ACERCA DE
MI FORMA DE ESCRIBIR.
Parecería
que escribo cómo puedo, o que no tengo una forma de redactar muy educada que
digamos. Es por que escribo cómo hablo, y por que imagino las cosas sin verlas.
El intento de describir la casa de Azahena Gomezcaña en el futuro fue
obviamente un ensayo, y por eso me decidí a describir, en la segunda parte, un
lugar que existía, cómo el Museo de Antropología.
Pero ahí
también cometí errores, sobre dónde estaban las cosas, sobre las salas y los
objetos contenidos en ellas. Pero de ahí viene mi forma de escribir: La
inspiración le trae al hombre lugares y situaciones inimaginables, y a mí, en
este caso, me trajo un lugar que ya existía, pero desde mi propia perspectiva.
Destruí algo real, y lo convertí en algo mejor, un mundo que ustedes, mis
lectores queridos, se merecen.
¿Qué si un
día seré un escritor de excelencia? ¿Si aprenderé a redactar cómo dicta la
norma? ¿Si usaré las reglas del español y los modestos reglamentos de un
escritor que merezca un Nobel? Lo dudo mucho. Yo escribo cómo soy, libre, sin
represiones ni restricciones. Acepto las críticas cómo hijas no reconocidas de
noches de placer en mi juventud, pero si he de ser su padre, lo haré a mi
manera, y haré feliz a estas hijas mías.
SOBRE LA GENTE.
Trataré de
ser breve con los agradecimientos, pero dudo poder hacerlo.
Primero, a
mi familia, desde mi abuela Cruz González, mi madre Adela (la verdadera dueña
de mi vida, la única que puede matarme), mi chamaco Diego, carnalito de la
vida. Todos mis tíos y tías, que son padres y madres también. Mis primos
Alexis, Katya, Jhosimar, Carlos, Karina, Karen, las tres Karlas (Itzel, Nayeli y
Marly), Abigail, y mis sobrinos primos Alexis, Paola y Ximena, quienes me
enseñan a respetar siempre el valor de la familia, y el fruto de todos los años
juntos jugando y conviviendo, de ahí vinieron muchas historias.
Dentro de
mi familia cabe mencionar que están también Candy (una hermosa perrita que
alivia mis dolores emocionales sin decir nada), Nena (la pajarita finche que
chilla y alegra el día) y el pez Blue (un betta con cara de enojado, que suele
hacerme enfadar), además de unas plantas carnívoras que me enseñan que lo fiero
no siempre se ve tan mal, sino bello y delicado.
Agradezco a
María Luisa Saldivar González y a Luis Saldivar Velázquez, por haberme donado
sin querer el nombre, por dejarme ver que no todos los que nos llamamos así en
la familia tenemos que morir sin haber hecho nunca nada bueno. Mientras
vivieron jamás hicieron triste la vida, y mientras los recuerde, mi existencia
será un regalo de ustedes, mi tía y mi abuelo favoritos.
En un
apartado más especial, quiero agradecerle, aunque nunca lo entienda, aunque
nunca recuerde lo que le digo, ni siquiera importa si aprende a leer y entender
lo que pongo aquí, a mi niña especial, la que me enseñó a ver la vida con otros
ojos, con otra mente, con la imaginación y la pureza, pero también con un
trastorno que la hace más especial cada día. Esto, lo que soy ahora, y lo que
siento y veo, se lo debo a Karol, mi niña hermosa, que más que mi prima, es
cómo la hija que jamás tendré, pero a quien amo con toda mi alma. Te debo un
pastel, helado y un kilo de arroz para ti solita, mi princesita.
Luego
vienen mis amigos, tan distintos uno de otro, tan agradables cada quien.
Fabiola con su belleza interior, a Isabel, que siempre me lee aunque no sea
necesario. A Flor, con toda su comprensión y tolerancia, la bella flor de Perú.
A Edith, con todo y su sarcasmo y su genio, es la que me hace reír más. Azahena
y su enorme carácter, una mujer tan fuerte y llena de vida. Susana Carrillo,
muchacha fuerte, sensible y muy divertida, que aunque me regaña, aprendo de
ella cada día. Vianney, una chica inteligente, tan bella cómo para hacer que
cualquiera se enamore, y que será muy feliz. Ángeles, con su risa, su plática y
su forma de ver la vida. Trilce, Glendalis, tantas más que son inspiración y
consuelo de mis aturdidas emociones.
