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domingo, 31 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XIII] (Año Nuevo)



Hace mucho que Juan y Sonia no se veían. Desde que ella había preferido la compañía de Juan Pablo, se había mantenido apartado de la relación. Y, aún así, desde lejos planeaba regresar con ella.
Juan sabía que ella tenía un hijo, pero eso no parecía importarle demasiado. Aquella mañana, mientras aún yacía recostado en la cama, pensaba en la situación. A su lado, descansaba Vanessa, la hija de una de las vecinas de Sonia, con quién empezaba a salir (a pesar de las diferencias de edad), y quién le ayudaba, sin querer, a planear su regreso. Obviamente no le decía lo que pensaba, pero mientras la muchacha quedara satisfecha, nadie decía nada.
-Puedo adivinar lo que piensas, y tendrías que pagarme por eso…
Vanessa estaba despierta también, y Juan, ensimismado, ni lo había notado. Se removió un poco, y ella se apresuró a abrazarlo.
-En nada.
Vanessa frunció el ceño.
-No te creo. Algo no te dejó dormir. Parece como si aún pensaras en ella…
El énfasis de aquella última palabra fue lo que hizo que Juan reaccionara. La miró, con unos ojos vacíos y duros.
-No es verdad.
Ella se sonrió. Juan pudo ver, en los bordes de las sábanas, su piel tersa y limpia.
-El hecho de que ya no vivas cerca de nosotros no significa que no sigas pensando en ella. Si aún la deseas, sabes que puedo ayudarte. Me has dado suficiente como para no darte lo que quieres tú también. Déjame demostrarte que puedo hacerlo bien, sea lo que sea que vayas a hacer.
Claro que él no confiaba en ella, pero Vanessa tenía muchas ganas de demostrar sus talentos.
-Puede que me ayudes en algo. Algo nuevo. Vamos a cambiar la vida de esos dos de una vez por todas. Dime una cosa… ¿A ti te gusta Juan Diego?
Vanesa lo analizó un momento.
-No mucho. No es alguien que me atraiga tanto como tú. Tú eres fuerte, bastante viril, un hombre en toda la extensión de la palabra. ¿Ya te dije que Sonia se encontró a Juan Pablo en su propia casa con otro hombre?
Juan casi salta de la cama. Miró a su amante, sin dar crédito a lo que escuchaba.
-Con más razón. Maldito maricón resultó… Algo habrá que hacer al respecto. Si ella cree que pueda librarse de él, y yo pueda convencerla de dejarlo, será mejor para ella librarse de él. Y luego tú podrías ayudarme con él, mínimo a sentirse aún más culpable. ¿Qué podríamos hacer al respecto?
Vanessa se levantó de la cama, dejando ver, entre la penumbra de aquel cuarto de hotel por la mañana, una silueta hermosa. Era su cuerpo desnudo casi como la piel de una manzana roja, limpia y fresca. Sacó de su bolso un frasco. Un líquido transparente brillaba dentro del pequeño frasco, el cual tenía impreso una etiqueta en la superficie: VENENO.
-Siempre vengo preparada.
Juan sonrió.
-Deja esa cosa, y ven a la cama. Mañana va a cambiar nuestra vida…

jueves, 28 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XII] (Día de los Inocentes)



Aquel día jueves, Sonia salió de su casa con el bebé en brazos, bien cubierto con una cobija abrigadora, para evitar que se enfermara con el frío. Saldría a comprar algunas cosas en lo que Juan Diego se ponía a arreglar la cuna del bebé. No quería que durmiera con ellos, ya que podían lastimarlo.
Mientras caminaba, distraída por la acera, chocó contra un hombre. Aquel sujeto, alto, delgado, de rostro serio, le miró un tanto extrañado, y aún así, no pudo disimular una expresión de dolor en el rostro. Sonia, aferrada bien al bebé, se dio cuenta: le había derramado el café sin querer en una de las manos.
-¡Oh por Dios, lo siento, lo siento! No lo vi, oh no, cuanto lo siento… No quise…
El muchacho se sacudió la mano y sonrió levemente.
-Ah, no se preocupe, sólo es una quemadura leve. Yo lo arreglo…
-No, por favor, permítame.
De su bolso, Sonia sacó una toallita húmeda, de esas que le ayudaban a limpiar al pequeño Arturo cuando se manchaba la boca de leche o al quitarle el pañal. La quemadura se alivió un poco, aunque la pálida mano de aquel muchacho se tornó rojiza.
-Eso lo alivió un poco, señora…
-Soy Sonia. Disculpe, soy una distraída. Llevo al bebé en brazos y venía pensando en las compras y… Ay no, que tonta he sido.
El muchacho volvió a sonreír.
-No pasa nada, no se alarme. Estaré bien. En fin, tengo que ir a un lugar cerca de aquí. Vaya con cuidado, y cuide a ese bonito bebé…
Sonia sonrió al desconocido, antes de que él se diera la vuelta. Le perdió de vista, y ella siguió caminando hacía el supermercado, con cuidado a cada paso.
Compró comida y algunos pañales para el bebé, y se formó en la fila de la caja, mientras la música navideña se dejaba escuchar en los altavoces del supermercado. La gente ya llevaba sus cosas, y aunque iban lento, eso le permitió disfrutar a su bebé. Arturo dormía plácidamente en sus brazos, y aunque eso le costaba manejar las bolsas, no le importaba. Amaba a su pequeño.
Después de subir las bolsas de mercancía en un taxi, se dirigió a casa. El viaje fue tranquilo. Podía sentir al bebé retorciéndose entre sus brazos, ya despierto, abriendo sus pequeños ojitos y moviendo sus manos, como buscando algo.
El llanto de hambre de Arturo se dejó escuchar en el momento justo cuando ambos bajaban del taxi. Ella cargó las bolsas con cuidado, mientras el auto se alejaba.
-No llores bebé, ya vamos a llegar. Te voy a dar tu leche, mi chiquito. Espérame un ratito…
La puerta se abrió inmediatamente, y eso a Sonia le extrañó. Adentro de la estancia, hacía un calor agradable. Dejando las bolsas en la entrada, y cerrando como pudo la puerta tras de sí, la muchacha caminó dentro de su casa.
-Ya llegué amor. El bebé ya tiene hambre y…
Se quedó muda, con una expresión de terror en los ojos, y muda del asombro. Sólo se escuchaba el llanto de Arturo, pidiendo de comer. Pero ella no le escuchaba ya.
En la estancia, sobre la alfombra, estaba Juan Diego, desnudo, besándose con aquel desconocido del café.

