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miércoles, 23 de enero de 2013

El Último Sacrificio: Libertad Interrumpida.


Bryan esperaba fuera de la celda, de espaldas a un lado de la puerta semiabierta. Miraba esporádicamente su reloj, tratando de verificar que el tiempo fuera justo. Pronto serían las 9 p.m. y habría que dar aviso al comandante Molina acerca de la operación.
El Reclusorio Mixto de la Ciudad de México era un enorme edificio de concreto y vallas reforzadas, de al menos unos 30 km² de área, dividido en dos partes, una para varones y otra para mujeres. En el reclusorio para mujeres, todo se escuchaba más tranquilo, incluso desde la celda dónde estaba Azahena.
Sabía que había cometido un error, un grave crimen que ahora debía pagar con varios años ahí dentro, además de que su familia la visitaba en raras ocasiones. Podría decirse que Azahena disfrutaba poco de estar encerrada ahí, pero sólo un recuerdo la alejaba de aquel lugar sombrío y difícil de asimilar.
-Aún no puedo entender cómo lo hizo, señora Gomezcaña. Teniendo toda una vida acomodada, una familia ejemplar, una vida muy respetable, cómo una mujer cómo usted pudo haber hecho eso. Tal vez nunca lo sepa, creo…-, dijo Isabel, la agente especial que había sido enviada para una visita especial. El comandante Molina había movido demasiado sus influencias para que Azahena saliera en libertad lo antes posible, aunque ni siquiera hubiesen pasado dos meses de su encierro.
Azahena la miró, con ojos de impotencia, tratando de entender si aquello era verdad o un juego para mantenerla con sus esperanzas sobre el suelo.
-La vida no había sido justa comigo, Isabel. Por eso aquí cambié mi apariencia, mi forma de ser. Cometí un crimen del que no estoy orgullosa, obviamente, pero más que eso, traicioné la confianza de la única persona que me ha querido más que ninguna otra, ajena a mi familia.
Javier había sido consuelo para ella, y la visitaba más veces que nadie más en esos casi dos meses. Había desaparecido incluso el rencor de haberlo querido matar cómo una víctima icónica, una muerte que haría que la gente entendiera más allá de todo lo que ya sabían. Convertir a Javier en leyenda, cómo él me dijo…
-La declaración que acaba de hacerme, señora Gomezcaña, es impresionante. No sólo mató a esa gente por venganza personal, en realidad era necesario hacerlo. Y al final intentó deshacerse de Javier Carrillo cómo si fuera el héroe que necesitaba caer para que el pueblo volviera a creer. ¿Quién le hizo pensar eso? No suenan a pensamientos propios de un ama de casa.
Azahena se acomodó de nuevo el cabello, teñido de rojo, y su mirada se volvió aún más ausente, preocupada.
-Busqué ayuda de alguien profesional mucho antes de empezar a planear todos los homicidios. Un hombre nos convenció a mí y a las otras dos asesinas de cometer algo que jamás se hubiera visto, algo que parecía más bien un ritual y no un homicidio. Por es Javier no pudo resolver pronto el caso, por que jamás se había topado con un asesino tan rápido, que al final resultaron siendo tres.
-¿Un ritual para matar gente?
-Sí, un sacrificio que uniera a tres mujeres con el mismo rencor a causar la muerte a los inocentes. Un ritual en dónde sólo una de ellas viviría para contarlo, y para convertirse en la libertadora de un pueblo oprimido. No sé de donde sacó ese hombre la idea, pero aparte de terminar con el terror que nos unía, debíamos sacrificar a un inocente más especial, un hombre que de verdad jamás cometiera algún delito, y que la gente quisiera para ser un ícono de su vida…
-Por eso escogió a Javier Carrillo. Usted frustró el plan de aquel hombre que la ayudó, por que no consumió el asesinato, no terminó el ritual. En sus manos sigue la misión de saber si en realidad ese ritual funcionaría o no. ¿Cómo se llamaba ese hombre?
Isabel esperó un momento después de formular su pregunta, mirando a Azahena a los ojos. Su hermoso cabello castaño, recogido detrás de la nuca, y esos ojos penetrantes, la hacían ver un poco mayor de la verdadera edad que tenía. La otra mujer, en cambio, no se inmutó demasiado, y después de un silencio incómodo, abrió la boca:
-Viktor Kunnel…
Isabel se incorporó un poco de la silla donde estaba sentada, y su piel palideció incluso a través de las sombras de la cárcel a esa hora de la noche. Algunas de las reclusas gritaban a través de sus celdas, platicando con sus amigas, y gritando “¿Me da mi calaverita?” a manera de burla, aunque a las guardias también eso las divertía.
-¿Y por qué se guardó ese secreto tanto tiempo? Conocemos a Viktor Kunnel mejor que usted, señora Azahena, y tal vez haber guardado esa confesión la hubiera llevado pronto a la muerte. Necesitaba confirmar algo así para estar 100% segura, Azahena, y más que nunca agilizar su libertad, de inmediato diría yo.
Isabel se levantó de la silla, y Azahena la imitó, quedándose a lado de su solitaria cama, observando a través del pasillo.
-Bryan, necesito que avises al comandante Molina que vamos de salida con la señora Gomezcaña. Tenemos algo que le va a interesar. Creo que ella estuvo involucrada con Viktor Kunnel.
Bryan miró a su compañera estupefacto. Miró hacía donde estaba Azahena, y luego a Isabel.
-Es imposible. ¿Cómo pudo dar con ella, en todo caso?
