Susto Universitario.
En el escondite de siempre, un lugar abandonado hace años después del
terremoto del 85, se reunían las personas más ruines y malvadas de la ciudad,
siempre escondidos de la vista de los demás seres humanos. Asesinos,
contrabandistas, sicarios, traficantes, todos ellos se reunían en el mismo
lugar siempre, para trabajar “en algo”, como siempre decían en el mundo real.
Un muchacho iba apresurado con una taza de café, corriendo entre los
presentes, que cargaban cosas y llevaban y traían otras más. Parecía
preocupado, mientras el aroma del café le llegaba penetrante al rostro. Miró a
un lado y luego al otro de aquel enorme lugar, y ahí lo encontró, rodeado de
unos cuantos personajes.
Daniel estaba dando órdenes acerca de algo que no se escuchaba demasiado
por el escándalo. Los muchachos y la chica que estaban alrededor de él
asentían, y algunos se retiraron a cumplir sus órdenes. El muchacho del café se
acercó caminando rápidamente, y se puso cerca de Daniel para que lo notara.
-Aquí estás… Al menos está caliente, espero que lo hayas hecho cómo te
dije-, dijo Daniel observando al muchacho, quién con mano temblorosa le colocó
la taza entre sus delgadas manos. Daniel miró el líquido oscuro dentro del
recipiente, se acercó un poco a olerlo, y sorbió un poco. Los demás lo miraban,
atentos.
Un gesto de disgusto en la mirada de Daniel le indicó al muchacho que
había hecho algo mal en el café. Daniel lo miró de nuevo, esta vez con furia, y
le arrojó el café hirviendo en el rostro. Un grito desgarrador inundó el
ambiente, y todos los que estaban cerca se pararon de repente. Daniel se acercó
con la taza aún en la mano, y empezó a golpear al muchacho con ella. El pobre
no hizo más que hacerse un ovillo en el suelo, tratando de esquivar cada golpe.
La taza chocaba contra la cabeza del muchacho más fuerte con cada
palabra enfatizada por el enojo. Los que estaban alrededor se hicieron más
hacía atrás, sin dejar de mirar ese arrebato de furia. La sangre salpicó el
suelo en un santiamén, y hasta que no estuvo decidido, Daniel arremetió más
fuerte con la taza, gritando “¡HIJO DE PUTA!” antes de que la taza se hiciera
pedazos en el cráneo fracturado de aquel desdichado.
-Basta…
La voz potente de Viktor se escuchó en el recinto y todos volvieron a lo
que estaban haciendo antes, ya que infundía más miedo él con su sola presencia.
Daniel dejó caer el asa rota de la taza a lado del cuerpo ya sin vida del
muchacho del café, y se limpió la cara de las pocas gotas de sangre que le habían
salpicado.
-Les prohibí que mataran a los miembros de este equipo, todos son
indispensables para el plan que tenemos en mente, ¿y tú los matas con cada
berrinche que haces?
Daniel no dijo una sola palabra, pero no dejaba de mirar a Viktor a los
ojos. De todas las personas que estaban ahí, era el único capaz de plantarle
cara, por su agilidad y su falta coherente de miedo. Viktor también lo sabía,
pero evitaba meterse con él, sólo lo regañaba, porque pensaba que hacía lo
correcto.
-Si hubieras encontrado gente competente para lo que debe hacer bien, no
estaríamos así. ¿Hablaste con César?
Daniel empezó a limpiarse la mano ensangrentada con un trapo, y Viktor
se acercó más, con las manos por detrás de la espalda, dando pasos lentos y
mirándose de vez en cuando la punta de los zapatos.
-Hablamos, sí. Me dijo cómo fue que lo sacaste de la cárcel, y al
parecer, las bombas plásticas compactas sirvieron muy bien. Me confesó su error
hace diez años, y lo bien que desempeñaste tu parte en aquel incidente. Ahora él
sabe que no estamos detrás de aquel cuchillo, y que perdimos el rastro de su
paradero. Lo mandé a una misión…
Daniel tiró el pañuelo sucio al suelo, poniendo un rostro crispado, que
siempre componía cuando algo no le parecía. Las uñas de los dedos le calaron un
poco, cuando se las clavó en los muslos para disimular su enojo.
-¿Y por qué yo no voy?-, dijo el muchacho, sintiéndose desplazado y
ofendido.
Viktor lo miró, con su sonrisa sarcástica a través de la barba.
-Porque necesita aprender y regresar a hacer lo que se le pida, por eso.
Tú ya hiciste bastante por ahora, y lo has hecho bien. Me dijo que te
encontraste con Luis Zaldivar la noche pasada en el reclusorio…
Daniel sonrió, y volvió a tranquilizarse poco a poco. Recordaba el
rostro de Luis, lleno de miedo por su presencia en aquel lugar.
