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martes, 18 de septiembre de 2012

Homicidio Mexicano (COMPLETO)


Homicidio Mexicano

Luis Zaldívar


Para los que no creen que en México podemos hacer la diferencia, aquí escribiendo yo mi relato, te demuestro que sí, amigo lector. 
Gracias a ti también por cambiar mi vida. Ya sabes quién eres, ¿verdad…?

 ¿Quién es Javier Carrillo?
Médico egresado de una de las universidades más prestigiosas de Jalisco, un hombre al que la vida le ha costado demasiado, a raíz de la pérdida de su padre, se convirtió en uno de los investigadores privados con más fama a nivel nacional, si no es que el único.
Por sus manos y su mentalidad han pasado casos de verdad alucinantes, dónde los misterios contrastan siempre con la realidad en México. Más allá de los cárteles del narcotráfico y demás asociaciones, Javier ha combatido con otra realidad aún en crecimiento: Los casos misteriosos, donde el crimen se combate “a la antigua”.
Más allá de los casos resueltos, donde suena mucho el caso del asesino del Museo de Antropología en el Distrito Federal, Javier Carrillo se enfrentó últimamente a uno de los más despiadados y maravillosos asesinatos jamás perpetrados. Esta es la historia de mi colega, amigo y visionario, que descubrió un crimen sin igual, y entró en la historia del país cómo uno de los mejores detectives…

Javier Carrillo había recibido una invitación junto con el correo de la mañana, entre algunos recibos e invitaciones para tramitar tarjetas de crédito. Después de recogerlas del suelo de la oficina, dónde siempre iban a dar después de que las metían en la rendija de la puerta, se acercó de nuevo a su escritorio. Había demasiados papeles revueltos, y unas cuantas fotografías de algunos casos pasados.
-¿Quién era?-, dijo Luis, su ayudante, sentado en el otro escritorio, leyendo un libro de esoterismo. El muchacho había estudiado filosofía, pero a Javier le hacía falta alguien que lo acompañara a estudiar los casos, a tomar fotografías y notas de las pistas tomadas.
-Nadie, el correo. No había visto que había una invitación, no sé si sea tuya, la verdad, ¿te invitaron y no me avisaste?-, dijo Javier, sonriendo de manera divertida, agitando el sobre de la fiesta.
Luis lo miró de reojo, por encima del libro, bajando sus piernas del escritorio. Luis no había sido invitado a fiestas desde hacía años que se había mudado a la Ciudad de México, y ahora que trabajaba a lado de su mejor amigo, era menor la posibilidad.
-Lo dudo amigo. Todas mis amigas están ocupadas, y no creo, tal vez sea para ti, eres demasiado solicitado desde ese día del Museo, con el asesino azteca, pero de todas maneras, deberías de revisarla.
Javier asintió, mirando de nuevo el sobre. Hasta Luis dejó el libro sobre el escritorio, y se acercó a la silla de su compañero. El sobre fue abierto, y dentro, sacó una carta adornada con ribetes, de color blanco, rojo y verde.
-“Se le invita cordialmente a la fiesta patria de la familia Gomezcaña, que se celebrará en…“ Es una fiesta del 15 de septiembre, eso se oye genial…-, exclamó Luis desde atrás de su amigo.
-Ya lo sé, estoy leyendo, muchas gracias metiche. Es de Azahena…
-¿De quién?
-De Azahena, una amiga desde hace años. Me sorprende que me haya invitado, desde que empecé con todo este trabajo me desatendí de ella, y no supe nada en varios años.
Javier se quedó pensando, mientras leía la fecha de la fiesta, el 15 de septiembre a las 10 p.m. Cuando iba a volver a meter el sobre, pensando todavía en su amiga y la invitación después de tantos años, Luis lo detuvo con un toque en el hombro.
-¿Ya te diste cuenta que metiste la invitación sin leerla toda? Te faltó un pedazo…
Javier la sacó de nuevo, y desdobló lo que le faltaba. Cuando lo leyó, se quedó sorprendido.
-¿Disfraz indispensable? Bueno, no lo sé…
-Ay Javier, por favor, ya sé que quieres ir a la fiesta, es tu amiga, tienes que verla, si es que de verdad te invitó. Además, ¿qué difícil puede ser encontrar un buen disfraz de fiesta mexicana? Puedes ir de Pancho Villa, ¿no?
Javier lo volvió a mirar con esa mirada divertida pero muy severa.
-No seas tarado. Pancho Villa no medía casi 2 metros, y no estaba tan gordo cómo yo. La verdad, creo que sería el único disfraz que tengo, al menos que vaya de norteño, con las botas que tengo y el sombrero.
-Ahí está, amigo. Te verías presentable. ¡Que te diviertas!-, dijo Luis, caminando hacía la cocina de la oficina, para prepararse su café de siempre, con el que empezaba la mañana.
-Ah no, eso si que no canijo. Me vas a acompañar, y vas a comprarte tu disfraz, y me vale lo que digas, tienes que venir y conocerla. De nada sirve que me hayas ayudado varias veces antes, y que tampoco te conozcan, ¿está bien?
Luis se quedó ahí, de pie, entre la puerta de la cocina, asintiendo.
-Está bien jefecito. Mañana vamos a comprar los disfraces, si quieres. De todas maneras, falta una semana, y la dirección no es muy lejos del Distrito Federal. Está bien.
Pero Luis no quería ir, y puso cara de enojado al hacerse el café. Javier sólo alcanzó a soltar unas carcajadas.

Javier y yo nos fuimos a comprar los disfraces al otro día. Él obviamente escogió el que le recomendé, y yo me conseguí uno de emperador azteca, con todo y el penacho de plumas.
Cuando pasó la semana, y sin ningún otro caso que atender, nos preparamos para la fiesta. El 15 de septiembre siempre era un caos en la ciudad, ya que siempre había gente dispuesta a hacerte perder el tiempo. Desfiles por aquí, fiestas por allá, gente que salía apresurada a las tiendas a comprar algo para sus celebraciones, borrachos de mediodía. La ciudad era un caos, pero al menos no teníamos que salir demasiado de ella.
Cuando llegamos a la dirección requerida, nos encontramos con poca afluencia. La casa era grande, no lo podíamos negar, con dos pisos, un hermoso jardín adornado con motivos patrios, plantas, flores, y algunos coches aparcados ya en el estacionamiento.
Lo que íbamos a encontrar allá adentro sería excepcional…

