Daniel miró a Azahena a los ojos, y ella vio en ellos terror y miedo, lo
que la hicieron retroceder. Bryan sólo podía ver de lejos sombras y confusión,
mientras abajo, el calor de las llamas ascendía un poco más. Isabel empezó a
toser por el humo, pero no se movió.
-Déjenla en paz. Vine por ella y me la llevaré. ¿No te conozco?
Isabel señaló con la punta de la pistola al hombre grande que acompañaba
a Daniel. Había salido en el periódico por haber causado la muerte de tres
personas en el Museo de Antropología hacía 10 años, pero ella dudaba bien si se
trataba del mismo hombre, ya que ahora estaba rapado, pero se veía igual de
amenazador que en aquellos tiempos.
César sonrió, pero no dejó de observar toda la escena frente a él.
-Bueno, eso me han dicho muchas personas. Por lo normal, no duran mucho
vivas…
César y Daniel se miraron, riéndose a carcajadas. Daniel movía los dedos
de manera compulsiva, y se escuchaba un leve sonido metálico, cómo si aferrara
entre sus dedos algo peligroso.
-No me importa quiénes sean, o a lo que vengan. Me llevaré a Azahena, y
eso no lo van a impedir. ¡Bryan! ¡Bryan!
El muchacho escuchó su nombre a través del alboroto, que ya era menos, y
se movió, brincando para que lo vieran: -¡Isa! ¡Tienen que salir de aquí!
Daniel puso atención a los gritos del hombre del otro lado del agujero,
pero no hizo nada. Avanzó levemente, mientras Isabel y Azahena se hacían hacía
atrás, algunas veces tropezando con los restos de pared y metal que se
atravesaban en el suelo.
-No queríamos llegar hasta este punto, querida amiga, pero ahora que lo
pienso bien, creo que sería mejor…
Cuando Daniel ya había caminado casi dos metros, y a Isabel no le
quedaba más que temblar con la pistola entre las manos, el muchacho, tomando
agilidad y vuelo, saltó de regreso, corriendo hasta el borde del agujero, para
llegar de un enorme salto hasta el otro lado. Bryan tuvo que hacerse hacia
atrás, cayendo sobre su costado, mientras miraba cómo Daniel se ponía de pie
frente a él.
-¡Excelente salto!-, gritó César desde el otro lado. Daniel hizo una
pequeña reverencia.
-Encárgate de ellas. Tengo otro asunto en mente-, exclamó Daniel sin
gritar, ya que su voz era demasiado fuerte como para escucharse bien sin la
necesidad de elevarla.
César volteó y se tronó los dedos, mirando a las mujeres, que seguían
paralizadas cerca del recodo en aquel pasillo.
-Nos va a matar, tenemos que salir, por favor…-, dijo Azahena, gritando y
jalando a Isabel de la manga para que se apresuraran.
-No puedo, falta Bryan… ¡Bryan…!
El muchacho volvió a escuchar la voz de Isabel, y levantándose, se fue
alejando un poco de Daniel.
-Váyanse. Iré después de ustedes. Isabel…
La muchacha, que estaba a punto de desaparecer en el pasillo, se detuvo
un momento, bajando el arma.
-¿Bryan?
-Te quiero mucho, preciosa…
Isabel abrió los ojos, y aunque quiso dar un paso más de regreso,
Azahena la agarró para que no se animara a hacerlo. Y César ya venía hacía ellas,
con pasos grandes y pesados, pero sin ninguna prisa.
Daniel miró a Bryan a los ojos, y dejó de mover los dedos, mostrando
unas extrañas uñas, de aspecto metálico, que parecían resplandecer con el
brillo del fuego. Bryan sacó de su bolsillo en el saco una pistola, que parecía
exceder incluso el tamaño de una de sus manos.
-Incluso en la oscuridad, los hombres más valientes temen. Lo siento
demasiado Bryan, pero no creo que vuelvas a ver a esa hermosa mujer nunca más…
Daniel se abalanzó, usando cómo armas aquellas uñas metálicas y Bryan
soltó un disparo, que obviamente no dio en el punto indicado. Un rasguño de
metal desgarró el pecho de Bryan, manchando su ropa de sangre, que brotaba
demasiado pegada a la piel. El agente tuvo que soltar la pistola para poder
pelear, y se dio cuenta que era imposible.
