Caminando
por la calle, Perla se creía lo máximo, aunque no todos lo dijeran. Le
encantaba verse bien, a pesar de sus muy cuestionados métodos de
adelgazamiento. Y, por supuesto, la crítica era lo suyo: si no te veías igual a
ella, o si no te cuidabas lo bastante para ser perfecto (ya fuera corporal o
intelectualmente), te lo hacía ver, muchas veces con consecuencias terribles y
problemas de por medio. Al pasar por las plazas, tal vez muchos dijeran que era
una hermosura. Y tal vez otros, preocupados, dijeran que ya parecía un
bellísimo esqueleto…
Después
de una ligerísima comida y de buscar ropa bonita en las tiendas, Perla se fue
caminando hasta su casa, que no quedaba tan lejos de aquellos lugares que más
frecuentaba. Esquivando a la gente y tratando de no codearse con los
“indeseables”, la muchacha se tuvo que subir a un tramo en donde sólo había
pasto y un poco de lodo. Sus zapatillas se ensuciaron un poco, pero nada que no
tuviera arreglo. Entonces, sin fijarse por donde iba, Perla tropezó con algo
tan duro como una piedra, pero que dio tumbos cuando ella misma trató de
detenerse para no caer.
-¡Qué
maldita…!
Volteando
para ver lo que era, se encontró con algo blanco, lleno de lodo, que sin duda
le pareció algo así como una piedra, lisa y llena de surcos. Pero acercándose
más, frunció el ceño al ver que había tropezado con un cráneo humano.
Si
hubiese querido llamar la atención, hubiese gritado. Pero Perla se lo calló muy
bien. Con sus delgados dedos, y cuidando bien las uñas, tomó el cráneo desde
abajo, dejando que el lodo manchara su piel. Lo vio con cuidado: tenía las
cuencas vacías y negras, y esa eterna sonrisa, con dientes tan blancos y bien
cuidados que parecían falsos. La forma era perfecta, redonda y algo achatada
desde arriba, con las líneas de las uniones bien definidas, quebradas como si
fuesen grietas en una pared.
Algo
había en esa calavera que le causaba admiración, ya fuera su perfección o el
hecho de que, a pesar de ser humana, nadie más se la hubiese encontrado antes.
Era obvio: alguien tuvo que morir para que aquello estuviera ahí en la calle.
Un vagabundo, tal vez.
-Pero
no creo que fueses un vagabundo, querida. Te ves tan bien cuidada, tan bella,
tan…
Pero
lo que iba a decir se le quedó atorado en la garganta, porque a través de las
cuencas vacías de los ojos de aquella calavera, Perla vio algo que la
aterrorizó, como el reflejo de algo tan horrible, que no podía pronunciar. Se
incorporó rápido y arrojó la calavera al suelo, soltando un ridículo gritito de
espanto.
-¡No
es cierto, no, pero yo…!
La
muchacha, asustada, salió del pasto casi corriendo, con el rostro pálido y los
ojos desorbitados. No le importó cuando casi hace caer a un señor menudo y
gordito, y mucho menos cuando pasó tan cerca de un poste de luz que casi le
tira el bolso.
-¿Le
pasa algo señorita?, dijo el señor, mirándola con extrañeza.
Perla
reaccionó un poco, aunque ya había bajado la banqueta, caminando por la orilla
de la calle.
-¿Y
a usted que le importa? Viejo imbécil…
Un
camión, que no había alcanzado más que a acelerar más, pasó por ese mismo
carril, llevándose a Perla de paso, antes de frenar y casi chocar con uno de
los postes de luz. El impacto fue tan fuerte que, sobre la banqueta, junto al
aterrado hombrecillo, había una mano, con las uñas hermosas y una pulsera
brillante, cercenada desde la muñeca, y aún moviéndose.
La Muerte, aquella
tarde, había reclamado a su segunda víctima…
2 comentarios:
Está bueno, pero confuso...
¿Y eso?
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