-Ella lo buscó, y él vio la oportunidad de aplicar algún tipo de ritual o sacrificio, no lo sé, una nueva forma de experimentar con su ciencia falsa. Tenemos que sacarla cuanto antes, solamente que firme unos papeles y nos vamos directo con Molina.
Isabel volvió a entrar a la celda, sacando de un maletín un fajo de papeles con indicadores de firma. Azahena los miró, y no le costó saber para qué servían. Había burocracia hasta para tener un poco de libertad.
-El hombre que contacté, Viktor, siempre decía una misma frase, que me gustaba, pero también daba miedo: “El pasado regresa para reclamar un poco del futuro que nos espera, de una forma brutal, pero necesaria”. No sé qué tiene de especial ese hombre para ustedes, pero eso suena muy peligroso, si lo analiza bien…
Isabel le dio los papeles para que Azahena los firmara, y asintió.
-Es una persona problemática. Yo no sé mucho de él, pero por lo que he estudiado, es un hombre que haría cualquier cosa por obtener lo que desea. La hizo cometer ciertas cosas que pensaba él que funcionarían, pero no pasó nada. Le garantizo que usted quedará exonerada de muchas cosas cuando salgamos…
Azahena no dejó de firmar mientras escuchaba estas palabras. Salir libre, estar libre de culpas que no le correspondían, excepto de aquellas que no se podrían borrar tan fácilmente. Tenía esperanzas de salir, de buscar una excepción a todo ese encierro que la mantenía melancólica y lejos de la gente que amaba.
-¿Y si no cumplen?-, dijo Azahena, dándole de nuevo los papeles a Isabel.
-No se preocupe. No hay que desconfiar de…
Una vibración se dejó sentir en el suelo, cimbrando las paredes y haciendo que algunas motas de polvo cayeran hacía el suelo. Las lámparas del pasillo parpadearon, pero ninguna de las reclusas sintió nada, ya que seguían en su fiesta nocturna. Bryan se dio la vuelta, con rostro preocupado, tratando de volver a sentir lo que creyó había sido parte de su imaginación.
-¿Qué fue eso?-, dijeron al unísono Isabel y Azahena.
-No lo sé. Pero no fue aquí, tengo que ir a revisar. Tendrás que agilizar todo Isabel. Regreso en un momento.
Otro estruendo, esta vez más cercano y más fuerte, hizo que ahora todas se callaran y pusieran atención. Isabel depositó los papeles en el portafolio de nuevo, mientras Azahena se ponía de pie para captar mejor de dónde había venido ese sonido.
-Viene del reclusorio para hombres, Isabel. ¿Cree que algo haya pasado?
-Tal vez, una explosión o algo así. Vamos, señora Gomezcaña, tengo que sacarla de aquí. La acompañaré hasta la aduana, arreglaré los papeles de salida y veremos qué sucedió. No se separe de mí…
Al momento en que ambas mujeres salieron de la celda ya vacía, una tercera explosión sacudió el lugar, esta vez dejando un boquete en dónde antes había una cama y una celda solitaria. Isabel alcanzó a jalar de la mano a Azahena, y cayeron juntas más allá del pasillo, frente a una celda dónde dos reclusas empezaron a gritar y a pedir ayuda, entre sollozos y las toses gracias a los escombros.
Bryan llegó corriendo del otro lado del pasillo, pero no pudo pasar, ya que un enorme agujero se había abierto, cómo un pozo hacía el piso de abajo. Miró por encima del humo, buscando entre el caos a Isabel y Azahena, quienes se perdieron entre la masa humana de presas liberadas, las cuales salieron corriendo a las salidas de emergencia cuando las puertas se abrieron automáticamente.
-¡Isabel! ¿Dónde estás?-, gritó Bryan, a quien la voz se le estaba cerrando gracias al polvo de los escombros.
La chica se levantó, sacudiéndose un poco el polvo, y haciendo señas con los brazos de que todo estaba bien. Azahena se asomó a gatas por el agujero de la explosión, y debajo, entre escombros, polvo y unos cadáveres en el suelo, caminaban dos figuras, que parecían demasiado lejanas. Una de aquellas siluetas, la más pequeña de las dos, lanzó algo con su mano hacía arriba. Resultó ser un gancho de metal que se aferró al borde del agujero, y del cual iba colgando una cuerda negra.
-¿Pero qué…?-, señaló Isabel el gancho estupefacta. La cuerda se tensaba conforme uno de los misteriosos personajes de allá abajo iba subiendo.
Azahena se levantó, retrocediendo un poco para dejarle paso.
-Vienen por mí…
Azahena pensó en Javier cuando vio la silueta de aquel enorme hombre, pero éste era moreno, vestía con el mismo pants deportivo color azul marino que los reos del reclusorio de hombres, y se veía mucho más imponente y malvado. Y detrás de él, con pasos más ágiles y movimientos rápidos, había un muchacho, de apariencia andrógina, con el cabello cortado en un estilizado mohicano, mirando hacía todos lados, cómo impresionado.
Isabel reaccionó a tiempo, se interpuso entre los recién llegados y Azahena, que estaba muerta de miedo, pálida cómo la cera de una vela, y temblaba. El hombre más grande se mantuvo apartado, y el otro, vestido de un negro completamente formal sonrió al acercarse unos cuantos pasos hacía las mujeres. Isabel sacó del cinturón bajo su chaqueta una pistola, que le quedaba algo grande para sus delicadas manos.
-Aléjense de ella. ¿Quiénes son?
El hombre más delgado sonrió, sin siquiera moverse, esperando que Isabel no reaccionara mal.
-¡Que tal! Queremos salir de aquí, pero es difícil en verdad. Por cierto, también venimos por lo que nos pertenece, ¿verdad Azahena?



