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viernes, 8 de julio de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 13.

Cuento 13: I’ll Keep Coming (Low Roar, 2014). https://www.youtube.com/watch?v=KnrGMHhnqrw



Fernando era uno de los mejores vendedores de la tienda. No por nada, su popularidad se había extendido a casi todos los que laboraban ahí, incluyendo el hecho de que su trabajo en el departamento de Telecomunicaciones era de los que dejaban mejores ganancias. A pesar de todo, Fernando también era demasiado distraído, casi siempre le faltaba algo de dinero en su corte de caja, y todos se burlaban de él, aunque él mismo prefería seguir la corriente para no sentirse tan humillado.
No era secreto tampoco que Fernando era gay. Sin embargo, a pesar de sus modos y de la notoriedad de su preferencia, nadie le decía nada al respecto. Había cierto respeto en ese tema, y cuando alguien llegaba a burlarse por ello, le llevaba igual la corriente. Nunca había tenido problemas con el personal de la tienda, y bueno, no era algo que debiese de preocuparle.
Una noche en especial, después del incidente con Lola y de que la llevasen de inmediato al hospital por su crisis, Fernando y el vendedor de tiempo parcial, de nombre Alfredo, recibieron mercancía demasiado novedosa. Era un aditamento para el celular que estaba de moda, una especie de armazón o lentes para colorar el celular dentro, lo que permitía ver videos en alta resolución, con la tecnología en 360º, logrando ver toda una estancia como si en verdad se estuviese dentro de ella.
-Bueno, creo que merecemos probar este aparato. Vamos a ver…-, dijo Fernando, tomando los lentes y uno de los celulares, mientras colocaba todo en su lugar según el manual, para empezar a usar el aparato. Alfredo lo miraba con curiosidad, como todo encajaba en su sitio y para su específico funcionamiento. Era innegable: la tecnología sobrepasaba todo.
-¿Qué se supone que debe verse?-, preguntó Alfredo, recargado en una de las vitrinas donde exhibían los celulares más novedosos.
-Bueno, si se ponen los videos en 360º, podremos ver casi cualquier cosa que se haya grabado en ese formato. Incluso hay juegos donde debes dispararles a los zombis y cosas por el estilo. Veamos que tal…
Después del montaje, Fernando se colocó el armazón en la cabeza, el cual le cubría por completo los ojos y parte de la frente y la nariz. La calidad era genial, y eso que sólo estaba viendo el menú, que era representado por una estancia en una casa, con muebles y hasta chimenea. A donde él voltease, podía ver cada uno de los detalles de la animación. Era como estar en ese lugar en específico.
De repente, el aparato soltó un mensaje, de un vídeo nuevo recibido.
-¿Qué sale?-, dijo Alfredo.
El otro muchacho no dijo nada.
-Bueno, se supone que llegó un mensaje de vídeo. Tal vez sea la demostración o algo así. Deja lo abro…
Con el cursor de la pantalla, Fernando sólo tenía que mover la cabeza y apuntar hacía el icono del mensaje que apenas había llegado, para que se abriera.
Inmediatamente, la estancia desapareció y empezó el video. No era en formato 360, ya que Fernando movía la cabeza y no cambiaba nada. Era la imagen de un muchacho, alguien que él conocía bien. Miguel, el vendedor de Relojería, estaba en él, rodeado de cosas podridas y muebles viejos, en un ambiente lleno de humo, escuchando disparos alrededor, gritos y demás cosas así. Parecía un vídeo muy viejo, a pesar de verse demasiado reciente.
-A quién esté escuchando y viendo esto… Tienen que acudir rápido por ayuda. Así es el futuro, y nos vamos a morir si no hacemos algo rápido.
Fernando se quedó boquiabierto, mientras el vídeo seguía su curso. No quería dejar de verlo.
-¿Qué se ve…?-, volvió a preguntar Alfredo, pero su compañero ni siquiera lo escuchaba, por los audífonos.