También los
chicos cuentan. Daniel, el pintor, el que no se deja cuando de hacerme críticas
se trata. Alejando Cienfuegos y su manera corrosiva de vivir, su locura y su
buena onda. César, el inteligente, perspicaz, mi sensei en ciertas cosas, un lector desde la preparatoria. Carlos,
el muchacho sensible y cariñoso con sus amigos, un buen ejemplo para muchos.
Ricardo el intelectual, irreverente, cómico a morir. Salvador el médico, el
hombre de música y García Márquez, consejero y buen esposo (esto para Yoselin).
Amigos de
la preparatoria cómo Rosa, Liliana, Jessica, David, Daniel, Irma, Toño,
Benjamín. Los nuevos amigos universitarios, alumnos cómo Hayde, Diana, Rubén,
Paco, y hasta los profesores, cómo mi tocayo Luis (quien me introdujo en un
pensamiento más liberal) y Alberto (con quien aprendí a amar más a Nietzsche),
quienes hacen de la vida una experiencia muy valiosa. Y los chicos de Radio
Izcallibur, Nancy, Daniel, Pablo, todos con sueños, cómo yo, y que no nos
dejaremos rendir. A los de Izcalli, Nestor, Jessy, Fabiola, la Güera , Yonatan, Idania,
Joaquín, Janet, Roque. Sin sus fiestas, sin todas esas pláticas nocturnas de
antaño, me hubiera sentido miserablemente solo en este municipio tan lindo.
Y no olvido
a la gente de Facebook, en “Me Gusta Leer, ¿y Qué?”, “Memexicanitos”, “Todo
Cine y TV”, “Los Juegos del Hambre”, “Escritores Ateos”, “Ateísmo Brillante”
con antiher0e al mando, “La Puta Realidad ”
y “Unión Mexicana Atea”, por concederme un espacio extra para poder explayarme.
En Twitter también hay lectores frecuentes, cómo Carlos Lieber (@LieberCarlos),
Olivia Elizondo (@liquid_sarcasm), Francisco Ocampo (@SACERDOTE777), Edgar
Globers (@EdgarGlobers), Verónica (@Veronica_Roses), Viviana (@lagartijonel), e
incluso personalidades de la televisión, cómo Raquel Garza (@raquelgarzac) o el
mismísimo Bruno Bichir (@BrunoBichir), con quienes siempre puedo contar con sus
RT, sus FAV o cualquier palabra de aliento, y mi admiración a todos ellos.
Pero más
allá del mundo de amigos que tengo, de los que mencioné y me faltaron, de los
que viven y de los que ya no están con nosotros, hay uno que ha roto esquemas
en mi vida. Una sola persona a la que nunca le podré pagar todo el tiempo, el
dinero y el esfuerzo. Un hombre (por que eso es, un gran hombre), que a pesar
de las circunstancias, de las perdidas materiales y familiares, de lo escaso y
de lo mortificante, está ahí, que siempre tiene unas palabras para levantarme y
una buena patada en el trasero para activarme. Es repartidor, buen conductor de
moto, lector apasionado (más que yo, aclaro), médico, cuidador de animales,
terapeuta, buen conversador, hermano, primo, hijo, tío, cuñado, y sobre todo
eso, un gran amigo. No por nada es el personaje principal de esta trilogía, un
gran detective, valiente e inteligente.
Ese es
Javier Carrillo Arreola, y me consta que es el mejor ser humano en esta y en la
siguiente vida. Te quiero y te aprecio, condenado chilango de acento
jalisciense, mi hermano de otra sangre.
Todo esto,
lo que fue, es y será plasmado en tinta y papel, se lo agradezco a ustedes, la
mayoría, y en poco porcentaje a mi sucia y vacía cabeza. Y aunque nunca lo lea,
este va también para ti, Lady Gaga…
Los quiero
mucho, mi gente.
“Los
que más han amado al hombre le han hecho siempre el máximo daño. Han exigido de
él lo imposible, como todos los amantes.”
Friedrich Nietzsche.
“Qué
injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a
los que amamos.”
Carlos Fuentes.
“Me
opongo a la violencia, porque cuando parece causar el bien éste sólo es
temporal, el mal que causa es permanente.”
Mahatma Gandhi.