lunes, 21 de enero de 2013

El Último Sacrificio: Verdades a Medias.


Javier no podía dar crédito a las palabras del misterioso visitante. ¿Qué le había ocurrido a Flor Chávez?
-Hace diez años nos vimos, y usted me dijo que era el comandante Méndez. ¿Cómo sabe qué conocemos a la señorita Chávez?-, preguntó Javier, con tono escéptico pero contundente. Luis no decía nada, pero en su cabeza pasaban las peores ideas.
Efectivamente, el comandante Méndez fue el mismo hombre que pidió a Javier revisara el cadáver del extraño hombre asesinado.
-Lamento haberle mentido, señor Carrillo, pero era necesario esconderle mi verdadero nombre. Comandante Hiram Molina de IECM, Investigaciones Especiales de la Ciudad de México. Estudiamos e investigamos los casos más difíciles y contradictorios de la ciudad, cosa que ha hecho usted muy bien.
Hiram se sentó y Salvador hizo lo mismo, tratando de comprender un poco la situación en la que estaba metido. Ni Javier ni Luis se sentaron, pero este último prefirió comenzar a caminar, cómo cuando estaba nervioso.
-¿Qué pasó con Flor Chávez?-, comentó Luis, tratando de averiguar un poco más. A Hiram no le sorprendió su nerviosismo, pero decidió no comentar nada al respecto.
-Perdimos comunicación con ella hace casi dos horas. La última vez que hablé con ella fue ayer por la noche, al leer el informe del caso en el museo. Soy ajeno a ese evento, ya que soy jefe de IECM desde hace unos 3 años. Ella me pidió permiso para investigar algunas pistas, las cuales le llegaron a través de un informante anónimo, al cual ya estamos rastreando. Flor Chávez desapareció en la llamada Isla de las Muñecas, ya que uno de los vendedores de flores de alrededor le hizo el favor de llevarla hasta ahí. Al parecer vieron salir una lancha cerca del canal de la isla, pero le perdieron el rastro. No sabemos donde está…
Las palabras de Hiram dieron en el blanco perfecto. Javier se sentía agradecido con Flor Chávez, por un favor que aún no se cumplía, pero que seguía como una promesa.
-No podríamos rescatarla, no tenemos pruebas, y además me ha mandado usted a examinar cadáveres, si es que no me equivoco. El hecho de que mande una orden anónima para hacerlo no significa que yo no sepa de quien se trataba. ¿Qué es lo que quiere de nosotros?
Hiram no se movió ni un poco, ni siquiera a pesar de que Salvador había empezado a juguetear con sus dedos, aunque ponía atención a todo lo que decían.
-De la señorita Chávez no hay problema. Estamos buscando por todas partes, y creemos que no saldrá muy fácil de la ciudad. Cómo sea, lo de los cadáveres es el primer paso para dar con alguien a quién hemos perseguido. Señor Zaldívar, es su turno…
Javier miró a su amigo con ceño fruncido, y junto a lo imponente que se veía, levantado con toda su enorme estatura, Luis se hizo un tanto pequeño y dejó de caminar. Le sudaban las manos, pero nadie más se dio cuenta.
-Traté de decírtelo muchas veces, pero no tuve la fuerza, y tampoco me dejaban. He colaborado para IECM durante mi estancia contigo en esta oficina. He transferido parte de nuestras investigaciones para el señor Molina, a través de Flor. Lo hice por que ellos me lo pidieron, y querían seguirte los pasos, ya que desde lo del museo habían hecho conexión contigo, acerca de algo más grave. En diez años, y en muchas investigaciones, nada había sido relacionado con lo que te queremos contar. Sé que ya no confiarás en mí, jefecito, pero te lo pido, escucha todo con atención.
-No sé qué pensar de ti, Luis-, dijo Javier, en un tono lúgubre y enfadado. Luis entendía, pero no haría nada para cambiar el pensamiento de su amigo. Javier había confiado en él, y Luis nunca le había dicho nada.
-Tranquilo, señor Carrillo. Queremos que trabaje usted, el señor Zaldívar, el señor Ángeles y otras cuatro personas más en un equipo especial. Quisiéramos que busquen a un hombre, a quién conozco muy bien…
Luis se acercó al escritorio, y revolvió entre los papeles. Había una foto impresa, de una cámara escondida, mostrando a un hombre entrando a un bar en el extranjero, ya que las letras de los anuncios y demás letreros eran en alemán. Javier no lo conocía. Cuerpo fornido, poca estatura, barba y lentes oscuros, con el cabello rapado.
-Se llama Viktor Kunnel, pero lo conocen cómo “El Sicario”, entre muchos nombres. El señor Molina y algunos miembros lo han seguido por algunos años, en pesquisas internacionales, que han reunido a las mejores mentes del mundo, pero no han podido con él. Evade muy fácil a las autoridades, y se cree, o es un rumor, que pueda ser partidario o el líder de alguna célula neonazi con mucho poder. El problema es que puede estar radicando en México desde hace 10 años…
Javier no podía creer lo que estaba escuchando de la boca de Luis. Había alguien más dentro de todos los cuerpos, desde aquel asalto en el museo, solamente era Viktor Kunnel, un mafioso demasiado inteligente, y al parecer muy peligroso.
Javier tomó la fotografía, y la dobló por la mitad, o al menos lo intentó. Volvió a ver a Luis, a quien le estaba teniendo mucho enfado por no haberle contado nada. Javier se sentía traicionado, completamente indispuesto para poder hacer algo.
-Puede hacer lo que quiera, señor Molina, pero el hecho de que Luis no me haya contado nada significa un golpe más bajo de lo que puede creer. Pero ya tendré algunas palabras que decirle cuando usted se retire a este dizque “amigo”…
-No es el momento para peleas, Javier. No hay nadie más quién pueda ayudarnos, excepto tu. Y si aún sigues molesto, puedes trabajar junto al equipo, yo no soy necesario, no tienes que ponerte así…
-Para nada, señor Zaldívar, todos participan, o no habrá equipo, y sabe usted bien que sin ustedes no podemos hacer nada al respecto. Señor Carrillo, le pido de la manera más atenta que me escuche antes de ponerse peor. El muchacho hizo lo que pudo, pero ni siquiera él sabe muchas cosas, le pedí que leyera un libro, pero aún así no ha llegado a la respuesta. ¿Por qué consideramos a Viktor Kunnel de alta peligrosidad?
Luis volvió a sus pasos desesperantes por la estancia, tratando de dar vueltas al asunto. Javier no lo miraba, pero ponía atención a lo que Hiram Molina tomaba del escritorio. Era el libro que Luis estaba leyendo, acerca de…
-¿Ciencia marginal? ¿Pseudociencia? No lo entiendo, señor Molina.
El aludido empezó a hojear el libro, cómo si estuviera leyéndolo a una velocidad impresionante.
-Combustión humana, realidades alternas, poderes mentales, telepatía, criptozoología. Es fascinante este libro, señor Carrillo. Viktor Kunnel lo ha leído todo, por supuesto, y no se ha limitado a este, sino a muchos otros, y de la misma temática. Es de los pocos seres humanos que cree aún en que estas ciencias están basadas en hechos tangibles y estudiados. Y no sólo eso. Kunnel debe su aterradora fama a que ha practicado estudios en seres humanos para “mejorarlas”.
Salvador casi se cae de su silla. Cómo médico, sabía que la importancia de respetar la vida humana y la integridad del paciente eran de relevancia en la carrera. Pero estas declaraciones lo dejaban atónito.
-Eso es aberrante. ¿Por qué quisiera investigarlos así? No lo entiendo, no podría demostrar nada…-, dijo Salvador, mientras Javier asentía con la cabeza. También había palidecido, pero temía decir algo para no distraer sus cavilaciones.
-Lo sé, señor Ángeles, por eso se le considera peligroso. Muchos de sus experimentos no han resultado, y lo peor de todo es que ha muerto gente, cientos o miles de personas, tratando de buscar las respuestas que quiere. Hay quienes aseguran que quiere cambiar de una manera al mundo, pero que sea definitiva, algo que muestre que estábamos equivocados, y nos haga abrir de nuevo los ojos. Quiere demostrar algo que podía ser imposible antes, y para ello está buscando algo…
Luis se detuvo, pero no dijo nada, solamente se le secó la garganta y se quedó estupefacto. Javier lo comprendió justo antes:
-¿Está detrás del Cuchillo de los Sacrificios?
-No, señor Carrillo, la pieza que ayudaron a salvar fue protegida y escondida permanentemente, aunque no le voy a negar que también fue una primera opción para Kunnel. Por eso la aparición de los cuerpos, por eso su repentina llegada a México. Kunnel se esconde bien para buscar más información de algo que quiere experimentar, y creo que la señorita Chávez está en un gran peligro…
-Y no hay nada que hacer si tú no estás en el equipo, Javier. Necesitamos tu mente, que es igual de rápida y buena que la de Viktor, y lo atraparemos más fácil…
-¡Tu no me hables, pendejo! ¿Pensaste que no diría nada si me enteraba? Le ventilaste todo nuestro trabajo a este desconocido, quién además nos ha estado vigilando, esperando a que hagamos algo. ¿No pensaste en nada? ¡Carajo!
Esta vez, a Luis se le puso roja la cara, cómo nunca antes, era un coraje de aquellos dónde te duele la panza y no puedes hacer nada hasta que explotes.
-¡Tu no entiendes! Jamás escuchas, siempre te molesta que vaya al contrario. Lo hice para encontrar a ese cabrón y encerrarlo, ya ha hecho suficiente en otros lugares y aquí no se va a detener hasta lograr lo que desea. ¿Por qué no te callas un momento y nos dejas explicarte mejor?
-¡Por que solamente haces tonterías! Y no por qué esté aquí Salvador puedes estar tranquilo que todo esto va a terminar bien. Antes te parto la pinche cara y te olvidas de todo el trabajo, y empiezan a hacerlo ustedes solitos…
Una tos lejana se dejó escuchar del otro lado. Javier ya tenía los puños muy apretados, y Luis no dejaba de desafiarlo con la mirada, Salvador también ya estaba de pie, para tratar de separarlos por si había alguna pelea, pero sólo alcanzó a voltear cuando Hiram se levantó, llamando la atención de los presentes.
-Si ya dejaron de pelear, señores, quisiera decirles algo. Me acaban de mandar un mensaje importante. Al parecer, dos miembros de su equipo especial vienen ya para acá, pero yo tengo que retirarme, aún hay cosas que hacer y no puedo permitirme perder el tiempo con sus rencores.
Luis y Javier se miraron, y luego a Hiram, esperando más respuestas, pero el rostro del comandante les decía que no había nada más que pudieran decirse.