Javier y Luis bajaron casi al mismo tiempo del auto. Daban ya las 9:45, y la oscuridad los envolvía, a pesar de que la casa de la anfitriona lucía demasiado adornada y alumbrada. Javier vestía con demasiado porte el disfraz de revolucionario, con un bigote falso, un sombrero muy amplio, y unas botas militares bien lustradas, luciendo su gran altura.
Luis, en cambio, tuvo problemas para bajar, ya que el penacho de plumas de pavo real y águila se le atoraba en donde fuera, la capa de tela blanca arrastraba demasiado en la banqueta, y el frío se le colaba, por que sólo llevaba huaraches y un extraño taparrabos de manta.
-Te ves estupendo pequeño amigo, te dije que al menos vinieras de Miguel Hidalgo, no sé. Te ves demasiado ridículo…
-Cállate Javier. No por que mi idea del disfraz de Villa te haya quedado a la perfección te burles del mío. Represento a lo más mexicano que existe, a los mexicas…
-Aha, ya veo… De todas maneras, los mexicas eran grandotes, fuertes, muy rudos, daban miedo. Y tú pareces pollo pelado con frío, acéptalo, no te queda…
Javier se rió a carcajadas, casi doblándose del dolor, y ni siquiera sintió cuando Luis le soltó un golpe con la palma de la mano en la cabeza, el cual le dolió mucho.
-Eres un tonto. Está bien, ya no digas nada de mi disfraz. ¿Es la casa de tu amiga? Es enorme, no se compara en nada a mi departamento, rayos…
-Sí, esta es la casa de Azahena. La obtuvo con mucho esfuerzo, también por que tiene 4 niños, y a todos les tenía que dar un hogar. De todas maneras, vinimos a una fiesta, así que deja de indagar en todo, ¿te parece? Al menos hasta que acabe la fiesta, ya luego podrás hacer lo que sea.
-Perfecto Javier, no era mi intención preguntar, vaya… De todas maneras, me toca manejar, no quiero tomar ni una sola cerveza, ya sabes cómo me pone eso.
Caminaron dejando atrás el auto, hasta llegar a la reja de la casa. Dentro, se escuchaban risas, música regional, y el choque de unos cuantos vasos. Esperaron un poco después de que Javier tocó al timbre.
Una mujer, sencilla, de mediana altura, y piel morena, salió a recibir a los invitados. Iba ataviada con un disfraz de Josefa Ortiz, con el vestido largo, los guantes hasta los codos, un abanico colgando de la muñeca derecha, y con un peinado alto, con un tocado de tiara muy bonito.
-Buenas noches… ¿Javier? ¡Javier Carrillo, sí viniste!-, dijo la mujer, poniendo cara de sorpresa, con una mirada que detonaba felicidad.
-No podía perderme la fiesta de mi mejor amiga, y espero no te moleste haber traído visitas…
Cuando Azahena abrió la puerta, ambos se abrazaron, cómo si hacía siglos que no se vieran. Los dos sonrieron, mirándose frente a frente, y soltaron una carcajada de nervios.
-Ay Javier, hace años que no sabía nada de ti, adelante, pasen por favor, están en su casa. ¿Y quién es tu invitado?-, dijo Azahena, haciendo pasar a sus invitados a través del umbral.
-Es Luis Zaldívar, es quién me ha apoyado en algunos casos atrás. No podía dejarlo amarrado hoy cuidando la casa, así que me lo traje.
-Eres un torpe. Mucho gusto señora Azahena, disculpe al discreto de mi colega Javier, ya no sabe qué decir, y eso que no ha tomado ni una sola copa. ¿Pasamos?
Después de estar viendo un poco el jardín, las plantas y los adornos, Azahena los invitó a pasar. Era una casa preciosa, tanto por fuera como por dentro, ya que la sala era enorme, y parecían caber demasiadas personas. La música mexicana sonaba un poco alto, pero lo suficiente para que se escucharan las conversaciones.
Lo que notó Javier es que no había mucha gente ahí. Sabía que Azahena tenía cuatro hijos, pero sólo pudo distinguir el rostro de 2 de ellos, ya que los más pequeños se habían ido de vacaciones con la abuela. Había más gente, otras 7 personas más, pero ninguno que él conociera.
-Mira Javier, te presento a Pablo, es mi hijo mayor. Cumplió 25 este año, y él es Carlos, tiene 23. Fernando y Samael no están, se los llevó mi mamá de vacaciones, y pues espero que regresen completos.
Los dos muchachos, altos y bien parecidos, saludaron primero a Javier, y luego a Luis. Iban los dos vestidos de indígenas, con los trajes típicos de manta, bordados, y con unos machetes falsos.
-Mamá siempre nos habló de usted, señor Carrillo. Supimos lo del incidente en el museo hace meses, y nos interesaba que viniera, más a mi hermano Pablo, es un completo obsesivo de usted…
-No manches, Carlos, no es cierto, admiro al señor, pero no me obsesiona, no digas tonterías. De todas maneras, siempre he dicho que es genial que usted se atreva a resolver misterios así, no sólo homicidios y esas cosas. Está genial que haya venido a la fiesta…
-¿Y tus hermanos? Faltan dos, ¿no?-, dijo Luis, inquisitivamente al muchacho. Javier no lo reprimió, pero le lanzó una mirada algo extraña.
-Sí señor Luis, son dos, pero no están, Fernando cumplió 15, deberían verlo, es un gran atleta, y Samael acaba de cumplir 11, es un muchachito muy inteligente. Pero bueno, ellos se pierden de la fiesta, ¿verdad?--, dijo Carlos, aferrando bien su vaso de cerveza, y riéndose junto con su hermano.
Después de haber charlado un poco con los hijos de Azahena, ella fue presentándolos a los invitados, uno por uno. Estaba el señor Aristóteles Grana, un prestigioso contador público, junto a su esposa, la señora Irma Familiar de Grana, excelente pintora de ocasión. Después, conocieron a Mario Rodríguez, un afamado ciclista del equipo olímpico que había tenido la suerte de conocer a Azahena hace algunos años. Martina Baleares, bailarina consumada de casi 40 años, experta en el tema del ballet clásico. Un par de hermanos, Roberto y Juan Flores, gemelos, amigos de Azahena en el trabajo, y por último Liliana Suárez, la dueña del restaurante “La Fonda Internacional”, y quién se había propuesto para traer la comida que iban a degustar esa noche. Y con todos ellos, estaba el encargado de la limpieza en casa, un señor canoso de unos 50 años llamado Pedro que servía las botanas, las copas, y también se divertía platicando con ciertos invitados.
-Muy bien, escúchenme todos. Quisiera por favor, que brindemos, ya que está a punto de ser medianoche, y hay que festejar el día de la independencia cómo se debe…
Ya habían pasado muchos minutos de plática y de diversión entre todos, e incluso Luis se había tomado algunas cervezas. Todos se pusieron de pie alrededor de la mesa, dónde sólo quedaban los platos vacíos, y algunos vasos medio llenos. Javier se dio cuenta que incluso el señor Pedro se acercaba a la mesa, junto con Azahena, para disfrutar del brindis. Todos levantaron sus vasos, y justo cuando dieron las 12, se apagaron las luces…
-¡No es justo!-, dijo alguien a través de la oscuridad, que de seguro tendría que ser Pablo. Unos vasos cayeron al suelo, y se escucharon exclamaciones.
-¿Azahena, están bien?-, dijo Javier, tratando de tantear el espacio a través de la oscuridad, pero sólo hizo que se le cayera el penacho a Luis.
-Sí, aquí estoy, no sé dónde pero…
Entonces, cómo si fuera posible algo peor que eso, se escuchó un disparo, un quejido, y alguien que se desplomaba. Liliana y la señora Irma gritaron, y cómo estaban casi juntas, se abrazaron. El señor Aristóteles se tropezó con una de las sillas, y fue a tirar unos cuantos platos sucios al suelo.
-¡Tranquilos todos! Voy a revisar la caja de la luz-, dijo Carlos, tratando de mantener el orden en la casa. Se escucharon sus pasos alejarse hacía el patio.
-¿Se escuchó un disparo? ¿Qué diablos pasó?-, susurró Luis, acercándose a Javier, para que nadie lo escuchara.
-No lo sé, pero mantén los ojos muy abiertos, no quiero que pase nada más…
Después de dos minutos que parecieron eternos, la luz regresó. Todos parecían aturdidos, completamente. Y entonces, sin darse cuenta, encontraron el cuerpo del señor Pedro en el suelo, con un disparo en el corazón, sobre un enorme charco de sangre. Azahena gritó, y se fue a refugiar a los brazos de Javier. Luis se quedó pasmado, con Pablo y Carlos a un lado, mirándose. Aristóteles abrazaba a su esposa, Mario trató de agarrar fuerte a Liliana para que no se desmayara de la impresión, los hermanos gemelos trataban de tranquilizar a la señora bailarina, aunque sin mucho éxito. Alguien había cometido un asesinato.
-¿Quién lo hizo?-, dijo Luis, mirando el cuerpo del señor Pedro sobre el suelo, y el charco de sangre que se hacía cada vez más grande. Todos miraron a Azahena, cómo buscando una explicación del por qué alguien había cometido un homicidio en su propia casa.
-No pudieron resistirse, ¿verdad? ¡Les dije que ninguna bromita! Pablo, Carlos, explíquense por favor.
-No hicimos nada mamá.
-No mataría a alguien, lo sabes, no es broma, el señor Pedro nunca se prestaba para eso, no es cierto…-, dijo Carlos, nervioso.
-No fueron ellos Azahena. Todos son sospechosos, pero hasta saber quién fue, ellos ni siquiera lo hicieron. Alguien de aquí tenía suficientes motivos para hacerlo, de lo contrario, jamás lo hubiera hecho. Tenemos que hablar, con todos-, dijo Javier, cuando todas las miradas se posaban en él. Menos Luis, quien ya estaba más cerca del cadáver, examinando lo que veía, y asintiendo con la cabeza.
-Entendido, jefecito…

Después del disparo fatal que terminó con la vida de don Pedro, decidimos ponernos a preguntar, cómo siempre lo hacíamos. Estos casos eran clásicos, incluso muchos libros se daban a la tarea de inventar historias para entretener al público. No era de sorprenderse que Javier hubiera querido que leyéramos todo ese material para basarnos en el trabajo real.
Preparamos una habitación para los interrogatorios, así mientras una persona entraba para hacerle preguntas, las otras esperaban en la sala. Así, empezamos a armar el caso del Asesino de la Independencia, nombre que se me ocurrió de repente. Para ser sinceros, después del nombre, Javier era el que quería cometer homicidio…

1.- Azahena Gomezcaña Sánchez: LA ANFITRIONA.

“El señor Pedro era cómo de la familia, nunca lo traté mal, nunca hubo problemas con él. Tenía todo lo que necesitaba aquí, un lugar dónde vivir, comida, horas de diversión. No tendría yo motivos para matarlo, lo juro…”

2.- Pablo Gomezcaña: EL HIJO MAYOR.

“El señor Pedro vivía aquí desde hace mucho, no había problemas, al menos que nosotros nos portáramos mal, nos acusaba con mi mamá, pero hasta ahí. Creo que el único rencor que le guardo haya sido que se quedara con una de las recámaras que me gustaba más. Nunca le vi haciendo nada sospechoso…”

3.- Carlos Gomezcaña: EL SEGUNDO HIJO.

“Nunca me llevé bien con el señor. Siempre que llegaba tarde le decía a mi madre, o cada vez que hacía alguna fiesta. ¿Pero de eso a matarlo? No, nunca lo hubiera pensado en serio. Los amigos de mi mamá lo conocían mejor que nosotros, ya que venían más a la casa, y él siempre los atendía como reyes. Alguien de allá afuera tuvo la culpa, lo sé…”

4.- Aristóteles Grana: EL CONTADOR.

“¿Piensa que fui yo? Sinceramente, señor Carrillo, admito que es bueno para las pistas, pero no sé hasta qué punto sospechando de alguien. Mi esposa y yo vinimos siempre a la casa de Azahena, y el señor era un pan de Dios, si se le puede llamar así. Aunque nunca soporté que viera de más a mi esposa, pero sabía controlarme…”

5.- Irma Familiar de Grana: LA ESPOSA.

“Creo… creo que fue algo terrible… No puedo dejar de pensar en eso, señor Carrillo, y usted lo sabe. Don Pedro era un buen samaritano, siempre estaba al pendiente de esta casa, de Azahena y de sus hijos. Tenía un poco de rencor a mi marido, y no sé por qué razón. Ya no quiero decir nada, de verdad…”

6.- Mario Rodríguez: EL ATLETA.

“Nunca trabé conversación con el señor. Creo que era algo amargo cuando nos recibía en casa, en especial a mí. Todos dicen que es un alma del señor, pero un día me derramó la bebida, según él ‘sin querer’. Miré su cara ese día, con una sonrisa malvada. Creo que le caía mal, o algo le hice, pero no lo recuerdo, y obviamente no lo hice. Yo no disparé.”

7.- Martina Baleares: LA BAILARINA.

“Todos son culpables, ¿por qué habría de molestarme en hablar con usted? Sería incapaz de matar a sangre fría a un hombre tan honorable cómo él. Bueno, tan honorable cómo muchos dicen, no lo era. Tenía un secretito, que sólo yo pude descubrirle. Pero no es el caso, nunca ha sido tan relevante eso, al menos que a Azahena le enoje que yo lo cuente. Ella no quiere darse cuenta de lo que él hacía, pero no soy nadie para decirle que lo divulgue…”

8.- Roberto Flores: EL GEMELO NÚMERO 1.

“A mi hermano y a mi nunca nos trató mal. Don Pedro era una excelente persona, un ejemplo a seguir. Una vez Azahena nos dejó a solas con él en el jardín, y nos pusimos a platicar. A mi hermano le encantaba ese señor, lo admito, es un gran ser humano, pero jamás, NUNCA, nos hizo nada malo. Habíamos acordado incluso un día salir a Garibaldi, sólo para celebrar, y nunca se cumplirá. Lo siento por ese gran hombre…”

9.- Juan Flores: EL GEMELO NÚMERO 2.