lunes, 25 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XI] (Navidad)



Juan Diego se despertó de repente. Una pesadilla horrible le había hecho saltar sobre el sillón, y hasta el control de la televisión se le había caído. En la tele daban una película navideña.
Al instante, el muchacho recordó todo.
Era Navidad. Y la pesadilla no era nada más que una estupidez de una película que hace poco había ido a ver con su esposa. De repente, la muchacha cruzó el pasillo de la cocina hacia las habitaciones.
-¿Otra vez te quedaste dormido?-, dijo Sonia, acercándose hasta su marido, quién le sonrió, entrecerrando los ojos tras los anteojos.
-De repente olvidé que era Navidad, eso es todo. Y sí, me quedé dormido viendo esta tontería…
Juan Diego tomó a Sonia por la cintura, y la acercó a él, sentándola en sus piernas. Le dio un tierno beso en la nariz, y otro en la boca, el cual ella respondió, y le sonrió.
Tengo que ir a ver a ya sabes quién. Voy a traerlo, está algo inquieto.
Juan Diego asintió, y dejó que su esposa se fuera hacía la habitación. Mientras ella desaparecía en el pasillo, Juan Diego pudo mirar un rato hacía la esquina de la estancia. Ahí descansaba un hermoso árbol navideño, adornado con enormes esferas, y a sus pies, un enorme nacimiento, con todos los personajes acomodados. Pero lo que lo ensimismó fueron las luces: amarillas, rojas, azules y verdes, danzando alrededor del árbol. Era como un extraño baile entre la oscuridad y las pequeñas ramas artificiales, luces pequeñas que destellaban en la superficie de todas aquellas esferas…
Sonia regresó a la sala, esta vez con el pequeño Arturo entre sus brazos. Estaba envuelto en varias cobijas calientitas, y no lloraba, ni siquiera se movía. El calor de su cuna le había hipnotizado, y dormía tan profundamente como si nunca hubiese dormido en su corta vida.
-Mira, alguien vino a visitarte…
Ella le dejó suavemente al bebé entre los brazos, y Juan Diego se sintió aún más dichoso que el día que lo había visto por primera vez. Aquel día, mientras la enfermera se lo prestaba, no había podido evitar soltar lágrimas de felicidad. Ahora, no estaba en el hospital, y una enfermera no tenía a su bebé todo el tiempo. Era su casa, cálida, con olor a ponche y pavo de la noche anterior. Y era su propia esposa la que le daba a su bebé para que lo sostuviera en brazos todo el tiempo que quisiera, incluso una eternidad.

Era muy feliz.

domingo, 24 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE X] (Última Posada y Nochebuena)

Die Glocke (La Campana, en alemán), un supuesto proyecto nazi de una nave que fusionaba tecnología humana y extraterrestre para ser usada tanto en armamento, como en viajes espacio-temporales.


