Un
celular sonó en la estancia de los Riley.
Con
paso apresurado, Gale se acercó hasta la mesita de noche para contestar la
llamada. En la pantalla aparecía el nombre de su esposo, el alguacil Dewey
Riley.
-Dewey,
¿pasó algo singular en la oficina?-, preguntó la otrora reportera de
televisión, cuya fama como Gale Weathers había descendido un poco. Pero con los
acontecimientos de hacía ya cuatro años en Woodsboro, la gente pedía más y más
en sus columnas online, las cuales eran bien recibidas y remuneradas.
-Todo bien, amor. Me preguntaba si querías
salir a cenar o nos quedamos en casa y pedimos pizza. Tú eliges.
Gale
se sentó en el sofá, y sonrió al escuchar la propuesta de su marido.
-Bueno,
no habría tenido tiempo de cocinar algo de todas maneras, así que pediremos la
pizza. Por cierto, ¿recuerdas la llamada que me hicieron acerca de una
entrevista especial? Quedaron de regresar la llamada hoy mismo. Me consideran
la superestrella de los años 90’s.
Del
otro lado de la bocina, Dewey soltó una risita.
-Ya lo creo. Tengo que dejarte, hay un asunto
con unos chicos haciendo grafittis en el centro comercial y ya debería estar
ahí. Yo llevo la pizza, no te preocupes.
-Gracias
Dewey. De verdad te amo tanto… No tardes, ¿quieres?
-No lo haré. Y si hablan, por favor, patea
sus traseros como tú sabes hacerlo.
Después
de colgar, Gale dejó el celular sobre la mesita de la estancia, y se sentó para
arreglarse las uñas. Llevaba una lima de metal y había traído de la habitación
el esmalte color caramelo. Detestaba verse tan informal a pesar de vivir en un
pueblo pequeño.
Otra
vez el celular sonó: esta vez mostró la etiqueta ENTREVISTA.
-¿Diga?
-Señora Riley, buenas tardes. ¿Prefiere así o
por Gale Weathers?
Gale
sonrió de satisfacción al escuchar su antiguo nombre de guerra.
-Prefiero
el segundo, si no es mucha molestia. Puede que se olviden de quién soy si no
está el Weathers después del Gale. Por cierto, tu nombre es…
-Oh, lo lamento, la costumbre. Me llamo Reese
Connor…
-Qué
coincidencia, lleva los apellidos de los dos hombres más importantes en la vida
de Sarah Connor.
La
referencia cinematográfica hizo reír a Reese, y Gale le devolvió el favor con
una risa un tanto apagada.
-Vaya que es perspicaz,
señorita Weathers. Muy bien, nuestros lectores están interesados en su vida
personal y en los acontecimientos que la llevaron a ser una de las mejores
reporteras del medio, desde la masacre de Woodsboro, hasta los incidentes en la
Universidad Windsor, los Estudios Sunrise y la más reciente masacre ocurrida
hace cuatro años en el pueblo donde vive. Le haré tres preguntas, ¿está lista?
-Dispara…
-Ok, muy bien. La primera, ¿añora tanto el
mundo del periodismo y la farándula como para abandonar Woodsboro si fuera
necesario?
-Lo
reconsideré algunas veces, sí. La verdad está allá afuera, Reese, y este pueblo
pequeño sólo ha tenido malas noticias un par de veces, tanto así que ha sido
una bomba estar ya dos veces implicada en eso. Cómo sea, espero encontrar una
buena historia pronto, que si no me hará salir de aquí, prefiero que me dé un
poco de impulso.
-Y sí que la encontraras Gale, de eso estamos
seguros. Segunda pregunta: ¿ha influido tu relación con el alguacil Riley en tu
trabajo más reciente como periodista online?
Gale
pensó en su esposo, en todas aquellas veces (cuatro para ser exactos) que Dewey
había sido su apoyo y sustento, cómo habían salvado el pellejo juntos.
-Por
supuesto, sin duda alguna. Dewey, digo, Dwight ha sido mi apoyo. Encaramos a la
muerte misma, por el amor de Dios. ¿Suficiente con eso? Creo que sí.