“Don Pedro era bueno, sí, pero eso no le quitaba lo cobarde y a veces lo pusilánime. Un día se asomó a la calle, cuando estacioné mi auto. Salí con una ex novia que siempre traía cuando Roberto no quería venir. Y el mugroso viejo se le quedó viendo, sólo por que Marcia tenía un escote del tamaño de una sandía. Sí me molesté, pero pensé que era normal de una persona tan solitaria como él. Si tenía malas intenciones, de verdad se merecía que le pasara eso…”

10.- Liliana Suárez: LA COCINERA.

“No soy cocinera, estudié de chef, en una escuela particular muy famosa en el país. He ido a hacer exposiciones de comida mexicana a eventos internacionales, en Japón, Francia, Italia, Estados Unidos, Egipto. Conozco a mucha gente, pero ninguna persona era cómo Don Pedro, siempre feliz, siempre tan atento, ayudándome en la cocina, con todas esas atenciones… Creo que, si yo lo hubiera matado, me hubiera arrepentido…”

***

-Estas personas dicen puras tonterías. Y te apuesto, por lo que más quieras, a que la señora del contador tuvo que ver con el señor Pedro, era tan mañoso ese hombre, que Azahena no se quería dar ni cuenta…
-No te adelantes a nada, Luis. Son pruebas muy débiles, eso sí, pero no tienes derecho de sospechar así de la gente. ¿Podrías decirle a la bailarina que pase? Necesito hablar con ella.
Luis salió del cuarto que parecía un estudio pequeño, y llamó a la señora Baleares, que se acercó subiendo las escaleras.
-¿Hay alguien más en la sala con usted?-, dijo Luis.
-Nadie, sólo Azahena, y Pablito, el muy hacendoso nos hizo un té que le quedó de maravillas. ¿Desea algo más, señor Carrillo?-, dijo la señora Baleares, entrando con un aire muy teatral al estudio.
-Necesito una última confesión de usted, señora. Les dije que no se fueran de la sala, y se están yendo a donde quieren. ¿Podrías llevarlos a su lugar, Luis?
El muchacho asintió, y los dejó solos, entrecerrando la puerta. La señora Baleares se sentó cómodamente en el reposet de color amarillo, mientras Javier la miraba, apoyado en una silla de madera, cruzando la pierna.
-¿Qué más quiere saber de mí, señor Carrillo? Ya le dije todo lo que estaba en mis manos que usted supiera, no puedo hacer nada más. Soy una mujer fiel a sus amigos, y la señora Gomezcaña confía en mí, y todos sus hijos…
-No es eso señora, créame que la entiendo. Azahena me ayudó mucho en tiempos pasados, y quiero agradecerle ahora que puedo. Dígame una cosa, sé que usted sabía un secreto de Don Pedro, y usted misma se enorgullece de que nadie más lo sabe. ¿De qué se trata?
La señora Baleares se quedó quieta, cómo pasmada por lo que Javier le había preguntado. Con mirada nerviosa se revisaba las manos, y luego hacía ambos lados, pensando que la estaban vigilando. Su hermoso vestido de bailarina veracruzana se extendía sobre la alfombra, blanco, flamante, e impecable.
-Sé que la señora Azahena podría matarme, por no haberle dicho esto antes a ella que a usted. Lo único que puedo decirle es que Don Pedro, cómo hombre solo que era, estaba en buenos términos con la señora del contador, la señora Irma. La muy pérfida se paseaba mientras su marido hacía las cuentas de la casa. Y cuando nadie la veía, visitaba a Don Pedro, siempre en su afán de hacer algo imperdonable. Yo sólo los vi una vez, pero dudo que me hayan visto. Nunca he sido chismosa, por eso no le conté nada, ni al señor contador, ni a mi amiga Azahena. Por lo demás, creo que ella lo sabía, pero aún así no quiere contar nada, no quería quejarse, por temor de perder al único hombre que la ayudaba en la casa…
-¿Entonces cree que el asesino tenía motivo de matar a Don Pedro, sólo por haberse acostado con la señora Irma?-, dijo Javier, tratando de entender mejor.
-No no, señor Carrillo, yo nunca dije que ellos se acostaban. Sólo los vi besándose, intercambiando caricias, cómo si esperaran que los descubrieran, para tratar de disimular más. Discúlpeme que me retire, pero necesito tomar el fresco, este calor es insoportable…
La señora se levantó, al mismo tiempo que Javier, sólo que él no abandonó por mucho su sitio. Ella se dirigió a la puerta, tratando de no tropezar con el vestido blanco, y cuando llegó, se dio la vuelta para mirarle.
-No se crea de todo lo que escucha, y de todo lo que puedan decirle, señor Carrillo. Don Pedro no pudo haber hecho algo con esa mujer, pero con otra sí, y uno de ellos lo sabe, tanto cómo para estar siempre enojado. Tuve que contarle antes a usted de esa persona…
Pero no alcanzó a decir quién. Un machete, tan afilado cómo una hoja de afeitar, atravesó el pecho de la señora Baleares, y salió por enfrente. Javier se quedó quieto, con cara de asombro, pero luego recordó lo que estaba pasando, y se echó a correr. Antes de que llegara hasta donde estaba la señora, el atacante, vestido con una capa negra que ondeaba con movimientos rápidos, escapó, sin soltar el machete, que ya escurría de sangre.
Y por más que quisiera alcanzarlo, Javier no pudo saltar por encima de otro cadáver, que se desplomó en el suelo, pesadamente. Miró con impotencia al asesino correr de nuevo a las penumbras, y luego puso el cuerpo de la señora Baleares de boca. No podía hacer nada, ya que el machete había atravesado el pecho, justo por el corazón.
-Ahora sí tengo problemas, señora. ¡Luis, ven, deprisa!
La que entró primero a la llamada de Javier fue Azahena, quien retrocedió al ver el cadáver sobre el suelo. La sangre volvió a hacer un charco, y Javier se quitó hasta el sombrero y lo arrojó, por que tenía calor, y no dejaba concentrarse.
-¿Quién fue Javier? ¿Alcanzaste a verlo, no es verdad?-, dijo Azahena, con la mano izquierda en la mejilla.
-No, se me escapó. Al menos tengo algunas pistas que necesito analizar y después… ¡CARAJO LUIS! ¿DÓNDE DIABLOS ESTABAS?
Luis apareció corriendo, y se detuvo para evitar pasar por encima de la señora Baleares. Miró la escena con miedo, pero se dispuso a contestar rápidamente:
-Fui a buscar pistas a la recámara de Don Pedro, pero está cerrada. Cómo no pude verlo antes, el maldito pasó cerca de mí, y ni siquiera le dije nada…
-¿A quién viste?-, dijo Javier, tratando de mirarlo a él, y a Azahena al mismo tiempo, alarmado, y algo asustado.
-No lo distinguí bien. Pero era uno de los gemelos…

Obviamente, cuando le conté lo del gemelo, Javier se puso loco. Sabía que, si no era uno de ellos, jamás sería nadie más, y no habría otra oportunidad. Ya no quedaban muchas pistas, y necesitábamos desesperadamente resolver el misterio antes de que alguien más muriera.
Todos los invitados (o los que quedaban, de hecho), se reunieron de nuevo en la sala, sentados uno junto al otro, esperando las noticias. Cómo siempre, me decidí a anotar todo lo que podía escuchar en el iPad, para empezar después a hacer el reporte oficial…
Caímos en la cuenta de que la posibilidad se reducía a menos, pero nunca dejamos de buscar. Estábamos atrapados en una casa, con una fiesta mortal ejecutándose.

