Tyler Posey como Cameron. |
Judy Hicks iba enfrente, corriendo lo
más rápido que podía hasta el baño de las chicas, que estaba en el segundo
piso. Detrás de ella iba Kirby, y Javier cerraba la fila, corriendo pesadamente
y algo agotado.
Cuando llegaron a la puerta del baño, se
dieron cuenta de algo horrible: por debajo de la puerta salía un enorme charco
de sangre, fresca y muy roja que contrastaba con el piso color arena. Judy sacó
la pistola y empujó con la pierna la puerta.
El lugar era una sucursal al manicomio:
la sangre empapaba todo el sueño, y el cuerpo de Helen estaba en el suelo, boca
arriba. Le habían cortado la garganta, y como si al asesino le hubiese dado más
tiempo, le había sacado las tripas a través de un enorme tajo bajo el vientre.
Judy abrió los ojos, muy impresionada, y Kirby se tapó la boca para no gritar.
Javier se internó más en el baño, cuidando de no pisar la sangre, y alcanzó a
ver algo en la pared. Eran tres palabras, escritas con sangre:
CASA DE SIDNEY.
-El maldito hizo eso-, dijo el muchacho,
señalando la pared.
-Javier, ve por Cameron, está en clase
de deportes abajo, en el auditorio. Adelántense y vayan a casa de Sidney
Prescott. ¿Sabes dónde queda?
El muchacho asintió, y sin decir nada
más salió caminando apresuradamente de regreso a las escaleras.
-¿Ahora qué hacemos?-, dijo Kirby en un
susurro.
-Hay que calmarnos. Tenemos que llamar
al comandante. Debe estar cerca…
Pero cuando ya estaba localizando a
Emmerson a través de su radio, algo pasó.
Javier iba bajando las escaleras, cuando
escuchó algo familiar. Una chicharra empezó a sonar en todo el recinto, y pensó
que la clase había terminado. Sin embargo, ese sonido era de la alarma contra
incendios. O algo se estaba quemando, o a alguien le pareció buena idea aquella
broma.
En un instante, profesores y maestros
empezaron a salir de los salones, en dirección a la puerta principal. Javier se
apresuró a bajar las escaleras y buscar el camino hacía el auditorio. De
repente, los alumnos de deportes, vistiendo bermudas y playeras sin mangas,
formaron una fila para salir, pero era imposible distinguir a Cameron de entre
toda la gente.
-¡Javier, aquí!-, gritó Cameron, quién
estaba tratando de regresar adentro, pero la mole de personas se lo impedía.
Brincaba y trataba de empujar, pero fue inútil. Javier alcanzó a ver cómo
salía, como empujado por una corriente.
-¡Maldita sea!-, dijo Javier, tratando
de avanzar más rápido.
De repente, alguien le empujó contra los
casilleros del pasillo. Aunque Javier le veía claramente, nadie se había dado
cuenta que Ghostface estaba ahí, acorralándole.
-¿No
querrás que nadie más muera, o sí?-, dijo el asesino con su casual estilo
de voz.
Javier le tomó del disfraz y lo empujó
contra la pared contraria, cuando dejaron de pasar los alumnos. Después, sin
perder tiempo, corrió hasta llegar a la puerta. Cuando volteó, ya no había
nadie más dentro.
El enorme muchacho salió jadeando de la
escuela, mientras buscaba a Cameron entre el mar de alumnos que se mezclaban en
los jardines de la preparatoria. De repente, un tropel de policías, con el
comandante Emmerson al frente, entró corriendo en el edificio.
-¿Por qué no salías?
Javier pegó un salto. Cameron le había
saltado por sorpresa justo a su lado. Tenía el pelo empapado en sudor y la cara
preocupada.
-Vi a Ghostface en el pasillo. Mató a
Helen en el baño de las chicas. Tenemos que irnos…
Cameron se le quedó viendo, como si no
hubiese entendido nada de lo que Javier dijo. Empezaron a caminar por entre la
multitud.
-¿Y a dónde se supone que vamos?
-A la casa de Sidney Prescott…
Cameron se detuvo, y se puso frente al
enorme muchacho, quién sólo se detuvo para ver qué tenía que decir.
-No, ni lo pienses. Puede ser una
trampa, una emboscada.
-Fue lo que pensé. Pero Judy nos
alcanzará allá, y no nos pasará nada. Te lo prometo.
Judy y Kirby seguían viendo la escena
del homicidio en el baño, cuando Emmerson y su personal llegaron.
-Vine en cuanto recibí su llamada,
agente Hicks…-, dijo Emmerson al llegar, pero las palabras no le salieron de la
boca después. La escena sangrienta le conmocionaba.
