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lunes, 31 de agosto de 2015

5CREAM SIN REGLAS: Sacrificio.

Tyler Posey como Cameron.



Judy Hicks iba enfrente, corriendo lo más rápido que podía hasta el baño de las chicas, que estaba en el segundo piso. Detrás de ella iba Kirby, y Javier cerraba la fila, corriendo pesadamente y algo agotado.
Cuando llegaron a la puerta del baño, se dieron cuenta de algo horrible: por debajo de la puerta salía un enorme charco de sangre, fresca y muy roja que contrastaba con el piso color arena. Judy sacó la pistola y empujó con la pierna la puerta.
El lugar era una sucursal al manicomio: la sangre empapaba todo el sueño, y el cuerpo de Helen estaba en el suelo, boca arriba. Le habían cortado la garganta, y como si al asesino le hubiese dado más tiempo, le había sacado las tripas a través de un enorme tajo bajo el vientre. Judy abrió los ojos, muy impresionada, y Kirby se tapó la boca para no gritar. Javier se internó más en el baño, cuidando de no pisar la sangre, y alcanzó a ver algo en la pared. Eran tres palabras, escritas con sangre:
CASA DE SIDNEY.
-El maldito hizo eso-, dijo el muchacho, señalando la pared.
-Javier, ve por Cameron, está en clase de deportes abajo, en el auditorio. Adelántense y vayan a casa de Sidney Prescott. ¿Sabes dónde queda?
El muchacho asintió, y sin decir nada más salió caminando apresuradamente de regreso a las escaleras.
-¿Ahora qué hacemos?-, dijo Kirby en un susurro.
-Hay que calmarnos. Tenemos que llamar al comandante. Debe estar cerca…
Pero cuando ya estaba localizando a Emmerson a través de su radio, algo pasó.

Javier iba bajando las escaleras, cuando escuchó algo familiar. Una chicharra empezó a sonar en todo el recinto, y pensó que la clase había terminado. Sin embargo, ese sonido era de la alarma contra incendios. O algo se estaba quemando, o a alguien le pareció buena idea aquella broma.
En un instante, profesores y maestros empezaron a salir de los salones, en dirección a la puerta principal. Javier se apresuró a bajar las escaleras y buscar el camino hacía el auditorio. De repente, los alumnos de deportes, vistiendo bermudas y playeras sin mangas, formaron una fila para salir, pero era imposible distinguir a Cameron de entre toda la gente.
-¡Javier, aquí!-, gritó Cameron, quién estaba tratando de regresar adentro, pero la mole de personas se lo impedía. Brincaba y trataba de empujar, pero fue inútil. Javier alcanzó a ver cómo salía, como empujado por una corriente.
-¡Maldita sea!-, dijo Javier, tratando de avanzar más rápido.
De repente, alguien le empujó contra los casilleros del pasillo. Aunque Javier le veía claramente, nadie se había dado cuenta que Ghostface estaba ahí, acorralándole.
-¿No querrás que nadie más muera, o sí?-, dijo el asesino con su casual estilo de voz.
Javier le tomó del disfraz y lo empujó contra la pared contraria, cuando dejaron de pasar los alumnos. Después, sin perder tiempo, corrió hasta llegar a la puerta. Cuando volteó, ya no había nadie más dentro.
El enorme muchacho salió jadeando de la escuela, mientras buscaba a Cameron entre el mar de alumnos que se mezclaban en los jardines de la preparatoria. De repente, un tropel de policías, con el comandante Emmerson al frente, entró corriendo en el edificio.
-¿Por qué no salías?
Javier pegó un salto. Cameron le había saltado por sorpresa justo a su lado. Tenía el pelo empapado en sudor y la cara preocupada.
-Vi a Ghostface en el pasillo. Mató a Helen en el baño de las chicas. Tenemos que irnos…
Cameron se le quedó viendo, como si no hubiese entendido nada de lo que Javier dijo. Empezaron a caminar por entre la multitud.
-¿Y a dónde se supone que vamos?
-A la casa de Sidney Prescott…
Cameron se detuvo, y se puso frente al enorme muchacho, quién sólo se detuvo para ver qué tenía que decir.
-No, ni lo pienses. Puede ser una trampa, una emboscada.
-Fue lo que pensé. Pero Judy nos alcanzará allá, y no nos pasará nada. Te lo prometo.

