Arturo
se preparó para ir a la gala, mientras la gente enviada por los Masones llevaba
la comida terminada hasta el salón donde sería la cena. Su amigo le había
deseado suerte y se había marchado, porque estaba ocupado con un concurso
propio y necesitaba tiempo para pensar qué iba a hacer.
El
chico pelirrojo se bañó, se vistió con su ropa más elegante, y se peinó
recogiendo su largo cabello detrás de la nuca. Todo estaba perfecto, excepto algo…
Durante
el camino hacía el salón, Arturo sentía algo extraño, una especie de
presentimiento. No creía en cosas así, sin embargo, sentía una ansiedad
terrible, como si algo faltara. Repasó mentalmente las cosas que había
preparado para la cena, pero ninguna parecía tener falta o estar mal. Tal vez
sólo eran los nervios por presentar su comida ante un selecto grupo de hombres
bastante importantes. Tal vez eso era…
Sus
manos frías siguieron así hasta que el taxi llegó hasta el lugar del evento,
donde ya se escuchaba la música y la gente iba entrando, con su ropa de gala,
saludándose y sonriendo. Hombres con lustrosos trajes, mandiles blancos en la
cintura y guantes, y sus esposas, de hermosos vestidos de noche, de colores tan
variados como el arcoíris.
El arcoíris, dijo
para sí Arturo, como absorto en sus pensamientos. Daba igual, aún estaba
bastante nervioso. Le pagó al taxista y se encaminó hasta la entrada del salón.
Ahí, en la puerta, estaba su anfitrión, un hombre de edad media, con una enorme
barriga y cabello canoso, exhibiendo una sonrisa apacible cuando todos sus
invitados pasaban por la puerta. Pero al ver a Arturo acercarse, se emocionó
más de la cuenta.
-¡Maravilloso
muchacho, maravilloso! ¿Cómo te trata la vida?-, dijo el hombre, acercándose al
muchacho y saludándolo con bastante fuerza.
-Bien,
gracias, señor. ¿Llegó bien la comida?-, dijo Arturo, sonriendo discretamente.
-Claro
que sí. La gente del salón ya está lista para servirla en cuanto los invitados
se hayan instalado. Quiero que me acompañes…
Los
dos entraron en el recinto, donde ya muchos de los invitados iban ocupando sus
lugares en mesas redondas bastante amplias, con manteles inmaculados de color
blanco y sillas adornadas con listones. El hombre iba presentando a Arturo con
sus amigos más cercanos, presumiendo de sus dotes culinarias y bromeando un
poco. Arturo sólo podía sonrojarse y seguir sonriendo.
Llegaron
hasta la mesa principal, que estaba un poco más arriba que las demás, al fondo
del salón, cubierta con un mantel de color negro y detalles en rojo. No había
mucha gente ahí.
-Aún
estamos esperando al Gran Maestre de la Logia, espero no tarde…
-¿No
usted era el Gran Maestre?-, preguntó Arturo, algo confundido. Siempre había
pensado que aquel hombre, de facciones amistosas y poco convencionales para un
Masón era el manda más.
-No,
claro que no… En realidad soy su segundo, su mano derecha por decirlo así. Me
tocó la organización de este evento, y la verdad parece que todo ha salido a
pedir de boca. ¡Ah, claro, un detalle!-, dijo el hombre, algo sorprendido.
Arturo lo notó, pero no preguntó nada. –Lo siento, tendré que dejarte un
momento por aquí. Instálate en tu mesa, la silla tiene tu nombre, tengo que ir
a arreglar algunas cosas pendientes-.
El
hombre sonrió, y caminó directamente hasta la cocina, dónde seguramente
estarían guardando la comida que Arturo había preparado. Él se encaminó hasta
las mesas de un rincón cercano a la mesa principal, y lo instalaron en su
sitio, con otras personas que él no conocía.
Pasados
unos minutos, Arturo notó que había jaleo en la entrada del salón. Alguien muy
importante estaba entrando. Era el Gran Maestre, un hombre delgado, bastante
alto, con rostro severo, enmarcado con un gran bigote. Llevaba el traje negro
más impecable que el muchacho jamás hubiese visto, y unos guantes que casi
llegaban al codo, con un mandil aún más adornado que el de sus cofrades de la
Logia. Todos los miembros se acercaron, discretamente, para saludar a su
Maestro, y este les devolvía el saludo con aquel rostro impasible y la mirada
siempre fija en el rostro de quien le hablaba, dedicándoles a veces unas
palabras que Arturo no alcanzaba a distinguir.