-No tienes una idea de cómo estaba, Viktor. Sus ojos tenían miedo, y él
se moría de ganas de salir de ahí. Al parecer no olvidó mi promesa, de que
cuando lo volviera a ver, lo mataría. Pretendo cumplírsela, si tú me lo
permites, claro…
Viktor asintió, y le tocó el hombro a Daniel en señal de amistad.
-Por ahora, necesito que te quedes aquí, y que busques la mejor manera
de entrenar a la gente que sacaste de la cárcel anoche. Muy buena idea de tu parte,
reemplazar a los miembros que matas con esos desdichados…
Daniel miró por encima de algunas cajas más allá del hombro de Viktor. Había
una treintena de hombres y unas cuantas mujeres, intimidantes y un poco
salvajes. Al parecer, todos querían salir de ahí, y Daniel les ofreció algo
mejor. Todos estaban de acuerdo, pero al parecer estaban impacientes por
empezar pronto con las cosas que debían de hacer.
-Haré lo posible, Viktor. Mientras tanto, vigila a César. Si se
equivoca, yo mismo lo mataré, y no te pediré permiso.
Daniel se alejó, dando grandes zancadas en cada paso, y Viktor miró de
nuevo el cadáver del muchacho. Alguien se encargaría de él.
Viktor tenía una bodega solitaria, pequeña, para sus propios planes. En ella,
había una hermosa cama, con dosel y cortinas. Parecía una preciosa recámara,
con tocador y otros muebles, pero enmarcada en un espacio de pesadilla, sin
pintura, con algo de humedad. En la cama estaba Flor, sentada, mirándolo. No la
retenía amarrada ni esposada, pero ella sabía cuándo estar tranquila.
-¿Qué desea?-, dijo Flor, mirándolo con todo el odio. Estaba despeinada,
algo sucia, y en sus ojos pasaban las marcas del desvelo total. Viktor no la
miró, pero tampoco se abalanzó sobre ella para hacerle daño.
-Tengo la intención, señorita Chávez, de buscar a Javier Carrillo a toda
costa. Ese hombre me ha puesto en ridículo antes, y quiero pagarle con la misma
moneda. Estará enterada de que en el nuevo equipo de investigación de su jefe
el comandante Molina hay un espía, ¿verdad?
Flor abrió más los ojos, y sacudió la cabeza, esperando que todo eso
fuera una mentira.
-No es cierto. No puede ser…
-Pues no debería ser tan ingenua, muchachita. Esa persona fue enviada
para matar a una persona en particular, pero también ha estado mandando
información, y eso es de ayuda. Seguiré los pasos de Javier Carrillo
lentamente, y ni siquiera él se va a dar cuenta. Y cuando mi informante cumpla
con su trabajo de asesinar, bueno, será doblemente recompensado…
Flor no se mostró nerviosa, al contrario, ya que estando más tranquila,
ponía más atención.
-¿Y por qué me dice todo esto, señor Kunnel? Estoy atrapada aquí, no
puedo hacer nada al respecto. ¿Qué gana con eso?
Viktor ahora sí la miró, se acercó a la cama, y se sentó casi a lado de
Flor, quién se alejó un poco de su presencia.
-El motivo de que usted esté aquí se debe a eso, a la incertidumbre. Quiero
mantenerla aislada, al menos no de mis propias noticias. El miedo es un buen
catalizador para el cerebro, para el potencial escondido de nuestra mente. Será
un vehículo del miedo, de la impotencia, pero no será la única. Hoy es 02 de
Noviembre, tenemos un mes y 10 días para divertirnos… Cuando llegue el momento,
sabrá lo que hice con usted…
Viktor se levantó, y caminó de nuevo a la puerta, cerrándola después.
Flor miró el lugar donde él se había sentado, y encontró una calaverita de azúcar,
con su propio nombre en un papelito de color rosa…
Isabel estaba frente a la bolsa negra, con el cadáver de Bryan, después
de que los forenses la cerraron. Sólo había entrado Javier con ella, pero ella
no parecía ponerle atención. Él la miraba, apoyado en una de las paredes de la
morgue. Había sido una experiencia aterradora ver aquel cuerpo casi calcinado,
pero al menos con la mitad reconocible.
-Lo siento mucho, Isabel. Sé que es duro, pero hay que continuar con el
plan. Hay que garantizar que la gente va a estar bien, y sé que eso lo hubiera
querido Bryan. Mañana empezaremos a poner en práctica lo que sabemos, y no sé qué
más tenga en mente el comandante Molina, pero…
Isabel lo miró, con ojos llorosos y un poco resignados.