Judy y Kirby seguían viendo la escena del homicidio en el baño, cuando Emmerson y su personal llegaron.
-Vine en cuanto recibí su llamada, agente Hicks…-, dijo Emmerson al llegar, pero las palabras no le salieron de la boca después. La escena sangrienta le conmocionaba.
-Creo que entró y la mató, y después activó la alarma. Tal vez quería que todos salieran, para que nadie más pudiera interrumpir…-, le explicó Judy.
-O para que todos lo vieran-, dijo Kirby.
-¿Cómo supo que había pasado esto?-, preguntó Emmerson. Los policías ya estaban preparando todo para levantar el cordón policiaco alrededor del pasillo.
-El asesino mandó mensaje a través del celular de Helen. Nos decía que sabía dónde estaba Sidney. Vinimos a buscarla, y nos encontramos esto.
-¿Y los otros dos muchachos?
Judy sabía que la respuesta no le iba a agradar nada al comandante.

Javier manejaba la moto lo más rápido que podía. Cameron iba detrás de él, con el casco.
La zona por donde viajaban estaba repleta de casas grandes, separadas hasta por un kilómetro de distancia. Había algunas que tenían sus propios campos de maíz. Eran casas más lujosas y grandes que las de los suburbios, al otro lado de Woodsboro.
La motocicleta dio vuelta en una especialmente bonita, aunque un tanto descuidada por el abandono. En su tiempo era blanca, y aunque ya no lucía tan hermosa, aún se podía apreciar bastante bien, ahí sobre la pequeña colina. La calle justo al lado se inclinaba hacía otras tres casas más abajo.
Javier detuvo la motocicleta cerca de un árbol alejado de la casa. Cameron se bajó de la motocicleta, con las piernas temblando como gelatina.
-Eres un salvaje manejando esa cosa, ¿ya te lo han dicho?
-Kirby no se quejó anoche, te lo aseguro. Vamos.
Caminaron despacio hasta el costado de la casa de Sidney, que estaba oscura y se veía tétrica, como si de repente fuera a caerse sobre sus cimientos. Javier iba al frente y Cameron tuvo que alcanzarlo con grandes zancadas.
-¿Quién crees que esté detrás de todo esto?-, dijo Cameron, jadeando a causa del cansancio.
-No lo sé. Ya escuchaste a Kirby aquella vez: ninguno de nosotros será el sospechoso, si el asesino ha decidido acabar con la saga de una manera espectacular.
Dieron la vuelta hacía el patio trasero, que estaba algo más elevado que el resto del jardín que rodeaba la casa.
-Eres muy listo. No te lo había dicho porque cualquiera podría pensar que estaba coqueteando contigo. Me gustas, pero no estoy desesperado de amor-, dijo Cameron, con las orejas y las mejillas coloradas.
Javier se detuvo y se puso cara a cara con el muchacho. Le llevaba más de una cabeza de altura, pero a Cameron no le asustó.
-Que nadie te intimide, amigo. Yo tuve que dejar la escuela para poder trabajar cuando mis padres murieron. Me convertí en un ermitaño y mis compañeros dejaron de hablarme. Que no te pase a ti. No dejes que sus comentarios te hieran jamás. Eres una buena persona.
Javier le dedicó una sonrisa algo forzada, pero sincera, y siguieron caminando, despacio para no llamar la atención.
-O sea que no podríamos ser novios…
-No. Camina.
Ahora Cameron sonreía, más que nunca.

