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miércoles, 23 de enero de 2013

El Último Sacrificio: Libertad Interrumpida.


Bryan esperaba fuera de la celda, de espaldas a un lado de la puerta semiabierta. Miraba esporádicamente su reloj, tratando de verificar que el tiempo fuera justo. Pronto serían las 9 p.m. y habría que dar aviso al comandante Molina acerca de la operación.
El Reclusorio Mixto de la Ciudad de México era un enorme edificio de concreto y vallas reforzadas, de al menos unos 30 km² de área, dividido en dos partes, una para varones y otra para mujeres. En el reclusorio para mujeres, todo se escuchaba más tranquilo, incluso desde la celda dónde estaba Azahena.
Sabía que había cometido un error, un grave crimen que ahora debía pagar con varios años ahí dentro, además de que su familia la visitaba en raras ocasiones. Podría decirse que Azahena disfrutaba poco de estar encerrada ahí, pero sólo un recuerdo la alejaba de aquel lugar sombrío y difícil de asimilar.
-Aún no puedo entender cómo lo hizo, señora Gomezcaña. Teniendo toda una vida acomodada, una familia ejemplar, una vida muy respetable, cómo una mujer cómo usted pudo haber hecho eso. Tal vez nunca lo sepa, creo…-, dijo Isabel, la agente especial que había sido enviada para una visita especial. El comandante Molina había movido demasiado sus influencias para que Azahena saliera en libertad lo antes posible, aunque ni siquiera hubiesen pasado dos meses de su encierro.
Azahena la miró, con ojos de impotencia, tratando de entender si aquello era verdad o un juego para mantenerla con sus esperanzas sobre el suelo.
-La vida no había sido justa comigo, Isabel. Por eso aquí cambié mi apariencia, mi forma de ser. Cometí un crimen del que no estoy orgullosa, obviamente, pero más que eso, traicioné la confianza de la única persona que me ha querido más que ninguna otra, ajena a mi familia.
Javier había sido consuelo para ella, y la visitaba más veces que nadie más en esos casi dos meses. Había desaparecido incluso el rencor de haberlo querido matar cómo una víctima icónica, una muerte que haría que la gente entendiera más allá de todo lo que ya sabían. Convertir a Javier en leyenda, cómo él me dijo…
-La declaración que acaba de hacerme, señora Gomezcaña, es impresionante. No sólo mató a esa gente por venganza personal, en realidad era necesario hacerlo. Y al final intentó deshacerse de Javier Carrillo cómo si fuera el héroe que necesitaba caer para que el pueblo volviera a creer. ¿Quién le hizo pensar eso? No suenan a pensamientos propios de un ama de casa.
Azahena se acomodó de nuevo el cabello, teñido de rojo, y su mirada se volvió aún más ausente, preocupada.
-Busqué ayuda de alguien profesional mucho antes de empezar a planear todos los homicidios. Un hombre nos convenció a mí y a las otras dos asesinas de cometer algo que jamás se hubiera visto, algo que parecía más bien un ritual y no un homicidio. Por es Javier no pudo resolver pronto el caso, por que jamás se había topado con un asesino tan rápido, que al final resultaron siendo tres.
-¿Un ritual para matar gente?
-Sí, un sacrificio que uniera a tres mujeres con el mismo rencor a causar la muerte a los inocentes. Un ritual en dónde sólo una de ellas viviría para contarlo, y para convertirse en la libertadora de un pueblo oprimido. No sé de donde sacó ese hombre la idea, pero aparte de terminar con el terror que nos unía, debíamos sacrificar a un inocente más especial, un hombre que de verdad jamás cometiera algún delito, y que la gente quisiera para ser un ícono de su vida…
-Por eso escogió a Javier Carrillo. Usted frustró el plan de aquel hombre que la ayudó, por que no consumió el asesinato, no terminó el ritual. En sus manos sigue la misión de saber si en realidad ese ritual funcionaría o no. ¿Cómo se llamaba ese hombre?
Isabel esperó un momento después de formular su pregunta, mirando a Azahena a los ojos. Su hermoso cabello castaño, recogido detrás de la nuca, y esos ojos penetrantes, la hacían ver un poco mayor de la verdadera edad que tenía. La otra mujer, en cambio, no se inmutó demasiado, y después de un silencio incómodo, abrió la boca:
-Viktor Kunnel…
Isabel se incorporó un poco de la silla donde estaba sentada, y su piel palideció incluso a través de las sombras de la cárcel a esa hora de la noche. Algunas de las reclusas gritaban a través de sus celdas, platicando con sus amigas, y gritando “¿Me da mi calaverita?” a manera de burla, aunque a las guardias también eso las divertía.
-¿Y por qué se guardó ese secreto tanto tiempo? Conocemos a Viktor Kunnel mejor que usted, señora Azahena, y tal vez haber guardado esa confesión la hubiera llevado pronto a la muerte. Necesitaba confirmar algo así para estar 100% segura, Azahena, y más que nunca agilizar su libertad, de inmediato diría yo.
Isabel se levantó de la silla, y Azahena la imitó, quedándose a lado de su solitaria cama, observando a través del pasillo.
-Bryan, necesito que avises al comandante Molina que vamos de salida con la señora Gomezcaña. Tenemos algo que le va a interesar. Creo que ella estuvo involucrada con Viktor Kunnel.
Bryan miró a su compañera estupefacto. Miró hacía donde estaba Azahena, y luego a Isabel.
-Es imposible. ¿Cómo pudo dar con ella, en todo caso?
