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miércoles, 20 de febrero de 2013

El Último Sacrificio: Susto Universitario (FIN DE LA PRIMERA PARTE)


Susto Universitario.
En el escondite de siempre, un lugar abandonado hace años después del terremoto del 85, se reunían las personas más ruines y malvadas de la ciudad, siempre escondidos de la vista de los demás seres humanos. Asesinos, contrabandistas, sicarios, traficantes, todos ellos se reunían en el mismo lugar siempre, para trabajar “en algo”, como siempre decían en el mundo real.
Un muchacho iba apresurado con una taza de café, corriendo entre los presentes, que cargaban cosas y llevaban y traían otras más. Parecía preocupado, mientras el aroma del café le llegaba penetrante al rostro. Miró a un lado y luego al otro de aquel enorme lugar, y ahí lo encontró, rodeado de unos cuantos personajes.
Daniel estaba dando órdenes acerca de algo que no se escuchaba demasiado por el escándalo. Los muchachos y la chica que estaban alrededor de él asentían, y algunos se retiraron a cumplir sus órdenes. El muchacho del café se acercó caminando rápidamente, y se puso cerca de Daniel para que lo notara.
-Aquí estás… Al menos está caliente, espero que lo hayas hecho cómo te dije-, dijo Daniel observando al muchacho, quién con mano temblorosa le colocó la taza entre sus delgadas manos. Daniel miró el líquido oscuro dentro del recipiente, se acercó un poco a olerlo, y sorbió un poco. Los demás lo miraban, atentos.
Un gesto de disgusto en la mirada de Daniel le indicó al muchacho que había hecho algo mal en el café. Daniel lo miró de nuevo, esta vez con furia, y le arrojó el café hirviendo en el rostro. Un grito desgarrador inundó el ambiente, y todos los que estaban cerca se pararon de repente. Daniel se acercó con la taza aún en la mano, y empezó a golpear al muchacho con ella. El pobre no hizo más que hacerse un ovillo en el suelo, tratando de esquivar cada golpe.
La taza chocaba contra la cabeza del muchacho más fuerte con cada palabra enfatizada por el enojo. Los que estaban alrededor se hicieron más hacía atrás, sin dejar de mirar ese arrebato de furia. La sangre salpicó el suelo en un santiamén, y hasta que no estuvo decidido, Daniel arremetió más fuerte con la taza, gritando “¡HIJO DE PUTA!” antes de que la taza se hiciera pedazos en el cráneo fracturado de aquel desdichado.
-Basta…
La voz potente de Viktor se escuchó en el recinto y todos volvieron a lo que estaban haciendo antes, ya que infundía más miedo él con su sola presencia. Daniel dejó caer el asa rota de la taza a lado del cuerpo ya sin vida del muchacho del café, y se limpió la cara de las pocas gotas de sangre que le habían salpicado.
-Les prohibí que mataran a los miembros de este equipo, todos son indispensables para el plan que tenemos en mente, ¿y tú los matas con cada berrinche que haces?
Daniel no dijo una sola palabra, pero no dejaba de mirar a Viktor a los ojos. De todas las personas que estaban ahí, era el único capaz de plantarle cara, por su agilidad y su falta coherente de miedo. Viktor también lo sabía, pero evitaba meterse con él, sólo lo regañaba, porque pensaba que hacía lo correcto.
-Si hubieras encontrado gente competente para lo que debe hacer bien, no estaríamos así. ¿Hablaste con César?
Daniel empezó a limpiarse la mano ensangrentada con un trapo, y Viktor se acercó más, con las manos por detrás de la espalda, dando pasos lentos y mirándose de vez en cuando la punta de los zapatos.
-Hablamos, sí. Me dijo cómo fue que lo sacaste de la cárcel, y al parecer, las bombas plásticas compactas sirvieron muy bien. Me confesó su error hace diez años, y lo bien que desempeñaste tu parte en aquel incidente. Ahora él sabe que no estamos detrás de aquel cuchillo, y que perdimos el rastro de su paradero. Lo mandé a una misión…
Daniel tiró el pañuelo sucio al suelo, poniendo un rostro crispado, que siempre componía cuando algo no le parecía. Las uñas de los dedos le calaron un poco, cuando se las clavó en los muslos para disimular su enojo.
-¿Y por qué yo no voy?-, dijo el muchacho, sintiéndose desplazado y ofendido.
Viktor lo miró, con su sonrisa sarcástica a través de la barba.
-Porque necesita aprender y regresar a hacer lo que se le pida, por eso. Tú ya hiciste bastante por ahora, y lo has hecho bien. Me dijo que te encontraste con Luis Zaldivar la noche pasada en el reclusorio…
Daniel sonrió, y volvió a tranquilizarse poco a poco. Recordaba el rostro de Luis, lleno de miedo por su presencia en aquel lugar.
-No tienes una idea de cómo estaba, Viktor. Sus ojos tenían miedo, y él se moría de ganas de salir de ahí. Al parecer no olvidó mi promesa, de que cuando lo volviera a ver, lo mataría. Pretendo cumplírsela, si tú me lo permites, claro…
Viktor asintió, y le tocó el hombro a Daniel en señal de amistad.
-Por ahora, necesito que te quedes aquí, y que busques la mejor manera de entrenar a la gente que sacaste de la cárcel anoche. Muy buena idea de tu parte, reemplazar a los miembros que matas con esos desdichados…
Daniel miró por encima de algunas cajas más allá del hombro de Viktor. Había una treintena de hombres y unas cuantas mujeres, intimidantes y un poco salvajes. Al parecer, todos querían salir de ahí, y Daniel les ofreció algo mejor. Todos estaban de acuerdo, pero al parecer estaban impacientes por empezar pronto con las cosas que debían de hacer.
-Haré lo posible, Viktor. Mientras tanto, vigila a César. Si se equivoca, yo mismo lo mataré, y no te pediré permiso.
Daniel se alejó, dando grandes zancadas en cada paso, y Viktor miró de nuevo el cadáver del muchacho. Alguien se encargaría de él.

