Music

domingo, 24 de mayo de 2015

IV: El experimento.

Alicia había escuchado, entre los alumnos más avanzados, que en el gran depósito de los instrumentos musicales se aparecía un fantasma. Algunos hablaban más bien de un monstruo, algo tan aterrador que mataba con sólo ver a su víctima. Lo curioso era lo fácil que una leyenda había convencido a otros alumnos a enfrentarse a lo desconocido, siempre con consecuencias: siempre que alguna persona entrara al depósito sin el permiso necesario, firmado por uno de los maestros, podía ser suspendido.
Sin embargo, si la leyenda era cierta, de alguna manera habría que provocar al fantasma para que se apareciera. Nadie lo mencionaba jamás, y sólo quedaba en que cualquier persona que entrara al recinto podría verlo si era lo suficientemente paciente. Alicia no lo creyó así. A pesar de que sus clases de piano iban muy bien, y sus ensayos casi diarios no le quitaban tiempo en su vida social y en la escuela, la muchacha de 16 años podría ponerse a investigar un poco más al respecto. A través de varias páginas de Internet, empezó a buscar maneras de hacer que las entidades fantasmales se apareciesen a quien lo quisiera.
Descartó cosas como palabras mágicas, invocaciones con velas y otros materiales químicos, e incluso la Ouija, ya que no quería gastar demasiado, o correr un riesgo mayor de tratarse de una realidad. Sin embargo, en una página que dejó al final de sus pesquisas, encontró el mejor método para atraer a una energía oculta. Lo más asombroso es que el material que necesitaba lo podía encontrar en la escuela de música. Alicia sólo tenía que pedirlo a la persona indicada.

-Necesito tu diapasón-, le preguntó la muchacha a Tomás, su mejor amigo en la academia de música, quién estudiaba guitarra acústica. Esto días después de sus investigaciones.
-Pero si tú estudias piano, no necesitas un diapasón para afinar tu música-, le dijo el muchacho, sonriéndole a su amiga mientras se acomodaba los lentes por encima de la nariz. Ella le miró, casi rogándole.
-Vamos, lo necesito. Si funciona lo que necesito hacer, te lo contaré a ti primero. Por favor…
Tomás se le quedó viendo un momento.
-Te lo prestaré, si me enseñas lo que vas a hacer. Tengo curiosidad, y ya no puedes echarte para atrás.
Alicia tragó saliva. No quería decirle a nadie más acerca de su plan, y mucho menos llevar a un alumno inocente a un castigo severo si no podían demostrar nada. Al final, suspiró como si no tuviera más opción.
-Está bien. Voy a salir al baño del segundo piso a los 15 minutos de clase. Te veré ahí, y si no estás, regresaré al salón, ¿está claro?
Tomás asintió, satisfecho. Sus clases iniciaban a la misma hora, así que no habría problema si ambos salían, ya que estaban en salones diferentes. Se dieron la mano y se despidieron.