Distinguió
a uno de los invitados acercarse al Gran Maestre y señalar la mesa donde Arturo
se encontraba. El hombre alto caminó hasta la mesa y el muchacho no hizo más
que levantarse y ofrecerle la mano en señal de respeto.
-¿Usted
fue quién hizo la cena para esta noche? El hermano de la otra mesa me lo acaba
de contar.
Arturo
se sonrojó.
-Pues
sí… La verdad no fue gran cosa. Usted juzgará cuando pruebe lo que he hecho…
Ambos
soltaron una risa discreta.
-Me
parece perfecto. Sabrá de nosotros en el futuro, señor…
-Llámeme
Arturo.
Se
despidieron de nuevo con un saludo cordial, mientras el Gran Maestre se dirigía
a la mesa principal.
Otra
vez el presentimiento raro, y esta vez porque el anfitrión de la fiesta no
había aparecido después de ir a la cocina. Su superior ya estaba ahí, ya se
estaba instalando, y en cualquier momento la cena empezaría. Se levantó de la
mesa, esquivando a la gente que ya ocupaba de nuevo sus lugares.
Llegó
hasta la puerta de la cocina, y empujó la puerta doble. Dentro había un jaleo,
de meseros que estaban destinando todo para servir la cena en cualquier
momento. Su anfitrión estaba al fondo del recinto, en una de las mesas de
aluminio de espaldas a todos los demás. Estaba haciendo algo, pero no
distinguía qué. Se acercó con cautela, y tocándole el hombro, aquel sujeto se
asustó, soltando el frasco que tenía en las manos.
El
pequeño frasquito de vidrio cayó al suelo sin romperse y sin vaciar su
contenido. Arturo lo distinguió desde arriba por la etiqueta que tenía
alrededor: veneno para ratas.
Tres
pequeñas doncellas llevaron a John Wayne y Sinner’s Prayer dentro de la torre
negra, caminando a través de un hermoso vestíbulo, donde ya se preparaban los
adornos y el trono, un enorme recinto con dos asientos, donde ocuparían sus
lugares una vez listos para la Gran Demostración.
Pasaron
delante de varias puertas hasta llegar a una, de color blanco inmaculado, donde
había un enorme cuarto de baño. Los desnudaron como pudieron y los hicieron
meterse a una tina de agua tibia, con burbujas y aromas indescriptibles. John
Wayne se veía aún mejor con su cabello mojado y limpio, y miraba de reojo a
Sinner’s Prayer, quién se frotaba el cuerpo con una esponja. Su cabello volvía
a ser negro, y los colores de aquella gorra se habían despintado.
Ambos
se sentaron en el fondo de la tina, disfrutando un rato de las burbujas y del
agua. Se daban besos suaves, y se acariciaban mutuamente el cabello.
-¿Estás
nervioso?-, preguntó Sinner’s Prayer, mientras sus dedos acariciaban el pecho
peludo y desnudo de su compañero. El otro muchacho levantó los hombros,
sonriendo de forma descarada.
-No
lo sé. Tal vez sí, pero ya no sé lo que siento. Contigo no me siento asustado
ni triste, mucho menos nervioso. Sólo que… no tengo ningún poder que demostrar.
John
Wayne dejó de sonreír cuando su compañero le sonrió. Pensó que se burlaba de
él.
-No
tienes que forzar nada. Tu poder saldrá solo. No tienes que ponerte nervioso
tampoco. Estaré cerca en todo momento…
Ambos
se besaron, justo antes que las doncellas entraran de nuevo para ayudarlos a
prepararse, soltando pequeñas carcajadas entre ellas. John Wayne se sonrojó
tanto que Sinner’s Prayer soltó una carcajada bastante sonora.
En
el vestíbulo ya todo estaba listo para cuando empezó a anochecer: una suntuosa
cena, hecha de los animales más grandes que el pueblo poseía, y adornos de
colores que lucían hermosos sobre el fondo negro de aquel lugar. Había gente
del pueblo apoyando en lo que podían, a pesar de su escaso tamaño, se las
ingeniaban para mantener todo tan hermoso, porque sus dioses se lo merecían. El
Rey también ayudaba, y su Vigilante personal solamente observaba, con aquellos
ojos tétricos bien abiertos y sus ramas moviéndose entre la superficie lisa del
brillante suelo.
