Cada
tarde, Irvin salía a los lugares más conocidos de Izcalli a fotografiar lo que
se encontrara: animales, pájaros, árboles y hasta los atardeceres. Varias de
sus mejores tomas las subía a su blog, para que sus seguidores las admiraran y
también para compartirlas con profesionales.
Aquella
tarde Irvin fue a uno de los muchos parques cercanos a su casa, esperando
encontrar algunos niños jugando en la resbaladilla o en los columpios. Había fotografiado
en el camino un par de aves, una paloma sobre un cable y hasta una oruga en
medio de la banqueta. Cuando llegó al parque, no había niños, pero sí un
pequeño grupo de alumnos de la secundaria jugando una cascarita de futbol. Tomó
unas cuantas fotos, una mientras jugaban y otra cuando uno de los muchachos
anotó gol. Después, tomó otras dos a una hermosa flor que había nacido en un
árbol.
Mientras
enfocaba para una foto del parque en general, divisó algo al fondo. Era una
persona que él solía conocer, pero sin embargo había decidido olvidar. Era una
muchacha, de estatura media y de figura robusta, aunque su rostro era un
encanto, de piel color crema y ojos grandes, con los labios pintados de rojo,
que contrastaban con su cabello negro largo y ondulado. Trataba de recordar su
nombre, pero estaba más concentrado en enfocar, esta vez, a la muchacha, quién
estaba sentada solitaria en una banca más allá de los árboles.
De
repente, al fondo de la imagen, apareció un hombre, más viejo que la muchacha
pero vestido muy elegante, con traje y corbata. En ese momento, Irvin tomó una
foto, quedando plasmado el rostro de aquel hombre sonriente. Después, el hombre
tomó a la chica de la mano, levantándola delicadamente de la banca, y se la
llevó del brazo, cruzando con cuidado la avenida y dando la vuelta hasta una de
las calles menos transitadas de la colonia.
Sin
pensarlo dos veces, Irvin aferró bien su bolsa y dejando que la cámara colgara
en su cuello, corrió hasta donde la pareja había desaparecido. Al llegar a la
esquina, se detuvo para observar a través del obturador de su cámara. La chica
iba del lado derecho, y el hombre le platicaba algo que a ella le causaba risa.
Caminó discretamente detrás de ellos, separado muchos metros de la pareja, sin
mirarlos demasiado. Casi al final de la calle, cruzaron de nuevo detrás de un
auto rojo que iba en sentido contrario, y se pararon ante la puerta de un
edificio, que Irvin sabía que antes había sido un bar, aunque no había tenido
mucho éxito.
Justo
antes de entrar, Irvin volvió a tomarles una foto, y esperó a que
desaparecieran en el umbral de la puerta para cruzar. Aún le quedaban algunos
metros para llegar hasta la puerta del lugar, cuando le llegó una extraña
sensación, entre pertenencia y miedo. Algo en ese lugar le indicaba que estaba
cometiendo un error, pero que era necesario entrar para saber cómo se llamaba
la chica y que era lo que tenía que hacer a continuación. Cuando llegó ante la
puerta, se dio cuenta que estaba entreabierta, y dentro se escuchaba música,
lejana, como si proviniera de otra parte.
Sin
pensarlo dos veces, Irvin entró en aquel lugar…
El
bar estaba atestado de gente, y algunos otros jugaban en las cuatro mesas de
billar dispuestas alrededor del recinto. Al fondo, en la barra, había una
figura que contrastaba con las demás, un muchacho alto que vestía un smoking de
color amarillo. Estaba sentado con un tarro de cerveza de color azul entre sus
manos, y cuando Irvin entró, volteó para verlo a los ojos y dirigirle una
sonrisa un tanto extraña. Con un ademán de la mano izquierda le indicó que se
acercara. Irvin, con la cámara aún en el cuello, se acercó, esquivando a unas
cuantas personas antes de sentarse al lado del hombre de amarillo.
-Llegas
algo tarde, y con ese atuendo, no, no, no…-, dijo el hombre de amarillo, con
tono burlón en su voz.
Irvin
se miró a sí mismo y luego al hombre.
-Diría
lo mismo en tu lugar.
-Es
lo único que he traído de casa, Irvin.
Creo que sabes a lo que has venido aquí.
-Quiero
saber el nombre de la chica, la que entró antes que yo con el viejo-, dijo el
muchacho.
El
hombre de amarillo levantó su tarro y bebió un largo sorbo de su cerveza azul.
-Estás
aquí por eso y más. Necesito que me hagas un pequeño trabajo. Acompáñame por
favor.
El
hombre de amarillo dejó su tarro en medio de la barra y se levantó, caminando
hacía una puerta al fondo del bar. Irvin también se levantó y le siguió,
mirándole atentamente y aferrando bien su cámara con ambas manos. Detrás de la
puerta estaba la bodega del bar. Al fondo, en una pared mugrosa, había un
traje, de un color que a Irvin le recordó algo que había pasado hace mucho
tiempo.