-Cómo todos podrán observar, hubo otro homicidio. La señora Baleares tal vez no tuviera nada que ver, y todos están de testigos. No vi quién se escondía tras la capucha negra, si era hombre o si era mujer, pero les aseguro que no quedará nada impune. ¿Qué pistas tienes, Luis?
El muchacho se le quedó viendo a Javier, después de que él se dirigiera ante los invitados. Algunos tenían rostros de concentración, la mayoría de miedo, y sólo Aristóteles Grana con un dejo de autosuficiencia.
-Bueno, fui a investigar la recámara de Don Pedro, y hasta ahorita no pude encontrar nada extraño, a excepción de una cinta roja, un listón más bien. No sé quién de los gemelos Flores estaba allá arriba cuando pasó, pero alguno de ellos puede ser el principal sospechoso…
Todos miraron a los gemelos, que estaban de pie, uno cerca del sillón de la sala, otro recargado en la pared, a un lado del pasillo que daba a la cocina. Ambos se miraron, cómo sospechando uno del otro. Juan, el menor, miró al suelo, sin despegarse del sillón. Roberto puso cara de serio, y cruzó los brazos. Ambos iban vestidos con elegantes trajes de charro negros.
-No tengo nada que ver con lo de la señora. Es una pena, sinceramente, pero no veo el caso de matar a una persona así…-, dijo Roberto, sin cambiar su semblante.
-Roberto, carnal, ya diles lo que quieren saber, ¿no? Además, no quiero meterme en otra bronca cómo la de mi ex…
Todos se quedaron quietos con las palabras de Juan. Azahena abrió un poco la boca, demostrando que estaba estupefacta por lo que había escuchado.
-No, Juan, no voy a…
-¿De qué se trata?-, preguntó Javier, mirándolos a ambos de manera inquisitiva. Ninguno de los dos se voltearon a ver, pero las miradas no se desviaron. Juan fue el que se adelantó a decir algo.
-Subí al segundo piso, mientras mi hermano vigilaba en las escaleras. Quería subir al cuarto del señor Pedro para buscar algo que tuviera que ver con el altercado que tuve con él y mi ex novia, pero no pude entrar, y fue cuando lo vi, a Luis, acercándose a ver mientras yo me escondía. Lo del listón no es nuestro, de verdad…
-¿Y quién nos asegura que estaban en verdad buscando la manera de deshacerse de la señora?-, dijo Liliana, algo nerviosa, mientras hacía rollo un pañuelo con ambas manos. Se había quitado el sombrero vaquero de lo nerviosa que estaba.
-Exactamente, señorita. Hay algo raro en estos dos, lo sé, por que no dejan de platicar en privado. Tal vez planean matar a alguien más…-, dijo la señora Familiar, mientras tomaba la mano de su esposo, aunque este no parecía estar tan interesado.
-No hagamos conclusiones aún, señora Familiar, por que tengo algunas pistas que coinciden con usted…
La señora se quedó pasmada, y su marido puso cara de indignación, pero no reclamó ni hizo nada. -En todo caso, y les aviso a cada uno de ustedes: No está permitido moverse, no hasta que sepamos quién es el homicida, o cuándo sea demasiado tarde…
Otra vez reinó el silencio, a excepción de los dedos de Luis, que seguían tecleando incesantemente sobre la tableta.
-¿Alguien gusta algo de tomar?-, dijo Azahena, levantándose de repente del sillón. Sólo Liliana y la señora Familiar pidieron té para calmar sus nervios, pero Javier se levantó, y fue a ayudarle a su amiga en la cocina. Ella estaba temblando, tratando de hacer las cosas mejor, aunque no pudiera.
-¿Te sientes bien? Déjame ayudarte con eso.
Él insistió a agarrarle la olla del agua, mientras ella se frotaba las manos, nerviosa.
-Sí, gracias Javier. Lamento mucho que todo esto esté pasando, hoy precisamente. Tenía ganas de verte, de la manera más tranquila que se pudiera. De todas maneras, fue una gran idea haberte invitado. Desde que te vimos en el caso del museo, jamás imaginé que podría volver a verte. Fue algo de verdad espeluznante, creo…
-No fue nada Azahena. Nada comparado con esto, esto es más personal a mi parecer. Ese señor Pedro tenía más conocidos en esta casa que nadie más, incluso que tu misma. De todas maneras, tenemos que llegar al fondo de esto. ¿Sabías algo acerca de si la señora Irma Familiar y don Pedro tenían algo que ver?-, dijo Javier, mirando a su amiga a los ojos, mientras ponía la olla en la estufa encendida.
Azahena negó con la cabeza, tratando de guardar la calma.
-No lo creo. Muchas veces vinieron aquí mis amigos, ellos y muchos más, y a todos los trató de la misma manera. La señora Irma es muy respetable, o eso quiero creer. También su esposo es un maldito, lo admito, nunca me cayó bien, ni siquiera cuando empecé a trabajar con él, pero de todas maneras, no era el tipo de hombre que…
Entonces, cómo si fuera algo sacado de una película de terror, el grito más aterrador se escuchó, cimbrando por todo el lugar. No se escuchaba tan lejos…
-Les dije que no se movieran-, dijo Javier, arrojando un guante de cocina y saliendo rápidamente, cómo el alma del cuerpo muerto. Azahena lo siguió, con los ojos desorbitados.
-¡Javier, viene del jardín, de la puerta lateral!-, gritó ella, cuando su amigo estuvo a punto de salir en la dirección incorrecta.
La puerta lateral de la casa estaba a un lado de la cocina, saliendo hacía la derecha, en un tramo del jardín que sólo tenía un par de árboles, y muchos rosales. Se veía especialmente oscuro ahí, y cuando Javier alcanzó a salir, los invitados habían rodeado la casa por la puerta principal, y corrieron para ver. Azahena salió poco después de que llegaran los demás, e incluso Luis, de la prisa que llevaba, tropezó con la capa de emperador azteca, cayendo al pasto, pero sin hacerse daño.
Había otro cuerpo, esta vez, el de un hombre. Roberto estaba de pie ante él, y Liliana se había asustado cuando todos la miraron, con el cuchillo ensangrentado en la mano. Juan yacía en el suelo, inerte, muerto…

***

Vamos, yo no esperaba esto. Pero después de mi caída en el césped, fue lo único que de verdad me sorprendió. Miré entre el suelo, y cerca del cadáver, un listón blanco. Algo no iba cómo lo esperábamos…

-¿Pero quién lo hizo?-, dijo la señora Irma, tratando de guardar el aliento, mientras se apartaba prudentemente el vestido de china poblana del rosal que tenía detrás. Su esposo llegó después, jadeando. Los hijos de Azahena no aparecían.
-Calma, por favor, no sabemos si ella lo cometió. Liliana, escúchame…-, dijo Javier, pero por lo potente de su voz, la muchacha tiró el cuchillo. Roberto estaba inerte, mirando a su hermano con ojos de susto. Temblaba.
-Lo juro… Yo no lo hice, lo juro. Pensé que sería buena idea, pero yo no… No quise tomar el cuchillo-. Liliana se veía al borde del llanto, tratando de controlarse mientras la mano q había aferrado el cuchillo se movía sin control.
De repente, detrás de ella, apareció Mario, y la tomó de los hombros, reconfortándola.
-Ven, Liliana, vamos…
-Suéltela, señor Mario, ni siquiera sabe con qué intenciones lo va a tratar, ¿y si tiene deseos de matar de nuevo?-, dijo el señor Aristóteles, tratando de acercarse para ver mejor, aunque la noche no lo permitiera.
-Discúlpeme, señor, pero no sabemos si ella en verdad lo haya hecho. Lo que me sorprende es que el hermano del atacado esté aquí, después del enojo que le hizo pasar. ¿Por qué…?-, dijo Luis, mientras recogía del suelo algo que nadie pudo distinguir.
Roberto se miró las manos, y luego enfocó sus ojos de nuevo a su hermano.
-No lo hice si eso es lo que creen. Lo encontré así, después de ver cómo Liliana levantaba el cuchillo del suelo. Traté de detenerla, pero llegaron todos y… Azahena, ¿y tus hijos?
De repente, las luces de la casa y las pocas que alumbraban el patio se apagaron. Todos volvieron a sumirse en la oscuridad. Liliana empezó a respirar muy fuerte, presa de los nervios y del miedo.
-Mario, llévatela a la casa, ponla a salvo, y que se tranquilice. Todos, por favor, no tengan miedo, muévanse con cuidado y…-, pero Azahena pegó un grito, mientras daba las órdenes. Alguien le había llegado por atrás, y la había asustado.
-Perdona mamá-, Javier pudo identificar la voz de Carlos, el hijo de su amiga. –Escuché todo, y vine. Pablo se quedó a arreglar la luz de nuevo. ¿Dónde están todos? No veo nada…
-No te preocupes, hijo, están por aquí, creo…
Javier se levantó, tratando de no tropezar con el cuerpo de Juan, o de chocar contra alguien en la penumbra.
-Muy bien, necesito saber quién está cerca…
-Yo-, dijo Luis.
-Carlos y yo-, dijo Azahena.
-También yo-, dijo la señora Irma, envuelta en la sombra del rosal.
-Y yo…-
¡PAM! Un disparo y el sonido sordo cómo de alguien que cae al suelo, invadieron el silencio después de que contestó Roberto. Después, el sonido inconfundible de la hoja del cuchillo atravesando la piel una y otra vez, un quejido, y luego nada. Los pasos del asesino estaban cerca…
-¡Suéltame Aristóteles! ¡Maldito asesino, suéltame…!-, gritaba la señora Irma, forcejeando con alguien. Luis trató de moverse, y tropezó con el cuerpo de Roberto, con el cuchillo clavado sobre la espalda, tirado un metro más allá de Juan.
Después de los gritos, ya nadie escuchó a la señora Irma. Los pasos se alejaron, tratando de cargar con un bulto, por que iban demasiado lentos.
-Javier, Javier, tenemos que ir a la casa, Pablo está allá dentro y ese maldito se llevó a la señora Irma.
Javier buscó a tientas a Azahena, hasta tomarla de la mano y ayudándola a levantarse.
-Está bien. Aristóteles no debe estar lejos. Al menos la señora Irma lo delató cuando se la llevó. Tenemos que darnos prisa. Luis, ¿dónde carajos estás, chaparro?
Aunque Luis medía 1.79, Javier siempre le había dicho chaparro, sólo por medir casi 15 cm. más que él. El muchacho refunfuñó, acercándose poco a poco.
-Aquí estoy, y no me digas así. Roberto está muerto, no podemos hacer nada por él. Encontré otro listón, pero era blanco. ¿Qué deduces, jefecito?
Javier se quedó pensando un momento.
-Puede ser que Aristóteles esté matando con una razón en concreto. Don Pedro le arruina un poco el matrimonio, y se da cuenta, vengándose de su esposa de esta manera, y deshaciéndose de los que le estorbaban. La señora Baleares, por ejemplo, sabía el secreto de la pareja. Y los gemelos… Roberto no tenía problemas con Don Pedro, pero Juan sí. No tiene relación esto con Aristóteles, ninguna que pueda ver. Y los listones, tal vez sólo sea un juego…
-Señor Javier, siento interrumpirlo, pero tenemos que entrar a la casa, Pablo está ahí…-, dijo Carlos, nervioso.
Todos se pusieron a caminar a través del jardín, buscando a tientas los obstáculos. Javier iba adelante, luego Azahena, de la mano de su hijo y detrás de ellos Luis.
Cuando llegaron a la parte de enfrente de la casa, las luces de la calle, aunque lejanas, les dieron algo más de visibilidad. Javier se asomó, abriendo un poco la puerta de entrada, pero no había nadie. Entraron de nuevo en fila, poco a poco para no causar ruido.
-¿Mario? ¿Liliana?-, dijo Azahena.
-No trates de llamarlos, si están, deben estar bien. No debemos hacer ruido-, dijo Javier.
Cruzaron la sala, y cuando llegaron al pie de la escalera, alguien soltó un grito de dolor. Era un hombre.
-¡Pablo! ¡No, mi hijo no!-, gritó Azahena, subiendo las escaleras rápidamente, sin importarle tropezar. Javier la siguió, mientras Carlos se lanzaba, pero Luis lo detuvo.
Cuando llegaron al pasillo de arriba, no era Pablo a quién encontraron en el suelo. Era Mario, que estaba desmayado, y de su sien derecha salía sangre, por el golpe que había recibido. Al fondo, cerca de una de las habitaciones, se escuchaban pasos. Javier estaba listo para enfrentarse al asesino.
Azahena soltó un grito cuando logró distinguir la figura delgada y el rostro de Liliana, que estaba muerta de miedo. La muchacha miró a Mario en el suelo, y casi suelta un grito, pero se pegó a la pared, y lo sofocó con sus manos.
-¿Dónde estabas?-, dijo Azahena, tratando de tranquilizarse, mientras Javier revisaba los signos de Mario. Al parecer, sí estaba desmayado solamente.
-Mario me llevó aquí, pero escuchamos pasos. Mientras, fue a revisar, y me quedé en una de las habitaciones. Escuché el grito, y luego el golpe, y salí poco a poco, pero ya no había nadie. ¿No vieron a nadie…?
-Por supuesto que no, venimos de las escaleras, ¿verdad Javier?
Javier se levantó. Miró a ambas mujeres por entre la penumbra. Afuera empezaba a lloviznar.
-Eso significa que, si Aristóteles estuvo aquí arriba, no ha bajado…
Un trueno se escuchó, anunciando un poco de lluvia nocturna. Las dos mujeres se acercaron, abrazándose. Javier se quedó pasmado.
-Muy bien, bajen y vayan con Luis y Carlos a la cocina, mientras yo reviso. Por favor, cuídense, bajo en un segundo…
-De ninguna manera, Javier. No puedes enfrentarlo sólo, y lo sabes…
-No seas tonta, Azahena, no me va a pasar nada, y no se pueden quedar aquí. Traten de buscar a Pablo, y escóndanse, ¿está bien?
Las dos muchachas asintieron, y bajaron las escaleras, rápido y con cuidado. Javier enfocó más su mirada hacía el pasillo con las puertas a las recámaras. Tendría que revisarlas, una por una, antes de cerciorarse por completo. El asesino estaba en una de ellas, escondido o aguardando a su próxima víctima.
-Señor Aristóteles, sabemos que usted mató a los invitados, y tendrá que salir de ahí, encapuchado o no, ¿está claro?
Silencio.
Javier trató de no perder la compostura, y entró a una de las puertas, de manera abrupta. No había más que una cama, y la ventana dónde las gotas pegaban.
Entonces, cómo una ráfaga de aire, alguien salió corriendo lo suficientemente veloz para que pudiera verse siquiera su silueta. Javier se dio cuenta muy tarde, y los pasos de aquel personaje misterioso se dejaron escuchar, bajando apresuradamente las escaleras.
Había mandado a Azahena a la boca del lobo sin saberlo…