Cuando
acabaron, el lugar olía a comida recién hecha, a flores y a tierra húmeda, a
hojas secas. Los pocos que se quedaron atendieron los últimos detalles, y los
demás se reunieron con los habitantes de la ciudad para celebrar afuera, con
una fiesta tan grande y divertida que se escuchaban cantos y alegres
carcajadas.
Fue
cuando la música de la orquesta real empezó a tocar una fanfarria, todos se
pusieron atentos, y las enormes puertas de la torre negra se abrieron para que
la gente contemplara. Desde la puerta al fondo del vestíbulo salió una corte
real, con pequeños niños vestidos de flores, alegres, que iban al frente
entonando una canción, repitiendo una y otra vez la misma frase con dulce voz:
-Vivi la vivon vi volas, ĝis Morto kaptos vin
(Vive la vida que quieres, hasta que la Muerte te lleve).
Detrás
de ellos salieron los dos ya vestidos: John Wayne llevaba un conjunto que
combinaba con su cabello, algo entre amarillo y rojo, una túnica que arrastraba
por detrás de su cuerpo. Su cabello estaba suelto, cayendo por detrás de los
hombros, y en su cabeza relucía una hermosa corona de tréboles de cuatro hojas.
Sinner’s
Prayer iba completamente distinto a cómo su compañero lo vio en el desierto.
Pantalón negro y una camisa blanca, descalzo, con unos tirantes sosteniendo su
pantalón por encima de sus hombros. Sobre su cabeza y detrás de su espalda
llevaba una piel de un animal que John Wayne ya había identificado como un
panda, con los ojos muertos mirando hacia arriba, cubriendo su cabello.
Mientras
caminaban, ambos se miraron y sonrieron, aunque John Wayne fue el único en
sonrojarse. Sinner’s Prayer soltó una carcajada discreta, mientras todos los
habitantes de la ciudad aplaudían y gritaban, cantando con algarabía el coro de
la Vida y la Muerte. Los dos muchachos se tomaron de la mano, caminando hacia
el centro del vestíbulo, donde se levantaban los dos tronos, uno dándole la
espalda al otro. Ninguno era más alto que el otro, y estaban tallados del mismo
material que el suelo, aunque parecían que ambos habían salido directamente de
abajo.
Los
dos ocuparon sus lugares, sonriendo a todos los presentes alrededor del trono,
mientras la canción seguía su monótono tono. El Rey se acercó a John Wayne y se
inclinó, y lo mismo hizo con Sinner’s Prayer, sonriendo y mostrando su mejor
vestuario, una túnica púrpura con una corona de oro bastante elaborada.
-Fratoj, hodiaŭ la Dioj honori nin per sia
ĉeesto denove. Lia potenco estos kondukanta la ekvilibro ni bezonas. Antaŭe ĝuis
la festeno, kiun ni preparis en lia honoro ho Granda Diaĵoj!, montri ilian
potencon, kaj miru niajn okulojn per sia forto. (Hermanos, hoy los Dioses
nos honran de nuevo con su presencia. Su poder nos traerá el equilibrio que
tanto necesitamos. Antes de disfrutar del banquete que hemos preparado en su
honor ¡oh, Grandes Deidades!, muestren su poder, y maravillen nuestros ojos con
su fuerza.)
La
voz del Rey transmitía felicidad y esperanza, y después de su corto discurso, todos
guardaron silencio. Hasta la música calló. El único en levantarse fue Sinner’s
Prayer, mientras detrás de él, sin ver, John Wayne mantenía su tranquilidad,
esperando su turno, aunque no sabía bien lo que iba a hacer. Por su cabeza
pasaba sólo una posibilidad, y era que tal vez la gente de la ciudad se cansara
de esperar su demostración, o que al ver que no tenía ningún tipo de poder, lo
echaran de ahí, o algo peor. Tal vez lo ejecutarían…
-Mi faros ĝin unue, ĉar la potenco de John
Wayne ankoraŭ ne plene maldorma. Ĝi estas en via koro, sed bezonas impulson,
salto de fido. Kontempli... (Lo haré primero yo, porque el poder de John
Wayne aún no despierta del todo. Está en su corazón, pero necesita un impulso,
un salto de fe. Contemplen…)
Concentrándose,
Sinner’s Prayer levantó sus brazos despacio, mientras las cosas que estaban
alrededor suyo y de la gente de la ciudad empezaban a levantarse, primero unos
cuantos centímetros, luego hasta un metro, dando giros, subiendo y bajando,
moviéndose a través del vestíbulo. John Wayne estaba sorprendido, boquiabierto,
porque hasta algunos de los habitantes de la ciudad empezaron a flotar,
alegres, soltando carcajadas de felicidad, cual niños.