-Creo que entró y la mató, y después
activó la alarma. Tal vez quería que todos salieran, para que nadie más pudiera
interrumpir…-, le explicó Judy.
-O para que todos lo vieran-, dijo
Kirby.
-¿Cómo supo que había pasado esto?-,
preguntó Emmerson. Los policías ya estaban preparando todo para levantar el
cordón policiaco alrededor del pasillo.
-El asesino mandó mensaje a través del
celular de Helen. Nos decía que sabía dónde estaba Sidney. Vinimos a buscarla,
y nos encontramos esto.
-¿Y los otros dos muchachos?
Judy sabía que la respuesta no le iba a
agradar nada al comandante.
Javier manejaba la moto lo más rápido
que podía. Cameron iba detrás de él, con el casco.
La zona por donde viajaban estaba
repleta de casas grandes, separadas hasta por un kilómetro de distancia. Había
algunas que tenían sus propios campos de maíz. Eran casas más lujosas y grandes
que las de los suburbios, al otro lado de Woodsboro.
La motocicleta dio vuelta en una
especialmente bonita, aunque un tanto descuidada por el abandono. En su tiempo
era blanca, y aunque ya no lucía tan hermosa, aún se podía apreciar bastante
bien, ahí sobre la pequeña colina. La calle justo al lado se inclinaba hacía
otras tres casas más abajo.
Javier detuvo la motocicleta cerca de un
árbol alejado de la casa. Cameron se bajó de la motocicleta, con las piernas
temblando como gelatina.
-Eres un salvaje manejando esa cosa, ¿ya
te lo han dicho?
-Kirby no se quejó anoche, te lo
aseguro. Vamos.
Caminaron despacio hasta el costado de
la casa de Sidney, que estaba oscura y se veía tétrica, como si de repente
fuera a caerse sobre sus cimientos. Javier iba al frente y Cameron tuvo que
alcanzarlo con grandes zancadas.
-¿Quién crees que esté detrás de todo
esto?-, dijo Cameron, jadeando a causa del cansancio.
-No lo sé. Ya escuchaste a Kirby aquella
vez: ninguno de nosotros será el sospechoso, si el asesino ha decidido acabar con
la saga de una manera espectacular.
Dieron la vuelta hacía el patio trasero,
que estaba algo más elevado que el resto del jardín que rodeaba la casa.
-Eres muy listo. No te lo había dicho
porque cualquiera podría pensar que estaba coqueteando contigo. Me gustas, pero
no estoy desesperado de amor-, dijo Cameron, con las orejas y las mejillas
coloradas.
Javier se detuvo y se puso cara a cara
con el muchacho. Le llevaba más de una cabeza de altura, pero a Cameron no le
asustó.
-Que nadie te intimide, amigo. Yo tuve
que dejar la escuela para poder trabajar cuando mis padres murieron. Me
convertí en un ermitaño y mis compañeros dejaron de hablarme. Que no te pase a
ti. No dejes que sus comentarios te hieran jamás. Eres una buena persona.
Javier le dedicó una sonrisa algo
forzada, pero sincera, y siguieron caminando, despacio para no llamar la
atención.
-O sea que no podríamos ser novios…
-No. Camina.
Ahora Cameron sonreía, más que nunca.
Llegando a la puerta trasera de la casa
de Sidney, Javier se asomó por uno de los cristales. No parecía haber nadie.
Forzó un poco la manija de la puerta. Nada. Cerrada con llave.
-Diablos.
-¿Esperabas que se abriera? Claro que
no. Se ve que la casa ha estado abandonada mucho tiempo.
Javier puso cara de confusión.
-¿Entonces para qué querían que
viniéramos?
-Recuerda, grandote: te dije que podía
ser una trampa. Tal vez el asesino esté espiándonos o acechando por ahí…
El celular de Javier empezó a sonar y
ambos se miraron asustados. Lo sacó del bolsillo y respondió a la llamada.
-¿Quién…?
-Javier,
¿ya están en casa de Sidney?
Era Judy. Cameron alcanzaba a escuchar
su preocupada voz a través del auricular.
-Sí, todo bien. Cameron sigue aquí
conmigo. La casa está cerrada y abandonada. No pudimos entrar.
-No
se muevan, y esperen cerca de la motocicleta si tienen que escapar. Estaremos
ahí en unos minutos. Llevamos al comandante Emmerson. Cualquier cosa llama a mi
celular o al de Kirby, ¿entendiste?
Javier terminó la llamada con un seco
“Ok”, y colgó.
-Habrá que esperar entonces-, dijo
Cameron, momentos antes de que su celular sonara también.
-¿Otra vez Judy?-, preguntó Javier,
mientras su amigo revisaba la llamada.