Daniel se movía con una destreza y agilidad, que incluso el aire se
rasgaba y se escuchaba con cada golpe de las garras en el vacío. Bryan ignoraba
el dolor de las heridas en el pecho, y trataba de propinarle un golpe, pero era
demasiado rápido. En un momento, Daniel se atrevió a bajar la guardia y Bryan
le tomó una de las manos, pero con la otra, Daniel le encajó las uñas en el
vientre, justo en el centro del estómago. El dolor dio paso a una corriente de
sangre inevitable, que inundó poco a poco el suelo a sus pies.
-Eres un… maldito…- La voz de Bryan se escuchaba adolorida, desesperada,
y sus ojos mostraban miedo y odio.
-Yo no tuve la culpa, querido amigo. Si de verdad quieres encontrar a un
culpable, busca al que planeó todo esto…
Las garras ensangrentadas salieron con otro estallido de dolor, y cuando
Bryan soltó la otra mano, Daniel usó ambas y arrojó al agente hacía el agujero,
empujándolo hacía el fuego. Lo vio caer y desaparecer entre las llamas, y sólo
sonreía. Se sacudió la mano ensangrentada, y aunque la mayoría del líquido
salpicó una pared cercana, no toda se cayó y la que quedó Daniel la lamió.
-Hora de terminar el trabajo…
El celular del comandante Hiram Molina vibró bajo su saco. El hombre,
que estaba a punto de retirarse de la oficina de Javier Carrillo se detuvo,
para contestar. Era el número de la agente Aros.
-¿Qué sucede?-, preguntó con voz severa.
Nadie dijo nada. Luis se había alejado de Javier para tomar un poco de
agua, y Salvador estaba cerca del escritorio del médico, y no se había separado
de él por más que quisiera. Javier ponía atención a la plática, pero no alcanzó
a escuchar nada. Hiram compuso una cara de preocupación, con los ojos
desmesuradamente abiertos, y las narinas le resoplaban rápidamente.
-¡Salgan de ahí, cuanto antes! Voy para allá…
Y colgó. Hasta Luis derramó la mitad de su vaso cuando el comandante
Molina vociferó aquella orden. Era obvio que algo iba mal.
-¿Sucede algo, comandante?-, preguntó Javier.
-Tenemos que irnos. Los cuatro cabemos en mi auto. Vamos, dense prisa…
Nadie necesitaba explicaciones, y menos de un funcionario de tal
categoría. Primero salió Salvador, tratando de entender en lo que se había
metido. Javier se quedó en la puerta, esperando a que Luis tomara su chamarra y
se encaminara con ellos.
-El hecho de que vengas ahora no significa que te perdoné. Confié en ti,
y me traicionaste. Espero estés contento-, dijo Javier, mientras Luis se ponía
la chamarra debajo del marco de la puerta. Luis lo miró, desde debajo, cómo
quien mira desafiante a su atacante.
-Aún seguimos vivos, no molestes…
Después de que Luis salió, Javier azotó la puerta al cerrarla. Su rostro
estaba enojado, pero dentro no quería pensar en otra cosa.
Mientras el auto de Molina y sus acompañantes se dirigían al norte a
gran velocidad, Isabel y Azahena seguían corriendo, tropezando con algunos
escombros o chocando con mujeres que estaba histéricas. Las alarmas de incendio
no dejaban de sonar por todo el complejo, y una ligera capa de humo cubría casi
todo el suelo hasta el pecho. Azahena se sentía con el pecho ardiendo por el
calor y el humo, mientras Isabel iba un
poco adelantada, y había tenido que disponer de una linterna para ir
viendo por donde corrían.
-Hay que apresurarnos, no tardará en encontrarnos, por favor…
Azahena estaba desesperada, y su respiración empeoraba con más esfuerzo
que hacía. Isabel se detuvo un momento, para ir pareja a ella, pero detrás,
entre las sombras y el humo, venía César.
-¡No pueden esconderse, y están perdidas! Mejor salgan, y enfrenten su
destino…
Detrás de él, llegó corriendo Daniel ni siquiera parecía de lo más
cansado, y tocó el hombro de su enorme amigo.
-No, eso es descortés. Pronto serán nuestras, pero ya sabes a quién
vinimos a buscar. Además, sabes perfectamente que el jefe te está buscando.
Está molesto contigo…
César se detuvo un momento para mirar a Daniel con aquellos ojos
furiosos. Cerró los puños, pero Daniel sólo supo cruzar los brazos, y mirarlo
sin miedo, demasiado divertido.