-¿Pero
qué haces?-, exclamó algo alarmado el pelirrojo. Pero su compañero no se
detuvo. Era la demostración de su poder, algo tan impresionante que ni John
Wayne hubiese detenido.
-Es
la cumbre de nuestra naturaleza, es lo que somos, lo que tú llevas dentro. Ya
lo encontrarás, podrás sentirlo de un momento a otro.
John
Wayne se levantó de su asiento, y dándole la vuelta al trono, se encontró a su
amigo, que le daba la espalda, mientras manipulaba el ambiente con el poder de
su mente.
-¿Qué
clase de poder tengo? Ni siquiera he sentido nada nunca, y no sé de dónde
vengo.
Sinner’s
Prayer ni siquiera se volteó.
-Te
ayudaré a encontrar tu fuerza, ese punto de no retorno de tu mente donde podrás
ser un Dios…
-¿Y
cómo lo harás?
Esta
vez, el otro muchacho volteó, dibujando en su rostro una expresión de tristeza.
-Perdóname,
John Wayne…
Jacobo
se estaba cambiando. Y el hombre que lo había violado también. Aunque el hombre
jamás lo hubiese llamado “violar”, como es debido. Su enorme pene solamente
hacía demasiado daño cuando uno no estaba preparado para recibirlo. Pero
Jacobo, fiel a sus pensamientos, lo había llamado “violación”. Era necesario.
-¿Estás
nervioso?-, dijo el hombre, cuando notó que las manos de Jacobo temblaban al
abrocharse el pantalón. Era obvio que sí, pero el muchacho trató de disimular.
-Un
poco. Va a ser una noche especial, eso es lo que creo…
El
hombre se levantó de la cama y le puso ambas manos en los hombros. El muchacho
se sintió nervioso, y su piel se estremeció.
-Tiene
que ser así. Se ve que eres talentoso, pero tú tienes que creerlo. Yo tengo que
irme, lamentablemente mi esposa me espera y no sabe ni siquiera dónde estoy.
Jacobo
se armó de valor. Sintió el calor en la garganta, el ánimo de abrir la boca.
-Hablando
de eso… Tu esposa confirmó su asistencia a la presentación. Es raro que tú no
puedas ir…
El
hombre se quedó congelado, mientras Jacobo se volteaba para hacerle frente.
-Tomé
su número de tu celular un día sin que te dieras cuenta. Hice el esfuerzo de
invitarla sin que te dijera nada, como una sorpresa.
-¿Por
qué hiciste eso? Se supone que seríamos lo más discretos posible-, dijo el
hombre, con una voz fría, mientras su piel palidecía. Estaba muerto de miedo.
Jacobo
tragó saliva.
-Porque
ustedes me dan asco. Piensan que pueden sobrepasarse con cualquiera, y que su
secreto va a quedar enterrado para siempre. Alguien tiene que inspirarlos a que
salgan de su mentira. Es justo que acepten lo que en realidad son…
El
hombre estalló y Jacobo saltó de la impresión.
-¡Estás
idiota, eso es lo que pasa! ¿Sabes lo que pasa si mi esposa me descubre? Tengo
una reputación que proteger, un trabajo que mantener. ¡Me quedaría sin nada!
-¡Esa
es la peor mentira que ha salido de sus malditas bocas todos estos años! ¿No
pueden aceptar que les gustan los hombres? No perderían absolutamente nada, el
mundo ya no es como antes…
El
hombre levantó una mano, y con un rápido movimiento, le soltó una bofetada a
Jacobo, quien cayó al suelo, golpeándose en las costillas con la esquina de la
cama.
-Maldito
maricón...
Jacobo
empezó a reírse, mientras el otro se daba la vuelta para terminarse de cambiar
y largarse de ahí.
