Cuento 13: I’ll Keep
Coming (Low Roar, 2014). https://www.youtube.com/watch?v=KnrGMHhnqrw
Fernando
era uno de los mejores vendedores de la tienda. No por nada, su popularidad se
había extendido a casi todos los que laboraban ahí, incluyendo el hecho de que
su trabajo en el departamento de Telecomunicaciones era de los que dejaban
mejores ganancias. A pesar de todo, Fernando también era demasiado distraído,
casi siempre le faltaba algo de dinero en su corte de caja, y todos se burlaban
de él, aunque él mismo prefería seguir la corriente para no sentirse tan
humillado.
No
era secreto tampoco que Fernando era gay. Sin embargo, a pesar de sus modos y
de la notoriedad de su preferencia, nadie le decía nada al respecto. Había
cierto respeto en ese tema, y cuando alguien llegaba a burlarse por ello, le
llevaba igual la corriente. Nunca había tenido problemas con el personal de la
tienda, y bueno, no era algo que debiese de preocuparle.
Una
noche en especial, después del incidente con Lola y de que la llevasen de
inmediato al hospital por su crisis, Fernando y el vendedor de tiempo parcial,
de nombre Alfredo, recibieron mercancía demasiado novedosa. Era un aditamento
para el celular que estaba de moda, una especie de armazón o lentes para
colorar el celular dentro, lo que permitía ver videos en alta resolución, con
la tecnología en 360º, logrando ver toda una estancia como si en verdad se
estuviese dentro de ella.
-Bueno,
creo que merecemos probar este aparato. Vamos a ver…-, dijo Fernando, tomando
los lentes y uno de los celulares, mientras colocaba todo en su lugar según el
manual, para empezar a usar el aparato. Alfredo lo miraba con curiosidad, como
todo encajaba en su sitio y para su específico funcionamiento. Era innegable:
la tecnología sobrepasaba todo.
-¿Qué
se supone que debe verse?-, preguntó Alfredo, recargado en una de las vitrinas
donde exhibían los celulares más novedosos.
-Bueno,
si se ponen los videos en 360º, podremos ver casi cualquier cosa que se haya
grabado en ese formato. Incluso hay juegos donde debes dispararles a los zombis
y cosas por el estilo. Veamos que tal…
Después
del montaje, Fernando se colocó el armazón en la cabeza, el cual le cubría por
completo los ojos y parte de la frente y la nariz. La calidad era genial, y eso
que sólo estaba viendo el menú, que era representado por una estancia en una
casa, con muebles y hasta chimenea. A donde él voltease, podía ver cada uno de
los detalles de la animación. Era como estar en ese lugar en específico.
De
repente, el aparato soltó un mensaje, de un vídeo nuevo recibido.
-¿Qué
sale?-, dijo Alfredo.
El
otro muchacho no dijo nada.
-Bueno,
se supone que llegó un mensaje de vídeo. Tal vez sea la demostración o algo
así. Deja lo abro…
Con
el cursor de la pantalla, Fernando sólo tenía que mover la cabeza y apuntar
hacía el icono del mensaje que apenas había llegado, para que se abriera.
Inmediatamente,
la estancia desapareció y empezó el video. No era en formato 360, ya que
Fernando movía la cabeza y no cambiaba nada. Era la imagen de un muchacho,
alguien que él conocía bien. Miguel, el vendedor de Relojería, estaba en él,
rodeado de cosas podridas y muebles viejos, en un ambiente lleno de humo,
escuchando disparos alrededor, gritos y demás cosas así. Parecía un vídeo muy
viejo, a pesar de verse demasiado reciente.
-A quién esté escuchando y viendo esto…
Tienen que acudir rápido por ayuda. Así es el futuro, y nos vamos a morir si no
hacemos algo rápido.
Fernando
se quedó boquiabierto, mientras el vídeo seguía su curso. No quería dejar de
verlo.
-¿Qué
se ve…?-, volvió a preguntar Alfredo, pero su compañero ni siquiera lo
escuchaba, por los audífonos.
Fernando
seguía escuchando atento y viendo los detalles del vídeo.
