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jueves, 4 de abril de 2013

El Último Sacrificio Parte II: Cena el 30 de Noviembre.


Habían pasado al menos 25 días desde que habían iniciado los entrenamientos, y Azahena Gomezcaña no recordaba tanta falta de piedad.
Los primeros días habían pasado demasiado lentos, con calentamientos largos desde temprano y luego altas sesiones de enfrentamientos, con sus respectivos golpes. Isabel y Kerly miraban atentas, en especial la última, anotando todas sus observaciones y los avances de cada uno.
Salvador se dio el tiempo necesario para estudiar un poco del xilam, una compleja forma de arte marcial prehispánico, que combinaba técnicas de pelea de los aztecas y los guerreros águila y jaguar, además del uso de armas cómo la lanza de venado, o los cuernos de este mismo animal, los cuales eran armas individuales, que se manejaban con la misma facilidad que un par de cuchillos. Aunque nadie podía siquiera imaginar un poco el sentido de estas enseñanzas, Salvador las usaba junto con las técnicas que él ya sabía, y la combinación fue un tanto explosiva.
Azahena sabía que Javier se iba temprano a entrenar en el gimnasio, lo que le daba un poco de ventaja en los entrenamientos. Salvador no era ni siquiera un poco paciente, y se pasaba regañando a todos, cuando no daban una patada bien, o no blandían las espadas de bambú cómo era necesario. Muchas veces hubo heridas leves, pero nadie se quiso quejar.
Azahena siempre entrenaba con Vianney, siempre que ella asistiera, y si no, Isabel le apoyaba con lo que fuera. Era malísima con la espada, pero Azahena parecía aprender poco a poco con las patadas y los golpes de otras técnicas, además de que su cuerpo tenía mucha fibra para hacerlo bien. Después de que ellas terminaran, se quedaban un momento para ver a los chicos, que siempre resultaban ser Luis y Javier, y muchas veces ambos terminaban un tanto lesionados.
Por fin llegó el 30 de Noviembre, último día del mes. Las actividades del equipo estaban convenciendo a muchos, ya que habían dado con dos de los cómplices de Viktor, quienes confesaron un poco antes de suicidarse. Una técnica demasiado eficiente, pero triste para Javier, quién tenía que preparar aquellos cuerpos, chicos que rondaban entre los 15 y 25 años, muy jóvenes, o muy idiotas.
-Sabemos ahora que Viktor está tomando a los muchachos de la calle para formar un equipo más grande. Los entrena, y los pone a consideración para otras tareas. Lamentablemente no sabemos nada más, y no esperamos más de estos muchachos. Algunos agentes, comandados por la señorita Isabel, salieron en la madrugada a patrullar algunas calles de la ciudad. Los niños de la calle desaparecen poco a poco, y todos los que hemos interrogado dicen lo mismo: “Se los han llevado los demás, los convencen y les prometen dinero y comida…”
Javier entendía muy bien las palabras de Molina, aquella mañana, después de que él hubiese llegado del gimnasio. Azahena lo miró. A pesar de ser un hombre de edad, Javier se veía en forma, más ancho de espaldas, con las piernas mejor marcadas.
-¿Pero por qué Viktor organiza así a sus muchachos?-, preguntó Luis.
-Es una medida de precaución. Mandar desde las sombras a los chicos, prometiéndoles cosas que seguro les está cumpliendo, a cambio de trabajos extraños. Por cierto, señor Zaldívar, tenemos que analizar el mapa que nos encargó revisar. No hemos encontrado concordancia con ningún lugar parecido en mapas modernos o mapas del siglo XVI. O más bien es una clave para encontrar otro lugar. Vamos a necesitar mucho más tiempo…
Luis asintió.
-Los dejo con su entrenamiento, y por favor, no quiero que tomen un descanso si no es necesario. Hagan todo lo posible por concentrarse, no queremos más sorpresas.

Después de las alentadoras palabras de Molina, tocó primero el turno a Javier para su sesión diaria. Esta vez, se enfrentaría contra Salvador con la katana de bambú. Javier, macizo y alto, no parecía tener miedo, y Salvador menos, ya que era un poco más ágil aún.
-Muy bien, doctor Carrillo, demuéstrame lo que has aprendido.
