Homicidio Mexicano
Luis Zaldívar
Para los que no
creen que en México podemos hacer la diferencia, aquí escribiendo yo mi relato,
te demuestro que sí, amigo lector.
Gracias a ti también por cambiar mi vida. Ya sabes quién eres, ¿verdad…?
¿Quién es Javier Carrillo?
Médico egresado de una de las
universidades más prestigiosas de Jalisco, un hombre al que la vida le ha
costado demasiado, a raíz de la pérdida de su padre, se convirtió en uno de los
investigadores privados con más fama a nivel nacional, si no es que el único.
Por sus manos y su mentalidad
han pasado casos de verdad alucinantes, dónde los misterios contrastan siempre
con la realidad en México. Más allá de los cárteles del narcotráfico y demás
asociaciones, Javier ha combatido con otra realidad aún en crecimiento: Los
casos misteriosos, donde el crimen se combate “a la antigua”.
Más allá de los casos
resueltos, donde suena mucho el caso del asesino del Museo de Antropología en
el Distrito Federal, Javier Carrillo se enfrentó últimamente a uno de los más
despiadados y maravillosos asesinatos jamás perpetrados. Esta es la historia de
mi colega, amigo y visionario, que descubrió un crimen sin igual, y entró en la
historia del país cómo uno de los mejores detectives…
Javier Carrillo había recibido
una invitación junto con el correo de la mañana, entre algunos recibos e
invitaciones para tramitar tarjetas de crédito. Después de recogerlas del suelo
de la oficina, dónde siempre iban a dar después de que las metían en la rendija
de la puerta, se acercó de nuevo a su escritorio. Había demasiados papeles
revueltos, y unas cuantas fotografías de algunos casos pasados.
-¿Quién era?-, dijo Luis, su
ayudante, sentado en el otro escritorio, leyendo un libro de esoterismo. El
muchacho había estudiado filosofía, pero a Javier le hacía falta alguien que lo
acompañara a estudiar los casos, a tomar fotografías y notas de las pistas
tomadas.
-Nadie, el correo. No había
visto que había una invitación, no sé si sea tuya, la verdad, ¿te invitaron y
no me avisaste?-, dijo Javier, sonriendo de manera divertida, agitando el sobre
de la fiesta.
Luis lo miró de reojo, por
encima del libro, bajando sus piernas del escritorio. Luis no había sido
invitado a fiestas desde hacía años que se había mudado a la Ciudad de México, y ahora
que trabajaba a lado de su mejor amigo, era menor la posibilidad.
-Lo dudo amigo. Todas mis
amigas están ocupadas, y no creo, tal vez sea para ti, eres demasiado
solicitado desde ese día del Museo, con el asesino azteca, pero de todas
maneras, deberías de revisarla.
Javier asintió, mirando de
nuevo el sobre. Hasta Luis dejó el libro sobre el escritorio, y se acercó a la
silla de su compañero. El sobre fue abierto, y dentro, sacó una carta adornada
con ribetes, de color blanco, rojo y verde.
-“Se le invita cordialmente a
la fiesta patria de la familia Gomezcaña, que se celebrará en…“ Es una fiesta
del 15 de septiembre, eso se oye genial…-, exclamó Luis desde atrás de su
amigo.
-Ya lo sé, estoy leyendo,
muchas gracias metiche. Es de Azahena…
-¿De quién?
-De Azahena, una amiga desde
hace años. Me sorprende que me haya invitado, desde que empecé con todo este
trabajo me desatendí de ella, y no supe nada en varios años.
Javier se quedó pensando,
mientras leía la fecha de la fiesta, el 15 de septiembre a las 10 p.m. Cuando
iba a volver a meter el sobre, pensando todavía en su amiga y la invitación
después de tantos años, Luis lo detuvo con un toque en el hombro.
-¿Ya te diste cuenta que
metiste la invitación sin leerla toda? Te faltó un pedazo…
Javier la sacó de nuevo, y
desdobló lo que le faltaba. Cuando lo leyó, se quedó sorprendido.
-¿Disfraz indispensable? Bueno,
no lo sé…
-Ay Javier, por favor, ya sé
que quieres ir a la fiesta, es tu amiga, tienes que verla, si es que de verdad
te invitó. Además, ¿qué difícil puede ser encontrar un buen disfraz de fiesta
mexicana? Puedes ir de Pancho Villa, ¿no?
Javier lo volvió a mirar con
esa mirada divertida pero muy severa.
-No seas tarado. Pancho Villa
no medía casi 2 metros ,
y no estaba tan gordo cómo yo. La verdad, creo que sería el único disfraz que
tengo, al menos que vaya de norteño, con las botas que tengo y el sombrero.
-Ahí está, amigo. Te verías
presentable. ¡Que te diviertas!-, dijo Luis, caminando hacía la cocina de la
oficina, para prepararse su café de siempre, con el que empezaba la mañana.
-Ah no, eso si que no canijo.
Me vas a acompañar, y vas a comprarte tu disfraz, y me vale lo que digas,
tienes que venir y conocerla. De nada sirve que me hayas ayudado varias veces
antes, y que tampoco te conozcan, ¿está bien?
Luis se quedó ahí, de pie,
entre la puerta de la cocina, asintiendo.
-Está bien jefecito. Mañana
vamos a comprar los disfraces, si quieres. De todas maneras, falta una semana,
y la dirección no es muy lejos del Distrito Federal. Está bien.
Pero Luis no quería ir, y puso
cara de enojado al hacerse el café. Javier sólo alcanzó a soltar unas
carcajadas.
Javier y yo nos fuimos a
comprar los disfraces al otro día. Él obviamente escogió el que le recomendé, y
yo me conseguí uno de emperador azteca, con todo y el penacho de plumas.
Cuando pasó la semana, y sin
ningún otro caso que atender, nos preparamos para la fiesta. El 15 de
septiembre siempre era un caos en la ciudad, ya que siempre había gente
dispuesta a hacerte perder el tiempo. Desfiles por aquí, fiestas por allá,
gente que salía apresurada a las tiendas a comprar algo para sus celebraciones,
borrachos de mediodía. La ciudad era un caos, pero al menos no teníamos que
salir demasiado de ella.
Cuando llegamos a la dirección
requerida, nos encontramos con poca afluencia. La casa era grande, no lo
podíamos negar, con dos pisos, un hermoso jardín adornado con motivos patrios,
plantas, flores, y algunos coches aparcados ya en el estacionamiento.
Lo que íbamos a encontrar allá
adentro sería excepcional…
Javier y Luis bajaron casi al
mismo tiempo del auto. Daban ya las 9:45, y la oscuridad los envolvía, a pesar
de que la casa de la anfitriona lucía demasiado adornada y alumbrada. Javier
vestía con demasiado porte el disfraz de revolucionario, con un bigote falso,
un sombrero muy amplio, y unas botas militares bien lustradas, luciendo su gran
altura.
Luis, en cambio, tuvo problemas
para bajar, ya que el penacho de plumas de pavo real y águila se le atoraba en
donde fuera, la capa de tela blanca arrastraba demasiado en la banqueta, y el
frío se le colaba, por que sólo llevaba huaraches y un extraño taparrabos de
manta.
-Te ves estupendo pequeño
amigo, te dije que al menos vinieras de Miguel Hidalgo, no sé. Te ves demasiado
ridículo…
-Cállate Javier. No por que mi
idea del disfraz de Villa te haya quedado a la perfección te burles del mío.
Represento a lo más mexicano que existe, a los mexicas…
-Aha, ya veo… De todas maneras,
los mexicas eran grandotes, fuertes, muy rudos, daban miedo. Y tú pareces pollo
pelado con frío, acéptalo, no te queda…
Javier se rió a carcajadas,
casi doblándose del dolor, y ni siquiera sintió cuando Luis le soltó un golpe
con la palma de la mano en la cabeza, el cual le dolió mucho.
-Eres un tonto. Está bien, ya
no digas nada de mi disfraz. ¿Es la casa de tu amiga? Es enorme, no se compara
en nada a mi departamento, rayos…
-Sí, esta es la casa de
Azahena. La obtuvo con mucho esfuerzo, también por que tiene 4 niños, y a todos
les tenía que dar un hogar. De todas maneras, vinimos a una fiesta, así que deja
de indagar en todo, ¿te parece? Al menos hasta que acabe la fiesta, ya luego
podrás hacer lo que sea.
-Perfecto Javier, no era mi
intención preguntar, vaya… De todas maneras, me toca manejar, no quiero tomar
ni una sola cerveza, ya sabes cómo me pone eso.
Caminaron dejando atrás el
auto, hasta llegar a la reja de la casa. Dentro, se escuchaban risas, música
regional, y el choque de unos cuantos vasos. Esperaron un poco después de que
Javier tocó al timbre.
Una mujer, sencilla, de mediana
altura, y piel morena, salió a recibir a los invitados. Iba ataviada con un
disfraz de Josefa Ortiz, con el vestido largo, los guantes hasta los codos, un
abanico colgando de la muñeca derecha, y con un peinado alto, con un tocado de
tiara muy bonito.
-Buenas noches… ¿Javier?
¡Javier Carrillo, sí viniste!-, dijo la mujer, poniendo cara de sorpresa, con
una mirada que detonaba felicidad.
-No podía perderme la fiesta de
mi mejor amiga, y espero no te moleste haber traído visitas…
Cuando Azahena abrió la puerta,
ambos se abrazaron, cómo si hacía siglos que no se vieran. Los dos sonrieron,
mirándose frente a frente, y soltaron una carcajada de nervios.
-Ay Javier, hace años que no
sabía nada de ti, adelante, pasen por favor, están en su casa. ¿Y quién es tu
invitado?-, dijo Azahena, haciendo pasar a sus invitados a través del umbral.
-Es Luis Zaldívar, es quién me
ha apoyado en algunos casos atrás. No podía dejarlo amarrado hoy cuidando la
casa, así que me lo traje.
-Eres un torpe. Mucho gusto
señora Azahena, disculpe al discreto de mi colega Javier, ya no sabe qué decir,
y eso que no ha tomado ni una sola copa. ¿Pasamos?
Después de estar viendo un poco
el jardín, las plantas y los adornos, Azahena los invitó a pasar. Era una casa
preciosa, tanto por fuera como por dentro, ya que la sala era enorme, y
parecían caber demasiadas personas. La música mexicana sonaba un poco alto,
pero lo suficiente para que se escucharan las conversaciones.