-Al acabar de ver este vídeo, busca al chico
de la farmacia. Ya sabe lo que va a pasar, y lo que tiene que pasar. Díganle
que me encuentre en el departamento de los relojes. Luego prepárense para lo
que viene. Todos vamos a morir…
El
vídeo acababa abruptamente con una explosión un poco más intensa que las
anteriores. Fernando se quitó el aparato de encima de los ojos, y miró
enloquecidamente a su alrededor. Alfredo le miraba preocupado, mientras ponía
todo de nuevo en su lugar.
-¿A
quién buscas o qué viste? Cuéntame…-, dijo su compañero, preocupado en serio
por la actitud y las reacciones de Fernando.
-Necesito
encontrar al… al de la farmacia… ¿Dónde está?
El
muchacho, totalmente alterado, salió de detrás de las vitrinas para buscar al
chico de la farmacia, quien no aparecía en ningún lugar.
Se
metió como por instinto a la isla donde se exhibían los relojes, casi como si
su propia mente le dijera hacia dónde dirigirse. Tal vez era miedo, o algo más
que lo guiaba en esa dirección.
-¿A
quién buscas?-, dijo de repente una voz detrás de él. Una voz fina, casi
apagada.
Fernando
se dio la vuelta, y ahí estaba a quién con tanta desesperación estaba buscando.
El chico de la farmacia le vio, sin siquiera expresar alguna emoción.
Totalmente serio, como si…
-Yo
vengo a… Ya sabes, ¿no? Creo que sería imposible decirlo porque…
El
chico asintió.
-Sabía
que esto iba a pasar, y no lo vi antes. Soy un completo idiota. Ah mira, ya
llegó…
El
chico señaló justo detrás de Fernando, quién volvió a darse la vuelta para ver
de quién hablaba. Era Miguel, algo sucio, despeinado, y aterrado.
-¿Pero
qué…?-, exclamó Fernando, viendo a su compañero quién, sin importarle, quitó al
chico de los celulares de enfrente, para poder mirar a los ojos al otro, quién
estaba inmutable.
-Tú
ocasionaste todo eso. Yo vi lo que iba a pasar. ¡Todos estaban…!
-Sí,
sí. Ahora te pido que te calles y me escuches. Tienes que regresar veinte años.
Pero primero te daré un poco de compañía. Hay un bastardo bastante molesto que
siempre ronda la tienda, me conoce y sabe lo que soy. Si te lo llevas contigo,
podrás mostrarle cosas que lo harán recapacitar un poco. Ve y búscalo, está en
el restaurante. Se llama David. Estatura media, canoso, ojos apagados. Viajen
ahí mismo, y que él te vaya guiando.
Fernando
se quedó ahí, quieto, escuchando todas las incoherencias del chico de la
farmacia, y que Miguel, al parecer, entendía. Su compañero salió de la isla de
exhibición, y se dirigió hacía el restaurante. Después de que desapareció, el
chico de la farmacia se acercó a Fernando.
-No
puedo pedirte que te quedes callado ante lo que viste. Si sientes la necesidad
de decirlo, hazlo. Que los de gerencia crean lo que has dicho, y nos vengan a
buscar. Ese es el destino…
El
chico de la farmacia salió, directamente hacía su departamento, y Fernando se
quedó ahí quieto, mirando hacia el frente.
Miguel
entró al restaurante, y empezó a buscar entre los comensales a quién se
pareciese más al hombre que el chico de la farmacia le había descrito. Ahí
estaba, sentado en una silla solitaria, en una mesa pegada a la pared.
El
muchacho se le acercó poco a poco, mientras David levantaba la mirada de su
revista para ver quién se le acercaba. Al ver a aquel muchacho así, todo sucio
y con cara de asustado, entendió rápido la razón.
-Oye,
¿estás bien? Siéntate por favor-, dijo David, haciendo que el chico se sentara
y se tranquilizara un poco. Miguel tenía aún el reloj antiguo entre los dedos,
y lo apretaba, como si de ello dependiese su vida.
-Tengo…
algo que decirle.
