Juan
era el encargado de cuidar la iglesia del pueblo durante las noches, además de
arreglar los desperfectos que pudieran surgir. Durante el día hacía el aseo y
le ayudaba al padre Antonio con las misas. Por la noche, cerraba las puertas de
la iglesia, y apagaba las luces. Cerca de la puerta trasera estaba su
habitación, un lugar muy sencillo, con estufa, su televisión y un baño. Casi
siempre se ponía a leer antes de dormir, o veía un poco las noticias, sin
desvelarse demasiado. El trabajo en la iglesia jamás terminaba.
Aquel
domingo, después de la misa de las 6 p.m., Juan y el padre Antonio terminaron
de recoger las cosas que se necesitaban para la ceremonia, y después de
despedirse, el sacerdote dejó a su joven ayudante a cargo de la iglesia,
confiándole como siempre todo lo que representaba para el pueblo. Cerró con
cuidado las puertas, con aquellas enormes llaves de cobre y se encaminó hasta
el Santísimo, donde estaban los interruptores de la luz. La iglesia se sumió en
la oscuridad de la noche, mientras las enormes lámparas en el techo se iban
apagando poco a poco.
Juan
estaba acostumbrado al sonido nocturno de aquel enorme lugar, incluso cuando
sus pasos retumbaron en los pasillos, entre las bancas de madera con los
respaldos acojinados levantados. Miró hacía las paredes, pintadas de blanco,
para irse guiando con el pequeño resplandor de los adornos en los altares y las
pequeñas capillas. Al final del pasillo, justo antes de dar la vuelta hacía su
recámara, se encontró con el altar más pequeño del recinto. Estaba dedicado a
una misteriosa figura que, en la oscuridad del recinto, parecía más bien la
puerta abierta a un inmenso abismo.
Era
una virgen hecha de madera negra, tan bellamente tallada que, a la luz del día
o de las lámparas, tenía unos rasgos tan finos y bien delineados como
cualquiera de las otras estatuas de yeso. Llevaba una túnica de color claro,
como beige, que contrastaba inmensamente con la piel de madera, que parecía
hecha más bien de carbón. Sus ojos, hechos de gemas preciosas, tenían un tono
azulado y gris muy misteriosa. Nadie sabía quién la había llevado, y algunos
estudios tampoco dejaban ver claro quién había sido el artífice de tal obra de
arte tan extraña. Sin embargo, a pesar de su asombrosa apariencia, era tal vez
la figura más adorada entre el pueblo, con un espacio especial para poner
varias flores y peticiones escritas en papeles. Los milagros de la llamada
Virgen Oscura habían pasado a la historia a través de varias generaciones.
Juan
miró a la estatua a través de las penumbras de la iglesia, como si esperara
alguna señal o palabra de la Virgen, tan real, y tan etérea también.
-¿Hola?-,
dijo hacia la imagen, más como si se lo dijera a sí mismo. Su voz retumbó en
las paredes, y llegó hasta el techo, desapareciendo en la cúpula adornada con
hermosos frescos de ángeles y santos.
La
Virgen estaba ahí, sin moverse, solo mirando piadosamente hacía el cielo.
-No
respondes, ¿verdad? Creo que jamás lo hacen.
Juan
se quedó a escasos metros de la imagen, mirándola como a una amiga que hace
tiempo no se encontraba.
-Eres
muy callada y solitaria. Aún así todos te adoran. Te buscan y te piden ayuda. Yo
estoy más solo. No tengo familia. Trabajo aquí desde muy joven, sin recibir
mucho. Quisiera ser como tú.
Le
sonrió a través de las penumbras, sin importarle que la imagen estuviera ahí,
sin moverse. Juan pensó en ese instante en su vida, en todo aquello que
pareciera ir bien, y que en realidad no estaba yendo como debería. Se estaba
aburriendo de la vida en la iglesia, de su trabajo y de todo lo que cada día
tenía que hacer…
Caminó
despacio hasta su habitación, cerrando la puerta tras de sí. No se dio el ánimo
de leer, ni siquiera de ver que había en la televisión. Se cambió, con su
pijama de siempre, y se metió a la cama. Estaba quedándose dormido cuando
escuchó algo que, normalmente, le tranquilizaría en un horario más temprano.
Alguien
tocaba la puerta.
Abrió
los ojos, incorporándose rápidamente en el colchón. Miró alrededor, pensando
que algo se había caído de su lugar. Pero su recámara lucía tan plácida como
cada noche. De nuevo aquel sonido de nudillos sobre la superficie de la puerta
de madera le hizo sentirse intranquilo. Sabía que el padre Antonio tenía copias
de las llaves de la iglesia, de ambas puertas, pero no sabía por qué habría
regresado y por qué razón. Se levantó de la cama, descalzo, estremeciéndose con
el frío del suelo.
-Padre,
no sé que pase, pero creo que es muy tarde para tocar. Aún así lo voy a
atender…-, se dijo Juan a sí mismo, en un susurro que sólo él pudo disfrutar.
Sonrió para sus adentros. Tomó el pomo de la puerta, y la abrió despacio,
dejando entrar la brisa fría del interior de la iglesia.
A
pesar de la oscuridad, alcanzó a divisar la figura de una persona conocida. Le
sorprendió tanto que hizo que diera unos pasos hacia atrás y cayera sobre el
suelo, lastimándose las nalgas al caer. La figura se movía, sin siquiera
moverse, con la misma apariencia de siempre. Flotaba a escasos centímetros del
suelo, y una voz más allá del espacio conocido murmuraba la misma palabra una y
otra vez. “Cree, cree…”
-No,
no puede…-, balbuceó Juan, tratando de esconder su miedo, queriendo correr,
pero sin poder mover ni un solo músculo. Estaba paralizado del miedo. Vio en el
rostro de aquella imagen la cara piadosa de madera negra, y los ojos que
hipnotizaban a quien la viera. Sin embargo, a escasos centímetros de su rostro,
el cuidador de la iglesia se dio cuenta de su error. El miedo a la Virgen Oscura
no era lo que él creía: pero el padre Antonio, una criatura indómita que, en
secreto, tenía hambre, con aquellos ojos grises-azules que se tornaron rojos
como la sangre que buscaba con tanto ahínco.
Y
fuera, en la iglesia, mientras los gritos de agonía de un hombre resonaban en
los pasillos vacíos, entre las bancas solitarias, la Virgen Oscura miraba hacía
el techo, piadosa, y tal vez, con miedo a la criatura que acechaba en la Casa
de Dios.
2 comentarios:
Interesante, pero no entendí el final del penúltimo párrafo, ¿era el padre o la virgen?, ¿es un monstruo o qué?
Es un monstruo pero no te dicen cual y no, es el padre, aunque el miedo a la estatua le hizo ver otra cosa jeje
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