-No sé, no conozco el número. Debe ser
mamá desde la oficina… ¿Diga?
Por el auricular se escuchó la voz
espectral y metálica de Ghostface.
-Bienvenido
Cameron, al siguiente capítulo de nuestra trepidante historia de terror…
El muchacho abrió los ojos de la
sorpresa, y puso el altavoz para que Javier escuchara. Este último apretó los
puños, asustado y enojado.
-No nos asustas, imbécil-, le espetó
Cameron con voz amarga.
-Deberías
tener mucho miedo, amigo. Puedo verte, estoy en todas partes. Soy un Ghostface
más sobrenatural. Podría aparecer donde menos te lo esperas.
-¿Y qué piensas hacer? Demuéstrame tu
grandioso poder…
-No
tientes a la suerte Cameron. El penúltimo capítulo da pauta para el grandioso
final, así que empecemos. Cameron y Javier, fuera de la casa de Sidney
Prescott, esperaban el desenlace. Porque, como había dicho Ghostface en una
visión sobrenatural, sólo uno de ellos llegaría vivo a Halloween…
Javier y Cameron se miraron, y después
empezaron a buscar a su alrededor. A través de la penumbra cada vez más pesada
de la noche, no parecía moverse algo, ni detrás de los árboles ni lejos, en el
espacio abierto entre la casa y la calle.
-Los
muchachos saben que están perdidos. Ponen sus últimas esperanzas en la policía
y en Kirby, que parece tener más vidas que un gato. ¿Qué horror sobrenatural
encontrarán nuestros protagonistas en su camino? Dime, Cameron, ¿crees que Sidney
Prescott esté dentro de la casa?
Cameron se asomó a la puerta una vez
más. La oscuridad era más profunda, y se veía cada vez menos.
-Eres un mentiroso. No hay nadie…
-Vuelve
a ver, genio…
El muchacho se asomó una vez más, esta
vez con más precaución. Al fondo de la cocina, en el recodo del pasillo hacía
la estancia, se veía una sombra pasar, despacio. Fue cuando, de repente, la luz
de la puerta trasera se encendió.
-Sidney, ¡Sidney!-, gritó Cameron, para
hacerse notar. Javier estaba muy tenso, vigilando hacía el patio trasero.
De repente, apareció alguien tras los
cristales de la puerta. Era una mujer, de mediana edad y cabello negro, algo
despeinado. Tenía ojeras y la piel muy pálida. Miró a Cameron con sorpresa y
asombro y decidió abrir la puerta, que estaba cerrada por dentro.
Javier reconoció al instante a la figura
que antes había sido la joven protagonista de la masacre original de Woodsboro,
pero que ahora parecía una mujer consumida por el miedo.
-¿Quién eres tú?-, dijo Sidney Prescott,
sin abrir la puerta completamente.
-Me llamo Cameron, y él es Javier.
Venimos a… ¿Estás bien?
A través del teléfono, volvió a
escucharse la voz de Ghostface, y Sidney se asustó tanto, que soltó un grito.
-Mala
idea. Cameron nunca debió llamar la atención de la pobre Sidney, quien se ha
convertido en la esclava del despiadado asesino fantasma. Solo hay dos
opciones: quedarse y morir; o correr…
El asesino colgó.
-Vamos, tenemos que llevárnosla de aquí
antes de que…
Pero Javier no terminó su frase, porque
de repente se escuchó un silbido muy cerca de ellos. Cerca de la puerta
trasera, había ahora una flecha clavada, muy cerca de la cara de Cameron.
Sidney cerró de nuevo la puerta con seguro y los dos muchachos, dejados a su
suerte fuera de la casa, salieron corriendo de regreso al camino donde habían
dejado la motocicleta.
-¡Corre, no mires atrás!-, gritó Javier
a Cameron, quien ahora iba al frente.
Se escuchaban silbidos de flechas que
caían a su alrededor, unas mucho más cerca que las otras. Javier levantó la
mano justo al escuchar uno muy cerca de su cabeza, y la flecha se clavó en el
casco que aún llevaba en la mano. Ninguno dejó de correr, y cuando ya estaba
cerca el camino, Cameron sintió un horrible escozor en la pierna derecha. Una
flecha le había dado en el muslo.
El grito de Cameron hizo que Javier se
detuviera, para ayudarlo. Lo arrastraría si fuera necesario. Cuando estuvo
cerca de él, trató de levantarlo, pero Cameron no podía. El dolor le había
hecho hincarse en el césped, mientras su pierna sangraba.
-Vamos, vamos, levántate-, decía Javier,
jadeando y jalando a su amigo para que se levantara. Los dos voltearon
instintivamente, y vieron que en un árbol algo apartado, estaba Ghostface,
encaramado en una de las ramas más bajas, con una ballesta entre las manos.