Reese
volvió a soltar una carcajada.
-¡Muy bien, muy bien Gale! Eres estupenda.
Ahora, la tercera pregunta, la más importante de todas.
Gale
esperaba alguna pregunta indiscreta, algo que le diera sabor a la entrevista
cuando fuese publicada. Las emociones fuertes llamaban a su puerta siempre, y
las evitaba sobre todo por falta de tiempo.
-Gale, ¿dónde está Sidney Prescott?
La
reportera se quedó pasmada, sonriendo más por la sorpresa de la pregunta como
por el hecho de que le resultara más bien una broma.
-Oh,
por favor, Reese. ¿Esa era la pregunta del millón de dólares? Si quieres que la
responda está bien. No sé dónde pueda estar Sidney. La última vez que la vimos
iba bien escoltada hacía su auto, saliendo de Woodsboro hacía quién sabe dónde.
La pobre ha tenido más traumas en esta vida y es obvio que ya no quiere seguir
alimentando el morbo. ¿Alguna pregunta más, señor Connor?
De
repente, la voz del otro lado se distorsionó. Ya no era la voz juvenil y
amable, sino una fría y calculadora voz grave, susurrante.
-No Gale, esa no es la última pregunta.
¿Quieres morir? Si la respuesta es no, dime dónde está la maldita Sidney
Prescott.
Gale
se levantó del sofá, con el celular bien pegado a su oreja y con la lima entre
los dedos de la otra mano.
-Si
esto es una broma, más te vale que…
-No estoy bromeando, Gale Weathers. ¿Adivina
qué? Ghostface regresó a Woodsboro una vez más para una última intervención. El
clásico juego de las preguntas ya pasó y ni siquiera te diste cuenta. Tendremos
que saltarnos la escena dónde el novio muere, porque Dewey no ha llegado a
casa, ¿o sí?
Gale
miró por la ventana, caminando firmemente y haciendo mucho ruido con sus
tacones. Miró hacía el patio trasero, pero no había nadie.
-Cuando
llegue te daremos una paliza, mocoso imbécil.
-Vamos Gale, relájate. Por cierto, de nada te
servirá buscar en el patio o en el porche. Esta vez tomé todas las medidas
necesarias para que esta noche sea inolvidable.
-¿Sí?
Pues olvidaste una cosa, idiota. No hiciste la pregunta adecuada. ¿Cuál es tu
película de terror favorita? ¿Cómo quieres morir esta noche, Gale? Ni siquiera
sabes hacer bien las cosas.
El
hombre del otro lado del teléfono rió, más despacio y con aire de grandeza.
-No es necesario. Lo estás haciendo tan bien…
Estás rompiendo tú misma las reglas, estúpida. Has mencionado sin querer la
película que más miedo te da: tu vida atrapada aquí, sin hacer nada más que
complacer a un esposo que no te valora lo suficiente. Te has vuelto una perra
fría, pero muy hogareña al final de cuentas…
De
repente, el timbre de la entrada sonó, haciendo que Gale soltara un pequeño
grito y un salto. El hombre tras el teléfono soltó una carcajada, que sonó más
bien a metal golpeando la pared.
-Buen provecho, Gale. Disfruta la cena.
Y
colgó. Sin esperar a escuchar el tono de colgado, Gale arrojó el celular hacía
el sillón y caminó despacio hacía la puerta. Los tacones se escuchaban como
martillazos lejanos, pero no le importó. Al menos que tuviera que correr.
Tomó
el pomo de la puerta y quitó con cuidado la cadena. Al abrir la puerta de
sorpresa, Gale soltó un grito que hizo que Dewey casi soltara las cajas de
pizza que llevaba en las manos.
-¡Oye,
tranquila, casi se me caen las cajas!
Gale
se sentía como una estúpida al ver como su marido cruzaba el umbral de la
puerta y le daba un beso en la mejilla. Cerró la puerta tras de sí, observando
hacía la entrada con mirada aprehensiva.
-¿Qué
pasó? ¿Te asustan las cajas de pizza?
