Homicidio Mexicano
Luis Zaldívar
Para los que no
creen que en México podemos hacer la diferencia, aquí escribiendo yo mi relato,
te demuestro que sí, amigo lector. Gracias a ti…
¿Quién es Javier Carrillo?
Médico egresado de una de las
universidades más prestigiosas de Jalisco, un hombre al que la vida le ha
costado demasiado, a raíz de la pérdida de su padre, se convirtió en uno de los
investigadores privados con más fama a nivel nacional, si no es que el único.
Por sus manos y su mentalidad
han pasado casos de verdad alucinantes, dónde los misterios contrastan siempre
con la realidad en México. Más allá de los cárteles del narcotráfico y demás
asociaciones, Javier ha combatido con otra realidad aún en crecimiento: Los
casos misteriosos, donde el crimen se combate “a la antigua”.
Más allá de los casos
resueltos, donde suena mucho el caso del asesino del Museo de Antropología en
el Distrito Federal, Javier Carrillo se enfrentó últimamente a uno de los más
despiadados y maravillosos asesinatos jamás perpetrados. Esta es la historia de
mi colega, amigo y visionario, que descubrió un crimen sin igual, y entró en la
historia del país cómo uno de los mejores detectives…
Javier Carrillo había recibido
una invitación junto con el correo de la mañana, entre algunos recibos e
invitaciones para tramitar tarjetas de crédito. Después de recogerlas del suelo
de la oficina, dónde siempre iban a dar después de que las metían en la rendija
de la puerta, se acercó de nuevo a su escritorio. Había demasiados papeles
revueltos, y unas cuantas fotografías de algunos casos pasados.
-¿Quién era?-, dijo Luis, su
ayudante, sentado en el otro escritorio, leyendo un libro de esoterismo. El
muchacho había estudiado filosofía, pero a Javier le hacía falta alguien que lo
acompañara a estudiar los casos, a tomar fotografías y notas de las pistas
tomadas.
-Nadie, el correo. No había
visto que había una invitación, no sé si sea tuya, la verdad, ¿te invitaron y
no me avisaste?-, dijo Javier, sonriendo de manera divertida, agitando el sobre
de la fiesta.
Luis lo miró de reojo, por
encima del libro, bajando sus piernas del escritorio. Luis no había sido
invitado a fiestas desde hacía años que se había mudado a la Ciudad de México, y ahora
que trabajaba a lado de su mejor amigo, era menor la posibilidad.
-Lo dudo amigo. Todas mis
amigas están ocupadas, y no creo, tal vez sea para ti, eres demasiado
solicitado desde ese día del Museo, con el asesino azteca, pero de todas
maneras, deberías de revisarla.
Javier asintió, mirando de
nuevo el sobre. Hasta Luis dejó el libro sobre el escritorio, y se acercó a la
silla de su compañero. El sobre fue abierto, y dentro, sacó una carta adornada
con ribetes, de color blanco, rojo y verde.
-“Se le invita cordialmente a
la fiesta patria de la familia Gomezcaña, que se celebrará en…“ Es una fiesta
del 15 de septiembre, eso se oye genial…-, exclamó Luis desde atrás de su
amigo.
-Ya lo sé, estoy leyendo,
muchas gracias metiche. Es de Azahena…
-¿De quién?
-De Azahena, una amiga desde
hace años. Me sorprende que me haya invitado, desde que empecé con todo este
trabajo me desatendí de ella, y no supe nada en varios años.
Javier se quedó pensando,
mientras leía la fecha de la fiesta, el 15 de septiembre a las 10 p.m. Cuando
iba a volver a meter el sobre, pensando todavía en su amiga y la invitación
después de tantos años, Luis lo detuvo con un toque en el hombro.
-¿Ya te diste cuenta que
metiste la invitación sin leerla toda? Te faltó un pedazo…
Javier la sacó de nuevo, y
desdobló lo que le faltaba. Cuando lo leyó, se quedó sorprendido.
-¿Disfraz indispensable? Bueno,
no lo sé…
-Ay Javier, por favor, ya sé
que quieres ir a la fiesta, es tu amiga, tienes que verla, si es que de verdad
te invitó. Además, ¿qué difícil puede ser encontrar un buen disfraz de fiesta
mexicana? Puedes ir de Pancho Villa, ¿no?
Javier lo volvió a mirar con
esa mirada divertida pero muy severa.
-No seas tarado. Pancho Villa
no medía casi 2 metros ,
y no estaba tan gordo cómo yo. La verdad, creo que sería el único disfraz que
tengo, al menos que vaya de norteño, con las botas que tengo y el sombrero.
-Ahí está, amigo. Te verías
presentable. ¡Que te diviertas!-, dijo Luis, caminando hacía la cocina de la
oficina, para prepararse su café de siempre, con el que empezaba la mañana.
-Ah no, eso si que no canijo.
Me vas a acompañar, y vas a comprarte tu disfraz, y me vale lo que digas,
tienes que venir y conocerla. De nada sirve que me hayas ayudado varias veces
antes, y que tampoco te conozcan, ¿está bien?
Luis se quedó ahí, de pie,
entre la puerta de la cocina, asintiendo.
-Está bien jefecito. Mañana
vamos a comprar los disfraces, si quieres. De todas maneras, falta una semana,
y la dirección no es muy lejos del Distrito Federal. Está bien.
Pero Luis no quería ir, y puso
cara de enojado al hacerse el café. Javier sólo alcanzó a soltar unas
carcajadas.
Javier y yo nos fuimos a
comprar los disfraces al otro día. Él obviamente escogió el que le recomendé, y
yo me conseguí uno de emperador azteca, con todo y el penacho de plumas.
Cuando pasó la semana, y sin
ningún otro caso que atender, nos preparamos para la fiesta. El 15 de
septiembre siempre era un caos en la ciudad, ya que siempre había gente
dispuesta a hacerte perder el tiempo. Desfiles por aquí, fiestas por allá,
gente que salía apresurada a las tiendas a comprar algo para sus celebraciones,
borrachos de mediodía. La ciudad era un caos, pero al menos no teníamos que
salir demasiado de ella.
Cuando llegamos a la dirección
requerida, nos encontramos con poca afluencia. La casa era grande, no lo
podíamos negar, con dos pisos, un hermoso jardín adornado con motivos patrios,
plantas, flores, y algunos coches aparcados ya en el estacionamiento.