viernes, 18 de enero de 2013

El Último Sacrificio: Pesadillas y Cadáveres.


Luis se miró las manos, horrorizado, y creyó saber por qué, o al menos lo presentía. En ese momento, cuando se despertó de repente en la silla de su oficina, eran las 6:38 p.m. del día 1 de Noviembre, y apenas se había dado cuenta que cumplía 10 años de trabajar con el mejor detective de México.
Miró en el escritorio el montón de papeles que estaba revisando, y que se habían esfumado de su mente cuando tomó aquella siesta. Y pensar que hacía más o menos dos meses, había estado resolviendo misteriosos homicidios en una fiesta del día de la Independencia. Se estaba volviendo monótono.
Pero Luis sabía que las cosas no iban tan bien. Alguien desde las sombras de una organización gubernamental lo había solicitado para contarles acerca de su trabajo con Javier Carrillo, y de las pesquisas de un grupo criminal de muy alta peligrosidad.
El teléfono sonó de inmediato, y Luis se apresuró a contestar, aunque en su carrera por el auricular, tiró unos cuantos papeles al suelo, y el libro que descansaba en su regazo.
-¿Agencia Carrillo Casos Especiales?
La voz detrás del aparato era demasiado conocida para el muchacho, aunque la había escuchado sólo una vez. Luis se quedó boquiabierto, y un dolor punzante en el brazo dónde había recibido una bala le empezó a recorrer los huesos.
-Está bien, sí… Con gusto señor, sí. Yo me comunico con él de inmediato. ¿Podría dictármelo de nuevo, por favor?
Luis comenzó a escribir un solo nombre en una hoja de papel: Salvador Ángeles. No recordaba al momento ningún sujeto con ese nombre, hasta que la persona al teléfono le dio indicaciones de qué hacer con eso.
-Está bien, yo lo hago, perfecto… Ocho en punto, no se preocupe…
Y colgó, por que la voz del otro lado desapareció.
Miró al suelo para recoger el libro, que se había quedado abierto en la página donde iba. Era un ejemplar de un libro muy complicado: Ciencia Marginal. El avance en el estudio de las seudo ciencias.
Otra vez, a Luis le volvieron a cruzar recuerdos, de un futuro tan oscuro que ni él mismo podría imaginarse.

