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jueves, 21 de mayo de 2015

I: La Casa Torcida.

Cuenta la leyenda que había cierta casa en las afueras de la ciudad, que más que un elemento histórico del mundo antiguo, era un punto de encuentro para los aficionados de lo paranormal. Es común ver que hay atracciones en las ferias donde uno puede entrar a una casa construida específicamente para que el público se sienta confundido por su estructura interna. Sentir que uno va bajando cuando en realidad sube, sostenerse de un barandal porque el piso está demasiado inclinado, o incluso ver como una bola de billar baja por una pendiente inclinada hacia arriba.
La casa de este relato es igual, aunque con una sencilla diferencia: el acceso al público está restringido del todo. Nadie puede entrar ahí, a excepción de un grupo especializado que el gobierno de la ciudad eligió para cuidar la fachada y los alrededores. La casa, una bonita estructura de estilo victoriano, por fuera tiene toda la apariencia normal, aunque los que han entrado han dicho que la casa comienza siendo normal, con un vestíbulo completamente recto. Hasta ahí es donde la gente del gobierno ha podido acceder, ya que al cruzar cualquiera de las tres puertas (dos en los costados y una al fondo), la casa se transforma en un sinfín de laberintos y pasillos que no tienen pies ni cabeza.
Es común oír historias de gente, como Archibaldo Sanders, que cruzó la puerta al fondo en 1940, tratando de averiguar más acerca de la historia de la casa. Cuando abrió la puerta, la gravedad de la casa cambió, haciendo que el techo esta vez fuera el suelo. Archibaldo corrió con mucha suerte, ya que sólo tuvo que cruzar la puerta de nuevo, y resistir el golpe, para caer sano y salvo en el vestíbulo y regresar por sus propios pasos.
En 1958, Sonia James, una investigadora paranormal de renombre, se aventuró a ir más allá de lo que Archibaldo había podido. Sabiendo que la puerta del fondo sólo accedía a un pasillo que cambiaba la gravedad, se aventuró a cruzar la puerta. El golpe hacía el techo la desorientó un poco, pero pudo seguir caminando. Sonia llevaba una cuerda atada a la cintura, mientras afuera de la casa la cuerda se mantenía atada a una camioneta, la cual la jalaría ante cualquier eventualidad. Sonia caminó más allá en aquel pasillo, abriendo las puertas sin cruzar los umbrales. Una de las recámaras estaba colocada de manera horizontal, con la cama en la pared. En otra de las puertas, el baño estaba hacía el fondo, como si la puerta estuviera en el techo de la habitación.
La habitación al final del pasillo, justo antes de subir las escaleras, sería llamada con el tiempo “La Habitación James”, en honor a Sonia. Ahí la mujer encontró algo que la marcaría de por vida. La puerta de la habitación estaba en lo que sería el piso, como una trampilla o un sótano. La habitación está completamente oscura, y aunque ella encontró el interruptor de la luz, no encendió ningún foco. En el centro sólo había una mesa y una silla, llenas de polvo. En la silla se encontraba un cuerpo, un cadáver presumiblemente de hombre, aunque la ropa no permitía saber ni su sexo ni su procedencia.
-Le vi ahí, medio sentado y acostado sobre la mesa. Su ropa era extraña, una mezcla de una capa larga hasta el suelo, con pantalón muy amplio de la parte de abajo y una especie de blusa de colores que, por la oscuridad, no llegué a distinguir-, dijo Sonia en una entrevista varios años después.
-Debajo del cuerpo había papeles, hechos de un material similar al caucho de las llantas, pero más delgados. Las letras eran comprensibles, aunque estaban escritas en una caligrafía muy extraña, casi mecánica. Eran las escrituras de la casa, sólo que esperé a salir al pasillo iluminado para seguir leyendo.
Lo que había en esos papeles dejó a Sonia perpleja. La casa era propiedad de un hombre llamado Hister, construida como un regalo a su esposa Brontia, con elementos que unían dos épocas: la suya, y la de la antigüedad, época que a la mujer le apasionaba en gran medida. Las escrituras fueron firmadas por autoridades y selladas por el gobierno de Salamar, un país que, con posteriores investigaciones, no existía en el mapa. Lo más chocante fue cuando Sonia leyó la fecha en la que los papeles estaban firmados: 10429. Era imposible que algo estuviera firmado con esa fecha.