Lo que íbamos a encontrar allá
adentro sería excepcional…
Javier y Luis bajaron casi al
mismo tiempo del auto. Daban ya las 9:45, y la oscuridad los envolvía, a pesar
de que la casa de la anfitriona lucía demasiado adornada y alumbrada. Javier
vestía con demasiado porte el disfraz de revolucionario, con un bigote falso,
un sombrero muy amplio, y unas botas militares bien lustradas, luciendo su gran
altura.
Luis, en cambio, tuvo problemas
para bajar, ya que el penacho de plumas de pavo real y águila se le atoraba en
donde fuera, la capa de tela blanca arrastraba demasiado en la banqueta, y el
frío se le colaba, por que sólo llevaba huaraches y un extraño taparrabos de
manta.
-Te ves estupendo pequeño
amigo, te dije que al menos vinieras de Miguel Hidalgo, no sé. Te ves demasiado
ridículo…
-Cállate Javier. No por que mi
idea del disfraz de Villa te haya quedado a la perfección te burles del mío.
Represento a lo más mexicano que existe, a los mexicas…
-Aha, ya veo… De todas maneras,
los mexicas eran grandotes, fuertes, muy rudos, daban miedo. Y tú pareces pollo
pelado con frío, acéptalo, no te queda…
Javier se rió a carcajadas,
casi doblándose del dolor, y ni siquiera sintió cuando Luis le soltó un golpe
con la palma de la mano en la cabeza, el cual le dolió mucho.
-Eres un tonto. Está bien, ya
no digas nada de mi disfraz. ¿Es la casa de tu amiga? Es enorme, no se compara
en nada a mi departamento, rayos…
-Sí, esta es la casa de
Azahena. La obtuvo con mucho esfuerzo, también por que tiene 4 niños, y a todos
les tenía que dar un hogar. De todas maneras, vinimos a una fiesta, así que deja
de indagar en todo, ¿te parece? Al menos hasta que acabe la fiesta, ya luego
podrás hacer lo que sea.
-Perfecto Javier, no era mi
intención preguntar, vaya… De todas maneras, me toca manejar, no quiero tomar
ni una sola cerveza, ya sabes cómo me pone eso.
Caminaron dejando atrás el
auto, hasta llegar a la reja de la casa. Dentro, se escuchaban risas, música
regional, y el choque de unos cuantos vasos. Esperaron un poco después de que
Javier tocó al timbre.
Una mujer, sencilla, de mediana
altura, y piel morena, salió a recibir a los invitados. Iba ataviada con un
disfraz de Josefa Ortiz, con el vestido largo, los guantes hasta los codos, un
abanico colgando de la muñeca derecha, y con un peinado alto, con un tocado de
tiara muy bonito.
-Buenas noches… ¿Javier?
¡Javier Carrillo, sí viniste!-, dijo la mujer, poniendo cara de sorpresa, con
una mirada que detonaba felicidad.
-No podía perderme la fiesta de
mi mejor amiga, y espero no te moleste haber traído visitas…
Cuando Azahena abrió la puerta,
ambos se abrazaron, cómo si hacía siglos que no se vieran. Los dos sonrieron,
mirándose frente a frente, y soltaron una carcajada de nervios.
-Ay Javier, hace años que no
sabía nada de ti, adelante, pasen por favor, están en su casa. ¿Y quién es tu
invitado?-, dijo Azahena, haciendo pasar a sus invitados a través del umbral.
-Es Luis Zaldívar, es quién me
ha apoyado en algunos casos atrás. No podía dejarlo amarrado hoy cuidando la
casa, así que me lo traje.
-Eres un torpe. Mucho gusto
señora Azahena, disculpe al discreto de mi colega Javier, ya no sabe qué decir,
y eso que no ha tomado ni una sola copa. ¿Pasamos?
Después de estar viendo un poco
el jardín, las plantas y los adornos, Azahena los invitó a pasar. Era una casa
preciosa, tanto por fuera como por dentro, ya que la sala era enorme, y
parecían caber demasiadas personas. La música mexicana sonaba un poco alto,
pero lo suficiente para que se escucharan las conversaciones.
Lo que notó Javier es que no
había mucha gente ahí. Sabía que Azahena tenía cuatro hijos, pero sólo pudo
distinguir el rostro de 2 de ellos, ya que los más pequeños se habían ido de
vacaciones con la abuela. Había más gente, otras 7 personas más, pero ninguno
que él conociera.
-Mira Javier, te presento a
Pablo, es mi hijo mayor. Cumplió 25 este año, y él es Carlos, tiene 23.
Fernando y Samael no están, se los llevó mi mamá de vacaciones, y pues espero
que regresen completos.
Los dos muchachos, altos y bien
parecidos, saludaron primero a Javier, y luego a Luis. Iban los dos vestidos de
indígenas, con los trajes típicos de manta, bordados, y con unos machetes
falsos.
-Mamá siempre nos habló de
usted, señor Carrillo. Supimos lo del incidente en el museo hace meses, y nos
interesaba que viniera, más a mi hermano Pablo, es un completo obsesivo de
usted…
-No manches, Carlos, no es
cierto, admiro al señor, pero no me obsesiona, no digas tonterías. De todas
maneras, siempre he dicho que es genial que usted se atreva a resolver
misterios así, no sólo homicidios y esas cosas. Está genial que haya venido a
la fiesta…
-¿Y tus hermanos? Faltan dos,
¿no?-, dijo Luis, inquisitivamente al muchacho. Javier no lo reprimió, pero le
lanzó una mirada algo extraña.
-Sí señor Luis, son dos, pero
no están, Fernando cumplió 15, deberían verlo, es un gran atleta, y Samael acaba
de cumplir 11, es un muchachito muy inteligente. Pero bueno, ellos se pierden
de la fiesta, ¿verdad?--, dijo Carlos, aferrando bien su vaso de cerveza, y
riéndose junto con su hermano.
Después de haber charlado un
poco con los hijos de Azahena, ella fue presentándolos a los invitados, uno por
uno. Estaba el señor Aristóteles Grana, un prestigioso contador público, junto
a su esposa, la señora Irma Familiar de Grana, excelente pintora de ocasión.