-No,
es que… El idiota de la entrevista quiso hacerse el listo, y me ha hecho una
llamada de broma. Creo que imitó demasiado bien al maldito Ghostface.
Dewey
soltó un suspiro mientras dejaba la pizza sobre la mesa del comedor. Gale fue
tras él, con los brazos cruzados. Aún sostenía la lima entre los dedos
temblorosos.
-Esos
muchachos. Debieron ser los de la preparatoria. Les encanta molestar a la gente
con esas estupideces de Ghostface y Puñalada. Una de las profesoras me llamó
preocupada porque a uno de sus alumnos se le ocurrió presentar como proyecto un
fanfiction para “Puñalada 8”, y tuve
que decirle que no había nada de malo en eso.
-Pero
Dewey, no creo que sea agradable matar de un susto a alguien, y menos
engañándole. Tengo que revisar mejor las credenciales de esos idiotas antes de
ofrecer una entrevista.
Dewey
le sonrió y se le acercó. Le dio un beso apasionado, que hizo que ella se
sintiera más relajada.
-Te
amo, Gale. Vamos a revisar bien quién hizo la broma y le daremos un susto, ¿te
gusta?
Ella
asintió, sonriendo.
-Muy
bien, ahora… Olvidé la soda, así que tengo que ir a la bodega por unas latas.
¿Quieres una?
-No,
creo que necesito un maldito té de hierbas para controlar los nervios. Ve por
la tuya.
-Ok,
muy bien. Enseguida…
-¡Hey,
hey! Nada de “enseguida vuelvo”, ¿está bien?
La
cara de enfado de Gale hizo que Dewey sonriera.
-No
hay problema. Ghostface no atacará esta noche. Empieza a comer si quieres,
traje vegetariana, tu favorita.
Gale
vio como Dewey caminaba hacía el pasillo, abriendo la primera puerta hacía la
izquierda y bajando las escaleras hacía el sótano. Sus pasos retumbaron cada
vez más silenciosos, mientras se escuchaba cómo buscaba las latas de soda entre
otras cosas de la bodega.
De
repente, oyó vibrar su celular y soltar un pequeño sonido. Esta vez sabía que
no era una llamada, sino un mensaje de texto. Caminó hasta la estancia y tomó
el aparato. Soltó una risita al ver que decía DEWEY en la pantalla.
El
mensaje era sencillo: ILU y un corazón al final.
Apagó
el aparato y caminó hacia el comedor con él. Otro mensaje de texto. Otra vez
DEWEY.
-Tengo
un marido cursi que se burla de mí. Vaya vida de casada…
Sin
embargo, el mensaje ahora tenía otro significado. Ya no era cursi.
¿Sabes dónde está tu
esposo, estúpida perra?
Gale
miró hacia la puerta de la bodega y ahí estaba, de pie bajo el marco. Ghostface
levantaba el celular de Dewey con su mano izquierda, manchado de sangre. La
máscara también tenía gotas de sangre y una mancha como de dedos sobre ella. En
la mano derecha empuñaba un cuchillo serrado, que brilló con la luz del
pasillo.
La
reportera soltó un grito aterrador, y a pesar de llevar tacones, corrió hacía
la cocina. En su paso tiró la caja de arriba de la piza, haciendo que esta
ensuciara el piso. Por accidente una de las rebanadas cayó cerca del pie de
Gale, haciendo que tropezara y cayera de rodillas sobre la duela del piso. Se
levantó lo más rápido que pudo, dejando en el suelo el celular y la lima de
uñas.
Corrió
lo más rápido que pudo hasta llegar a la cocina, escondida más allá del comedor
y por supuesto de la estancia. Buscó en uno de los cajones un cuchillo. Lo tomó
entre sus dedos y volteó para encarar al asesino. No había nadie. Seguramente
estaba escondido. Y su esposo estaba herido en la bodega. O muerto…
-¡Sal
de ahí, maldito!-, gritó Gale, con los nudillos rojos de tan fuerte que
apretaba el mango del cuchillo.
