Cuento 4: A Day in the Life (The Beatles, 1967). https://www.youtube.com/watch?v=usNsCeOV4GM
¿Quién
pudiese contar mejor mi historia que yo? Lamentablemente es algo aburrido y
demasiado pesado como para contarlo en tan poco tiempo. Cortaría las mejores
partes. Si lo hago completo, seguro morirían de estupor.
Así
que prefiero contarles uno de mis días. Uno de mis tantos días en la tienda,
ese lugar mágico donde pasan cosas extrañas, cosas estupendas y que me
mantienen atento, a la espera de poder aprovechar…
Mi
nombre es Julián. Tengo casi los treinta, y trabajo en el departamento de
sonido. Vendo televisiones, películas, discos, aparatos modernos que
simplifican muchas de las necesidades de las personas. Y sin embargo, me
aburro.
Todos
los días, a excepción de mi descanso, me levanto casi temprano. Hago la cama,
me meto a bañar, salgo a vestirme. Todo normal. El desayuno consiste en algo
frito siempre: tocino, carne, chilaquiles. Y el jugo especial: una mezcla de
muchas cosas, que al final se ve de un tono muy fuerte, un tono rojo
impactante. Después de limpiar la cocina, termino de vestirme y salgo a tiempo
para la tienda: me queda como a tres minutos caminando.
Desde
la calle se ve la impresionante estructura del lugar: una enorme torre donde
reside el hospital. Y otra zona, un enorme edificio casi cuadrado, gigantesco,
de tres pisos, donde sólo hay tiendas. La de nosotros está hasta el fondo,
justo en el extremo, en el primer piso de las tiendas. Es como si fuese el
sótano, el cajón olvidado de un mueble.
Todos
nos registramos en la entrada, en el segundo nivel del estacionamiento, tras
una cortina café de metal. Nos cambiamos en la zona de lockers, y ya
uniformados, hay que subir a la tienda, a vender, a aguantar a los clientes, a
enojarnos, y a sonreír poco a poco. Lo peor es limpiar: los ojos arden, las
manos se resecan, los brazos se cansan, estornudas. Pero lo que más disfruto
que los clientes vengan a ti: preguntan, se fascinan con el avance tecnológico
tan maravilloso de nuestros tiempos… Otros clientes sólo quieren joder: piden
descuentos que no existen, se quejan de los precios altos, te piden que les
iguales precios que vieron en otras tiendas. O peor: descomponen sus aparatos,
y creen que somos tontos, y que se los vamos a cambiar por algo nuevo. La gente
es así, no hay remedio.
Terminando
mi turno, después de que la tienda se vacía un poco de gente, me gusta andar
por ahí, ver lo que otros departamentos tienen. Relojería, dulces que huelen
delicioso, tabacos, pasteles, libros… Un mundo de posibilidades. Sólo en la
farmacia parece que toda la magia de la tienda se detiene: es como si ahí
hubiese algo raro, algo demasiado oscuro. El chico que está ahí siempre me ve,
suspicaz, silencioso y como si tramara algo terrible. Es lo único que evito: su
trato.
Después
de mi turno, a entregar el dinero, a volver a quitarse el uniforme, y ser
revisado por si no llevas nada. Curioso: el chico de la farmacia parece siempre
salir primero o después que yo, porque jamás lo he visto salir. No importa.
Salgo de la tienda, y de nuevo hay que regresar caminando a casa. Siempre de
noche: pero no me da miedo. Porque al parecer, el mundo es a mí a quien teme.
¿Por
qué digo esto? Me gusta buscar a la gente, enamorarlos, encantarlos, y luego
llevarlos a casa. Es una cualidad, una expresión de mi personalidad. La gente
jamás se resiste. Y no es que yo sea guapo: soy grande, camino pesado, tengo el
cabello claro, y acné. Creo que es la voz, o la forma de hablar, o los temas.
Lo mejor es cuando llegamos a casa. Se ponen cómodos, comen algo de botana,
miran la televisión o escuchan la música que pongo. Y cuando no ven, por
detrás, me gusta golpearlos. Ver sus cabezas rebotar contra el bate de beisbol
es algo agradable, el sonido más impresionante. Nunca los mato: eso viene después
mucho después.
En
un cuarto tengo mucha gente, mucha viva, otra muerta. El paso del tiempo es
inevitable, y no puedo deshacerme de ellos. Trato de esconder bien el olor, y
bueno, soy cuidadoso en todo lo que hago. Que no griten, que no se suelten. Y que
me den su sangre.
Recuerdan
el jugo especial, ¿verdad? Bueno, es una mezcla de muchas cosas. Mis frutas
favoritas, vitaminas, minerales, fibra, y sangre. Bastante sangre. La idea no me vino de los vampiros, ni de una película de
terror. Eso es de niños. Una vez me acerqué tanto a la farmacia, que ni el
chico que atiende ahí se dio cuenta de que ese olor impregnaba el ambiente, que
había algo ahí escondido, en cada cajita de pastillas, cada solución, cada
botella de agua. El olor de la sangre. Era lo que estaba buscando: un poco de
vida extra.
Después
de que una de mis victimas es drenada, me retiro a dormir. Limpiar bien la ropa
que uso para el trabajo pesado, bañarme otra vez, quitar la impureza de aquel
olor de la muerte y la putrefacción. Y después a acostarme: me pongo los
audífonos, y la música de mi celular suena, vibra dentro de mi cabeza. Por muy
al fondo escucho una voz, mi propia voz pero más oscura, más vieja, diciendo mi
nombre.
Julián, Julián…
-¿Julián?
Una
voz lo sacó de su ensimismamiento. El muchacho que atendía el departamento de
Sonido saltó de la impresión, y miró a quién le había hablado. Era otro hombre,
alguien de edad madura, ya con algunas canas en sus sienes, y la mirada más
severa que jamás hubiese visto en alguien.
-Perdone
caballero, ¿puedo ayudarlo en algo?-, dijo Julián, tratando de sonar calmado.
El
hombre dejó de ver el gafete del muchacho: así había sabido su nombre. Ya no le
asustaba la idea de que fuese alguien de la policía. Era un cliente más.
-¿Sabes
si está el muchacho de la farmacia atendiendo hoy?-, dijo el señor. Julián se
asomó por encima de su hombro, mirando a la izquierda, hasta el fondo. Junto a
las tres chicas del departamento, estaba el muchacho, con aquella bata que
parecía siempre limpia.
-Sí,
ahí está. ¿Sabe que es lo más curioso? Que parece que diario viene, como si no
descansara. La verdad es que no le pongo mucha atención: no le hablo. ¿Verdad
que eso es lo que parece?
El
hombre asintió.
-Ni que lo digas. Gracias-, dijo con amabilidad, dejando al muchacho de nuevo solo con sus pensamientos.
0 comentarios:
Publicar un comentario