Los dos se miraron, frente a frente, con la katana apuntando al suelo. Se inclinaron en señal de respeto, y empezó el combate.
Azahena miraba atenta a cada movimiento de Javier, ya que era sorprendente su agilidad. Esquivaba, giraba y se protegía, con tanta fuerza que las espadas de bambú se tambaleaban con cada impacto. Salvador, aunque era de menor estatura, podía ponerse fácilmente a la altura, y se escabullía a la menor provocación. La espada de Javier cayó al suelo, pero en vez de darse por vencido, se tiró de espaldas, rodó sobre sí mismo, y encontró el mango de su arma, blandiéndola con la misma facilidad que al principio.
Esta vez, Salvador fue el sorprendido, ya que Javier, con un impresionante salto, se colocó detrás de su maestro, y le soltó un golpe a través de la espalda con toda la parte plana de la espalda. El sonido de aquel golpe hizo que Azahena y Vianney se estremecieran. Incluso Salvador cayó al suelo, arrodillado, apoyándose en las palmas de las manos. Su espada estaba lejos, tirada.
-Muy bien… Carajo, eso duele. Te toca a ti, Zaldívar…
Luis se acercó al centro de aquella bodega, con su espada en la mano. Javier se alejó para ocupar su lugar.
-Ni lo pienses, doctor. Tú te quedas. Los dos van a enfrentarse.
Los dos amigos se miraron, desconcertados. Se pusieron frente a frente, mirándose a los ojos, y se inclinaron. Pusieron posición de combate, pero ninguno de los dos dio el primer paso.
-Lo siento, chaparro. Si te destrozo, no es culpa mía, ¿estamos?-, exclamó Javier, sin perder la pose.
-¿Qué dices? Para nada, compadre. Te voy a sacar unos cuantos moretones más…
Y las espadas dejaron de estar quietas, y rasgaron el aire en movimientos rápidos. Luis tuvo que doblarse hacia atrás, porque Javier se movió demasiado rápido, esquivando su primer golpe. Después, el muchacho pasó por debajo del brazo estirado de Javier, intentando hacerle daño con la katana en el vientre. Pero Javier reaccionó antes, y su espada se movió justo a tiempo para chocar contra la de Luis.
-¡No es justo!-, reclamó Luis.
-No grites, no te desesperes, y concéntrate. Tu también, Javier. Dale cómo se lo merece…
-Perfecto…
Javier se sentía más confiado, y a partir de ahí, sus movimientos fueron más violentos y rápidos. El aire se escuchaba cómo silbidos, heridas de muerte de unas katanas de bambú furiosas. Pronto, el entrenamiento se volvió pelea, una pelea con saña.
-¡Órale cabrón! ¿No tienes los tamaños o qué?-, gritó Javier, mientras se empeñaba en ponerle la fuerza necesaria a cada golpe. Luis se enfadó, y su rostro se veía rojo, por el hecho de enojarse, no por el esfuerzo físico.
-¡Cállate y dale con todo lo que tengas!
De nuevo, Luis se abalanzó, dando todo lo que tenía en sus manos para imprimirle fuerza a cada movimiento y a cada golpe. Luis ya ni siquiera usaba ambas manos, sino sólo una, para mover la espada. Javier saltaba y se agachaba cada vez que Luis le propinaba un nuevo golpe, los cuales siempre retrasaba con ayuda de su arma.
Y entonces, en un movimiento que pareció ser más que coincidencia, Javier le dio fuerte a Luis en una mejilla, con la punta de la katana de bambú. Todos se quedaron en silencio, e incluso Azahena se levantó y corrió hacia donde estaban los dos.
Luis tiró su katana, y se lanzó contra Javier, a golpes y patadas sin sentido. Javier ni siquiera le contestó con golpes, pero trató de detenerlo, de calmarlo, aunque en el fondo también estaba enojado.
-¡Eres un…! ¡No vuelvas a humillarme! Ya me cansé… de tener que estar siempre… a tu estúpida sombra. ¡Cabrón!
El muchacho salió corriendo del lugar, todavía con la mejilla enrojecida, y los ojos furiosos.
-¡Luis, espera!-, gritó Vianney, corriendo detrás de él. Azahena se quedó a lado de Javier, revisándole el rostro o el cuerpo. Pero parecía que nada podía dolerle más que aquellas palabras.