Llegando a la puerta trasera de la casa de Sidney, Javier se asomó por uno de los cristales. No parecía haber nadie. Forzó un poco la manija de la puerta. Nada. Cerrada con llave.
-Diablos.
-¿Esperabas que se abriera? Claro que no. Se ve que la casa ha estado abandonada mucho tiempo.
Javier puso cara de confusión.
-¿Entonces para qué querían que viniéramos?
-Recuerda, grandote: te dije que podía ser una trampa. Tal vez el asesino esté espiándonos o acechando por ahí…
El celular de Javier empezó a sonar y ambos se miraron asustados. Lo sacó del bolsillo y respondió a la llamada.
-¿Quién…?
-Javier, ¿ya están en casa de Sidney?
Era Judy. Cameron alcanzaba a escuchar su preocupada voz a través del auricular.
-Sí, todo bien. Cameron sigue aquí conmigo. La casa está cerrada y abandonada. No pudimos entrar.
-No se muevan, y esperen cerca de la motocicleta si tienen que escapar. Estaremos ahí en unos minutos. Llevamos al comandante Emmerson. Cualquier cosa llama a mi celular o al de Kirby, ¿entendiste?
Javier terminó la llamada con un seco “Ok”, y colgó.
-Habrá que esperar entonces-, dijo Cameron, momentos antes de que su celular sonara también.
-¿Otra vez Judy?-, preguntó Javier, mientras su amigo revisaba la llamada.
-No sé, no conozco el número. Debe ser mamá desde la oficina… ¿Diga?
Por el auricular se escuchó la voz espectral y metálica de Ghostface.
-Bienvenido Cameron, al siguiente capítulo de nuestra trepidante historia de terror…
El muchacho abrió los ojos de la sorpresa, y puso el altavoz para que Javier escuchara. Este último apretó los puños, asustado y enojado.
-No nos asustas, imbécil-, le espetó Cameron con voz amarga.
-Deberías tener mucho miedo, amigo. Puedo verte, estoy en todas partes. Soy un Ghostface más sobrenatural. Podría aparecer donde menos te lo esperas.
-¿Y qué piensas hacer? Demuéstrame tu grandioso poder…
-No tientes a la suerte Cameron. El penúltimo capítulo da pauta para el grandioso final, así que empecemos. Cameron y Javier, fuera de la casa de Sidney Prescott, esperaban el desenlace. Porque, como había dicho Ghostface en una visión sobrenatural, sólo uno de ellos llegaría vivo a Halloween…
Javier y Cameron se miraron, y después empezaron a buscar a su alrededor. A través de la penumbra cada vez más pesada de la noche, no parecía moverse algo, ni detrás de los árboles ni lejos, en el espacio abierto entre la casa y la calle.
-Los muchachos saben que están perdidos. Ponen sus últimas esperanzas en la policía y en Kirby, que parece tener más vidas que un gato. ¿Qué horror sobrenatural encontrarán nuestros protagonistas en su camino? Dime, Cameron, ¿crees que Sidney Prescott esté dentro de la casa?
Cameron se asomó a la puerta una vez más. La oscuridad era más profunda, y se veía cada vez menos.
-Eres un mentiroso. No hay nadie…
-Vuelve a ver, genio…
El muchacho se asomó una vez más, esta vez con más precaución. Al fondo de la cocina, en el recodo del pasillo hacía la estancia, se veía una sombra pasar, despacio. Fue cuando, de repente, la luz de la puerta trasera se encendió.
-Sidney, ¡Sidney!-, gritó Cameron, para hacerse notar. Javier estaba muy tenso, vigilando hacía el patio trasero.
De repente, apareció alguien tras los cristales de la puerta. Era una mujer, de mediana edad y cabello negro, algo despeinado. Tenía ojeras y la piel muy pálida. Miró a Cameron con sorpresa y asombro y decidió abrir la puerta, que estaba cerrada por dentro.
Javier reconoció al instante a la figura que antes había sido la joven protagonista de la masacre original de Woodsboro, pero que ahora parecía una mujer consumida por el miedo.
-¿Quién eres tú?-, dijo Sidney Prescott, sin abrir la puerta completamente.
-Me llamo Cameron, y él es Javier. Venimos a… ¿Estás bien?
A través del teléfono, volvió a escucharse la voz de Ghostface, y Sidney se asustó tanto, que soltó un grito.
-Mala idea. Cameron nunca debió llamar la atención de la pobre Sidney, quien se ha convertido en la esclava del despiadado asesino fantasma. Solo hay dos opciones: quedarse y morir; o correr…
El asesino colgó.
-Vamos, tenemos que llevárnosla de aquí antes de que…
Pero Javier no terminó su frase, porque de repente se escuchó un silbido muy cerca de ellos. Cerca de la puerta trasera, había ahora una flecha clavada, muy cerca de la cara de Cameron. Sidney cerró de nuevo la puerta con seguro y los dos muchachos, dejados a su suerte fuera de la casa, salieron corriendo de regreso al camino donde habían dejado la motocicleta.
-¡Corre, no mires atrás!-, gritó Javier a Cameron, quien ahora iba al frente.
Se escuchaban silbidos de flechas que caían a su alrededor, unas mucho más cerca que las otras. Javier levantó la mano justo al escuchar uno muy cerca de su cabeza, y la flecha se clavó en el casco que aún llevaba en la mano. Ninguno dejó de correr, y cuando ya estaba cerca el camino, Cameron sintió un horrible escozor en la pierna derecha. Una flecha le había dado en el muslo.
El grito de Cameron hizo que Javier se detuviera, para ayudarlo. Lo arrastraría si fuera necesario. Cuando estuvo cerca de él, trató de levantarlo, pero Cameron no podía. El dolor le había hecho hincarse en el césped, mientras su pierna sangraba.
-Vamos, vamos, levántate-, decía Javier, jadeando y jalando a su amigo para que se levantara. Los dos voltearon instintivamente, y vieron que en un árbol algo apartado, estaba Ghostface, encaramado en una de las ramas más bajas, con una ballesta entre las manos.
El asesino volvió a apuntar, esta vez, justo al pecho de Javier.
La flecha salió zumbando hacía su objetivo. Sin embargo, Javier sintió que perdía el equilibrio. Cayó de espaldas, y pudo ver, antes de cerrar los ojos, como una sombra se cernía sobre él, cubriéndolo.
El sonido de la flecha cesó, y un quejido de dolor se escuchó en todo el lugar. Javier abrió los ojos y vio a Cameron, de pie frente a él, sonriendo y sufriendo, con el rostro pálido. La flecha se le había clavado en el costado izquierdo, por debajo de la clavícula. Javier podía ver las plumas de la flecha moviéndose cada vez que Cameron respiraba.
-Perdóname…-, dijo Cameron, antes de desplomarse sobre Javier. El enorme muchacho trató de levantarse y mover a su amigo boca arriba, pero pensó rápido antes de cometer un error. No debía moverlo más, o lo mataría. Lo dejó boca abajo en el suelo, y se quedó a su lado, sin soltarle la mano.
-Vas a estar bien. Voy a llamar a Judy, te llevaremos al hospital.
Javier miró por encima de la colina, pero Ghostface ya no estaba en el árbol. Sacó su celular, y con las manos temblándole, marcó el número de la agente Hicks.