-Tú
también lo eres. Eres un maldito puto, y te gusta…
-No
sabes lo que me gusta. ¿Qué ganarás invitando a mi esposa a tu presentación?
Jacobo
se levantó, y de su chamarra sacó su teléfono celular. Le mostró fotos al
hombre que él también conocía: fotos de traseros, de pechos desnudos, de penes.
-Invité
a nuestros amigos más íntimos, con los que te gustaba hacer tríos, ¿ya no te
acuerdas? Todos ellos van a ir a la presentación de un libro que no existe,
donde todos ustedes van a quedar expuestos cómo lo que son.
El
hombre compuso una cara de furia, mientras veía pasar una a una las fotos.
Amigos íntimos, hombres de su misma edad, con vidas similares a la de él, con
esposas, hijos, trabajos ejemplares, una vida correcta ante la sociedad que los
veía como hombres de bien. Todos ellos invitados a un engaño.
-No
te saldrás con la tuya, no lo harás…-, dijo el hombre, acercándose
peligrosamente a Jacobo. Este retrocedió poco a poco.
-¿Y
qué piensas hacer?
-Hacerte
callar si es necesario.
Jacobo
metió discretamente la mano en el otro bolsillo de la chamarra, dónde encontró
lo que escondía, el instrumento final de su venganza.
-Te
meterían a la cárcel, te harían pasar un tormento peor que el que más a hacer
pasar a mí. Yo he querido morir muchas veces, y esto es lo de menos. Pero tú
perderías todo. Tú esposa, tu trabajo, tu reputación. ¡Me das asco…!
El
hombre se lanzó contra Jacobo, y cerró sus enormes manos contra su cuello,
haciéndolo chocar contra la pared. El muchacho tenía miedo, y se estaba
poniendo rojo.
-¡No
voy a dejar que destruyas mi vida, estúpido mocoso de mierda…!
Jacobo
sacó del bolsillo un desarmador, con punta de cruz, y con un movimiento
desesperado, lo clavó en el cuello de su amante, quién no alcanzó a gritar. El
dolor era insoportable, y la sangre empezaba a manar de la herida, salpicando
el rostro de Jacobo, su ropa, y el suelo.
-¡Suéltame,
cabrón! ¡Suéltame!
Con
otro movimiento, Jacobo dejó salir el desarmador, y lo clavó en el pecho, una y
otra vez. Las manos del hombre se soltaron de su cuello, y dejaron marcas en la
piel del muchacho, mientras su cuerpo caía hacía atrás, golpeándose la cabeza
contra la esquina de la cama.
Jacobo
se quedó ahí pasmado, mientras observaba el cuerpo de su amante, tumbado en el
piso, con las piernas arqueadas y sus manos en los costados, salpicado de
sangre y aún con el miembro de fuera. Ahora, en la mente del muchacho, pasaban
varias cosas. Aquello había sido en defensa personal. El hombre que yacía en el
piso había abusado de él, y Jacobo se había defendido, con lo único que había
encontrado, y que casualmente estaba en su chamarra, para protegerse. Porque
sabía que ese hombre quería abusar de él. Porque estaba seguro de que le haría
daño, aunque en realidad, Jacobo lo había planeado todo así. Provocación, daño,
y luego la muerte.
En
especial con la muerte, no había más tiempo que perder…
El
poder estalló, una furia incontrolable que hizo que mesas, comida, adornos y
cuerpos humanos fueran lanzados contra la pared. Algunos murieron al instante,
estrellados como bolsas de carne y sangre contra los muros negros de aquella
torre, mientras otros, fracturados o inconscientes, caían al suelo, quejándose
y gritando de dolor. Aquellos que aún no habían sido alcanzados por el poder de
Sinner’s Prayer fueron golpeados por los objetos que salían despedidos a su
alrededor. El Rey y su Vigilante personal salieron aprisa, junto a varias personas
que se internaban en el pueblo para refugiarse de la furia de su Dios.
-¡Qué
diablos estás haciendo!-, exclamó John Wayne, al verse sacudido por la furia de
un poder inconmensurable, mientras su corona de tréboles caía al suelo, y su
cabello flotaba tras su espalda.
-Ellos
no merecen seguir aquí, mientras yo lo permita, John Wayne. Te traje hasta este
lugar para que, juntos, les demostremos de lo que somos capaces. Somos dioses
entre pulgas, microbios que no saben defenderse.