Viktor tenía una bodega solitaria, pequeña, para sus propios planes. En ella, había una hermosa cama, con dosel y cortinas. Parecía una preciosa recámara, con tocador y otros muebles, pero enmarcada en un espacio de pesadilla, sin pintura, con algo de humedad. En la cama estaba Flor, sentada, mirándolo. No la retenía amarrada ni esposada, pero ella sabía cuándo estar tranquila.
-¿Qué desea?-, dijo Flor, mirándolo con todo el odio. Estaba despeinada, algo sucia, y en sus ojos pasaban las marcas del desvelo total. Viktor no la miró, pero tampoco se abalanzó sobre ella para hacerle daño.
-Tengo la intención, señorita Chávez, de buscar a Javier Carrillo a toda costa. Ese hombre me ha puesto en ridículo antes, y quiero pagarle con la misma moneda. Estará enterada de que en el nuevo equipo de investigación de su jefe el comandante Molina hay un espía, ¿verdad?
Flor abrió más los ojos, y sacudió la cabeza, esperando que todo eso fuera una mentira.
-No es cierto. No puede ser…
-Pues no debería ser tan ingenua, muchachita. Esa persona fue enviada para matar a una persona en particular, pero también ha estado mandando información, y eso es de ayuda. Seguiré los pasos de Javier Carrillo lentamente, y ni siquiera él se va a dar cuenta. Y cuando mi informante cumpla con su trabajo de asesinar, bueno, será doblemente recompensado…
Flor no se mostró nerviosa, al contrario, ya que estando más tranquila, ponía más atención.
-¿Y por qué me dice todo esto, señor Kunnel? Estoy atrapada aquí, no puedo hacer nada al respecto. ¿Qué gana con eso?
Viktor ahora sí la miró, se acercó a la cama, y se sentó casi a lado de Flor, quién se alejó un poco de su presencia.
-El motivo de que usted esté aquí se debe a eso, a la incertidumbre. Quiero mantenerla aislada, al menos no de mis propias noticias. El miedo es un buen catalizador para el cerebro, para el potencial escondido de nuestra mente. Será un vehículo del miedo, de la impotencia, pero no será la única. Hoy es 02 de Noviembre, tenemos un mes y 10 días para divertirnos… Cuando llegue el momento, sabrá lo que hice con usted…
Viktor se levantó, y caminó de nuevo a la puerta, cerrándola después. Flor miró el lugar donde él se había sentado, y encontró una calaverita de azúcar, con su propio nombre en un papelito de color rosa…