Después, conocieron a Mario Rodríguez, un afamado ciclista del equipo olímpico
que había tenido la suerte de conocer a Azahena hace algunos años. Martina
Baleares, bailarina consumada de casi 40 años, experta en el tema del ballet
clásico. Un par de hermanos, Roberto y Juan Flores, gemelos, amigos de Azahena
en el trabajo, y por último Liliana Suárez, la dueña del restaurante “La Fonda Internacional ”,
y quién se había propuesto para traer la comida que iban a degustar esa noche.
Y con todos ellos, estaba el encargado de la limpieza en casa, un señor canoso
de unos 50 años llamado Pedro que servía las botanas, las copas, y también se
divertía platicando con ciertos invitados.
-Muy bien, escúchenme todos.
Quisiera por favor, que brindemos, ya que está a punto de ser medianoche, y hay
que festejar el día de la independencia cómo se debe…
Ya habían pasado muchos minutos
de plática y de diversión entre todos, e incluso Luis se había tomado algunas
cervezas. Todos se pusieron de pie alrededor de la mesa, dónde sólo quedaban
los platos vacíos, y algunos vasos medio llenos. Javier se dio cuenta que
incluso el señor Pedro se acercaba a la mesa, junto con Azahena, para disfrutar
del brindis. Todos levantaron sus vasos, y justo cuando dieron las 12, se
apagaron las luces…
-¡No es justo!-, dijo alguien a
través de la oscuridad, que de seguro tendría que ser Pablo. Unos vasos cayeron
al suelo, y se escucharon exclamaciones.
-¿Azahena, están bien?-, dijo
Javier, tratando de tantear el espacio a través de la oscuridad, pero sólo hizo
que se le cayera el penacho a Luis.
-Sí, aquí estoy, no sé dónde
pero…
Entonces, cómo si fuera posible
algo peor que eso, se escuchó un disparo, un quejido, y alguien que se
desplomaba. Liliana y la señora Irma gritaron, y cómo estaban casi juntas, se
abrazaron. El señor Aristóteles se tropezó con una de las sillas, y fue a tirar
unos cuantos platos sucios al suelo.
-¡Tranquilos todos! Voy a
revisar la caja de la luz-, dijo Carlos, tratando de mantener el orden en la
casa. Se escucharon sus pasos alejarse hacía el patio.
-¿Se escuchó un disparo? ¿Qué
diablos pasó?-, susurró Luis, acercándose a Javier, para que nadie lo
escuchara.
-No lo sé, pero mantén los ojos
muy abiertos, no quiero que pase nada más…
Después de dos minutos que
parecieron eternos, la luz regresó. Todos parecían aturdidos, completamente. Y entonces,
sin darse cuenta, encontraron el cuerpo del señor Pedro en el suelo, con un
disparo en el corazón, sobre un enorme charco de sangre. Azahena gritó, y se
fue a refugiar a los brazos de Javier. Luis se quedó pasmado, con Pablo y
Carlos a un lado, mirándose. Aristóteles abrazaba a su esposa, Mario trató de
agarrar fuerte a Liliana para que no se desmayara de la impresión, los hermanos
gemelos trataban de tranquilizar a la señora bailarina, aunque sin mucho éxito.
Alguien había cometido un asesinato.
-¿Quién lo hizo?-, dijo Luis,
mirando el cuerpo del señor Pedro sobre el suelo, y el charco de sangre que se
hacía cada vez más grande. Todos miraron a Azahena, cómo buscando una
explicación del por qué alguien había cometido un homicidio en su propia casa.
-No pudieron resistirse,
¿verdad? ¡Les dije que ninguna bromita! Pablo, Carlos, explíquense por favor.
-No hicimos nada mamá.
-No mataría a alguien, lo
sabes, no es broma, el señor Pedro nunca se prestaba para eso, no es cierto…-,
dijo Carlos, nervioso.
-No fueron ellos Azahena. Todos
son sospechosos, pero hasta saber quién fue, ellos ni siquiera lo hicieron.
Alguien de aquí tenía suficientes motivos para hacerlo, de lo contrario, jamás
lo hubiera hecho. Tenemos que hablar, con todos-, dijo Javier, cuando todas las
miradas se posaban en él. Menos Luis, quien ya estaba más cerca del cadáver,
examinando lo que veía, y asintiendo con la cabeza.
-Entendido, jefecito…
Después del disparo fatal que
terminó con la vida de don Pedro, decidimos ponernos a preguntar, cómo siempre
lo hacíamos. Estos casos eran clásicos, incluso muchos libros se daban a la
tarea de inventar historias para entretener al público. No era de sorprenderse
que Javier hubiera querido que leyéramos todo ese material para basarnos en el
trabajo real.
Preparamos una habitación para
los interrogatorios, así mientras una persona entraba para hacerle preguntas,
las otras esperaban en la sala. Así, empezamos a armar el caso del Asesino de la Independencia ,
nombre que se me ocurrió de repente. Para ser sinceros, después del nombre,
Javier era el que quería cometer homicidio…
1.- Azahena Gomezcaña Sánchez:
LA ANFITRIONA.
“El señor Pedro era cómo de la
familia, nunca lo traté mal, nunca hubo problemas con él. Tenía todo lo que
necesitaba aquí, un lugar dónde vivir, comida, horas de diversión. No tendría
yo motivos para matarlo, lo juro…”
2.- Pablo Gomezcaña: EL HIJO MAYOR.
“El señor Pedro vivía aquí
desde hace mucho, no había problemas, al menos que nosotros nos portáramos mal,
nos acusaba con mi mamá, pero hasta ahí. Creo que el único rencor que le guardo
haya sido que se quedara con una de las recámaras que me gustaba más. Nunca le
vi haciendo nada sospechoso…”
3.- Carlos Gomezcaña: EL
SEGUNDO HIJO.
“Nunca me llevé bien con el
señor. Siempre que llegaba tarde le decía a mi madre, o cada vez que hacía
alguna fiesta. ¿Pero de eso a matarlo? No, nunca lo hubiera pensado en serio.
Los amigos de mi mamá lo conocían mejor que nosotros, ya que venían más a la
casa, y él siempre los atendía como reyes. Alguien de allá afuera tuvo la
culpa, lo sé…”
4.- Aristóteles Grana: EL CONTADOR.
“¿Piensa que fui yo?
