Cuenta
la leyenda que había cierta casa en las afueras de la ciudad, que más que un
elemento histórico del mundo antiguo, era un punto de encuentro para los
aficionados de lo paranormal. Es común ver que hay atracciones en las ferias
donde uno puede entrar a una casa construida específicamente para que el
público se sienta confundido por su estructura interna. Sentir que uno va
bajando cuando en realidad sube, sostenerse de un barandal porque el piso está
demasiado inclinado, o incluso ver como una bola de billar baja por una
pendiente inclinada hacia arriba.
La
casa de este relato es igual, aunque con una sencilla diferencia: el acceso al
público está restringido del todo. Nadie puede entrar ahí, a excepción de un
grupo especializado que el gobierno de la ciudad eligió para cuidar la fachada
y los alrededores. La casa, una bonita estructura de estilo victoriano, por
fuera tiene toda la apariencia normal, aunque los que han entrado han dicho que
la casa comienza siendo normal, con un vestíbulo completamente recto. Hasta ahí
es donde la gente del gobierno ha podido acceder, ya que al cruzar cualquiera
de las tres puertas (dos en los costados y una al fondo), la casa se transforma
en un sinfín de laberintos y pasillos que no tienen pies ni cabeza.
Es
común oír historias de gente, como Archibaldo Sanders, que cruzó la puerta al
fondo en 1940, tratando de averiguar más acerca de la historia de la casa. Cuando
abrió la puerta, la gravedad de la casa cambió, haciendo que el techo esta vez
fuera el suelo. Archibaldo corrió con mucha suerte, ya que sólo tuvo que cruzar
la puerta de nuevo, y resistir el golpe, para caer sano y salvo en el vestíbulo
y regresar por sus propios pasos.
En
1958, Sonia James, una investigadora paranormal de renombre, se aventuró a ir
más allá de lo que Archibaldo había podido. Sabiendo que la puerta del fondo
sólo accedía a un pasillo que cambiaba la gravedad, se aventuró a cruzar la
puerta. El golpe hacía el techo la desorientó un poco, pero pudo seguir
caminando. Sonia llevaba una cuerda atada a la cintura, mientras afuera de la
casa la cuerda se mantenía atada a una camioneta, la cual la jalaría ante
cualquier eventualidad. Sonia caminó más allá en aquel pasillo, abriendo las
puertas sin cruzar los umbrales. Una de las recámaras estaba colocada de manera
horizontal, con la cama en la pared. En otra de las puertas, el baño estaba
hacía el fondo, como si la puerta estuviera en el techo de la habitación.
La
habitación al final del pasillo, justo antes de subir las escaleras, sería
llamada con el tiempo “La Habitación James”, en honor a Sonia. Ahí la mujer
encontró algo que la marcaría de por vida. La puerta de la habitación estaba en
lo que sería el piso, como una trampilla o un sótano. La habitación está
completamente oscura, y aunque ella encontró el interruptor de la luz, no
encendió ningún foco. En el centro sólo había una mesa y una silla, llenas de
polvo. En la silla se encontraba un cuerpo, un cadáver presumiblemente de
hombre, aunque la ropa no permitía saber ni su sexo ni su procedencia.
-Le
vi ahí, medio sentado y acostado sobre la mesa. Su ropa era extraña, una mezcla
de una capa larga hasta el suelo, con pantalón muy amplio de la parte de abajo
y una especie de blusa de colores que, por la oscuridad, no llegué a
distinguir-, dijo Sonia en una entrevista varios años después.
-Debajo
del cuerpo había papeles, hechos de un material similar al caucho de las
llantas, pero más delgados. Las letras eran comprensibles, aunque estaban
escritas en una caligrafía muy extraña, casi mecánica. Eran las escrituras de
la casa, sólo que esperé a salir al pasillo iluminado para seguir leyendo.
Lo
que había en esos papeles dejó a Sonia perpleja. La casa era propiedad de un
hombre llamado Hister, construida como un regalo a su esposa Brontia, con
elementos que unían dos épocas: la suya, y la de la antigüedad, época que a la
mujer le apasionaba en gran medida. Las escrituras fueron firmadas por
autoridades y selladas por el gobierno de Salamar, un país que, con posteriores
investigaciones, no existía en el mapa. Lo más chocante fue cuando Sonia leyó
la fecha en la que los papeles estaban firmados: 10429. Era imposible que algo
estuviera firmado con esa fecha.
