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viernes, 8 de febrero de 2013

El Último Sacrificio: Ollin Miquiztli


Daniel miró a Azahena a los ojos, y ella vio en ellos terror y miedo, lo que la hicieron retroceder. Bryan sólo podía ver de lejos sombras y confusión, mientras abajo, el calor de las llamas ascendía un poco más. Isabel empezó a toser por el humo, pero no se movió.

-Déjenla en paz. Vine por ella y me la llevaré. ¿No te conozco?

Isabel señaló con la punta de la pistola al hombre grande que acompañaba a Daniel. Había salido en el periódico por haber causado la muerte de tres personas en el Museo de Antropología hacía 10 años, pero ella dudaba bien si se trataba del mismo hombre, ya que ahora estaba rapado, pero se veía igual de amenazador que en aquellos tiempos.

César sonrió, pero no dejó de observar toda la escena frente a él.

-Bueno, eso me han dicho muchas personas. Por lo normal, no duran mucho vivas…

César y Daniel se miraron, riéndose a carcajadas. Daniel movía los dedos de manera compulsiva, y se escuchaba un leve sonido metálico, cómo si aferrara entre sus dedos algo peligroso.

-No me importa quiénes sean, o a lo que vengan. Me llevaré a Azahena, y eso no lo van a impedir. ¡Bryan! ¡Bryan!

El muchacho escuchó su nombre a través del alboroto, que ya era menos, y se movió, brincando para que lo vieran: -¡Isa! ¡Tienen que salir de aquí!

Daniel puso atención a los gritos del hombre del otro lado del agujero, pero no hizo nada. Avanzó levemente, mientras Isabel y Azahena se hacían hacía atrás, algunas veces tropezando con los restos de pared y metal que se atravesaban en el suelo.

-No queríamos llegar hasta este punto, querida amiga, pero ahora que lo pienso bien, creo que sería mejor…

Cuando Daniel ya había caminado casi dos metros, y a Isabel no le quedaba más que temblar con la pistola entre las manos, el muchacho, tomando agilidad y vuelo, saltó de regreso, corriendo hasta el borde del agujero, para llegar de un enorme salto hasta el otro lado. Bryan tuvo que hacerse hacia atrás, cayendo sobre su costado, mientras miraba cómo Daniel se ponía de pie frente a él.

-¡Excelente salto!-, gritó César desde el otro lado. Daniel hizo una pequeña reverencia.

-Encárgate de ellas. Tengo otro asunto en mente-, exclamó Daniel sin gritar, ya que su voz era demasiado fuerte como para escucharse bien sin la necesidad de elevarla.

César volteó y se tronó los dedos, mirando a las mujeres, que seguían paralizadas cerca del recodo en aquel pasillo.

-Nos va a matar, tenemos que salir, por favor…-, dijo Azahena, gritando y jalando a Isabel de la manga para que se apresuraran.

-No puedo, falta Bryan… ¡Bryan…!

El muchacho volvió a escuchar la voz de Isabel, y levantándose, se fue alejando un poco de Daniel.

-Váyanse. Iré después de ustedes. Isabel…

La muchacha, que estaba a punto de desaparecer en el pasillo, se detuvo un momento, bajando el arma.

-¿Bryan?

-Te quiero mucho, preciosa…

Isabel abrió los ojos, y aunque quiso dar un paso más de regreso, Azahena la agarró para que no se animara a hacerlo. Y César ya venía hacía ellas, con pasos grandes y pesados, pero sin ninguna prisa.

Daniel miró a Bryan a los ojos, y dejó de mover los dedos, mostrando unas extrañas uñas, de aspecto metálico, que parecían resplandecer con el brillo del fuego. Bryan sacó de su bolsillo en el saco una pistola, que parecía exceder incluso el tamaño de una de sus manos.

-Incluso en la oscuridad, los hombres más valientes temen. Lo siento demasiado Bryan, pero no creo que vuelvas a ver a esa hermosa mujer nunca más…

Daniel se abalanzó, usando cómo armas aquellas uñas metálicas y Bryan soltó un disparo, que obviamente no dio en el punto indicado. Un rasguño de metal desgarró el pecho de Bryan, manchando su ropa de sangre, que brotaba demasiado pegada a la piel. El agente tuvo que soltar la pistola para poder pelear, y se dio cuenta que era imposible.