La chalupa,
llena de flores de cempasúchil y algodoncillo púrpura, surcaba el agua del
canal principal, haciendo que las ondas chocaran contra la orilla terrosa. El
hombre de pie, con un largo remo de madera, empujaba el fondo para ir
avanzando. Y en medio de las flores, con su cabello suelto y su ropa más cómoda
posible, estaba sentada una mujer, que se acomodaba los lentes de vez en
cuando. Leía un pequeño libro, una edición del Diccionario del Náhuatl en el español de México, de Carlos
Montemayor.
Abstraída
en la lectura de algunos términos locales, no se dio cuenta que la miraban. El
hombre de la chalupa se quedó mirando, sin dejar tampoco de observar el canal.
El aroma de las flores subía con el sol, y con la humedad de alrededor.
-Usted no
es de por aquí, ¿verdad señorita?-, dijo el remero.
Flor
levantó la mirada, y a pesar de las circunstancias, compuso una sonrisa pícara
en su rostro.
-No, señor.
Vengo de Perú, del Distrito San Juan de Lurigancho, en Lima. Mi acento ha
cambiado un poco con los años, pero ni hablar, sigo pareciendo una extranjera.
¿Por qué lo dice?-, dijo la muchacha, riendo con esos ojos que se encojen con
cada carcajada. El hombre también rió, pero se contuvo.
-Lo digo
por eso, el acento y su forma de hablar, además no parece muy mexicana. Y
también veo que le cuesta trabajo leer ese libro. El náhuatl es difícil…
-Un poco,
solamente un poco. Me gusta una palabra en particular. “Xóchitl”, que significa
Flor, cómo mi nombre.
-Está
aprendiendo bien, muchacha. Xochimilco quiere decir “Lugar de los Sembradíos de
Flores”, aunque más bien son chinampas…
El hombre
le iba explicando, en cada movimiento del remo, el hermoso paisaje. Xochimilco
había sido, en época de los aztecas, una pequeña parte de todo el enorme lago
de México, el Ombligo de la Luna. Siempre
había estado marcada por una serie de canales de agua, dónde había animales y
vegetación endémica del lugar. Pero esos canales se habían delimitado gracias a
las chinampas, verdaderos campos de cultivo flotantes, dónde además de flores,
se plantaba maíz y amaranto, entre otros cultivos importantes.
-Si no es
indiscreción, señorita, ¿a qué vino a Xochimilco sin subirse a una trajinera?
Son hermosas, y hay música…
Las
trajineras eran embarcaciones hasta para 20 personas, adornadas con flores y
con música de mariachi a bordo, dónde la gente navegaba y comía, para
distraerse. El aroma del copal de día de muertos, quemado en brasero, llegó a
impregnarse en el cabello de Flor. Más allá, en una chinampa cercana, un grupo
de mujeres hacía su ofrenda, con flores y veladoras. El ambiente era de fiesta,
y a Flor le intrigaba.
-Quería ser
más discreta. Busco algo especial, y no quisiera arruinarle la sorpresa a
alguien, usted sabe, cosas de enamorados. De todas maneras, no había nadie que
me quisiera llevar ahí. ¿Son ciertas las leyendas?
El hombre
se limitó a mirar hacía adelante, mientras trataba de explicar las cosas más
sencillamente.
-Se habla
de que, en la Isla
de las Muñecas, hay una especie de maldad rondando, que ese lugar fue levantado
desde las aguas por el diablo, y que las muñecas tienen vida propia, haciendo
fiestas de noche. También hablan de una sirena que ahoga a los hombres que se
atreven a conquistarla, y por supuesto, de la Llorona …
Flor
conocía esta última leyenda, acerca de una mujer azteca que ahogó a sus hijos y
luego encontró la muerte en manos de los pobladores de Xochimilco. Se aparece
como un espíritu siniestro, que ronda las calles de Xochimilco y de México,
gritando con un llanto de desesperación: “¡Ay mis hijos! ¡Dónde estarán mis
hijitos!”
Ese
recuerdo hizo que Flor Chávez se estremeciera.
-Da mucho
que pensar, señorita, pero no se preocupe. La gente siempre dice que en día de
muertos es peor, pero todavía es temprano, estará segura conmigo, se lo
aseguro. Creo en Dios, en Su palabra, y en Su poder. Tal vez no haya de qué
preocuparse, además, la Isla
de las Muñecas tiene una casa, y casi nadie va ahí, a veces ni siquiera el
dueño se aparece. Ya estamos llegando…
El hombre
señaló con la cabeza el lugar, y Flor tuvo que acomodarse bien en la chalupa
para mirar y no caerse.