Era ya un poco tarde cuando Isidro se despertó. Aún tenía puesto el casco, pero estaba aturdido y adolorido. El costado derecho dolía tanto como una puñalada entre las costillas, y una de sus piernas le escocía horrores. Apenas si pudo levantarse, y quitarse el casco. Sudaba demasiado, y pudo observar con más claridad aquella escena.
La calle estaba llena de cuerpos. La gente de la calle yacía en el asfalto, sin moverse. Reconoció a doña Isabel, y a doña Remedios. Ahí estaba también Vanessa, y todos los demás. Niños, adultos, todos parecían haber muerto ahí.
A lo lejos, la sirena de los bomberos se dejaba escuchar, y un frenar de coche y el choque posterior hicieron que Isidro volteara. Un auto se había estampado contra un poste, del lado opuesto de la calle al de la avenida. Al mirar hacía allá, sus ojos rápidamente miraron a todas direcciones en la colonia. Algunas casas ardían, el humo se levantaba por todas partes. Había coches abandonados a medio camino, y algunos gritos aislados se escuchaban por doquier.
Un pequeño ruido llamó su atención. Alguien tocaba por la ventana. Era Sonia, su vecina embarazada. Le miraba con premura, y tocaba de nuevo, llamándole. Como pudo, Isidro se puso en camino, cojeando un poco y agarrándose la costilla rota con un brazo. Sonia le abrió la puerta y salió para ayudarle a caminar el último tramo.
-¿Qué está pasando?-, le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
-Estaba viendo las noticias, pero no dicen mucho. La gente sale corriendo de sus casas, y el ejército ha salido a la calle. Hay luces por todas partes, pero a mediodía no se ven sobre el cielo. No sé qué…
En ese instante, un estruendo asoló la calle, e hizo que Sonia gritara, agachándose y cubriéndose la cabeza. Isidro no lo pensó dos veces: se asomó por la ventana, que estaba rota.
El humo de una casa que había estallado por completo no le dejaba ver, pero ahí afuera ya había gente. Al menos una docena de soldados con trajes rojos, botas negras y armas largas entre los brazos, caminaban lentamente entre los cuerpos de la gente que aún yacían en el asfalto. Uno de los soldados se agachó, y revisó a una de las mujeres de la calle.
-Todos están muertos. Busquen sobrevivientes. Sáquenlos de las casas y pónganlos en lugares seguros…
Los soldados se dispersaron, buscando a personas que aún estuvieran vivas, aunque no se dirigieron directamente a la casa de Sonia. Isidro se dio la media vuelta para percatarse de que la chica ya estaba en el suelo, resoplando, muy pálida y preocupada.
-¿Estás herida? Dime…
Se acercó a ella como pudo, y se dio cuenta que aquello no era nada comparado con una herida: Sonia estaba a punto de tener a su bebé. Las sombras dentro de la casa se hacían más notorias, por el humo y la hora. Estaba a punto de anochecer.
-Tengo que llevarte con ellos. No puedes tener al bebé aquí o…
-¡Ayúdame, ayúdame, sácalo tú! Sé que puedes, ya me está doliendo mucho…
-No puedo, no sé cómo. Ellos te llevarán a un lugar seguro, vamos…
Trató de ayudarla a levantarse, pero el dolor de las contracciones era peor, y no pudo evitar gritar. Sonia se debatía entre el miedo, y el dolor, y sus gritos atrajeron a los solados, quienes empujaron la puerta a patadas hasta que estuvieron dentro.
Isidro los vio. Eran hombres comunes y corrientes, a excepción de sus uniformes, de un color rojo intenso bastante lustroso. Sobre el pecho se podía ver un símbolo que al muchacho le dio un escalofrío. Era una esvástica negra, sobre un círculo blanco.
-¿Quiénes son ustedes?-, preguntó el muchacho, aterrado.
-No importa, los vamos a sacar de aquí. ¿Qué le pasa?
-Va a tener a su bebé. Tienen que sacarla por favor…
Otra explosión, pero esta vez, la fachada de la casa había estallado. Uno de los soldados saltó en pedazos, mientras que el otro se abalanzó contra Sonia. Mientras los restos de la casa caían por todas partes, e Isidro trataba de arrastrarse entre piedras y yeso, el soldado agarraba a Sonia por la cintura, y la llevaba hasta el otro extremo.
Afuera, todo era un caos. Los soldados disparaban a las luces, una ambarina y la otra de un azul eléctrico muy intenso, las cuales parecían lanzar sus propios pedazos de luz y materia a los soldados. Alrededor de las luces algo más volaba: era una especie de nave, una campana gigante de metal que zumbaba, y que disparaba a las luces sin éxito. Aquella extraña campana voladora también lucía la esvástica en su superficie, como si hubiese sido tallada en el metal.
Isidro alcanzó a observar al soldado, quién se había puesto de frente a Sonia, y mantenía sus piernas abiertas para recibir al bebé. Ella gritaba, y de su frente escurría sangre.
-¡Ya viene, puja, no grites, empuja…!
La muchacha trataba de empujar, mientras afuera, los disparos se hicieron más intensos. Uno de los soldados gritó algo incomprensible, y las luces empezaron una danza aún más rápida, y el mundo alrededor se iluminó en blanco. Lo último que pudo ver Isidro fue el rostro de Sonia, mientras gritaba, y el bebé que acaba de salir de su cuerpo empezaba a llorar.

sábado, 23 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IX] (Octava Posada)

Extraño objeto llamado "El Caballero Negro", fotografiado en la órbita de nuestro planeta, y que muchos aseguran es una especie de satélite artificial de origen extraterrestre.