Pasaron quince minutos antes de que Judy, Kirby y Emmerson llegaran en la patrulla, seguidos por una ambulancia. Los paramédicos levantaron a Cameron, extrayendo las flechas de su cuerpo y haciendo lo posible porque no perdiera sangre. Lo subieron a la ambulancia, mientras platicaban con Javier acerca de lo sucedido. El muchacho se veía alterado y muy nervioso.
Mientras tanto, Judy y Emmerson salieron en busca de Sidney Prescott, y la encontraron llorando en su recámara, donde había podido atrancar la puerta con la puerta del clóset. Después de convencerla de que no pasaría nada, la sacaron de la casa, para que también pudieran atenderla. Estaba muerta de miedo, y parecía no haber comido nada en varios días.
-Dios mío, Sidney, ¿estás bien?-, dijo Kirby, acercándose a su vieja amiga para abrazarla, sin importarle que los paramédicos hicieran su trabajo.
-Vamos Kirby, no es momento. Ella responderá cuando esté mejor-, dijo Judy, llevándose a la muchacha junto a Javier y el comandante Emmerson.
-¿Cómo está Cameron?-, dijo Javier, mirando hacía la ambulancia abierta, camino debajo de la calle lateral de la casa.
-Estará bien, según los paramédicos. Las heridas no son de gravedad, pero pierde sangre y eso puede ser peligroso. ¿Tú estás bien muchacho?
Javier asintió, pero un sonido le hizo poner atención cuesta arriba.
Un auto se acercaba, y las luces encendidas alumbraban cada vez más el camino. El comandante Emmerson se acercó un poco más a la orilla para ver mejor. No era una de sus unidades. Y no parecía tener conductor…
-¡A un lado!-, gritó el hombre al ver el auto bajando el camino sin detenerse. Los paramédicos y Sidney corrieron de regreso al césped y los demás se alejaron del camino. Kirby sintió cuando Javier la abrazó y la arrojó al suelo, cubriéndola. El auto avanzó directamente en picada hacía la ambulancia. Judy alcanzó a ver que el auto estaba repleto de unos contenedores de gasolina, antes de arrojarse también al suelo.
Cameron no pudo levantarse rápido. Estaba demasiado sedado. Pero pudo ver como el auto se dirigía hasta él…
La ambulancia y el auto chocaron y hubo una enorme explosión, que se levantó como un hongo atómico en miniatura. Los restos de la ambulancia se levantaron y fueron a caer en la casa de Sidney, atravesando la pared y rompiendo los cristales. En la casa explotó el gas de la cocina, lo que hizo que media estructura saltara por los aires y se derrumbara.
Mientras el fuego consumía la casa, Javier trataba de alcanzar lo que quedaba de la ambulancia, llorando por su amigo, a quién aún deseaba salvar por imposible que fuera. Kirby y el comandante Emmerson se lo impedían, pero no había nada que hacer.
Y Judy, mirando por encima del alboroto, se encontraba con la mirada perdida de Sidney Prescott, rodeada de paramédicos confundidos. Sidney no tuvo que hablar para que, en sus ojos, reflejara algo que estaba tan claro como el agua.
Ha sido mi culpa, otra vez…

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