Lo que notó Javier es que no
había mucha gente ahí. Sabía que Azahena tenía cuatro hijos, pero sólo pudo
distinguir el rostro de 2 de ellos, ya que los más pequeños se habían ido de
vacaciones con la abuela. Había más gente, otras 7 personas más, pero ninguno
que él conociera.
-Mira Javier, te presento a
Pablo, es mi hijo mayor. Cumplió 25 este año, y él es Carlos, tiene 23.
Fernando y Samael no están, se los llevó mi mamá de vacaciones, y pues espero
que regresen completos.
Los dos muchachos, altos y bien
parecidos, saludaron primero a Javier, y luego a Luis. Iban los dos vestidos de
indígenas, con los trajes típicos de manta, bordados, y con unos machetes
falsos.
-Mamá siempre nos habló de
usted, señor Carrillo. Supimos lo del incidente en el museo hace meses, y nos
interesaba que viniera, más a mi hermano Pablo, es un completo obsesivo de
usted…
-No manches, Carlos, no es
cierto, admiro al señor, pero no me obsesiona, no digas tonterías. De todas
maneras, siempre he dicho que es genial que usted se atreva a resolver
misterios así, no sólo homicidios y esas cosas. Está genial que haya venido a
la fiesta…
-¿Y tus hermanos? Faltan dos,
¿no?-, dijo Luis, inquisitivamente al muchacho. Javier no lo reprimió, pero le
lanzó una mirada algo extraña.
-Sí señor Luis, son dos, pero
no están, Fernando cumplió 15, deberían verlo, es un gran atleta, y Samael acaba
de cumplir 11, es un muchachito muy inteligente. Pero bueno, ellos se pierden
de la fiesta, ¿verdad?--, dijo Carlos, aferrando bien su vaso de cerveza, y
riéndose junto con su hermano.
Después de haber charlado un
poco con los hijos de Azahena, ella fue presentándolos a los invitados, uno por
uno. Estaba el señor Aristóteles Grana, un prestigioso contador público, junto
a su esposa, la señora Irma Familiar de Grana, excelente pintora de ocasión.
Después, conocieron a Mario Rodríguez, un afamado ciclista del equipo olímpico
que había tenido la suerte de conocer a Azahena hace algunos años. Martina
Baleares, bailarina consumada de casi 40 años, experta en el tema del ballet
clásico. Un par de hermanos, Roberto y Juan Flores, gemelos, amigos de Azahena
en el trabajo, y por último Liliana Suárez, la dueña del restaurante “La Fonda Internacional ”,
y quién se había propuesto para traer la comida que iban a degustar esa noche.
Y con todos ellos, estaba el encargado de la limpieza en casa, un señor canoso
de unos 50 años llamado Pedro que servía las botanas, las copas, y también se
divertía platicando con ciertos invitados.
-Muy bien, escúchenme todos.
Quisiera por favor, que brindemos, ya que está a punto de ser medianoche, y hay
que festejar el día de la independencia cómo se debe…
Ya habían pasado muchos minutos
de plática y de diversión entre todos, e incluso Luis se había tomado algunas
cervezas. Todos se pusieron de pie alrededor de la mesa, dónde sólo quedaban
los platos vacíos, y algunos vasos medio llenos. Javier se dio cuenta que
incluso el señor Pedro se acercaba a la mesa, junto con Azahena, para disfrutar
del brindis. Todos levantaron sus vasos, y justo cuando dieron las 12, se
apagaron las luces…
-¡No es justo!-, dijo alguien a
través de la oscuridad, que de seguro tendría que ser Pablo. Unos vasos cayeron
al suelo, y se escucharon exclamaciones.
-¿Azahena, están bien?-, dijo
Javier, tratando de tantear el espacio a través de la oscuridad, pero sólo hizo
que se le cayera el penacho a Luis.
-Sí, aquí estoy, no sé dónde
pero…
Entonces, cómo si fuera posible
algo peor que eso, se escuchó un disparo, un quejido, y alguien que se
desplomaba. Liliana y la señora Irma gritaron, y cómo estaban casi juntas, se
abrazaron. El señor Aristóteles se tropezó con una de las sillas, y fue a tirar
unos cuantos platos sucios al suelo.
-¡Tranquilos todos! Voy a
revisar la caja de la luz-, dijo Carlos, tratando de mantener el orden en la
casa. Se escucharon sus pasos alejarse hacía el patio.
-¿Se escuchó un disparo? ¿Qué
diablos pasó?-, susurró Luis, acercándose a Javier, para que nadie lo
escuchara.
-No lo sé, pero mantén los ojos
muy abiertos, no quiero que pase nada más…
Después de dos minutos que
parecieron eternos, la luz regresó. Todos parecían aturdidos, completamente. Y entonces,
sin darse cuenta, encontraron el cuerpo del señor Pedro en el suelo, con un
disparo en el corazón, sobre un enorme charco de sangre. Azahena gritó, y se
fue a refugiar a los brazos de Javier. Luis se quedó pasmado, con Pablo y
Carlos a un lado, mirándose. Aristóteles abrazaba a su esposa, Mario trató de
agarrar fuerte a Liliana para que no se desmayara de la impresión, los hermanos
gemelos trataban de tranquilizar a la señora bailarina, aunque sin mucho éxito.
Alguien había cometido un asesinato.
-¿Quién lo hizo?-, dijo Luis,
mirando el cuerpo del señor Pedro sobre el suelo, y el charco de sangre que se
hacía cada vez más grande. Todos miraron a Azahena, cómo buscando una
explicación del por qué alguien había cometido un homicidio en su propia casa.
-No pudieron resistirse,
¿verdad? ¡Les dije que ninguna bromita! Pablo, Carlos, explíquense por favor.
-No hicimos nada mamá.
-No mataría a alguien, lo
sabes, no es broma, el señor Pedro nunca se prestaba para eso, no es cierto…-,
dijo Carlos, nervioso.
-No fueron ellos Azahena. Todos
son sospechosos, pero hasta saber quién fue, ellos ni siquiera lo hicieron.
Alguien de aquí tenía suficientes motivos para hacerlo, de lo contrario, jamás
lo hubiera hecho. Tenemos que hablar, con todos-, dijo Javier, cuando todas las
miradas se posaban en él. Menos Luis, quien ya estaba más cerca del cadáver,
examinando lo que veía, y asintiendo con la cabeza.
-Entendido, jefecito…
Después del disparo fatal que
terminó con la vida de don Pedro, decidimos ponernos a preguntar, cómo siempre
lo hacíamos. Estos casos eran clásicos, incluso muchos libros se daban a la
tarea de inventar historias para entretener al público. No era de sorprenderse
que Javier hubiera querido que leyéramos todo ese material para basarnos en el
trabajo real.
Preparamos una habitación para
los interrogatorios, así mientras una persona entraba para hacerle preguntas,
las otras esperaban en la sala. Así, empezamos a armar el caso del Asesino de la Independencia ,
nombre que se me ocurrió de repente. Para ser sinceros, después del nombre,
Javier era el que quería cometer homicidio…
1.- Azahena Gomezcaña Sánchez:
LA ANFITRIONA.
“El señor Pedro era cómo de la
familia, nunca lo traté mal, nunca hubo problemas con él. Tenía todo lo que
necesitaba aquí, un lugar dónde vivir, comida, horas de diversión. No tendría
yo motivos para matarlo, lo juro…”
2.- Pablo Gomezcaña: EL HIJO MAYOR.
“El señor Pedro vivía aquí
desde hace mucho, no había problemas, al menos que nosotros nos portáramos mal,
nos acusaba con mi mamá, pero hasta ahí. Creo que el único rencor que le guardo
haya sido que se quedara con una de las recámaras que me gustaba más. Nunca le
vi haciendo nada sospechoso…”
3.- Carlos Gomezcaña: EL
SEGUNDO HIJO.
“Nunca me llevé bien con el
señor. Siempre que llegaba tarde le decía a mi madre, o cada vez que hacía
alguna fiesta. ¿Pero de eso a matarlo? No, nunca lo hubiera pensado en serio.
Los amigos de mi mamá lo conocían mejor que nosotros, ya que venían más a la
casa, y él siempre los atendía como reyes. Alguien de allá afuera tuvo la
culpa, lo sé…”
4.- Aristóteles Grana: EL CONTADOR.
“¿Piensa que fui yo?
Sinceramente, señor Carrillo, admito que es bueno para las pistas, pero no sé
hasta qué punto sospechando de alguien. Mi esposa y yo vinimos siempre a la casa
de Azahena, y el señor era un pan de Dios, si se le puede llamar así. Aunque
nunca soporté que viera de más a mi esposa, pero sabía controlarme…”
5.- Irma Familiar de Grana: LA ESPOSA.
“Creo… creo que fue algo
terrible… No puedo dejar de pensar en eso, señor Carrillo, y usted lo sabe. Don
Pedro era un buen samaritano, siempre estaba al pendiente de esta casa, de
Azahena y de sus hijos. Tenía un poco de rencor a mi marido, y no sé por qué
razón. Ya no quiero decir nada, de verdad…”
6.- Mario Rodríguez: EL ATLETA.
“Nunca trabé conversación con
el señor. Creo que era algo amargo cuando nos recibía en casa, en especial a
mí. Todos dicen que es un alma del señor, pero un día me derramó la bebida,
según él ‘sin querer’. Miré su cara ese día, con una sonrisa malvada. Creo que
le caía mal, o algo le hice, pero no lo recuerdo, y obviamente no lo hice. Yo
no disparé.”
7.- Martina Baleares: LA BAILARINA.
“Todos son culpables, ¿por qué
habría de molestarme en hablar con usted? Sería incapaz de matar a sangre fría
a un hombre tan honorable cómo él. Bueno, tan honorable cómo muchos dicen, no
lo era. Tenía un secretito, que sólo yo pude descubrirle. Pero no es el caso,
nunca ha sido tan relevante eso, al menos que a Azahena le enoje que yo lo
cuente. Ella no quiere darse cuenta de lo que él hacía, pero no soy nadie para
decirle que lo divulgue…”
8.- Roberto Flores: EL GEMELO NÚMERO 1.
“A mi hermano y a mi nunca nos
trató mal. Don Pedro era una excelente persona, un ejemplo a seguir. Una vez
Azahena nos dejó a solas con él en el jardín, y nos pusimos a platicar. A mi
hermano le encantaba ese señor, lo admito, es un gran ser humano, pero jamás,
NUNCA, nos hizo nada malo. Habíamos acordado incluso un día salir a Garibaldi,
sólo para celebrar, y nunca se cumplirá. Lo siento por ese gran hombre…”
9.- Juan Flores: EL GEMELO NÚMERO 2.
