Agradezco siempre a la gente que me lee, en verdad que un escritor no es nada sin ustedes, mis queridos lectores, los quiero mucho, y para siempre...
Agradezco
a todos mis lectores, y va dedicado al mejor detective del mundo, mi amigo
Javier Carrillo, quien ha inspirado este relato. ¡Gracias a todos y gracias a
la vida!
-Se nos acaba el tiempo, señorita Chávez, un
tiempo que lamentablemente era demasiado corto... ¿Tiene usted la información
requerida, verdad?-, dijo la voz en la computadora. Muchas veces las
charlas eran con sólo la voz y muy rara vez podía verle la cara a la otra
persona. Flor Chávez lo sabía, y ya estaba acostumbrada.
-No se
preocupe de nada señor. Tratamos de buscar lo necesario para hacer frente a
cualquier amenaza. Luis envió el informe de lo acontecido el 16 de septiembre y
las confesiones completas-, dijo Flor, rebuscando en sus archivos todo lo que
le fuera útil.
La voz en
la computadora esperó un poco.
-¿Ha visto últimamente al señor Carrillo?
¿Cómo está?
-Lo veo
aturdido, tranquilo, con mucho tiempo para pensar, tal vez. Pronto llegará el
momento justo para darle lo que usted le manda, señor...
-No deje la vigilancia, señorita Chávez. Él
es todo lo que tenemos, y no quiero errores. Nos dedicamos a salvar vidas, y
eso vamos a hacer.
Y la voz se
apagó. Flor resopló aliviada, y cerró la laptop. Tenía que mandar el nuevo
archivo pronto...
Empezaré
por decir que lo que tengo ha sido con esfuerzo, y que incluso la amistad con
Javier es el fruto de un esfuerzo compartido cómo ningún otro. Hace casi 1 mes
que vivimos esa mala experiencia en la casa Gomezcaña y ahora descansamos, por
un breve tiempo. Es en los días de noviembre próximo cuando hemos de cumplir 9
años de amistad sincera.
El hecho
de habernos conocido en circunstancias tan especiales me hace recordar que todo
ello nos llevó a ser lo que somos, y a asumir, en mi caso, el futuro incierto
de nuestros actos. Y ahora que estamos preparados para cualquier cosa, tenemos
que prepararnos mejor, para lo que sea.
¿Cómo nos
conocimos? Bueno, no fue gran cosa. Yo tenía que completar información para un
proyecto de la tesis, y me dirigí al único lugar disponible para mis
propósitos...
Luis
acababa de entrar a una pequeña oficina en lo alto del recinto. Una señora muy
bien vestida, con anteojos azules y las uñas haciendo juego con ellos, revisaba
unos papeles mientras él observaba. Estaba nervioso, pero no podía hacer nada
más que esperar.
La señora
por fin habló:
-Perfecto
señor Zaldivar. Ha sido muy específico con su petición y creemos que puede
obtener el permiso. Por lo que a mí respecta, la investigación filosófica de la
cultura azteca debe ser todo un reto...
Luis
asintió nervioso.
-Sí, y muy
complicado. Pero creo que será una excelente oportunidad de comenzar algo en
grande.
La señora
se quitó las gafas y sonrió de manera satisfactoria. Tomó todos los papeles y
los depositó de nuevo en la carpeta.
-Me parece
perfecto jovencito. Cómo sabe, mañana es primero de Noviembre, y el museo
permanecerá cerrado, pero la
Biblioteca estará a su disposición más o menos hasta las 9
p.m. Contamos con que encontrará la información deseada, ¿no es así?
-Eso creo,
pero más vale venir temprano para apresurarme. No es mucha información pero lo
que pueda hacer será suficiente.
-Entonces
bienvenido sea. Lo esperamos mañana para que comience con su investigación lo
más pronto posible. A la gente le damos una semana de prorroga para utilizar la
biblioteca, por lo que le sugiero no perder tiempo.