El asesino volvió a apuntar, esta vez,
justo al pecho de Javier.
La flecha salió zumbando hacía su
objetivo. Sin embargo, Javier sintió que perdía el equilibrio. Cayó de
espaldas, y pudo ver, antes de cerrar los ojos, como una sombra se cernía sobre
él, cubriéndolo.
El sonido de la flecha cesó, y un
quejido de dolor se escuchó en todo el lugar. Javier abrió los ojos y vio a
Cameron, de pie frente a él, sonriendo y sufriendo, con el rostro pálido. La
flecha se le había clavado en el costado izquierdo, por debajo de la clavícula.
Javier podía ver las plumas de la flecha moviéndose cada vez que Cameron
respiraba.
-Perdóname…-, dijo Cameron, antes de
desplomarse sobre Javier. El enorme muchacho trató de levantarse y mover a su
amigo boca arriba, pero pensó rápido antes de cometer un error. No debía
moverlo más, o lo mataría. Lo dejó boca abajo en el suelo, y se quedó a su
lado, sin soltarle la mano.
-Vas a estar bien. Voy a llamar a Judy,
te llevaremos al hospital.
Javier miró por encima de la colina,
pero Ghostface ya no estaba en el árbol. Sacó su celular, y con las manos
temblándole, marcó el número de la agente Hicks.
Pasaron quince minutos antes de que
Judy, Kirby y Emmerson llegaran en la patrulla, seguidos por una ambulancia.
Los paramédicos levantaron a Cameron, extrayendo las flechas de su cuerpo y
haciendo lo posible porque no perdiera sangre. Lo subieron a la ambulancia,
mientras platicaban con Javier acerca de lo sucedido. El muchacho se veía
alterado y muy nervioso.
Mientras tanto, Judy y Emmerson salieron
en busca de Sidney Prescott, y la encontraron llorando en su recámara, donde
había podido atrancar la puerta con la puerta del clóset. Después de
convencerla de que no pasaría nada, la sacaron de la casa, para que también
pudieran atenderla. Estaba muerta de miedo, y parecía no haber comido nada en
varios días.
-Dios mío, Sidney, ¿estás bien?-, dijo
Kirby, acercándose a su vieja amiga para abrazarla, sin importarle que los
paramédicos hicieran su trabajo.
-Vamos Kirby, no es momento. Ella
responderá cuando esté mejor-, dijo Judy, llevándose a la muchacha junto a
Javier y el comandante Emmerson.
-¿Cómo está Cameron?-, dijo Javier,
mirando hacía la ambulancia abierta, camino debajo de la calle lateral de la
casa.
-Estará bien, según los paramédicos. Las
heridas no son de gravedad, pero pierde sangre y eso puede ser peligroso. ¿Tú
estás bien muchacho?
Javier asintió, pero un sonido le hizo
poner atención cuesta arriba.
Un auto se acercaba, y las luces
encendidas alumbraban cada vez más el camino. El comandante Emmerson se acercó
un poco más a la orilla para ver mejor. No era una de sus unidades. Y no
parecía tener conductor…
-¡A un lado!-, gritó el hombre al ver el
auto bajando el camino sin detenerse. Los paramédicos y Sidney corrieron de
regreso al césped y los demás se alejaron del camino. Kirby sintió cuando
Javier la abrazó y la arrojó al suelo, cubriéndola. El auto avanzó directamente
en picada hacía la ambulancia. Judy alcanzó a ver que el auto estaba repleto de
unos contenedores de gasolina, antes de arrojarse también al suelo.
Cameron no pudo levantarse rápido.
Estaba demasiado sedado. Pero pudo ver como el auto se dirigía hasta él…
La ambulancia y el auto chocaron y hubo
una enorme explosión, que se levantó como un hongo atómico en miniatura. Los restos
de la ambulancia se levantaron y fueron a caer en la casa de Sidney,
atravesando la pared y rompiendo los cristales. En la casa explotó el gas de la
cocina, lo que hizo que media estructura saltara por los aires y se derrumbara.
Mientras el fuego consumía la casa,
Javier trataba de alcanzar lo que quedaba de la ambulancia, llorando por su amigo,
a quién aún deseaba salvar por imposible que fuera. Kirby y el comandante
Emmerson se lo impedían, pero no había nada que hacer.
Y Judy, mirando por encima del alboroto,
se encontraba con la mirada perdida de Sidney Prescott, rodeada de paramédicos
confundidos. Sidney no tuvo que hablar para que, en sus ojos, reflejara algo
que estaba tan claro como el agua.
Ha sido mi culpa, otra vez…