Isabel estaba frente a la bolsa negra, con el cadáver de Bryan, después de que los forenses la cerraron. Sólo había entrado Javier con ella, pero ella no parecía ponerle atención. Él la miraba, apoyado en una de las paredes de la morgue. Había sido una experiencia aterradora ver aquel cuerpo casi calcinado, pero al menos con la mitad reconocible.
-Lo siento mucho, Isabel. Sé que es duro, pero hay que continuar con el plan. Hay que garantizar que la gente va a estar bien, y sé que eso lo hubiera querido Bryan. Mañana empezaremos a poner en práctica lo que sabemos, y no sé qué más tenga en mente el comandante Molina, pero…
Isabel lo miró, con ojos llorosos y un poco resignados.
-¿Tiene idea de lo que se siente perder a alguien, señor Carrillo? ¿O sólo sabe hacer su trabajo bien?
Javier tomó un banco que estaba cerca, lo acercó a Isabel, y se sentó cerca de ella.
-Mi padre falleció antes de entrar al SEMEFO. Fue una experiencia terrible, ya que somos 8 hermanos, y mi padre se casó de nuevo. Toda la familia estuvo triste durante mucho tiempo, pero decidí venir a la ciudad, a trabajar en lo que quería. La muerte de mi padre puede que me haya inspirado a trabajar en servicio de resolver las muertes de las personas, pero el hecho de estar lejos de mi familia me quema demasiado. En ese sentido no sólo perdí a mi viejo, sino a mis hermanos, a mis sobrinos y a todos los demás.
“Luego encontré a Luis, y a pesar de que ahora estamos distanciados, siempre ha sido cómo uno hermano. Creo que por eso me he enojado con él, porque siempre lo he defendido y salvado de muchas, y él sólo sabe investigar e indagar. Hace cómo 4 años, investigamos a un asesino que se disfrazaba del maldito fantasma de María Félix para asustar y matar. Cuando descubrimos su identidad, tomó a Luis por el cuello, e intentó rebanárselo. Tuve que dispararle al asesino en la cabeza antes de que matara al muchacho…
“Creo que fue la primera vez que maté a alguien en defensa propia, aunque mi vida no estaba en peligro. Luis es una persona complicada, pero no soportaría tampoco la idea de perderlo, aunque yo no lo demuestre. Es un muchacho muy bueno, y ha ayudado en mucho, y creo que me equivoqué en enojarme con él…”
Isabel estaba atenta a cada palabra que Javier decía. Nunca había imaginado que una persona tan seria cómo Javier podría explayarse así de sus sentimientos.
-¿Y por qué no le dice? El señor Zaldivar es un poco extraño, lo admito, pero no creo que lo haya hecho con mala fe. Yo no estoy tan enterada de todo lo que implicaba mandar información al IECM acerca de su trabajo, pero todo puede ayudar, no lo dude…
Javier asintió y se puso la mano alrededor de las sienes. Sonrió un poco, tratando de conciliar la jaqueca.
-Creo que tienes razón, Isabel. Aun así, y cambiando el tema, quiero que sepas que entiendo tu pérdida. Voy a salir con los demás, si necesitas algo, no estaré lejos.
Javier se levantó y se encaminó a la salida. Isabel lo nombró:
-Señor Carrillo…
-¿Qué pasa?-, dijo Javier, deteniéndose a medio camino.
-Gracias, de verdad.
Javier sonrió y se alejó de nuevo caminando pesadamente.

