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sábado, 31 de octubre de 2015

¡El Apache!



Como cada temporada, Guillermo preparaba una extensa campaña para desprestigiar al Halloween. Sus pensamientos se encaminaban más a representar con más fuerza al Día de Muertos que a otra celebración venida del extranjero, y sin embargo, pese a toda la información que poseía, ni siquiera el Día de Muertos era totalmente originario del país.
Guillermo había aprendido a hablar náhuatl, a elaborar arte y manualidades prehispánicas y, por supuesto, a bailar las danzas de antaño. Sin embargo, y aunque no pudiese vestir a diario con taparrabos y tocado de plumas, compraba ropa muy fina (lo que pudiese solventar con su trabajo en el área del diseño), y llevaba siempre la barba tupida, al estilo hipster, con aquellos lentes de pasta sin aumento. También llevaba algunos tatuajes muy discretos, pero sólo los mostraba cuando bailaba disfrazado.
En todo caso, el muchacho era especial, no sólo por su conocimiento y por defender bien las raíces del país y la cultura prehispánica, sino por su forma de hablar. No se juntaba con gente que no tuviese algo que decir, y mucho menos con los ignorantes, a quienes odiaba en secreto. Constantemente hacía reseñas de libros y de películas, y constantemente también contestaba de mala forma si alguien se atrevía a cuestionarle. Casi no se notaba, pero Guillermo estaba obsesionado con odiar a las personas.

La campaña estaba lista: a través de las redes sociales, trataría de promocionar libros, películas y eventos en vivo para fomentar el Día de Muerto y no otra cosa. Basta ya de disfraces extranjeros, se decía a sí mismo cuando elaboraba sus planes. Prefería ver a niños vestidos de catrín o a niñas de calaveras de azúcar que de vampiros o princesas, o cosas así. Y cada vez que alguien le daba la contraria, o le hacía ver que ni el Día de Muertos era tan original, Guillermo saltaba. Era común ver a gente ofendida en las redes sociales por sus comentarios, aunque también se sabía de gente que había sido humillada hasta el extremo, y difamada.
Guillermo tenía poder, y le gustaba usarlo a su conveniencia. Sentirse más que los demás era su especialidad, y pensar que sabía todo lo ponía casi eufórico.

