Aunque
había sido uno de los trabajadores de limpia quién había reportado al pobre de
Sebastián al día siguiente al encontrarlo pasmado sobre el suelo del callejón,
nadie se imaginaría el segundo horror de la noche. El cuerpo de un vagabundo
tirado en el callejón de los libros, más allá de la Casa de los Azulejos, como
un presagio de que el Día de la Muerte había llegado.
El
hombre había aparecido ahí, en el suelo mugriento y frío, con las extremidades
extendidas sobre el suelo, y el vientre abierto en cuatro direcciones,
semejando una cruz que dejaba salir sus entrañas. La sangre ya se había secado
bajo de su cuerpo, formando un enorme charco de sangre. Impresa en el suelo, se
hallaba una única huella de un pie largo y huesudo, un pie izquierdo que
aparecía varias veces en la sangre alrededor del cuerpo.
-Si
me lo preguntan, se ve bastante extraño. Aunque lo de las huellas se explica
bastante bien.
El
que había levantado la voz por entre el tumulto de policías, locatarios y
reporteros se llamaba Jacobo Silver, corresponsal de la nota roja, y alguien
que no dudaba en dar su opinión sincera y afilada.
Uno
de los policías, un tal Buendía, se le quedó viendo. El hombre era de poca paciencia,
así que esperó a que la gente se calmara entre todo el barullo, para
preguntarle algo al cronista.
-¿Ah,
sí? ¿Cuál es su explicación?
Jacobo
Silver mostró los dientes con aquella sonrisa mordaz y burlona.
-El
que lo mató iba descalzo. Caminando en círculos, con el pie izquierdo siempre
por dentro. Si no tenía ningún motivo para hacer algo así, tal vez se esté
burlando de ustedes. Pero bueno, ustedes son los profesionales, ¿no es así? Los
dejaré investigar…
Todos
los policías estaban serios, y sólo Buendía soltó un gruñido. Silver se alejó
un poco para tomar fotos, y aunque la escena era bastante cruda y desalmada,
era su deber captar el mejor lado de todo aquello. Una foto específica, y se
ganaría un buen dinero. No era sorpresa: la gente en la Ciudad de México
buscaba siempre la nota de Jacobo Silver en el diario Sensacional de la Mañana,
un periódico de medio pelo que, a pesar de todo, tenía fama de ser “morboso
pero sabroso”, como decían por ahí.
-Oficial-,
dijo el reportero cuando la gente se dispersó y sólo quedaron los policías.
Buendía se acercó de mala gana.
-¿Va
a hacer un circo con esto?
-La
verdad, no quisiera. La ciudad muestra el peor de sus rostros durante un día
tan especial. El Día de Muertos inicia con uno…
-Diario
hay muertos, señor Silver.
El
reportero volvió a sonreír.
-Pero
este es especial. Muerto en un callejón que antaño era hermoso, cerca de
edificios emblemáticos, de una manera brutal, y con la coincidencia de que se
hallaba tan cerca de otra escena bastante aterradora…
Buendía
sabía que Silver se refería al muchacho que habían hallado a unos metros, casi
muerto de frío, asustado y traumatizado.
-Tal
vez ni siquiera lo vio…
-Claro,
oficial. Dígame una cosa: ¿por qué el asesino se tomaría la molestia de hacer
todo eso? Ya sabe, la línea de huellas alrededor del cadáver. ¿Por qué alguien
se gastaría el tiempo haciendo eso?
El
policía le daba la razón al reportero esta vez. Había visto cosas muy
violentas, carentes de todo escrúpulo y sin humanidad en su esencia. Pero esto
se le hacía raro y obsceno, y aunque se le podía ver cierto significado, no
había algo que lo respaldara inmediatamente.
-No
lo sé, y preferiría que no preguntara por eso. Vamos a hacer una investigación
y se les darán los detalles después.
Jacobo
Silver se alejó despacio.
-Gracias
por la información, oficial. Ah, y por cierto, cuando le hagan la autopsia,
fíjense bien. Le falta algo a su amigo-, dijo, mientras daba vuelta a la
esquina del callejón, y señalaba el cadáver.
Buendía
mostró los dientes, y no dejó que la burla del reportero le afectara más el
día.