“Don Pedro era bueno, sí, pero
eso no le quitaba lo cobarde y a veces lo pusilánime. Un día se asomó a la
calle, cuando estacioné mi auto. Salí con una ex novia que siempre traía cuando
Roberto no quería venir. Y el mugroso viejo se le quedó viendo, sólo por que
Marcia tenía un escote del tamaño de una sandía. Sí me molesté, pero pensé que
era normal de una persona tan solitaria como él. Si tenía malas intenciones, de
verdad se merecía que le pasara eso…”
10.- Liliana Suárez: LA COCINERA.
“No soy cocinera, estudié de
chef, en una escuela particular muy famosa en el país. He ido a hacer
exposiciones de comida mexicana a eventos internacionales, en Japón, Francia,
Italia, Estados Unidos, Egipto. Conozco a mucha gente, pero ninguna persona era
cómo Don Pedro, siempre feliz, siempre tan atento, ayudándome en la cocina, con
todas esas atenciones… Creo que, si yo lo hubiera matado, me hubiera
arrepentido…”
***
-Estas
personas dicen puras tonterías. Y te apuesto, por lo que más quieras, a que la
señora del contador tuvo que ver con el señor Pedro, era tan mañoso ese hombre,
que Azahena no se quería dar ni cuenta…
-No
te adelantes a nada, Luis. Son pruebas muy débiles, eso sí, pero no tienes
derecho de sospechar así de la gente. ¿Podrías decirle a la bailarina que pase?
Necesito hablar con ella.
Luis
salió del cuarto que parecía un estudio pequeño, y llamó a la señora Baleares,
que se acercó subiendo las escaleras.
-¿Hay
alguien más en la sala con usted?-, dijo Luis.
-Nadie,
sólo Azahena, y Pablito, el muy hacendoso nos hizo un té que le quedó de
maravillas. ¿Desea algo más, señor Carrillo?-, dijo la señora Baleares,
entrando con un aire muy teatral al estudio.
-Necesito
una última confesión de usted, señora. Les dije que no se fueran de la sala, y
se están yendo a donde quieren. ¿Podrías llevarlos a su lugar, Luis?
El
muchacho asintió, y los dejó solos, entrecerrando la puerta. La señora Baleares
se sentó cómodamente en el reposet de color amarillo, mientras Javier la
miraba, apoyado en una silla de madera, cruzando la pierna.
-¿Qué
más quiere saber de mí, señor Carrillo? Ya le dije todo lo que estaba en mis
manos que usted supiera, no puedo hacer nada más. Soy una mujer fiel a sus
amigos, y la señora Gomezcaña confía en mí, y todos sus hijos…
-No
es eso señora, créame que la entiendo. Azahena me ayudó mucho en tiempos
pasados, y quiero agradecerle ahora que puedo. Dígame una cosa, sé que usted
sabía un secreto de Don Pedro, y usted misma se enorgullece de que nadie más lo
sabe. ¿De qué se trata?
La
señora Baleares se quedó quieta, cómo pasmada por lo que Javier le había
preguntado. Con mirada nerviosa se revisaba las manos, y luego hacía ambos
lados, pensando que la estaban vigilando. Su hermoso vestido de bailarina
veracruzana se extendía sobre la alfombra, blanco, flamante, e impecable.
-Sé
que la señora Azahena podría matarme, por no haberle dicho esto antes a ella
que a usted. Lo único que puedo decirle es que Don Pedro, cómo hombre solo que
era, estaba en buenos términos con la señora del contador, la señora Irma. La
muy pérfida se paseaba mientras su marido hacía las cuentas de la casa. Y
cuando nadie la veía, visitaba a Don Pedro, siempre en su afán de hacer algo
imperdonable. Yo sólo los vi una vez, pero dudo que me hayan visto. Nunca he
sido chismosa, por eso no le conté nada, ni al señor contador, ni a mi amiga
Azahena. Por lo demás, creo que ella lo sabía, pero aún así no quiere contar
nada, no quería quejarse, por temor de perder al único hombre que la ayudaba en
la casa…
-¿Entonces
cree que el asesino tenía motivo de matar a Don Pedro, sólo por haberse
acostado con la señora Irma?-, dijo Javier, tratando de entender mejor.
-No
no, señor Carrillo, yo nunca dije que ellos se acostaban. Sólo los vi
besándose, intercambiando caricias, cómo si esperaran que los descubrieran,
para tratar de disimular más. Discúlpeme que me retire, pero necesito tomar el
fresco, este calor es insoportable…
La
señora se levantó, al mismo tiempo que Javier, sólo que él no abandonó por
mucho su sitio. Ella se dirigió a la puerta, tratando de no tropezar con el
vestido blanco, y cuando llegó, se dio la vuelta para mirarle.
-No
se crea de todo lo que escucha, y de todo lo que puedan decirle, señor
Carrillo. Don Pedro no pudo haber hecho algo con esa mujer, pero con otra sí, y
uno de ellos lo sabe, tanto cómo para estar siempre enojado. Tuve que contarle
antes a usted de esa persona…
Pero
no alcanzó a decir quién. Un machete, tan afilado cómo una hoja de afeitar,
atravesó el pecho de la señora Baleares, y salió por enfrente. Javier se quedó
quieto, con cara de asombro, pero luego recordó lo que estaba pasando, y se
echó a correr. Antes de que llegara hasta donde estaba la señora, el atacante,
vestido con una capa negra que ondeaba con movimientos rápidos, escapó, sin
soltar el machete, que ya escurría de sangre.
Y
por más que quisiera alcanzarlo, Javier no pudo saltar por encima de otro
cadáver, que se desplomó en el suelo, pesadamente. Miró con impotencia al
asesino correr de nuevo a las penumbras, y luego puso el cuerpo de la señora
Baleares de boca. No podía hacer nada, ya que el machete había atravesado el
pecho, justo por el corazón.
-Ahora
sí tengo problemas, señora. ¡Luis, ven, deprisa!
La
que entró primero a la llamada de Javier fue Azahena, quien retrocedió al ver
el cadáver sobre el suelo. La sangre volvió a hacer un charco, y Javier se
quitó hasta el sombrero y lo arrojó, por que tenía calor, y no dejaba
concentrarse.
-¿Quién
fue Javier? ¿Alcanzaste a verlo, no es verdad?-, dijo Azahena, con la mano
izquierda en la mejilla.
-No,
se me escapó. Al menos tengo algunas pistas que necesito analizar y después…
¡CARAJO LUIS! ¿DÓNDE DIABLOS ESTABAS?
Luis
apareció corriendo, y se detuvo para evitar pasar por encima de la señora
Baleares. Miró la escena con miedo, pero se dispuso a contestar rápidamente:
-Fui
a buscar pistas a la recámara de Don Pedro, pero está cerrada. Cómo no pude
verlo antes, el maldito pasó cerca de mí, y ni siquiera le dije nada…
-¿A
quién viste?-, dijo Javier, tratando de mirarlo a él, y a Azahena al mismo
tiempo, alarmado, y algo asustado.
-No
lo distinguí bien. Pero era uno de los gemelos…
Obviamente,
cuando le conté lo del gemelo, Javier se puso loco. Sabía que, si no era uno de
ellos, jamás sería nadie más, y no habría otra oportunidad. Ya no quedaban
muchas pistas, y necesitábamos desesperadamente resolver el misterio antes de
que alguien más muriera.
Todos
los invitados (o los que quedaban, de hecho), se reunieron de nuevo en la sala,
sentados uno junto al otro, esperando las noticias. Cómo siempre, me decidí a
anotar todo lo que podía escuchar en el iPad, para empezar después a hacer el
reporte oficial…
Caímos
en la cuenta de que la posibilidad se reducía a menos, pero nunca dejamos de
buscar. Estábamos atrapados en una casa, con una fiesta mortal ejecutándose.
-Cómo
todos podrán observar, hubo otro homicidio. La señora Baleares tal vez no
tuviera nada que ver, y todos están de testigos. No vi quién se escondía tras
la capucha negra, si era hombre o si era mujer, pero les aseguro que no quedará
nada impune. ¿Qué pistas tienes, Luis?
El
muchacho se le quedó viendo a Javier, después de que él se dirigiera ante los
invitados. Algunos tenían rostros de concentración, la mayoría de miedo, y sólo
Aristóteles Grana con un dejo de autosuficiencia.
-Bueno,
fui a investigar la recámara de Don Pedro, y hasta ahorita no pude encontrar
nada extraño, a excepción de una cinta roja, un listón más bien. No sé quién de
los gemelos Flores estaba allá arriba cuando pasó, pero alguno de ellos puede
ser el principal sospechoso…
Todos
miraron a los gemelos, que estaban de pie, uno cerca del sillón de la sala,
otro recargado en la pared, a un lado del pasillo que daba a la cocina. Ambos
se miraron, cómo sospechando uno del otro. Juan, el menor, miró al suelo, sin
despegarse del sillón. Roberto puso cara de serio, y cruzó los brazos. Ambos
iban vestidos con elegantes trajes de charro negros.
-No
tengo nada que ver con lo de la señora. Es una pena, sinceramente, pero no veo
el caso de matar a una persona así…-, dijo Roberto, sin cambiar su semblante.
-Roberto,
carnal, ya diles lo que quieren saber, ¿no? Además, no quiero meterme en otra
bronca cómo la de mi ex…
Todos
se quedaron quietos con las palabras de Juan. Azahena abrió un poco la boca,
demostrando que estaba estupefacta por lo que había escuchado.
-No,
Juan, no voy a…
-¿De
qué se trata?-, preguntó Javier, mirándolos a ambos de manera inquisitiva.
Ninguno de los dos se voltearon a ver, pero las miradas no se desviaron. Juan
fue el que se adelantó a decir algo.
-Subí
al segundo piso, mientras mi hermano vigilaba en las escaleras. Quería subir al
cuarto del señor Pedro para buscar algo que tuviera que ver con el altercado
que tuve con él y mi ex novia, pero no pude entrar, y fue cuando lo vi, a Luis,
acercándose a ver mientras yo me escondía. Lo del listón no es nuestro, de
verdad…
-¿Y
quién nos asegura que estaban en verdad buscando la manera de deshacerse de la
señora?-, dijo Liliana, algo nerviosa, mientras hacía rollo un pañuelo con
ambas manos. Se había quitado el sombrero vaquero de lo nerviosa que estaba.
