Luis se
miró las manos, horrorizado, y creyó saber por qué, o al menos lo presentía. En
ese momento, cuando se despertó de repente en la silla de su oficina, eran las
6:38 p.m. del día 1 de Noviembre, y apenas se había dado cuenta que cumplía 10
años de trabajar con el mejor detective de México.
Miró en el
escritorio el montón de papeles que estaba revisando, y que se habían esfumado
de su mente cuando tomó aquella siesta. Y pensar que hacía más o menos dos
meses, había estado resolviendo misteriosos homicidios en una fiesta del día de
la Independencia. Se
estaba volviendo monótono.
Pero Luis
sabía que las cosas no iban tan bien. Alguien desde las sombras de una
organización gubernamental lo había solicitado para contarles acerca de su
trabajo con Javier Carrillo, y de las pesquisas de un grupo criminal de muy
alta peligrosidad.
El teléfono
sonó de inmediato, y Luis se apresuró a contestar, aunque en su carrera por el
auricular, tiró unos cuantos papeles al suelo, y el libro que descansaba en su
regazo.
-¿Agencia
Carrillo Casos Especiales?
La voz
detrás del aparato era demasiado conocida para el muchacho, aunque la había
escuchado sólo una vez. Luis se quedó boquiabierto, y un dolor punzante en el
brazo dónde había recibido una bala le empezó a recorrer los huesos.
-Está bien,
sí… Con gusto señor, sí. Yo me comunico con él de inmediato. ¿Podría dictármelo
de nuevo, por favor?
Luis
comenzó a escribir un solo nombre en una hoja de papel: Salvador Ángeles. No recordaba al momento ningún sujeto con ese
nombre, hasta que la persona al teléfono le dio indicaciones de qué hacer con
eso.
-Está bien,
yo lo hago, perfecto… Ocho en punto, no se preocupe…
Y colgó,
por que la voz del otro lado desapareció.
Miró al
suelo para recoger el libro, que se había quedado abierto en la página donde
iba. Era un ejemplar de un libro muy complicado: Ciencia Marginal. El avance en el estudio de las seudo ciencias.
Otra vez, a
Luis le volvieron a cruzar recuerdos, de un futuro tan oscuro que ni él mismo
podría imaginarse.
Ya habían
pasado al menos cinco días, y Javier Carrillo seguía notificado en el SEMEFO,
para hacer autopsias que no parecían nada de lo normal. Un escrito
gubernamental le indicaba que debía de investigar una serie de homicidios, y
que en los días subsiguientes podrían aumentar. Y fuera amenaza o no, así pasó.
¿Qué tenían
los cadáveres de similar entre sí? Violencia extrema, graves traumatismos,
rostros de terror, cómo si hubieran sido mutilados cuando aún vivían, y un
tatuaje en diferentes partes del cuerpo, dependiendo de cada cadáver. A veces
en la espalda, en el antebrazo, en una pantorrilla o en el cuello, grandes o
pequeños, los tatuajes eran todos iguales: Dos líneas horizontales y sobre
ellas descansaban tres puntos.
Doce
cuerpos en cinco días, y Javier no daba crédito a ninguno de ellos.
-Sigo sin entenderlo, doctor Carrillo. Todos
ellos con el mismo perfil, algunas mutilaciones parecidas, y el tatuaje. ¿Es un
asesino o una pelea de bandas?
Ese mismo
día, junto a Javier, se encontraba un joven médico, venido desde Houston
después de un diplomado de medicina forense, y el cual apoyaba a Javier en todo
el proceso de investigación. El detective negó con la cabeza, intentando
solucionar ese misterio, que ya le había hecho mella con un dolor en la sien.
-Hace 10
años investigué algo similar, pero se me ordenó guardar silencio, cuando estaba
a punto de preguntar lo mismo que tu, amigo. Con el cadáver de aquel entonces,
esto ya es demasiada coincidencia. Tenía los mismos signos que estos, y luego
me enteré de qué era lo que había pasado, bueno, al menos en parte…
-¿El
incidente del museo?-, contestó el ayudante.
-Sí, ese
mismo. Supe que era el miembro de un grupo de personas que querían cambiar las
cosas, pero al menos que fuera con violencia, no me imagino cómo. El primer
cuerpo era de un desertor, pero estos no sé. No le veo ningún sentido…
Volvió a
examinar el cuerpo de la plancha, un hombre maduro, de cuerpo esbelto,
desfigurado con muchas heridas y fracturas. Su ayudante se acercó, también
tratando de mirar algo que no pudieran haber visto antes.
-¿Qué es
eso?
El joven
médico señaló hacía el cuero cabelludo, que estaba completamente tupido por el
cabello alborotado. Javier, se acomodó los guantes de látex y revisó poco a
poco con las yemas de sus enormes dedos.
Había una
especie de cortadura, algo que no habían visto en el cadáver. Tenía cortes de
forma diagonal, pero todos rectos.
-Dame la
rasuradota, por favor.
El joven
asistente le dio el aparato a Javier, quien se puso a quitar el cabello de
raíz, cuidando no hacer daño con las cuchillas a la piel. Cuando retiró el
exceso de pelo, observó con cuidado a la luz de la linterna. Era una letra,
grabada con una especie de arma cortante.