Fernando seguía escuchando atento y viendo los detalles del vídeo.
-Al acabar de ver este vídeo, busca al chico de la farmacia. Ya sabe lo que va a pasar, y lo que tiene que pasar. Díganle que me encuentre en el departamento de los relojes. Luego prepárense para lo que viene. Todos vamos a morir…
El vídeo acababa abruptamente con una explosión un poco más intensa que las anteriores. Fernando se quitó el aparato de encima de los ojos, y miró enloquecidamente a su alrededor. Alfredo le miraba preocupado, mientras ponía todo de nuevo en su lugar.
-¿A quién buscas o qué viste? Cuéntame…-, dijo su compañero, preocupado en serio por la actitud y las reacciones de Fernando.
-Necesito encontrar al… al de la farmacia… ¿Dónde está?
El muchacho, totalmente alterado, salió de detrás de las vitrinas para buscar al chico de la farmacia, quien no aparecía en ningún lugar.
Se metió como por instinto a la isla donde se exhibían los relojes, casi como si su propia mente le dijera hacia dónde dirigirse. Tal vez era miedo, o algo más que lo guiaba en esa dirección.
-¿A quién buscas?-, dijo de repente una voz detrás de él. Una voz fina, casi apagada.
Fernando se dio la vuelta, y ahí estaba a quién con tanta desesperación estaba buscando. El chico de la farmacia le vio, sin siquiera expresar alguna emoción. Totalmente serio, como si…
-Yo vengo a… Ya sabes, ¿no? Creo que sería imposible decirlo porque…
El chico asintió.
-Sabía que esto iba a pasar, y no lo vi antes. Soy un completo idiota. Ah mira, ya llegó…
El chico señaló justo detrás de Fernando, quién volvió a darse la vuelta para ver de quién hablaba. Era Miguel, algo sucio, despeinado, y aterrado.
-¿Pero qué…?-, exclamó Fernando, viendo a su compañero quién, sin importarle, quitó al chico de los celulares de enfrente, para poder mirar a los ojos al otro, quién estaba inmutable.
-Tú ocasionaste todo eso. Yo vi lo que iba a pasar. ¡Todos estaban…!
-Sí, sí. Ahora te pido que te calles y me escuches. Tienes que regresar veinte años. Pero primero te daré un poco de compañía. Hay un bastardo bastante molesto que siempre ronda la tienda, me conoce y sabe lo que soy. Si te lo llevas contigo, podrás mostrarle cosas que lo harán recapacitar un poco. Ve y búscalo, está en el restaurante. Se llama David. Estatura media, canoso, ojos apagados. Viajen ahí mismo, y que él te vaya guiando.
Fernando se quedó ahí, quieto, escuchando todas las incoherencias del chico de la farmacia, y que Miguel, al parecer, entendía. Su compañero salió de la isla de exhibición, y se dirigió hacía el restaurante. Después de que desapareció, el chico de la farmacia se acercó a Fernando.
-No puedo pedirte que te quedes callado ante lo que viste. Si sientes la necesidad de decirlo, hazlo. Que los de gerencia crean lo que has dicho, y nos vengan a buscar. Ese es el destino…
El chico de la farmacia salió, directamente hacía su departamento, y Fernando se quedó ahí quieto, mirando hacia el frente.

Miguel entró al restaurante, y empezó a buscar entre los comensales a quién se pareciese más al hombre que el chico de la farmacia le había descrito. Ahí estaba, sentado en una silla solitaria, en una mesa pegada a la pared.
El muchacho se le acercó poco a poco, mientras David levantaba la mirada de su revista para ver quién se le acercaba. Al ver a aquel muchacho así, todo sucio y con cara de asustado, entendió rápido la razón.
-Oye, ¿estás bien? Siéntate por favor-, dijo David, haciendo que el chico se sentara y se tranquilizara un poco. Miguel tenía aún el reloj antiguo entre los dedos, y lo apretaba, como si de ello dependiese su vida.
-Tengo… algo que decirle.