David
escuchó atento la advertencia que Miguel traía, lo que había visto del futuro,
y lo que el chico de la farmacia le había dicho. El hombre no dijo nada por un
largo rato.
-Te
creo muchacho. Ese monstruo puede ser capaz de cualquier cosa. Si en verdad
dice tener las respuestas que necesito para detener todo el mal que ha hecho en
este lugar, te acompañaré a ver lo que me has dicho. ¿Cómo se supone que
llegaremos al pasado…?
Miguel
le mostró el reloj, y David asintió.
-Otra
de sus estupideces. Muy bien muchacho, llévame…
El
chico apretó el botón del reloj, mientras David ponía su mano en el hombro del
muchacho. Ambos sintieron viajar en aquel túnel amarillo, esta vez, en un
jalón, como si algo los atrajera hacía el pasado, en vez de empujarlos hacía el
futuro. Fueron minutos, tal vez varias horas, hasta que estuvieron de nuevo
ahí, en el restaurante, el cual lucía diferente.
-Diablos,
me acuerdo de todo esto…-, dijo David. Las sillas, el mobiliario, hasta la
pintura. Todo era diferente, pero a la vez tan familiar, que era imposible no
revivir los recuerdos, el dolor.
-El
chico de la farmacia dijo que usted me guiaría. ¿Ya estuvo aquí una vez?
David
asintió, con tristeza en sus ojos.
-Esto
es de hace veinte años. Aquí vine con mi novia, María, cuando estábamos
enojados. Ella se levantó y entró al baño. Se suicidó. Me arrepiento cada
minuto de ello, de no haber impedido su muerte, de no estar con ella. Yo…
En
eso, un grito hizo que los dos saltaran de sus asientos. Una muchacha enojada
se levantaba de su silla, y salía corriendo, mientras el muchacho, sentado aún,
con la taza de café frente a él, se le quedaba mirando, serio, sin decir nada.
-Creo
que ahí están los dos. Debería cambiar todo, ir a decirle a María que…
-No
muchacho, así no funciona esto. Si cambio algo, puede que jamás regresemos, o
que cambiemos cosas que no deben de cambiar. El chico de la farmacia quería que
te mostrara algo, así que sólo podemos hacer algo. Ven…
Los
dos se levantaron, David guiando a Miguel, y se apresuraron a seguir a la
chica, antes de que el muchacho se levantara de su silla, para buscarla después.
Los dos se encaminaron al baño de hombres, que no quedaba muy lejos de ahí, y
Miguel se quedó impresionado. Nada en la tienda era igual, ni los juguetes ni
los dulces por donde pasaban. Nada.
Entraron
a los baños de hombres, y esperaron, escondidos en uno de los compartimentos.
-Ella
entró después de que yo salí a buscarla, o eso creo. Entrará ahí, al cubículo
para personas discapacitadas, y se cortará las venas.
Miguel
sólo podía escuchar lo que David le decía. Ninguno de los dos se movió, cuando escucharon
pasos que iban directamente hacía el último inodoro. La puerta se cerró, y
ambos escucharon el llanto de una mujer. David puso su mano en la pared del
cubículo, y su frente también, como si quisiese acercarse a ella.
-La
amaba tanto-, susurró el hombre. –No quise que le pasara nada. No era mi
intención. Veinte años fueron suficientes para arrepentirme de todo. Y ahora
que la tengo tan cerca, no puedo impedir nada. ¿Por qué…?
Otra
vez escucharon pasos, y ambos contuvieron la respiración. La puerta del último
cubículo volvió a abrirse, y esta vez, se escuchó la voz de ella, llorosa y
asustada, y luego la de un muchacho, una voz tenue y familiar.
-Perdona,
no quise… Es que…
-No
te preocupes. Entiendo tu dolor-, dijo el chico de la farmacia, acercándose más
hacia dentro del cubículo.
Sin
hacer ruido, David salió de donde estaba escondido, mientras Miguel le hacía
señas para que regresara. Pero era demasiado tarde. El hombre veía, desde un
punto más alejado, lo que pasaba.