Sinceramente, señor Carrillo, admito que es bueno para las pistas, pero no sé
hasta qué punto sospechando de alguien. Mi esposa y yo vinimos siempre a la casa
de Azahena, y el señor era un pan de Dios, si se le puede llamar así. Aunque
nunca soporté que viera de más a mi esposa, pero sabía controlarme…”
5.- Irma Familiar de Grana: LA ESPOSA.
“Creo… creo que fue algo
terrible… No puedo dejar de pensar en eso, señor Carrillo, y usted lo sabe. Don
Pedro era un buen samaritano, siempre estaba al pendiente de esta casa, de
Azahena y de sus hijos. Tenía un poco de rencor a mi marido, y no sé por qué
razón. Ya no quiero decir nada, de verdad…”
6.- Mario Rodríguez: EL ATLETA.
“Nunca trabé conversación con
el señor. Creo que era algo amargo cuando nos recibía en casa, en especial a
mí. Todos dicen que es un alma del señor, pero un día me derramó la bebida,
según él ‘sin querer’. Miré su cara ese día, con una sonrisa malvada. Creo que
le caía mal, o algo le hice, pero no lo recuerdo, y obviamente no lo hice. Yo
no disparé.”
7.- Martina Baleares: LA BAILARINA.
“Todos son culpables, ¿por qué
habría de molestarme en hablar con usted? Sería incapaz de matar a sangre fría
a un hombre tan honorable cómo él. Bueno, tan honorable cómo muchos dicen, no
lo era. Tenía un secretito, que sólo yo pude descubrirle. Pero no es el caso,
nunca ha sido tan relevante eso, al menos que a Azahena le enoje que yo lo
cuente. Ella no quiere darse cuenta de lo que él hacía, pero no soy nadie para
decirle que lo divulgue…”
8.- Roberto Flores: EL GEMELO NÚMERO 1.
“A mi hermano y a mi nunca nos
trató mal. Don Pedro era una excelente persona, un ejemplo a seguir. Una vez
Azahena nos dejó a solas con él en el jardín, y nos pusimos a platicar. A mi
hermano le encantaba ese señor, lo admito, es un gran ser humano, pero jamás,
NUNCA, nos hizo nada malo. Habíamos acordado incluso un día salir a Garibaldi,
sólo para celebrar, y nunca se cumplirá. Lo siento por ese gran hombre…”
9.- Juan Flores: EL GEMELO NÚMERO 2.
“Don Pedro era bueno, sí, pero
eso no le quitaba lo cobarde y a veces lo pusilánime. Un día se asomó a la
calle, cuando estacioné mi auto. Salí con una ex novia que siempre traía cuando
Roberto no quería venir. Y el mugroso viejo se le quedó viendo, sólo por que
Marcia tenía un escote del tamaño de una sandía. Sí me molesté, pero pensé que
era normal de una persona tan solitaria como él. Si tenía malas intenciones, de
verdad se merecía que le pasara eso…”
10.- Liliana Suárez: LA COCINERA.
“No soy cocinera, estudié de
chef, en una escuela particular muy famosa en el país. He ido a hacer
exposiciones de comida mexicana a eventos internacionales, en Japón, Francia,
Italia, Estados Unidos, Egipto. Conozco a mucha gente, pero ninguna persona era
cómo Don Pedro, siempre feliz, siempre tan atento, ayudándome en la cocina, con
todas esas atenciones… Creo que, si yo lo hubiera matado, me hubiera
arrepentido…”
***
-Estas
personas dicen puras tonterías. Y te apuesto, por lo que más quieras, a que la
señora del contador tuvo que ver con el señor Pedro, era tan mañoso ese hombre,
que Azahena no se quería dar ni cuenta…
-No
te adelantes a nada, Luis. Son pruebas muy débiles, eso sí, pero no tienes
derecho de sospechar así de la gente. ¿Podrías decirle a la bailarina que pase?
Necesito hablar con ella.
Luis
salió del cuarto que parecía un estudio pequeño, y llamó a la señora Baleares,
que se acercó subiendo las escaleras.
-¿Hay
alguien más en la sala con usted?-, dijo Luis.
-Nadie,
sólo Azahena, y Pablito, el muy hacendoso nos hizo un té que le quedó de
maravillas. ¿Desea algo más, señor Carrillo?-, dijo la señora Baleares,
entrando con un aire muy teatral al estudio.
-Necesito
una última confesión de usted, señora. Les dije que no se fueran de la sala, y
se están yendo a donde quieren. ¿Podrías llevarlos a su lugar, Luis?
El
muchacho asintió, y los dejó solos, entrecerrando la puerta. La señora Baleares
se sentó cómodamente en el reposet de color amarillo, mientras Javier la
miraba, apoyado en una silla de madera, cruzando la pierna.
-¿Qué
más quiere saber de mí, señor Carrillo? Ya le dije todo lo que estaba en mis
manos que usted supiera, no puedo hacer nada más. Soy una mujer fiel a sus
amigos, y la señora Gomezcaña confía en mí, y todos sus hijos…
-No
es eso señora, créame que la entiendo. Azahena me ayudó mucho en tiempos
pasados, y quiero agradecerle ahora que puedo. Dígame una cosa, sé que usted
sabía un secreto de Don Pedro, y usted misma se enorgullece de que nadie más lo
sabe. ¿De qué se trata?
La
señora Baleares se quedó quieta, cómo pasmada por lo que Javier le había
preguntado. Con mirada nerviosa se revisaba las manos, y luego hacía ambos
lados, pensando que la estaban vigilando. Su hermoso vestido de bailarina
veracruzana se extendía sobre la alfombra, blanco, flamante, e impecable.
-Sé
que la señora Azahena podría matarme, por no haberle dicho esto antes a ella
que a usted. Lo único que puedo decirle es que Don Pedro, cómo hombre solo que
era, estaba en buenos términos con la señora del contador, la señora Irma. La
muy pérfida se paseaba mientras su marido hacía las cuentas de la casa. Y
cuando nadie la veía, visitaba a Don Pedro, siempre en su afán de hacer algo
imperdonable. Yo sólo los vi una vez, pero dudo que me hayan visto. Nunca he
sido chismosa, por eso no le conté nada, ni al señor contador, ni a mi amiga
Azahena. Por lo demás, creo que ella lo sabía, pero aún así no quiere contar
nada, no quería quejarse, por temor de perder al único hombre que la ayudaba en
la casa…
-¿Entonces
cree que el asesino tenía motivo de matar a Don Pedro, sólo por haberse
acostado con la señora Irma?-, dijo Javier, tratando de entender mejor.