Isidro era el hijo único de Doña Mercedes. Aunque no vivía a menudo en casa, ya que se la pasaba de viaje en viaje gracias a su trabajo, aquella vez acudió con prontitud a ver a su madre, quién convalecía en el hospital, aunque ya mejoraba. El padre de Isidro había muerto hacía unos años, por lo que era el único sustento y consuelo para su madre, a quién quería mucho.
Había pasado casi todo el día anterior con ella en el hospital, y aquella tarde se disponía a regresar a casa para descansar un poco. Al siguiente día sería Nochebuena, y con su madre ya mejor, sería mejor tener la casa un poco arreglada para su llegada. Ambos pasarían la Navidad juntos, y quería que al menos fuera algo bonito.
Regresando en su motocicleta color rojo que alguna vez se “autoregalara” en su cumpleaños, Isidro transitaba hacia la avenida que pasaba justo a un lado de su casa, y de la calle dónde a esa hora ya tendrían todo preparado para la posada de aquella noche. A pesar de traer una enorme chamarra para el frío invernal, y el caso bien puesto en la cabeza, sintió aquel escalofrío que sólo puede sentirse cuando ha tocado por error un cable eléctrico.
Su mirada pasó del camino hacia arriba, cuando un par de luces, una ambarina y la otra roja, pasaron por encima de la motocicleta, cruzando a gran velocidad las curvas de la avenida, y haciendo que los matorrales a ambos lados del camino se mecieran. Isidro no se detuvo: siguió avanzando, cada vez más aprisa, hasta que pudo ver las primeras luces de las casas. La motocicleta dio una vuelta hacia la izquierda en cuanto el muchacho vio su casa, adornada con aquellas luces de navidad.
Pero ni las pequeñitas luces se comparaban con aquellas dos que danzaban por encima de la calle, dando vueltas en zigzag, dibujando infinitos en el aire, o simplemente yendo de arriba abajo, en arcos casi hipnóticos. Una roja, como una manzana luminosa bastante suculenta, y la otra amarilla como el oro. Isidro detuvo la moto a la orilla de la calle, cerca de su casa, mientras se quitaba el casco. Aquello era maravilloso, y a la vez aterrador.
Aunque él no había visto las luces antes, su madre le había contado acerca de ellas cuando aparecieron sobre la calle el día de la misa de la Virgen. Pensaba que eran cuentos de aquella mujer a la que tanto quería, pero aún así la escuchaba con paciencia. Ahora, al ver aquel espectáculo aterrador en el cielo, creía y temía. Aunque, para su desgracia, tardó en darse cuenta de que algo iba mal.
La calle estaba en completo silencio, a excepción de la música repetitiva de las luces que adornaban su casa. La comida de la posada estaba ahí. Olía a huevos cocidos, a frijoles refritos, a salchichas con chile y tomate. Pero no se escuchaba música, ni la letanía de la posada, o la canción de la piñata. Isidro miró bajo las luces, que seguían con su danza lenta y repetitiva, sin hacer ruido alguno. Bajo las luces estaban los vecinos de la calle. Mujeres, hombres y niños, ahí de pie, contemplando desde abajo las luces, con los rostros iluminados de rojo y amarillo, con los ojos y la boca bien abiertos.
De repente, las luces se detuvieron, y empezaron a parpadear, haciendo que los rostros de los vecinos se difuminaran en la oscuridad. Cuando todos bajaron la mirada, Isidro sintió aún más miedo que el que sentía. Todos los presentes tenían los ojos de un negro intenso, y sus expresiones eran de seriedad, de indiferencia.
Las luces dejaron de parpadear, y brillaron de un blanco intenso, tanto que parecía que todas las casas, arbustos y objetos de la calle fueran tan sólo siluetas negras dibujadas sobre un fondo blanco. Los vecinos empezaron a caminar directamente hacia él, y el primer reflejo del muchacho fue ponerse el casco, y subir de nuevo a la motocicleta. Sólo alcanzó a hacer lo primero, antes de que todas las personas de la calle se le abalanzaran, gritando y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sólo sintió manos y pies golpeando su cuerpo, sino también piedras, unas cucharas y hasta el palo de la piñata, el cual afortunadamente le dio primero en el casco, y luego entre el pecho, rompiéndole una costilla.
Isidro se arrastró por el suelo, mientras la gente lo rodeaba para golpearlo, y alcanzó a ver a través de la mirilla del casco ya quebrado a Sonia, quién a través de la ventana de su casa alejada de la muchedumbre, miraba al muchacho tratando de salir de ahí. Ella no decía nada: sólo miraba, imperturbable. Después, ella cerró la cortina de su ventana, e Isidro, adolorido y casi a punto de desfallecer, avanzó unos cuantos metros sobre el asfalto, antes de desmayarse. Las luces volvieron a ser rojas y ambarinas, a danzar lentamente, y cuando por fin se apagaron, desapareciendo del cielo nocturno, los vecinos de la calle cayeron igual desmayados. Las luces del alumbrado público se apagaron cuando los focos estallaron uno por uno, y todo quedó a oscuras.

La única luz que alumbraba aquella calle solitaria era la de los foquitos navideños, y el único sonido era el de la música monótona de “Villancico de las Campanas”.

viernes, 22 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VIII] (Séptima Posada)

Extraños símbolos que pudieron ser vistos sobre la superficie de un OVNI en el famoso avistamiento en Rendlesham Forest, Reino Unido (1980)


22 de Diciembre.
Diario:
Las cosas en la calle están muy raras. Un muerto, dos desaparecidos, y una mujer en el hospital por congestión de alimentos… Tratando de definir todo este asunto, ha sido una de las épocas navideñas más raras que he vivido.
Sin embargo, dentro de todo cabe destacar que hay esperanza. Sonia, la vecina de enfrente, va a tener un bebé, y eso significa mucho. Pero no se compara al hecho de que, desde el 12 de Diciembre, se vieron luces en toda la colonia, y en especial, en nuestra calle.
¿Qué significa todo esto? Me he puesto a investigar, y no encontré absolutamente nada fehaciente. Todo apunta a que una flotilla de OVNIs se ha dejado observar desde entonces, y que rondan la calle de forma arbitraria. Tal vez las dos desapariciones (Juan, esposo de Sonia, y nuestro amigo el borracho Silvestre) y la caída de Doña Mercedes en el hospital tengan algo que ver.
Tanto pensar en ese asunto me ha dado algo en qué pensar. Las luces misteriosas aparecen de repente, pero nadie las ve venir desde arriba. Todos los “expertos” opinan que son entidades extraterrestres, naves muy avanzadas que transportarían a sus tripulantes desde otras galaxias a velocidades impensables. Pero, si nadie ha visto como llegan, ¿no es raro pensar que son en realidad extraterrestres? Tal vez haya dos explicaciones posibles.
Son entidades de otra dimensión, la cual atraviesan para llegar a la nuestra. Siempre están ahí, viendo, pero no siempre se dejan ver.
O simplemente son una especie aún desconocida para la humanidad, animales que siempre han existido en nuestro mundo, pero que están hechos de otra materia, de alguna sustancia luminosa.
No es de extrañar que mi mente divague en cualquier tontería. Pero así soy, una persona inteligente, capaz de hacer cualquier cosa.
Por ello he tratado de seguirle la pista a las luces, y si lo compruebo físicamente, a los tripulantes de estas extrañas naves luminosas. Tal vez esta capacidad tan especial en mi ha hecho que nadie se haya dado cuenta aún que Juan desapareció de una manera tan repentina, que estoy seguro de que Sonia tuvo algo que ver. Si lo echó de casa, no tiene nada de especial. Pero si lo asesinó, bueno, ahí será interesante ver lo que pasará después.
Que conste una sola cosa mientras escribo estas líneas. Afuera ya anocheció, y los vecinos están cantando la letanía. Huele a ponche y a buñuelos. Hace frío, y mis manos están algo entumidas. No quiero saber que va a pasar cuando alguien lea el mensaje que dejé en la pared.
No quiero saber lo que va a pasar cuando alguien se entere que yo maté a Juan Diego, y que volveré a hacerlo, si se interponen entre mis planes…