Mientras el jefecito trataba de buscar al asesino en la parte de arriba, Azahena y Liliana bajaron con cuidado la escalera, y nos dirigimos a la cocina. Carlos se quedó vigilando la puerta y yo la ventana que daba al patio de los rosales, pero se veía aún más oscuro con las gotas de lluvia que caían impacientes.
Javier siempre había sido intrépido, pero mucho más después de que s padre falleciera. Había sido un duro golpe para él, por que ahora su trabajo se había hecho al doble de la carga. Pero su sueño de ser forense nunca se detuvo, y con los años lo logró, de eso estoy seguro. Y después de habernos conocido en el incidente del museo, bueno, fue un cambio radical en su comportamiento, aunque no me ha dejado de tratar un poco mal, lo admito.
Y ahí, vigilando en la cocina, me percaté de que mi compañero era demasiado valiente. Fue en ese momento hasta que escuché los pasos que bajaban apresuradamente del segundo piso…

Todos se quedamos pasmados. Azahena y Liliana se abrazaron, y Carlos dejó de vigilar la puerta. Yo no me separé de la ventana, tratando de escuchar atento para distinguir el sonido de pasos en la sala.
-¿Quién es?-, dijo Azahena, tratando de hacerse escuchar, mientras se dirigía a la alacena para tomar el cuchillo, un cuchillo que Luis había visto en otra parte, pero no estaba muy seguro. Carlos encendió su celular, para alumbrar un poco el lugar. Nadie contestaba del otro lado, ni tampoco había sonidos extraños.
-¿Quién es?-, volvió a vociferar Azahena, tratando de sonar más segura, aunque el miedo la invadía, y la mano con el cuchillo le temblaba.
Fue cuando, sin previo aviso, Pablo entró por la puerta trasera, la que debía estar vigilando Carlos. Todos saltaron del susto, y Azahena soltó el cuchillo, para ir a abrazar a su hijo, que estaba empapado, y jadeaba.
-¡Cierra la puerta, cierra!-, gritó el muchacho, asustado por algo. Carlos asintió, y se apresuró a cerrar con todo y broche. Luis se asomó de nuevo por la ventana. Alcanzó a ver una sombra, algo que se movía allá afuera.
-¿Qué viste amor? Dime, tranquilízate, y dime que viste…-. Era obvio que Azahena estaba demasiado nerviosa para que Pablo lo hiciera también. Liliana los miró, asustada.
-El señor Aristóteles, lo vi corriendo, y traté de escapar. Estaba arreglando la luz, y lo escuché, después de que su esposa gritó. Creo que él la mató, y la escondió allá arriba. ¿Dónde está el señor Carrillo?
-Está arriba, con Mario, alguien lo desmayó. Tranquilo hijo, estaremos bien…
Pero nadie aseguró eso, cuando la puerta de la cocina se abrió estrepitosamente. Alguien se había olvidado de ponerle seguro a la puerta, y Aristóteles Grana, mojado y con furia, entró a la cocina, llevándose a Liliana, que cayó de un golpe en el suelo, y gritó adolorida. Carlos quitó el seguro de la puerta trasera y salió corriendo al patio, mientras Azahena y Pablo salieron por la puerta hacía la sala, y Luis se abalanzó contra el señor, tratando de tirarlo, pero fue en vano. Luis chocó contra la puerta trasera, cerrándola de nuevo con un golpe sordo.
-Maldito…-, dijo Luis, cayendo al suelo, y arrastrándose. Escuchó la capa azteca rasgarse, mientras Aristóteles la pisaba. El muchacho se hizo con el cuchillo, y se volteó para amenazar a Aristóteles con él, que se quedó quieto, con las manos arriba.
-¡Espera, espera! Yo no… Dame ese cuchillo, por favor. No tienes idea, no sabes de lo que…
-¡De lo que es capaz! Usted asesinó a su esposa. Tal vez hasta mató a los gemelos, y quién sabe cuantas cosas más. Y Mario, al menos a él no lo mató. ¿Y qué demonios significan los malditos listones?-, exclamó Luis, tratando de apuntar bien con el cuchillo, por si el asesino se movía.
-No sé de que me hablas. Mario… No sabes de qué es capaz, el pobre de Mario, lo sabes perfectamente. ¡Yo sé quién mató a todos…!
Entonces, un disparo se escuchó a través de la puerta trasera, que estaba de nuevo abierta. El pecho de Aristóteles Grana saltó por el impacto, y su boca rezumó de sangre, que corrió por su barbilla. Luis sintió a Liliana, que se quejaba, hecha un ovillo en el suelo, cuando se hizo hacía atrás, sin soltar el cuchillo. Cuando el cuerpo del contador cayó a sus pies, el muchacho pudo ver una sombra que le parecía familiar, empuñando la pistola con dos manos.
-Levántense-, dijo la voz.
Luis trató de acercarse, con el cuchillo bien aferrado, pero un disparo hizo que lo soltara. La bala se le incrustó en el brazo derecho, cerca del hombro. Gritó de dolor, y Liliana, con su cabeza adolorida, pudo ver de quien se trataba. Sus ojos se abrieron.
-Ahora, ¿serían tan amables de levantarse, por favor?
Irma Familiar de Grana estaba de pie, con la mirada enloquecida, apuntándoles con la pistola…

***

La señora Familiar estaba al borde de la locura cuando me disparó y amenazó luego a Liliana. Mientras apuntaba con una sola mano, del vestido se sacó un listón verde, arrojándolo sobre el cadáver de su esposo. La triada estaba completa.
No podía mover el brazo, incluso aún ahora que escribo todo esto se me hace imposible no sentir dolor cuando lo hago. Quería hacer algo, proteger a la gente de aquella casa de esa maniática, pero era imposible.
Al menos, Javier estaba mejor que yo…

Javier se quedó vigilando las escaleras cuando volvió la luz, y Azahena y Pablo subieron corriendo. Estaban asustados por algo, pero por el jadeo de subir aprisa, no había palabras en sus labios. Javier había movido a Mario a un lugar seguro, recostándolo en una cama, por eso pudieron correr con más espacio.
-¿Qué pasó?-, dijo Javier, tratando de tranquilizar a su amiga, que era imposible que dijera palabra alguna.
-El señor Aristóteles, llegó a la cocina, y atacó a Liliana, y no supimos qué más. Creo que Carlos arregló la luz. Tengo que ir a buscarlo-, dijo Pablo.
-De ninguna manera hijo. Iré yo, y tú quédate con Javier, no tardo…
Y Azahena salió corriendo escaleras abajo, sin que los tacones le impidieran hacerlo. Javier y Pablo se quedaron viendo a las escaleras, pero ya no regresó, y nadie más se asomó.
-Muy bien, tenemos que bajar o hacer algo. ¿Qué piensa usted, señor Carrillo?
Un disparo se escuchó, y un grito. Javier reconoció esa voz. Era su compañero.
-Vamos, tenemos que ver qué es lo que sucede.
Ambos bajaron con cuidado, tratando de ver a todas partes, y sin hacer demasiado ruido. Cruzaron parte de la sala, hasta llegar a la puerta de la cocina, que estaba medio abierta. Y aunque la luz de ahí estaba apagada, se veía perfectamente parte de la escena. Luis estaba sobre el suelo, apoyado sólo con la mano izquierda. A su lado, estaba Liliana, que se retorcía de dolor. Y enfrente una sombra, de alguien que no se distinguía bien. Se acercaron para escuchar un poco…

