Cuando
tenía 12 años de edad, Jonah aprendió a pintar por sí mismo. Lo que veía lo
plasmaba, e incluso lo que no. Sabía que los sentimientos no tenían una forma
específica de representarse en el lienzo, y sin embargo resultaban más vívidos
que nunca, incluso como una visión más clara que la que tenía en su corazón al
respecto. Después, empezó a mezclar la realidad con los sentimientos y
pensamientos, como un bello paisaje soleado cuando se sentía feliz o su propio
rostro (no tan perfecto), es que se encontraba pensando alguna cosa. Muchas veces
dibujaba criaturas, ya fueran simples animales, e incluso algunas que podía ver
en las caricaturas o que había leído en algún cuento.
Sin
embargo, un día justo después de su treceavo cumpleaños, empezó a dibujar algo
más extravagante, movido por un sentimiento ajeno, algo que lo hacía sentir
temeroso e incluso nervioso, como si supiera que algo le fuera a pasar. Después
de dos o tres días mezclando colores y dibujando siluetas, la pintura estaba
lista, pero para sorpresa de sus padres y conocidos, el resultado había sido
algo abrumador: se trataba de una especie de pasillo, que aunque por el ancho
de sus dimensiones parecía más bien un cuarto pequeño, con una mesa y una silla
al centro. Sentado en la silla se encontraba un hombre, vestido de varios
colores, como si su ropa estuviera hecha de tiras de los colores del arcoíris,
que contrastaba demasiado con el fondo gris del cuarto.
Sin
embargo, en la penumbra que Jonah pintaba en la pared detrás del hombre, había
una silueta, muy difuminada, que parecía salir desde la pared. Era delgada y
alta, y parecía tener una mano extendida y levantada por sobre la cabeza del
hombre feliz sentado en medio de la pintura.
Los
padres del muchacho exhibieron con orgullo el trabajo de su hijo, que sin duda
era uno de los mejores que jamás hubiese hecho hasta ese momento. Aunque, quién
veía la pintura, se sentía extrañamente invadido por un sentimiento de tremenda
confusión, como si la felicidad del hombre sentado se mezclara con la agonía de
algo que surgía detrás de la pared, justo hacía ellos.
Nadie
más recordó aquella extraña imagen, ni siquiera después de que Jonah cumpliera
26 años. Después de muchos años de estudio en una de las mejores academias de
arte, el joven ahora trabajaba en sus propios proyectos, la mayoría de los
cuales eran exhibidos de manera profesional con el público conocedor. No sólo
incluía sus trabajos más recientes, sino que también se podían admirar algunos
hechos desde su infancia. Entre estos, incluía el mejor de todos: el hombre de
colores sentado en aquel ambiente depresivo, con la sombra cerniéndose sobre su
cabeza.
El
trabajo de Jonah con la pintura cada vez era más estilizado y genial. Las figuras
adquirían una apariencia más humana o animal, y hasta las criaturas que sólo
existían en su imaginación estaban más cercanas a una realidad que jamás podría
ser. Estos trabajos, los de corte fantástico y mitológico, le valieron ser
contratado para elaborar afiches o posters de las películas de moda, e incluso
para elaborar toda una tanda anual de un famoso juego de cartas, que incluía
siempre criaturas extravagantes, y que sólo incluía a pintores de renombre o
talentos no muy bien reconocidos.
Se
había conseguido un departamento pequeño, pero muy cómodo para hacer su
trabajo. Las paredes de la estancia estaban hermosamente decoradas con su
propio arte, mostrando siempre escenas de la realidad mezcladas con una
fantasía impresionante. Un enorme pulpo atacando un barco antiguo abarcaba toda
la pared del fondo, si se veía desde la puerta de entrada, la cual era una
enorme boca con dientes, como la de un tiburón. En las otras paredes se
observaban elfos, hadas, aves gigantescas y hasta una especie de animal de
cuatro patas que recordaba a un dinosaurio. Todos los que visitaban a Jonah se
quedaban asombrados ante el colorido de la estancia, que le daba un aire más
alegre a todo el lugar, aunque en ninguna otra parte de la casa hubiese tal
despliegue de grandeza.
Una
noche, llegando a su departamento después de comprar material, Jonah vislumbró
algo que, él pensó en ese momento, le daría un impulso más grande a su trabajo.
Puso el caballete ahí mismo, cerca de la puerta de entrada, casi sin perder
tiempo en lo que tenía que hacer. Mezclando colores, se quedó toda la noche
hasta que terminó, cansado y absorto, la segunda parte de aquella pintura que
le valdría el reconocimiento cuando niño.