Daniel se movía con una destreza y agilidad, que incluso el aire se rasgaba y se escuchaba con cada golpe de las garras en el vacío. Bryan ignoraba el dolor de las heridas en el pecho, y trataba de propinarle un golpe, pero era demasiado rápido. En un momento, Daniel se atrevió a bajar la guardia y Bryan le tomó una de las manos, pero con la otra, Daniel le encajó las uñas en el vientre, justo en el centro del estómago. El dolor dio paso a una corriente de sangre inevitable, que inundó poco a poco el suelo a sus pies.

-Eres un… maldito…- La voz de Bryan se escuchaba adolorida, desesperada, y sus ojos mostraban miedo y odio.

-Yo no tuve la culpa, querido amigo. Si de verdad quieres encontrar a un culpable, busca al que planeó todo esto…

Las garras ensangrentadas salieron con otro estallido de dolor, y cuando Bryan soltó la otra mano, Daniel usó ambas y arrojó al agente hacía el agujero, empujándolo hacía el fuego. Lo vio caer y desaparecer entre las llamas, y sólo sonreía. Se sacudió la mano ensangrentada, y aunque la mayoría del líquido salpicó una pared cercana, no toda se cayó y la que quedó Daniel la lamió.

-Hora de terminar el trabajo…

 

El celular del comandante Hiram Molina vibró bajo su saco. El hombre, que estaba a punto de retirarse de la oficina de Javier Carrillo se detuvo, para contestar. Era el número de la agente Aros.

-¿Qué sucede?-, preguntó con voz severa.

Nadie dijo nada. Luis se había alejado de Javier para tomar un poco de agua, y Salvador estaba cerca del escritorio del médico, y no se había separado de él por más que quisiera. Javier ponía atención a la plática, pero no alcanzó a escuchar nada. Hiram compuso una cara de preocupación, con los ojos desmesuradamente abiertos, y las narinas le resoplaban rápidamente.

-¡Salgan de ahí, cuanto antes! Voy para allá…

Y colgó. Hasta Luis derramó la mitad de su vaso cuando el comandante Molina vociferó aquella orden. Era obvio que algo iba mal.

-¿Sucede algo, comandante?-, preguntó Javier.

-Tenemos que irnos. Los cuatro cabemos en mi auto. Vamos, dense prisa…

Nadie necesitaba explicaciones, y menos de un funcionario de tal categoría. Primero salió Salvador, tratando de entender en lo que se había metido. Javier se quedó en la puerta, esperando a que Luis tomara su chamarra y se encaminara con ellos.

-El hecho de que vengas ahora no significa que te perdoné. Confié en ti, y me traicionaste. Espero estés contento-, dijo Javier, mientras Luis se ponía la chamarra debajo del marco de la puerta. Luis lo miró, desde debajo, cómo quien mira desafiante a su atacante.

-Aún seguimos vivos, no molestes…

Después de que Luis salió, Javier azotó la puerta al cerrarla. Su rostro estaba enojado, pero dentro no quería pensar en otra cosa.

 

Mientras el auto de Molina y sus acompañantes se dirigían al norte a gran velocidad, Isabel y Azahena seguían corriendo, tropezando con algunos escombros o chocando con mujeres que estaba histéricas. Las alarmas de incendio no dejaban de sonar por todo el complejo, y una ligera capa de humo cubría casi todo el suelo hasta el pecho. Azahena se sentía con el pecho ardiendo por el calor y el humo, mientras Isabel iba un  poco adelantada, y había tenido que disponer de una linterna para ir viendo por donde corrían.

-Hay que apresurarnos, no tardará en encontrarnos, por favor…

Azahena estaba desesperada, y su respiración empeoraba con más esfuerzo que hacía. Isabel se detuvo un momento, para ir pareja a ella, pero detrás, entre las sombras y el humo, venía César.

-¡No pueden esconderse, y están perdidas! Mejor salgan, y enfrenten su destino…

Detrás de él, llegó corriendo Daniel ni siquiera parecía de lo más cansado, y tocó el hombro de su enorme amigo.

-No, eso es descortés. Pronto serán nuestras, pero ya sabes a quién vinimos a buscar. Además, sabes perfectamente que el jefe te está buscando. Está molesto contigo…

César se detuvo un momento para mirar a Daniel con aquellos ojos furiosos. Cerró los puños, pero Daniel sólo supo cruzar los brazos, y mirarlo sin miedo, demasiado divertido.