Entrada
la tarde, Jacobo Silver salía de la pequeña oficina que ocupaba dentro de las
oficinas del periódico. El tono de su teléfono le indicó que tenía una llamada.
Se llevó el aparato al oído.
-¿Cómo lo supo?-, dijo una voz conocida.
Era el oficial Buendía, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas de su
enojo y confusión.
-¿Acerca
de qué, oficial?-, contestó el reportero, divertido y también intrigado.
-De que le faltaba el corazón al desdichado del
callejón, Silver. Si esta es su forma de hacer noticias nuevas…
Silver
soltó una carcajada.
-¡Es
usted muy creativo, señor oficial! Pero créame cuando le digo que no hice eso.
Sé que los reporteros de nota roja de antaño solían acomodar a los muertos y suicidas
en poses para favorecer el dramatismo de sus fotografías y por ende, de sus
notas. Pero sería incapaz de matar a alguien sólo por hacer noticia.
-¿Entonces cómo sabía usted que le faltaba el
corazón?
-Hay
que observar bien la situación, oficial, no basta sólo con ver lo que pasó. El
cadáver tenía abierto el abdomen hasta el pecho, dónde se asomaban las
costillas. En el hueco debajo de los dos pulmones, tras las costillas, siempre
se asoma el corazón, o al menos una parte. En esta ocasión no se veía. Vamos,
pensé que ya lo había visto…
-No juegue conmigo, Silver. ¿De qué está
hablando?
Jacobo
Silver adoptó una actitud más seria antes de hablar. Esto se estaba poniendo
interesante.
-Véalo
usted de este modo. Un asesino prácticamente invisible, a quién nadie vio,
hasta donde sabemos y sólo hasta que el chico traumatizado recupere el habla.
El cuerpo de un vagabundo a quién no fue difícil atraer y matar. Son hombres
débiles, que por comida o drogas le harían caso a quién fuera. El cuerpo con el
vientre abierto, sin corazón y con las extremidades estiradas a los cuatro
horizontes. Y bajo él, la mancha de sangre con las huellas de un pie izquierdo
marcadas alrededor, formando un círculo. ¿No lo ha visto?
Buendía
suspiró, desesperado, antes de preguntar.
-No se vaya por las ramas, Silver. ¿De qué se
trata?
-Es
muy sencillo: el asesinato es un ritual, una especie de procesión de los
muertos. ¿Qué mejor lugar que un sacrificio ritual que México Tenochtitlán?
Aunque bueno, ya no es un lago ni existe el Templo Mayor. Tal vez el asesino
vuelva a tomar una víctima más esta noche. Lo veré mañana, si es que pasa. Por
ahora, tengo una cita y no quiero perdérmela por nada del mundo. ¿Quiere
atrapar al asesino, oficial?
-Por supuesto, pero…
-No
hay pero que valga. Los reporteros de nota roja sabemos que la gente así de
enferma volverá a matar, porque la atención cuenta, y cada cuerpo que la gente
vea en las calles es un punto extra. Si mañana hay un cuerpo más, yo invito el
desayuno. Sanborns de la Casa de los Azulejos a primera hora. Buenas noches y
cuidado con los muertos.
Cuando
Silver colgó el teléfono, dos niños pasaron por la banqueta, corriendo. Uno de
ellos vestido de vampiro, y el otro de un superhéroe que no alcanzó a
distinguir. Los dos llevaban una canasta con forma de calabaza en la mano, en
la cual ya llevaban algunos dulces.
Jacobo
Silver siguió su camino, y después de algunas cuadras, llegó al Sanborns, a la
hermosa Casa de los Azulejos. Tal vez la gente había olvidado que cerca de ahí
habían matado a un hombre, porque el hermoso restaurante, que alguna vez fuese
el patio interior de la casa, estaba lleno. El ambiente olía a chocolate y pan
de muerto, y Jacobo pidió lo mismo. Sería una noche solitaria, aunque bastante
mágica.
Frente a su mesa, una
mujer de vestido rojo y largo cabello negro pasó corriendo. Alcanzó a mirarle, y
en sus ojos pudo ver alegría, tal vez un gozo abrasador, como el fuego del rojo
en su vestido. Brindó por ella con un sorbo de chocolate. Por ella y por los muertos.
0 comentarios:
Publicar un comentario