Ya habían pasado al menos cinco días, y Javier Carrillo seguía notificado en el SEMEFO, para hacer autopsias que no parecían nada de lo normal. Un escrito gubernamental le indicaba que debía de investigar una serie de homicidios, y que en los días subsiguientes podrían aumentar. Y fuera amenaza o no, así pasó.
¿Qué tenían los cadáveres de similar entre sí? Violencia extrema, graves traumatismos, rostros de terror, cómo si hubieran sido mutilados cuando aún vivían, y un tatuaje en diferentes partes del cuerpo, dependiendo de cada cadáver. A veces en la espalda, en el antebrazo, en una pantorrilla o en el cuello, grandes o pequeños, los tatuajes eran todos iguales: Dos líneas horizontales y sobre ellas descansaban tres puntos.
Doce cuerpos en cinco días, y Javier no daba crédito a ninguno de ellos.
 -Sigo sin entenderlo, doctor Carrillo. Todos ellos con el mismo perfil, algunas mutilaciones parecidas, y el tatuaje. ¿Es un asesino o una pelea de bandas?
Ese mismo día, junto a Javier, se encontraba un joven médico, venido desde Houston después de un diplomado de medicina forense, y el cual apoyaba a Javier en todo el proceso de investigación. El detective negó con la cabeza, intentando solucionar ese misterio, que ya le había hecho mella con un dolor en la sien.
-Hace 10 años investigué algo similar, pero se me ordenó guardar silencio, cuando estaba a punto de preguntar lo mismo que tu, amigo. Con el cadáver de aquel entonces, esto ya es demasiada coincidencia. Tenía los mismos signos que estos, y luego me enteré de qué era lo que había pasado, bueno, al menos en parte…
-¿El incidente del museo?-, contestó el ayudante.
-Sí, ese mismo. Supe que era el miembro de un grupo de personas que querían cambiar las cosas, pero al menos que fuera con violencia, no me imagino cómo. El primer cuerpo era de un desertor, pero estos no sé. No le veo ningún sentido…
Volvió a examinar el cuerpo de la plancha, un hombre maduro, de cuerpo esbelto, desfigurado con muchas heridas y fracturas. Su ayudante se acercó, también tratando de mirar algo que no pudieran haber visto antes.
-¿Qué es eso?
El joven médico señaló hacía el cuero cabelludo, que estaba completamente tupido por el cabello alborotado. Javier, se acomodó los guantes de látex y revisó poco a poco con las yemas de sus enormes dedos.
Había una especie de cortadura, algo que no habían visto en el cadáver. Tenía cortes de forma diagonal, pero todos rectos.
-Dame la rasuradota, por favor.
El joven asistente le dio el aparato a Javier, quien se puso a quitar el cabello de raíz, cuidando no hacer daño con las cuchillas a la piel. Cuando retiró el exceso de pelo, observó con cuidado a la luz de la linterna. Era una letra, grabada con una especie de arma cortante.
-La hicieron después de que este sujeto muriera. Por eso hay sangre coagulada en los bordes, casi nada, por eso no se veía…
-Es la letra “I”, Javier. Yo no vi más letras en su cuerpo, es lo más raro que le hemos encontrado, además del tatuaje…
La explicación de su compañero le dio una nueva idea a Javier, quién empezó a barajar una posibilidad que no estaba contemplada.
-Muy bien, colega. Si creo que lo que pienso es verdad, necesito que rasures a los demás cadáveres que han llegado con las mismas características, y si hay más letras, escríbelas y tráemelas. Si, puedes, anótalas en el orden como llegaron los cadáveres, ¿está bien?
El asistente asintió, tomó la rasuradota y corrió a los depósitos en el otro lado del edificio. Javier empezó a imaginar cosas en su cabeza, acerca de un mensaje oculto en los cadáveres. ¿Qué le querían decir aquellas despiadadas personas?
De repente, su celular vibró, y lo revisó para contestar.
-¿Qué pasa, chaparro? Tengo un poco de trabajo y…
La voz de Luis sonaba confundida, y Javier se dio cuenta que su amigo tenía algo importante que decirle.
-Tienes que venir, es urgente. Alguien me pidió verte, y estará a las 8 p.m. en punto, y te necesita a ti. Me dijo que tal vez conocías a un tal Salvador Ángeles…
Javier casi tira el teléfono. Revisó su reloj, y aunque la mano no dejaba de temblarle, se dio cuenta que faltaba una hora para encontrarse con esa persona.
-Está bien, sí lo conozco, pero necesito un poco de tiempo, creo que llegaré justo a tiempo para ver a esa persona, sea quien sea. Hay algo interesante que debes saber, pero mejor me lo llevo…
-Perfecto, pero tienes que darte prisa, por favor.
Cuando su amigo colgó, el asistente llegó con la máquina en una mano y un bloc de notas en la otra.
-Anoté todas las letras que salieron, y me quedé impresionado. Tenías razón, Javier, si haces coincidir las letras con la fecha en la que llegó el cadáver, forman una palabra, aunque… Bueno, míralo por ti mismo.
Javier leyó las palabras ya ordenadas, y se dio cuenta del mensaje, aunque al parecer, no estaba terminado, pues le faltaba una letra, la última letra.
-Tenemos que irnos, necesito que recojas tus cosas, vas a ayudarme en algo-, dijo Javier. El asistente frunció el ceño, y soltó una carcajada.
-Pero Javier, es día de Muertos, al menos déjame salir hoy con Yoselín…
-Tu novia puede esperar, Salvador. Te necesito, y es urgente.

El hombre de la llamada misteriosa ya se encontraba en la oficina 10 minutos antes de que llegara Javier. Se sentó en una silla a esperar, mientras Luis le preparaba un café muy cargado, y aunque había pan de muerto, el hombre desistió.
-¿Cree que el señor Carrillo me reconozca? Creo que sería lo más conveniente prepararlo para unas cuantas confesiones, señor Zaldívar. Nos ha ayudado mucho a mandarnos información de él, y ahora más que nunca confiamos en que podrá hacer el trabajo que muchos antes que él no han podido.
Luis temblaba con una taza de café en ambas manos, y puso cara de tristeza, preocupación y miedo.
-Lo sé, señor. No hay nadie cómo Javier para este trabajo. ¿Quién es ese tal Salvador Ángeles?
El hombre sorbió un poco de café, y siguió moviendo a la cuchara.
-Un compañero de Javier. Necesitamos toda la ayuda posible, entre más gente colaborando, mejor para la operación. Espero haya encontrado algún patrón en los cuerpos que le he mandado revisar. Lo que se avecina es algo con lo que debemos lidiar, con fuerza, inteligencia, y mucha precaución…
La puerta de la oficina se abrió, y Javier entró con cuidado por ella, después de hacer pasar a Salvador, quién se acomodó los lentes para observar mejor. Vieron a Luis, que se levantaba, dejando la taza en el escritorio, y a un hombre elegante, de aspecto rudo, pero con un aire de respeto y de miedo.
-Ya llegué, amigo. ¿Con quién tengo el gusto…?
Pero Javier se detuvo. Antes de darle la mano al hombre que ya se había puesto de pie frente a él, lo reconoció. Ya lo había visto, una sola vez en su vida, hacía diez años, en una conferencia privada a través de una cámara web.
-Usted…
El hombre asintió, tocándose ambas manos sobre su regazo, impedido para poder intentar saludar de nuevo a Javier.
-Señor Carrillo, necesitamos hablar con usted. Es hora de que sepa algunas verdades que no queríamos decirle. Y traigo una noticia: Flor Chávez desapareció.
Luis y Javier se miraron, y ambos palidecieron.


lunes, 14 de enero de 2013

El Último Sacrificio: La Isla de las Muñecas.


ACERCA DE MI FORMA DE ESCRIBIR.
Parecería que escribo cómo puedo, o que no tengo una forma de redactar muy educada que digamos. Es por que escribo cómo hablo, y por que imagino las cosas sin verlas. El intento de describir la casa de Azahena Gomezcaña en el futuro fue obviamente un ensayo, y por eso me decidí a describir, en la segunda parte, un lugar que existía, cómo el Museo de Antropología.
Pero ahí también cometí errores, sobre dónde estaban las cosas, sobre las salas y los objetos contenidos en ellas. Pero de ahí viene mi forma de escribir: La inspiración le trae al hombre lugares y situaciones inimaginables, y a mí, en este caso, me trajo un lugar que ya existía, pero desde mi propia perspectiva. Destruí algo real, y lo convertí en algo mejor, un mundo que ustedes, mis lectores queridos, se merecen.
¿Qué si un día seré un escritor de excelencia? ¿Si aprenderé a redactar cómo dicta la norma? ¿Si usaré las reglas del español y los modestos reglamentos de un escritor que merezca un Nobel? Lo dudo mucho. Yo escribo cómo soy, libre, sin represiones ni restricciones. Acepto las críticas cómo hijas no reconocidas de noches de placer en mi juventud, pero si he de ser su padre, lo haré a mi manera, y haré feliz a estas hijas mías.