-Exactamente,
señorita. Hay algo raro en estos dos, lo sé, por que no dejan de platicar en
privado. Tal vez planean matar a alguien más…-, dijo la señora Familiar,
mientras tomaba la mano de su esposo, aunque este no parecía estar tan
interesado.
-No
hagamos conclusiones aún, señora Familiar, por que tengo algunas pistas que
coinciden con usted…
La
señora se quedó pasmada, y su marido puso cara de indignación, pero no reclamó
ni hizo nada. -En todo caso, y les aviso a cada uno de ustedes: No está
permitido moverse, no hasta que sepamos quién es el homicida, o cuándo sea
demasiado tarde…
Otra
vez reinó el silencio, a excepción de los dedos de Luis, que seguían tecleando
incesantemente sobre la tableta.
-¿Alguien
gusta algo de tomar?-, dijo Azahena, levantándose de repente del sillón. Sólo
Liliana y la señora Familiar pidieron té para calmar sus nervios, pero Javier
se levantó, y fue a ayudarle a su amiga en la cocina. Ella estaba temblando,
tratando de hacer las cosas mejor, aunque no pudiera.
-¿Te
sientes bien? Déjame ayudarte con eso.
Él
insistió a agarrarle la olla del agua, mientras ella se frotaba las manos,
nerviosa.
-Sí,
gracias Javier. Lamento mucho que todo esto esté pasando, hoy precisamente.
Tenía ganas de verte, de la manera más tranquila que se pudiera. De todas
maneras, fue una gran idea haberte invitado. Desde que te vimos en el caso del
museo, jamás imaginé que podría volver a verte. Fue algo de verdad espeluznante,
creo…
-No
fue nada Azahena. Nada comparado con esto, esto es más personal a mi parecer.
Ese señor Pedro tenía más conocidos en esta casa que nadie más, incluso que tu
misma. De todas maneras, tenemos que llegar al fondo de esto. ¿Sabías algo
acerca de si la señora Irma Familiar y don Pedro tenían algo que ver?-, dijo
Javier, mirando a su amiga a los ojos, mientras ponía la olla en la estufa
encendida.
Azahena
negó con la cabeza, tratando de guardar la calma.
-No
lo creo. Muchas veces vinieron aquí mis amigos, ellos y muchos más, y a todos
los trató de la misma manera. La señora Irma es muy respetable, o eso quiero
creer. También su esposo es un maldito, lo admito, nunca me cayó bien, ni
siquiera cuando empecé a trabajar con él, pero de todas maneras, no era el tipo
de hombre que…
Entonces,
cómo si fuera algo sacado de una película de terror, el grito más aterrador se
escuchó, cimbrando por todo el lugar. No se escuchaba tan lejos…
-Les
dije que no se movieran-, dijo Javier, arrojando un guante de cocina y saliendo
rápidamente, cómo el alma del cuerpo muerto. Azahena lo siguió, con los ojos
desorbitados.
-¡Javier,
viene del jardín, de la puerta lateral!-, gritó ella, cuando su amigo estuvo a
punto de salir en la dirección incorrecta.
La
puerta lateral de la casa estaba a un lado de la cocina, saliendo hacía la
derecha, en un tramo del jardín que sólo tenía un par de árboles, y muchos
rosales. Se veía especialmente oscuro ahí, y cuando Javier alcanzó a salir, los
invitados habían rodeado la casa por la puerta principal, y corrieron para ver.
Azahena salió poco después de que llegaran los demás, e incluso Luis, de la
prisa que llevaba, tropezó con la capa de emperador azteca, cayendo al pasto,
pero sin hacerse daño.
Había
otro cuerpo, esta vez, el de un hombre. Roberto estaba de pie ante él, y
Liliana se había asustado cuando todos la miraron, con el cuchillo
ensangrentado en la mano. Juan yacía en el suelo, inerte, muerto…
***
Vamos,
yo no esperaba esto. Pero después de mi caída en el césped, fue lo único que de
verdad me sorprendió. Miré entre el suelo, y cerca del cadáver, un listón
blanco. Algo no iba cómo lo esperábamos…
-¿Pero
quién lo hizo?-, dijo la señora Irma, tratando de guardar el aliento, mientras
se apartaba prudentemente el vestido de china poblana del rosal que tenía
detrás. Su esposo llegó después, jadeando. Los hijos de Azahena no aparecían.
-Calma,
por favor, no sabemos si ella lo cometió. Liliana, escúchame…-, dijo Javier,
pero por lo potente de su voz, la muchacha tiró el cuchillo. Roberto estaba
inerte, mirando a su hermano con ojos de susto. Temblaba.
-Lo
juro… Yo no lo hice, lo juro. Pensé que sería buena idea, pero yo no… No quise
tomar el cuchillo-. Liliana se veía al borde del llanto, tratando de
controlarse mientras la mano q había aferrado el cuchillo se movía sin control.
De
repente, detrás de ella, apareció Mario, y la tomó de los hombros,
reconfortándola.
-Ven,
Liliana, vamos…
-Suéltela,
señor Mario, ni siquiera sabe con qué intenciones lo va a tratar, ¿y si tiene
deseos de matar de nuevo?-, dijo el señor Aristóteles, tratando de acercarse
para ver mejor, aunque la noche no lo permitiera.
-Discúlpeme,
señor, pero no sabemos si ella en verdad lo haya hecho. Lo que me sorprende es
que el hermano del atacado esté aquí, después del enojo que le hizo pasar. ¿Por
qué…?-, dijo Luis, mientras recogía del suelo algo que nadie pudo distinguir.
Roberto
se miró las manos, y luego enfocó sus ojos de nuevo a su hermano.
-No
lo hice si eso es lo que creen. Lo encontré así, después de ver cómo Liliana
levantaba el cuchillo del suelo. Traté de detenerla, pero llegaron todos y…
Azahena, ¿y tus hijos?
De
repente, las luces de la casa y las pocas que alumbraban el patio se apagaron. Todos
volvieron a sumirse en la oscuridad. Liliana empezó a respirar muy fuerte,
presa de los nervios y del miedo.
-Mario,
llévatela a la casa, ponla a salvo, y que se tranquilice. Todos, por favor, no
tengan miedo, muévanse con cuidado y…-, pero Azahena pegó un grito, mientras
daba las órdenes. Alguien le había llegado por atrás, y la había asustado.
-Perdona
mamá-, Javier pudo identificar la voz de Carlos, el hijo de su amiga. –Escuché
todo, y vine. Pablo se quedó a arreglar la luz de nuevo. ¿Dónde están todos? No
veo nada…
-No
te preocupes, hijo, están por aquí, creo…
Javier
se levantó, tratando de no tropezar con el cuerpo de Juan, o de chocar contra
alguien en la penumbra.
-Muy
bien, necesito saber quién está cerca…
-Yo-,
dijo Luis.
-Carlos
y yo-, dijo Azahena.
-También
yo-, dijo la señora Irma, envuelta en la sombra del rosal.
-Y
yo…-
¡PAM!
Un disparo y el sonido sordo cómo de alguien que cae al suelo, invadieron el
silencio después de que contestó Roberto. Después, el sonido inconfundible de
la hoja del cuchillo atravesando la piel una y otra vez, un quejido, y luego
nada. Los pasos del asesino estaban cerca…
-¡Suéltame
Aristóteles! ¡Maldito asesino, suéltame…!-, gritaba la señora Irma, forcejeando
con alguien. Luis trató de moverse, y tropezó con el cuerpo de Roberto, con el
cuchillo clavado sobre la espalda, tirado un metro más allá de Juan.
Después
de los gritos, ya nadie escuchó a la señora Irma. Los pasos se alejaron,
tratando de cargar con un bulto, por que iban demasiado lentos.
-Javier,
Javier, tenemos que ir a la casa, Pablo está allá dentro y ese maldito se llevó
a la señora Irma.
Javier
buscó a tientas a Azahena, hasta tomarla de la mano y ayudándola a levantarse.
-Está
bien. Aristóteles no debe estar lejos. Al menos la señora Irma lo delató cuando
se la llevó. Tenemos que darnos prisa. Luis, ¿dónde carajos estás, chaparro?
Aunque
Luis medía 1.79, Javier siempre le había dicho chaparro, sólo por medir casi 15 cm . más que él. El
muchacho refunfuñó, acercándose poco a poco.
-Aquí
estoy, y no me digas así. Roberto está muerto, no podemos hacer nada por él.
Encontré otro listón, pero era blanco. ¿Qué deduces, jefecito?
Javier
se quedó pensando un momento.
-Puede
ser que Aristóteles esté matando con una razón en concreto. Don Pedro le
arruina un poco el matrimonio, y se da cuenta, vengándose de su esposa de esta
manera, y deshaciéndose de los que le estorbaban. La señora Baleares, por
ejemplo, sabía el secreto de la pareja. Y los gemelos… Roberto no tenía
problemas con Don Pedro, pero Juan sí. No tiene relación esto con Aristóteles,
ninguna que pueda ver. Y los listones, tal vez sólo sea un juego…
-Señor
Javier, siento interrumpirlo, pero tenemos que entrar a la casa, Pablo está
ahí…-, dijo Carlos, nervioso.
Todos
se pusieron a caminar a través del jardín, buscando a tientas los obstáculos. Javier
iba adelante, luego Azahena, de la mano de su hijo y detrás de ellos Luis.
Cuando
llegaron a la parte de enfrente de la casa, las luces de la calle, aunque
lejanas, les dieron algo más de visibilidad. Javier se asomó, abriendo un poco
la puerta de entrada, pero no había nadie. Entraron de nuevo en fila, poco a
poco para no causar ruido.
-¿Mario?
¿Liliana?-, dijo Azahena.
-No
trates de llamarlos, si están, deben estar bien. No debemos hacer ruido-, dijo
Javier.
Cruzaron
la sala, y cuando llegaron al pie de la escalera, alguien soltó un grito de
dolor. Era un hombre.
-¡Pablo!
¡No, mi hijo no!-, gritó Azahena, subiendo las escaleras rápidamente, sin
importarle tropezar. Javier la siguió, mientras Carlos se lanzaba, pero Luis lo
detuvo.
Cuando
llegaron al pasillo de arriba, no era Pablo a quién encontraron en el suelo.
Era Mario, que estaba desmayado, y de su sien derecha salía sangre, por el
golpe que había recibido. Al fondo, cerca de una de las habitaciones, se
escuchaban pasos. Javier estaba listo para enfrentarse al asesino.