-Ella lo buscó, y él vio la oportunidad de aplicar algún tipo de ritual o sacrificio, no lo sé, una nueva forma de experimentar con su ciencia falsa. Tenemos que sacarla cuanto antes, solamente que firme unos papeles y nos vamos directo con Molina.
Isabel volvió a entrar a la celda, sacando de un maletín un fajo de papeles con indicadores de firma. Azahena los miró, y no le costó saber para qué servían. Había burocracia hasta para tener un poco de libertad.
-El hombre que contacté, Viktor, siempre decía una misma frase, que me gustaba, pero también daba miedo: “El pasado regresa para reclamar un poco del futuro que nos espera, de una forma brutal, pero necesaria”. No sé qué tiene de especial ese hombre para ustedes, pero eso suena muy peligroso, si lo analiza bien…
Isabel le dio los papeles para que Azahena los firmara, y asintió.
-Es una persona problemática. Yo no sé mucho de él, pero por lo que he estudiado, es un hombre que haría cualquier cosa por obtener lo que desea. La hizo cometer ciertas cosas que pensaba él que funcionarían, pero no pasó nada. Le garantizo que usted quedará exonerada de muchas cosas cuando salgamos…
Azahena no dejó de firmar mientras escuchaba estas palabras. Salir libre, estar libre de culpas que no le correspondían, excepto de aquellas que no se podrían borrar tan fácilmente. Tenía esperanzas de salir, de buscar una excepción a todo ese encierro que la mantenía melancólica y lejos de la gente que amaba.
-¿Y si no cumplen?-, dijo Azahena, dándole de nuevo los papeles a Isabel.
-No se preocupe. No hay que desconfiar de…
Una vibración se dejó sentir en el suelo, cimbrando las paredes y haciendo que algunas motas de polvo cayeran hacía el suelo. Las lámparas del pasillo parpadearon, pero ninguna de las reclusas sintió nada, ya que seguían en su fiesta nocturna. Bryan se dio la vuelta, con rostro preocupado, tratando de volver a sentir lo que creyó había sido parte de su imaginación.
-¿Qué fue eso?-, dijeron al unísono Isabel y Azahena.
-No lo sé. Pero no fue aquí, tengo que ir a revisar. Tendrás que agilizar todo Isabel. Regreso en un momento.
Otro estruendo, esta vez más cercano y más fuerte, hizo que ahora todas se callaran y pusieran atención. Isabel depositó los papeles en el portafolio de nuevo, mientras Azahena se ponía de pie para captar mejor de dónde había venido ese sonido.
-Viene del reclusorio para hombres, Isabel. ¿Cree que algo haya pasado?
-Tal vez, una explosión o algo así. Vamos, señora Gomezcaña, tengo que sacarla de aquí. La acompañaré hasta la aduana, arreglaré los papeles de salida y veremos qué sucedió. No se separe de mí…
Al momento en que ambas mujeres salieron de la celda ya vacía, una tercera explosión sacudió el lugar, esta vez dejando un boquete en dónde antes había una cama y una celda solitaria. Isabel alcanzó a jalar de la mano a Azahena, y cayeron juntas más allá del pasillo, frente a una celda dónde dos reclusas empezaron a gritar y a pedir ayuda, entre sollozos y las toses gracias a los escombros.
Bryan llegó corriendo del otro lado del pasillo, pero no pudo pasar, ya que un enorme agujero se había abierto, cómo un pozo hacía el piso de abajo. Miró por encima del humo, buscando entre el caos a Isabel y Azahena, quienes se perdieron entre la masa humana de presas liberadas, las cuales salieron corriendo a las salidas de emergencia cuando las puertas se abrieron automáticamente.
-¡Isabel! ¿Dónde estás?-, gritó Bryan, a quien la voz se le estaba cerrando gracias al polvo de los escombros.
La chica se levantó, sacudiéndose un poco el polvo, y haciendo señas con los brazos de que todo estaba bien. Azahena se asomó a gatas por el agujero de la explosión, y debajo, entre escombros, polvo y unos cadáveres en el suelo, caminaban dos figuras, que parecían demasiado lejanas. Una de aquellas siluetas, la más pequeña de las dos, lanzó algo con su mano hacía arriba. Resultó ser un gancho de metal que se aferró al borde del agujero, y del cual iba colgando una cuerda negra.
-¿Pero qué…?-, señaló Isabel el gancho estupefacta. La cuerda se tensaba conforme uno de los misteriosos personajes de allá abajo iba subiendo.
Azahena se levantó, retrocediendo un poco para dejarle paso.
-Vienen por mí…
Azahena pensó en Javier cuando vio la silueta de aquel enorme hombre, pero éste era moreno, vestía con el mismo pants deportivo color azul marino que los reos del reclusorio de hombres, y se veía mucho más imponente y malvado. Y detrás de él, con pasos más ágiles y movimientos rápidos, había un muchacho, de apariencia andrógina, con el cabello cortado en un estilizado mohicano, mirando hacía todos lados, cómo impresionado.
Isabel reaccionó a tiempo, se interpuso entre los recién llegados y Azahena, que estaba muerta de miedo, pálida cómo la cera de una vela, y temblaba. El hombre más grande se mantuvo apartado, y el otro, vestido de un negro completamente formal sonrió al acercarse unos cuantos pasos hacía las mujeres. Isabel sacó del cinturón bajo su chaqueta una pistola, que le quedaba algo grande para sus delicadas manos.
-Aléjense de ella. ¿Quiénes son?
El hombre más delgado sonrió, sin siquiera moverse, esperando que Isabel no reaccionara mal.
-¡Que tal! Queremos salir de aquí, pero es difícil en verdad. Por cierto, también venimos por lo que nos pertenece, ¿verdad Azahena?



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