Se
decía que Rita Malverde era la más hermosa y talentosa cantante en los años 40.
Siempre vestía muy elegante, y se contoneaba al caminar. Sus amistades eran
variadas: desde sencillas personalidades del arte, hasta estrellas del cine y
rostros conocidos de la política. Pero, a pesar de sus contactos, jamás había
entablado una relación formal con nadie. Creía que los hombres eran poca cosa,
y que ninguno merecía ese tipo de atención que se le puede dar a una persona
cuando se enamora. Tenía amigos hombres, muchos, pero ninguno que le
correspondiera. Y casi siempre, si uno se atrevía a echarle los perros, ella
los desechaba. Los difamaba frente a todo el público, y la gente le creía.
Si
las condiciones y la educación del mundo de aquellos años lo hubiesen
permitido, dirían que Rita Malverde era una perra sinvergüenza.
Cierta
vez, después de un concierto en vivo para la radio, un hombre muy elegante se
le acercó a Rita. Por su porte podía decirse que era un político, aunque más
bien daba la apariencia de ser alguien de muy buena educación, rico. Se dirigió
a ella con la mayor educación posible, ya que era conocido su humor de malas
pulgas, en especial cuando conocía a alguien nuevo. Sin embargo, Rita cayó esa
noche en las redes del encanto y los modales de aquel hombre, por lo que no se
permitió tratarlo mal, ni siquiera hacer un gesto de repudio.
El
hombre llevaba un traje muy bien planchado, zapatos de charol limpios y
brillantes, guantes, pajarita y pañuelo en la solapa. Su cabello estaba bien
peinado, y hasta su bigote lucía recortado y arreglado. Si Rita se hubiese
fijado alguna vez en alguien por el físico, diría en aquella ocasión que los
ojos de aquel caballero eran maravillosos: tan verdes que parecían soltar un
resplandor sobrenatural.
Para
sorpresa del público invitado a la transmisión, Rita y el hombre elegante se
apartaron de la multitud para platicar. A ella se le veía tan animada, y él
también parecía divertirse con la plática de la mujer. Soltaban carcajadas de
vez en cuando, y durante unos veinte minutos ambos platicaron bien, sin
contratiempos, y mucho menos sin que ella le pusiera caras o le dijera cosas
hirientes. Toda una sorpresa.
Para
el público aquella noche, parecía que al fin Rita Malverde se había conseguido
a un hombre de bien, que la trataba como ella quería: como una dama y una diva,
que la entendía bien. Para los que vieron las noticias quince días después,
algo en aquel caballero le había hecho sentirse tan cómoda, que había caído en
su trampa…
Después
de cinco días de aquel encuentro, y de aparecer en algunos eventos y fiestas
juntos (las fotografías así lo acreditaban), Rita y el hombre de sus sueños no
aparecieron de nuevo, ni juntos ni separados. Ella tenía invitaciones para
cantar en una película y también en otras transmisiones de radio, incluso había
preparado un espectáculo privado para el Presidente. A ninguno asistió. Y es
que, como se ha dicho antes, pasaron quince días a partir de su encuentro
idílico, que Rita apareció por fin, en el titular de los periódicos.
MUERE
RITA MALVERDE.
“LA
DIVA CON VOZ DE NINFA” APARECE MUERTA.
ASESINATO
SIN RESOLVER CONMOCIONA A LA POBLACIÓN.
Hubo
de todo: investigaciones públicas y privadas, homenajes por todo lo alto, un
espléndido funeral. Lo que jamás se había sabido era el hecho de cómo habían
encontrado los policías a Rita. Una tarde, una mujer que paseaba por el parque
en una colonia muy alejada de la capital, vio algo entre las plantas cerca de
una banca. Era un cuerpo desnudo, de una mujer, pálido y en descomposición.
Llevaba el cabello bien peinado aún, pero lleno de ramitas. El peinado fue lo
que hizo que la mujer gritara, no por el hecho de estar aún casi intacto, sino
porque el cabello, tan bien recogido, descansaba en la cabeza de Rita Malverde.
Y
su cabeza, a su vez, descansaba en un agujero hecho en su vientre. En el pecho,
escrito con una navaja, se podía leer: PERRA SINVERGÜENZA. Se buscó al
misterioso acompañante de la cantante durante meses, pero jamás se dio con él.
Un fanático de la
cantante, varios años después, dio con una de las últimas fotos tomadas a Rita
y a su novio en público. Tomados de la mano, salían de la ópera, y ella parecía
tener el rostro serio y una mirada que, más que mostrar orgullo, era de miedo.
Y la mano de su acompañante la apretaba de la cintura, con un pequeño detalle
que sólo una cámara hubiese podido ver: que esa mano, la de aquel galante
hombre de ojos verdes, era una enorme garra, con afiladas uñas y escamas, como
la pata de un pollo.
2 comentarios:
Guacala, me dan ñañaras los pollos jajajajajaja, muy bueno Luis!
Jajajaja son buen elemento para dar miedo.
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