Azahena
soltó un grito cuando logró distinguir la figura delgada y el rostro de
Liliana, que estaba muerta de miedo. La muchacha miró a Mario en el suelo, y
casi suelta un grito, pero se pegó a la pared, y lo sofocó con sus manos.
-¿Dónde
estabas?-, dijo Azahena, tratando de tranquilizarse, mientras Javier revisaba
los signos de Mario. Al parecer, sí estaba desmayado solamente.
-Mario
me llevó aquí, pero escuchamos pasos. Mientras, fue a revisar, y me quedé en
una de las habitaciones. Escuché el grito, y luego el golpe, y salí poco a
poco, pero ya no había nadie. ¿No vieron a nadie…?
-Por
supuesto que no, venimos de las escaleras, ¿verdad Javier?
Javier
se levantó. Miró a ambas mujeres por entre la penumbra. Afuera empezaba a
lloviznar.
-Eso
significa que, si Aristóteles estuvo aquí arriba, no ha bajado…
Un
trueno se escuchó, anunciando un poco de lluvia nocturna. Las dos mujeres se
acercaron, abrazándose. Javier se quedó pasmado.
-Muy
bien, bajen y vayan con Luis y Carlos a la cocina, mientras yo reviso. Por
favor, cuídense, bajo en un segundo…
-De
ninguna manera, Javier. No puedes enfrentarlo sólo, y lo sabes…
-No
seas tonta, Azahena, no me va a pasar nada, y no se pueden quedar aquí. Traten
de buscar a Pablo, y escóndanse, ¿está bien?
Las
dos muchachas asintieron, y bajaron las escaleras, rápido y con cuidado. Javier
enfocó más su mirada hacía el pasillo con las puertas a las recámaras. Tendría
que revisarlas, una por una, antes de cerciorarse por completo. El asesino
estaba en una de ellas, escondido o aguardando a su próxima víctima.
-Señor
Aristóteles, sabemos que usted mató a los invitados, y tendrá que salir de ahí,
encapuchado o no, ¿está claro?
Silencio.
Javier
trató de no perder la compostura, y entró a una de las puertas, de manera
abrupta. No había más que una cama, y la ventana dónde las gotas pegaban.
Entonces,
cómo una ráfaga de aire, alguien salió corriendo lo suficientemente veloz para
que pudiera verse siquiera su silueta. Javier se dio cuenta muy tarde, y los
pasos de aquel personaje misterioso se dejaron escuchar, bajando
apresuradamente las escaleras.
Había
mandado a Azahena a la boca del lobo sin saberlo…
Mientras
el jefecito trataba de buscar al asesino en la parte de arriba, Azahena y
Liliana bajaron con cuidado la escalera, y nos dirigimos a la cocina. Carlos se
quedó vigilando la puerta y yo la ventana que daba al patio de los rosales,
pero se veía aún más oscuro con las gotas de lluvia que caían impacientes.
Javier
siempre había sido intrépido, pero mucho más después de que s padre falleciera.
Había sido un duro golpe para él, por que ahora su trabajo se había hecho al
doble de la carga. Pero su sueño de ser forense nunca se detuvo, y con los años
lo logró, de eso estoy seguro. Y después de habernos conocido en el incidente
del museo, bueno, fue un cambio radical en su comportamiento, aunque no me ha
dejado de tratar un poco mal, lo admito.
Y
ahí, vigilando en la cocina, me percaté de que mi compañero era demasiado
valiente. Fue en ese momento hasta que escuché los pasos que bajaban
apresuradamente del segundo piso…
Todos
se quedamos pasmados. Azahena y Liliana se abrazaron, y Carlos dejó de vigilar
la puerta. Yo no me separé de la ventana, tratando de escuchar atento para
distinguir el sonido de pasos en la sala.
-¿Quién
es?-, dijo Azahena, tratando de hacerse escuchar, mientras se dirigía a la
alacena para tomar el cuchillo, un cuchillo que Luis había visto en otra parte,
pero no estaba muy seguro. Carlos encendió su celular, para alumbrar un poco el
lugar. Nadie contestaba del otro lado, ni tampoco había sonidos extraños.
-¿Quién
es?-, volvió a vociferar Azahena, tratando de sonar más segura, aunque el miedo
la invadía, y la mano con el cuchillo le temblaba.
Fue
cuando, sin previo aviso, Pablo entró por la puerta trasera, la que debía estar
vigilando Carlos. Todos saltaron del susto, y Azahena soltó el cuchillo, para
ir a abrazar a su hijo, que estaba empapado, y jadeaba.
-¡Cierra
la puerta, cierra!-, gritó el muchacho, asustado por algo. Carlos asintió, y se
apresuró a cerrar con todo y broche. Luis se asomó de nuevo por la ventana.
Alcanzó a ver una sombra, algo que se movía allá afuera.
-¿Qué
viste amor? Dime, tranquilízate, y dime que viste…-. Era obvio que Azahena
estaba demasiado nerviosa para que Pablo lo hiciera también. Liliana los miró,
asustada.
-El
señor Aristóteles, lo vi corriendo, y traté de escapar. Estaba arreglando la
luz, y lo escuché, después de que su esposa gritó. Creo que él la mató, y la
escondió allá arriba. ¿Dónde está el señor Carrillo?
-Está
arriba, con Mario, alguien lo desmayó. Tranquilo hijo, estaremos bien…
Pero
nadie aseguró eso, cuando la puerta de la cocina se abrió estrepitosamente.
Alguien se había olvidado de ponerle seguro a la puerta, y Aristóteles Grana,
mojado y con furia, entró a la cocina, llevándose a Liliana, que cayó de un
golpe en el suelo, y gritó adolorida. Carlos quitó el seguro de la puerta
trasera y salió corriendo al patio, mientras Azahena y Pablo salieron por la
puerta hacía la sala, y Luis se abalanzó contra el señor, tratando de tirarlo,
pero fue en vano. Luis chocó contra la puerta trasera, cerrándola de nuevo con
un golpe sordo.
-Maldito…-,
dijo Luis, cayendo al suelo, y arrastrándose. Escuchó la capa azteca rasgarse,
mientras Aristóteles la pisaba. El muchacho se hizo con el cuchillo, y se volteó
para amenazar a Aristóteles con él, que se quedó quieto, con las manos arriba.
-¡Espera,
espera! Yo no… Dame ese cuchillo, por favor. No tienes idea, no sabes de lo
que…
-¡De
lo que es capaz! Usted asesinó a su esposa. Tal vez hasta mató a los gemelos, y
quién sabe cuantas cosas más. Y Mario, al menos a él no lo mató. ¿Y qué
demonios significan los malditos listones?-, exclamó Luis, tratando de apuntar
bien con el cuchillo, por si el asesino se movía.
-No
sé de que me hablas. Mario… No sabes de qué es capaz, el pobre de Mario, lo
sabes perfectamente. ¡Yo sé quién mató a todos…!
Entonces,
un disparo se escuchó a través de la puerta trasera, que estaba de nuevo
abierta. El pecho de Aristóteles Grana saltó por el impacto, y su boca rezumó
de sangre, que corrió por su barbilla. Luis sintió a Liliana, que se quejaba,
hecha un ovillo en el suelo, cuando se hizo hacía atrás, sin soltar el
cuchillo. Cuando el cuerpo del contador cayó a sus pies, el muchacho pudo ver
una sombra que le parecía familiar, empuñando la pistola con dos manos.
-Levántense-,
dijo la voz.
Luis
trató de acercarse, con el cuchillo bien aferrado, pero un disparo hizo que lo
soltara. La bala se le incrustó en el brazo derecho, cerca del hombro. Gritó de
dolor, y Liliana, con su cabeza adolorida, pudo ver de quien se trataba. Sus
ojos se abrieron.
-Ahora,
¿serían tan amables de levantarse, por favor?
Irma
Familiar de Grana estaba de pie, con la mirada enloquecida, apuntándoles con la
pistola…
***
La
señora Familiar estaba al borde de la locura cuando me disparó y amenazó luego
a Liliana. Mientras apuntaba con una sola mano, del vestido se sacó un listón
verde, arrojándolo sobre el cadáver de su esposo. La triada estaba completa.
No
podía mover el brazo, incluso aún ahora que escribo todo esto se me hace
imposible no sentir dolor cuando lo hago. Quería hacer algo, proteger a la
gente de aquella casa de esa maniática, pero era imposible.
Al
menos, Javier estaba mejor que yo…
Javier
se quedó vigilando las escaleras cuando volvió la luz, y Azahena y Pablo
subieron corriendo. Estaban asustados por algo, pero por el jadeo de subir
aprisa, no había palabras en sus labios. Javier había movido a Mario a un lugar
seguro, recostándolo en una cama, por eso pudieron correr con más espacio.
-¿Qué
pasó?-, dijo Javier, tratando de tranquilizar a su amiga, que era imposible que
dijera palabra alguna.
-El
señor Aristóteles, llegó a la cocina, y atacó a Liliana, y no supimos qué más.
Creo que Carlos arregló la luz. Tengo que ir a buscarlo-, dijo Pablo.
-De
ninguna manera hijo. Iré yo, y tú quédate con Javier, no tardo…
Y
Azahena salió corriendo escaleras abajo, sin que los tacones le impidieran
hacerlo. Javier y Pablo se quedaron viendo a las escaleras, pero ya no regresó,
y nadie más se asomó.
-Muy
bien, tenemos que bajar o hacer algo. ¿Qué piensa usted, señor Carrillo?
Un
disparo se escuchó, y un grito. Javier reconoció esa voz. Era su compañero.
-Vamos,
tenemos que ver qué es lo que sucede.
Ambos
bajaron con cuidado, tratando de ver a todas partes, y sin hacer demasiado
ruido. Cruzaron parte de la sala, hasta llegar a la puerta de la cocina, que
estaba medio abierta. Y aunque la luz de ahí estaba apagada, se veía
perfectamente parte de la escena. Luis estaba sobre el suelo, apoyado sólo con
la mano izquierda. A su lado, estaba Liliana, que se retorcía de dolor. Y
enfrente una sombra, de alguien que no se distinguía bien. Se acercaron para
escuchar un poco…
-No
tienes ni idea de lo que tuve que hacer para llegar hasta este punto. El
imperfecto y tonto de mi marido fue un ejemplo. Creo que sabía un poco lo de
mis aventuras con Don Pedro, así que no debía dejar que supiera nada más, ni
siquiera dejarlo vivir. Pero no era cosa fácil…
Luis
estaba en el suelo, tratando de aguantar el dolor del disparo. No salía mucha
sangre, pero tampoco podía atenderse, y no había nada con qué contener la
hemorragia. Javier sabía de esas cosas.