Esta
vez, se había basado en la estancia para dibujar con mejor proporción el
cuarto, que ya no parecía un pasillo. Descartó los muebles, pero reprodujo casi
con extrema exactitud las pinturas de las tres paredes que veía. En el centro
estaban de nuevo la mesa y la silla, y el hombre sentado en ella que ahora se
veía más serio, vestido con traje y corbata. De la pared, justo donde estaba el
pulpo y el barco, sobresalía una vez más la sombra, esta vez como si una
persona en realidad estuviera ahí reflejada en la pared de colores. Otra vez el
brazo extendido de la sombra se cernía sobre la cabeza del hombre serio, esta
vez aferrando algo, que no pudo determinar bien, a pesar de que él la había
pintado y dispuesto así.
Tardó
unos días en mostrar su trabajo a una galería de arte, y fue por todos aclamado
como uno de sus mejores cuadros. Junto a él, Jonah exhibía el cuadro de su
infancia, como esperando formar una historia, de un hombre que, después de
vivir feliz rodeado de la depresión, ahora toda esa felicidad lo hiciese sentir
abrumado. Quién podría imaginar siquiera que ese cuadro sería uno de los
últimos que le darían a Jonah un reconocimiento especial en el arte.
Ya
no era de sorprender que, a los 39 años (una edad demasiado corta para vivir
así), Jonah se encontrara sumido en la depresión que su propio cuadro le había
dejado. Sus trabajos ya no fueron los mismos desde entonces, y la calidad de
cada uno mostraba algo que dejaba mucho qué desear. La mayoría exploraba el
lado oscuro de las personas, la muerte, la violencia, la depresión, el
suicidio. Empezó a alejarse de los círculos que frecuentaba, y poco a poco,
también dejó de exhibir el arte que otrora le había dado todo. Al final,
refugiado en su departamento, con apenas qué comer, pintó su casa una vez más,
esta vez, de un gris uniforme, sin que pudieran verse las antiguas
representaciones fantásticas de sus sueños y anhelos.
Justo
a mediados de Diciembre, sin calefacción y con los pensamientos abatidos por la
tristeza y la agonía de no volver a pintar, Jonah se sentó en lo que quedaba de
sus muebles, justo al centro de la estancia: una silla y una mesa, simples
recuerdos de una época pasada. Observó el entorno que solía ser su vida, cómo
el primer cuadro donde la felicidad se encontraba en él a pesar de la mala
suerte, y cómo la alegría había salido para llenar un espacio que ahora no
podía más que contener sufrimiento.
Sobre
la mesa, dispuestos para trabajar una última vez con su dueño, ya se
encontraban el lienzo, los pinceles y el óleo. Volvió a plasmar, sin querer
pero con todo el deseo de su corazón, el cuarto. Esta vez, sin que nadie lo
pudiera creer tiempo después, más que una pintura de un niño aficionado o que
un trabajo profesional, ahora estaba plasmando una fotografía, tan real como lo
que lo rodeaba. Su rostro era tan tangible que ni siquiera pensaba que podría
ser una pintura como cualquier otra que hubiera hecho. Este sería, quizá, la
obra maestra de su carrera, y de su vida…
Sin
embargo, a punto de culminar, la puerta del departamento se abrió, dejando
pasar a un visitante que ni siquiera él esperaba. De pie en la puerta, mirando
con su rostro absorto, se encontraba Jonah de niño, a sus 13 años, pero no
parecía real. Parecía sacado de una imagen de televisión, hecho con
interferencias o resonancias. Se quedó ahí, mirándole como si estuviera
estudiando la situación. Después, así como llegó, desapareció en el aire.
Jonah, de 39 años, mirando sorprendido hacia la puerta, volvió a pintar…
Cuando
las autoridades le encontraron días después, estaba sentado, con la cabeza hacia
atrás. Concluyeron que había sido un paro cardiaco. En la mesa encontraron su
material y la pintura más real que jamás nadie hubiese visto. Completado el
tríptico, la imagen mostraba un hombre que de la felicidad pasaba a la
depresión eterna. Y la última pintura era la más aterradora. El cuarto era
completamente blanco, sin las líneas donde empezaban o terminaban las paredes. La
mesa y la silla esta vez eran negras, sin detalles, como si estuvieran hechas
de oscuridad absoluta. El hombre de la silla ahora estaba desnudo, y su cara
reflejaba un grito de miedo y locura, con los ojos completamente abiertos, como
si algo en la cuarta pared le hubiese asustado.
La
sombra detrás de él ya no era lo que solía ser. Con una túnica café, se
encontraba un esqueleto, de pie, justo con la mano por encima de la cabeza del
hombre que ahora gritaba. Y en su huesuda mano sostenía una soga que rodeaba el
cuello del desdichado, lista para jalar…
2 comentarios:
Muy interesante Luis!, no se si es leyenda, creepypasta o como se llame jajaja, pero está muy bueno!
No amiga, es solo un relato, pero dividido. Como si fuera el ascenso y la caída de cualquier otro artista.
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