Sin embargo, y para sorpresa de Sonia, junto a los papeles oficiales firmados en Salamar más de 8400 años a partir de ahí, había una especie de carta, una misiva o última voluntad. La hoja era similar que las otras, solo que la caligrafía esta vez era de puño y letra de una persona, con un color de tinta tan brillante y cambiante que era difícil saber de qué color era. El contenido era demasiado sobrecogedor:
“La estructura de esta casa tiene conciencia propia. Los arquitectos que la edificaron incluyeron en sus paredes, bajo el suelo y sobre el techo varias especificaciones electrónicas que, sin lugar a dudas, le dieron una mente a la casa. No podíamos quedarnos sin hacer nada. Hicimos que se destruyera, que al final cambiara a su forma original, pero ni el fuego ni las bombas nucleares a pequeña escala mejoraron el asunto. Ahora la casa ha viajado, no sé a qué tiempo. Se adaptó, cambió por fuera, pero por tiempo sigue siendo la misma pesadilla. Somos uno mismo ahora, y moriremos aquí, sin que nadie nos encuentre. Escuchamos gente que entra, y grita porque no vuelve a salir. Las puertas a los costados del pasillo son el horror: una lleva al infinito absoluto, y la otra es un laberinto interminable. El único lugar seguro es al fondo, donde estamos nosotros. Y aquí moriremos, juntos…”
Sonia regresó a verificar que en la habitación hubiese dos cuerpos. Pero sólo estaba el de la persona acostada en la mesa. Sin embargo, al ver más de cerca, se quedó pasmada. El cuerpo era una mezcla de órganos, con un solo seno femenino, y dos cráneos que parecían haberse fusionado por la mitad, con lo que parecía un pedazo de ojo a la mitad de la frente.
Sin perder tiempo, y esperando no dejar su cordura en aquel lugar, Sonia regresó rápidamente sobre sus pasos, agarrándose de la cuerda. Al salir del pasillo que cambiaba la gravedad, miró hacía el fondo, hacía la puerta abierta de la entrada. No podía irse sin verificar dos cosas. Se dirigió con cuidado hacía la puerta que tenía a su izquierda, en el vestíbulo, a pesar de las advertencias de la carta que llevaba en las manos, junto a los papeles de la casa. Abriendo con cuidado la puerta, se percató de que más allá, en aquella habitación, había un enorme laberinto, hecho de paredes metálicas, como si estuvieran vivas, cubos gigantes que se movían en todas direcciones. Sonia juraba, años después, que había alcanzado a ver una figura humana, y otra más grande y ominosa, hecha de algo que no parecía carne.
La otra puerta debía ser la del infinito insondable de la que hablaba la carta. Cerrando la puerta del laberinto, se acercó a la otra, pero sólo para escuchar, poniendo la oreja en la superficie de la madera. Un grito ensordecedor rompió el ambiente silencioso al otro lado de la puerta, una voz que clamaba ayuda en diferentes idiomas, con una voz que ya se encontraba más allá de la comprensión.
Sonia soltó un grito y salió corriendo hacía el patio de la casa, relatando entre sollozos lo que había visto y encontrado. Los papeles que ella extrajo desde el corazón de la casa están escondidos, y ella misma fue una de las que promovieron la prohibición de acceso a la casa en años posteriores. La edificación ha sido objeto de debate, si dejarla en pie para futuras investigaciones, o incluso para demolerla, aunque todos los intentos han sido infructuosos. Ni la dinamita ni siquiera las máquinas han servido para tal efecto. Y ahí sigue, de pie, mirando hacia la calle vacía que da hacía la ciudad.
¿Qué hubiese encontrado Sonia de haber subido las escaleras de aquella casa sin principio ni final? ¿Dónde quedaba Salamar y quiénes habían sido en realidad Hister y Brontia? Ninguna de estas preguntas tenía respuesta. Y peor: varios decían que la casa parecía susurrar en las noches, esperando despertar, y devorar lo que se le pusiera enfrente. Ahora, rezamos porque ese día jamás llegue…


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