jueves, 21 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VII] (Sexta Posada)

Supuesto objeto volador grabado en Turquía, donde se alcanza a apreciar una "extraña silueta humanoide" en la parte superior del artefacto (2008)


Doña Mercedes preparaba la comida en la cocina cuando, por la ventana que daba directamente a la avenida, vio caminar a Sonia, despacio, como si estuviera cansada, o perdida. No la saludó, pero la miró con preocupación. La pobre muchacha tenía un embarazo muy avanzado, y caminaba como si el peso de su barriga le hiciera freno.
Decidió no hacer caso de aquello cuando a muchacha desapareció de su vista a través de la ventana, y siguió preparando ese rico arroz que le habían chuleado la noche pasada, cuando los vecinos se acercaron a comer después de la letanía. Aquella noche, ella volvería a preparar el arroz, y Doña Isabel y Doña Remedios le iban a ayudar con otros platillos.
La cacerola de arroz permanecía quieta en la estufa, mientras revisaba que el chicharrón en salsa verde ya estuviera listo, hirviendo en otra cacerola más apartada. Con una cuchara y ayuda de su mano, Doña Mercedes probó la salsa del chicharrón y un poco de carne. Estaba delicioso: no tan salado, y bastante picoso.
Después, levantó la cacerola del arroz, cuidando de que el vapor no le quemara la cara. Miró dentro: aquel cereal anaranjado, esponjoso, aderezado con zanahorias y papas, olía muy rico. También lo degustó, y estuvo mejor de lo que ella creía. Todos iban a amar su comida.
Cuando le puso la tapa de nuevo a la cacerola, sintió algo en la piel que la asustó. Era como un escalofrío, y la piel se le puso chinita. Era la misma sensación que uno podía apreciar cuando se daba toques con un enchufe. Doña Mercedes pensó que tal vez era el frío, un poco de viento que se hubiese colado por la puerta. Pero no: hasta los oídos le zumbaban.
Decidió averiguar de qué podía tratarse. Salió de la cocina, de aquel delicioso calor con aroma a especias y carne asada, y entró a la sala de su casa. En medio de los sillones encontró algo que le heló la sangre.
Una de las luces que habían aparecido el día de la Virgen en el cielo estaba justo en medio de la sala. Los muebles seguían en su lugar, y la entidad luminosa parecía atravesarlos, como si aquellos se hubiesen internado en aquel globo de luz ambarina que parpadeaba de forma débil. Era como ver un enorme globo de luz o agua de color amarillo ahí, suspendido a pocos centímetros del suelo, envolviendo parte de los muebles de la casa con su presencia.
Como buena católica temerosa de Dios, Doña Mercedes se persignó, y cerró los ojos, juntando las manos, esperando que aquello fuese sólo su imaginación, la visión de una vieja cansada.
-Señor, por favor ten piedad de mí. Si es uno de tus ángeles, dile que no me haga nada. Dile que me perdone por… Por…
No pudo terminar de hablar. De aquella esfera de luz salió aquel ángel por el que tanto rezaba Doña Mercedes. Pero no era inmaculado, no vestía con túnica blanca, ni llevaba el cabello suelto y rubio, mucho menos alas. Era negro, alto, delgado, con el rostro descubierto, y los ojos negros más abominables que jamás hubiese visto.
Aquel ser se acercó a la mujer, dando largos pasos. Doña Mercedes estaba ahí asustada, quieta, sin gritar. Con su larga mano, aquella cosa le agarró la cabeza, cubriéndosela casi por completo.
-Conozco sus pecados, sus ideas, sus miedos y sus sueños. Su Dios no es real. No me ha visto, no sabe que existo. Vaya a comer…
La soltó, y dando la media vuelta, volvió a internarse en la esfera de luz, la cual se elevó, y tan rápido como un rayo, atravesó el techo sin hacer daños.
Doña Mercedes se quedó quieta un momento, y sus ojos se pusieron en blanco. Caminó casi de forma automática hacia la cocina, como un zombi. Tomó una cuchara, y destapando las cacerolas aún en la estufa, se puso a comer. Tomaba cucharadas grandes de chicharrón con salsa y se las llevaba a la boca, no importando que estuviesen calientes, y de arroz era igual. La estufa se manchó con salsa, y el arroz caía al suelo de repente, cuando la mujer tenía la boca llena de comida y no podía tragar más.
Después de que la cacerola del chicharrón se vació y la del arroz ya estaba por la mitad, Doña Mercedes se detuvo. Aún con los ojos en blanco, el cuerpo no podía más, y el esfuerzo de comer tanto y aquel trance hicieron que se desmayara. Su cuerpo cayó de espaldas (afortunadamente para ella), y la cuchara rebotó en el suelo, con un sonido metálico estridente.
Fue hasta que la propia doña Isabel la vio por la ventana de la cocina, que alguien pudo entrar para encontrar a Doña Mercedes, horas después, cuando ya todos los vecinos la esperaban para la posada aquella noche.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VI] (Quinta Posada)