-No
no, señor Carrillo, yo nunca dije que ellos se acostaban. Sólo los vi
besándose, intercambiando caricias, cómo si esperaran que los descubrieran,
para tratar de disimular más. Discúlpeme que me retire, pero necesito tomar el
fresco, este calor es insoportable…
La
señora se levantó, al mismo tiempo que Javier, sólo que él no abandonó por
mucho su sitio. Ella se dirigió a la puerta, tratando de no tropezar con el
vestido blanco, y cuando llegó, se dio la vuelta para mirarle.
-No
se crea de todo lo que escucha, y de todo lo que puedan decirle, señor
Carrillo. Don Pedro no pudo haber hecho algo con esa mujer, pero con otra sí, y
uno de ellos lo sabe, tanto cómo para estar siempre enojado. Tuve que contarle
antes a usted de esa persona…
Pero
no alcanzó a decir quién. Un machete, tan afilado cómo una hoja de afeitar,
atravesó el pecho de la señora Baleares, y salió por enfrente. Javier se quedó
quieto, con cara de asombro, pero luego recordó lo que estaba pasando, y se
echó a correr. Antes de que llegara hasta donde estaba la señora, el atacante,
vestido con una capa negra que ondeaba con movimientos rápidos, escapó, sin
soltar el machete, que ya escurría de sangre.
Y
por más que quisiera alcanzarlo, Javier no pudo saltar por encima de otro
cadáver, que se desplomó en el suelo, pesadamente. Miró con impotencia al
asesino correr de nuevo a las penumbras, y luego puso el cuerpo de la señora
Baleares de boca. No podía hacer nada, ya que el machete había atravesado el
pecho, justo por el corazón.
-Ahora
sí tengo problemas, señora. ¡Luis, ven, deprisa!
La
que entró primero a la llamada de Javier fue Azahena, quien retrocedió al ver
el cadáver sobre el suelo. La sangre volvió a hacer un charco, y Javier se
quitó hasta el sombrero y lo arrojó, por que tenía calor, y no dejaba
concentrarse.
-¿Quién
fue Javier? ¿Alcanzaste a verlo, no es verdad?-, dijo Azahena, con la mano
izquierda en la mejilla.
-No,
se me escapó. Al menos tengo algunas pistas que necesito analizar y después…
¡CARAJO LUIS! ¿DÓNDE DIABLOS ESTABAS?
Luis
apareció corriendo, y se detuvo para evitar pasar por encima de la señora
Baleares. Miró la escena con miedo, pero se dispuso a contestar rápidamente:
-Fui
a buscar pistas a la recámara de Don Pedro, pero está cerrada. Cómo no pude
verlo antes, el maldito pasó cerca de mí, y ni siquiera le dije nada…
-¿A
quién viste?-, dijo Javier, tratando de mirarlo a él, y a Azahena al mismo
tiempo, alarmado, y algo asustado.
-No
lo distinguí bien. Pero era uno de los gemelos…
Obviamente,
cuando le conté lo del gemelo, Javier se puso loco. Sabía que, si no era uno de
ellos, jamás sería nadie más, y no habría otra oportunidad. Ya no quedaban
muchas pistas, y necesitábamos desesperadamente resolver el misterio antes de
que alguien más muriera.
Todos
los invitados (o los que quedaban, de hecho), se reunieron de nuevo en la sala,
sentados uno junto al otro, esperando las noticias. Cómo siempre, me decidí a
anotar todo lo que podía escuchar en el iPad, para empezar después a hacer el
reporte oficial…
Caímos
en la cuenta de que la posibilidad se reducía a menos, pero nunca dejamos de
buscar. Estábamos atrapados en una casa, con una fiesta mortal ejecutándose.
-Cómo
todos podrán observar, hubo otro homicidio. La señora Baleares tal vez no
tuviera nada que ver, y todos están de testigos. No vi quién se escondía tras
la capucha negra, si era hombre o si era mujer, pero les aseguro que no quedará
nada impune. ¿Qué pistas tienes, Luis?
El
muchacho se le quedó viendo a Javier, después de que él se dirigiera ante los
invitados. Algunos tenían rostros de concentración, la mayoría de miedo, y sólo
Aristóteles Grana con un dejo de autosuficiencia.
-Bueno,
fui a investigar la recámara de Don Pedro, y hasta ahorita no pude encontrar
nada extraño, a excepción de una cinta roja, un listón más bien. No sé quién de
los gemelos Flores estaba allá arriba cuando pasó, pero alguno de ellos puede
ser el principal sospechoso…
Todos
miraron a los gemelos, que estaban de pie, uno cerca del sillón de la sala,
otro recargado en la pared, a un lado del pasillo que daba a la cocina. Ambos
se miraron, cómo sospechando uno del otro. Juan, el menor, miró al suelo, sin
despegarse del sillón. Roberto puso cara de serio, y cruzó los brazos. Ambos
iban vestidos con elegantes trajes de charro negros.
-No
tengo nada que ver con lo de la señora. Es una pena, sinceramente, pero no veo
el caso de matar a una persona así…-, dijo Roberto, sin cambiar su semblante.
-Roberto,
carnal, ya diles lo que quieren saber, ¿no? Además, no quiero meterme en otra
bronca cómo la de mi ex…
Todos
se quedaron quietos con las palabras de Juan. Azahena abrió un poco la boca,
demostrando que estaba estupefacta por lo que había escuchado.
-No,
Juan, no voy a…
-¿De
qué se trata?-, preguntó Javier, mirándolos a ambos de manera inquisitiva.
Ninguno de los dos se voltearon a ver, pero las miradas no se desviaron. Juan
fue el que se adelantó a decir algo.
-Subí
al segundo piso, mientras mi hermano vigilaba en las escaleras. Quería subir al
cuarto del señor Pedro para buscar algo que tuviera que ver con el altercado
que tuve con él y mi ex novia, pero no pude entrar, y fue cuando lo vi, a Luis,
acercándose a ver mientras yo me escondía. Lo del listón no es nuestro, de
verdad…
-¿Y
quién nos asegura que estaban en verdad buscando la manera de deshacerse de la
señora?-, dijo Liliana, algo nerviosa, mientras hacía rollo un pañuelo con
ambas manos. Se había quitado el sombrero vaquero de lo nerviosa que estaba.