-Estás
loca… ¡Eres una estúpida!-, gritó Liliana, tratando de aliviar un poco el dolor
con ello. La señora Irma le apuntaba, pero no hizo más que sonreír.
-No
preciosa, no sabes lo que dices, sinceramente. Mi esposo era el hombre más
terco, obstinado, e idiota de todo el país. No podía deshacerme de él así de
fácil, o sospecharían. Por eso, cuando vi que huyó de la escena del asesinato
de Juan, y cuando las luces se apagaron de nuevo, me vi obligada a hacerle
pasar por culpable, fingiendo mi secuestro, ¿a poco no fue gracioso?-, dijo la
señora Irma, haciendo ademanes con una mano, y con la otra apuntando
simultáneamente a los dos presentes. Luis no quiso apartar la vista de la
mujer, aunque le doliera mucho, sabía que era impredecible.
-Muy
acertado, señora Irma, pero todos los muertos… Eso será un problema si llega la
policía, y pasará, seguramente.
-Lo
dudo mucho, Luis. Siempre se sale con la suya el asesino, y siempre queda como
sobreviviente…
-No
recuerdo ninguna historia así.
-Pero
la mía sí, y dudo que vaya usted a intervenir. Verá, es cierto que me costó
mucho trabajo guardar la compostura, pero había mejores cosas que hacer.
Roberto fue muy fácil, igual que mi marido. La pistola es una vieja amiga de
las mujeres, y más de las que esconden secretos…
Luis
estaba pensando, poco a poco había ideas que se aclaraban en su cabeza. Perfecto, ella mató a su marido, y también a
Roberto, antes de fingirse la secuestrada. Pero, ¿y qué pasó con los demás?
-¿Y
qué pasó con la señora Baleares?-, dijo Luis, tratando de ver mejor lo que
pasaba.
-Ella
no lo hizo, chaparro…
Todos
saltaron de la impresión, mientras la luz se encendía. Javier entro solo, y al
parecer, iba dispuesto a resolver el misterio que Luis no podía. Le lanzó al
muchacho un pedazo de trapo de cocina, para que se amarrara bien la herida. La
señora Irma lo vio, desconcertada, y ahora le apuntaba al pecho, con ambas
manos.
-¡Miren
a su héroe! El señor inteligente que va a resolver el misterio por fin. No me
digas, ¿estuviste juntando pistas? ¡Ahí está otro de los listones, ya tengo lo
que necesito! Sin duda es algo que no me importaba demasiado, con tal de
hacerlos perder la razón antes de que se dieran cuenta de todo el plan…
-Siento
desilusionarla, señora Familiar, pero su locura termina aquí. Mandé a Pablo a
pedir ayuda, al menos mucho antes de que alguien le hiciera daño, y Azahena
escapó también, buscando a Carlos, así que creo que la familia está a salvo. Por
lo que sé, a usted le gusta disparar…
La
señora Irma compuso una mueca que quiso hacer pasar por una sonrisa que daba
miedo. Javier solo pudo mirarla con ese seño fruncido, de cuando se enojaba o
pensaba mejor las cosas.
-Señor
Carrillo, le suplico que no trate de explicarse, no hay nada más que hacer.
Todos ustedes van a morir, y me van a dejar tranquila, no tiene de qué
preocuparse…
Luis
se estaba poniendo la venda en el brazo, y Liliana se levantó poco a poco,
asustada, mirando a todas partes en busca de una respuesta sincera.
-Lo
que quiero decir, señora Irma, es que a usted le gusta disparar. No se mancha
las manos con sangre, y por supuesto, no le gusta vestirse de negro. Estaba
platicando con Azahena en la sala mientras interrogaba a la señora Baleares. Y
luego llegó tarde cuando encontramos el cadáver de Juan, y apuesto que fue
usted la que salió corriendo del segundo piso justo después de que encontramos
a Mario en el suelo. No tengo la menor duda…
-¡Bravo,
señor Carrillo! Es usted un especialista, un hombre de armas tomar. Efectivamente,
todo lo que dijo es real, incluso lo de la carrera hacía la escalera, me costó
trabajo, pero lo logré. Se le escapa algo demasiado importante, señor Carrillo,
algo de lo que estoy convencida. Todos sus casos han sido demasiado parecidos…
Y
tenía razón: Javier recordaba mucho atrás todo lo que tuvo que resolver, las
pistas extrañas, los casos novedosos y clásicos, el asesino… El maldito asesino.
-Javier…-,
dijo Luis, tratándose de dar cuenta de la situación. Javier asintió levemente,
con cara de sorpresa. ¿Cómo pudo no haberlo visto?
-Todos
mis casos han tenido un asesino, una
persona que perpetre el homicidio o el robo. ¿Qué probabilidades hay, Luis…?
-Todas,
Javier. Nunca habíamos pasado por esto, y me imagino que puede pasar en
cualquier momento.
Todos
guardaron silencio. Liliana no podía moverse, o no quería. Y la señora Irma
sólo apuntaba, y sonreía.
-Exacto,
señor Carrillo, sabía que se daría cuenta tarde o temprano. No lo hice yo sola.
No hubiera podido, ¡es algo totalmente inconcebible! Lo que sí sé es que de
haberlo hecho yo sola no hubiera alcanzado a hacer ni la mitad, y obviamente mi
secreto hubiera sido descubierto, y mi plan habría fallado. Pero, tengo alguien
muy especial a mi servicio.
¿Quién
podría ser? Javier tenía la mente nublada, y pasaban muchas cosas por su
cabeza.
-Javier,
piensa, las películas de terror que hemos visto. Dobles asesinos, que buscan un
pretexto para matar, una venganza, una forma de pasar el tiempo, la innovación.
¿Quién más querría guardar un secreto o ayudar en la causa?
Javier
no volteó, pero sintió cómo alguien le pasaba una mano por enfrente, y ponía el
filo del cuchillo directo en su garganta. Sintió que la otra mano le agarraba
la mano derecha, sometiéndolo.
-Lo
siento, señor Carrillo, de verdad. Nunca pensé en que esto pudiera
perjudicarnos a todos.
Liliana
se aferraba fuerte de su mano y del cuchillo, tratando de levantarse un poco
para quedar a la altura de Javier. Soltó una ligera carcajada, que resonó en el
oído derecho de Javier, que no se inmutó, pero se sorprendió. Hasta Luis se
movió un poco, hasta que la señora Familiar le volvió a apuntar con el arma.
-Debí
imaginármelo. Si a la señora Irma no le gustaba ensuciarse las manos, a ti sí. Veamos,
¿sabes usar el cuchillo, verdad?
Liliana
volvió a soltar una carcajada.
-Por
supuesto, señor Carrillo, lo sé hacer de maravilla. Tengo la fuerza suficiente,
¿acaso no se sorprendió cuando atravesé a la señora Baleares con el machete?
¡Fue fantástico!
-¿Y
cómo escapaste?
-Fácil:
El Cuarto de Don Pedro. Aproveché en cuanto Luis vio salir a uno de los gemelos
del pasillo, y me escabullí dentro, con la llave. Obviamente me encerré,
dejando atrás el primer listón. Lo bueno es que la ventana daba hacía las
tuberías de la casa, y no fue difícil bajar.
-¿Y
de dónde sacaste la llave?-, preguntó Luis, escuchando anonadado la versión del
homicidio.
-Bueno,
un día se la robé a Don Pedro, obviamente tuve que meterme con él para tenerla.
Fue ahí cuando me enteré de los oscuros secretos de alcoba que mantenía con
Irma. Fue sencillo: El hombre se estaba haciendo de sus presas sexuales
propias. Decidimos ponernos de acuerdo, y planear mejor nuestros movimientos.
¡Y creían que sólo ayudaba al pobre anciano en la cocina!
Las
dos mujeres soltaron unas carcajadas diabólicas, que hicieron estremecer a
Javier. No había duda, estaban locas.
-¿Así
que apuñalaste a Juan? ¿Y también hiciste lo mismo con Roberto? Pero si Mario
te llevó a la casa…
-Lo
sé, suena inverosímil, pero lo sé. La señora Familiar se hizo cargo del
disparo, obviamente, y luego clavó el cuchillo, eso creo. Fue una suerte
haberme deshecho de Juan antes de que llegaran, y creo que Roberto alcanzó a
ver algo, pero ni siquiera habló, estaba demasiado pasmado. Y se fue la luz, eso
sí lo recuerdo, alguien tuvo la sensata idea de cortar la energía… Y fue cuando
me hice cargo de Mario…
-Entonces
tu le pegaste-, dijo Javier, sin moverse, y con dolor en la cabeza.
-Por
supuesto, mientras él buscaba una habitación, tuve que golpearlo fuerte, con un
bastón. Escondí las pruebas, y dejé al pobre ahí tirado, inconsciente
afortunadamente. Llegaron ustedes, y me hice la loca, la que no sabía nada. Fue
tan sencillo, y el plan ha sido tan macabro… lo importante fue que la señora
Irma estuvo ahí arriba para vigilar lo que pasaba. Toda una maldita aventura,
pero al menos logramos nuestro cometido… Y Don Pedro no volverá a molestarnos,
nunca…
Javier
volvió dentro de su mente a ordenar las ideas, a poner en orden todo lo que
tenía, las pistas, los acontecimientos, las víctimas, el orden natural de lo
que había pasado. Pero algo no iba bien de nuevo. Víctimas de disparos,
víctimas de cuchillo. Y Don Pedro, muerto en la oscuridad…
-Es
cierto que Liliana no pudo haber matado a Don Pedro, puesto que era mala para
disparar. Señora Irma, ¿mató a Don Pedro, verdad?-, preguntó Javier.
Luis
puso cara de no entender nada.
-¡Es
obvio, jefecito! La señora sabe disparar, tuvo que haberlo hecho, ¿no?
Pero
nadie dijo nada. La señora Irma dejó de apuntar a Luis con la pistola, y se
dedicó a mirar a Javier, divertida, cómo si hubiera cometido una travesura.
-Muchas
veces hay cosas que nosotras mismas escondemos, señor Luis. Tenemos toda una
vida para decidir el momento justo, y hacer las cosas cómo mejor nos plazca. No
solamente tuvimos tiempo para planear todos los homicidios, y para escondernos…
-La
señora Irma tiene razón. Don Pedro fue una muerte más simbólica, digámoslo así.