David escuchó atento la advertencia que Miguel traía, lo que había visto del futuro, y lo que el chico de la farmacia le había dicho. El hombre no dijo nada por un largo rato.
-Te creo muchacho. Ese monstruo puede ser capaz de cualquier cosa. Si en verdad dice tener las respuestas que necesito para detener todo el mal que ha hecho en este lugar, te acompañaré a ver lo que me has dicho. ¿Cómo se supone que llegaremos al pasado…?
Miguel le mostró el reloj, y David asintió.
-Otra de sus estupideces. Muy bien muchacho, llévame…
El chico apretó el botón del reloj, mientras David ponía su mano en el hombro del muchacho. Ambos sintieron viajar en aquel túnel amarillo, esta vez, en un jalón, como si algo los atrajera hacía el pasado, en vez de empujarlos hacía el futuro. Fueron minutos, tal vez varias horas, hasta que estuvieron de nuevo ahí, en el restaurante, el cual lucía diferente.
-Diablos, me acuerdo de todo esto…-, dijo David. Las sillas, el mobiliario, hasta la pintura. Todo era diferente, pero a la vez tan familiar, que era imposible no revivir los recuerdos, el dolor.
-El chico de la farmacia dijo que usted me guiaría. ¿Ya estuvo aquí una vez?
David asintió, con tristeza en sus ojos.
-Esto es de hace veinte años. Aquí vine con mi novia, María, cuando estábamos enojados. Ella se levantó y entró al baño. Se suicidó. Me arrepiento cada minuto de ello, de no haber impedido su muerte, de no estar con ella. Yo…
En eso, un grito hizo que los dos saltaran de sus asientos. Una muchacha enojada se levantaba de su silla, y salía corriendo, mientras el muchacho, sentado aún, con la taza de café frente a él, se le quedaba mirando, serio, sin decir nada.
-Creo que ahí están los dos. Debería cambiar todo, ir a decirle a María que…
-No muchacho, así no funciona esto. Si cambio algo, puede que jamás regresemos, o que cambiemos cosas que no deben de cambiar. El chico de la farmacia quería que te mostrara algo, así que sólo podemos hacer algo. Ven…
Los dos se levantaron, David guiando a Miguel, y se apresuraron a seguir a la chica, antes de que el muchacho se levantara de su silla, para buscarla después. Los dos se encaminaron al baño de hombres, que no quedaba muy lejos de ahí, y Miguel se quedó impresionado. Nada en la tienda era igual, ni los juguetes ni los dulces por donde pasaban. Nada.
Entraron a los baños de hombres, y esperaron, escondidos en uno de los compartimentos.
-Ella entró después de que yo salí a buscarla, o eso creo. Entrará ahí, al cubículo para personas discapacitadas, y se cortará las venas.
Miguel sólo podía escuchar lo que David le decía. Ninguno de los dos se movió, cuando escucharon pasos que iban directamente hacía el último inodoro. La puerta se cerró, y ambos escucharon el llanto de una mujer. David puso su mano en la pared del cubículo, y su frente también, como si quisiese acercarse a ella.
-La amaba tanto-, susurró el hombre. –No quise que le pasara nada. No era mi intención. Veinte años fueron suficientes para arrepentirme de todo. Y ahora que la tengo tan cerca, no puedo impedir nada. ¿Por qué…?
Otra vez escucharon pasos, y ambos contuvieron la respiración. La puerta del último cubículo volvió a abrirse, y esta vez, se escuchó la voz de ella, llorosa y asustada, y luego la de un muchacho, una voz tenue y familiar.
-Perdona, no quise… Es que…
-No te preocupes. Entiendo tu dolor-, dijo el chico de la farmacia, acercándose más hacia dentro del cubículo.
Sin hacer ruido, David salió de donde estaba escondido, mientras Miguel le hacía señas para que regresara. Pero era demasiado tarde. El hombre veía, desde un punto más alejado, lo que pasaba.