Sin
embargo, y para sorpresa de Sonia, junto a los papeles oficiales firmados en
Salamar más de 8400 años a partir de ahí, había una especie de carta, una
misiva o última voluntad. La hoja era similar que las otras, solo que la
caligrafía esta vez era de puño y letra de una persona, con un color de tinta
tan brillante y cambiante que era difícil saber de qué color era. El contenido
era demasiado sobrecogedor:
“La
estructura de esta casa tiene conciencia propia. Los arquitectos que la
edificaron incluyeron en sus paredes, bajo el suelo y sobre el techo varias
especificaciones electrónicas que, sin lugar a dudas, le dieron una mente a la
casa. No podíamos quedarnos sin hacer nada. Hicimos que se destruyera, que al
final cambiara a su forma original, pero ni el fuego ni las bombas nucleares a
pequeña escala mejoraron el asunto. Ahora la casa ha viajado, no sé a qué
tiempo. Se adaptó, cambió por fuera, pero por tiempo sigue siendo la misma
pesadilla. Somos uno mismo ahora, y moriremos aquí, sin que nadie nos
encuentre. Escuchamos gente que entra, y grita porque no vuelve a salir. Las puertas
a los costados del pasillo son el horror: una lleva al infinito absoluto, y la
otra es un laberinto interminable. El único lugar seguro es al fondo, donde
estamos nosotros. Y aquí moriremos, juntos…”
Sonia
regresó a verificar que en la habitación hubiese dos cuerpos. Pero sólo estaba
el de la persona acostada en la mesa. Sin embargo, al ver más de cerca, se
quedó pasmada. El cuerpo era una mezcla de órganos, con un solo seno femenino,
y dos cráneos que parecían haberse fusionado por la mitad, con lo que parecía
un pedazo de ojo a la mitad de la frente.
Sin
perder tiempo, y esperando no dejar su cordura en aquel lugar, Sonia regresó
rápidamente sobre sus pasos, agarrándose de la cuerda. Al salir del pasillo que
cambiaba la gravedad, miró hacía el fondo, hacía la puerta abierta de la
entrada. No podía irse sin verificar dos cosas. Se dirigió con cuidado hacía la
puerta que tenía a su izquierda, en el vestíbulo, a pesar de las advertencias
de la carta que llevaba en las manos, junto a los papeles de la casa. Abriendo
con cuidado la puerta, se percató de que más allá, en aquella habitación, había
un enorme laberinto, hecho de paredes metálicas, como si estuvieran vivas,
cubos gigantes que se movían en todas direcciones. Sonia juraba, años después,
que había alcanzado a ver una figura humana, y otra más grande y ominosa, hecha
de algo que no parecía carne.
La
otra puerta debía ser la del infinito insondable de la que hablaba la carta. Cerrando
la puerta del laberinto, se acercó a la otra, pero sólo para escuchar, poniendo
la oreja en la superficie de la madera. Un grito ensordecedor rompió el
ambiente silencioso al otro lado de la puerta, una voz que clamaba ayuda en
diferentes idiomas, con una voz que ya se encontraba más allá de la comprensión.
Sonia
soltó un grito y salió corriendo hacía el patio de la casa, relatando entre
sollozos lo que había visto y encontrado. Los papeles que ella extrajo desde el
corazón de la casa están escondidos, y ella misma fue una de las que
promovieron la prohibición de acceso a la casa en años posteriores. La edificación
ha sido objeto de debate, si dejarla en pie para futuras investigaciones, o
incluso para demolerla, aunque todos los intentos han sido infructuosos. Ni la
dinamita ni siquiera las máquinas han servido para tal efecto. Y ahí sigue, de
pie, mirando hacia la calle vacía que da hacía la ciudad.
¿Qué
hubiese encontrado Sonia de haber subido las escaleras de aquella casa sin
principio ni final? ¿Dónde quedaba Salamar y quiénes habían sido en realidad
Hister y Brontia? Ninguna de estas preguntas tenía respuesta. Y peor: varios
decían que la casa parecía susurrar en las noches, esperando despertar, y
devorar lo que se le pusiera enfrente. Ahora, rezamos porque ese día jamás
llegue…
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