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sábado, 24 de octubre de 2015

¡La Mano!




Como terapeuta, Valeria era muy buena, una profesional en todos los sentidos. Y como persona lo era aún más: la gente que solía tratar, en especial la gente mayor, le prodigaban mucho cariño y respeto, y usualmente recibía los mejores regalos. Su escritorio lucía diario un ramo de flores frescas, y en las paredes del consultorio había varias fotos, de gente que la apreciaba bastante. Los muebles mostraban siempre regalos más pequeños: tazas, adornos de porcelana, hasta juguetes. Todo eso era muestra del cariño que la gente le tenía a una persona que les ayudaba siempre a escuchar sus problemas y resolverlos.
El único que aún no le había mandado nada era Sebastián, un muchacho de apenas 19 años que había sufrido un gran trauma en su niñez, derivado de violación y de violencia, lo que terminó en el asesinato de su madre a manos de su padrastro, y que él tuviese que vivir con sus tíos. A simple vista, Sebastián parecía un muchacho triste y solitario, pero cuando Valeria pudo hablar con él por primera vez, resultó todo lo contrario: se expresaba muy bien, sin esconder nada y sin temer a contar lo que había vivido.
En una de las sesiones, Valeria le había preguntado acerca de las armas: qué opinaba de ellas, y si sentía que, al verlas, cambiaba su manera de ver su situación. Sebastián se puso serio, pero no triste ni acongojado. Era más bien como si estuviese analizando lo que ella le preguntaba. Al final, contestó como en un susurro:
-Las armas no deberían existir. Sólo las herramientas: lo que construyes es más provechoso que lo que destruyes. Aunque hay algo que sirve siempre para las dos cosas…-, dijo el muchacho, mirándose el regazo.
Valeria anotaba todo lo que le pareciera interesante, aunque la entrevista estaba grabada.
-¿Y de qué estamos hablando, precisamente…?
Sebastián tardó unos minutos en responder.
-La mano.
Levantó la suya derecha, delgada, dura y áspera.
Valeria se sorprendió de la respuesta.
-Suena interesante…
-Y lo es, doctora. No necesita más. Sin importar que los humanos jamás hubiésemos inventado las armas, la mano hubiese hecho lo propio con nuestros enemigos. Destruir a alguien a mano limpia parece más sensato y honesto que usar un arma corriente y hasta ilegal.
-¿Y para construir?
-Lo hace tan bien. Al menos las cosas que nos rodean. No podemos hacer un hijo con las manos, ¿verdad? Aunque en mi caso, se puede destruir a uno, con ambas…
Valeria terminó aquel día la sesión mucho antes de tiempo, aunque como siempre, le agradeció a Sebastián la sinceridad y el tiempo. También le dijo que lo esperaba la siguiente semana.
Y así, la semana se convirtió en tres meses…

Como era de esperarse, Valeria llamó después de ver que Sebastián no se presentaba a la semana de su última consulta. Nadie le respondía en casa. Lo tomó como algo normal, y sabía bien que no debía presionarle. Él encontraría la forma de regresar si es que lo necesitaba.
Valeria continuó con sus demás consultas, y de repente recibía regalos, como siempre. Un día, casi sin esperarlo, su secretaria le esperaba al iniciar el día con una caja. Era un paquete, enviado por Sebastián, pero enviado por otro de sus amigos. La secretaria también le entregó una carta, envuelta en un sobre amarillo.
-El muchacho me dijo que Sebastián quería que leyeras primero la carta. Dice que has sido de mucha ayuda y que desea que el regalo te guste.
Valeria tomó el paquete, contenta e impresionada a la vez. La caja no pesaba mucho, aunque lo que iba dentro parecía no estar bien envuelto, y constantemente pegaba tumbos en las paredes de cartón.
Cerró la puerta de su consultorio y se sentó en la silla detrás del escritorio. Dejó la caja sobre este y tomó el sobre con ambas manos. Sacó la carta con cuidado, la desdobló y empezó a leer en voz alta, para sí misma:
-“Querida doctora Valeria: Yo sé que las cosas conmigo no van bien, pero al menos ha podido mostrarme un lado más humano y amable de mí que no podría creer que tenía. Sé también que mis tíos no se han portado conmigo bien, pero ahora me respetan un poco, porque estoy cambiando mi forma de ver las cosas. ¿Recuerda aquella herramienta que sirve para crear y destruir? Bueno, también mi mano ha servido de mucho. Anoche pude hacerles un regalo a mis tíos, uno que no podrán olvidar jamás. Y puesto que usted ha sido de gran ayuda, este regalo para usted significa mucho. Que lo disfrute.”
La carta terminaba con el nombre del chico y una carita feliz. Valeria sonrió, entre apenada y contenta de hacer lo que debía, aunque al final, la misiva del chico había sido algo extraña. Le había dado un regalo a sus tíos, y eso estaba bien, pero no parecía muy contento con ello, como si le hubiese costado trabajo asimilar que ellos siempre habían sido parte de su vida.
Puso la caja en su regazo y empezó a abrirla, ayudándose de un abrecartas que encontró en el cajón de arriba. Sin destaparla por completo, se dio cuenta que el regalo estaba envuelto en bastante periódico, pero aún así no era suficiente para mantener seguro el contenido. Dentro del papel periódico más cerca de la tapa, había algo escondido, y Valeria pensó que podía ser una tarjeta o una postal.
Sin embargo, al percatarse de que era una fotografía lo que estaba ahí abajo, se aterró de lo que la imagen mostraba. La fotografía era una instantánea, que a pesar de haber sido tomada de noche y con flash, mostraba a detalle a dos personas, recostadas en una cama, con las cobijas a la mitad del cuerpo y las caras en un rictus eterno de terror, con sangre salpicándoles el cuello, las mejillas y el pecho. Eran una pareja, un matrimonio de mediana edad, muertos.
Valeria, pensando que podía ser una broma, le dio la vuelta a la foto. En el dorso había algo escrito:
CON MIS PROPIAS MANOS.
Dejando la foto en el escritorio, Valeria se levantó asustada, mirando la caja. Aún no podía ver lo que había debajo del periódico, pero por el olor que soltaba la caja se lo imaginaba. Ahí dentro había manchas de algo oscuro y pegajoso. Metiendo dos dedos en la caja, movió un poco el envoltorio, y se asomó.
No pudo gritar: ahí en la caja había algo que no podía imaginar. Sebastián había hecho su trabajo tan bien, que había decidido regalarle a su terapeuta la herramienta con la que había hecho “felices” a sus tíos.
Su mano derecha, arrancada con algo filoso, descansaba con la palma hacía arriba, blanca, espectral.

2 comentarios:

Azahena dijo...

Orale!, lindo regalo jejeje

Luis Zaldivar dijo...

Jeje uno hace lo que puede con lo que tiene :)

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