-La
hicieron después de que este sujeto muriera. Por eso hay sangre coagulada en
los bordes, casi nada, por eso no se veía…
-Es la
letra “I”, Javier. Yo no vi más letras en su cuerpo, es lo más raro que le
hemos encontrado, además del tatuaje…
La
explicación de su compañero le dio una nueva idea a Javier, quién empezó a
barajar una posibilidad que no estaba contemplada.
-Muy bien,
colega. Si creo que lo que pienso es verdad, necesito que rasures a los demás
cadáveres que han llegado con las mismas características, y si hay más letras,
escríbelas y tráemelas. Si, puedes, anótalas en el orden como llegaron los
cadáveres, ¿está bien?
El
asistente asintió, tomó la rasuradota y corrió a los depósitos en el otro lado
del edificio. Javier empezó a imaginar cosas en su cabeza, acerca de un mensaje
oculto en los cadáveres. ¿Qué le querían decir aquellas despiadadas personas?
De repente,
su celular vibró, y lo revisó para contestar.
-¿Qué pasa,
chaparro? Tengo un poco de trabajo y…
La voz de
Luis sonaba confundida, y Javier se dio cuenta que su amigo tenía algo
importante que decirle.
-Tienes que venir, es urgente. Alguien me
pidió verte, y estará a las 8 p.m. en punto, y te necesita a ti. Me dijo que
tal vez conocías a un tal Salvador Ángeles…
Javier casi
tira el teléfono. Revisó su reloj, y aunque la mano no dejaba de temblarle, se
dio cuenta que faltaba una hora para encontrarse con esa persona.
-Está bien,
sí lo conozco, pero necesito un poco de tiempo, creo que llegaré justo a tiempo
para ver a esa persona, sea quien sea. Hay algo interesante que debes saber,
pero mejor me lo llevo…
-Perfecto, pero tienes que darte prisa, por
favor.
Cuando su
amigo colgó, el asistente llegó con la máquina en una mano y un bloc de notas
en la otra.
-Anoté
todas las letras que salieron, y me quedé impresionado. Tenías razón, Javier,
si haces coincidir las letras con la fecha en la que llegó el cadáver, forman
una palabra, aunque… Bueno, míralo por ti mismo.
Javier leyó
las palabras ya ordenadas, y se dio cuenta del mensaje, aunque al parecer, no
estaba terminado, pues le faltaba una letra, la última letra.
-Tenemos
que irnos, necesito que recojas tus cosas, vas a ayudarme en algo-, dijo
Javier. El asistente frunció el ceño, y soltó una carcajada.
-Pero
Javier, es día de Muertos, al menos déjame salir hoy con Yoselín…
-Tu novia
puede esperar, Salvador. Te necesito, y es urgente.
El hombre
de la llamada misteriosa ya se encontraba en la oficina 10 minutos antes de que
llegara Javier. Se sentó en una silla a esperar, mientras Luis le preparaba un
café muy cargado, y aunque había pan de muerto, el hombre desistió.
-¿Cree que
el señor Carrillo me reconozca? Creo que sería lo más conveniente prepararlo
para unas cuantas confesiones, señor Zaldívar. Nos ha ayudado mucho a mandarnos
información de él, y ahora más que nunca confiamos en que podrá hacer el
trabajo que muchos antes que él no han podido.
Luis
temblaba con una taza de café en ambas manos, y puso cara de tristeza,
preocupación y miedo.
-Lo sé,
señor. No hay nadie cómo Javier para este trabajo. ¿Quién es ese tal Salvador
Ángeles?
El hombre
sorbió un poco de café, y siguió moviendo a la cuchara.
-Un
compañero de Javier. Necesitamos toda la ayuda posible, entre más gente
colaborando, mejor para la operación. Espero haya encontrado algún patrón en
los cuerpos que le he mandado revisar. Lo que se avecina es algo con lo que
debemos lidiar, con fuerza, inteligencia, y mucha precaución…
La puerta
de la oficina se abrió, y Javier entró con cuidado por ella, después de hacer
pasar a Salvador, quién se acomodó los lentes para observar mejor. Vieron a
Luis, que se levantaba, dejando la taza en el escritorio, y a un hombre
elegante, de aspecto rudo, pero con un aire de respeto y de miedo.
-Ya llegué,
amigo. ¿Con quién tengo el gusto…?
Pero Javier
se detuvo. Antes de darle la mano al hombre que ya se había puesto de pie
frente a él, lo reconoció. Ya lo había visto, una sola vez en su vida, hacía
diez años, en una conferencia privada a través de una cámara web.
-Usted…
El hombre
asintió, tocándose ambas manos sobre su regazo, impedido para poder intentar
saludar de nuevo a Javier.
-Señor
Carrillo, necesitamos hablar con usted. Es hora de que sepa algunas verdades
que no queríamos decirle. Y traigo una noticia: Flor Chávez desapareció.
Luis y
Javier se miraron, y ambos palidecieron.
0 comentarios:
Publicar un comentario