-No tienes ni idea de lo que tuve que hacer para llegar hasta este punto. El imperfecto y tonto de mi marido fue un ejemplo. Creo que sabía un poco lo de mis aventuras con Don Pedro, así que no debía dejar que supiera nada más, ni siquiera dejarlo vivir. Pero no era cosa fácil…
Luis estaba en el suelo, tratando de aguantar el dolor del disparo. No salía mucha sangre, pero tampoco podía atenderse, y no había nada con qué contener la hemorragia. Javier sabía de esas cosas.
-Estás loca… ¡Eres una estúpida!-, gritó Liliana, tratando de aliviar un poco el dolor con ello. La señora Irma le apuntaba, pero no hizo más que sonreír.
-No preciosa, no sabes lo que dices, sinceramente. Mi esposo era el hombre más terco, obstinado, e idiota de todo el país. No podía deshacerme de él así de fácil, o sospecharían. Por eso, cuando vi que huyó de la escena del asesinato de Juan, y cuando las luces se apagaron de nuevo, me vi obligada a hacerle pasar por culpable, fingiendo mi secuestro, ¿a poco no fue gracioso?-, dijo la señora Irma, haciendo ademanes con una mano, y con la otra apuntando simultáneamente a los dos presentes. Luis no quiso apartar la vista de la mujer, aunque le doliera mucho, sabía que era impredecible.
-Muy acertado, señora Irma, pero todos los muertos… Eso será un problema si llega la policía, y pasará, seguramente.
-Lo dudo mucho, Luis. Siempre se sale con la suya el asesino, y siempre queda como sobreviviente…
-No recuerdo ninguna historia así.
-Pero la mía sí, y dudo que vaya usted a intervenir. Verá, es cierto que me costó mucho trabajo guardar la compostura, pero había mejores cosas que hacer. Roberto fue muy fácil, igual que mi marido. La pistola es una vieja amiga de las mujeres, y más de las que esconden secretos…
Luis estaba pensando, poco a poco había ideas que se aclaraban en su cabeza. Perfecto, ella mató a su marido, y también a Roberto, antes de fingirse la secuestrada. Pero, ¿y qué pasó con los demás?
-¿Y qué pasó con la señora Baleares?-, dijo Luis, tratando de ver mejor lo que pasaba.
-Ella no lo hizo, chaparro…
Todos saltaron de la impresión, mientras la luz se encendía. Javier entro solo, y al parecer, iba dispuesto a resolver el misterio que Luis no podía. Le lanzó al muchacho un pedazo de trapo de cocina, para que se amarrara bien la herida. La señora Irma lo vio, desconcertada, y ahora le apuntaba al pecho, con ambas manos.
-¡Miren a su héroe! El señor inteligente que va a resolver el misterio por fin. No me digas, ¿estuviste juntando pistas? ¡Ahí está otro de los listones, ya tengo lo que necesito! Sin duda es algo que no me importaba demasiado, con tal de hacerlos perder la razón antes de que se dieran cuenta de todo el plan…
-Siento desilusionarla, señora Familiar, pero su locura termina aquí. Mandé a Pablo a pedir ayuda, al menos mucho antes de que alguien le hiciera daño, y Azahena escapó también, buscando a Carlos, así que creo que la familia está a salvo. Por lo que sé, a usted le gusta disparar…
La señora Irma compuso una mueca que quiso hacer pasar por una sonrisa que daba miedo. Javier solo pudo mirarla con ese seño fruncido, de cuando se enojaba o pensaba mejor las cosas.
-Señor Carrillo, le suplico que no trate de explicarse, no hay nada más que hacer. Todos ustedes van a morir, y me van a dejar tranquila, no tiene de qué preocuparse…
Luis se estaba poniendo la venda en el brazo, y Liliana se levantó poco a poco, asustada, mirando a todas partes en busca de una respuesta sincera.
-Lo que quiero decir, señora Irma, es que a usted le gusta disparar. No se mancha las manos con sangre, y por supuesto, no le gusta vestirse de negro. Estaba platicando con Azahena en la sala mientras interrogaba a la señora Baleares. Y luego llegó tarde cuando encontramos el cadáver de Juan, y apuesto que fue usted la que salió corriendo del segundo piso justo después de que encontramos a Mario en el suelo. No tengo la menor duda…
-¡Bravo, señor Carrillo! Es usted un especialista, un hombre de armas tomar. Efectivamente, todo lo que dijo es real, incluso lo de la carrera hacía la escalera, me costó trabajo, pero lo logré. Se le escapa algo demasiado importante, señor Carrillo, algo de lo que estoy convencida. Todos sus casos han sido demasiado parecidos…
Y tenía razón: Javier recordaba mucho atrás todo lo que tuvo que resolver, las pistas extrañas, los casos novedosos y clásicos, el asesino… El maldito asesino.
-Javier…-, dijo Luis, tratándose de dar cuenta de la situación. Javier asintió levemente, con cara de sorpresa. ¿Cómo pudo no haberlo visto?
-Todos mis casos han tenido un asesino, una persona que perpetre el homicidio o el robo. ¿Qué probabilidades hay, Luis…?
-Todas, Javier. Nunca habíamos pasado por esto, y me imagino que puede pasar en cualquier momento.
Todos guardaron silencio. Liliana no podía moverse, o no quería. Y la señora Irma sólo apuntaba, y sonreía.
-Exacto, señor Carrillo, sabía que se daría cuenta tarde o temprano. No lo hice yo sola. No hubiera podido, ¡es algo totalmente inconcebible! Lo que sí sé es que de haberlo hecho yo sola no hubiera alcanzado a hacer ni la mitad, y obviamente mi secreto hubiera sido descubierto, y mi plan habría fallado. Pero, tengo alguien muy especial a mi servicio.
¿Quién podría ser? Javier tenía la mente nublada, y pasaban muchas cosas por su cabeza.
-Javier, piensa, las películas de terror que hemos visto. Dobles asesinos, que buscan un pretexto para matar, una venganza, una forma de pasar el tiempo, la innovación. ¿Quién más querría guardar un secreto o ayudar en la causa?
Javier no volteó, pero sintió cómo alguien le pasaba una mano por enfrente, y ponía el filo del cuchillo directo en su garganta. Sintió que la otra mano le agarraba la mano derecha, sometiéndolo.
-Lo siento, señor Carrillo, de verdad. Nunca pensé en que esto pudiera perjudicarnos a todos.
Liliana se aferraba fuerte de su mano y del cuchillo, tratando de levantarse un poco para quedar a la altura de Javier. Soltó una ligera carcajada, que resonó en el oído derecho de Javier, que no se inmutó, pero se sorprendió. Hasta Luis se movió un poco, hasta que la señora Familiar le volvió a apuntar con el arma.
-Debí imaginármelo. Si a la señora Irma no le gustaba ensuciarse las manos, a ti sí. Veamos, ¿sabes usar el cuchillo, verdad?
Liliana volvió a soltar una carcajada.
-Por supuesto, señor Carrillo, lo sé hacer de maravilla. Tengo la fuerza suficiente, ¿acaso no se sorprendió cuando atravesé a la señora Baleares con el machete? ¡Fue fantástico!
-¿Y cómo escapaste?
-Fácil: El Cuarto de Don Pedro. Aproveché en cuanto Luis vio salir a uno de los gemelos del pasillo, y me escabullí dentro, con la llave. Obviamente me encerré, dejando atrás el primer listón. Lo bueno es que la ventana daba hacía las tuberías de la casa, y no fue difícil bajar.
-¿Y de dónde sacaste la llave?-, preguntó Luis, escuchando anonadado la versión del homicidio.
-Bueno, un día se la robé a Don Pedro, obviamente tuve que meterme con él para tenerla. Fue ahí cuando me enteré de los oscuros secretos de alcoba que mantenía con Irma. Fue sencillo: El hombre se estaba haciendo de sus presas sexuales propias. Decidimos ponernos de acuerdo, y planear mejor nuestros movimientos. ¡Y creían que sólo ayudaba al pobre anciano en la cocina!
Las dos mujeres soltaron unas carcajadas diabólicas, que hicieron estremecer a Javier. No había duda, estaban locas.
-¿Así que apuñalaste a Juan? ¿Y también hiciste lo mismo con Roberto? Pero si Mario te llevó a la casa…
-Lo sé, suena inverosímil, pero lo sé. La señora Familiar se hizo cargo del disparo, obviamente, y luego clavó el cuchillo, eso creo. Fue una suerte haberme deshecho de Juan antes de que llegaran, y creo que Roberto alcanzó a ver algo, pero ni siquiera habló, estaba demasiado pasmado. Y se fue la luz, eso sí lo recuerdo, alguien tuvo la sensata idea de cortar la energía… Y fue cuando me hice cargo de Mario…
-Entonces tu le pegaste-, dijo Javier, sin moverse, y con dolor en la cabeza.
-Por supuesto, mientras él buscaba una habitación, tuve que golpearlo fuerte, con un bastón. Escondí las pruebas, y dejé al pobre ahí tirado, inconsciente afortunadamente. Llegaron ustedes, y me hice la loca, la que no sabía nada. Fue tan sencillo, y el plan ha sido tan macabro… lo importante fue que la señora Irma estuvo ahí arriba para vigilar lo que pasaba. Toda una maldita aventura, pero al menos logramos nuestro cometido… Y Don Pedro no volverá a molestarnos, nunca…
Javier volvió dentro de su mente a ordenar las ideas, a poner en orden todo lo que tenía, las pistas, los acontecimientos, las víctimas, el orden natural de lo que había pasado. Pero algo no iba bien de nuevo. Víctimas de disparos, víctimas de cuchillo. Y Don Pedro, muerto en la oscuridad…
-Es cierto que Liliana no pudo haber matado a Don Pedro, puesto que era mala para disparar. Señora Irma, ¿mató a Don Pedro, verdad?-, preguntó Javier.
Luis puso cara de no entender nada.
-¡Es obvio, jefecito! La señora sabe disparar, tuvo que haberlo hecho, ¿no?
Pero nadie dijo nada. La señora Irma dejó de apuntar a Luis con la pistola, y se dedicó a mirar a Javier, divertida, cómo si hubiera cometido una travesura.
-Muchas veces hay cosas que nosotras mismas escondemos, señor Luis. Tenemos toda una vida para decidir el momento justo, y hacer las cosas cómo mejor nos plazca. No solamente tuvimos tiempo para planear todos los homicidios, y para escondernos…
-La señora Irma tiene razón. Don Pedro fue una muerte más simbólica, digámoslo así. La planeamos de manera distinta, y las tres estuvimos de acuerdo con eso…
Javier puso de nuevo esa expresión en su rostro, la de la frustración, de no saber si se dirigía por buen camino. Ahora todo en lo que creía no estaba fluyendo con la normalidad habitual, todas las pistas apuntaban a otra parte, y no había salida.
-¿Las tres?-, dijeron al unísono Javier y Luis, ambos sorprendidos.
-¡Sí, sí! Las tres, las tres, ¿no es algo que no se esperaban? Sinceramente, señor Carrillo, pensé que era usted más sagaz, pero hemos cambiado sus planes. Podríamos decir que la forma de cometer homicidios ha cambiado, y que usted ya es obsoleto en esto de formar bien las pistas, de recabar la información. Ya no es cómo en sus tiempos, señor Carrillo, y se lo voy a demostrar…-, dijo la señora Irma, apuntando a Javier directamente en el abdomen, a punto de jalar el gatillo.
-Lo siento Irma, de verdad lo siento., dijo una voz detrás de ella. La señora volteó demasiado tarde antes de darse cuenta, ya que un pedazo de madera la golpeó en el rostro, haciéndola caer encima del cuerpo de su marido. El charco de sangre que salió de la cabeza de Irma Familiar fue suficiente para dejarla muerta.
Javier no podía creer lo que veía. Ante ella, otra persona se encontraba aferrando un enorme pedazo de madera, mientras jadeaba por el esfuerzo de levantarlo. Lo dejó caer, y miró a su mejor amigo a los ojos.
-Lo siento Irma, pero Javier es mío…
Era Azahena.