El chico de la farmacia estaba cerca de María, y mientras ella lloraba, él la consolaba, con una mano en el hombro de la muchacha.
-Puedo ayudarte, para que ya no sufras más. A cambio, tú también puedes ayudarme…
-¿Qué tengo que hacer?-, dijo María, mirando a su joven compañero.
El chico sacó del bolsillo de su bata una navaja, de aquellas pequeñas y lisas.
-Ya sabes qué hacer…
Ella la tomó con los dedos de la mano derecha, y tomando valor, con las lágrimas llenas de rímel escurriéndole por las mejillas, se cortó las venas. La sangre empezó a salir a chorros, pero ella no sentía más que dolor.
-Duele mucho. Duele mucho, por favor…
El chico de la farmacia la tomó de la muñeca, y observó las largas heridas. Luego la miró a ella, y le sonrió.
-Te ayudaré…
David se aterró cuando vio lo que pasaba a continuación. La mano del muchacho atravesaba el pecho de su amada María, y con los dedos, le apretaba el corazón. Ella soltó un leve grito, y luego le sonrió al muchacho, correspondiendo su dolor con gratitud.
-Gracias por liberarme…
El chico de la farmacia la miró desvanecerse, vio como su cuerpo se iba muriendo, y él también soltó lágrimas, como hacía veinte años, cuando su hermano Mapache moría ahí mismo.
-Perdóname María. Algún día entenderás-, dijo el chico, sacando la mano del pecho de la muchacha, sin hacerle ningún agujero. Sus dedos estaban manchados de sangre, sangre que aún estaba caliente.
Sin pensarlo dos veces, David salió de ahí, sin hacer ruido, con lágrimas en los ojos y la piel más pálida que el mármol. Miguel esperó a que el chico de la farmacia saliera del baño, y también siguió a su compañero.
Cuando lo encontró, David estaba entre las repisas de los juguetes, con un rostro de furia incontenible, y las lágrimas bañando su rostro viejo.
-Siempre pensé que ella lo había hecho. Ese maldito la obligó a hacerlo…
Miguel estaba desconcertado.
-¿Por qué lo habría hecho? Y peor aún: ¿por qué aceptó ella?
David miró a Miguel, enojado, furioso, pero no con el muchacho.
-Tengo que regresar. Voy a matar a ese cabrón.
Miguel asintió, y tocando de nuevo el botón del reloj, hombro a hombro, ambos regresaron…

Veinte años después, y el baño ya estaba vacío, oscuro. Más siniestro.
Ya no había música clásica, ni jazz, ni nada. Sólo silencio, y la noche.
El chico de la farmacia se acercó al baño, al del fondo, y abrió la puerta, arrancándola de los goznes. Miró hacia el retrete, que burbujeaba con su presencia.
-Sal de ahí, querida María…
El monstruo que vivía en el inodoro salió, como una columna de agua sucia y hedionda. Con una mano, el chico de la farmacia le detuvo antes de que se lanzara sobre él. Tanto era el poder de ambos monstruos, que el retrete se rompió, y el piso a su alrededor empezó a hundirse.
-¡Él ya lo sabe, estúpida! ¡Termina con tu tonta venganza…!
Con otro movimiento, el chico de la farmacia arrojó el alma de la muchacha hacia la pared, dejando toda el agua sucia caer hacía el piso roto, y haciendo que borboteara aún más desde la cañería. El dolor era insoportable: su cuerpo de muchacho ya no aguantaba más. Su poder se desvanecía.
Sobre el suelo, encogida como un animal asustado, estaba María. Su cuerpo era el mismo, a excepción de dos líneas rojas en sus muñecas. No había envejecido: estaba igual que siempre, igual de bella, y asustada. Miró al chico de la farmacia, quién se agarraba el brazo, como si le quemara. Él le sonrió.
-Levántate, querida. Tienes que prepararte. Él ya viene.
María asintió, pero tardó en moverse, y acostumbrarse de nuevo a su cuerpo. En la oscuridad.

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