-El señor no me ayudó cuando me metieron en este maldito infierno hace
10 años. Espero sea para algo bueno, no quiero perderme de mi libertad si tengo
que ir a la boca del lobo a morir…
Daniel negó con la cabeza, y puso las manos detrás de su espalda. Podía
escucharse de nuevo el chasquido de sus uñas, unas contra otras. Ese sonido
ponía a César nervioso.
-El señor sabe recompensar muy bien. Tan solo si entendieras por lo que
estamos aquí, no te quejarías, maldita sea. Ahora vamos por ellas, antes de que
sepan por donde salir…
Mientras los dos asesinos seguían el camino del pasillo, Azahena e
Isabel seguían con paso apresurado, y aunque ya no había mucho humo, el
cansancio se notaba.
-¿A quién le llamaste?-, dijo Azahena, recordando que Isabel había hecho
una llamada en su celular, pidiendo auxilio.
-Es mi jefe inmediato, nos sacará de aquí, no te preocupes. ¿Para dónde
es?
Azahena señaló un camino hacia la izquierda, bajando unas escaleras.
Después de brincar los escalones de tres en tres para apresurarse, llegaron
hasta un pasillo exterior, dónde la gente se había agolpado para salir por la
única puerta al patio principal. Eran muchas las presas que querían salir, pero
entre golpes, gritos y desmayos, nadie podía pasar. Isabel y Azahena intentaban
quitar a la gente para poder pasar, pero era inútil. Isabel se quedó como de
piedra cuando vio bajar a César y Daniel por las escaleras, pero cuando se
desviaron para el otro lado, comprendió que no las habían visto aún.
-Tenemos que salir, son ellos…
Daniel alcanzó a escuchar aquellas palabras desesperadas entre los
gritos de las presas ansiosas por salir. La voz de Azahena era inconfundible,
una dulce melodía para sus oídos. Se dio media vuelta, y ahí las vio,
agazapadas, cómo gatos atrapados en la pared de un oscuro callejón.
-César, aquí están nuestras presas…
El enorme amigo de Daniel volteó, y mirando a lo lejos del pasillo,
encontró los dos rostros muertos de miedo de Isabel y Azahena. La agente,
preparada para cualquier cosa, levantó de nuevo su arma, esta vez sin temblar, y
apuntando directamente al pecho de Daniel, que ya había empezado a caminar
hacía ellas. Estaban perdidas…
Entonces, un estruendo se escuchó hacía la derecha de Isabel, y Azahena
miró por encima de ella. Lo que vieron fue imposible, pero a pesar de todo, ahí
estaba…
Un minuto antes, el auto de Hiram llegó derrapando, dando vueltas y
movimientos inesperados entre las camionetas de las policías y los reporteros.
Un helicóptero ya había llegado al lugar, alumbrando más allá de la puerta que
tenían más cerca. Javier reconoció el edificio cuándo la enorme linterna de la
aeronave iluminó el borde entre el techo y la pared.
-Azahena… ¡Por qué ella!
-Tranquilo señor Carrillo, tenemos que entrar por ella y por la agente
que tengo dentro. No creo que nos dejen pasar…
-¡Ahí, mire!-, gritó Salvador, señalando por encima del hombro de Hiram.
Era una de las puertas de visita, que daba al patio de ejercicios del
reclusorio femenil. Había algunos agentes con las puertas entreabiertas,
tratando de controlar la situación.
-¡TODOS, AGÁRRENSE FUERTE!
Hiram presionó fuerte el acelerador, dando una vuelta hacía la
izquierda, enfilando el auto hacía la puerta, mientras las llantas rebotaban
entre las piedras y la tierra suelta. Entre el barullo de sonidos, el motor,
las sirenas lejanas y las aspas del helicóptero, Luis escuchaba más bien una
música que significaba el fin inminente.
-¿Qué pretende hacer, comandante?-, preguntó Javier, tratando de buscar
un borde en el asiento en el cual aferrarse. Hiram no parecía contestar, y se
concentraba en poder acelerar más, antes de que cerraran por completo el
portón. Cuando los guardias se dieron cuenta de que el auto venía hacía ellos,
intentaron cerrar, pero fue inútil. El auto aceleró un poco más antes de chocar
contra la puerta medio abierta, y los vigilantes se lanzaron hacía los lados.