-¿Tiene idea de lo que se siente perder a alguien, señor Carrillo? ¿O
sólo sabe hacer su trabajo bien?
Javier tomó un banco que estaba cerca, lo acercó a Isabel, y se sentó
cerca de ella.
-Mi padre falleció antes de entrar al SEMEFO. Fue una experiencia
terrible, ya que somos 8 hermanos, y mi padre se casó de nuevo. Toda la familia
estuvo triste durante mucho tiempo, pero decidí venir a la ciudad, a trabajar
en lo que quería. La muerte de mi padre puede que me haya inspirado a trabajar
en servicio de resolver las muertes de las personas, pero el hecho de estar
lejos de mi familia me quema demasiado. En ese sentido no sólo perdí a mi
viejo, sino a mis hermanos, a mis sobrinos y a todos los demás.
“Luego encontré a Luis, y a pesar de que ahora estamos distanciados,
siempre ha sido cómo uno hermano. Creo que por eso me he enojado con él, porque
siempre lo he defendido y salvado de muchas, y él sólo sabe investigar e
indagar. Hace cómo 4 años, investigamos a un asesino que se disfrazaba del
maldito fantasma de María Félix para asustar y matar. Cuando descubrimos su
identidad, tomó a Luis por el cuello, e intentó rebanárselo. Tuve que
dispararle al asesino en la cabeza antes de que matara al muchacho…
“Creo que fue la primera vez que maté a alguien en defensa propia,
aunque mi vida no estaba en peligro. Luis es una persona complicada, pero no
soportaría tampoco la idea de perderlo, aunque yo no lo demuestre. Es un
muchacho muy bueno, y ha ayudado en mucho, y creo que me equivoqué en enojarme
con él…”
Isabel estaba atenta a cada palabra que Javier decía. Nunca había
imaginado que una persona tan seria cómo Javier podría explayarse así de sus
sentimientos.
-¿Y por qué no le dice? El señor Zaldivar es un poco extraño, lo admito,
pero no creo que lo haya hecho con mala fe. Yo no estoy tan enterada de todo lo
que implicaba mandar información al IECM acerca de su trabajo, pero todo puede
ayudar, no lo dude…
Javier asintió y se puso la mano alrededor de las sienes. Sonrió un
poco, tratando de conciliar la jaqueca.
-Creo que tienes razón, Isabel. Aun así, y cambiando el tema, quiero que
sepas que entiendo tu pérdida. Voy a salir con los demás, si necesitas algo, no
estaré lejos.
Javier se levantó y se encaminó a la salida. Isabel lo nombró:
-Señor Carrillo…
-¿Qué pasa?-, dijo Javier, deteniéndose a medio camino.
-Gracias, de verdad.
Javier sonrió y se alejó de nuevo caminando pesadamente.
Aquella noche del 02 de Noviembre, en un aula vacía de la facultad de
Filosofía y Letras, dos profesores preparaban sus papeles para un simposio
acerca de los inconvenientes sociales y políticos en el ataque al reclusorio la
noche pasada. Luis Graillet escribía algunas notas en la laptop y Alberto Ruiz
le dictaba ciertas ideas:
-“Y es así cómo el estado de derecho adquiere su forma más débil ante
los medios de comunicación. La sociedad necesita información confiable para
generar sus propios juicios y…” ¿Ya vio que hora es profesor Graillet? Creo que
deberíamos acabar por hoy…
Luis Graillet dejó de escribir, y lo miró a través de los lentes. Su ceño
era divertido, y a Alberto le causó risa.
-Muy bien, señor Ruiz, pero no me diga eso, me siento cada vez más
viejo. De todas maneras, creo por dónde va tu idea, y terminaré de escribirla
en casa, eso se me hace justo. ¿Vienes también?
Luis ya estaba de pie, y Alberto apenas empezaba a recoger algunos
documentos impresos.
-Ni idea, tengo que dejar todo cómo estaba. De todas maneras, quedarnos
en la facultad después del horario permitido ya es mucho. Nos veremos mañana, ¿está
bien?
-Perfecto, gracias por tu apoyo Alberto, espero ya la fecha del
simposio. La gente no puede creer tantas cosas que implican un ataque directo a
un lugar como ese. ¿Tienes idea de quién pudo haber sido?
Alberto miró hacía los papeles que estaba acomodando, mientras Luis se
ponía en el hombro la mochila con la computadora ya dentro.
-No creo que hayan sido narcotraficantes. Ya viste las noticias, nadie
tiene un arma de ese tipo para abrir las paredes. En fin, hasta mañana…
-No te vayas tan tarde, profesor Ruiz. Y cuídate…
Luis se alejó, componiendo una sonrisa antes de cerrar la puerta.