***

Las cosas no iban tan bien cómo lo esperábamos. Primero la sorpresa de la señora Familiar, luego, el asunto de la asociación con Liliana, que era una experta en las armas blancas. Y de paso, Azahena, la anfitriona de la fiesta, nos traiciona de repente. Estábamos confundidos y atrapados en una red si salida, cómo moscas que revolotean sin poder salir de la trampa de la araña.
Más aún, a pesar de todo, habíamos descubierto algo diferente, y demasiado peligroso, y las tres no se andaban con cuentos, y mucho menos eran caritativas. Azahena se había deshecho de la señora Irma, pero aún siendo 2 eran un peligro…

Javier se quedó mirando a su amiga, y pensó que todo era una broma, un sueño sin sentido.
-Azahena, ¿qué significa…? ¿Dónde están los muchachos?
-Los mandé afuera, pude sacarlos antes de que empezara todo esto, y creo que van a pedir ayuda, al menos saben manejar. Antes, necesito hacer lo que se tiene que hacer. Suéltalo…-, dijo Azahena a Liliana. La otra muchacha soltó la mano de Javier, y bajó el cuchillo.
Él pudo relajarse un poco, tratando de pensar y de coordinar de nuevo sus pensamientos, pero era inútil.
-Estoy confundido…-, dijo Luis.
-¡Cállate, imbécil!-, gritó Liliana, apuntando con el cuchillo muy cerca de él.
-¿Tú también tienes que ver con todo esto?-, preguntó Javier a su amiga, con una mirada algo inquisitiva.
Azahena no respondió de inmediato. Suspiró, y se dispuso a hablar más tranquilo. Estaba despeinada, y empapada por la lluvia incesante.
-Tendría que explicarte demasiado, pero no lo haré, no quisiera sinceramente. Todo comenzó cuando Don Pedro vino aquí a trabajar. Con mis amigos era demasiado sincero, los trataba bien, les daba muchas atenciones, e incluso se tomaba su tiempo para bromear un poco. Pero mis amigas veían en él una cosa demasiado diferente…
Liliana asintió, con la mueca de una risa histérica en la cara.
-Don Pedro siempre fue un poco desatado en ese asunto. Le gustaba ver a las mujeres como trofeos, las espiaba, les decía cosas subidas de tono, y las que se sintieron ofendidas no regresaron nunca, y las pocas astutas para seguirle el juego venían más a menudo, les gustaba tratar de tener un poco de la intimidad que no les daban en casa. ¡En especial esta zorra vieja de Irma! Todas las veces que vino y se metió a la recámara de Don Pedro para hacer sus cosas. El idiota de Aristóteles ni siquiera se daba cuenta de nada, y era por que yo les solapaba a todas sus aventuras.
Javier no podía creer lo que decía Azahena. Ella le había jurado que Don Pedro era una buena persona, pero tampoco le había contado todo, lo que se escondía, y no lo que se mostraba.
-La que después hizo de las suyas fue la novia de Juan, una más zorra que la señora Irma. Los vi besándose detrás de los rosales un día, pero no quise comentar nada. Lo bueno fue que ella, viniendo un día a pedir perdón, no regresó de nuevo a los brazos de su amor. Me tuve que deshacer de ella poco después, era una lata en verdad. Y Liliana, mi fiel amiga, fue la que empezó con los planes. Meterse con Don Pedro no era difícil, sacarle la llave e insinuarle que hiciera cosas malas con los invitados menos. Le tiró el café un día a Mario, y por eso el muchacho le tenía rencor. Era demasiado hipócrita, pero fue mejor de lo que esperábamos, así no habría ni una sola persona que no fuera sospechosa. Y después de mandar a mi madre con los pequeños de vacaciones, ya no fue tan difícil…
-Tú mataste a Don Pedro, ¿verdad?-, dijo Javier, con los ojos apagados por la frustración.
-¡Por supuesto que sí! El inmundo viejo tenía que morir, eso era de esperarse, y cuándo se apagaron las luces, bueno, le disparé, contando con que estaba demasiado cerca de él. Me conseguí un control remoto que me facilitó apagar las luces, y aunque mis hijos hicieran lo imposible por arreglarla, bueno, siempre fue obra mía. Pero Don Pedro no murió por ese pecado de ser siempre un viejo caliente. Lo hice por algo más…
Azahena dio unos cuantos pasos, levantando los pies para no pisar los cadáveres, y tomó la pistola del suelo. Apuntó de nuevo hacía Javier, y miró a Liliana con una sonrisa.
-Tenías celos de que Don Pedro se hubiese propasado con las demás y contigo no, ¿verdad? Ni siquiera en tu propia casa había alguien que te tomara y te hiciera sentir bien-, exclamó Javier, para que lo escucharan todos.
-Lamentaría decir que no, pero no quiero mentirte amigo. Teniéndome a mi en la casa, y yo solapándole sus amoríos, lo menos que podía hacer era hacerme sentir mujer. ¿Y qué fue lo que hizo? Se aprovechó de una inocente que sólo venía a cocinar, de otra zorra que ya no la satisfacía su marido, y de la peor puta de todas, que engañaba a su novio, que era un alma de Dios. ¡Cuanta razón tuvo para no darme a mí un poco de placer! Y yo, siempre poniéndole el maldito pretexto, y nada, ¡nada! Tenía que acabar con eso, sinceramente, pero no fue por ello por lo que lo hice, no…
-Temías por tu vida-, dijo Luis, tratando de no hacerle caso a Liliana y al cuchillo asesino que le apuntaba en la garganta.
-Así es. Don Pedro podía ser cómo fuera, pero además era demasiado rencoroso. Muchas veces si alguien le hacía algo, se cobraba. Y daba miedo la forma en la que nos contaba ciertas “venganzas” hacía gente que se había atrevido a enfrentarlo. Yo sabía todos sus movimientos sucios, yo tenía idea de lo que hacía y de las personas con las que había estado, y quería decírselos, que todos supieran, pero no me atrevía, por que me sentía amenazada. Y no lo hice tampoco por mi propia seguridad. Mi madre y mis hijos también saldrían afectados, y de ninguna manera iba a dejar que les hicieran daño, ¡de ninguna manera! Por eso me atreví a matar, por eso lo borré del mapa, y me ayudé de la gente que más quería para darle su merecido cómo era debido. Pero ellas dos hicieron sus planes aparte, y les pedí que me dejaran sólo dos muertes. La novia de Juan fue un mero accidente, eso sí, por eso no la cuento. Pero don Pedro era la primera víctima simbólica de algo mucho más grande, querido amigo…
Javier ahora lo entendía todo, y se sentía un poco menos frustrado. La puerta de la cocina rechinó, cómo cuando entra el aire repentinamente a una casa, pero nadie se inmutó.
-Irma nos dijo que la muerte de don Pedro era simbólica. ¿Por qué dijo eso? ¿A qué se refería?-, preguntó Javier. Sabía que Azahena no era capaz de matar, al menos no con la saña habitual de un asesino normal. Después de todo, el caso iba tomando unos tintes muy extravagantes.
-Quería que don Pedro pagara por su sucia conducta, y lo logré, definitivamente. Le di lo que merecía, y luego me tomé la libertad de hacerlo pasar cómo una víctima inocente de un despiadado asesino. Eso era algo muy simbólico, por que era pura mentira. Y de repente, me tomé la libertad de planear algo. Si yo causaba la primera muerte en la casa, también tendría que causar la última. Una muerte que dejaría a todos consternados por lo que pasó, una muerte que significara algo dentro de la humillante escena, y que me dejara a mí cómo la inocente víctima después de todo. Irma iba a dispararte, y le quité ese honor. Tú eres mío Javier, ya lo repetí una y otra vez hasta el maldito cansancio. Si logro matarte, y luego Liliana mata a Luis, y a quién falte, no habrá nadie inocente, pero tampoco culpable. Sería el perfecto escenario de una muerte sin sentido.
Hasta Luis comprendió lo que pasaba, y de lo quieto que se puso, le volvió a doler la herida en el brazo. Javier era la última víctima de Azahena, una muerte con sentido para ella, pero que no encontraría consuelo en la gente que lo seguía y lo admiraba. Ni siquiera sus hijos podrían darse cuenta de nada, cuando el héroe de muchos casos atrás hubiera muerto. ¿Quién se preocuparía sinceramente del caso, de lo que pasó y de quién lo hizo, cuando había muerto la única persona capaz de resolver el misterio?
-La gente va a perder la esperanza en lo que creía, ¿ese es tu plan?-, dijo Javier, entendiendo todo, y sintiéndose triste, con miedo.
-Lo siento mucho amigo, pero si quiero que nada se sepa, tengo que convencer a la gente que ya nada les será regresado. Tenemos el tiempo suficiente para platicar, pero no quiero seguir explicando algo que con hechos es mejor que pueda verse y entenderse. Lo hice por celos, hasta por la seguridad de mis hijos. Pero si en este día le doy un mártir más a la gente, tal vez entiendan mejor a valorar lo que tienen…
De pronto, la puerta de la cocina se abrió, y Mario entró sin avisar, llevándose entre los brazos a Liliana, y tirándola al suelo. Azahena se sorprendió y soltó un disparo hacía el suelo, que rebotó en la estufa, haciendo que se empezara a liberar el gas. Mari estaba en el suelo, ahogando a Liliana con uno de sus brazos, y forcejeando con ella, soltó el cuchillo de nuevo al suelo. Luis pudo levantarse entre la confusión, y pateó el cuchillo en su huída. Javier también lo siguió, sabiendo que no era prudente quedarse ahí sin arma alguna. Mario se soltó un poco, dejando espacio para que Liliana se soltara más.
-¡Yo los alcanzo, váyanse!-, dijo el atleta, que se veía mareado por el golpe que aún lo afectaba. Azahena se quedó de pie, mirando, y soltó un disparo, pero no le dio a Mario, sino que le pegó a Liliana justo en el pecho. El muchacho se quedó ahí, un poco aturdido por el sonido del disparo, que alcanzó a salirse de debajo de Liliana, y echar a correr a la sala.
Azahena se acercó lentamente hacía su amiga, y aunque olía cada vez más a gas, decidió no salirse hasta acabar con lo que tenía que hacer. Liliana la veía, con ojos de resentimiento, mientras del pecho salía la sangre.
-Azahena… No me dejes aquí. Estábamos juntas en esto…
Azahena tomó otro de los cuchillos de la alacena, y se lo clavó en el pecho a Liliana, profundamente. La chica sólo soltó un grito ahogado, mientras la sangre le salía por la boca.
-Tu lo dijiste Lili, estábamos juntas en esto, pero no, ya no, tengo que acabar con esto…
Miró entonces la puerta trasera, la que daba al jardín, y pensó en un plan, algo más descabellado…