-El señor no me ayudó cuando me metieron en este maldito infierno hace 10 años. Espero sea para algo bueno, no quiero perderme de mi libertad si tengo que ir a la boca del lobo a morir…

Daniel negó con la cabeza, y puso las manos detrás de su espalda. Podía escucharse de nuevo el chasquido de sus uñas, unas contra otras. Ese sonido ponía a César nervioso.

-El señor sabe recompensar muy bien. Tan solo si entendieras por lo que estamos aquí, no te quejarías, maldita sea. Ahora vamos por ellas, antes de que sepan por donde salir…

Mientras los dos asesinos seguían el camino del pasillo, Azahena e Isabel seguían con paso apresurado, y aunque ya no había mucho humo, el cansancio se notaba.

-¿A quién le llamaste?-, dijo Azahena, recordando que Isabel había hecho una llamada en su celular, pidiendo auxilio.

-Es mi jefe inmediato, nos sacará de aquí, no te preocupes. ¿Para dónde es?

Azahena señaló un camino hacia la izquierda, bajando unas escaleras. Después de brincar los escalones de tres en tres para apresurarse, llegaron hasta un pasillo exterior, dónde la gente se había agolpado para salir por la única puerta al patio principal. Eran muchas las presas que querían salir, pero entre golpes, gritos y desmayos, nadie podía pasar. Isabel y Azahena intentaban quitar a la gente para poder pasar, pero era inútil. Isabel se quedó como de piedra cuando vio bajar a César y Daniel por las escaleras, pero cuando se desviaron para el otro lado, comprendió que no las habían visto aún.

-Tenemos que salir, son ellos…

Daniel alcanzó a escuchar aquellas palabras desesperadas entre los gritos de las presas ansiosas por salir. La voz de Azahena era inconfundible, una dulce melodía para sus oídos. Se dio media vuelta, y ahí las vio, agazapadas, cómo gatos atrapados en la pared de un oscuro callejón.

-César, aquí están nuestras presas…

El enorme amigo de Daniel volteó, y mirando a lo lejos del pasillo, encontró los dos rostros muertos de miedo de Isabel y Azahena. La agente, preparada para cualquier cosa, levantó de nuevo su arma, esta vez sin temblar, y apuntando directamente al pecho de Daniel, que ya había empezado a caminar hacía ellas. Estaban perdidas…

Entonces, un estruendo se escuchó hacía la derecha de Isabel, y Azahena miró por encima de ella. Lo que vieron fue imposible, pero a pesar de todo, ahí estaba…

 

Un minuto antes, el auto de Hiram llegó derrapando, dando vueltas y movimientos inesperados entre las camionetas de las policías y los reporteros. Un helicóptero ya había llegado al lugar, alumbrando más allá de la puerta que tenían más cerca. Javier reconoció el edificio cuándo la enorme linterna de la aeronave iluminó el borde entre el techo y la pared.

-Azahena… ¡Por qué ella!

-Tranquilo señor Carrillo, tenemos que entrar por ella y por la agente que tengo dentro. No creo que nos dejen pasar…

-¡Ahí, mire!-, gritó Salvador, señalando por encima del hombro de Hiram. Era una de las puertas de visita, que daba al patio de ejercicios del reclusorio femenil. Había algunos agentes con las puertas entreabiertas, tratando de controlar la situación.

-¡TODOS, AGÁRRENSE FUERTE!

Hiram presionó fuerte el acelerador, dando una vuelta hacía la izquierda, enfilando el auto hacía la puerta, mientras las llantas rebotaban entre las piedras y la tierra suelta. Entre el barullo de sonidos, el motor, las sirenas lejanas y las aspas del helicóptero, Luis escuchaba más bien una música que significaba el fin inminente.

-¿Qué pretende hacer, comandante?-, preguntó Javier, tratando de buscar un borde en el asiento en el cual aferrarse. Hiram no parecía contestar, y se concentraba en poder acelerar más, antes de que cerraran por completo el portón. Cuando los guardias se dieron cuenta de que el auto venía hacía ellos, intentaron cerrar, pero fue inútil. El auto aceleró un poco más antes de chocar contra la puerta medio abierta, y los vigilantes se lanzaron hacía los lados.

