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sábado, 23 de mayo de 2015

III: Tríptico.

Cuando tenía 12 años de edad, Jonah aprendió a pintar por sí mismo. Lo que veía lo plasmaba, e incluso lo que no. Sabía que los sentimientos no tenían una forma específica de representarse en el lienzo, y sin embargo resultaban más vívidos que nunca, incluso como una visión más clara que la que tenía en su corazón al respecto. Después, empezó a mezclar la realidad con los sentimientos y pensamientos, como un bello paisaje soleado cuando se sentía feliz o su propio rostro (no tan perfecto), es que se encontraba pensando alguna cosa. Muchas veces dibujaba criaturas, ya fueran simples animales, e incluso algunas que podía ver en las caricaturas o que había leído en algún cuento.
Sin embargo, un día justo después de su treceavo cumpleaños, empezó a dibujar algo más extravagante, movido por un sentimiento ajeno, algo que lo hacía sentir temeroso e incluso nervioso, como si supiera que algo le fuera a pasar. Después de dos o tres días mezclando colores y dibujando siluetas, la pintura estaba lista, pero para sorpresa de sus padres y conocidos, el resultado había sido algo abrumador: se trataba de una especie de pasillo, que aunque por el ancho de sus dimensiones parecía más bien un cuarto pequeño, con una mesa y una silla al centro. Sentado en la silla se encontraba un hombre, vestido de varios colores, como si su ropa estuviera hecha de tiras de los colores del arcoíris, que contrastaba demasiado con el fondo gris del cuarto.
Sin embargo, en la penumbra que Jonah pintaba en la pared detrás del hombre, había una silueta, muy difuminada, que parecía salir desde la pared. Era delgada y alta, y parecía tener una mano extendida y levantada por sobre la cabeza del hombre feliz sentado en medio de la pintura.
Los padres del muchacho exhibieron con orgullo el trabajo de su hijo, que sin duda era uno de los mejores que jamás hubiese hecho hasta ese momento. Aunque, quién veía la pintura, se sentía extrañamente invadido por un sentimiento de tremenda confusión, como si la felicidad del hombre sentado se mezclara con la agonía de algo que surgía detrás de la pared, justo hacía ellos.

Nadie más recordó aquella extraña imagen, ni siquiera después de que Jonah cumpliera 26 años. Después de muchos años de estudio en una de las mejores academias de arte, el joven ahora trabajaba en sus propios proyectos, la mayoría de los cuales eran exhibidos de manera profesional con el público conocedor. No sólo incluía sus trabajos más recientes, sino que también se podían admirar algunos hechos desde su infancia. Entre estos, incluía el mejor de todos: el hombre de colores sentado en aquel ambiente depresivo, con la sombra cerniéndose sobre su cabeza.
El trabajo de Jonah con la pintura cada vez era más estilizado y genial. Las figuras adquirían una apariencia más humana o animal, y hasta las criaturas que sólo existían en su imaginación estaban más cercanas a una realidad que jamás podría ser. Estos trabajos, los de corte fantástico y mitológico, le valieron ser contratado para elaborar afiches o posters de las películas de moda, e incluso para elaborar toda una tanda anual de un famoso juego de cartas, que incluía siempre criaturas extravagantes, y que sólo incluía a pintores de renombre o talentos no muy bien reconocidos.
Se había conseguido un departamento pequeño, pero muy cómodo para hacer su trabajo. Las paredes de la estancia estaban hermosamente decoradas con su propio arte, mostrando siempre escenas de la realidad mezcladas con una fantasía impresionante. Un enorme pulpo atacando un barco antiguo abarcaba toda la pared del fondo, si se veía desde la puerta de entrada, la cual era una enorme boca con dientes, como la de un tiburón. En las otras paredes se observaban elfos, hadas, aves gigantescas y hasta una especie de animal de cuatro patas que recordaba a un dinosaurio. Todos los que visitaban a Jonah se quedaban asombrados ante el colorido de la estancia, que le daba un aire más alegre a todo el lugar, aunque en ninguna otra parte de la casa hubiese tal despliegue de grandeza.
Una noche, llegando a su departamento después de comprar material, Jonah vislumbró algo que, él pensó en ese momento, le daría un impulso más grande a su trabajo. Puso el caballete ahí mismo, cerca de la puerta de entrada, casi sin perder tiempo en lo que tenía que hacer. Mezclando colores, se quedó toda la noche hasta que terminó, cansado y absorto, la segunda parte de aquella pintura que le valdría el reconocimiento cuando niño.
Esta vez, se había basado en la estancia para dibujar con mejor proporción el cuarto, que ya no parecía un pasillo. Descartó los muebles, pero reprodujo casi con extrema exactitud las pinturas de las tres paredes que veía. En el centro estaban de nuevo la mesa y la silla, y el hombre sentado en ella que ahora se veía más serio, vestido con traje y corbata. De la pared, justo donde estaba el pulpo y el barco, sobresalía una vez más la sombra, esta vez como si una persona en realidad estuviera ahí reflejada en la pared de colores. Otra vez el brazo extendido de la sombra se cernía sobre la cabeza del hombre serio, esta vez aferrando algo, que no pudo determinar bien, a pesar de que él la había pintado y dispuesto así.
Tardó unos días en mostrar su trabajo a una galería de arte, y fue por todos aclamado como uno de sus mejores cuadros. Junto a él, Jonah exhibía el cuadro de su infancia, como esperando formar una historia, de un hombre que, después de vivir feliz rodeado de la depresión, ahora toda esa felicidad lo hiciese sentir abrumado. Quién podría imaginar siquiera que ese cuadro sería uno de los últimos que le darían a Jonah un reconocimiento especial en el arte.