Los dos se
levantaron de sus respectivas sillas y se dieron la mano. Luis sonreía
tímidamente, y la señora esbozó una verdadera mueca de felicidad, incluso con
esos lentes un tanto ridículos.
-Por
supuesto, haré todo lo posible por aprovechar mi tiempo aquí…
Por otro
lado, Javier se encontraba en su trabajo cómo profesional del crimen. Cuando me
contó, nunca lo pensé de manera abierta, pero él desentrañaba algunos misterios
mucho antes de que nos asociáramos. Era sorprendente pensar en lo que hacía, y
más imaginar las posibilidades…
Aunque no
dejo de pensar siempre que mi amigo es un profesional para las cosas que hace,
es un trabajo algo asqueroso, y más tratándose de cadáveres. Lo bueno es que,
con los muertos que hemos tratado, no ha habido tanto problema. No están en
proceso de putrefacción…
La sierra
especial cortó el pecho con un crujido que retumbó en el espacio cerrado del
quirófano del área forense del Hospital General. Habían llevado tarde aquél
cadáver, y el único médico de guardia era Javier Carrillo, un profesional en el
área forense desde hacía ya unos 2 años. Trabajaba con los cadáveres de
crímenes, haciendo algunos ensayos primero y corrigiendo después. Era una
ciencia exacta, un trabajo que merecía buscar bien por todas partes.
Y el
desdichado que acababa de abrir había llegado con una urgencia inusual para ser
las 11 p.m. del 31 de octubre. Incluso los policías de la PGR habían puesto un monitor
con la imagen de un importante jefe de la policía, llamado “comandante Méndez”.
El hombre que veía desde el monitor tenía un rostro severo, y analizaba a cada
movimiento que daba Javier.
-¿Algún
problema señor Carrillo?, dijo el comandante Méndez, mirando con sumo cuidado
el trabajo del joven médico.
Javier
estaba viendo uno de los costados del hombre, y se había descuidado por
completo del pecho abierto cómo una extraña flor de carne y sangre. La cara inexpresiva
del hombre muerto miraba también hacía el monitor, con ojos vacíos y la lengua
de fuera. Había algo cerca de sus costillas.
-Acabo de
encontrar algo sumamente interesante, comandante. En primera, déjeme explicarle
los pormenores de lo que encontré primero. Hombre latino de alrededor de 45
años, al parecer con buena salud, ya que su piel no muestra otros rasgos que
nos indiquen enfermedades. El cadáver lleva dos días en estado de
descomposición, lenta, eso es obvio. No hay traumatismo craneal, y sólo tiene
ambas piernas rotas. Todos los órganos en orden, el corazón sin fallas, ni
siquiera hay apendicetomía ni una posible vasectomía. A excepción, obviamente
de lo que acabo de encontrar.
-¿Y de que
se trata, señor Carrillo? Me dijeron que su trabajo es algo que se aprecia de
verdad, no me decepcione.
Javier
esbozó una sonrisa detrás del cubre bocas, entrecerrando los ojos un poco por
detrás de los lentes cubiertos con gafas especiales de trabajo. Se ajustó aún
más los guantes.
-Para nada,
comandante. Lo único raro que he visto aquí es que el costado derecho presenta
un tipo de perforación… Efectivamente, son disparos…
Javier
revisaba con cuidado la piel casi mohosa de aquel hombre, y encontró al menos
tres agujeros de bala, de un calibre grande. Los agujeros tenían los pliegues
de la piel hacía dentro, cómo debían ser los disparos, por eso pudo
identificarlos.
-¿De qué
calibre piensa usted que pueda ser?-, dijo el comandante, sin quitar el ceño de
seriedad de su rostro.