SOBRE LA GENTE.
Trataré de ser breve con los agradecimientos, pero dudo poder hacerlo.
Primero, a mi familia, desde mi abuela Cruz González, mi madre Adela (la verdadera dueña de mi vida, la única que puede matarme), mi chamaco Diego, carnalito de la vida. Todos mis tíos y tías, que son padres y madres también. Mis primos Alexis, Katya, Jhosimar, Carlos, Karina, Karen, las tres Karlas (Itzel, Nayeli y Marly), Abigail, y mis sobrinos primos Alexis, Paola y Ximena, quienes me enseñan a respetar siempre el valor de la familia, y el fruto de todos los años juntos jugando y conviviendo, de ahí vinieron muchas historias.
Dentro de mi familia cabe mencionar que están también Candy (una hermosa perrita que alivia mis dolores emocionales sin decir nada), Nena (la pajarita finche que chilla y alegra el día) y el pez Blue (un betta con cara de enojado, que suele hacerme enfadar), además de unas plantas carnívoras que me enseñan que lo fiero no siempre se ve tan mal, sino bello y delicado.
Agradezco a María Luisa Saldivar González y a Luis Saldivar Velázquez, por haberme donado sin querer el nombre, por dejarme ver que no todos los que nos llamamos así en la familia tenemos que morir sin haber hecho nunca nada bueno. Mientras vivieron jamás hicieron triste la vida, y mientras los recuerde, mi existencia será un regalo de ustedes, mi tía y mi abuelo favoritos.
En un apartado más especial, quiero agradecerle, aunque nunca lo entienda, aunque nunca recuerde lo que le digo, ni siquiera importa si aprende a leer y entender lo que pongo aquí, a mi niña especial, la que me enseñó a ver la vida con otros ojos, con otra mente, con la imaginación y la pureza, pero también con un trastorno que la hace más especial cada día. Esto, lo que soy ahora, y lo que siento y veo, se lo debo a Karol, mi niña hermosa, que más que mi prima, es cómo la hija que jamás tendré, pero a quien amo con toda mi alma. Te debo un pastel, helado y un kilo de arroz para ti solita, mi princesita.
Luego vienen mis amigos, tan distintos uno de otro, tan agradables cada quien. Fabiola con su belleza interior, a Isabel, que siempre me lee aunque no sea necesario. A Flor, con toda su comprensión y tolerancia, la bella flor de Perú. A Edith, con todo y su sarcasmo y su genio, es la que me hace reír más. Azahena y su enorme carácter, una mujer tan fuerte y llena de vida. Susana Carrillo, muchacha fuerte, sensible y muy divertida, que aunque me regaña, aprendo de ella cada día. Vianney, una chica inteligente, tan bella cómo para hacer que cualquiera se enamore, y que será muy feliz. Ángeles, con su risa, su plática y su forma de ver la vida. Trilce, Glendalis, tantas más que son inspiración y consuelo de mis aturdidas emociones.
También los chicos cuentan. Daniel, el pintor, el que no se deja cuando de hacerme críticas se trata. Alejando Cienfuegos y su manera corrosiva de vivir, su locura y su buena onda. César, el inteligente, perspicaz, mi sensei en ciertas cosas, un lector desde la preparatoria. Carlos, el muchacho sensible y cariñoso con sus amigos, un buen ejemplo para muchos. Ricardo el intelectual, irreverente, cómico a morir. Salvador el médico, el hombre de música y García Márquez, consejero y buen esposo (esto para Yoselin).
Amigos de la preparatoria cómo Rosa, Liliana, Jessica, David, Daniel, Irma, Toño, Benjamín. Los nuevos amigos universitarios, alumnos cómo Hayde, Diana, Rubén, Paco, y hasta los profesores, cómo mi tocayo Luis (quien me introdujo en un pensamiento más liberal) y Alberto (con quien aprendí a amar más a Nietzsche), quienes hacen de la vida una experiencia muy valiosa. Y los chicos de Radio Izcallibur, Nancy, Daniel, Pablo, todos con sueños, cómo yo, y que no nos dejaremos rendir. A los de Izcalli, Nestor, Jessy, Fabiola, la Güera, Yonatan, Idania, Joaquín, Janet, Roque. Sin sus fiestas, sin todas esas pláticas nocturnas de antaño, me hubiera sentido miserablemente solo en este municipio tan lindo.
Y no olvido a la gente de Facebook, en “Me Gusta Leer, ¿y Qué?”, “Memexicanitos”, “Todo Cine y TV”, “Los Juegos del Hambre”, “Escritores Ateos”, “Ateísmo Brillante” con antiher0e al mando, “La Puta Realidad” y “Unión Mexicana Atea”, por concederme un espacio extra para poder explayarme. En Twitter también hay lectores frecuentes, cómo Carlos Lieber (@LieberCarlos), Olivia Elizondo (@liquid_sarcasm), Francisco Ocampo (@SACERDOTE777), Edgar Globers (@EdgarGlobers), Verónica (@Veronica_Roses), Viviana (@lagartijonel), e incluso personalidades de la televisión, cómo Raquel Garza (@raquelgarzac) o el mismísimo Bruno Bichir (@BrunoBichir), con quienes siempre puedo contar con sus RT, sus FAV o cualquier palabra de aliento, y mi admiración a todos ellos.
Pero más allá del mundo de amigos que tengo, de los que mencioné y me faltaron, de los que viven y de los que ya no están con nosotros, hay uno que ha roto esquemas en mi vida. Una sola persona a la que nunca le podré pagar todo el tiempo, el dinero y el esfuerzo. Un hombre (por que eso es, un gran hombre), que a pesar de las circunstancias, de las perdidas materiales y familiares, de lo escaso y de lo mortificante, está ahí, que siempre tiene unas palabras para levantarme y una buena patada en el trasero para activarme. Es repartidor, buen conductor de moto, lector apasionado (más que yo, aclaro), médico, cuidador de animales, terapeuta, buen conversador, hermano, primo, hijo, tío, cuñado, y sobre todo eso, un gran amigo. No por nada es el personaje principal de esta trilogía, un gran detective, valiente e inteligente.
Ese es Javier Carrillo Arreola, y me consta que es el mejor ser humano en esta y en la siguiente vida. Te quiero y te aprecio, condenado chilango de acento jalisciense, mi hermano de otra sangre.

Todo esto, lo que fue, es y será plasmado en tinta y papel, se lo agradezco a ustedes, la mayoría, y en poco porcentaje a mi sucia y vacía cabeza. Y aunque nunca lo lea, este va también para ti, Lady Gaga…
Los quiero mucho, mi gente.