Ese año, un amigo de Guillermo llamado Iván, lo había invitado a un evento especial el 1º de Noviembre, donde se mostraría una gran ofrenda de muertos y danzas tradicionales, además de talleres para conocer más de la historia de aquella celebración. Como Iván sí tenía coche, acordó pasar por él a las 8, ya que el evento comenzaría una hora después, y con el tráfico, tal vez llegarían un tanto justos de tiempo.
El evento fue sensacional, aunque no era lo que Guillermo esperaba. No sólo había gente, sino mucha gente, y se sentía atrapado entre personas que, o no les interesaba el tema, o sí, pero no sabían demasiado. Quería agarrarlos y azotarlos contra el suelo hasta que entendieran. En especial a los niños: la mayoría iban disfrazados, pero no como deberían. Había vampiros y zombies, brujas y princesas, pero ninguna pequeña catrina o algún diablito perverso. Nada de eso: todos eran extranjeros.
Al final del evento, y después de comer y tomarse una cerveza, Guillermo y estaba harto. Le preguntó a Iván si ya podían irse, y como su amigo tenía que trabajar al otro día, aceptó. Se dirigieron al estacionamiento improvisado, el cual estaba cerca de una gran extensión de árboles y pasto, y más allá, el evento, donde aún podían verse las luces y los adornos de papel picado flotando.
Guillermo se sentó del lado del copiloto, pero Iván tardó. Se palpaba los bolsillos y parecía preocupado. Cerró la puerta del piloto y se asomó por la ventanilla.
-Oye, creo que olvidé mi celular en el salón de las calaveritas literarias. ¿Me esperas? No me tardo.
-Ok, no hay problema. Con tal de no regresar ahí…
Iván sonrió y salió caminando rápido hasta el lugar del evento. Guillermo tuvo que meter las manos en los bolsillos de la sudadera, porque su amigo había dejado la ventanilla medio abierta, y se metía el aire frío.
Pasaron al menos dos minutos hasta que Guillermo empezó a sentirse intranquilo y desesperado. Fue cuando, del lado del piloto, más allá de los árboles, escuchó un crujir de ramas. Tal vez un animal que pasaba por ahí, un perro o algo parecido. Y aunque había un farol encendido cerca de ahí, no alumbraba tanto como para ver que había sido. Enfocó su vista a través de los lentes sin aumento, y no vio nada, más que la sombra de algo que parecía un arbusto.
Le quitó importancia de nuevo y volteó a ver si Iván regresaba. No había nadie en el camino de regreso, y al fondo se escuchaba a Chavela Vargas cantar “La Llorona”.
Otra vez el sonido de ramas y hojas pisadas. Esta vez, Guillermo se tomó un poquito más de tiempo, pensando que podía espantar al animal si le veía moverse. Cuando se asomó de nuevo, lo que vio lo hizo palidecer, y casi se le caen los lentes del asombro.
Del otro lado del pasto, cerca de un árbol solitario, estaba una persona, vestida de payaso, sonriendo, con los ojos bien abiertos, y las manos pegadas a los costados. Guillermo lo vio durante unos minutos, antes de que empezara a caminar hacía el coche. Del fondo de su disfraz sacó un cuchillo, afilado, muy grande, y que brillaba aún en la oscuridad de aquel lugar.
El muchacho se acercó al volante y empezó a tocar el claxon, esperando que alguien lo escuchara o que el desconocido se asustara y corriera. Pero no pasó. El payaso seguía caminando y Guillermo, asustado, seguía tocando violentamente el claxon. Si esperar más, y con el payaso a metro y medio del coche, se quitó el cinturón de seguridad y, tratando de abrir la puerta, se desesperó. El payaso ya estaba del otro lado de la ventanilla, tocando el vidrio que estaba abajo con la punta del cuchillo. Guillermo soltó un grito, y abriendo la puerta, salió del coche.
Caminó de espaldas, tratando de buscar al payaso. Pero ya no había nadie. Sólo el coche, solitario y con la puerta abierta.
Entonces, chocó contra algo detrás de él, que lo hizo soltar un grito más fuerte. Pero no era nada más que Iván, quién reaccionó al grito de su amigo y trató de tranquilizarlo.
-¿Qué pasó?
Guillermo seguía respirando entrecortadamente, y no dejaba de ver al auto. No había nadie más que ellos dos, e Iván estaba muy nervioso por su comportamiento.
-Creí ver algo, pero no hay nada. Creo que era un animal-, mintió Guillermo, ya más tranquilo.
-Ok, está bien. Si quieres respira. Voy a subir.
Iván dejó a su amigo tranquilizarse, mientras se subía al coche. Respiró, se estiró un poco y regresó a su lugar. El susto había pasado. Cerró la puerta mientras le preguntaba a su amigo.
-¿Encontraste tu celular?
Iván respondió, algo taciturno:
-No, pero mira lo que traje…
Guillermo ya había cerrado la puerta cuando volteó a ver.

Ahí no estaba Iván, y no traía su celular.
Era el payaso, de enorme sonrisa y ojos bien abiertos, con el cuchillo en la mano…

4 comentarios:

Azahena dijo...

Y el apache?

Luis Zaldivar dijo...

Es Guillermo: alguien muy adentrado en sus costumbres y su pasado ancestral. Sólo que él era un culero jeje

Andy dijo...

U.U...miedito!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.............Gracias, Luis, por compartir tu talento.

Luis Zaldivar dijo...

Muchas gracias por comentar, espero te hayan gustado los relatos de este año.

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