un momento repentino, Viktor apretó el botón de su mando a distancia.
La bomba explotó entre las gradas y con la gente presente. Primero una, luego otra más lejana. El humo se levantó, y la gente empezó a correr, o al menos la que no estaba herida. Algo había en las bombas que la gente no alcanzó a reconocer, y que hacía que sus miembros, heridos o amputados, sangraran por todo el camino. El caos y la confusión reinaron durante un momento.
-¿Qué diablos hiciste…? ¿Qué había en esas cosas?-, dijo Daniel, encarando a Viktor, quién empezaba a guardar el mando a distancia en el maletín.
-Clavos en una olla de presión con explosivos. Sentiste miedo, ¿no es así?
-¡Estoy a punto de cagarme en los pantalones y tú preguntando eso!
Viktor sonrió.
-Esa era la idea. El miedo es la fuerza natural que corroe más a la humanidad, pero a veces, hay que hacer sacrificios para generarlo, modos artificiales para darle rienda suelta a lo peor en la mente de una persona. Ahora, te recomiendo sentir lo que la gente sienta, necesito tu empatía para con estos desgraciados…
Mientras caminaban por las calles, Daniel sintió todo el dolor de aquellas personas en la explosión. Había helicópteros y patrullas en las calles, pero nadie les dijo nada, nadie los detuvo. Comenzaron los rumores de ataques terroristas, de que cerrarían el centro de la ciudad, o de que incluso habría un éxodo masivo. Miró a Viktor, desde la espalda, y comprendió que no tenía opción más que seguirlo.

El pensamiento de Daniel regresó de nuevo al presente, mirando a lo lejos el Palacio de Bellas Artes en llamas, con el caos de las personas allá abajo, en el suelo, corriendo. Ahora él era el que sostenía el control, con aquellos dedos rematados en uñas de metal, que se había puesto un año después de haber dejado Boston. Las amaba, y le recordaban lo que había pasado. Eran el miedo mismo de la gente que había caído en ellas, todas aquellas gargantas cortadas y todos los vientres desgarrados.
Miró fijamente el fuego que su bomba había comenzado, y pensó que vendrían más como esa.
-Ahora me tocó a mí, maldito desgraciado…


 
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