-Necesito
que te cambies, no puedes salir así.
Irvin
empezó a quitarse la ropa, sin que el hombre de amarillo se inmutara de ello. Dejó
su ropa en una caja de cartón que estaba en la esquina de la bodega, con todo y
la bolsa y la cámara. Cuando estuvo listo, Irvin se miró y quedó fascinado con
su nueva imagen, más elegante, sin importarle la barba y los lentes.
-Lleva
tu cámara, porque necesito la evidencia de que lo has hecho bien. Esto es lo
que tienes que hacer.
El
hombre de amarillo se acercó a Irvin y le susurró algo al oído, como si supiera
que alguien le estaba viendo. El muchacho escuchaba todo atentamente, y asintió
cuando el misterioso hombre acabó.
-Ahora,
ve y hazme ese favor. Ella te dirá cuanto quieras cuando lo hayas cumplido. Sabes
dónde encontrarla, y no quiero que la decepciones, y a mí tampoco.
-¿Qué
más voy a ganar? No quiero sólo respuestas.
El
hombre de amarillo abrió la puerta y acompañó a Irvin de regreso al bar. Ya llevaba
de nuevo la cámara en el cuello.
-Hazlo,
y te daré lo que me pidas.
De
regreso en la calle, Irvin se dio cuenta que ya era de noche, sin embargo, eso
no le impidió regresar sobre sus propios pasos, hasta la esquina de la calle. Ahí
se quedó esperando hasta que llegó una chica, la cual no se veía muy bien con
la penumbra del parque y los árboles a aquella hora. Le tomó una foto desde
donde estaba, y corrió hasta la banca donde, hace mucho tiempo, había
encontrado a una pareja sospechosa.
Se
sentó justo al lado de la chica, sin mirarle el rostro, pero sintió su calor y
su presencia. Ella le dirigió la palabra con una voz dulce.
-¿Él
te mandó?
-Si
te refieres al extraño del bar, sí.
-Me
imagino que quiere las evidencias. El diputado llegará en un momento más y
tendrás lo que deseas. Mira, ahí está.
Desde
el otro extremo del parque llegó un hombre muy bien vestido, e Irvin recordó
algo que no pudo ubicar, algo de otro tiempo, o de otro mundo. La muchacha se
levantó para recibir a su nuevo invitado, aunque Irvin prefirió quedarse en la
penumbra, escondido detrás de la banca y apuntando con la cámara. La pareja se
saludó con un beso, y ella le llevó hasta un lugar más iluminado por la luz de
un farol.
Cuando
la luz abarcó a la pareja, Irvin se quedó de una pieza, con el rostro desencajado
de miedo y desesperación. La chica era la misma mujer rolliza y bonita con
quién compartía su vida, quien besaba apasionadamente al diputado, recién
electo. La muchacha sacó de su bolsita, sin que nadie se diera cuenta, un
cuchillo, y se lo clavó en el cuello al hombre que acababa de besar. Este se
llevó la mano al cuello, tratando de detener el flujo de sangre, y sin perder
tiempo, la muchacha lo acuchilló dos veces más, esta vez en el vientre.
-¡Toma
las fotos que quieras!-, gritó hacía el vacío la muchacha, corriendo hacía otra
calle, perdiéndose para siempre.
Irvin
empezó a tomar fotos, apretando una y otra vez el obturador sin detenerse. Las imágenes
eran la secuencia de un hombre que había muerto a mitad del parque, un hombre importante.
Detrás
del muchacho, se escuchaba una risa etérea, que parecía diluirse con el aire,
una risa macabra de alguien que esperaba que hiciera bien su trabajo. Irvin
salió corriendo de ahí, aferrando bien su bolsa y su cámara. No regresaría al
bar, pero encontraría un lugar seguro para ver las fotos.
Después
de correr varios metros sin mirar atrás, Irvin encontró un espacio hueco entre
dos negocios, como un callejón. Ahí, entró al menú de su cámara para ver las
fotos. La chica sentada en la banca, otra de ella con el diputado besándose, y
varias más del hombre muriendo a mitad del parque. Si tenía que entregarlas a
alguien, no sabía a quién. El hombre de amarillo no le había dicho donde verlo
otra vez. Un pitido de la cámara le indicó que había nuevas fotos.
Cuando
Irvin las vio, no podía creerle a sus ojos, y sentía que su mente le había
traicionado. Las fotos tenían la fecha para dentro de dos años. y sin embargo,
ahí estaban. Pájaros, una paloma en un cable, una oruga en la banqueta, una
flor, chicos jugando soccer… y una donde aparecía una chica, la chica del
parque, como en un sueño, sentada en la misma banca, con un hombre de traje
amarillo.
0 comentarios:
Publicar un comentario