-Lamento esto, Javier. Le avisaré a Molina que acabamos por hoy-, dijo Salvador, saliendo más tranquilo por la puerta. En cuanto el joven se retiró, Javier se irguió por completo, y fue a patear su propia espada contra la pared.
-Tranquilo Javier, por favor. No ganas nada con enojarte, ¿entiendes?-, le dijo Azahena, tratando de acercarse a él, a pesar de que estaba lleno de furia.
-¿Escuchaste lo que me dijo ese maldito…? No tiene derecho de decirme esas cosas…
-Ya lo sé. Es tu amigo, han estado trabajando juntos diez años, y créeme que no lo dijo de verdad. Es este maldito régimen de entrenamiento, una y otra vez. Necesitamos estar más tranquilos…
Javier respiró, se tranquilizó, y sintiendo que el sudor le corría por la espalda, no hizo más que cerrar los ojos.
-Lamento que hayas visto esto, Azahena. Creo que tienes razón, las cosas son demasiado complicadas ahora, mucho más que antes. ¿Crees que valga la pena todo esto?
Javier se sentó en el suelo, poniendo sus enormes manos en la cabeza. Azahena se inclinó junto a él, poniendo sus manos en los hombros enormes de su compañero.
-Todo tiene su propósito, Javier. Necesitas estar entero y bien puesto en el suelo, si no, no tiene caso seguir. Tienes que mirar hacia el futuro y preguntarte a ti mismo si mereces seguir aquí. Las cosas van a ser más difíciles cada día que pase sin aparecer ese maldito. Y cuando por fin demos con él, todo será irreversible. Tienes que ser fuerte…
Javier puso una de sus enormes manos sobre la de Azahena, volteó para mirarla mejor, y le sonrió.
-Tenemos una cita en la noche, no lo olvides por favor…
Azahena recordó la cita que le había propuesto Javier la semana pasada. Se le había hecho una buena idea, para poder despejarse de todos los problemas que ambos tenían. Ella aceptó, aunque aún no sabía de lo que se trataba. Recordando aquel pasaje, se le soltó una carcajada.
-No lo olvidaré. Voy a tener que prepararme bien, no quiero ir toda fachosa, sea lo que sea lo que me tengas preparado…
Él le sonrió, y se levantó, quedando frente a ella, muchos centímetros por encima de su mirada.
-No te preocupes, no soy tan malo como Kunnel…

Luis estaba mirando por la ventana de uno de los pasillos de la IECM. La ciudad apenas despertaba en aquella mañana, con la gente que iba y venía por encima de las aceras, los edificios del centro que se dibujaban tan lejanos, tan llenos de secretos.
Vianney lo alcanzó, jadeando un poco del esfuerzo de no haberlo podido encontrar antes. Él pareció no ponerle atención, ya que aquella bella ciudad, de calles misteriosas y estructuras incomprensibles, le devolvía la mirada, cómo aquella amante a la que nunca pudo tener.
-¿Por qué hiciste eso?-, dijo la muchacha, convencida de que su tono de voz sería suficiente para despertar a Luis de su ensoñación.
-Me trata como si no supiera hacer bien mi trabajo. Como si algún día fuera a necesitar su ayuda. Me salvó la vida una vez, y espero no tener que hacerlo yo para darle un poco más de lástima…
Un auto pasó zumbando por la calle que Luis tenía enfrente. Le maravillaba ver las cosas de afuera, aunque las entendía perfecto, juntas eran algo que jamás podría explicarse. Sintió de nuevo remordimiento por su amigo, y algo de odio por aquellas palabras, por todas las humillaciones…
-No digas eso. Javier es una buena persona, pero creo que sólo fue el agotamiento. Los dos ni siquiera estaban pensando de manera cabal, ¿no lo viste? Era como si tuviera ya a su verdadero adversario enfrente de él…
Luis se desprendió de la mirada de aquella ciudad, y de repente posó los ojos en Vianney. Ella estaba atenta a la mirada de él, unos ojos que jamás le había visto.
-Tal vez eso es lo que considera él que soy. Su adversario, después de todo. Tengo que prepararme, si Molina quiere verme, no puedo estar así…
Luis se despegó de la ventana, y se encaminó de regreso al pasillo. Vianney lo siguió, antes que él se detuviera.
