El
Mayor Gonzalo Martínez había aprendido que los secretos de una nación eran lo
único que podía hacer la diferencia al momento de una guerra, incluso si esta
se desataba dentro de su propio territorio. Aunque el país estaba en completa
paz (o al menos eso le hacían creer a la gente), nadie imaginaba que la mayoría
de los secretos de estado estaban confiados en una sola persona. El Mayor
Martínez había sido designado para eso: pasar desapercibido en muchos ámbitos,
sin dejar de servir a su país, contribuyendo también a guardar los planes más
importantes de los altos escalones de su gobierno.
Durante
un fin de semana, disfrutando con su familia de las playas de Cancún, Martínez
había recibido instrucciones específicas de algo nuevo: el presidente le vería
en un lugar pactado en secreto, para confirmarle nuevas instrucciones de sus
planes a corto plazo con cierto sector de la población: los estudiantes de
cierta universidad, inconformes con los recortes de presupuesto. Un tema viejo,
pero que necesitaba plantearse mejor para no levantar sospechas.
Vestido
de civil, con sandalias y playera vaporosa de color blanco, el Mayor se dirigió
hasta el hotel donde el presidente le esperaría. No parecía haber mucho
movimiento, y tampoco podían verse cerca los elementos de seguridad del Estado
Mayor. Al parecer, nadie sabía que el presidente estaba ahí. Eso era
profesionalismo.
Martínez
llegó hasta la recepción del hotel, indicándole que tenía una cita con cierta
persona en la suite de lujo. La recepcionista le indicó como llegar y él le
agradeció con una sonrisa. Subió al elevador, y cuando éste se detuvo en el
cuarto piso, salió caminando tranquilamente por el pasillo, hasta el fondo y
luego a la derecha. La enorme puerta doble de madera rezaba “Suite
Presidencial” en una placa de metal, y deteniéndose frente a ella, tocó con los
nudillos.
Nadie
le contestó, aunque la puerta se movió un poco hacia dentro. Cerciorándose de
que no había nadie viendo en el pasillo en ese momento, abrió por completo la
puerta de la suite.
Ahí
no había nadie, y tampoco lucía que estuviese ocupada. Las luces estaban
encendidas, y la enorme cama impecablemente tendida. No había mesas, ni
proyectores, ni personas trabajando con papeles. El Mayor Martínez no sabía qué
estaba sucediendo. Entró a la suite y caminó hacía el baño, esperando encontrar
a alguien dentro. No había nada. Se dio la vuelta, justo cuando la puerta de la
suite se cerró. Se dio cuenta que, en una de las sillas tapizadas de recinto,
ya había alguien sentado.
Martínez
jamás hubiera aceptado a aquel personaje entre sus amigos cercanos, mucho menos
en algún pelotón. Iba vestido de una especie de túnica negra, que le cubría los
pies descalzos. Las manos, pálidas, descansaban sobre el regazo, y la mirada de
aquella persona estaba fija en el Mayor, sin pestañear. No parecía sonreír.
Aquel extraño personaje le miraba como si esperara que Martínez hiciera algo
extraordinario, o que incluso le corriera a gritos. Pero no pasó nada, al menos
por unos minutos, hasta que el Mayor decidió hablar.
-¿Quién
es usted? ¿Dónde está…?
El
hombre sentado en la silla movió una mano hacia arriba, como pidiendo silencio.
-No
tiene derecho de hablar aquí, Mayor. Su presencia es indeseable, aunque yo
mismo le haya mandado llamar-, dijo el desconocido, con voz como susurro,
misteriosa e implacable.
El
Mayor se quedó helado, y una vena se le dibujó en la sien, tratando de aguantar
la furia y las ganas de despellejar a ese sujeto.
-No
le permito que me hable así. Está usted con…
-Ya
sé quién es usted, Mayor Martínez. El presidente no vendrá, no se moleste en
esperarlo. Espero sepa para qué he venido esta noche.
El
Mayor no dijo nada. Esperó a que aquel incómodo invitado se delatara, pero no
lo hizo. Estaba igual de impasible que cuando llegó.
-¿Tiene
que ver con…? ¿Cómo supo lo de los estudiantes?
El
misterioso hombre se levantó de la silla, caminando hacía Martínez, haciendo
susurrar su túnica sobre la alfombra de la suite.
-No,
Mayor, no sé nada de eso. Aunque, como es natural, tengo mucha hambre.
Algo
en la mente y la fuerza vital de ese desconocido hizo que el Mayor Martínez, a
pesar de ser un hombre fuerte, se arrodillara frente a él, como si algo lo
estuviera presionando contra el suelo. No podía resistirse, era más fuerte que
su propia voluntad.
-Vamos
a ver…
El
hombre misterioso acercó uno de sus dedos índices a la frente de su víctima,
tocándolo con una fría yema, que parecía quemarle la piel al contacto. Era como
dejar salir sus pensamientos a través de su cráneo. Imágenes de su pasado iban
y venían, en especial aquellas que había jurado con su vida guardar en lo más
profundo de su mente.
-Planean
matar a los estudiantes. Una nueva matanza masiva, que originales…
La
voz del desconocido se escuchaba tranquila, como si aquello que estuviese
haciendo le gustara, o simplemente como si eso fuera natural en su quehacer
diario.
-Van
a reprimir las marchas. Leyes para invadir la privacidad en internet. Censura
de diarios independientes. Recortes, muchos recortes.
Era
imposible que ese hombre no supiera nada más. El Mayor se limitó a no dejarlo
pasar más allá: sus secretos personales, su vida oculta. A pesar del esfuerzo y
el dolor, era demasiado tarde. El dolor era más intenso, e incluso gritó.
-¡BASTA!
-¡No,
no me detendré! Vaya, ¿pero qué…?
El
misterioso hombre había llegado hasta un secreto íntimo muy indecoroso. El
rostro de un muchacho, el placer de verlo desnudo, de penetrarlo una y otra vez
mientras su esposa e hijos no estaban…
-Así
que es gay de clóset… Le gusta, y a usted también le gusta él. Sin embargo, yo
le conozco.
El
misterioso desconocido quitó el dedo de la frente del Mayor Martínez, quién se
desplomó en la alfombra, temblando y murmurando cosas. A pesar de ello, el otro
siguió hablando, consciente de que su víctima le escuchaba.
-No
tuvo reparos. Ese muchacho estuvo triste por usted, al enterarse de que era
casado. Se mató… En aquel entonces nunca pude ver su rostro, no sabía que
usted…
El
Mayor se retorcía como un animal asustado, mientras en su cabeza giraban
imágenes incongruentes de secretos fragmentados y borrados. Decía sin parar un
nombre ininteligible.
-Así
es, él se mató por su culpa. No puedo
matarle, Mayor, pero esto será peor que la muerte, créame. Nunca volverá a
verme.
El
desconocido parecía ya no estar ahí más, como si nunca hubiese entrado o salido
siquiera. Hasta pasadas dos horas el Mayor fue encontrado, acurrucado en el
suelo, sudando y con los ojos desorbitados, murmurando cosas.
-Yo lo hice, yo lo
maté, y los mataré a todos, a todos…
2 comentarios:
Mmm ayotzinapazo otra vez, jajajajajaja
En parte eso, y en parte otras cosas que pasaron con alguien que conozco...
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