Como
terapeuta, Valeria era muy buena, una profesional en todos los sentidos. Y como
persona lo era aún más: la gente que solía tratar, en especial la gente mayor,
le prodigaban mucho cariño y respeto, y usualmente recibía los mejores regalos.
Su escritorio lucía diario un ramo de flores frescas, y en las paredes del
consultorio había varias fotos, de gente que la apreciaba bastante. Los muebles
mostraban siempre regalos más pequeños: tazas, adornos de porcelana, hasta
juguetes. Todo eso era muestra del cariño que la gente le tenía a una persona
que les ayudaba siempre a escuchar sus problemas y resolverlos.
El
único que aún no le había mandado nada era Sebastián, un muchacho de apenas 19
años que había sufrido un gran trauma en su niñez, derivado de violación y de
violencia, lo que terminó en el asesinato de su madre a manos de su padrastro,
y que él tuviese que vivir con sus tíos. A simple vista, Sebastián parecía un
muchacho triste y solitario, pero cuando Valeria pudo hablar con él por primera
vez, resultó todo lo contrario: se expresaba muy bien, sin esconder nada y sin
temer a contar lo que había vivido.
En
una de las sesiones, Valeria le había preguntado acerca de las armas: qué
opinaba de ellas, y si sentía que, al verlas, cambiaba su manera de ver su
situación. Sebastián se puso serio, pero no triste ni acongojado. Era más bien
como si estuviese analizando lo que ella le preguntaba. Al final, contestó como
en un susurro:
-Las
armas no deberían existir. Sólo las herramientas: lo que construyes es más
provechoso que lo que destruyes. Aunque hay algo que sirve siempre para las dos
cosas…-, dijo el muchacho, mirándose el regazo.
Valeria
anotaba todo lo que le pareciera interesante, aunque la entrevista estaba
grabada.
-¿Y
de qué estamos hablando, precisamente…?
Sebastián
tardó unos minutos en responder.
-La
mano.
Levantó
la suya derecha, delgada, dura y áspera.
Valeria
se sorprendió de la respuesta.
-Suena
interesante…
-Y
lo es, doctora. No necesita más. Sin importar que los humanos jamás hubiésemos
inventado las armas, la mano hubiese hecho lo propio con nuestros enemigos.
Destruir a alguien a mano limpia parece más sensato y honesto que usar un arma
corriente y hasta ilegal.
-¿Y
para construir?
-Lo
hace tan bien. Al menos las cosas que nos rodean. No podemos hacer un hijo con
las manos, ¿verdad? Aunque en mi caso, se puede destruir a uno, con ambas…
Valeria
terminó aquel día la sesión mucho antes de tiempo, aunque como siempre, le
agradeció a Sebastián la sinceridad y el tiempo. También le dijo que lo
esperaba la siguiente semana.
Y
así, la semana se convirtió en tres meses…
Como
era de esperarse, Valeria llamó después de ver que Sebastián no se presentaba a
la semana de su última consulta. Nadie le respondía en casa. Lo tomó como algo
normal, y sabía bien que no debía presionarle. Él encontraría la forma de
regresar si es que lo necesitaba.
Valeria
continuó con sus demás consultas, y de repente recibía regalos, como siempre.
Un día, casi sin esperarlo, su secretaria le esperaba al iniciar el día con una
caja. Era un paquete, enviado por Sebastián, pero enviado por otro de sus
amigos. La secretaria también le entregó una carta, envuelta en un sobre
amarillo.
-El
muchacho me dijo que Sebastián quería que leyeras primero la carta. Dice que
has sido de mucha ayuda y que desea que el regalo te guste.
Valeria
tomó el paquete, contenta e impresionada a la vez. La caja no pesaba mucho,
aunque lo que iba dentro parecía no estar bien envuelto, y constantemente
pegaba tumbos en las paredes de cartón.
Cerró
la puerta de su consultorio y se sentó en la silla detrás del escritorio. Dejó
la caja sobre este y tomó el sobre con ambas manos. Sacó la carta con cuidado,
la desdobló y empezó a leer en voz alta, para sí misma:
-“Querida
doctora Valeria: Yo sé que las cosas conmigo no van bien, pero al menos ha
podido mostrarme un lado más humano y amable de mí que no podría creer que
tenía. Sé también que mis tíos no se han portado conmigo bien, pero ahora me
respetan un poco, porque estoy cambiando mi forma de ver las cosas. ¿Recuerda
aquella herramienta que sirve para crear y destruir? Bueno, también mi mano ha
servido de mucho. Anoche pude hacerles un regalo a mis tíos, uno que no podrán
olvidar jamás. Y puesto que usted ha sido de gran ayuda, este regalo para usted
significa mucho. Que lo disfrute.”
La
carta terminaba con el nombre del chico y una carita feliz. Valeria sonrió,
entre apenada y contenta de hacer lo que debía, aunque al final, la misiva del
chico había sido algo extraña. Le había dado un regalo a sus tíos, y eso estaba
bien, pero no parecía muy contento con ello, como si le hubiese costado trabajo
asimilar que ellos siempre habían sido parte de su vida.
Puso
la caja en su regazo y empezó a abrirla, ayudándose de un abrecartas que
encontró en el cajón de arriba. Sin destaparla por completo, se dio cuenta que
el regalo estaba envuelto en bastante periódico, pero aún así no era suficiente
para mantener seguro el contenido. Dentro del papel periódico más cerca de la
tapa, había algo escondido, y Valeria pensó que podía ser una tarjeta o una
postal.
Sin
embargo, al percatarse de que era una fotografía lo que estaba ahí abajo, se
aterró de lo que la imagen mostraba. La fotografía era una instantánea, que a
pesar de haber sido tomada de noche y con flash, mostraba a detalle a dos
personas, recostadas en una cama, con las cobijas a la mitad del cuerpo y las
caras en un rictus eterno de terror, con sangre salpicándoles el cuello, las
mejillas y el pecho. Eran una pareja, un matrimonio de mediana edad, muertos.
Valeria,
pensando que podía ser una broma, le dio la vuelta a la foto. En el dorso había
algo escrito:
CON
MIS PROPIAS MANOS.
Dejando
la foto en el escritorio, Valeria se levantó asustada, mirando la caja. Aún no
podía ver lo que había debajo del periódico, pero por el olor que soltaba la
caja se lo imaginaba. Ahí dentro había manchas de algo oscuro y pegajoso.
Metiendo dos dedos en la caja, movió un poco el envoltorio, y se asomó.
No
pudo gritar: ahí en la caja había algo que no podía imaginar. Sebastián había
hecho su trabajo tan bien, que había decidido regalarle a su terapeuta la
herramienta con la que había hecho “felices” a sus tíos.
Su mano derecha,
arrancada con algo filoso, descansaba con la palma hacía arriba, blanca,
espectral.
2 comentarios:
Orale!, lindo regalo jejeje
Jeje uno hace lo que puede con lo que tiene :)
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