-Tengo una presentación especial en el Palacio de Bellas Artes en la noche. Hablaré de las técnicas y usos del “flor y canto” en la literatura contemporánea. Espero pueda verte por ahí. Además, es un tema que te gusta mucho. Por favor, olvida lo que pasó hoy. No tienes por qué presionarte por algo que ni siquiera vale la pena. Sal un poco, distráete con algo que te haga olvidar tantas cosas.
Luis la miró, y asintió. Ella sonrió, un tanto sonrojada.
-Siempre convences a la gente. Te veré ahí, lo prometo. Y sé que no me defraudarás, eres una mujer muy inteligente. Por algo Molina te contrató. Ahora déjame ir a ver que desea el comandante. Te veo en la oficina…
Luis se alejó trotando un poco por el pasillo, y Vianney lo vio alejarse, antes de que ella se asomara también por aquella ventana.
La ciudad le devolvió la misma mirada de indiferencia…

Molina y Salvador estaban en la oficina, y Luis aún no llegaba. Se miraron mutuamente, Salvador tratando de entender mejor lo que el comandante le quería decir.
-Es imposible señor comandante…
Molina asintió, con una terrible expresión en el rostro.
-Pensé lo mismo, pero no es así. Por algo el director del Museo de Antropología confió en que Javier Carrillo lo encontrara, pero al menos pasó la responsabilidad a Luis. Vamos a tener que decirle, para que el equipo especial pueda analizarlo.
Salvador asintió, mirando de repente la hoja encima del escritorio. Algo muy malo resultaría de esto…
-¿De qué me perdí?-, preguntó Luis entrando abruptamente en el despacho. Los dos presentes lo miraron, con toda su ropa desentonada y su cabello mojado, después de una buena ducha.
-Siéntese señor Zaldivar. Primero me daré la libertad para amonestarlo. No pueden simplemente usted y el señor Carrillo hacer muestra de sus problemas personales en el entrenamiento. Sea cual sea el problema con su compañero, estoy aquí para que me lo diga…
Luis miró a Molina, en cuanto tomó asiento.
-Lo siento, comandante. Fue el calor de la pelea, algo que surgió de repente, y no volverá a pasar…
-Exacto, no volverá a pasar. Ambos son elementos muy fuertes de este equipo, y no quiero que se repita de nuevo. Vuelvan a la práctica del xilam, y no a las peleas. En otras cosas, hay algo que quiero comentarle…
Salvador le estiró el documento a Luis. El muchacho le echó un vistazo rápido, aunque no lo comprendía demasiado.
-¿Qué es esto?
-Es el mapa que usted mismo nos confió hace tiempo, como forma de apoyar a la investigación del homicidio en el museo. Lo analizamos un poco mejor en este último mes, esperando encontrar una relación entre lo que está haciendo Viktor Kunnel y lo acontecido hace diez años. Encontramos esto. No es un mapa como tal, sino fragmentos. Es una ruta, que conecta el sur con el norte, un camino que termina en la parte superior, en un lugar delimitado como “El Monte de la Madre en la Tierra”…
Luis observó el mapa, mientras Molina le explicaba el sentido del mapa. Parecía una serie de fronteras, como las que existían entre el lago de México y la costa del mismo alrededor del año 1520, un año después de la llegada de los españoles. El camino atravesaba ciertas partes del lago, desde el sur de lo que sería hoy la Ciudad de México, pasando por en medio de la isla donde se asentaba Tenochtitlán, y luego directamente al norte, pasando del lago, llegando a una zona un poco escarpada.
-Es un mapa de Tenochtitlán. Los aztecas tuvieron que haberle seguido la pista desde el agua. ¿Qué tiene que ver con Kunnel?-, preguntó Luis, siguiendo con el dedo la fina línea que marcaba el camino, envuelto entre letras inteligibles y algunos dibujos sin sentido.
-Lo encontré yo por casualidad, y está marcado con los cuatro puntos con pluma en esta copia, los cuales coinciden con la presencia de unos símbolos, los únicos que se repiten en el documento. La ruta sigue un camino demasiado conocido para nosotros, al menos en nuestras primeras pesquisas. El primer punto parte desde Xochimilco, y continúa así hasta el encuentro de la zona que ahora es Ciudad Universitaria…
Luis miró a Salvador, con ojos exorbitados, mientras el médico le explicaba su descubrimiento. Los puntos de la hoja estaban cercanos a símbolos que representaban una flor sencilla de cuatro pétalos, enmarcada en un cuadrado.