-¿Pero
por qué ellos? No nos hicieron nada, y creyeron en nosotros…
Sinner’s
Prayer, a pesar de toda la furia, estaba llorando. Sabía que aquello estaba
mal, pero era un mal necesario. Las paredes del lugar empezaron a crujir, y por
fuera, las piedras de la torre negra caían encima de la gente, sobre las casas,
en las calles de aquel pequeño pueblo.
-Siempre
han sido dos los que se sientan en este trono. Uno creador, y el otro
destructor. Cuando nacía alguien, yo me apersonaba para ensamblar su cuerpo,
darle vida y forma a sus sentimientos y darle el aliento de la existencia
misma. Cuando un anciano estaba listo, el otro iba por su aliento, a regresarme
lo que yo le había dado hace años. Pero hace tiempo, aquel que se sentaba
detrás de mi desapareció, se fue sin más, y mi cabeza enloqueció, vi colores
demasiado brillantes, y no pude más. Antes de irse, me indicó lo que debía
hacer. “Debes ir al desierto, y ahí me encontrarás de nuevo…”
John
Wayne retrocedió, asustado. Un recuerdo cruzó su mente, la memoria estallaba en
colores incomprensibles, y sin embargo, ahí estaban: un destello de una vida
pasada, el recuerdo del amor de aquel muchacho que había enloquecido.
-Yo…
yo recuerdo algo…
Sinner’s
Prayer sonrió, mientras la mitad de la torre caía hacía un costado, aplastando
a varios niños y destrozando casas que explotaban con un terrible sonido.
-Antes
tenías otro cuerpo, antes de encontrarte confundido en el desierto, casi
muerto. Ahora, por tu bien, recuerda tu poder. Yo soy la Creatividad, la vida,
pero tú eres la Depresión, el poder de la muerte y la destrucción. Ya me cansé
de crear, de ver que van a morir, de que todo lo que creamos se quede a la
mitad, sin alcanzar la inmortalidad. Ahora es necesario destruir, antes de que
todo vuelva a ser nuevo, que todo sea salvo. Y tú, vaquero, tienes que
demostrar tu poder…
John
Wayne estaba asustado. Sus manos temblaban y, aunque trataba de moverse, su
temor lo dejaba ahí, atrapado y atenazado.
-No
tengo poder. Y si lo tuviera, no sería para hacer esto. Lo que estás haciendo
es una locura, tu mente no está bien… No tengo poder.
Sinner’s
Prayer sonrió, enojado, furioso, pero feliz. Sentía algo, como si la piel se le
erizara, y sintió algo en su estómago. Esas nauseas, el ansia…
-Muy
bien. Voy a ayudarte a sacar tu poder…
El
suelo de la torre empezó a moverse, como si fueran ondas sobre el agua,
desprendiendo polvo y pedazos de piedra negra. John Wayne perdió el equilibrio,
y trataba de levantarse, pero las piedras le hacían daño, y no dejaban que se
pusiera de pie.
-¡Déjame
en paz, por favor!-, gritó John Wayne, entre gritos de dolor y lágrimas.
-¡Saca
tu poder, o morirás! Defiéndete de la vida, de lo doloroso que puede ser el
trayecto hasta la muerte. Créeme, vas a sufrir demasiado si no te defiendes
ahora. ¡Enfrenta tus miedos, tu ignorancia, y saca tu maldito poder!
Lo
que quedaba de la torre se desmoronó por fin, y la otra mitad del pueblo fue
aplastada por las piedras. Una enorme roca se dirigía hacía John Wayne, y
Sinner’s Prayer sonrió. Si no se apartaba, el muchacho moriría aplastado, y aún
así el otro se quedó quieto, con miedo mirando como la enorme piedra negra caía
directamente hacía él.
Fue
un solo instante, cuando John Wayne ya no sintió su cuerpo, y su mente viajó a
una velocidad excepcional. La piedra cayó con un sonido aterrador, destrozando
la mitad del trono. Sinner’s Prayer abrió los ojos sorprendido. Su compañero ya
no estaba. Había desaparecido, cómo si el mismo espacio se lo hubiese tragado.
-¿Dónde
estás? No te escondas. Sal, quiero ver de lo que eres capaz.
Fue cuando el muchacho
de la piel de panda sintió el calor de un fuego abrasador a sus espaldas.(FINAL)
0 comentarios:
Publicar un comentario