Music

jueves, 28 de mayo de 2015

VIII: El fotógrafo.

Cada tarde, Irvin salía a los lugares más conocidos de Izcalli a fotografiar lo que se encontrara: animales, pájaros, árboles y hasta los atardeceres. Varias de sus mejores tomas las subía a su blog, para que sus seguidores las admiraran y también para compartirlas con profesionales.
Aquella tarde Irvin fue a uno de los muchos parques cercanos a su casa, esperando encontrar algunos niños jugando en la resbaladilla o en los columpios. Había fotografiado en el camino un par de aves, una paloma sobre un cable y hasta una oruga en medio de la banqueta. Cuando llegó al parque, no había niños, pero sí un pequeño grupo de alumnos de la secundaria jugando una cascarita de futbol. Tomó unas cuantas fotos, una mientras jugaban y otra cuando uno de los muchachos anotó gol. Después, tomó otras dos a una hermosa flor que había nacido en un árbol.
Mientras enfocaba para una foto del parque en general, divisó algo al fondo. Era una persona que él solía conocer, pero sin embargo había decidido olvidar. Era una muchacha, de estatura media y de figura robusta, aunque su rostro era un encanto, de piel color crema y ojos grandes, con los labios pintados de rojo, que contrastaban con su cabello negro largo y ondulado. Trataba de recordar su nombre, pero estaba más concentrado en enfocar, esta vez, a la muchacha, quién estaba sentada solitaria en una banca más allá de los árboles.
De repente, al fondo de la imagen, apareció un hombre, más viejo que la muchacha pero vestido muy elegante, con traje y corbata. En ese momento, Irvin tomó una foto, quedando plasmado el rostro de aquel hombre sonriente. Después, el hombre tomó a la chica de la mano, levantándola delicadamente de la banca, y se la llevó del brazo, cruzando con cuidado la avenida y dando la vuelta hasta una de las calles menos transitadas de la colonia.
Sin pensarlo dos veces, Irvin aferró bien su bolsa y dejando que la cámara colgara en su cuello, corrió hasta donde la pareja había desaparecido. Al llegar a la esquina, se detuvo para observar a través del obturador de su cámara. La chica iba del lado derecho, y el hombre le platicaba algo que a ella le causaba risa. Caminó discretamente detrás de ellos, separado muchos metros de la pareja, sin mirarlos demasiado. Casi al final de la calle, cruzaron de nuevo detrás de un auto rojo que iba en sentido contrario, y se pararon ante la puerta de un edificio, que Irvin sabía que antes había sido un bar, aunque no había tenido mucho éxito.
Justo antes de entrar, Irvin volvió a tomarles una foto, y esperó a que desaparecieran en el umbral de la puerta para cruzar. Aún le quedaban algunos metros para llegar hasta la puerta del lugar, cuando le llegó una extraña sensación, entre pertenencia y miedo. Algo en ese lugar le indicaba que estaba cometiendo un error, pero que era necesario entrar para saber cómo se llamaba la chica y que era lo que tenía que hacer a continuación. Cuando llegó ante la puerta, se dio cuenta que estaba entreabierta, y dentro se escuchaba música, lejana, como si proviniera de otra parte.
Sin pensarlo dos veces, Irvin entró en aquel lugar…

El bar estaba atestado de gente, y algunos otros jugaban en las cuatro mesas de billar dispuestas alrededor del recinto. Al fondo, en la barra, había una figura que contrastaba con las demás, un muchacho alto que vestía un smoking de color amarillo. Estaba sentado con un tarro de cerveza de color azul entre sus manos, y cuando Irvin entró, volteó para verlo a los ojos y dirigirle una sonrisa un tanto extraña. Con un ademán de la mano izquierda le indicó que se acercara. Irvin, con la cámara aún en el cuello, se acercó, esquivando a unas cuantas personas antes de sentarse al lado del hombre de amarillo.
-Llegas algo tarde, y con ese atuendo, no, no, no…-, dijo el hombre de amarillo, con tono burlón en su voz.
Irvin se miró a sí mismo y luego al hombre.
-Diría lo mismo en tu lugar.
-Es lo único que he traído de casa, Irvin. Creo que sabes a lo que has venido aquí.
-Quiero saber el nombre de la chica, la que entró antes que yo con el viejo-, dijo el muchacho.
El hombre de amarillo levantó su tarro y bebió un largo sorbo de su cerveza azul.
-Estás aquí por eso y más. Necesito que me hagas un pequeño trabajo. Acompáñame por favor.
El hombre de amarillo dejó su tarro en medio de la barra y se levantó, caminando hacía una puerta al fondo del bar. Irvin también se levantó y le siguió, mirándole atentamente y aferrando bien su cámara con ambas manos. Detrás de la puerta estaba la bodega del bar. Al fondo, en una pared mugrosa, había un traje, de un color que a Irvin le recordó algo que había pasado hace mucho tiempo.
-Necesito que te cambies, no puedes salir así.
Irvin empezó a quitarse la ropa, sin que el hombre de amarillo se inmutara de ello. Dejó su ropa en una caja de cartón que estaba en la esquina de la bodega, con todo y la bolsa y la cámara. Cuando estuvo listo, Irvin se miró y quedó fascinado con su nueva imagen, más elegante, sin importarle la barba y los lentes.
-Lleva tu cámara, porque necesito la evidencia de que lo has hecho bien. Esto es lo que tienes que hacer.
El hombre de amarillo se acercó a Irvin y le susurró algo al oído, como si supiera que alguien le estaba viendo. El muchacho escuchaba todo atentamente, y asintió cuando el misterioso hombre acabó.
-Ahora, ve y hazme ese favor. Ella te dirá cuanto quieras cuando lo hayas cumplido. Sabes dónde encontrarla, y no quiero que la decepciones, y a mí tampoco.
-¿Qué más voy a ganar? No quiero sólo respuestas.
El hombre de amarillo abrió la puerta y acompañó a Irvin de regreso al bar. Ya llevaba de nuevo la cámara en el cuello.
-Hazlo, y te daré lo que me pidas.