“Los que más han amado al hombre le han hecho siempre el máximo daño. Han exigido de él lo imposible, como todos los amantes.”
Friedrich Nietzsche.


“Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos.”
Carlos Fuentes.

“Me opongo a la violencia, porque cuando parece causar el bien éste sólo es temporal, el mal que causa es permanente.”
Mahatma Gandhi.









La Isla de las Muñecas.

La chalupa, llena de flores de cempasúchil y algodoncillo púrpura, surcaba el agua del canal principal, haciendo que las ondas chocaran contra la orilla terrosa. El hombre de pie, con un largo remo de madera, empujaba el fondo para ir avanzando. Y en medio de las flores, con su cabello suelto y su ropa más cómoda posible, estaba sentada una mujer, que se acomodaba los lentes de vez en cuando. Leía un pequeño libro, una edición del Diccionario del Náhuatl en el español de México, de Carlos Montemayor.
Abstraída en la lectura de algunos términos locales, no se dio cuenta que la miraban. El hombre de la chalupa se quedó mirando, sin dejar tampoco de observar el canal. El aroma de las flores subía con el sol, y con la humedad de alrededor.
-Usted no es de por aquí, ¿verdad señorita?-, dijo el remero.
Flor levantó la mirada, y a pesar de las circunstancias, compuso una sonrisa pícara en su rostro.
-No, señor. Vengo de Perú, del Distrito San Juan de Lurigancho, en Lima. Mi acento ha cambiado un poco con los años, pero ni hablar, sigo pareciendo una extranjera. ¿Por qué lo dice?-, dijo la muchacha, riendo con esos ojos que se encojen con cada carcajada. El hombre también rió, pero se contuvo.
-Lo digo por eso, el acento y su forma de hablar, además no parece muy mexicana. Y también veo que le cuesta trabajo leer ese libro. El náhuatl es difícil…
-Un poco, solamente un poco. Me gusta una palabra en particular. “Xóchitl”, que significa Flor, cómo mi nombre.
-Está aprendiendo bien, muchacha. Xochimilco quiere decir “Lugar de los Sembradíos de Flores”, aunque más bien son chinampas…
El hombre le iba explicando, en cada movimiento del remo, el hermoso paisaje. Xochimilco había sido, en época de los aztecas, una pequeña parte de todo el enorme lago de México, el Ombligo de la Luna. Siempre había estado marcada por una serie de canales de agua, dónde había animales y vegetación endémica del lugar. Pero esos canales se habían delimitado gracias a las chinampas, verdaderos campos de cultivo flotantes, dónde además de flores, se plantaba maíz y amaranto, entre otros cultivos importantes.
-Si no es indiscreción, señorita, ¿a qué vino a Xochimilco sin subirse a una trajinera? Son hermosas, y hay música…
Las trajineras eran embarcaciones hasta para 20 personas, adornadas con flores y con música de mariachi a bordo, dónde la gente navegaba y comía, para distraerse. El aroma del copal de día de muertos, quemado en brasero, llegó a impregnarse en el cabello de Flor. Más allá, en una chinampa cercana, un grupo de mujeres hacía su ofrenda, con flores y veladoras. El ambiente era de fiesta, y a Flor le intrigaba.
-Quería ser más discreta. Busco algo especial, y no quisiera arruinarle la sorpresa a alguien, usted sabe, cosas de enamorados. De todas maneras, no había nadie que me quisiera llevar ahí. ¿Son ciertas las leyendas?
El hombre se limitó a mirar hacía adelante, mientras trataba de explicar las cosas más sencillamente.
-Se habla de que, en la Isla de las Muñecas, hay una especie de maldad rondando, que ese lugar fue levantado desde las aguas por el diablo, y que las muñecas tienen vida propia, haciendo fiestas de noche. También hablan de una sirena que ahoga a los hombres que se atreven a conquistarla, y por supuesto, de la Llorona
Flor conocía esta última leyenda, acerca de una mujer azteca que ahogó a sus hijos y luego encontró la muerte en manos de los pobladores de Xochimilco. Se aparece como un espíritu siniestro, que ronda las calles de Xochimilco y de México, gritando con un llanto de desesperación: “¡Ay mis hijos! ¡Dónde estarán mis hijitos!”
Ese recuerdo hizo que Flor Chávez se estremeciera.
-Da mucho que pensar, señorita, pero no se preocupe. La gente siempre dice que en día de muertos es peor, pero todavía es temprano, estará segura conmigo, se lo aseguro. Creo en Dios, en Su palabra, y en Su poder. Tal vez no haya de qué preocuparse, además, la Isla de las Muñecas tiene una casa, y casi nadie va ahí, a veces ni siquiera el dueño se aparece. Ya estamos llegando…
El hombre señaló con la cabeza el lugar, y Flor tuvo que acomodarse bien en la chalupa para mirar y no caerse.
Era una isla natural entre chinampas artificiales, con un puente de madera arqueado y una cabaña en el centro. Había un muelle para las chalupas que llegaban, y en todas partes, en las paredes de la choza, en el puente y hasta en los árboles, cientos y quizá miles de muñecas viejas, sin cabeza, sin brazos o piernas, o incluso sin cuerpo, atadas con cordones, alambres y otros artefactos, lo cual hacía ver al lugar escalofriante, a pesar de que era de día.
-Se ve un poco tenebrosa, creo-, dijo Flor, tratando de ocultar un poco el miedo que sentía.
-Y eso que apenas está claro. Cuando pasamos de noche, se ve peor. Pero al menos puede estar segura. Mientras no se haga de noche, no vendrán por usted…
Flor se quedó quieta, con el libro cerrado fuertemente apretado en las manos. La pequeña embarcación se había detenido a un lado del muelle, desde dónde se veía más imponente la casa, el árbol y las muñecas deformes.
Flor se incorporó, y el hombre la ayudó a bajar. Ella tembló un poco al apoyar ambos pies en el muelle, pero se sintió mas tranquila ahí que en la chalupa.
-Usted me dijo que venía a buscar a unas personas. Las hemos visto rondando por aquí, llevando y trayendo cosas. Nunca habíamos visto tanta gente aquí, y parece que no todos son mexicanos.
Flor reaccionó ante las palabras del hombre. Enfocó su mirada y parecía querer buscar algo en la mirada de aquel personaje.
-¿Y sabe quienes son?
La chalupa ya estaba alejándose por la orilla de la isla. El hombre alcanzó a despedirse con la mano y gritó:
-¡No lo sé! ¡Pero no me fiaría de nadie, si fuera usted…!