El estruendo fue poderoso, el impacto muy doloroso, e incluso la
sacudida violenta hizo que la cabeza de Luis chocara contra el vidrio. Javier
estaba agarrado del capó del auto y Salvador había puesto sus manos enfrente,
recargando su peso en el asiento de Hiram. El patio del reclusorio de mujeres
era un caos, con personas corriendo en todas partes, y otras, viendo la
oportunidad de la puerta destrozada, se abalanzaron hacía la salida. Afuera ya
había más policías para impedirles el paso.
-¿Y ahora a dónde?-, exclamó Hiram, mirando por la ventanilla. Había un
caos por todas partes, y el ruido era cada vez mayor.
-¡Ahí, derecho!-, señaló Javier hacía el tumulto de personas que querían
salir por la reja al patio. El auto volvió a acelerar, sin detenerse hasta que
rompió parte de la reja, separando a las dos mujeres y a Daniel, que se detuvo abruptamente
cuando el auto le cortó el paso. Azahena miró aterrada el auto, y la puerta de
atrás, dónde estaba Salvador, se abrió.
-¡Entren!-, gritó Hiram, mientras Isabel le daba paso a Azahena de
entrar. Del otro lado, Daniel miraba atónito el auto, y cuando se cerró la puerta,
con Isabel ya dentro, se asomó por la ventana de adelante. Era Javier, pero no
parecía prestarle atención. Y detrás de él, Luis Zaldivar le regresaba una
mirada aterrada.
-¡Te dije que la próxima vez que te viera, iba a matarte!-, le dijo
Daniel, señalándolo con el dedo, mientras el otro muchacho parecía alejarse. El
auto dio reversa, una vuelta intrépida de nuevo a la salida, y aceleró. Las
presas que estaban en la entrada tuvieron que hacerse a un lado cuando el auto
volvió a tomar velocidad para salir.
-¿Por qué los dejaste salir?-, gritó César, acercándose a su compañero.
Daniel lo miró con reproche…
-Pronto los vamos a ver. Tenemos que salir de aquí…
El auto de Hiram salió a toda velocidad del edificio, justo antes de que
todas las unidades de policía avanzaran para no dejar salir a nadie. La puerta
de Isabel se abrió y salieron las dos chicas. Javier se apresuró a saltar por
su puerta, y sin querer dar vuelta, se subió en la cajuela delantera, de un
ágil salto, y corrió para abrazar a Azahena, que empezaba a sollozar
desesperada.
Luis y Salvador salieron por la otra puerta, mientras Isabel y Hiram
discutían algo en voz alta. A pesar de todo el ruido, Luis alcanzo a escuchar
las palabras “Bryan” y “hacer”.
Otra explosión se dejó escuchar, esta vez un poco más cercana. Algunas unidades
más ligeras de policía se abalanzaron hacía dónde había surgido la columna de
humo, pero Javier sabía que sería demasiado tarde. Había visto a Daniel actuar
una sola vez, y sabía que nadie podría atraparlo tampoco esta vez.
-Esto es sólo el comienzo, señor Carrillo. Por eso lo necesitamos con
vida, por eso armamos el equipo perfecto para atraparlos. No se van a detener
hasta conseguir lo que desean.
La voz de Hiram, más allá de tranquilizar los ánimos de los presentes,
no hacían más que turbar más sus pensamientos.
-Gracias por venir por mí. No sé qué… ¡Querían matarme!-, gritó Azahena,
y se puso a llorar.
-Salvador. Dale al señor Molina lo que quiere…
Salvador se acercó, desdobló la hoja que traía en el bolsillo del
pantalón, y se la mostró a Hiram.
-Estas letras estaban grabadas en la carne de los doce cadáveres que nos
mandaron revisar. Dicen algo, pero me imagino que falta una.
Hiram miró con más atención el papel:
O-LL-I-N-M-I-Q-U-I-Z-T-L
-Tomaron las dos L como una sola letra, y todas coinciden en que
aparecieron en este orden, igual que como aparecieron los cadáveres. Ollin Miquiztl, y parece faltar una
letra…
Luis se acercó y le arrebató el papel, sin importarle un comino lo que
Salvador estaba explicando. El sudor le corría por la frente y las mejillas. Estaba
asustado.
-¿Ollin Miquiztli? La letra
que falta es una I. ¿Usted sabía lo que decía aquí?
Hiram lo miró desconcertado.
-¿Cómo lo sabe, señor Zaldivar?
-¡Es un idiota! ¿LA CONTRATÓ PARA FORMAR EL EQUIPO?
Javier no sabía lo que su amigo decía, pero pronto se daría cuenta. ¿Quién es ella?
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