-No puede ser…
-Así es, señor Zaldivar. Ni siquiera yo mismo lo creí cuando lo vi. Viktor Kunnel, antes de que usted recuperara esta hoja del manuscrito, había descubierto, de alguna manera, el camino que sigue este mapa. Lamentablemente, al norte del lago de México, había cientos de cadenas montañosas, y cualquiera podría ser el final para este viaje. Confío en que usted, más que nadie, encuentre una respuesta, y pronto…
Luis asintió, con la boca medio abierta de la impresión.

La noche llegó tan pronto, y Azahena estaba lista. Javier le había propuesto vestirse elegante, muy especial para la ocasión. Se miró al espejo, el enorme espejo de su habitación en el departamento que rentaba la IECM para ella, y contempló su figura, con aquel vestido elegante, largo, con vuelos hermosos de color azul marino que caían al suelo, y la tela azul claro que entallaba aún más sus curvas femeninas.
Sonrió, y se acordó de repente de Viktor, de aquellas noches en las que lo veía, siempre escondido, pero preparado, con alguna cena romántica. Aunque ella a veces se sentía incómoda, pensar en una forma de salvar a su familia y al país que amaba la dejaban divertirse un poco, y sonreía cuando él le hacía un chiste, con aquel acento alemán, con sus ojos profundos y rudos, y su aspecto fuerte…

Azahena llegó unos minutos tarde, y Javier ya estaba esperándola en la mesa que había reservado. Él llevaba un grandioso traje de color negro y corbata de color azul. Al menos habían coincidido en algo. Ella se acercó, con el chal por encima de los hombros y el bolso en la mano izquierda. El peinado de ella, con aquel color rojo, contrastaba mucho con la escena del lugar.
Era una hermosa terraza, en la zona de restaurantes en Insurgentes, en la zona sur, con las luces de los locales encendidas. Había unas guirnaldas adornando por encima de las mesas, y el balcón que estaba a un lado de la mesa de Javier lucía un adorno de luces verdes y ambarinas. En el ambiente había un olor a carne, maíz, queso y pollo.
-Te ves muy linda-, dijo Javier, sonrojándose un poco, invitándola a sentarse, antes de que él tomara asiento. Ella sólo sonrió.
-Muchas gracias. Es un hermoso lugar aquí. Tú te ves muy elegante, lo admito…
Javier se carcajeó, y Azahena le hizo segunda. Se miraron durante un largo momento, hasta que el mesero les trajo las cartas, unas hermosas piezas de tela bordadas, con las letras y las fotos impresas en ellas.
-¿Y qué vas a ordenar?-, preguntó Javier, mirando de repente la carta, de repente a Azahena.
-No lo sé, tal vez unas quesadillas. Hace mucho que no las pruebo…
-¿Unas quesadillas? ¿Estás de broma? Mira, hay cosas más ricas, no sé, los chapulines con chile, escamoles, cosas así…
-Esos son insectos, y nunca me atrevería a comerlos. Si quieres, pídelos, y entre los dos los probamos. Yo quiero mis quesadillas-, dijo Azahena, sonriendo, como una niña traviesa que se sale con la suya.
Javier ordenó las cosas, incluido un pozole y un pambazo para él, y esperaron la comida. Mientras tanto, las bromas y la plática hicieron hambre y tiempo suficiente antes de que llegaran los platillos.
-No entiendo cómo puedes pedir quesadillas, Azahena. Estamos en un restaurante mexicano de haute cuisine, aquí preparan comida estilo prehispánico, carísima y que casi no se consigue, y tu pides quesadillas…
Javier frunció el ceño, en esa expresión que le causaba risa a Azahena, y la hacía sentir más en confianza.
-¡No me molestes con eso! La verdad es que después de una estancia en “aquel lugar”, la comida habitual se te antoja demasiado. El tiempo que yo paso con ustedes en la IECM se agota demasiado, y ya quería comer algo diferente, que no fueran verduras y cosas raras…
Los dos se rieron, incluso ella a carcajadas, al recordar algunas de las sesiones de entrenamiento. Después, vino la comida, y se hizo un poco el silencio mientras comían, con todo y el pequeño plato de chapulines con chile en polvo que estaba en medio.