Era una
isla natural entre chinampas artificiales, con un puente de madera arqueado y
una cabaña en el centro. Había un muelle para las chalupas que llegaban, y en
todas partes, en las paredes de la choza, en el puente y hasta en los árboles,
cientos y quizá miles de muñecas viejas, sin cabeza, sin brazos o piernas, o
incluso sin cuerpo, atadas con cordones, alambres y otros artefactos, lo cual
hacía ver al lugar escalofriante, a pesar de que era de día.
-Se ve un
poco tenebrosa, creo-, dijo Flor, tratando de ocultar un poco el miedo que
sentía.
-Y eso que
apenas está claro. Cuando pasamos de noche, se ve peor. Pero al menos puede
estar segura. Mientras no se haga de noche, no vendrán por usted…
Flor se
quedó quieta, con el libro cerrado fuertemente apretado en las manos. La
pequeña embarcación se había detenido a un lado del muelle, desde dónde se veía
más imponente la casa, el árbol y las muñecas deformes.
Flor se
incorporó, y el hombre la ayudó a bajar. Ella tembló un poco al apoyar ambos
pies en el muelle, pero se sintió mas tranquila ahí que en la chalupa.
-Usted me
dijo que venía a buscar a unas personas. Las hemos visto rondando por aquí,
llevando y trayendo cosas. Nunca habíamos visto tanta gente aquí, y parece que
no todos son mexicanos.
Flor
reaccionó ante las palabras del hombre. Enfocó su mirada y parecía querer
buscar algo en la mirada de aquel personaje.
-¿Y sabe
quienes son?
La chalupa
ya estaba alejándose por la orilla de la isla. El hombre alcanzó a despedirse
con la mano y gritó:
-¡No lo sé!
¡Pero no me fiaría de nadie, si fuera usted…!
Flor se
quedó de pie, mirando a aquel hombre y su barcaza desaparecer de nuevo al otro
lado de la orilla. Una nube opacó el poco sol que brillaba sobre el lugar, y
decidió caminar.
El suelo
era muy firme, pero aún así se sentía extraño, cómo si las manos mutiladas de
aquellas muñecas jalaran la tierra cómo si fuera una cobija.
A pesar del
silencio tan aterrador, Flor alcanzó a escuchar pájaros escondidos entre las
ramas del árbol, pequeños animales que se arrastraban bajo los arbustos, y algo
más que rascaba la puerta de la choza.
Flor se
acercó cautelosa a la casa, dónde el crujido de la madera era constante. Había
dentro algo, una criatura que deseaba salir, algo que no podía, y que daba
miedo. Ella se acercó, para empujar la madera, y aunque la puerta cedió un
poco, nada salió de la penumbra.
Un mapache
corrió, haciendo un ruido infernal con sus garras, y Flor casi se cae de
espaldas por el susto, pero el animal no la vio siquiera. El grito de la chica
retumbó dentro de la cabaña, pero al parecer nadie la había escuchado. Volteó
repentinamente, y el mapache estaba cerca de la orilla de la isla, lavando sus
manos negras.
-Tenía
ganas de salir, pero no quería dejarlo. Tenía que conocerla primero, no hubiera
sido tan educado después de todo…
La voz de
aquel hombre salía desde la cabaña. Flor desvió de nuevo la mirada hacía la
puerta, y se encontró con aquel personaje. Estatura media, hombros y pecho
anchos, las manos jugueteaban con una correa, tal vez con la misma que sujetaba
al mapache antes. Su mirada era penetrante, su rostro rodeado de una barba
rala, y su cabeza rapada, pero no totalmente, le daban un aspecto rudo, pero
más sereno del que nunca se podría imaginar.
-Yo lo
conozco…-, dijo Flor, levantándose con cuidado, alejada de aquel hombre. Él le
sonrió, y espero.
-Lo sé. Su
jefe le ha hablado de mí, obviamente. Al menos aún no está enterado por
completo de lo que hacemos. Y por supuesto no lo estará. Me llamo Vikt…
-Viktor “El
Sicario” Kunnel, lo conozco, ya le había dicho.
Viktor
asintió cuando su nombre fue evidenciado. Al parecer la señorita tenía mucha
más información de él que él de ella, pero al final, ninguna formalidad sería necesaria.