El
chico de la farmacia estaba cerca de María, y mientras ella lloraba, él la
consolaba, con una mano en el hombro de la muchacha.
-Puedo
ayudarte, para que ya no sufras más. A cambio, tú también puedes ayudarme…
-¿Qué
tengo que hacer?-, dijo María, mirando a su joven compañero.
El
chico sacó del bolsillo de su bata una navaja, de aquellas pequeñas y lisas.
-Ya
sabes qué hacer…
Ella
la tomó con los dedos de la mano derecha, y tomando valor, con las lágrimas
llenas de rímel escurriéndole por las mejillas, se cortó las venas. La sangre empezó
a salir a chorros, pero ella no sentía más que dolor.
-Duele
mucho. Duele mucho, por favor…
El
chico de la farmacia la tomó de la muñeca, y observó las largas heridas. Luego
la miró a ella, y le sonrió.
-Te
ayudaré…
David
se aterró cuando vio lo que pasaba a continuación. La mano del muchacho
atravesaba el pecho de su amada María, y con los dedos, le apretaba el corazón.
Ella soltó un leve grito, y luego le sonrió al muchacho, correspondiendo su
dolor con gratitud.
-Gracias
por liberarme…
El
chico de la farmacia la miró desvanecerse, vio como su cuerpo se iba muriendo,
y él también soltó lágrimas, como hacía veinte años, cuando su hermano Mapache
moría ahí mismo.
-Perdóname
María. Algún día entenderás-, dijo el chico, sacando la mano del pecho de la muchacha,
sin hacerle ningún agujero. Sus dedos estaban manchados de sangre, sangre que
aún estaba caliente.
Sin
pensarlo dos veces, David salió de ahí, sin hacer ruido, con lágrimas en los
ojos y la piel más pálida que el mármol. Miguel esperó a que el chico de la
farmacia saliera del baño, y también siguió a su compañero.
Cuando
lo encontró, David estaba entre las repisas de los juguetes, con un rostro de
furia incontenible, y las lágrimas bañando su rostro viejo.
-Siempre
pensé que ella lo había hecho. Ese maldito la obligó a hacerlo…
Miguel
estaba desconcertado.
-¿Por
qué lo habría hecho? Y peor aún: ¿por qué aceptó ella?
David
miró a Miguel, enojado, furioso, pero no con el muchacho.
-Tengo
que regresar. Voy a matar a ese cabrón.
Miguel
asintió, y tocando de nuevo el botón del reloj, hombro a hombro, ambos
regresaron…
Veinte
años después, y el baño ya estaba vacío, oscuro. Más siniestro.
Ya
no había música clásica, ni jazz, ni nada. Sólo silencio, y la noche.
El
chico de la farmacia se acercó al baño, al del fondo, y abrió la puerta,
arrancándola de los goznes. Miró hacia el retrete, que burbujeaba con su
presencia.
-Sal
de ahí, querida María…
El
monstruo que vivía en el inodoro salió, como una columna de agua sucia y
hedionda. Con una mano, el chico de la farmacia le detuvo antes de que se
lanzara sobre él. Tanto era el poder de ambos monstruos, que el retrete se
rompió, y el piso a su alrededor empezó a hundirse.
-¡Él
ya lo sabe, estúpida! ¡Termina con tu tonta venganza…!
Con
otro movimiento, el chico de la farmacia arrojó el alma de la muchacha hacia la
pared, dejando toda el agua sucia caer hacía el piso roto, y haciendo que
borboteara aún más desde la cañería. El dolor era insoportable: su cuerpo de
muchacho ya no aguantaba más. Su poder se desvanecía.
Sobre
el suelo, encogida como un animal asustado, estaba María. Su cuerpo era el
mismo, a excepción de dos líneas rojas en sus muñecas. No había envejecido:
estaba igual que siempre, igual de bella, y asustada. Miró al chico de la
farmacia, quién se agarraba el brazo, como si le quemara. Él le sonrió.
-Levántate,
querida. Tienes que prepararte. Él ya viene.
María asintió, pero
tardó en moverse, y acostumbrarse de nuevo a su cuerpo. En la oscuridad.
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