El estruendo fue poderoso, el impacto muy doloroso, e incluso la sacudida violenta hizo que la cabeza de Luis chocara contra el vidrio. Javier estaba agarrado del capó del auto y Salvador había puesto sus manos enfrente, recargando su peso en el asiento de Hiram. El patio del reclusorio de mujeres era un caos, con personas corriendo en todas partes, y otras, viendo la oportunidad de la puerta destrozada, se abalanzaron hacía la salida. Afuera ya había más policías para impedirles el paso.

-¿Y ahora a dónde?-, exclamó Hiram, mirando por la ventanilla. Había un caos por todas partes, y el ruido era cada vez mayor.

-¡Ahí, derecho!-, señaló Javier hacía el tumulto de personas que querían salir por la reja al patio. El auto volvió a acelerar, sin detenerse hasta que rompió parte de la reja, separando a las dos mujeres y a Daniel, que se detuvo abruptamente cuando el auto le cortó el paso. Azahena miró aterrada el auto, y la puerta de atrás, dónde estaba Salvador, se abrió.

-¡Entren!-, gritó Hiram, mientras Isabel le daba paso a Azahena de entrar. Del otro lado, Daniel miraba atónito el auto, y cuando se cerró la puerta, con Isabel ya dentro, se asomó por la ventana de adelante. Era Javier, pero no parecía prestarle atención. Y detrás de él, Luis Zaldivar le regresaba una mirada aterrada.

-¡Te dije que la próxima vez que te viera, iba a matarte!-, le dijo Daniel, señalándolo con el dedo, mientras el otro muchacho parecía alejarse. El auto dio reversa, una vuelta intrépida de nuevo a la salida, y aceleró. Las presas que estaban en la entrada tuvieron que hacerse a un lado cuando el auto volvió a tomar velocidad para salir.

-¿Por qué los dejaste salir?-, gritó César, acercándose a su compañero. Daniel lo miró con reproche…

-Pronto los vamos a ver. Tenemos que salir de aquí…

 

El auto de Hiram salió a toda velocidad del edificio, justo antes de que todas las unidades de policía avanzaran para no dejar salir a nadie. La puerta de Isabel se abrió y salieron las dos chicas. Javier se apresuró a saltar por su puerta, y sin querer dar vuelta, se subió en la cajuela delantera, de un ágil salto, y corrió para abrazar a Azahena, que empezaba a sollozar desesperada.

Luis y Salvador salieron por la otra puerta, mientras Isabel y Hiram discutían algo en voz alta. A pesar de todo el ruido, Luis alcanzo a escuchar las palabras “Bryan” y “hacer”.

Otra explosión se dejó escuchar, esta vez un poco más cercana. Algunas unidades más ligeras de policía se abalanzaron hacía dónde había surgido la columna de humo, pero Javier sabía que sería demasiado tarde. Había visto a Daniel actuar una sola vez, y sabía que nadie podría atraparlo tampoco esta vez.

-Esto es sólo el comienzo, señor Carrillo. Por eso lo necesitamos con vida, por eso armamos el equipo perfecto para atraparlos. No se van a detener hasta conseguir lo que desean.

La voz de Hiram, más allá de tranquilizar los ánimos de los presentes, no hacían más que turbar más sus pensamientos.

-Gracias por venir por mí. No sé qué… ¡Querían matarme!-, gritó Azahena, y se puso a llorar.

-Salvador. Dale al señor Molina lo que quiere…

Salvador se acercó, desdobló la hoja que traía en el bolsillo del pantalón, y se la mostró a Hiram.

-Estas letras estaban grabadas en la carne de los doce cadáveres que nos mandaron revisar. Dicen algo, pero me imagino que falta una.

Hiram miró con más atención el papel:

O-LL-I-N-M-I-Q-U-I-Z-T-L

-Tomaron las dos L como una sola letra, y todas coinciden en que aparecieron en este orden, igual que como aparecieron los cadáveres. Ollin Miquiztl, y parece faltar una letra…

Luis se acercó y le arrebató el papel, sin importarle un comino lo que Salvador estaba explicando. El sudor le corría por la frente y las mejillas. Estaba asustado.

-¿Ollin Miquiztli? La letra que falta es una I. ¿Usted sabía lo que decía aquí?

Hiram lo miró desconcertado.

-¿Cómo lo sabe, señor Zaldivar?

-¡Es un idiota! ¿LA CONTRATÓ PARA FORMAR EL EQUIPO?

Javier no sabía lo que su amigo decía, pero pronto se daría cuenta. ¿Quién es ella?
 


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