Ya no era de sorprender que, a los 39 años (una edad demasiado corta para vivir así), Jonah se encontrara sumido en la depresión que su propio cuadro le había dejado. Sus trabajos ya no fueron los mismos desde entonces, y la calidad de cada uno mostraba algo que dejaba mucho qué desear. La mayoría exploraba el lado oscuro de las personas, la muerte, la violencia, la depresión, el suicidio. Empezó a alejarse de los círculos que frecuentaba, y poco a poco, también dejó de exhibir el arte que otrora le había dado todo. Al final, refugiado en su departamento, con apenas qué comer, pintó su casa una vez más, esta vez, de un gris uniforme, sin que pudieran verse las antiguas representaciones fantásticas de sus sueños y anhelos.
Justo a mediados de Diciembre, sin calefacción y con los pensamientos abatidos por la tristeza y la agonía de no volver a pintar, Jonah se sentó en lo que quedaba de sus muebles, justo al centro de la estancia: una silla y una mesa, simples recuerdos de una época pasada. Observó el entorno que solía ser su vida, cómo el primer cuadro donde la felicidad se encontraba en él a pesar de la mala suerte, y cómo la alegría había salido para llenar un espacio que ahora no podía más que contener sufrimiento.
Sobre la mesa, dispuestos para trabajar una última vez con su dueño, ya se encontraban el lienzo, los pinceles y el óleo. Volvió a plasmar, sin querer pero con todo el deseo de su corazón, el cuarto. Esta vez, sin que nadie lo pudiera creer tiempo después, más que una pintura de un niño aficionado o que un trabajo profesional, ahora estaba plasmando una fotografía, tan real como lo que lo rodeaba. Su rostro era tan tangible que ni siquiera pensaba que podría ser una pintura como cualquier otra que hubiera hecho. Este sería, quizá, la obra maestra de su carrera, y de su vida…
Sin embargo, a punto de culminar, la puerta del departamento se abrió, dejando pasar a un visitante que ni siquiera él esperaba. De pie en la puerta, mirando con su rostro absorto, se encontraba Jonah de niño, a sus 13 años, pero no parecía real. Parecía sacado de una imagen de televisión, hecho con interferencias o resonancias. Se quedó ahí, mirándole como si estuviera estudiando la situación. Después, así como llegó, desapareció en el aire. Jonah, de 39 años, mirando sorprendido hacia la puerta, volvió a pintar…
Cuando las autoridades le encontraron días después, estaba sentado, con la cabeza hacia atrás. Concluyeron que había sido un paro cardiaco. En la mesa encontraron su material y la pintura más real que jamás nadie hubiese visto. Completado el tríptico, la imagen mostraba un hombre que de la felicidad pasaba a la depresión eterna. Y la última pintura era la más aterradora. El cuarto era completamente blanco, sin las líneas donde empezaban o terminaban las paredes. La mesa y la silla esta vez eran negras, sin detalles, como si estuvieran hechas de oscuridad absoluta. El hombre de la silla ahora estaba desnudo, y su cara reflejaba un grito de miedo y locura, con los ojos completamente abiertos, como si algo en la cuarta pared le hubiese asustado.

La sombra detrás de él ya no era lo que solía ser. Con una túnica café, se encontraba un esqueleto, de pie, justo con la mano por encima de la cabeza del hombre que ahora gritaba. Y en su huesuda mano sostenía una soga que rodeaba el cuello del desdichado, lista para jalar…


2 comentarios:

Azahena dijo...

Muy interesante Luis!, no se si es leyenda, creepypasta o como se llame jajaja, pero está muy bueno!

Luis Zaldivar dijo...

No amiga, es solo un relato, pero dividido. Como si fuera el ascenso y la caída de cualquier otro artista.

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