Aquella noche del 02 de Noviembre, en un aula vacía de la facultad de Filosofía y Letras, dos profesores preparaban sus papeles para un simposio acerca de los inconvenientes sociales y políticos en el ataque al reclusorio la noche pasada. Luis Graillet escribía algunas notas en la laptop y Alberto Ruiz le dictaba ciertas ideas:
-“Y es así cómo el estado de derecho adquiere su forma más débil ante los medios de comunicación. La sociedad necesita información confiable para generar sus propios juicios y…” ¿Ya vio que hora es profesor Graillet? Creo que deberíamos acabar por hoy…
Luis Graillet dejó de escribir, y lo miró a través de los lentes. Su ceño era divertido, y a Alberto le causó risa.
-Muy bien, señor Ruiz, pero no me diga eso, me siento cada vez más viejo. De todas maneras, creo por dónde va tu idea, y terminaré de escribirla en casa, eso se me hace justo. ¿Vienes también?
Luis ya estaba de pie, y Alberto apenas empezaba a recoger algunos documentos impresos.
-Ni idea, tengo que dejar todo cómo estaba. De todas maneras, quedarnos en la facultad después del horario permitido ya es mucho. Nos veremos mañana, ¿está bien?
-Perfecto, gracias por tu apoyo Alberto, espero ya la fecha del simposio. La gente no puede creer tantas cosas que implican un ataque directo a un lugar como ese. ¿Tienes idea de quién pudo haber sido?
Alberto miró hacía los papeles que estaba acomodando, mientras Luis se ponía en el hombro la mochila con la computadora ya dentro.
-No creo que hayan sido narcotraficantes. Ya viste las noticias, nadie tiene un arma de ese tipo para abrir las paredes. En fin, hasta mañana…
-No te vayas tan tarde, profesor Ruiz. Y cuídate…
Luis se alejó, componiendo una sonrisa antes de cerrar la puerta. Alberto escuchó sus pasos alejándose por el pasillo hacía la salida.
-No quisiera saber quiénes fueron, y por eso me siento con miedo…-, dijo Alberto para sí mismo. Fue cuando escuchó el rechinido de la puerta, que se abrió un poco, dejando entrar un poco de aire.
Alberto dejó el fajo de papeles sobre el escritorio, y miró hacia la puerta. No había nada ni nadie quién la hubiera abierto por error.
-¿Hola? Perturban mi conciencia, muchachos…
Nadie contestó. Alberto soltó una risita floja y se puso de pie, un poc nervioso, parea caminar hacía la puerta.
De repente, sin aviso, alguien le saltó por delante, sacándole un susto de muerte, que casi lo hizo tropezar con una de las butacas. Era una muchacha, de cabello largo y ojos rasgados, muy bonita. Se estaba carcajeando al ver la cara pálida de Alberto, que no hizo otra cosa más que verla con ojos de furia.
-¡Sorpresa, chaparrito! No quise asustarte, pero fue una buena idea…
Lo abrazó, y él se sintió más tranquilo. Acarició su pelo largo y le dio un beso en la mejilla.
-Eres una tonta. Pensé que eras… Bueno, da igual. Déjame recoger mis cosas, y nos vamos.
La chica se llamaba Ángeles, pero le gustaba que le dijeran Angie, aunque no le importaba demasiado. Se sentó en una butaca a mirar a Alberto, mientras recogía sus papeles y demás cosas.
-No me vayas a dejar fuera del simposio, quiero venir a verte. El consultorio se pone aburrido, y a veces ni siquiera tengo citas. Necesito hablar de algo más que no sean dientes…
Alberto soltó una carcajada, arrugando la nariz a través de las gafas.
-Tu carrera es interesante, Angie. Nunca lo dudes. Pero de todas maneras, un poco de filosofía política y social no te va a hacer daño. Listo, vámonos…
Cuando se levantaron, las luces del aula se apagaron. Alberto frunció el ceño, y Angie se acercó rápidamente a él, para agarrarse de su brazo.
-¿Es otro de tu sustitos? Ahora sí lo estás haciendo de poca, la verdad. ¿Cómo le hiciste para apagar las luces?
-Yo no hice nada, Alberto. Ya vámonos, ¿quieres? A lo mejor los de intendencia ni siquiera saben qué estabas aquí, ¿quién te manda quedarte tan tarde?
Alberto la tomó de la mano, agarrando las cosas con la otra, y salieron del salón ahora vacío.
Las luces del pasillo también estaban apagadas, y las ventanas que daban a los jardines sólo reflejaban sombras tan opacas de los árboles con la luz de la luna.
-Esto no está bien. Sal de aquí, y ve por alguien, por favor…
-Pero Alberto…
Angie se quedó callada, cuando Alberto le soltó la mano, para hacerle una seña con el dedo en la boca. Ambos estaban quietos, tratando de escuchar. No había nada ni nadie, pero había un susurro en el aire, y pasos apagados, justo detrás de ellos…
Un golpe por detrás, y Alberto y Angie cayeron al suelo, sólo que ella, más liviana, salió rodando algunos metros más allá. Sentía que se había doblado el tobillo, y apenas pudo ponerse de pie. Vio que Alberto estaba en el suelo, mirándola, y sobre su costado, una enorme pierna, de una persona también muy alta y gruesa. En la oscuridad no alcanzó a verle la cara, pero se asustó demasiado cómo para poder hacer algo.
-¡CORRE! ¡VETE…!
Alberto pudo gritar con todas sus fuerzas, antes de que aquel enorme personaje lo girara, y le golpeara el pecho.
-Te encontré, Alberto. Le debes una a Viktor aún, espero estés orgulloso de ayudarle en su plan…
Alberto tosió, y miró a su atacante. Lo reconoció por la voz.
-No, César… No te vas a salir con la tuya…
César sacó de su cinturón un cuchillo demasiado grande y afilado, y sonrió antes de bajar la navaja en un último golpe.

Angie no quiso mirar hacia atrás, y aunque las lágrimas le escurrían por las mejillas, seguía corriendo, cojeando con su tobillo torcido, hacía la salida. Pero antes de llegar a la puerta, una figura la detuvo, haciéndola tropezar. Era un enorme pájaro, cómo un pavo o guajolote, pero la mitad del cuerpo para arriba, en vez de cabeza de ave, era un torso de mujer, con una máscara de sufrimiento y terror.
Angie gritó, justo cuándo aquella figura macabra se lanzó hacía ella…



FIN DE LA PRIMERA PARTE


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