Después de la comida, y para estirar un poco las piernas, Azahena y Javier se sentaron en unos estilizados bancos de madera, a la orilla del balcón. Miraban a las parejas por encima de las aceras, los autos pasando por una de las avenidas más largas del mundo, y escuchando la música tradicional que venía del piso de abajo. La noche parecía verdaderamente indescriptible.
-Recordé cuando le tuve que quitar uno de sus dientes a Samuel. Se lo arranqué, y subí la foto de su boca con los agujeros a Facebook. Extraño a mis hijos, y creo que tú lo sabes…
Javier la miró, la tomó de la mano, y asintió. Ella no hizo más que mirar hacía la avenida, sintiendo sus ojos húmedos, y la mano enorme de Javier entrelazándose con sus dedos.
-Lo sé, Azahena. El comandante Molina aún no quiere que te reúnas con tus hijos. Tenemos que apresurarnos a resolver todo esto. Te prometo que volverás a ver a Samuel pronto…
Ella ahora sí lo miró, con una lágrima escurriendo de su mejilla, que se perdió en el escote de su pecho. Él no dijo nada, y no quiso perder la oportunidad de decirle lo que sentía, aunque eso lo hubiese hecho perder más tiempo.
Si el lector hubiese visto esta escena por debajo, más allá del balcón, hubiera tenido la mejor vista de amor y de comprensión. Ambos cuerpos se inclinaron, mientras el mariachi tocaba una tonada dulce y suave, y sus labios se encontraron. Solo bastó un instante, un pequeño momento, para que el aroma dulce de sus alientos se fusionara, en un hermoso beso, tan dulce como la miel, como una alegría con pepitas, y el mundo para ellos nunca fue el mismo…

Viktor Kunnel miró dos de las cuatro puertas de aquel pasillo, en el viejo edificio abandonado. En uno, Flor Chávez vivía incomunicada, con muchas atenciones, y una que otra comodidad, pero siempre apartada del mundo. En el otro, Ángeles Cruz sufría otra especie de tortura. El recinto donde ella estaba era una cripta negra, oscura en su totalidad, y en la cual, entraban y salían individuos, que sin hablar ni gritar, asustaban a la muchacha. Sus gritos podían escucharse, pero eran necesarios. El miedo era necesario. El aislamiento era justo. Así estaban los planes, y él lo comprendía.
Aún le faltaba llenar dos de esos cuartos. Su paciencia se terminaba, y las cosas parecían más lentas, más estúpidas. El trabajo mayor iba rindiendo frutos, y aún faltaba un golpe final…
-Te traje un poco de café. Lo preparé yo mismo, no quiero tener que volver a prescindir de uno de tus muchachos…
Daniel apareció de repente, a un costado de su jefe, y le entregó una taza. Se recargo en la pared del pasillo, mirando las puertas también. Viktor las analizaba, y Daniel, con su sonrisa, parecía burlarse de aquella situación.
-¿Ves esos cuartos? Son el resultado de algo que yo mismo he querido desde hace años. El mundo es un asco, Daniel, de verdad lo es. Y quien lo mejore, podrá disponer de él y de sus habitantes de la mejor manera. En México encontré un encanto sin precedentes. La magia de sus costumbres no tiene precedentes. Y la gente hace lo que se le dice, esos borregos siguen el camino de la muerte…
Daniel no se dio cuenta que, entre las piernas de Viktor, descansaba su pequeño mapache, que sacudía la cola cada vez que su amo le pasaba los dedos por el lomo.
-¿Y crees que ellos crean lo que vienes a buscar? Es una empresa muy complicada, y hemos arriesgado demasiado cómo para que no se cumpla la promesa que nos has hecho.
- Ya saben lo que viene, y ni siquiera así se atreven a enfrentarme... Cuando cumpla mi cometido, cuando efectúe ese sacrificio, nadie más se atreverá a cuestionar el poder de la mente sobre la materia.
Daniel asintió, y tomó un nuevo sorbo de su café. No escuchó con claridad cómo Viktor, aquel hombre de mirada profunda e ideas radicales, murmuraba entre dientes, mirando aquellas puertas:
-Licht der Vernunft, Licht der Vernunft, Licht der Vernunft


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