Alberto escuchó sus pasos alejándose por el pasillo hacía la salida.
-No quisiera saber quiénes fueron, y por eso me siento con miedo…-, dijo
Alberto para sí mismo. Fue cuando escuchó el rechinido de la puerta, que se
abrió un poco, dejando entrar un poco de aire.
Alberto dejó el fajo de papeles sobre el escritorio, y miró hacia la
puerta. No había nada ni nadie quién la hubiera abierto por error.
-¿Hola? Perturban mi conciencia, muchachos…
Nadie contestó. Alberto soltó una risita floja y se puso de pie, un poc
nervioso, parea caminar hacía la puerta.
De repente, sin aviso, alguien le saltó por delante, sacándole un susto
de muerte, que casi lo hizo tropezar con una de las butacas. Era una muchacha,
de cabello largo y ojos rasgados, muy bonita. Se estaba carcajeando al ver la
cara pálida de Alberto, que no hizo otra cosa más que verla con ojos de furia.
-¡Sorpresa, chaparrito! No quise asustarte, pero fue una buena idea…
Lo abrazó, y él se sintió más tranquilo. Acarició su pelo largo y le dio
un beso en la mejilla.
-Eres una tonta. Pensé que eras… Bueno, da igual. Déjame recoger mis cosas,
y nos vamos.
La chica se llamaba Ángeles, pero le gustaba que le dijeran Angie,
aunque no le importaba demasiado. Se sentó en una butaca a mirar a Alberto,
mientras recogía sus papeles y demás cosas.
-No me vayas a dejar fuera del simposio, quiero venir a verte. El consultorio
se pone aburrido, y a veces ni siquiera tengo citas. Necesito hablar de algo
más que no sean dientes…
Alberto soltó una carcajada, arrugando la nariz a través de las gafas.
-Tu carrera es interesante, Angie. Nunca lo dudes. Pero de todas
maneras, un poco de filosofía política y social no te va a hacer daño. Listo,
vámonos…
Cuando se levantaron, las luces del aula se apagaron. Alberto frunció el
ceño, y Angie se acercó rápidamente a él, para agarrarse de su brazo.
-¿Es otro de tu sustitos? Ahora sí lo estás haciendo de poca, la verdad.
¿Cómo le hiciste para apagar las luces?
-Yo no hice nada, Alberto. Ya vámonos, ¿quieres? A lo mejor los de
intendencia ni siquiera saben qué estabas aquí, ¿quién te manda quedarte tan
tarde?
Alberto la tomó de la mano, agarrando las cosas con la otra, y salieron
del salón ahora vacío.
Las luces del pasillo también estaban apagadas, y las ventanas que daban
a los jardines sólo reflejaban sombras tan opacas de los árboles con la luz de
la luna.
-Esto no está bien. Sal de aquí, y ve por alguien, por favor…
-Pero Alberto…
Angie se quedó callada, cuando Alberto le soltó la mano, para hacerle
una seña con el dedo en la boca. Ambos estaban quietos, tratando de escuchar. No
había nada ni nadie, pero había un susurro en el aire, y pasos apagados, justo
detrás de ellos…
Un golpe por detrás, y Alberto y Angie cayeron al suelo, sólo que ella,
más liviana, salió rodando algunos metros más allá. Sentía que se había doblado
el tobillo, y apenas pudo ponerse de pie. Vio que Alberto estaba en el suelo,
mirándola, y sobre su costado, una enorme pierna, de una persona también muy
alta y gruesa. En la oscuridad no alcanzó a verle la cara, pero se asustó
demasiado cómo para poder hacer algo.
-¡CORRE! ¡VETE…!
Alberto pudo gritar con todas sus fuerzas, antes de que aquel enorme
personaje lo girara, y le golpeara el pecho.
-Te encontré, Alberto. Le debes una a Viktor aún, espero estés orgulloso
de ayudarle en su plan…
Alberto tosió, y miró a su atacante. Lo reconoció por la voz.
-No, César… No te vas a salir con la tuya…
César sacó de su cinturón un cuchillo demasiado grande y afilado, y
sonrió antes de bajar la navaja en un último golpe.
Angie no quiso mirar hacia atrás, y aunque las lágrimas le escurrían por
las mejillas, seguía corriendo, cojeando con su tobillo torcido, hacía la
salida. Pero antes de llegar a la puerta, una figura la detuvo, haciéndola
tropezar. Era un enorme pájaro, cómo un pavo o guajolote, pero la mitad del
cuerpo para arriba, en vez de cabeza de ave, era un torso de mujer, con una
máscara de sufrimiento y terror.
Angie gritó, justo cuándo aquella figura macabra se lanzó hacía ella…
FIN DE LA PRIMERA
PARTE