La planeamos de manera distinta, y las tres
estuvimos de acuerdo con eso…
Javier
puso de nuevo esa expresión en su rostro, la de la frustración, de no saber si
se dirigía por buen camino. Ahora todo en lo que creía no estaba fluyendo con
la normalidad habitual, todas las pistas apuntaban a otra parte, y no había
salida.
-¿Las
tres?-, dijeron al unísono Javier y Luis, ambos sorprendidos.
-¡Sí,
sí! Las tres, las tres, ¿no es algo que no se esperaban? Sinceramente, señor
Carrillo, pensé que era usted más sagaz, pero hemos cambiado sus planes. Podríamos
decir que la forma de cometer homicidios ha cambiado, y que usted ya es
obsoleto en esto de formar bien las pistas, de recabar la información. Ya no es
cómo en sus tiempos, señor Carrillo, y se lo voy a demostrar…-, dijo la señora
Irma, apuntando a Javier directamente en el abdomen, a punto de jalar el gatillo.
-Lo
siento Irma, de verdad lo siento., dijo una voz detrás de ella. La señora
volteó demasiado tarde antes de darse cuenta, ya que un pedazo de madera la
golpeó en el rostro, haciéndola caer encima del cuerpo de su marido. El charco
de sangre que salió de la cabeza de Irma Familiar fue suficiente para dejarla
muerta.
Javier
no podía creer lo que veía. Ante ella, otra persona se encontraba aferrando un
enorme pedazo de madera, mientras jadeaba por el esfuerzo de levantarlo. Lo
dejó caer, y miró a su mejor amigo a los ojos.
-Lo
siento Irma, pero Javier es mío…
Era
Azahena.
***
Las
cosas no iban tan bien cómo lo esperábamos. Primero la sorpresa de la señora
Familiar, luego, el asunto de la asociación con Liliana, que era una experta en
las armas blancas. Y de paso, Azahena, la anfitriona de la fiesta, nos
traiciona de repente. Estábamos confundidos y atrapados en una red si salida,
cómo moscas que revolotean sin poder salir de la trampa de la araña.
Más
aún, a pesar de todo, habíamos descubierto algo diferente, y demasiado
peligroso, y las tres no se andaban con cuentos, y mucho menos eran
caritativas. Azahena se había deshecho de la señora Irma, pero aún siendo 2
eran un peligro…
Javier
se quedó mirando a su amiga, y pensó que todo era una broma, un sueño sin
sentido.
-Azahena,
¿qué significa…? ¿Dónde están los muchachos?
-Los
mandé afuera, pude sacarlos antes de que empezara todo esto, y creo que van a
pedir ayuda, al menos saben manejar. Antes, necesito hacer lo que se tiene que
hacer. Suéltalo…-, dijo Azahena a Liliana. La otra muchacha soltó la mano de
Javier, y bajó el cuchillo.
Él
pudo relajarse un poco, tratando de pensar y de coordinar de nuevo sus
pensamientos, pero era inútil.
-Estoy
confundido…-, dijo Luis.
-¡Cállate,
imbécil!-, gritó Liliana, apuntando con el cuchillo muy cerca de él.
-¿Tú
también tienes que ver con todo esto?-, preguntó Javier a su amiga, con una
mirada algo inquisitiva.
Azahena
no respondió de inmediato. Suspiró, y se dispuso a hablar más tranquilo. Estaba
despeinada, y empapada por la lluvia incesante.
-Tendría
que explicarte demasiado, pero no lo haré, no quisiera sinceramente. Todo
comenzó cuando Don Pedro vino aquí a trabajar. Con mis amigos era demasiado
sincero, los trataba bien, les daba muchas atenciones, e incluso se tomaba su
tiempo para bromear un poco. Pero mis amigas veían en él una cosa demasiado
diferente…
Liliana
asintió, con la mueca de una risa histérica en la cara.
-Don
Pedro siempre fue un poco desatado en ese asunto. Le gustaba ver a las mujeres
como trofeos, las espiaba, les decía cosas subidas de tono, y las que se
sintieron ofendidas no regresaron nunca, y las pocas astutas para seguirle el
juego venían más a menudo, les gustaba tratar de tener un poco de la intimidad
que no les daban en casa. ¡En especial esta zorra vieja de Irma! Todas las
veces que vino y se metió a la recámara de Don Pedro para hacer sus cosas. El
idiota de Aristóteles ni siquiera se daba cuenta de nada, y era por que yo les
solapaba a todas sus aventuras.
Javier
no podía creer lo que decía Azahena. Ella le había jurado que Don Pedro era una
buena persona, pero tampoco le había contado todo, lo que se escondía, y no lo
que se mostraba.
-La
que después hizo de las suyas fue la novia de Juan, una más zorra que la señora
Irma. Los vi besándose detrás de los rosales un día, pero no quise comentar
nada. Lo bueno fue que ella, viniendo un día a pedir perdón, no regresó de
nuevo a los brazos de su amor. Me tuve que deshacer de ella poco después, era
una lata en verdad. Y Liliana, mi fiel amiga, fue la que empezó con los planes.
Meterse con Don Pedro no era difícil, sacarle la llave e insinuarle que hiciera
cosas malas con los invitados menos. Le tiró el café un día a Mario, y por eso
el muchacho le tenía rencor. Era demasiado hipócrita, pero fue mejor de lo que
esperábamos, así no habría ni una sola persona que no fuera sospechosa. Y
después de mandar a mi madre con los pequeños de vacaciones, ya no fue tan
difícil…
-Tú
mataste a Don Pedro, ¿verdad?-, dijo Javier, con los ojos apagados por la frustración.
-¡Por
supuesto que sí! El inmundo viejo tenía que morir, eso era de esperarse, y
cuándo se apagaron las luces, bueno, le disparé, contando con que estaba
demasiado cerca de él. Me conseguí un control remoto que me facilitó apagar las
luces, y aunque mis hijos hicieran lo imposible por arreglarla, bueno, siempre
fue obra mía. Pero Don Pedro no murió por ese pecado de ser siempre un viejo
caliente. Lo hice por algo más…
Azahena
dio unos cuantos pasos, levantando los pies para no pisar los cadáveres, y tomó
la pistola del suelo. Apuntó de nuevo hacía Javier, y miró a Liliana con una
sonrisa.
-Tenías
celos de que Don Pedro se hubiese propasado con las demás y contigo no,
¿verdad? Ni siquiera en tu propia casa había alguien que te tomara y te hiciera
sentir bien-, exclamó Javier, para que lo escucharan todos.
-Lamentaría
decir que no, pero no quiero mentirte amigo. Teniéndome a mi en la casa, y yo
solapándole sus amoríos, lo menos que podía hacer era hacerme sentir mujer. ¿Y
qué fue lo que hizo? Se aprovechó de una inocente que sólo venía a cocinar, de
otra zorra que ya no la satisfacía su marido, y de la peor puta de todas, que
engañaba a su novio, que era un alma de Dios. ¡Cuanta razón tuvo para no darme
a mí un poco de placer! Y yo, siempre poniéndole el maldito pretexto, y nada,
¡nada! Tenía que acabar con eso, sinceramente, pero no fue por ello por lo que
lo hice, no…
-Temías
por tu vida-, dijo Luis, tratando de no hacerle caso a Liliana y al cuchillo
asesino que le apuntaba en la garganta.
-Así
es. Don Pedro podía ser cómo fuera, pero además era demasiado rencoroso. Muchas
veces si alguien le hacía algo, se cobraba. Y daba miedo la forma en la que nos
contaba ciertas “venganzas” hacía gente que se había atrevido a enfrentarlo. Yo
sabía todos sus movimientos sucios, yo tenía idea de lo que hacía y de las
personas con las que había estado, y quería decírselos, que todos supieran,
pero no me atrevía, por que me sentía amenazada. Y no lo hice tampoco por mi
propia seguridad. Mi madre y mis hijos también saldrían afectados, y de ninguna
manera iba a dejar que les hicieran daño, ¡de ninguna manera! Por eso me atreví
a matar, por eso lo borré del mapa, y me ayudé de la gente que más quería para
darle su merecido cómo era debido. Pero ellas dos hicieron sus planes aparte, y
les pedí que me dejaran sólo dos muertes. La novia de Juan fue un mero
accidente, eso sí, por eso no la cuento. Pero don Pedro era la primera víctima
simbólica de algo mucho más grande, querido amigo…
Javier
ahora lo entendía todo, y se sentía un poco menos frustrado. La puerta de la
cocina rechinó, cómo cuando entra el aire repentinamente a una casa, pero nadie
se inmutó.
-Irma
nos dijo que la muerte de don Pedro era simbólica. ¿Por qué dijo eso? ¿A qué se
refería?-, preguntó Javier. Sabía que Azahena no era capaz de matar, al menos
no con la saña habitual de un asesino normal. Después de todo, el caso iba
tomando unos tintes muy extravagantes.
-Quería
que don Pedro pagara por su sucia conducta, y lo logré, definitivamente. Le di
lo que merecía, y luego me tomé la libertad de hacerlo pasar cómo una víctima
inocente de un despiadado asesino. Eso era algo muy simbólico, por que era pura
mentira. Y de repente, me tomé la libertad de planear algo. Si yo causaba la primera
muerte en la casa, también tendría que causar la última. Una muerte que dejaría
a todos consternados por lo que pasó, una muerte que significara algo dentro de
la humillante escena, y que me dejara a mí cómo la inocente víctima después de
todo. Irma iba a dispararte, y le quité ese honor. Tú eres mío Javier, ya lo
repetí una y otra vez hasta el maldito cansancio. Si logro matarte, y luego
Liliana mata a Luis, y a quién falte, no habrá nadie inocente, pero tampoco
culpable. Sería el perfecto escenario de una muerte sin sentido.
Hasta
Luis comprendió lo que pasaba, y de lo quieto que se puso, le volvió a doler la
herida en el brazo. Javier era la última víctima de Azahena, una muerte con
sentido para ella, pero que no encontraría consuelo en la gente que lo seguía y
lo admiraba. Ni siquiera sus hijos podrían darse cuenta de nada, cuando el
héroe de muchos casos atrás hubiera muerto. ¿Quién se preocuparía sinceramente
del caso, de lo que pasó y de quién lo hizo, cuando había muerto la única
persona capaz de resolver el misterio?
-La
gente va a perder la esperanza en lo que creía, ¿ese es tu plan?-, dijo Javier,
entendiendo todo, y sintiéndose triste, con miedo.