Llegado el momento, Alicia se detuvo en su práctica de una hermosa melodía, sintiendo sus dedos engarrotados, no por el cansancio, sino por los nervios. El profesor Sánchez le miró, un tanto extrañado.
-¿Sucede algo Alicia?
-Necesito ir al baño, profesor…
-Claro, no te tardes mucho por favor-, dijo Sánchez, revisando el trabajo de su otra alumna dentro de aquella enorme aula.
Alicia se levantó y salió despacio hacía el pasillo. Ya que estaba prohibido correr por ahí como si nada, caminó rápidamente hasta el final del pasillo, subiendo las escaleras de dos escalones a la vez, y cuando llegó a su destino, ya estaba Tomás esperándola.
-Tardaste demasiado.
-Te adelantaste. Además no quería correr. Tenemos que ser cautelosos. Ven.
Alicia tomó a su amigo de la mano y juntos siguieron hasta el final del pasillo del segundo piso. Se detuvieron frente a las puertas dobles del depósito de los instrumentos. La muchacha vigiló que nadie más se acercara por ahí, y empujó la puerta para entrar. Su amigo la siguió cauteloso.
-¿Qué pretendes?
-Verificar una leyenda.
Tomás la detuvo del brazo, a través de las penumbras de aquél abandonado salón que sólo tenía una pequeña ventana al fondo, que apenas iluminaba el lugar.
-Quieres ver si lo del fantasma es verdad… Es una tontería. Y si nos cachan aquí, nos van a castigar.
-No creo que sea una tontería. Por eso te pedí tu diapasón. ¿Lo trajiste?
Tomás vaciló un momento. Sacó del bolsillo de su pantalón un aparato de metal, que parecía más bien una horquilla de metal. De su propio bolsillo, Alicia sacó una varilla de metal sencilla.
-¿Qué vas a hacer?
La muchacha guiñó el ojo a su amigo.
-Ya verás…
Tomó el diapasón con la mano izquierda y lo golpeó en uno de los extremos gemelos, haciéndolo vibrar. Ella sabía que el sonido hipnótico de las barras paralelas del aparato no duraría mucho, aunque con la vara de metal que ella había traído de casa haría magia. Tocó el diapasón con la varita y empezó a frotarlo, como si estuviera prendiendo fuego con dos pedazos de metal. El sonido del diapasón, además de perpetuarse, se intensificó, haciendo que a ambos les zumbaran los oídos.
-¡Eso es molesto!-, exclamó Tomás, con la voz un poco alta para que Alicia le escuchara. Sin embargo, ella no se detuvo.
El sonido del diapasón empezó a retumbar en las paredes del salón, entre los metales de otros instrumentos, y bajo los anaqueles donde estos descansaban. De repente, uno de los platillos que usaban para la orquesta cayó de su lugar, haciendo su particular sonido estridente sobre el suelo de la estancia. Rodó unos metros y se detuvo.
Alicia dejó de frotar la vara de metal contra el diapasón, y el sonido del aparato se hizo más débil. Tomás se quedó detrás de ella, y ambos escucharon con atención. El sonido del platillo se había ido, y a pesar de que el diapasón seguía vibrando, poco a poco el silencio ocupaba todo el lugar.
-¿Qué fue eso?-, dijo Alicia, casi en un susurro.
-No lo sé…
Lo que vino fue tan repentino que hizo que los dos se quedaran petrificados, tan cerca de la puerta pero sin poder moverse ni un poco. Varios de los instrumentos cayeron estrepitosamente al suelo, haciendo mucho ruido. Sin embargo, no parecía haber nadie ahí. De repente, un gemido muy fuerte empezó a escucharse al fondo del recinto, que iba creciendo conforme parecía acercarse más y más. Alicia no lo pensó mucho y salió corriendo dejando las puertas entreabiertas.
Tomás se quedó ahí, quieto, mientras la figura al fondo de la sala se iba dibujando poco a poco contra la penumbra. Era una persona que él conocía muy bien. Se llamaba Isabel, su novia, quién llegó caminando como si nada, riéndose. Tomás la tomó de las manos y la acompañó con sus carcajadas.
-Se la creyó. Hiciste bien en decirme lo que sospechabas. Al menos le metimos un buen susto a tu amiguita-, dijo Isabel, mirando a su novio con ojos alegres y algo de maldad.
-Ya me había preguntado muchas cosas acerca de la leyenda. Qué mejor que hacerle pasar un momento como ese…
-Muy bien por ustedes-, dijo una voz detrás de ellos.
Isabel y Tomás voltearon. Por un momento, pensaron que podría ser algún profesor que los había descubierto y que ahora los castigaría. Sin embargo, lo que había detrás no era siquiera humano. Tenía la apariencia de un felino apoyado solo en sus patas traseras, con enormes manos con garras afiladas que arrastraban justo a los costados. La cabeza era felina, sin embargo, los rasgos eran como los de un reptil, con un hocico enorme y alargado del cual sobresalían un montón de dientes putrefactos. 
La criatura abrió las fauces, escurriendo saliva sanguinolenta, y los dos aterrados alumnos gritaron antes de sentir las afiladas garras en sus gargantas. Al fondo del salón, como si viniera del fondo del abismo infernal, el viejo piano de la escuela empezó a tocar sin que ninguna mano humana lo manipulara.


2 comentarios:

Azahena dijo...

aaaaaarrrgggg me gustó mucho!!!!, no logro imaginarme a la cosa esa, pero solo de leer de los dientes me dio ñañaras jajaja, excelente Luis

Luis Zaldivar dijo...

Gracias jeje lo iba a dejar hasta donde sale Isabel, pero pensé que sería muy tonto jeje

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