De regreso en la calle, Irvin se dio cuenta que ya era de noche, sin embargo, eso no le impidió regresar sobre sus propios pasos, hasta la esquina de la calle. Ahí se quedó esperando hasta que llegó una chica, la cual no se veía muy bien con la penumbra del parque y los árboles a aquella hora. Le tomó una foto desde donde estaba, y corrió hasta la banca donde, hace mucho tiempo, había encontrado a una pareja sospechosa.
Se sentó justo al lado de la chica, sin mirarle el rostro, pero sintió su calor y su presencia. Ella le dirigió la palabra con una voz dulce.
-¿Él te mandó?
-Si te refieres al extraño del bar, sí.
-Me imagino que quiere las evidencias. El diputado llegará en un momento más y tendrás lo que deseas. Mira, ahí está.
Desde el otro extremo del parque llegó un hombre muy bien vestido, e Irvin recordó algo que no pudo ubicar, algo de otro tiempo, o de otro mundo. La muchacha se levantó para recibir a su nuevo invitado, aunque Irvin prefirió quedarse en la penumbra, escondido detrás de la banca y apuntando con la cámara. La pareja se saludó con un beso, y ella le llevó hasta un lugar más iluminado por la luz de un farol.
Cuando la luz abarcó a la pareja, Irvin se quedó de una pieza, con el rostro desencajado de miedo y desesperación. La chica era la misma mujer rolliza y bonita con quién compartía su vida, quien besaba apasionadamente al diputado, recién electo. La muchacha sacó de su bolsita, sin que nadie se diera cuenta, un cuchillo, y se lo clavó en el cuello al hombre que acababa de besar. Este se llevó la mano al cuello, tratando de detener el flujo de sangre, y sin perder tiempo, la muchacha lo acuchilló dos veces más, esta vez en el vientre.
-¡Toma las fotos que quieras!-, gritó hacía el vacío la muchacha, corriendo hacía otra calle, perdiéndose para siempre.
Irvin empezó a tomar fotos, apretando una y otra vez el obturador sin detenerse. Las imágenes eran la secuencia de un hombre que había muerto a mitad del parque, un hombre importante.
Detrás del muchacho, se escuchaba una risa etérea, que parecía diluirse con el aire, una risa macabra de alguien que esperaba que hiciera bien su trabajo. Irvin salió corriendo de ahí, aferrando bien su bolsa y su cámara. No regresaría al bar, pero encontraría un lugar seguro para ver las fotos.
Después de correr varios metros sin mirar atrás, Irvin encontró un espacio hueco entre dos negocios, como un callejón. Ahí, entró al menú de su cámara para ver las fotos. La chica sentada en la banca, otra de ella con el diputado besándose, y varias más del hombre muriendo a mitad del parque. Si tenía que entregarlas a alguien, no sabía a quién. El hombre de amarillo no le había dicho donde verlo otra vez. Un pitido de la cámara le indicó que había nuevas fotos.

Cuando Irvin las vio, no podía creerle a sus ojos, y sentía que su mente le había traicionado. Las fotos tenían la fecha para dentro de dos años. y sin embargo, ahí estaban. Pájaros, una paloma en un cable, una oruga en la banqueta, una flor, chicos jugando soccer… y una donde aparecía una chica, la chica del parque, como en un sueño, sentada en la misma banca, con un hombre de traje amarillo.


0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.