-Exactamente,
señorita. Hay algo raro en estos dos, lo sé, por que no dejan de platicar en
privado. Tal vez planean matar a alguien más…-, dijo la señora Familiar,
mientras tomaba la mano de su esposo, aunque este no parecía estar tan
interesado.
-No
hagamos conclusiones aún, señora Familiar, por que tengo algunas pistas que
coinciden con usted…
La
señora se quedó pasmada, y su marido puso cara de indignación, pero no reclamó
ni hizo nada. -En todo caso, y les aviso a cada uno de ustedes: No está
permitido moverse, no hasta que sepamos quién es el homicida, o cuándo sea
demasiado tarde…
Otra
vez reinó el silencio, a excepción de los dedos de Luis, que seguían tecleando
incesantemente sobre la tableta.
-¿Alguien
gusta algo de tomar?-, dijo Azahena, levantándose de repente del sillón. Sólo
Liliana y la señora Familiar pidieron té para calmar sus nervios, pero Javier
se levantó, y fue a ayudarle a su amiga en la cocina. Ella estaba temblando,
tratando de hacer las cosas mejor, aunque no pudiera.
-¿Te
sientes bien? Déjame ayudarte con eso.
Él
insistió a agarrarle la olla del agua, mientras ella se frotaba las manos,
nerviosa.
-Sí,
gracias Javier. Lamento mucho que todo esto esté pasando, hoy precisamente.
Tenía ganas de verte, de la manera más tranquila que se pudiera. De todas
maneras, fue una gran idea haberte invitado. Desde que te vimos en el caso del
museo, jamás imaginé que podría volver a verte. Fue algo de verdad espeluznante,
creo…
-No
fue nada Azahena. Nada comparado con esto, esto es más personal a mi parecer.
Ese señor Pedro tenía más conocidos en esta casa que nadie más, incluso que tu
misma. De todas maneras, tenemos que llegar al fondo de esto. ¿Sabías algo
acerca de si la señora Irma Familiar y don Pedro tenían algo que ver?-, dijo
Javier, mirando a su amiga a los ojos, mientras ponía la olla en la estufa
encendida.
Azahena
negó con la cabeza, tratando de guardar la calma.
-No
lo creo. Muchas veces vinieron aquí mis amigos, ellos y muchos más, y a todos
los trató de la misma manera. La señora Irma es muy respetable, o eso quiero
creer. También su esposo es un maldito, lo admito, nunca me cayó bien, ni
siquiera cuando empecé a trabajar con él, pero de todas maneras, no era el tipo
de hombre que…
Entonces,
cómo si fuera algo sacado de una película de terror, el grito más aterrador se
escuchó, cimbrando por todo el lugar. No se escuchaba tan lejos…
-Les
dije que no se movieran-, dijo Javier, arrojando un guante de cocina y saliendo
rápidamente, cómo el alma del cuerpo muerto. Azahena lo siguió, con los ojos
desorbitados.
-¡Javier,
viene del jardín, de la puerta lateral!-, gritó ella, cuando su amigo estuvo a
punto de salir en la dirección incorrecta.
La
puerta lateral de la casa estaba a un lado de la cocina, saliendo hacía la
derecha, en un tramo del jardín que sólo tenía un par de árboles, y muchos
rosales. Se veía especialmente oscuro ahí, y cuando Javier alcanzó a salir, los
invitados habían rodeado la casa por la puerta principal, y corrieron para ver.
Azahena salió poco después de que llegaran los demás, e incluso Luis, de la
prisa que llevaba, tropezó con la capa de emperador azteca, cayendo al pasto,
pero sin hacerse daño.
Había
otro cuerpo, esta vez, el de un hombre. Roberto estaba de pie ante él, y
Liliana se había asustado cuando todos la miraron, con el cuchillo
ensangrentado en la mano. Juan yacía en el suelo, inerte, muerto…
***
Vamos,
yo no esperaba esto. Pero después de mi caída en el césped, fue lo único que de
verdad me sorprendió. Miré entre el suelo, y cerca del cadáver, un listón
blanco. Algo no iba cómo lo esperábamos…
-¿Pero
quién lo hizo?-, dijo la señora Irma, tratando de guardar el aliento, mientras
se apartaba prudentemente el vestido de china poblana del rosal que tenía
detrás. Su esposo llegó después, jadeando. Los hijos de Azahena no aparecían.
-Calma,
por favor, no sabemos si ella lo cometió. Liliana, escúchame…-, dijo Javier,
pero por lo potente de su voz, la muchacha tiró el cuchillo. Roberto estaba
inerte, mirando a su hermano con ojos de susto. Temblaba.
-Lo
juro… Yo no lo hice, lo juro. Pensé que sería buena idea, pero yo no… No quise
tomar el cuchillo-. Liliana se veía al borde del llanto, tratando de
controlarse mientras la mano q había aferrado el cuchillo se movía sin control.
De
repente, detrás de ella, apareció Mario, y la tomó de los hombros,
reconfortándola.
-Ven,
Liliana, vamos…
-Suéltela,
señor Mario, ni siquiera sabe con qué intenciones lo va a tratar, ¿y si tiene
deseos de matar de nuevo?-, dijo el señor Aristóteles, tratando de acercarse
para ver mejor, aunque la noche no lo permitiera.
-Discúlpeme,
señor, pero no sabemos si ella en verdad lo haya hecho. Lo que me sorprende es
que el hermano del atacado esté aquí, después del enojo que le hizo pasar. ¿Por
qué…?-, dijo Luis, mientras recogía del suelo algo que nadie pudo distinguir.
Roberto
se miró las manos, y luego enfocó sus ojos de nuevo a su hermano.
-No
lo hice si eso es lo que creen. Lo encontré así, después de ver cómo Liliana
levantaba el cuchillo del suelo. Traté de detenerla, pero llegaron todos y…
Azahena, ¿y tus hijos?
De
repente, las luces de la casa y las pocas que alumbraban el patio se apagaron. Todos
volvieron a sumirse en la oscuridad. Liliana empezó a respirar muy fuerte,
presa de los nervios y del miedo.