Representación artística del encuentro con un supuesto ser extraterrestre en el pueblo de Varginha, Brasil (1996)


-S-sí, lo haré…
Silvestre miraba a Sonia, y de nuevo al suelo de la cocina, dónde ella tenía el cuerpo de Juan. Lo había arrastrado hasta ahí con dificultad, y aunque empezaba a oler mal después de un día muerto, tenía que apresurarse. Silvestre era la única opción: un borracho que podía ser muy manipulable, y que además, se creyera sus mentiras.
-Cuando tuvo el accidente no lo podía creer. Fue muy repentino, y no pude hacer nada. Sólo queda sacarlo de aquí, sin que nadie se entere. Si me ayudas bien, te daré dinero, y puedes gastarlo en unas cervezas o lo que quieras, ¿te parece?
Silvestre asintió.
-Pero… ¿Usted no mató al otro, a Juan Diego?
Sonia frunció el entrecejo.
-No, no… Tampoco maté a mi marido, ya te dije que fue un accidente. Sólo necesito sacarlo de aquí, y en mi coche sería la mejor opción. Sólo necesito que me ayudes a sacarlo, y yo haré lo demás. Te lo agradeceré siempre, y más porque sé que sabes guardar secretos. Por favor…
La súplica de Sonia era muy convincente, y Silvestre no dejaba de asentir.
-No se preocupe, bella damita, yo le ayudo en lo que sea, y no diré nada. Por usted, por Juan Diego, y por el amigo de las luces…
-¿Amigo de las luces?-, preguntó Sonia, bastante desconcertada. Ella también había visto las luces aquel día, después de la misa.
-Uno que a veces veo por aquí. Es algo raro, no habla mucho. Espero presentárselo algún día. Bueno… ¿cómo le vamos a hacer?
Ella le contó todo a detalle: mientras hicieran la letanía de la posada, cuando nadie se diera cuenta, subirían el cuerpo de Juan al coche, y ella misma se iría manejando para poder “arreglar ese asunto”. Lo que Silvestre no sabía era que la muchacha tiraría el cuerpo con todo y el auto en algún barranco. Eso la haría menos sospechosa.
-Pero nadie puede vernos, nadie. ¿Está claro? Ni siquiera tu amigo ese el de las luces…
Silvestre asentía sin decir palabra.
Pasaron las horas, y cuando la letanía de la posada estaba en casa de doña Mercedes, la más apartada de la casa de Sonia, junto a Silvestre puso manos a la obra. Cómo pudieron, entre los dos levantaron el cuerpo, envuelto en una cortina de color azul oscuro, mientras la gente, lejos de ahí, cantaba pidiendo posada, y entonando alabanzas a los santos. Ella trataba de cargar con el muerto, pero su abdomen se lo impedía un poco. Al fin, el cuerpo quedó dentro del coche, en el asiento trasero. Con mucho cuidado, Sonia cerró la puerta del coche y luego se metió en el asiento del conductor. La puerta de al lado también se abrió, y Silvestre se subió.
-¿Pero qué haces? Ya te dije que me encargaría yo sola de esto.
Silvestre le sonrió.
-No me voy hasta que me des el dinero. Después, te dejaré en paz y no lo contaré a nadie. Iré contigo a solucionar tus problemas, muchacha…
Sonia frunció el ceño.
-Está bien, está bien…
El auto salió de la calle, en dirección contraria a donde estaba la gente de la posada, y Sonia aceleró para perderse en una avenida que daba hacía los parajes vacíos que rodeaban el pueblo. Afuera, el viento soplaba y el frío calaba como cuchillos en la piel. Los matorrales secos se movían y crujían, y ni siquiera había aves en el cielo. Después de un largo rato sin decir nada, Silvestre habló.
-Mi amigo de las luces sabe…
El auto frenó repentinamente, y Sonia casi se golpea la cabeza con el volante.
-¿Pero qué dices? ¡Te pedí que no le dijeras a nadie!
Silvestre negó, sonriendo.
-No le dije. Él sabía. Dijo que te vio matando a tu esposo. Y también vio quién había matado al pobrecito de Juan Diego. Dijo que vendría con nosotros y que nos encontraría pronto…
Las palabras del borracho hicieron que Sonia sintiera miles de escalofríos recorriendo su espalda. Era el miedo a ser descubierta, al hecho de que su crimen no había pasado desapercibido.
-Por eso quiero más dinero. Así no diré que tú lo mataste-, dijo el borracho, guardando silencio y extendiendo la mano hacía la muchacha. Esta no se inmutó.
-Tu amigo y tú pueden irse al carajo, borracho de mierda…
-Eso díselo tú misma. Ya llegó…
Silvestre señaló hacía afuera, justo frente al coche, arriba. En el cielo oscuro, estaban las luces que ella y muchos otros habían visto aquel día. Sonia se quedó pasmada, se quitó el cinturón de seguridad, y abriendo con cuidado la puerta, salió del coche, impactada. La luz era potente, pero se mantenía quieta en el cielo, pasando de un color ambarino a uno verde bastante fluorescente. No hacía ruido.
Silvestre también se salió del coche, pero caminó en dirección a Sonia, rodeando el auto. La tomó del brazo, y aunque forcejeaba para soltarse, le hacía daño.
-¡Dame el dinero, tonta, o le voy a decir a todos que eres una asesina!
-¡Ya suéltame, estúpido borracho!
Aunque el forcejeo seguía, la luz no se inmutó. Seguía ahí, en el cielo, cada vez más cerca del auto.
-O me das el dinero, o te voy a…
Fue en ese momento cuando unas largas manos negras jalaron a Silvestre hacía atrás, una desde el vientre, y otra apretando su rostro. Empezó a gritar desesperadamente, pero aquel ser ya lo jalaba en dirección hacia la luz, y aunque pataleaba, se lo estaba llevando. Sonia retrocedió, y cayó de espaldas en el borde de la carretera, entre un arbusto seco.
Otro de esos seres iba caminando directamente hacía ella. Estaba enfundado en ese traje negro parecido a una malla, y sólo podía ver su rostro inexpresivo y grandes ojos. Cuando estuvo frente a ella, una de sus manos se estiró, y le acarició el vientre con aquellos enormes dedos.
-¿Qué me vas a hacer?-, preguntó ella, aterrada, casi sin aliento.
La voz de aquel ser era como un zumbido eléctrico, agudo y rasposo, pero ella pudo entenderlo todo:
-Tú serás la madre de todos nosotros. Danos al niño cuando salga, y todos se salvarán. Yo te vi matando a tu esposo, y vi quién mató al muchacho solitario y acongojado. Vete a casa, y no volverás a pensar en nosotros…
La luz empezó a parpadear, y se llevó consigo a los seres y a Silvestre, quién gritaba con todas sus fuerzas. El auto de Sonia, incluyendo el cadáver de su esposo, se fue arrastrando por el asfalto, y justo cuando aquella fuerza invisible lo tenía bajo la luz, se elevó en un chirrido, desapareciendo junto con un destello que hizo todo blanco un segundo, antes de sumirlo todo en la oscuridad.