Flor se quedó de pie, mirando a aquel hombre y su barcaza desaparecer de nuevo al otro lado de la orilla. Una nube opacó el poco sol que brillaba sobre el lugar, y decidió caminar.
El suelo era muy firme, pero aún así se sentía extraño, cómo si las manos mutiladas de aquellas muñecas jalaran la tierra cómo si fuera una cobija.
A pesar del silencio tan aterrador, Flor alcanzó a escuchar pájaros escondidos entre las ramas del árbol, pequeños animales que se arrastraban bajo los arbustos, y algo más que rascaba la puerta de la choza.
Flor se acercó cautelosa a la casa, dónde el crujido de la madera era constante. Había dentro algo, una criatura que deseaba salir, algo que no podía, y que daba miedo. Ella se acercó, para empujar la madera, y aunque la puerta cedió un poco, nada salió de la penumbra.
Un mapache corrió, haciendo un ruido infernal con sus garras, y Flor casi se cae de espaldas por el susto, pero el animal no la vio siquiera. El grito de la chica retumbó dentro de la cabaña, pero al parecer nadie la había escuchado. Volteó repentinamente, y el mapache estaba cerca de la orilla de la isla, lavando sus manos negras.
-Tenía ganas de salir, pero no quería dejarlo. Tenía que conocerla primero, no hubiera sido tan educado después de todo…
La voz de aquel hombre salía desde la cabaña. Flor desvió de nuevo la mirada hacía la puerta, y se encontró con aquel personaje. Estatura media, hombros y pecho anchos, las manos jugueteaban con una correa, tal vez con la misma que sujetaba al mapache antes. Su mirada era penetrante, su rostro rodeado de una barba rala, y su cabeza rapada, pero no totalmente, le daban un aspecto rudo, pero más sereno del que nunca se podría imaginar.
-Yo lo conozco…-, dijo Flor, levantándose con cuidado, alejada de aquel hombre. Él le sonrió, y espero.
-Lo sé. Su jefe le ha hablado de mí, obviamente. Al menos aún no está enterado por completo de lo que hacemos. Y por supuesto no lo estará. Me llamo Vikt…
-Viktor “El Sicario” Kunnel, lo conozco, ya le había dicho.
Viktor asintió cuando su nombre fue evidenciado. Al parecer la señorita tenía mucha más información de él que él de ella, pero al final, ninguna formalidad sería necesaria.
-Quisiera preguntarle, Fräulein, ¿a qué ha venido aquí? Considerando el peligro que yo mismo soy, ¿no pensó en que podría encontrarme? ¿Qué vino a buscar?
El acento de Viktor era muy remarcado, y Flor pensó que podía ser extranjero, europeo más bien. A pesar de ello, tenía el cabello a rapa total, con barba negra y rala, y ojos café oscuro. Nada que ver con un europeo.
-Hay gente de la delegación que dicen cosas acerca de esta isla. Gente que entra y sale, pero que no han visto al dueño. ¿Qué es lo que están haciendo aquí? Traen y llevan cosas, personal, se quedan toda la noche y no hay nadie quién se atreva a decirles nada…
Viktor se acercó unos pasos más a la muchacha, que ya empezaba a temblar un poco, pero la valentía no la abandonaba. Él sonrió, muy confiado, con una mueca divertida.
-Si le dijera que estamos cambiando al mundo, ¿me creería?
Flor no dijo nada, se quedó escuchando, con rostro estupefacto.
-Le diré una cosa, señorita. Mis asuntos son secretos, cómo todos los asuntos de la gente libre. He estado tratando de hacer esto por años, y las cosas jamás se han salido de control. Hemos estado buscando todo lo necesario para proceder con cautela, encontrando aquellas cosas que nos interesan. He investigado mucho, y resulta que aparecen tres personas en mi lista de “obstáculos innecesarios”…
-¿Qué tipo de investigaciones?-, preguntó Flor. El mapache seguía buscando cosas en la orilla del canal, haciendo un ruidito extraño con la nariz al olfatear la tierra.
-Tengo mis motivos, Fräulein. En primera la encontré a usted, Flor Chávez, agente investigadora, que siempre se encuentra en el momento indicado cuando se trata de mis asuntos. Después, un muchacho, Luis Zaldivar, un tanto tonto para lo que hace, pero muy perceptivo. Y por último, a la persona que he venido buscando desde hace años: Javier Carrillo… Lo conoce, ¿verdad?
Ahora la sonrisa de Viktor era de satisfacción, de haber dado con el clavo justo. Flor se dio cuenta: Él sabía demasiado de todo.
-Lo conozco, pero no podría…
Sintió la mano derecha de Viktor sobre su cuello, y aunque ella seguía de pie, no podía moverse, ni siquiera respirar normalmente.
-Mein lieber blume… Eres una mujer muy constante, decidida, activa, y por supuesto estúpidamente valiente. Conozco todos los movimientos que tu jefe te ha mandado hacer, y dejaremos de visitar esta isla durante un buen tiempo. Ahora tengo que moverme, preparar todo, por que en un mes, las cosas no salen cómo lo esperas.
Flor alcanzó a verlo de reojo, y pudo hablar a pesar de la asfixia.
-¿Qué dice…?
-Ya me escuchó, Fräulein. Si no puedo cambiar al mundo, voy a cambiar a este país, de una forma tal cómo no se ha visto en 500 años… Por cierto, le presento a una amiga.
Viktor señaló con la mano izquierda hacía un recodo detrás de la cabaña. Arrastrando un hermoso vestido blanco, con un velo que le cubría el rostro, venía una mujer, dando pasos lentos. En sus manos, cubiertas por guantes de seda fina, llevaba una especie de jeringa. Flor se alarmó, pero aunque quiso patalear, no podía soltarse de aquella vigorosa mano.
El espectro blanco cruzó el camino de tierra, y cuando estuvo frente a la muchacha, le inyectó en el cuello la solución, que hizo que Flor se quedara inconsciente.
Viktor la depositó suavemente en el suelo, mientras el espectro blanco aguardaba las instrucciones.
-Ya puedes llevártela, Heulsuse. Manda el mensaje cómo te lo indiqué. Va a ser una jornada muy pesada…
El espectro asintió, y tomando a Flor de las piernas, la arrastró por el mismo rumbo dónde había salido. Viktor se quedó contemplando las aguas del canal, con mirada ausente.
-Waschbär, lasst uns gehen…
El mapache dejó de lavarse las manos después de haberse comido un escarabajo, y regresó a los brazos de su dueño…

Una hora después, y ya casi con el crepúsculo encima, Luis Zaldivar se despertó de una horrenda pesadilla.


 
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