-Mario,
llévatela a la casa, ponla a salvo, y que se tranquilice. Todos, por favor, no
tengan miedo, muévanse con cuidado y…-, pero Azahena pegó un grito, mientras
daba las órdenes. Alguien le había llegado por atrás, y la había asustado.
-Perdona
mamá-, Javier pudo identificar la voz de Carlos, el hijo de su amiga. –Escuché
todo, y vine. Pablo se quedó a arreglar la luz de nuevo. ¿Dónde están todos? No
veo nada…
-No
te preocupes, hijo, están por aquí, creo…
Javier
se levantó, tratando de no tropezar con el cuerpo de Juan, o de chocar contra
alguien en la penumbra.
-Muy
bien, necesito saber quién está cerca…
-Yo-,
dijo Luis.
-Carlos
y yo-, dijo Azahena.
-También
yo-, dijo la señora Irma, envuelta en la sombra del rosal.
-Y
yo…-
¡PAM!
Un sonido sordo, cómo de alguien que cae al suelo, invadió el silencio después
de que contestó Roberto. Después, el sonido inconfundible de la hoja del
cuchillo atravesando la piel una y otra vez, un quejido, y luego nada. Los
pasos del asesino estaban cerca…
-¡Suéltame
Aristóteles! ¡Maldito asesino, suéltame…!-, gritaba la señora Irma, forcejeando
con alguien. Luis trató de moverse, y tropezó con el cuerpo de Roberto, con el
cuchillo clavado sobre la espalda, tirado un metro más allá de Juan.
Después
de los gritos, ya nadie escuchó a la señora Irma. Los pasos se alejaron,
tratando de cargar con un bulto, por que iban demasiado lentos.
-Javier,
Javier, tenemos que ir a la casa, Pablo está allá dentro y ese maldito se llevó
a la señora Irma.
Javier
buscó a tientas a Azahena, hasta tomarla de la mano y ayudándola a levantarse.
-Está
bien. Aristóteles no debe estar lejos. Al menos la señora Irma lo delató cuando
se la llevó. Tenemos que darnos prisa. Luis, ¿dónde carajos estás, chaparro?
Aunque
Luis medía 1.79, Javier siempre le había dicho chaparro, sólo por medir casi 15 cm . más que él. El
muchacho refunfuñó, acercándose poco a poco.
-Aquí
estoy, y no me digas así. Roberto está muerto, no podemos hacer nada por él.
Encontré otro listón, pero era blanco. ¿Qué deduces, jefecito?
Javier
se quedó pensando un momento.
-Puede
ser que Aristóteles esté matando con una razón en concreto. Don Pedro le
arruina un poco el matrimonio, y se da cuenta, vengándose de su esposa de esta
manera, y deshaciéndose de los que le estorbaban. La señora Baleares, por
ejemplo, sabía el secreto de la pareja. Y los gemelos… Roberto no tenía
problemas con Don Pedro, pero Juan sí. No tiene relación esto con Aristóteles,
ninguna que pueda ver. Y los listones, tal vez sólo sea un juego…
-Señor
Javier, siento interrumpirlo, pero tenemos que entrar a la casa, Pablo está
ahí…-, dijo Carlos, nervioso.
Todos
se pusieron a caminar a través del jardín, buscando a tientas los obstáculos. Javier
iba adelante, luego Azahena, de la mano de su hijo y detrás de ellos Luis.
Cuando
llegaron a la parte de enfrente de la casa, las luces de la calle, aunque
lejanas, les dieron algo más de visibilidad. Javier se asomó, abriendo un poco
la puerta de entrada, pero no había nadie. Entraron de nuevo en fila, poco a
poco para no causar ruido.
-¿Mario?
¿Liliana?-, dijo Azahena.
-No
trates de llamarlos, si están, deben estar bien. No debemos hacer ruido-, dijo
Javier.
Cruzaron
la sala, y cuando llegaron al pie de la escalera, alguien soltó un grito de
dolor. Era un hombre.
-¡Pablo!
¡No, mi hijo no!-, gritó Azahena, subiendo las escaleras rápidamente, sin
importarle tropezar. Javier la siguió, mientras Carlos se lanzaba, pero Luis lo
detuvo.
Cuando
llegaron al pasillo de arriba, no era Pablo a quién encontraron en el suelo.
Era Mario, que estaba desmayado, y de su sien derecha salía sangre, por el
golpe que había recibido. Al fondo, cerca de una de las habitaciones, se
escuchaban pasos. Javier estaba listo para enfrentarse al asesino.
Azahena
soltó un grito cuando logró distinguir la figura delgada y el rostro de
Liliana, que estaba muerta de miedo. La muchacha miró a Mario en el suelo, y
casi suelta un grito, pero se pegó a la pared, y lo sofocó con sus manos.
-¿Dónde
estabas?-, dijo Azahena, tratando de tranquilizarse, mientras Javier revisaba
los signos de Mario. Al parecer, sí estaba desmayado solamente.
-Mario
me llevó aquí, pero escuchamos pasos. Mientras, fue a revisar, y me quedé en
una de las habitaciones. Escuché el grito, y luego el golpe, y salí poco a
poco, pero ya no había nadie. ¿No vieron a nadie…?
-Por
supuesto que no, venimos de las escaleras, ¿verdad Javier?
Javier
se levantó. Miró a ambas mujeres por entre la penumbra. Afuera empezaba a
lloviznar.
-Eso
significa que, si Aristóteles estuvo aquí arriba, no ha bajado…
Un
trueno se escuchó, anunciando un poco de lluvia nocturna. Las dos mujeres se
acercaron, abrazándose. Javier se quedó pasmado.
-Muy
bien, bajen y vayan con Luis y Carlos a la cocina, mientras yo reviso. Por
favor, cuídense, bajo en un segundo…
-De
ninguna manera, Javier. No puedes enfrentarlo sólo, y lo sabes…
-No
seas tonta, Azahena, no me va a pasar nada, y no se pueden quedar aquí. Traten
de buscar a Pablo, y escóndanse, ¿está bien?