Sonia, impactada y aterrada, temblando y sin poder respirar bien, se desmayó.

martes, 19 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE V] (Cuarta Posada)

Los reflectores apuntan hacia extraños objetos luminosos en el cielo, en el evento conocido como "Batalla en Los Angeles" (1942)


Sonia estaba embarazada. En la clínica le habían dicho que sería niño, aunque a ella no le importaba. Era algo maravilloso. Podía sentir sus pataditas, todo su cuerpo acomodándose ya hacia abajo, como esperando el día para salir, y cuando ella tenía hambre, aquella personita también se alborotaba, y a veces lastimaba, pero a ella le daba risa. Era un gracioso bebé, que estaba emocionado cuando ella también.
Aquella tarde, sin embargo, el bebé no se movió demasiado, porque Sonia había visto algo a través de la ventana por la que casi siempre veía. Juan, su marido, un bueno para nada, le había tocado un glúteo a la vecina, Vanessa, en plena calle, mientras ellos creían que nadie los veía.
El descarado venía de camino a casa, cruzando la banqueta, y ella, sin tardar, se sentó en su mecedora. Cuando Juan entró a la casa, ella fingió estar leyendo una revista.
-Ya llegué-, dijo Juan, cerrando la puerta tras de sí. Ni siquiera se acercó a su esposa, y a Sonia no le importaba.
-¿Vas a comer algo?-, le preguntó ella, sin apartar la vista de su lectura falsa.
-No tengo hambre. ¿Tú?
Sonia tardó un momento en contestar. Apretó fuerte el borde de la revista, y hasta pensó que las hojas le harían daño. Estaba dándose valor.
-Tampoco tengo hambre. Sólo pensé que la nalga de esa puta no había sido suficiente comida…
Sonia sintió el tirón de cabello, cuando Juan la alcanzó con una mano. Le dolía, y el bebé se retorcía en el vientre con furia y miedo.
-¿Qué viste, eh? ¡Te estoy hablando, pendeja! ¿Qué chingados viste?
-¡Le estabas agarrando la cola a esa puta! ¡Es una menor de edad! Si doña Remedios se entera de lo que le haces a su hija… Eres un degenerado, ¡un maldito cerdo!
Juan jaló más fuerte a Sonia, haciendo que esta cayera al suelo, mientras la mecedora se balanceaba con fuerza. Aunque ella cayó de rodillas, no pudo evitar tirar con las manos una cajita que usaba para costuras. Los hilos, las agujas, y unas tijeras cayeron alrededor de sus manos, que se apoyaban bien fuertes para no lastimar al bebé.
-¡Suéltame, Juan, por favor! ¡El bebé!
-¡Me vale madres, eres una estúpida! Si me acuesto con ella es porque es una mujer que sí me complace, aunque sea una chamaca tonta. Pero me gusta cómo se mueve, y no es una inútil como tú… ¡Levántate!
Juan le soltó el cabello, y aunque ella se aguantaba las lágrimas, fue imposible dejar de ser fuerte. Le corrían las enormes gotas por las mejillas, y tardó un momento en ponerse de pie. Él ya estaba de espaldas, mirando hacía la pared contraria a la puerta. La mecedora aún se movía de atrás hacía delante. Sonia tenía las tijeras entre las manos, y le dolían las rodillas, pero no se quejaba.
-Además, no puedes hacer nada. Con esa panza, ¿qué vas a sacar de todo esto?
-Esto…
Con las fuerzas que le quedaban en la mano, y empuñando fuertemente las tijeras, Sonia le clavó la punta de estas a Juan en el hombro. El dolor le recorrió el cuerpo y le hizo soltar un alarido de terror horrible, que hasta ella le hizo retroceder. Aún con las tijeras entre los dedos, Sonia se acercó más a su marido, y cuando este volteó para confrontarla, lleno de ira y con el rostro rojo y furioso, ella volvió a clavar las tijeras.
Esta vez no falló, y la punta del instrumento metálico fue a dar contra el ojo. La sangre salpicó, y aunque Juan gritó un poco, el impacto había sido mortal. Las tijeras se hundieron más en su cavidad, y se alojaron en el cerebro. Murió casi al instante, pero tardó en caer. Sonia tuvo que dejar las tijeras en el ojo de su marido, y cuando el cuerpo quedó inmóvil en el suelo, le miró con desprecio. El bebé se movía despacio, como anticipando la felicidad de su madre, y la mezcla de toda esa dicha con el miedo de tener el cadáver de su esposo en el suelo.
-No pienso compartirte con nadie más, estúpido. Ahora el problema es… ¿qué voy a hacer contigo?