-Entre 7 y
8 mm…
-Cuerno de
chivo. Señor Carrillo, está ante la víctima de un narcotraficante. Necesito que
me haga un informe y después…
Pero Javier
se levantó y metió la mano dentro del costado, por la abertura del pecho,
cuidando de no ensuciarse tanto con el pulmón y los restos putrefactos del
interior. Sacó de dentro las tres balas que nunca salieron, y de un tirón, una
costilla que crujió y se levantó con un buen trozo de piel y músculo necrosado.
El comandante se impresionó de inmediato.
-¿Pero qué
es lo que hace?
-Procedimiento
estándar, señor comandante. Esta costilla ya estaba rota y se encontraba
dentro, obstruyendo el paso hacía las balas. Esto no lo hizo el cuerno de
chivo, señor. A este hombre le dispararon después de una tremenda golpiza. Lo
torturaron rompiéndole las piernas, y cómo no confesó, lo asesinaron. Era fácil
ya con dos costillas rotas. Tal vez lo abandonaron a que se muriera lentamente…
-Eso no
concierne que lo investigue usted, señor Carrillo. Por favor, limítese a
entregarme un reporte sencillo con los detalles de la necropsia. Y con todo
respeto, si quiere ser detective, los exámenes empiezan la siguiente semana.
Pasarán a recoger el cadáver en una hora, así que le recomiendo que lo cierre
con cuidado. Muchas gracias…
Y el
monitor se apagó. Javier se quitó un momento el cubre bocas, a pesar de la
peste, y su rostro hizo un gesto de asco. No fue el olor del cadáver, sino la
forma en la que lo había tratado ese tal “comandante”.
Terminó de
arreglar el cadáver en menos de media hora. Después, se quitó todos los aditamentos,
y volvió a mirar el rostro sin expresión de aquel hombre.
-¿Qué fue
lo que les dijiste para que te trataran de esa forma? Ni siquiera traes
identificación, y tu cara se ve terrible, amigo narcotraficante. Espera…
En la mano
derecha, llena de moho y de lodo, había una extraña inscripción que no había
visto. Era un tatuaje, o algo así, hecho con tinta roja. Parecía una línea
horizontal, y sobre ella, una serie paralela de tres puntos. Eso también debía
memorizarlo para el informe final…
Cuando
comenzó el 1º de Noviembre, las calles ya se sentían con el festejo del día de
muertos. La gente iba y venía, niños con disfraces, adornos por todas partes,
música alusiva…
Lo que me
impresionaba más en esos días era el delicioso olor del pan de muerto, de
almendras o nueces; del dulce de calabaza, de las cocadas, de las paletas. Era
un sentimiento muy grande de pertenencia. Pero tenía que apresurarme, para
poder llegar temprano a la biblioteca.
Cuando
llegué en el autobús, cerca de Chapultepec, divisé el Museo de Antropología e
Historia, un edificio de más de 30 años de edad, de fachada gris y recta,
rodeado de árboles y de caminos a través del bosque. En la entrada principal
había una enorme estatua de Tlaloc, el dios azteca de la lluvia, que se veía
pesado y demasiado grande. Caminé hacía dentro, pasando una enorme fuente que
brotaba por encima del paso al estacionamiento. Delante estaba una puerta más
grande, coronada por un arco tallado con motivos prehispánicos, y dentro, el
gran atrio o vestibulo.
Debía
tener cuidado de no mojarme, ya que el techo del vestíbulo era una enorme
fuente, llamada El Paraguas, sostenida por una columna gigantesca en el centro,
que estaba igualmente adornada con motivos aztecas, cómo si fuera un “árbol de
las almas”. Cruzando la fuente, estaban las puertas de cristal que daban
directamente a la recepción del museo.
Ahí ya me
esperaban, la señora que me atendió el día anterior, y un guardia del museo, al
parecer estaban revisando unos papeles o algo así…
-Bienvenido
señor Zaldivar, llegó muy justo a tiempo, por lo que veo es puntual cómo me
dijo.