Las
dos muchachas asintieron, y bajaron las escaleras, rápido y con cuidado. Javier
enfocó más su mirada hacía el pasillo con las puertas a las recámaras. Tendría
que revisarlas, una por una, antes de cerciorarse por completo. El asesino
estaba en una de ellas, escondido o aguardando a su próxima víctima.
-Señor
Aristóteles, sabemos que usted mató a los invitados, y tendrá que salir de ahí,
encapuchado o no, ¿está claro?
Silencio.
Javier
trató de no perder la compostura, y entró a una de las puertas, de manera
abrupta. No había más que una cama, y la ventana dónde las gotas pegaban.
Entonces,
cómo una ráfaga de aire, alguien salió corriendo lo suficientemente veloz para
que pudiera verse siquiera su silueta. Javier se dio cuenta muy tarde, y los
pasos de aquel personaje misterioso se dejaron escuchar, bajando
apresuradamente las escaleras.
Había
mandado a Azahena a la boca del lobo sin saberlo…
Mientras
el jefecito trataba de buscar al asesino en la parte de arriba, Azahena y
Liliana bajaron con cuidado la escalera, y nos dirigimos a la cocina. Carlos se
quedó vigilando la puerta y yo la ventana que daba al patio de los rosales,
pero se veía aún más oscuro con las gotas de lluvia que caían impacientes.
Javier
siempre había sido intrépido, pero mucho más después de que s padre falleciera.
Había sido un duro golpe para él, por que ahora su trabajo se había hecho al
doble de la carga. Pero su sueño de ser forense nunca se detuvo, y con los años
lo logró, de eso estoy seguro. Y después de habernos conocido en el incidente
del museo, bueno, fue un cambio radical en su comportamiento, aunque no me ha
dejado de tratar un poco mal, lo admito.
Y
ahí, vigilando en la cocina, me percaté de que mi compañero era demasiado
valiente. Fue en ese momento hasta que escuché los pasos que bajaban
apresuradamente del segundo piso…
Todos
se quedamos pasmados. Azahena y Liliana se abrazaron, y Carlos dejó de vigilar
la puerta. Yo no me separé de la ventana, tratando de escuchar atento para
distinguir el sonido de pasos en la sala.
-¿Quién
es?-, dijo Azahena, tratando de hacerse escuchar, mientras se dirigía a la
alacena para tomar el cuchillo, un cuchillo que Luis había visto en otra parte,
pero no estaba muy seguro. Carlos encendió su celular, para alumbrar un poco el
lugar. Nadie contestaba del otro lado, ni tampoco había sonidos extraños.
-¿Quién
es?-, volvió a vociferar Azahena, tratando de sonar más segura, aunque el miedo
la invadía, y la mano con el cuchillo le temblaba.
Fue
cuando, sin previo aviso, Pablo entró por la puerta trasera, la que debía estar
vigilando Carlos. Todos saltaron del susto, y Azahena soltó el cuchillo, para
ir a abrazar a su hijo, que estaba empapado, y jadeaba.
-¡Cierra
la puerta, cierra!-, gritó el muchacho, asustado por algo. Carlos asintió, y se
apresuró a cerrar con todo y broche. Luis se asomó de nuevo por la ventana.
Alcanzó a ver una sombra, algo que se movía allá afuera.
-¿Qué
viste amor? Dime, tranquilízate, y dime que viste…-. Era obvio que Azahena
estaba demasiado nerviosa para que Pablo lo hiciera también. Liliana los miró,
asustada.
-El
señor Aristóteles, lo vi corriendo, y traté de escapar. Estaba arreglando la
luz, y lo escuché, después de que su esposa gritó. Creo que él la mató, y la
escondió allá arriba. ¿Dónde está el señor Carrillo?
-Está
arriba, con Mario, alguien lo desmayó. Tranquilo hijo, estaremos bien…
Pero
nadie aseguró eso, cuando la puerta de la cocina se abrió estrepitosamente.
Alguien se había olvidado de ponerle seguro a la puerta, y Aristóteles Grana,
mojado y con furia, entró a la cocina, llevándose a Liliana, que cayó de un
golpe en el suelo, y gritó adolorida. Carlos quitó el seguro de la puerta
trasera y salió corriendo al patio, mientras Azahena y Pablo salieron por la
puerta hacía la sala, y Luis se abalanzó contra el señor, tratando de tirarlo,
pero fue en vano. Luis chocó contra la puerta trasera, cerrándola de nuevo con
un golpe sordo.
-Maldito…-,
dijo Luis, cayendo al suelo, y arrastrándose. Escuchó la capa azteca rasgarse,
mientras Aristóteles la pisaba. El muchacho se hizo con el cuchillo, y se
volteó para amenazar a Aristóteles con él, que se quedó quieto, con las manos
arriba.
-¡Espera,
espera! Yo no… Dame ese cuchillo, por favor. No tienes idea, no sabes de lo
que…
-¡De
lo que es capaz! Usted asesinó a su esposa. Tal vez hasta mató a los gemelos, y
quién sabe cuantas cosas más. Y Mario, al menos a él no lo mató. ¿Y qué
demonios significan los malditos listones?-, exclamó Luis, tratando de apuntar
bien con el cuchillo, por si el asesino se movía.
-No
sé de que me hablas. Mario… No sabes de qué es capaz, el pobre de Mario, lo
sabes perfectamente. ¡Yo sé quién mató a todos…!
Entonces,
un disparo se escuchó a través de la puerta trasera, que estaba de nuevo
abierta. El pecho de Aristóteles Grana saltó por el impacto, y su boca rezumó
de sangre, que corrió por su barbilla. Luis sintió a Liliana, que se quejaba,
hecha un ovillo en el suelo, cuando se hizo hacía atrás, sin soltar el
cuchillo. Cuando el cuerpo del contador cayó a sus pies, el muchacho pudo ver
una sombra que le parecía familiar, empuñando la pistola con dos manos.
-Levántense-,
dijo la voz.
Luis
trató de acercarse, con el cuchillo bien aferrado, pero un disparo hizo que lo
soltara. La bala se le incrustó en el brazo derecho, cerca del hombro. Gritó de
dolor, y Liliana, con su cabeza adolorida, pudo ver de quien se trataba. Sus
ojos se abrieron.
-Ahora,
¿serían tan amables de levantarse, por favor?
Irma
Familiar de Grana estaba de pie, con la mirada enloquecida, apuntándoles con la
pistola…
***
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