Le soltó una patada en la pierna, y se sentó de nuevo en la mecedora, sonriendo y acariciando su vientre.

lunes, 18 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IV] (Tercera Posada)

Estela de luz cruzando por encima del volcán Popocatépetl, México, durante una de sus etapas de actividad volcánica intensa (2000)


La posada de la noche siguiente fue tan normal como las otras dos. La muerte tan repentina de Juan Diego se había esfumado, cómo si no hubiese pasado. Los niños estaban rompiendo la piñata, entre cantos y risas, y los adultos disfrutaban una vez más de la comida y la bebida.
Silvestre era un caso aparte. Alguna vez había tenido el respeto de los vecinos, pero ahora vivía casi en la miseria. Conservaba la casa por milagro, pero parecía vivir en la inmundicia, como un vagabundo más bajo el amparo de la calle. Su vida transcurría entre la sobriedad y los efectos del alcohol y las drogas, y aquella noche no era la excepción.
Estaba sentado en la banqueta, apartado de la gente, mirando como los niños trataban de darle a la piñata con el palo, con una enorme cerveza entre los dedos, y el pensamiento cada vez más apagado. Era como disfrutar de algo que a simple vista debía ser bastante aburrido, pero para Silvestre, era entretenimiento del bueno.
-Ja ja, esos chamacos son la onda… ¡Venga, venga a verlos!
Silvestre movía la mano que no estaba ocupada con la cerveza, como haciéndole señas a alguien que estaba entre los arbustos de la casa que tenía atrás de sí. Ahí se dibujaba la silueta de una persona, un hombre que estaba escondido entre las sombras, y que apenas si las luces navideñas le alumbraban. Estaba ahí, de pie, sin decir nada, sin moverse, mirando hacía el grupo de niños.
Silvestre miró al extraño, a quién consideraba su amigo, y volvió a moverle la mano, para que se acercara.
-Anda, ven y siéntate conmigo, vamos a tomarnos una cerveza, y a ver a los niños partir esa cosa… Anda, siéntate, ven acá…
Silvestre se levantó como pudo, pero en su torpeza tiró sin querer la cerveza, rompiendo la botella en el borde de la banqueta. El amigo salió corriendo entre los arbustos, perdiéndose en la noche, y el borracho se encaminó para alcanzarlo.
-No te vayas, si apenas es bien temprano y vamos a… Vamos a beber, ven acá…-, dijo Silvestre, tambaleándose mientras caminaba y eructando a ratos. Tras los arbustos no había más que oscuridad, y al fondo, una pared blanca. Y en una de las esquinas de la pared, había alguien de cuclillas.
Su amigo estaba escondido, asustado porque Silvestre había tirado la botella al suelo. Temblaba, y trataba de esconderse aún más en la oscuridad.
-Vamos, vamos, no tengas miedo, compadrito… Te invito la bebida, ya sabes que sí. ¿Quieres venir? No tengas miedo…
Cuando Silvestre se acercó a su amigo misterioso, este se levantó, como un animal asustado. Era largo, muy alto, con la piel cetrina, lisa, y vestido con algo que parecía hecho de malla color negro, que le cubría casi todo el cuerpo, excepto el rostro. Aquel rostro era alargado, con una boca recta, como una línea dibujada arriba del mentón, y sus enormes ojos negros, que ocupaban más de la mitad de la cara. Aquella cosa se acercó a Silvestre, y con una mano enorme y dedos larguísimos, intentó tomar al borracho de uno de los brazos. El hombre, asustado, dio un paso atrás, pero se tropezó, golpeándose la cabeza en el suelo, y con el pasto ensuciando su cabello.
-¡No me hagas daño por favor, no me lleves!
Aquella cosa estiró la mano, pero sin tocarlo. Una luz iluminó aquel espacio cubierto de maleza y la pared se hizo blanca, con un intenso brillo que cegó a Silvestre, sin darle tiempo siquiera a poner la mano en sus ojos para cubrirse.
Fue un segundo, antes de que el borracho pudiese abrir bien los ojos. Todo estaba oscuro de nuevo, hacía frío, y aquel ser ya no estaba. La luz lo había cegado por un momento, y tras levantarse del pasto, caminó hasta la pared, mareado, aturdido. Tardó un momento en darse cuenta de que la mano que le sostenía en la pared estaba encima de un mensaje, una serie de palabras pintadas en los ladrillos, con letras mayúsculas, en negro. Silvestre tardó en leer el mensaje, y se petrificó.

YO MATÉ A JUAN DIEGO.

domingo, 17 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE III] (Segunda Posada)

OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016)


Los vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga, perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan, mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo que aguantar…
La madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero, pero…
Aunque ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz brillante les apuntó.
Vanessa soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la avenida.
-¡Alguien nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan, ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad, con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había dejado abandonado en el pasto.
-Ahí no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…
 
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