-Así es,
señorita…
-Dígame
Glenda, por Glenda Lugo, por favor. Mire, necesito arreglar algunos asuntos
antes de poder acompañarlo. ¿Podría esperarme un momento por favor?
Luis
asintió, mientras Alma y el guardia de seguridad se iban caminando hacía una de
las oficinas, mientras discutían acerca de sus asuntos privados. Miró por
encima del cubículo circular de la recepción, hacía los jardines interiores del
museo, y se puso a pensar en lo que venía a continuación, cuando alguien le
tocó el hombro. Luis se asustó demasiado, volteó y miró a un hombre, enfundado
en traje negro, con un rostro amable y divertido, a pesar de ya tener alrededor
de unos 50 años.
-Buenos
días joven. Lo siento, pero el museo hoy no está disponible y…
-No, no se
preocupe, señor. Yo solo vine a usar la biblioteca, y mi semana comienza hoy.
Disculpe, Luis Zaldivar…-, dijo el muchacho, estrechándole la mano al hombre,
que la tomó, divertido.
-Mucho
gusto. Soy Daniel Ramírez, director general del museo…
Luis
palideció. No lo había reconocido inmediatamente, y mucho menos por haber sido
uno de los hombres del momento en las noticias en casi todos los medios.
Balbuceó un poco y luego dijo:
-Lo siento
señor Ramírez, no lo reconocí, pensé que…
-No te
preocupes muchacho. Creo que la señorita Glenda no va a venir pronto después de
todo. ¿Quisieras acompañarme por favor?
El señor
Daniel hizo un movimiento con su mano y le indicó el camino. Luis lo siguió un
poco apenado aún, y se dirigieron a las puertas de cristal que daban al museo.
El olor de
los jardines bien cuidados hizo que Luis pusiera más entusiasmo en lo que se
proponía, y más por que, de frente a ellos, bordeando un poco las áreas verdes,
se encontraba la entrada a la sala Azteca, la más imponente de todas. En la
entrada, un enorme tigre tallado en piedra gris recibía a los visitantes, con
sus enormes ojos y sus fauces abiertas. Y en la pared del fondo, puesta en un
pedestal enorme, e iluminada con cuidado, la Piedra del Sol, un calendario en forma circular
que se usaba, presumiblemente, para marcar los días y las fechas. En el centro,
y rodeado de varios símbolos que Luis no pudo identificar, había un rostro con
la lengua de fuera, y una mirada penetrante.
-Es
Tonatiuh, el dios del sol. Pensamos que es un calendario, y lo es, pero no
sabemos si ese era su uso correcto. De todas maneras, espero que encuentres
agradable todo el museo-, dijo Daniel.
-No se
preocupe señor director, ya lo conozco un poco a detalle, pero ahora que vendré
tendré tiempo para visitarlo. De todas maneras, dudo que pueda hacerlo. Es una
investigación un poco complicada…
Doblaron el
paso hacía la derecha, subiendo unas escaleras, haciendo caso del cartel que
indicaba las direcciones a la biblioteca, sanitarios y la sala de Etnografía.
-Y dime,
¿de qué se trata la investigación?-, dijo el director, mientras subían los
últimos escalones para llegar a la sala de Etnografía, aunque ellos se irían
derecho.
-Es acerca
de la forma de pensamiento en la cultura azteca. Me enfoco en la tesis para la
carrera de Filosofía.
-Eso suena
un poco complicado. Hay suficiente material, aunque te dejaré que lo hagas a tu
manera. Vamos, tengo que explicarte la mecánica de búsqueda…
Llegaron a
una puerta blindada al final del pasillo, dónde Daniel introdujo su llave
maestra. Dentro, Luis se encontró con un enorme recinto repleto de enormes
estanterías, llenas de libros de todos los tamaños, cajas, folios, y demás
objetos que se encontraban muy bien ordenados. Daniel se acercó a la central de
computadoras, que estaba sola, y encendió una. Buscó el programa para la
biblioteca, mientras Luis miraba asombrado hacía ambos lados, mirando tal
cantidad de libros.