-Lo
siento mucho amigo, pero si quiero que nada se sepa, tengo que convencer a la
gente que ya nada les será regresado. Tenemos el tiempo suficiente para
platicar, pero no quiero seguir explicando algo que con hechos es mejor que
pueda verse y entenderse. Lo hice por celos, hasta por la seguridad de mis
hijos. Pero si en este día le doy un mártir más a la gente, tal vez entiendan mejor
a valorar lo que tienen…
De
pronto, la puerta de la cocina se abrió, y Mario entró sin avisar, llevándose
entre los brazos a Liliana, y tirándola al suelo. Azahena se sorprendió y soltó
un disparo hacía el suelo, que rebotó en la estufa, haciendo que se empezara a
liberar el gas. Mari estaba en el suelo, ahogando a Liliana con uno de sus
brazos, y forcejeando con ella, soltó el cuchillo de nuevo al suelo. Luis pudo
levantarse entre la confusión, y pateó el cuchillo en su huída. Javier también
lo siguió, sabiendo que no era prudente quedarse ahí sin arma alguna. Mario se
soltó un poco, dejando espacio para que Liliana se soltara más.
-¡Yo
los alcanzo, váyanse!-, dijo el atleta, que se veía mareado por el golpe que
aún lo afectaba. Azahena se quedó de pie, mirando, y soltó un disparo, pero no
le dio a Mario, sino que le pegó a Liliana justo en el pecho. El muchacho se
quedó ahí, un poco aturdido por el sonido del disparo, que alcanzó a salirse de
debajo de Liliana, y echar a correr a la sala.
Azahena
se acercó lentamente hacía su amiga, y aunque olía cada vez más a gas, decidió
no salirse hasta acabar con lo que tenía que hacer. Liliana la veía, con ojos
de resentimiento, mientras del pecho salía la sangre.
-Azahena…
No me dejes aquí. Estábamos juntas en esto…
Azahena
tomó otro de los cuchillos de la alacena, y se lo clavó en el pecho a Liliana,
profundamente. La chica sólo soltó un grito ahogado, mientras la sangre le
salía por la boca.
-Tu
lo dijiste Lili, estábamos juntas en esto, pero no, ya no, tengo que acabar con
esto…
Miró
entonces la puerta trasera, la que daba al jardín, y pensó en un plan, algo más
descabellado…
Javier
y Luis llegaron a la sala, cerca de la puerta de salida, y decidieron parar
para revisar la herida de bala. Luis se quejó un poco, pero ya casi no sentía
nada. Mario los alcanzó poco después, jadeando también, pero se sentó en el
sillón a descansar. La cabeza le sangraba un poco por el golpe, pero estaría
bien.
-¿Ahora
qué sigue señores?-, dijo el atleta.
-Tenemos
que buscar a los hijos de Azahena, y ver si viene la ayuda. Es todo lo que se
me ocurre…
Entonces,
una explosión cimbró la casa e hizo que los tres se arrojaran al suelo antes de
que los restos los golpearan. Los pedazos de pared y madera volaron por todos
lados, golpeándolos al caer. Los cristales también se rompieron, y cayeron al
suelo cómo cenizas. No era difícil adivinar que la cocina había explotado.
-Azahena…-,
dijo Javier, tratando de levantarse del suelo sin toser, pero era imposible. El
polvo de los escombros era demasiado.
-Tenemos
que irnos-, dijo Luis también tosiendo, con los ojos llorosos. Mario estaba a
unos metros de ellos, gateó un poco y se acercó para salir por la puerta.
Cuando Javier la abrió, las luces del patio se encendieron un poco más, sólo
para revelar que Azahena estaba de pie frente a ellos. Aún llovía un poco.
-¡Esto
no tenía que acabar aquí, Javier! El plan ahora es una completa estupidez, no
lo niegues. Ahora necesito acabar contigo, tienes que morir para que la gente
vea de lo que se están perdiendo. Todos ellos no han sabido apreciar a un héroe
como tu, amigo, y yo los haré entender. Sólo tengo una bala, sólo una, y
habremos terminado…
Luis
se quedó a un lado de su amigo, y Mario detrás de ambos, viendo a Azahena.
Javier estaba listo para lo que fuera, aún cuando vio que su amiga jalaba el
gatillo…
Pero
el disparo nunca llegó. Azahena soltó la pistola, y se dio cuenta de que
alguien le apuntaba con otra en la cabeza. Miró de reojo a su derecha, y se dio
cuenta que había una mujer de cabello largo, muy elegante, que sostenía un
paraguas con la mano que no tenía la pistola.
-Azahena
Gomezcaña, está detenida por los asesinatos en esta casa, y por otros crímenes
que haya podido cometer. Agente, por favor, espósela.
Otro
de los policías vino y le puso las muñecas aseguradas. Azahena no dijo nada,
sólo se puso seria, y se la llevaron, sacándola de la casa hacía la calle.
Carlos
y Pablo entraron después, algo consternados. Escucharon la versión de las cosas
que pasaron, de palabras de Javier, y luego se dispusieron a decir su verdad:
-Cuando
entró el señor Aristóteles a la cocina, salí por atrás, y me escondí, pero me
di cuenta que mi mamá y Pablo salían de la casa. Los alcancé y fue cuando nos
dijo que llamáramos a la policía, que ellos entenderían. Ella se fue corriendo
hacía el jardín, y no la vimos hasta ahora-, dijo Carlos.
-No
llamamos a la policía, mejor salimos en el auto, y los fuimos a buscar. Nos
contactó la señorita, la del paraguas, cuando le dijimos tu nombre, ¿la
conoces?-, dijo Pablo, preguntándole directamente a Javier. Los paramédicos se
habían llevado a Luis para que lo atendieran, y a Mario en una camilla. Javier
volvió a ver a la mujer misteriosa, y frunció el seño.
-Voy
a hablar con ella, quédense aquí pero no estorben el paso…
Los
muchachos asintieron, mientras las personas del forense pasaban para llevarse
los cuerpos que pudieran encontrar.
Javier
caminó por encima del pasto mojado, y se dirigió a la mujer del paraguas. Era
un poco baja de estatura, aunque los tacones la compensaban un poco. Su rostro
era bello, pero severo, con ojos penetrantes. Miró a Javier, todo empapado,
sucio, con la ropa desgarrada, y sangre en la cara, con algunos cortes. No le
pareció demasiado diferente.
-¿Quién
es usted?-, dijo Javier, tratando de sonar con un poco de respeto ante la
persona que lo había salvado. La muchacha le ofreció la mano con la que había
apuntado.
-Flor
Chávez, soy agente de un cuerpo de policías muy especial. Disculpe por no darle
más referencias, ya que no es mi deber, y no lo tengo permitido. Cuando nos
mencionaron su nombre los muchachos, acudimos aquí, a averiguar que había
pasado.
-¿Y
Luis y Mario?
-Estarán
bien, señor Carrillo. Usted y ellos nos han aportado todo lo que queríamos
saber, y es suficiente para poner a disposición del juez a la señora Gomezcaña.
Pensamos que este caso sería algo difícil, puesto lo que nos contó, pero hemos
abierto una investigación más profunda. Todos los motivos nos interesan, y
esperamos contar con su ayuda.
Javier
asintió, y de repente se le ocurrió algo muy importante que decirle.
-Necesito
hablar con usted al respecto-, dijo él, mientras ella ponía cara de duda bajo
ese impecable cabello y el paraguas.
-Dígame.
***
Javier
Carrillo se encontraba en la ventana de la oficina, y desde ahí podía verse el
desfile del día de la independencia. Hasta hace unas horas estaba lidiando con
un caso difícil, pero ya nada más le preocupaba. Luis salió del baño como pudo,
con el brazo aún en cabestrillo, y su cara de cansancio. Miró a su amigo en la
ventana, con las manos en los bolsillos, mientras afuera la gente aplaudía, y
los militares pasaban, gallardos.
-Lamento
que hayas tenido ese trago amargo anoche, jefecito. Azahena era una buena
persona, pero uno nunca sabe hasta donde puede llegar una persona. ¿Estás bien?
Javier
se dio la vuelta, y sonrió.
-Más
o menos. Hablé con la señorita Chávez anoche. Le pedí que le redujeran la
condena a Azahena, o que pudieran salvarla de un destino más horrible. Ella no
quería hacer eso, al menos no de esa manera, pero no había otra forma más
fácil.
-¡Pero
quiso matarte!
-Lo
sé, pero era para mostrarle a la gente que yo tenía algo más en la vida que no
fueran los casos, que era más humano que cualquier otro. Carlos y Pablo podrán
encontrar algo de consuelo, y los otros niños también. Al menos para la
señorita Chávez soy alguien interesante, y no sé por qué.
Luis
se quedó pensativo.
-¿Pero
qué le pediste?-, preguntó el muchacho.
-Eso,
chaparro, es un secreto…
No
sé aún qué fue lo que Javier le pidió a la señorita Chávez. Tal vez fue algo
que jamás entenderé, pero él tendrá sus razones. El caso de anoche fue algo
complicado de verdad, con todos los detalles que les pongo en el archivo anexo,
para que lo revisen si es pertinente hacerlo.
Javier
no debe enterarse de nada más. No debe saber quién es Flor Chávez, a qué se
dedica la organización, o que es lo que estoy haciendo para ustedes. Tal vez
por boca de La Jefa
me entere pronto de lo que él le pidió, qué es lo que tiene planeado para
Azahena. Pero el plan que teníamos desde un principio sigue adelante, me temo.
Si Javier se enterase, no lo soportaría, estoy seguro.
Por
lo que a mi trabajo respecta, tendré que entregarles una reseña nueva, algo que
pasó y de lo que me enorgullezco. Fue esa primera vez en donde Javier y yo formamos
un equipo de verdad, y dónde aprendimos a hacer lo que nos gusta.
Sin
falta, dentro de una semana, tendrán el informe del caso del museo, próximo a
cumplir un año. Mis saludos, atenciones y mejores deseos para ustedes,
Luis Zaldivar.
FIN
(PARA SENTIRSE COMO EN UNA PELÍCULA, CON CRÉDITOS Y TODO, PUEDEN USAR ESTAS DOS CANCIONES AL ACABAR DE LEER: Boys Will Be Boys - Paulina Rubio: http://www.youtube.com/watch?v=XXywgkY2O5U Qué Sople el Viento - Lo Blondo: http://www.youtube.com/watch?v=yoN-a63hhsk)