-Quisiera
preguntarle, Fräulein, ¿a qué ha
venido aquí? Considerando el peligro que yo mismo soy, ¿no pensó en que podría
encontrarme? ¿Qué vino a buscar?
El acento
de Viktor era muy remarcado, y Flor pensó que podía ser extranjero, europeo más
bien. A pesar de ello, tenía el cabello a rapa total, con barba negra y rala, y
ojos café oscuro. Nada que ver con un europeo.
-Hay gente
de la delegación que dicen cosas acerca de esta isla. Gente que entra y sale,
pero que no han visto al dueño. ¿Qué es lo que están haciendo aquí? Traen y
llevan cosas, personal, se quedan toda la noche y no hay nadie quién se atreva
a decirles nada…
Viktor se
acercó unos pasos más a la muchacha, que ya empezaba a temblar un poco, pero la
valentía no la abandonaba. Él sonrió, muy confiado, con una mueca divertida.
-Si le
dijera que estamos cambiando al mundo, ¿me creería?
Flor no
dijo nada, se quedó escuchando, con rostro estupefacto.
-Le diré
una cosa, señorita. Mis asuntos son secretos, cómo todos los asuntos de la
gente libre. He estado tratando de hacer esto por años, y las cosas jamás se
han salido de control. Hemos estado buscando todo lo necesario para proceder
con cautela, encontrando aquellas cosas que nos interesan. He investigado
mucho, y resulta que aparecen tres personas en mi lista de “obstáculos
innecesarios”…
-¿Qué tipo
de investigaciones?-, preguntó Flor. El mapache seguía buscando cosas en la
orilla del canal, haciendo un ruidito extraño con la nariz al olfatear la
tierra.
-Tengo mis
motivos, Fräulein. En primera la
encontré a usted, Flor Chávez, agente investigadora, que siempre se encuentra
en el momento indicado cuando se trata de mis asuntos. Después, un muchacho,
Luis Zaldivar, un tanto tonto para lo que hace, pero muy perceptivo. Y por
último, a la persona que he venido buscando desde hace años: Javier Carrillo…
Lo conoce, ¿verdad?
Ahora la
sonrisa de Viktor era de satisfacción, de haber dado con el clavo justo. Flor
se dio cuenta: Él sabía demasiado de todo.
-Lo
conozco, pero no podría…
Sintió la
mano derecha de Viktor sobre su cuello, y aunque ella seguía de pie, no podía
moverse, ni siquiera respirar normalmente.
-Mein lieber blume… Eres una mujer muy
constante, decidida, activa, y por supuesto estúpidamente valiente. Conozco
todos los movimientos que tu jefe te ha mandado hacer, y dejaremos de visitar
esta isla durante un buen tiempo. Ahora tengo que moverme, preparar todo, por
que en un mes, las cosas no salen cómo lo esperas.
Flor
alcanzó a verlo de reojo, y pudo hablar a pesar de la asfixia.
-¿Qué dice…?
-Ya me
escuchó, Fräulein. Si no puedo
cambiar al mundo, voy a cambiar a este país, de una forma tal cómo no se ha
visto en 500 años… Por cierto, le presento a una amiga.
Viktor
señaló con la mano izquierda hacía un recodo detrás de la cabaña. Arrastrando
un hermoso vestido blanco, con un velo que le cubría el rostro, venía una
mujer, dando pasos lentos. En sus manos, cubiertas por guantes de seda fina,
llevaba una especie de jeringa. Flor se alarmó, pero aunque quiso patalear, no
podía soltarse de aquella vigorosa mano.
El espectro
blanco cruzó el camino de tierra, y cuando estuvo frente a la muchacha, le
inyectó en el cuello la solución, que hizo que Flor se quedara inconsciente.
Viktor la
depositó suavemente en el suelo, mientras el espectro blanco aguardaba las
instrucciones.
-Ya puedes
llevártela, Heulsuse. Manda el mensaje cómo te lo indiqué. Va a ser una jornada
muy pesada…
El espectro
asintió, y tomando a Flor de las piernas, la arrastró por el mismo rumbo dónde
había salido. Viktor se quedó contemplando las aguas del canal, con mirada
ausente.
-Waschbär, lasst uns gehen…
El mapache
dejó de lavarse las manos después de haberse comido un escarabajo, y regresó a
los brazos de su dueño…
Una hora
después, y ya casi con el crepúsculo encima, Luis Zaldivar se despertó de una
horrenda pesadilla.
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