-Como verá,
señor Zaldívar, tenemos un estricto orden temático para los libros. Esto quiere
decir que si quiere un libro en particular no lo encontrará en orden
alfabético, al menos no al principio. Los libros se dividen por culturas,
quiero decir, Maya, Azteca, Olmeca, etcétera. A partir de ahí, podrás encontrar
los libros por orden alfabético, siempre con la computadora. Te dejo solo,
tengo una reunión con algunos de los inversionistas para los recursos del
museo. Y espero verte pronto por aquí…
Otra vez
volvieron a darse la mano antes de que el director se dirigiera a la puerta.
-Disculpe…-,
dijo Luis, un poco alarmado. El hombre se dio la vuelta.
-¿Dime?-,
dijo Daniel, con una sonrisa.
-Muchas
gracias…
El muchacho
se la pasó buscando libros con títulos algo difíciles:
-Clases
sociales en la época prehispánica.
-Moctezuma
y el vínculo con el Sol.
-Sacrificios
antes del fin del mundo.
-La
serpiente emplumada.
Pero el que
más le hizo bien para lo que necesitaba era un libro llamado “Flor y canto”,
que contenía poemas de la cultura azteca, y en específico, del rey
Nezahualcóyotl. La poesía nahuatl llamada in
xóchitl, in cuícatl, literalmente “la-flor-y-el-canto”, era una expresión de reyes y
nobles de aquellas épocas, en donde se exaltaba a la naturaleza, a los dioses,
al mundo e incluso a las tristezas de la gente. Pero de ahí, de tan profundos
poemas, venía lo que Luis podía entender cómo “filosofía azteca”.
Pasando las 8 de
la noche, y después de haber comido en la cafetería y revisado un montón de
libros (con un poco de avance), Luis cerró la computadora. Las luces de la
biblioteca se habían encendido a las 6 p.m., por lo que dispuso de buena vista
hasta que se cansó. Miró el reloj de su celular, bostezó y decidió recoger las
copias que había sacado de los libros que revisó.
Caminó hasta la
puerta de la biblioteca, y no se preocupó por dejarla medio abierta, ya que los
guardias, o al menos el que se quedara, siempre revisaban el lugar para
acomodar lo que faltara. Miró hacía el suelo, y encontró una nota. Tenía 12
números, pero no decía nada más:
146237352346
-Qué raro, no es un número telefónico…
¿Alguien olvidó esto?-, dijo Luis a la oscuridad, seguro de que alguien todavía
estaba ahí. Pero nadie le contestó, ni siquiera un huichol que se asomaba en el
pasillo hacía Etnografía, que obviamente era un maniquí.
Luis se guardó
el papel en el bolsillo de la chamarra, seguro de que encontraría al dueño.
Mientras iba caminando hacía las escaleras, pensó en la noche de muertos, que
era en ese momento. Todos los niños felices pidiendo dulces en las casas de los
vecinos, los altares con velas, flores, comida y adornos para los difuntos, y
hasta las películas de terror mexicanas que habrían de estar pasando en esos
momentos. Ya le urgía regresar a casa.
Después de haber
bajado las escaleras, llegó de nuevo a la sala Azteca, que ya estaba iluminada
con las tenues luces ambarinas que suelen poner en los museos por las noches.
Vio el adorno de araña y de calavera en la recepción, allá a lo lejos después
de los jardines, y se alegró de haber terminado pronto. De repente, sintió una
presencia extraña detrás de él, cómo si alguien pasara justo a sus espaldas
corriendo. Se dio la vuelta, pensando que sería uno de los guardias. Pero sólo
estaba la piedra del Sol, redonda, de frente, con esa cara apuntándole directo,
cómo un vigilante nocturno que se dedica a atormentar a los incautos. Y a sus
pies, cómo un sacrificio, estaba Daniel Ramírez, el director del museo…
***
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