Javier y Luis llegaron a la sala, cerca de la puerta de salida, y decidieron parar para revisar la herida de bala. Luis se quejó un poco, pero ya casi no sentía nada. Mario los alcanzó poco después, jadeando también, pero se sentó en el sillón a descansar. La cabeza le sangraba un poco por el golpe, pero estaría bien.
-¿Ahora qué sigue señores?-, dijo el atleta.
-Tenemos que buscar a los hijos de Azahena, y ver si viene la ayuda. Es todo lo que se me ocurre…
Entonces, una explosión cimbró la casa e hizo que los tres se arrojaran al suelo antes de que los restos los golpearan. Los pedazos de pared y madera volaron por todos lados, golpeándolos al caer. Los cristales también se rompieron, y cayeron al suelo cómo cenizas. No era difícil adivinar que la cocina había explotado.
-Azahena…-, dijo Javier, tratando de levantarse del suelo sin toser, pero era imposible. El polvo de los escombros era demasiado.
-Tenemos que irnos-, dijo Luis también tosiendo, con los ojos llorosos. Mario estaba a unos metros de ellos, gateó un poco y se acercó para salir por la puerta. Cuando Javier la abrió, las luces del patio se encendieron un poco más, sólo para revelar que Azahena estaba de pie frente a ellos. Aún llovía un poco.
-¡Esto no tenía que acabar aquí, Javier! El plan ahora es una completa estupidez, no lo niegues. Ahora necesito acabar contigo, tienes que morir para que la gente vea de lo que se están perdiendo. Todos ellos no han sabido apreciar a un héroe como tu, amigo, y yo los haré entender. Sólo tengo una bala, sólo una, y habremos terminado…
Luis se quedó a un lado de su amigo, y Mario detrás de ambos, viendo a Azahena. Javier estaba listo para lo que fuera, aún cuando vio que su amiga jalaba el gatillo…
Pero el disparo nunca llegó. Azahena soltó la pistola, y se dio cuenta de que alguien le apuntaba con otra en la cabeza. Miró de reojo a su derecha, y se dio cuenta que había una mujer de cabello largo, muy elegante, que sostenía un paraguas con la mano que no tenía la pistola.
-Azahena Gomezcaña, está detenida por los asesinatos en esta casa, y por otros crímenes que haya podido cometer. Agente, por favor, espósela.
Otro de los policías vino y le puso las muñecas aseguradas. Azahena no dijo nada, sólo se puso seria, y se la llevaron, sacándola de la casa hacía la calle.

Carlos y Pablo entraron después, algo consternados. Escucharon la versión de las cosas que pasaron, de palabras de Javier, y luego se dispusieron a decir su verdad:
-Cuando entró el señor Aristóteles a la cocina, salí por atrás, y me escondí, pero me di cuenta que mi mamá y Pablo salían de la casa. Los alcancé y fue cuando nos dijo que llamáramos a la policía, que ellos entenderían. Ella se fue corriendo hacía el jardín, y no la vimos hasta ahora-, dijo Carlos.
-No llamamos a la policía, mejor salimos en el auto, y los fuimos a buscar. Nos contactó la señorita, la del paraguas, cuando le dijimos tu nombre, ¿la conoces?-, dijo Pablo, preguntándole directamente a Javier. Los paramédicos se habían llevado a Luis para que lo atendieran, y a Mario en una camilla. Javier volvió a ver a la mujer misteriosa, y frunció el seño.
-Voy a hablar con ella, quédense aquí pero no estorben el paso…
Los muchachos asintieron, mientras las personas del forense pasaban para llevarse los cuerpos que pudieran encontrar.
Javier caminó por encima del pasto mojado, y se dirigió a la mujer del paraguas. Era un poco baja de estatura, aunque los tacones la compensaban un poco. Su rostro era bello, pero severo, con ojos penetrantes. Miró a Javier, todo empapado, sucio, con la ropa desgarrada, y sangre en la cara, con algunos cortes. No le pareció demasiado diferente.
-¿Quién es usted?-, dijo Javier, tratando de sonar con un poco de respeto ante la persona que lo había salvado. La muchacha le ofreció la mano con la que había apuntado.
-Flor Chávez, soy agente de un cuerpo de policías muy especial. Disculpe por no darle más referencias, ya que no es mi deber, y no lo tengo permitido. Cuando nos mencionaron su nombre los muchachos, acudimos aquí, a averiguar que había pasado.
-¿Y Luis y Mario?
-Estarán bien, señor Carrillo. Usted y ellos nos han aportado todo lo que queríamos saber, y es suficiente para poner a disposición del juez a la señora Gomezcaña. Pensamos que este caso sería algo difícil, puesto lo que nos contó, pero hemos abierto una investigación más profunda. Todos los motivos nos interesan, y esperamos contar con su ayuda.
Javier asintió, y de repente se le ocurrió algo muy importante que decirle.
-Necesito hablar con usted al respecto-, dijo él, mientras ella ponía cara de duda bajo ese impecable cabello y el paraguas.
-Dígame.

***

Javier Carrillo se encontraba en la ventana de la oficina, y desde ahí podía verse el desfile del día de la independencia. Hasta hace unas horas estaba lidiando con un caso difícil, pero ya nada más le preocupaba. Luis salió del baño como pudo, con el brazo aún en cabestrillo, y su cara de cansancio. Miró a su amigo en la ventana, con las manos en los bolsillos, mientras afuera la gente aplaudía, y los militares pasaban, gallardos.
-Lamento que hayas tenido ese trago amargo anoche, jefecito. Azahena era una buena persona, pero uno nunca sabe hasta donde puede llegar una persona. ¿Estás bien?
Javier se dio la vuelta, y sonrió.
-Más o menos. Hablé con la señorita Chávez anoche. Le pedí que le redujeran la condena a Azahena, o que pudieran salvarla de un destino más horrible. Ella no quería hacer eso, al menos no de esa manera, pero no había otra forma más fácil.
-¡Pero quiso matarte!
-Lo sé, pero era para mostrarle a la gente que yo tenía algo más en la vida que no fueran los casos, que era más humano que cualquier otro. Carlos y Pablo podrán encontrar algo de consuelo, y los otros niños también. Al menos para la señorita Chávez soy alguien interesante, y no sé por qué.
Luis se quedó pensativo.
-¿Pero qué le pediste?-, preguntó el muchacho.
-Eso, chaparro, es un secreto…

No sé aún qué fue lo que Javier le pidió a la señorita Chávez. Tal vez fue algo que jamás entenderé, pero él tendrá sus razones. El caso de anoche fue algo complicado de verdad, con todos los detalles que les pongo en el archivo anexo, para que lo revisen si es pertinente hacerlo.
Javier no debe enterarse de nada más. No debe saber quién es Flor Chávez, a qué se dedica la organización, o que es lo que estoy haciendo para ustedes. Tal vez por boca de La Jefa me entere pronto de lo que él le pidió, qué es lo que tiene planeado para Azahena. Pero el plan que teníamos desde un principio sigue adelante, me temo. Si Javier se enterase, no lo soportaría, estoy seguro.
Por lo que a mi trabajo respecta, tendré que entregarles una reseña nueva, algo que pasó y de lo que me enorgullezco. Fue esa primera vez en donde Javier y yo formamos un equipo de verdad, y dónde aprendimos a hacer lo que nos gusta.
Sin falta, dentro de una semana, tendrán el informe del caso del museo, próximo a cumplir un año. Mis saludos, atenciones y mejores deseos para ustedes,

Luis Zaldivar.

FIN




(PARA SENTIRSE COMO EN UNA PELÍCULA, CON CRÉDITOS Y TODO, PUEDEN USAR ESTAS DOS CANCIONES AL ACABAR DE LEER: Boys Will Be Boys - Paulina Rubio: http://www.youtube.com/watch?v=XXywgkY2O5U Qué Sople el Viento - Lo Blondo: http://www.youtube.com/watch?v=yoN-a63hhsk)

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