De
repente, escuchó un sonido familiar: alguien había mandado mensaje a su celular
tirado en el suelo de camino al comedor. Caminó lentamente, y sintió que le
dolía la rodilla derecha por el golpe que se había metido. Vio el celular brillando
en el suelo. Se acercó rápidamente y lo tomó, sin soltar el cuchillo. El
mensaje era de Dewey.
Gale, Gale, por favor,
ayúdame. Estoy herido.
-¡Oh
por Dios, Dewey! ¿Dónde estás?-, dijo ella, escribiendo en el teléfono.
-En la estancia.
Gale
dejó el celular en el suelo. Caminó despacio hacía el comedor y luego hacía el
pasillo, tratando de no hacer ruido. No confiaba de los mensajes, pero tampoco
podía quedarse escondida ahí, mientras su marido se desangraba. Cuando dio la
vuelta hacía la estancia, la encontró a oscuras. El sillón le estorbaba la
vista, así que dio unos cuantos pasos más hacía el centro del lugar.
Repentinamente
sintió una presencia detrás de ella, pero fue demasiado tarde para reaccionar.
Ghostface tiró de su largo cabello, haciéndola gritar de nuevo y arrojándola de
espaldas hacía la pared. Gale sintió el golpe de su espalda contra el suelo, y
una de sus zapatillas salió volando hacía la estancia. Vio las piernas de su
atacante, dándose la vuelta para estar frente a ella, y una de las botas del
asesino le presionó el pecho tan fuerte que la dejó sin aliento. Con la mano
derecha, Ghostface levantó el cuchillo por encima de su cabeza, y dio el golpe
final.
Gale
Weathers sintió el frío acero del cuchillo penetrando en su vientre, y luego el
calor de la herida y la sangre brotando. Sentía el líquido como un fino hilo
que le escurría de los labios. El asesino le dio una estocada más, rasgando los
órganos internos. Después, quitó la bota de encima y le apuñaló el pecho,
traspasando uno de sus senos.
Ghostface
se quitó la máscara ante su víctima, quién no podía creer lo que estaba viendo
frente a ella. Quería murmurar el nombre del asesino, pero el dolor no se lo
permitía. Fue cuando el asesino susurró:
-Nueva
regla de las películas de terror, Gale: nunca confíes de tu marido, nunca…
Detrás
de la máscara estaba Dewey, sosteniendo el cuchillo sin temblar, con sangre
falsa en el disfraz de Ghostface y en los guantes. Mientras veía a Gale morir,
con sus ojos puestos en el techo de la estancia, se levantó y sacó el celular
de su bolsillo. Marcó el primer número que tenía en la lista, el que decía
REESE CONNOR:
-Hice
lo que tenía que hacer. No me iré con las manos vacías, Connor.
La
voz de Reese era la misma voz amable que antes. Dewey conocía sus tretas: no
era la única voz que tenía registrada en aquel aparato.
-Hiciste bien, amigo Riley. Le quitaste a
Gale un peso de encima. Y quieras o no, no te amaba. Ahora te voy a recompensar
como nunca antes. Por cierto, ¿dónde está Sidney Prescott?
La
misma tontería de siempre.
-Ya
te dije que no sé, Connor. Ahora dime como conseguir lo que me prometiste y
después hablamos…
-No te preocupes, ya estoy en ello…
Sin
embargo, detrás de Dewey apareció otra figura vestida de Ghostface, quién le tomó
del cabello alborotado y le cortó la garganta con el cuchillo. Apenas le dio
tiempo al alguacil de Woodsboro para voltear y quedar arrodillado frente al
asesino, quién le miraba sin quitarse la máscara. Pudo ver los contornos de la
misma, aquella blancura que asustaba y los ojos siempre fijos en él. La enorme
boca parecía que le chupaba la vida, y sintiendo la sangre correr sobre su
pecho, ensuciando el disfraz que él mismo llevaba.
Cuando el cuerpo de Dwight Riley cayó al suelo,
su mejilla izquierda se aplastó, dejando ver sólo un ojo verde apagado, mirando
hacía la noche.
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